Capítulo / Día 18. Quimera.

Los dos sabían que lo indicado era hacer una comprobación de identidades.

Draco se preparó para hacerla, sin dejar de cantar bajito: "es mirarnos a los ojos… y sentir…"

Ninguno hizo preguntas ni levantó la varita al final.

Estaban fuera de la casa en la que ahora vivía ella, mirándose como si no hubieran pasado años con los ojos poco a poco más lagrimosos.

¿Qué más comprobación querían?

-Mi secreto… -Ginny miró hacia la puerta de su departamento supuestamente incontrable.

-Tu sabes que Luna no me la diría si dudara de mí.

Por toda comprobación, el temblor de sus voces.

-Aún así, solo veré la puerta y el interior si eres tú quien abre ¿no?

-No deberías estar aquí. Tu padre te rompió la nariz hace días y… -Ginny prácticamente balbuceaba a punto de llorar.

No era que no lo extrañara, es que nunca se perdonaría verlo herido de nuevo por su culpa.

-Ginevra, por favor—Draco también empezaba a sentir que sus ojos escocían.

Ella había dejado caer su bolsa de deportes y la escena empezaba a parecerse cada vez más a la noche en que ella lo echó de la casa de Hogsmade.

Draco apenas y podía creer que después de tantos años, ella aún viviera con ese miedo paralizante a Lucius Malfoy.

¿De verdad su familia lo había dejado estar?

Una vez que se separaron, los Weasleys, Potter… ¿lo dejaron estar sin más?

-Ginevra, por favor-volvió a decir poniendo sus manos en el rostro de ella para que lo mirara-. Por favor…

Sus manos estaban heladas, claro que Ginny quería entrar con él y ponerle una taza de café caliente entre ellas y que le contara sus proyectos y todo lo que llevaba añorando desde el día de su conferencia y temiendo a partes iguales porque esa misma noche la elfina de Narcisa le advirtió que no estaba tan fuera de peligro como creían.

-¡Vamos! –resolvió finalmente con todo el valor que las manos de Draco y la expresión de sus ojos le infundieron.

Draco vio entonces su puerta, se apresuró a recoger el bolso deportivo y entraron al departamento.

No hubo más ceremonia, promesas ni disculpas.

Si en la mañana todo volvía a ser una quimera y los perseguían y terminaban en el exilio los dos, tendrían ese momento.

Habían pasado años separados, pensando que eran capaces de olvidarse en la distancia, así como habían olvidado a otras personas en sus vidas.

Draco tenía todo un discurso, un plan por pasos. Se lo explicaría y la convencería poco a poco, volverían a conocerse, recuperarían el tiempo… o quizá, tal como Ginny había escrito en la primera navidad en que se separaron: quizá su amor era tan sencillo como mirarse a los ojos y saber.

Ginny siempre había pensado que resistiría más.

Cuando empezó a jugar profesional, a construir su propia vida, a conocer nuevas personas y ciudades y paisajes… pensó que eventualmente todo eso lo desterraría definitivamente de su mente, que podría mirarlo con la serenidad que miraba a Harry, como a un viejo amigo, como a alguien querido pero cuya presencia ya no enciende el alma.

De pie en la pequeña estancia, fundidos en un abrazo, los dos comenzaban apenas a asimilar las dimensiones del amor que se tenían y que hacía innecesario todo lo demás.