—Oye Levi, me mata la curiosidad.
—¿Qué pasa?
—¿Qué hiciste en todo este tiempo?
Levi se volteó a verlo inquisitivamente, alzando las cejas, y le preguntó:
—¿A qué te refieres?
Erick encogió los hombros.
—Dijiste que habías evitado a tus amigos, así que pregunto... Si es que puedo saber, claro—murmuró este. Sus manos se hallaban entrelazadas, con los índices jugueteando entre ellos en señal de inseguridad.
Ah.
Entendiendo entonces lo que el chico había querido decir, Levi suspiró y se permitió hundirse en sus pensamientos por un instante. Los diferentes flashbacks de aquellas semanas en las que había convivido como un verdadero antisocial llegaron a su cabeza uno tras otro, recordándole con ello cómo la desolación y la tristeza parecían haber hecho un pacto para no abandonarlo ni un solo segundo.
Aunque no se le notara, tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para que estas no volvieran a invadirlo en aquellos momentos.
—Estuve en casa —le respondió a Erick en cuanto se sintió recompuesto, volviendo a posar la mirada sobre este—. Solo estuve en casa, saliendo únicamente a comprar comida. Me la pasaba limpiando, o viendo las películas que le gustaban a ella... Hasta que me di cuenta de que eso me estaba poniendo peor. Tardé un poco en abandonar el masoquismo y centrar mi atención en otra cosa, así que para evitar pensar, me metía de lleno con libros y películas de ciencia ficción y suspense. Nada que tuviera que ver con amor o muerte. —Levi hizo una pausa y tomó aire—. Cuando ví que faltaba aproximadamente un mes para su cumpleaños, me dije que tenía que salir del aislamiento de una vez por todas e ir a verla al menos.
Quizá para alegrar el ambiente, Erick soltó una risita que él no se había esperado para nada, por lo que su expresión de sorpresa no pasó desapercibida.
—Entonces, ¿te la pasabas limpiando? Creí que las personas deprimidas hacían todo lo contrario, en plan síndrome de Diógenes —dijo el chico, exponiendo el motivo de su diversión al tiempo que le sonreía.
Sorprendentemente, aquel comentario le causó a Levi un poco de gracia, ayudando a que sus emociones tristes desaparecieran como por arte de magia.
—No, por Dios —gruñó él, formando una mueca de repulsión—. Que asco. En mi casa no puede haber ni una taza sucia o una camiseta en una silla, me vuelvo loco.
Erick se carcajeó con verdaderas ganas, revelando todos y cada uno de sus dientes perfectamente blancos, con el pequeño defecto de que uno de sus incisivos superiores estaba montado sobre otro.
Sin poder controlarlo, Levi también se contagió de su risa y dejó escapar un ligero asomo de sonrisa; uno perfectamente visible al tener la mascarilla en la mano.
—Oh, nunca te había visto sonreír así.
El repentino comentario del otro, que no había cambiado su expresión, lo avergonzó un poco; sin embargo, supo disimularlo para responderle con fingida simpleza:
—No suelo sonreír mucho. Y no porque esté viudo, realmente no sonrío mucho.
—Owww. —Erick formó un pucherito—. Entonces, volviendo a lo de antes, ¿eres algún tipo de obsesivo compulsivo con las cosas de la limpieza?
—Se llama Trastorno Obsesivo Compulsivo, mocoso.
El perro callejero con traje de muerto, que al parecer había tomado el tema como una broma de una tonta manía, de inmediato cortó la risa, formando una línea recta con sus labios.
—Ah... —murmuró. Levi estuvo muy tentado a reírse—. Bueno, otra pregunta.
—¿Ahora qué?
—¿No trabajabas? —inquirió Erick, visiblemente curioso—. ¿Vivías a base de ahorros, o tu madre te enviaba dinero o algo?
Dos golpes bajos, bajísimos; tanto, que las emociones tristes volvieron a Levi como si nunca se hubiesen ido. Él se vio obligado a suspirar y, una vez más, se preguntó por qué no le incomodaba decirle aquella clase de cosas tan personales a un casi desconocido. Porque sí, ahora había evolucionado a «casi»; aunque muy en el fondo una pequeña y apenas audible vocesilla le dijese que consideraba a Erick como mucho más. Como alguien especial.
—Mi madre está muerta, al igual que la poca parte de mi familia que conocí —le respondió, ganándose una mirada de asombro por parte de este. Sin pensarlo demasiado, y a sabiendas de que el otro lo estaba escuchando, comenzó a contar—. Cuando finalmente me quedé sin nadie estaba en secundaria, y los padres de Hange, que por aquel entonces era mi mejor amiga, me acogieron en su casa. Realmente no fuimos ese tipo de pareja que se casan cuando llevan cinco años de relación, ya que mi forma de declararme fue proponiéndole matrimonio en la graduación de la universidad. —Al recordar los gritos y los aplausos de sus amigos cuando Hange lo lanzó al suelo en una clara aceptación, los ojos de Levi estuvieron a punto de llenarse de lágrimas; no obstante, tal y como dos meses atrás, fueron incapaces de llevarlo a cabo.
»Poco después de la boda, Hange convenció a sus padres de pedir un crédito para comprar un local y abrir una tetería; aunque realmente terminó siendo una cafetería, ya que ella se empeñó en vender también café y batidos y bueno, a eso no se le podía llamar tetería. En cuanto al crédito, les prometimos a sus padres que solo sería pedirlo, ya que el banco no les concedería nada a un par de recién graduados, y que le devolveríamos cada euro. Por supuesto, dado que el negocio no tardó demasiado en ir bien, eso hicimos; supongo que tuvimos mucha suerte.
—Una pequeña duda —le interrumpió Erick, quien llevaba varios minutos sin decir palabras alguna—. ¿Qué estudiaste? Bueno, y Hange.
—Yo Filología —respondió Levi—. Hange estudió Psicología. Aunque nunca llegó a ponerlo en práctica, más que lo que ordenaba la universidad.
—¿Y tú?
—Yo trabajé un tiempo de becario en una editorial.
—Vaya, creo que eso es genial. —Erick sonrió—. Realmente es una historia bonita la de ustedes.
—Sí... supongo. Aunque con un final de mierda. —Él suspiró.
Tras sus palabras, el chico endureció la mirada y frunció el ceño. Los cambios de humor de este nunca habían ido más allá de un par de sonrisas o inseguridad, por lo que Levi se sintió algo descolocado.
—No digas eso —lo reprendió Erick—. Tal vez haya sido el final para ella, sí, pero aun no lo es para ti. ¡Estás vivo! —exclamó de repente, provocándole un ligero sobresalto—. Debes tomar provecho de eso. ¿Qué sucedió con la cafetería?
—La cerré —confesó él, llevando la mirada hasta el suelo—. Tengo ahorros y gasto poco, así que no me ha supuesto un problema aun.
—Y... ¿no crees que dejarla cerrada sería estancarse? —Ante la pregunta, Levi alzó inquisitivamente las cejas, observándolo con verdadero interés—. Es decir, suena como si no quisieras trabajar allí porque ella ya no está, pero... a mí me parecería una bonita forma de mantener vivo su recuerdo. —Erick esbozó una dulce sonrisa y, por un momento, él pensó que aquel mocoso también lo era. Meditó seriamente sus palabras—. Cuando mi... hermano, eh, murió —siguió este—, yo también dejé de hacer algunas cosas que compartía con él; no quería ver flores ni quería bailar, porque me recordaban a él y, bueno, dolía. Sin embargo —Tomando una pausa, el chico desprendió los primeros botones de la camisa del traje de muerto y se la abrió hasta dejar su pecho al descubierto, dejando ver un bonito tatuaje de dos tulipanes—, alguien me enseñó que eso no estaba bien y que había que mantener el recuerdo de los fallecidos, y entonces decidí hacerme este tatuaje. Aunque no lo creas, me ayudó a superarlo todo.
Sin decir palabra alguna, Levi se permitió mirar el tatuaje desde más de cerca y se puso de pie para caminar hasta Erick, quien permanecía sentado en la cubierta de la tumba de su hermano. Al llegar frente a este, se agachó y admiró los tulipanes a la menor distancia posible. Ambas flores, una amarilla y otra roja, se ubicaban a la altura del corazón, entrelazadas a través de los verdes tallos. Estos últimos se hallaban delicadamente decorados con algunas hojitas.
—Es muy bonito —habló él pasados unos segundos. Luego, fijando la vista en el rostro del chico, añadió—: Y queda muy bien con tu tono de piel.
A diferencia de la suya, que fácilmente podía ser comparada con el tofu, la piel de Erick era un par de tonos más bronceada; como acaramelada. Sin embargo, ese no fue impedimento alguno para que el rubor en sus mejillas fuese completamente visible para Levi. Estaban separados por menos de cincuenta centímetros.
—Ah... Esto... —Erick balbuceó, con el sonrojo todavía presente su rostro—. Muchas gracias. Me lo hice el día de su cumpleaños... O sea, nuestro cumpleaños —dijo cuando pareció regular su voz. En cuanto logró sonreír, inquirió—: Dices que casi es su cumpleaños, ¿no? El de Hange.
Él lo miró.
—Sí —asintió—. El 9 de septiembre. ¿Por?
—No crees que abrir la cafetería sería... ¿un buen regalo para ella? Yo digo.
Aquella propuesta realmente sorprendió a Levi, porque el mocoso no estaba diciendo ninguna tontería; al contrario, era una idea excelente.
—Mmm... Puede que lo sea —dijo después de haberse hundido momentáneamente en sus pensamientos.
Erick le sonrió una vez más, y una vez más, él pensó que era un mocoso tan dulce como su sonrisa.
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