Allí estaba, por fin, frente a una moderna casa de dos pisos construida en un barrio de clase media-alta, con el corazón ligeramente agitado a causa de los nervios pero los puños cerrados en señal de decisión. Había ido justo cuando Eren le dijo: el sábado al mediodía. El padre del mocoso y la esposa del mismo estarían en sus respectivos trabajos mientras que el hermano ya tendría que haber regresado del entrenamiento de béisbol. A pesar de todo, aquella acción representaba una serie de riesgos; nadie podía saber si las cosas habían cambiado en los cinco meses que Eren llevaba muerto.
Armándose de valor, Levi se decidió por dar un paso adelante y llamó al timbre. Esperó uno, dos, tres, diez segundos; cambió su peso a la pierna izquierda y se sacó las manos de los bolsillos. Al cabo de cierto tiempo, comenzó a recordar aquella última conversación que había mantenido con Eren.
—Sabes que si esto sale bien, y no erramos en el hecho de que la razón por la que eres un fantasma es tu asesinato disfrazado como un estúpido accidente, posiblemente desaparezcas, ¿verdad, mocoso? —le había dicho él. Necesitaba estar seguro de qué tan consciente de su situación era el chico, a pesar de que ni siquiera estaba probado que la lógica que estaban asumiendo lo fuese—. ¿Es eso lo que quieres?
Eren pareció pensarlo un momento, pero terminó asintiendo.
—Lo sé. De todas formas, ¿qué otra opción tengo? ¿Quedarme aquí durante toda una eternidad, esperando un milagro? Esto es insoportable, Levi, y tú no puedes pasarte la vida entera viniendo a hacerme compañía al cementerio. —Leyendo sus intenciones, añadió—: Y no te atrevas a decirme lo contrario.
Levi obedeció.
Él había estado completamente de acuerdo; no podía siquiera imaginar lo insoportable que era permanecer todo el tiempo en el mismo lugar, sin poder hacer nada más que mirar pasar a las personas que asistían diariamente al cementerio. Aunque Levi se las arreglase para ir a verlo a diario, seguiría siendo una situación indeseable. ¿Qué sería de Eren? ¿Se la pasaría eternamente esperándolo?
Era irónica, su conexión con la muerte era irónica, pensó Levi. Irónica al punto de que no había hecho más que perder personas importantes a lo largo de su vida y ahora comenzaba a tener sentimientos hacia una persona muerta. Una persona que no iba a perder, porque en teoría nunca la había tenido, ya que había dejado de existir.
Su corazón se retorció de dolor.
Justo en ese momento, deteniendo sus dolorosos pensamientos, la puerta fue abierta por un joven bastante más alto y corpulento que él —y que Eren—, de barba y melena rubias y ojos grises tras un par de lentes bifocales. Una fina capa de sudor le cubría el cuerpo y parte del uniforme de béisbol.
Sin dudas ese era Zeke.
—... ¿Sí? —inquirió el joven, que lo observaba confuso.
Levi paró de examinarlo de inmediato y, sin bajarse la mascarilla, le respondió.
—Hola, buenas tardes. ¿Zeke? —Este asintió, sin abandonar su expresión—. Verás... Mi nombre es Levi, Levi Ackerman. Vengo a hablarte de tu hermano.
Zeke no hizo ningún tipo de esfuerzo por disimular la sorpresa que le causaron sus palabras.
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