Epi cada vez estaba peor.
Ya apenas distinguía lo que era real y lo que no vagaba por el mundo mortal con harapos y sus heridas los mortales la tomaban por una vagabunda.
Al menos era libre de sus torturas.
Pero era tarde, el daño estaba echo y se podía hacer poco por la estabilidad mental de Epimoní quien se tambaleaba, había perdido la cuenta de los años que pasaron desde la caída de Troya sus últimos vestigios de lucidez fue cuando se reunió por primera y última vez con Eneas y los supervivientes.
Le había dado una predicción y consejo como regalo de despedida.
Asiéntate aquí y tus descendientes fundarán el mayor imperio que el mundo jamás a visto y Grecia sentirá la retribución por Troya ellos serán los conquistados y su gloria sera enorme.
Con eso se fue con las despedidas de Eneas y los troyanos quienes en agradecimiento construyeron un altar a la diosa y un templo, pese a ser una diosa que cayó en desgracia en Grecia no solo para los dioses sino también para los mortales ellos se prometieron honrarla como merecía.
Los olímpicos junto con los trillizos destruyeron la reputación de Epimoní y ahora era una diosa renegada por los mortales destruyendo sus templos y santuarios quedando tan relegada como Hades.
Pero no todo fue malo tal como predijo Epimoní los descendientes de Eneas Rómulo y Remo fundaron Roma que con el tiempo se convertiría en un gran imperio y Epimoní aunque ya apenas estaba a la vista y los dioses no la habían visto desde lo de Troya oían de sus andanzas.
Aunque en Grecia su reputación fue destruida en el imperio romano se convirtió en una de las deidades más importantes y veneradas la diosa de los tornados oceánicos, la alegría, tesón, compañerismo y amistad Felixa.
En su forma romana Epi tenía cierto alivio y recuperaba algo de claridad en su mente los romanos la veían como una diosa sabia, un guía para ellos y fuerte.
Pero no era nada de eso aunque en su forma romana estaba algo mejor y gozaba del respeto y adoración de los romanos los siglos sufridos a manos de los olímpicos y en el Tártaro fueron demasiado para ella.
Lucio Mumio Acaico un renombrado político y militar romano (quien estaba además enamorado en secreto de la diosa) sabía lo que le sucedería y él junto con el resto del pueblo se sentían impotentes, pero era lo que las parcas decretaron.
—No estés triste Lucio aunque no esté Roma, su espíritu y costumbres perdurarán aunque el imperio desaparezca no lo hará nunca del todo su legado perdurará—
Felixa parpadeó una par de veces más se fue de allí no antes sin despedirse de Terminus el dios lo había creado ella, poco después de llegar Eneas ella lo talló de una losa de piedra algo que aprendió de Hefesto y Atenea y le insufló vida, Terminus maldijo a los griegos por lo que le hicieron pero Felixa lo calmó asegurándole que no se dejara llevar por el odio como hicieron ellos.
Luego bajo la forma de Epimoní paso un tiempo con sus hijos Nicolas y Krampus era algo que muy pocos sabían pero eran sus hijos y los de Claus pero el no tenía conocimiento sobre ellos.
Si hubiera sabido los habría alejado de ella y vuelto en su contra y ellos fueron su soporte.
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—¿Estás segura Epi?—preguntó dolorida la madre, no quería perder a su hija pero si esto era lo que quería que así fuera.
—Si madre es lo que quiero—podían suceder dos cosas que no funcionara y en cambio se desvaneciera o por el contrario si funcionara.
Cualquiera de la dos opciones era válida para ella.
Styx y Epi se abrazaron fuertemente, la diosa del rio soltando lágrimas oscuras no solía llorar pero ahora no podía contenerlas.
Epi tampoco pudo contenerse, se separaron y miró con seriedad a su madre.
—Despide a los demás por mí—
Styx asintió, Epi se alejó para aproximarse a un río brillante que parecía despedir una luz dorada de sus aguas, las almas se acercaban allí y se sumergían para tener otra oportunidad de renacer un nuevo comienzo.
Mientras en el Olimpo
Hacía mucho que no se sabía de Epimoní y las partidas de búsqueda fueron infructuosas, Claus en particular estaba ansioso y preocupado por lo que le había sucedido a pesar de todo una parte de él en el fondo seguía amando a Epi y había dicho la verdad sobre Troya.
En ese momento en la sala del trono aparecieron las tres Parcas junto a una Styx que parecía a punto de pulverizarlos se estremeció cuando la mirada de su suegra se posó en él.
Ya te atraparé mocoso.
Todos se apresuraron a arrodillarse ante las visitantes y Styx que era una deidad muy importante.
—¿A que debemos el honor señoras?—dijo Zeus.
—Anunciaros la muerte de un dios y el nacimiento de otro—
Eso conmocionó a los presentes no solía morir un dios pero a veces ocurría ¿pero quién sería? Claus sintió un agujero en el estómago al ver a Styx allí con odio y tristeza una emoción que nunca vio en su ex suegra y cuando ella lo miró algo lo confirmo.
—No...no por favor decidme que no es ella ¡NO POR FAVOR!—
Ahora desesperado Claus se planto de rodillas ante las tres diosas peo no recibió ninguna simpatía de ellas, Styx es más lo miraba con odio y desprecio.
Poseidón se adelanto pálido y sus ojos normalmente verdes como el mar tranquilo se veían grises como una tormenta tempestuosa a punto de desatarse.
—Styx por favor nuestra Epi...
la mirada triste y desolada de la diosa del río lo confirmó y Poseidón se agarró la cabeza y gritó, el grito más sonoro que había dado en su vida incluso más que cuando Amfitrite lo rechazó y huyo de él.
Los mares de todo el mundo se agitaron con el dolor del dios de los mares.
—Y hay algo más...—Styx miraba con puro odio en particular a tres dioses—Aquí hay alguien que quiere aclarar un asunto pendiente desde hace siglos—
No entendieron hasta que vieron una figura grácil y familiar que se apareció al lado de las cuatro diosas, su pelo rubio y piel de bronce era inconfundible y los trillizos se les saltaron las lágrimas y en shock por lo que estaban viendo.
—¿Madre?—
Leto la titánide estaba allí con una expresión devastada y decepcionada en dirección hacía los dioses que les sentó como un puñal incluso a la propia Hera pese a su animosidad sobre todo a Claus, Artemisa y Apolo.
