Allí estaba, otra vez más, colocando un hermoso y enorme ramo de flores frescas y variadas en sustitución de las antiguas, que ya se habían marchitado. Eren lo observó con atención desde su lugar y esbozó una sonrisa: llevaba casi la misma ropa de los días anteriores, y al parecer ya había lavado aquel pañuelo que tanto amaba, porque lo lucía con una completa pulcritud alrededor del cuello de la camisa. Desde hacía algún tiempo se lo había comenzado a imaginar abriendo el armario en las mañanas, dejando ver un montón de perchas con camisas y pantalones completamente idénticos.

—Ese ramo es muy bonito —le dijo sin que la bobalicona sonrisa abandonara su cara—. La naranja, esa que parece un girasol en miniatura, es una gerbera. ¿No?

Levi, quien se había acuclillado frente a la tumba de su difunta esposa —como cada día que llevaba flores—, se puso de pie al oírlo; él había empezado a considerar aquello una especie de ritual casi diario, puesto que desde que le había comentado el riesgo de dejar aquella tumba como un puesto de flores, estas habían disminuido. La mirada del hombre, que anteriormente siempre había lucido como la de un asesino serial cuando pasaba demasiado tiempo sin matar, ahora era menos dura y reflejaba cierta amabilidad. Eren sentía que su corazón, inmóvil y sin utilidad como estaba, podía despertar y agitarse cada vez que aquella mirada se posaba en él.

—Es una gerbera, sí —contestó Levi girándose a verlo—. ¿Cómo sabes?

—Mi mamá tenía una floristería —dijo Eren con simpleza, a pesar de que una pequeña ola de melancolía lo hubiese invadido de repente.

Gracias al cielo, Levi no comentó ni preguntó nada al respecto, limitándose solo a murmurar un escueto «ah».

—Las gerberas naranjas significan euforia, carcajadas y risas —explicó pasados unos segundos, dirigiéndole una corta mirada a las flores.

Al escucharlo, Eren, que se había quedado observando el césped bajo sus pies, levantó la vista y la mantuvo en este.

—Oh... Ese es un significado muy encantador. —Sus propios labios dibujaron otra sonrisa—. Teniendo el epitafio y eso en cuenta, se podría decir que Hange era una mujer muy alegre, ¿no?

En respuesta a su pregunta, el otro resopló; casi como una risa. Él levantó las cejas con confusión, algo sorprendido.

—Más que alegre, estaba loca. Loca de remate —le dijo Levi mientras rodaba los ojos, aunque Eren pudo ver cómo sus comisuras se curvaban—. Era un Sol, y los demás no teníamos capa de Ozono con qué protegernos.

Ahorrándose decir que había sido una tierna comparación, él soltó una risita. Como se estaba volviendo costumbre, Levi pareció no poder evitar contagiarse.

Eren había decidido que amaba su risa; corta y poco común como era, la veía hermosa.

—Por cierto —retomó el hombre la palabra—, ¿nunca le traes flores a tu hermano?

Con esa pregunta, la sonrisa de Eren se esfumó con la misma rapidez con la que había llegado.

Oh, mierda, ¿qué debía responder a eso? Date prisa, Eren; piensa en algo, se dijo.

Levi inclinó la cabeza en un gesto inquisidor.

—Ammm... Bueno, si dejo las flores aquí, se marchitarían, y a mi hermano le gustaba siempre tenerlas en una maceta o un jarrón con agua.

Las palabras les salieron con más facilidad de la que creyó, aunque seguramente se debía a que aquello no era del todo mentira. La única diferencia era que él no tenía ningún hermano mellizo.

Levi se encogió de hombros.

—Podrías dejarle una maceta —propuso, y Eren no pudo evitar reírse un poco.

—Lo pensaré. Encontraré una linda maceta para sembrarle flores y dejárselas aquí.

Un pesado suspiro quedó atascado en su garganta. Dolía, decir aquello dolía.

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