Eren miró las estrellas del cielo y se preguntó cuántas tendría que contar en la espera de Levi; se encontraba realmente ansioso por su llegada. Levi le había prometido que vendría antes de las doce para el cumpleaños de su esposa, y tener la oportunidad de estar a su lado en un momento tan importante realmente significaba mucho para él.
¿Qué flores llevaría esta vez? ¿Un ramo gigante, o algo más pequeño pero significativo? Levi era impredecible la mayoría de las ocasiones, pero si algo había podido notar Eren las últimas semanas era que, tras esa máscara de indiferencia, este escondía un gran sentimentalismo. Tal vez esa era una de las razones por las que le gustaba.
Momento. ¿Le gustaba?, reflexionó Eren, impactado. En verdad no podía creer que aquel pensamiento hubiese pasado por su cabeza. ¡Prácticamente acababa de confesarse a sí mismo que un hombre, de casi veintisiete —oficialmente le sacaría diez años en Navidad—, le atraía de manera romántica! Dios, algo debía estar mal con él.
No tuvo demasiado tiempo para meditarlo, dado que comenzaron a escucharse pasos a la distancia. Por un momento, Eren pensó que se trataba de Levi, pero cuando el ruido se hizo más cercano, evidenciando los pasos de más de una persona, terminó descartando la idea. Seguramente era alguna familia de visita; a menudo iban varias por ahí.
No obstante, al notar que los pasos de la supuesta familia se acercaban cada vez más a la zona donde él se encontraba, el terror lo invadió. Terror que acabó acrecentándose cuando la luz de las farolas finalmente iluminó a los recién llegados y su mayor temor se hizo realidad: era Levi, y venía acompañado.
Sin saber qué hacer, se levantó de su tumba de sopetón al tiempo que se daba cuenta, tarde, de que aquello era justo lo que no tenía que haber hecho. Maldición, con haberse ocultado en la oscuridad habría bastado.
—Buenas noches, Erick —lo saludó Levi al llegar.
Tal vez en otro momento, Eren se hubiese fijado en su atuendo y en lo guapo que se veía, pero en ese se encontraba incapaz de procesar nada.
—Bu-Buenas noches... —musitó él en respuesta.
Quería vomitar. Detrás de Levi, habían unas cinco personas circundantes a la edad de este junto a una pareja mayor. Los padres de Hange, pensó.
Una muchacha de grandes ojos verdes, casi como los suyos, y el largo cabello teñido de un intenso rojo se acercó a Levi.
—¿Con quién hablas, hermano? —inquirió esta, apoyándole una mano en el hombro y mirando en su misma dirección.
—¿Cómo que con quién hablo, estás ciega? Con-
—¡No, Levi! ¡Cállate!
Ante la exclamación de Eren, Levi arrugó el entrecejo y lo miró sin entender. Un poco ansioso, infinitamente asustado, él solo pudo temblar; por fin había llegado aquella ocasión. Por fin la única persona que le había hecho sentir que todavía estaba vivo sabría la verdad.
—No me hables, haz como si no estuviera —continuó con desesperación. Nuevamente, quería vomitar—. Yo... estoy muerto, soy un fantasma. Y solo tú puedes verme.
Listo. Lo había dicho. Estaba hecho.
Levi lo observó con desconcierto por una breve fracción de segundos; sin embargo, aquella expresión acabó convirtiéndose con rapidez en una de total incredulidad, la cual no pasó desapercibida por ninguno de sus acompañantes. Evidentemente preocupados, estos se apelotonaron a su alrededor, comenzando a cuestionar su estado.
—Hermano, ¿te encuentras bien? —volvió a preguntar la chica pelirroja.
Este finalmente reaccionó, parpadeando repetidas veces. Eren admiró fascinado cómo había pasado de estar en trance, como quien reflexiona los últimos detalles de un crimen que no había podido ser resuelto y de repente todo empezase a cuadrar, a actuar como si nada. La máscara de indiferencia había sido recolocada.
—Estoy bien —contestó Levi, poker face ON, mientras realizaba un ademán—. No pasa nada, estoy bien.
Inmediatamente después, una ola de alivio invadió a Eren. Se había hallado aterrorizado ante la idea de que su querido amigo —y casi reconocido interés romántico— hubiese sido tomado como un chiflado por los otros. Había imaginado todo el escenario en su cabeza:
«¿Cómo que aquí no hay nadie?», habría exclamado Levi en cuanto le hubieran explicado la situación desde un punto de vista normal. «Está ahí, justo ahí; ¿no lo ven?».
También imaginó los posibles y horribles comentarios acerca de su estado mental; pero, por suerte, no resultó así. En cambio, Eren había hecho lo correcto y ahora Levi simplemente estaba dejando un lirio de agua en la tumba de Hange, junto a los demás. Todos habían llevado uno.
Quizás en otras circunstancias, como mismo se habría fijado en lo muy guapo que estaba este, también habría reflexionado el detalle. En lugar de ello, un nuevo temor lo atacó:
¿Cómo serían las cosas entre él y Levi de ahora en adelante?
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