Epimoní estaba encerrada en una especie de caja claustrofóbica, Artemisa y Apolo la encerraron en el interior de una caja compuesta por ladrillos de oro del tamaño de un ataúd y estaba siendo atormentada por las aguas del plengetonte que habían introducido. Junto el Aqueronte y el cocito los ríos que dañaban tanto física como emocionalmente.

La puerta se abrió mostrando la cegadora luz, Epi se tapo los ojos con el dorso de la mano casi cegándola.

—Hola hermanita bienvenida al mundo de nuevo—la voz sonaba falsamente dulce y con un tono de veneno.

Oh no ¿que hacía Rhodas aquí?

Epi salió con dificultad de esa caja de tortura y se miró los brazos estaban quemados y su piel estaba pálida y rojiza, apenas se podía sostener en pie debido al falto uso de ellas. La mujer que estaba ante ella era Rhodas una ninfa quien junto a su esposo Helios eran dueños de la hermosa isla que llevaba el nombre de la hija de Poseidón y Amfitrite.

—Rhodas ¿que haces aquí?—

Ella y su hermana nunca se habían llevado bien Epi había intentado el mejor de sus esfuerzos para acercarse a su hermana pero ella siempre la trataba con desdén y odio. Seguramente estaría contentísima de verla en esa situación.

—Oh he venido a recibir a mi querida hermana después de que acabase su confinamiento—la mujer rubia sonrió sarcásticamente mientras sus ojos iguales que los de Epi pero más duros la inspeccionaban—Aunque debo decir que necesitas un baño pero bueno tu has venido de bañarte en una buena temporada—

Epimoní la fulmino ¿como podía tratarla así? Jamas le hizo nada solo pudo observar como la deidad menor se iba arrogante mientras sacudía sus caderas provocativamente hacia Claus que entro en la habitación. El hombre le sonrió a la ninfa y le dio un suave beso en el dorso de su mano y en la muñeca, para dolor de Epi así la saludaba a ella.

Claus terminó de despedirse y se congeló de horror al ver el estado de su esposa.

La diosa apenas podía mantenerse en pie numerosas quemaduras por su cuerpo que debían ser muy dolorosas adornaban su hermosa piel, incluso en algunos sitios había perdido la piel y se veía claramente los tendones de las manos, tardaría mucho en curarse sobre todo si además fueron causadas por tres de los ríos del inframundo.

Cuando la habían metido prácticamente a la fuerza en esa caja sintió culpa pero la aplasto, no tendría compasión de aquella que se aprovecho de su amor y confianza y la de su familia.

Pero ahora viéndola en ese terrible estado se dio cuenta de lo que hizo.

¿Que he echo?

Epimoní sin hacerle caso se fue acercando con dificultad, apoyándose en los distintos objetos para poder sostenerse en pie hasta que estuvo delante de él.

—¿Cuanto...cuanto tiempo estuve allí?—se llevó las manos a la garganta y escupió icor mientras al no apoyarse se iba cayendo pero Claus la sostuvo, debió de quemarse la garganta al tragar sin querer de esas aguas.

—Diez meses—

La mujer no dijo nada solo asintió como resignada aceptación.

—Vaya, vaya el hijo favorito de padre haciendo estas atrocidades ¿quien diría?—escupió una voz llena de odio y asco.

Ares estaba ante él con el atuendo espartano sus ojos llameaban hasta el punto en que empezó a derretir el casco y agarraba su lanza fuertemente.

Frunció el ceño ante el dios de la guerra y apretó a Epi contra su pecho—¿Que quieres Ares?—

El dios siseó entre dientes y lo fulminó, parecía que iba a matarlo personalmente.

—Muchos me desprecian por ser un dios de la guerra y tener gusto por la sangre...pero no hay mucha diferencia entre tú y yo de echo yo jamás le haría eso ni a mi peor enemigo—

—No es asunto tuyo—pero se interrumpió con la risa del dios.

—¿Como no va a serlo? ¿recuerdas en la gigantomaquia cuando esos dos gigantes Otis y Efialtes me tomaron prisionero? Estuve meses atrapado en esa jarra de bronce, fue un infierno y rogaba por la muerte pero Epimoní lo ha tenido incluso peor además con los ríos del inframundo ¡felicidades podrías arrebatarnos tu y tus hermanos a Enio y a mi los títulos de dioses del derramamiento de sangre y carnicería—le dijo furioso.

Claus tuvo que contener su verdadera forma divina, aunque en el fondo sabía que tenía razón.

Ares miraba al dios llevarse a la diosa y en un momento extremadamente raro sintió compasión por Epimoní, el tampoco creía lo que hizo no era su estilo y los castigos y torturas eran brutales pero este último era demasiado.

Ares le tenía terror a las jarras y procuraba que los prisioneros de guerra fueran tratados con respeto pero lo que le hicieron a la diosa era indignante y hasta terrible. Epimoní y el nunca se llevaron bien pero lo que le ocurría lo enfurecía y los demás dioses igual.

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Percy sostenía el águila de la legión luchando contra una legión de fantasmas, Hazel y Frank mientras se enfrentaban al gigante Alcioneo, tenían que alejarlo de su territorio Alaska antes de que los matara.

Frank transformándose en gaviota y picotear sus ojos, el monstruo rugió de ira Hazel a lomos de Arion se movía tan veloz que era solo un borrón acuchillando en sus patas al gigante.

Finalmente Frank sobrevoló por encima de él y se transformo en una enorme ballena aplastando al gigante al mismo tiempo que el hijo de Poseidón acababa con el último de los espectros. Alcioneo intentó zafarse pero una lanza salida de la nada se clavó en su frente.

Miraron al gigante inconsciente.

—¿Como lo matamos?—Frank sabía que por muchas veces que lo intentaran no podrían.

—Hay que sacarlo de su territorio—Hazel miró las montañas y terreno inestable preocupada—Arion puede llevarlo pero incluso él por estos terrenos escarpados y acantilados es difícil—

Percy estaba pensando en algún modo.

—Tal vez tenga una sugerencia—

Se volvieron hacia la voz con las armas listas para ver a un señor de pelo y barbas blancas con las manos en alto.

—Tranquilos os aseguro que no tengo malas intenciones—

Estudiaron al hombre extrañado, parecía un local de allí con abrigo rojo y guantes gruesos además tenía unos curiosos y familiares ojos verdes a Percy le recordaba a Nereo pero más limpio y amistoso que él.

Además había algo en el que inspiraba confianza, sus ojos eran brillantes como si soliera sonreír y reír y un aura que te reconfortaba y alegraba como si fuera el abuelo entrañable y amoroso que no puedes esperar para ver.

—¿Quien eres?—

El hombre sacó su billetera y se lo entregó había un carnet de conducir.

NICOLAS BELLSPOL, ALASKA JUNEAU.

—Vivo en las afueras de la ciudad y cuando os vi ir hacia este glaciar me preocupé, muchos han ido aquí no han vuelto por ese monstruo—

Los tres semidioses lo miraron asombrados.

—Un momento ¿tu eres el que le lanzó esa lanza?—preguntó Hazel.

—Si no podía acercarme pues el gigante estaba avisado sobre mí y no podía hacer nada mientras no estuviera debilitado—se acercó al gigante y sacó la lanza mirando a Alcioneo el rostro amable de Nick se ensombreció—Tantos que murieron aquí por su culpa os doy las gracias por librar a estas tierras de él—

Se acercó a su trineo y para sorpresa de ellos no eran perros sino unos renos hermosos blancos y color crema, sus astas eran imponentes y las puntas parecían transparentes como si fueran de hielo.

—Yo y mis amigos os ayudaremos a llevar a Alcioneo a la frontera—

Así fue como por ayuda de Nick y sus renos consiguieron llevarse al gigante hasta la frontera donde pudieron acabar con él por fin.

El hombre ya se iba pero Percy lo detuvo.

—¿Quien es usted?—no podía ser Artemisa Alaska estaba más allá de los dioses.

El hombre le sonrió cálidamente reconfortando tanto a Percy como a los demás por primera vez en mucho tiempo.

—Un amigo vuestro y por cierto—en su carro había un montón de armas de oro imperial—las necesitaréis en el campamento Júpiter.

Todos miraron asombrados, nunca vieron tantas armas fueron a darle las gracias pero el hombre y su trineo habían desaparecido.

¡Hola feliz navidad! Ya podéis adivinar quién es este hombre y os doy una pista el y otro ser estarán muy relacionados con Epimoní y Claus.