Ante la entrada de la noche y la ausencia del calor, la cubierta de su tumba debía de encontrarse helada; pero eso era algo que él no podía saber con exactitud. Así como tampoco podía saber si estaba caliente cuando el sol le daba por completo. Aunque si lo pensaba bien, aquel hecho era una ventaja que le permitía sentarse en ella sin importar su estado; o acostarse, tal y como ahora. Era dura y muy incómoda, eso sí podía notarlo; no obstante, a pesar de eso, cada noche él se recostaba con total libertad para admirar el firmamento.
Una estrella, dos estrellas, tres estrellas. Diez estrellas, cien estrellas. Aquel era su mayor entretenimiento durante las noches; siempre y cuando no estuviera nublado, claro. No sentía el frío, no sentía el calor; no podía saber si ese verano estaba o no más caluroso que el anterior y casi había olvidado lo que era tener hambre o sueño. A veces quería llorar, pero tampoco le salían lágrimas; solo le surgía un angustiante sentimiento de frustración y agonía que cada vez se le hacía más grande y doloroso. Ni siquiera el pensamiento de «ojalá estar muerto» servía en este caso. En una ocasión, había probado clavarse un trozo de rama en el pecho; sin embargo, aparte de sentir cero dolor, fue como clavarla en un globo hinchado que no se reventaba por más que presionabas.
Por suerte, y para el bien de su salud mental, las últimas horas su cabeza había alejado cualquiera de esos pensamientos y, en cambio, se había mantenido ocupada con la visita de aquel hombre que tanto alboroto interno le había causado.
¿Lo había visto, verdad? Eren casi que tenía la certeza de ello, de que aquel hombre lo había visto. ¿Cómo era posible? No lo sabía, pero tenía el perfecto recuerdo de su llegada y de cómo se le quedó mirando. Lo mismo cuando se agachó a dejar las flores.
Los ojos de Eren viajaron desde el cielo estrellado hasta la tumba en la que había permanecido aquel tipo durante un buen rato, posándose en esta. Hange Zoe; ¿quién sería? ¿Su madre, su mujer, su hermana? ¿Su hija, su mejor amiga? No tenía idea, pero si mal no recordaba, la habían enterrado hacía solo un par de meses; él ya estaba allí cuando eso. Le habían hecho algunas visitas a lo largo de ese tiempo, pero de lo que sí no se acordaba era de haber visto a ese hombre antes; o al menos después del entierro. Había que tener muy buena memoria para recordar a todas las personas que asistieron a este.
¿En verdad ese hombre lo había visto? No quería ilusionarse para nada.
Una estrella, dos estrellas, tres estrellas. Diez estrellas, cien estrellas. Mil estrellas.
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