Aquella zona del cementerio se hallaba exageradamente poblada de árboles, lo que lograba un efecto un poco contradictorio si se tenía en cuenta que allí nadie necesitaba esa cantidad de oxígeno; aunque, tal vez, si hacía uso de su poco sentimentalismo, tenía que admitir que por allí debía haber algún lindo significado que él no lograba pillar del todo. Otro punto a favor, quizás, era la libertad conque los rayos del sol del atardecer se colaban entre las ramas de dichos árboles, dándole un cálido y bello aspecto crepuscular al lugar.

Sintiendo como el corazón se le hacía chiquito a medida se acercaba más a su destino, Levi hizo acopio de toda la fuerza de voluntad que lo embargaba para que sus piernas no dejaran de moverse. No era momento de tirar el valor que había reunido por la borda; ella no se merecía eso.

Después de dos largos y depresivos meses, Levi por fin se había decidido a visitar la tumba de su esposa, la cual apreció por última vez en el entierro. Había elegido aquel horario tan tardío con la esperanza de que no hubieran demasiadas personas; o ninguna, si había suerte. Tenía planeado alargar aquella visita hasta entrada la noche. Por ahora, solo había visto a dos o tres personas en los alrededores, bastante lejanas de adonde él se dirigía.

No obstante, toda esperanza de privacidad se desvaneció cuando sus ojos captaron otra presencia en el lugar.

Un chico sin mascarilla, ligeramente desaliñado, se hallaba sentado en una tumba mientras abrazaba sus piernas, en la fila del frente a la de su compañera. Su ceño se frunció de inmediato y toda la angustia que sentía fue sustituida por frustración. En verdad esperaba poder estar solo, tch.

Aun así, se abstuvo de dar vuelta atrás y siguió su camino, abriéndose paso entre las sepulturas.

El chiquillo pareció darse cuenta de que otra persona había llegado al lugar y levantó la vista, fijándola en él con interés. Por puro acto reflejo, Levi hizo lo mismo y le observó, percatándose que este no aparentaba tristeza ni nostalgia, como la mayoría de las personas que iban al cementerio; en cambio, cuando notó que le estaba sosteniendo la mirada, su expresión curiosa cambió a una de total asombro que él no logró comprender. Decidió obviarlo y continuar con su objetivo.

Al llegar a la tumba de su esposa, la sensación de que su corazón se encogía volvió a atacarlo de manera brutal. Sus ojos comenzaron a escocerle, pero no formaron ni una sola lágrima; se le habían gastado todas hacía muchos años.

Tras estrujar con fuerza el ramo de flores que había mantenido en su mano derecha, Levi se agachó en el suelo y dejó este sobre la superficie de piedra. Se llevó las manos a los elásticos de su mascarilla y, cuando su rostro quedó libre, tomó una profunda bocanada de aire.

«Hange Zoe».

«Cuando ella sonríe, todos tiemblan».

Junto a una estrella se grababa su fecha de nacimiento, y junto a una cruz, la de su fallecimiento.

Antes de comenzar a decir todo lo que quería, Levi giró su cuello en dirección del chiquillo para asegurarse de que no le prestaba atención.

Sí se la prestaba. Sin embargo, en cuanto este se dio cuenta de que lo había pescado mirándolo, de inmediato se puso de pie y le dio la espalda. Él arrugó la nariz y tomó la oportunidad para leer el epitafio de aquella tumba; curiosidad momentánea.

«Eren Jaeger. Tu familia siempre te tendrá en el corazón. 30-3-2004 a 3-4-2021».

Oh. Cualquiera que fuese la persona que estaba enterrada allí, llevaba menos de medio año muerta. La herida debía de seguir abierta.

.

.

.