Capítulo 49
Rosa cabalgaba todo lo rápido que podía en la negrura de la noche, recordando toda la información que Sofonisba había contado apresuradamente, y como ella pensaba, llena de temores, amenazaba con ser totalmente reales.
La veneciana se concentró en el camino para tomar las sendas correctas, recordando los datos que los florentinos habían dicho en su última carta acerca del plan de batalla. El grupo que iba a ir a por Mendoza debía haber elegido el lugar por el que ella transitaba, mientras el grueso se dirigía al campo de Marte en Roma. Sólo rezaba porque no hubieran salido demasiado adelantados, o no podría encontrarlos a tiempo.
Tras aquella interminable hora, comenzó al fin a escuchar sonidos de caballos, los cuales hacían eco en la lejanía de aquel camino secundario boscoso.
El galope del animal se convirtió en trote cuando el sonido se hacía más cercano, intentando que los demás no se asustaran ante su proximidad, puesto que la morena iba sin luz alguna. Con suerte sus compañeros portaban antorchas, y pronto vislumbró luz entre los árboles. Un pequeño grupo se manifestó en la negrura, al cual reconoció.
Nuray, Alba, Claudia y tres hombres jóvenes a los que no conocía, se tensaron ante su visión, sacando con discreción sus cuchillos. Rosa alzó la voz, acelerando el paso del caballo a la par.
-¡Soy Rosa, tranquilos! Menos mal que os encuentro. -Agregó al llegar a la altura del grupo, deteniendo su caballo frente a todos.
-¿Qué ha pasado? -Se apresuró Nuray a preguntar, sabiendo, como todos, que aquel cambio de planes era mal asunto. Rosa respondió apresuradamente.
-Los chinos van a traicionarnos, no sabemos cómo realmente, pero van a hacerlo. Creemos que han mandado avisar a Mendoza del plan, así que vengo a interceptaros y que cambiemos el rumbo, puesto que debe haber sido ya advertido, y estará huyendo. Mataron a Mario, el aprendiz de Sofonisba, y a una de las suyas. También sabemos que sobornaron a uno de los campesinos del pueblo para llevar una nota al jefe de la guardia vaticana.
En cuanto guardó silencio el murmullo de las maldiciones se levantó, hasta que Claudia alzó la voz con enfado, pensando en que su oportunidad de hacer justicia se esfumara.
-Hay que ir hacia sur. Si sabe que vamos por el norte no tiene muchas elecciones para huir apresuradamente.
-Puede también que se dirija a Ostia y tome un barco. Le queda en muy buena posición. -Agregó uno de los asesinos, haciendo que, rauda, la veneciana volviera a hablar.
-Zorro ha sido avisado. Él se encargará de seguir a Mendoza con sus hombres para que no escape, pero de momento debemos seguir la ruta a Roma y enterarnos de qué pasa. Igualmente tenemos que ir hacia allí.
-Sí, es cierto. Venga, no perdamos más tiempo.
A las palabras de Nuray, todos azuzaron sus caballos para cabalgar con la misma dirección. Poco después, la turca se puso en paralelo con Rosa, alzando la voz para que la escuchara.
-¿Qué plan está siguiendo Sofonisba? ¿Quién sabe lo que acabas de contarnos?
-Sólo los hombres de más confianza. No quería levantar sospechas y que los chinos supieran que ya estábamos al tanto, podría ser más peligroso. Pretende vigilarlos para poder parar lo que sea qué planeen. Confía en ella, sabrá actuar ante la adversidad que venga; es muy audaz.
Nuray no pudo más que apretar los labios, obligándose a pensar aquello y alejar el miedo que surgía ante las turbulencias. Si había un momento en el que necesitaban tener fe, era aquel.
Los sonidos se sucedían en todas las estancias de la casa, y muy pronto también fuera del palacete, lo que llevó a Sofonisba a contemplar por la ventana del cuarto la llegada de los asesinos que se alojaban en otros hogares de la aldea.
La castaña se alejó del cristal y el lento amanecer que ser dibujaba en el horizonte, saliendo del dormitorio mientras su cabeza iba a toda velocidad, acompasándose con el órgano dentro de su pecho ante lo que estaba por venir.
El gran vestíbulo del palacio del marqués estaba lleno de sus asesinos, y de los extranjeros venidos de oriente. Los dos grupos no estaban mezclados, pero aguardaban igualmente, casi en silencio, a la llegada de la mujer para partir hacia Roma.
Sofonisba cruzó la mirada con sus más leales, aquellos quienes sabían la verdad de todo lo acontecido, y habían informado al resto para prepararse. Encontró en sus ojos la misma tensión que ella misma sentía y debía trasmitir. No obstante, allí estaban, preparados y listos para lo que estuviera por venir; el objetivo era mucho mayor que ellos y sus vidas, pues si no se llegaba al final de la misión, no podrían vivirlas en paz nunca.
-¿Dónde está Rosa? -Preguntó el líder del grupo asiático, haciendo que el silencio se instalara de forma total. Sofonisba no se molestó en tratar de disimular como él, y utilizó un tono frío y áspero.
-Puede que obtengas tu respuesta tras decirme dónde está Gao, y Mario, mi hombre. Aquí acaba vuestra mentira, Chen. Aquí acaba todo.
Ante las palabras serias de la mujer, está pasó a desenvainar su espada, haciendo que de inmediato, todos los genoveses y venecianos la imitaran. Los chinos no se quedaron atrás, guiados por el grito de intervención de su líder, pasando a replicar la acción del adversario. El silencio, entones, fue disuelto en un instante, ahogado por el choque de espadas y gritos de la pelea.
El galope de los caballos empezó a verse mezclado con el de la batalla que se libraba en el campo de Marte, a las afueras de la urbe romana. No obstante, en cuanto la distancia se lo permitió, Ezio supo que algo no iba bien.
En el lugar luchaban los hombres de zorro, y el grupo de asesinos valencianos, pero ni rastro de los genoveses y venecianos. Aquella imagen hizo que se apesarara a buscar entre la masa combatiente a líder de los ladrones, llamándolo mientras cabalgaba hacia él.
-¡Zorro! ¿¡Qué está pasado?! -Gritó tras haber disparado a un enemigo de su aliado, quien ya libre, pudo mirarle al hablar.
-¡Nos han traicionado! ¡Han tenido que ir tras Mendoza, intenta escapar rumbo a Ostia!
El hombre tuvo que volver a luchar contra los enemigos templarios, dando la espalda a Ezio. No obstante, el florentino no necesitaba más para entender todo, aclarando en su cabeza las dudas que había estado teniendo por una temporada.
Enseguida pasó la vista rápidamente por el campo de batalla, y como esperaba, Yan-Sen había desaparecido del lugar. Todos se habían dispersados como se había establecido, pero ya se encontraban luchando en la explanada soleada, y él no estaba. Lleno de rabia, el italiano azuzó su caballo, acercándose al de Maquiavelo para que le escuchara gritar.
-¡Yan-Sen es un traidor, avisó a Mendoza de nuestro plan! ¡Voy en busca del otro grupo para detener a Mendoza!
-¡Me encargaré de todo aquí, y de ese bastardo engreído si lo viéramos!
Acto seguido de la repuesta, el caballo de Ezio corrió de nuevo, guiado por el camino que se alejaba de la ciudad camino al oeste. Pronto empezó a perder los sonidos de la lucha, esquivando transeúntes y carros focalizado en la rabia que bullía dentro de él, pero se percató de que otro raudo galopar lo seguía.
Antes de poder girarse y saber qué ocurría, el sonido de un disparo se alzó, seguido del ajetreo de las gentes temerosas, corriendo lejos del lugar.
El tiro había herrado, y el asesino lo supo cuando el herido fue su caballo, y el cayó al suelo cuando se detuvo en seco, observando poco después el avancé frenético de Yan-Sen hacia él.
El asiático, rápidamente descabalgó, aprovechando el dolor de Ezio de la caída para ir contra él y aprovechar aquella ventaja.
Sacando un gran puñal, Yan-Sen apoyó su rodilla en el pecho del hombre, intentando apuñalarlo. Le sorprendió que el italiano pudiera hacer tal fuerza para contener su ataque, sujetando sus manos para alejar la hoja de su cuello.
-¡¿Qué pretendes conseguir con todo esto!? -Murmuró Ezio entre quejidos, logrando esquivar al hombre tras una violeta sacudida, clavando el puñal en la tierra. Yan- Sen lo sacó veloz, sacando una daga menor de sus ropas. La lanzó sin pesar, aprovechando la inercia de su giro, clavándola en el centro del pecho de Ezio.
-Cuando cortas la cabeza de la serpiente, el cuerpo ya no sabe dónde va. Yo no voy a renunciar a ese poder.
Ezio sacó el arma de su cuerpo, alegrándose de que su armadura hubiera conseguido que no se clavara en toda su profundidad, haciéndolo rápido para volver a la lucha contra el chino.
Yan-Sen recuperó el gran puñal, lanzándose a la lucha de nuevo, sonriendo con malicia ante la débil defensa que el italiano podía ofrecerse con su espada, la cual consiguió arrebatarle tras un rápido encontronazo de movimientos. Ezio no pudo esquivar una puñalada que impactó en su clavícula inmediatamente después, realizada con un nuevo cuchillo pequeño que le permitió conservar el arma principal.
El asiático derribó a su contrincante con una patada, lanzándose con el mismo movimiento del inicio de la pelea para matarlo, consiguiendo esta vez tener más fuerza. Ante aquello, Ezio no tenía muchas opciones, con lo que cedió algo de terreno para dejarle confiarse, y mover las manos del asesino a su hombro del brazo derecho, gritando de dolor cuando la hoja se clavó en la carne.
Aprovechando el despiste que la euforia le dio al asiático, Ezio lanzó un puñado de tierra a sus ojos, pasando a tratar de levantarse y coger la espada, pero su estado no le permitió incorporarse.
Arrodillados, tan rápido como pudo, fue hacia el arma que parecía tan lejos y cerca al mismo tiempo, alargando la mano para llegar a ella. Tuvo que parar y girarse raudo al sonido de una nueva carga enemiga.
Yan- Sen volvió a ponerse sobre él, deteniendo su avance a rastras hacia la espada, volviendo al ataque mientras observó con diversión como el italiano movía el brazo herido para tocar el cercanísimo metal, a la porque con el izquierdo luchaba por detenerle. Ante su imagen ya casi victoriosa a merced de las circunstancias, el joven clavó con saña su puñal en el brazo derecho del florentino, cortando todo a su paso de forma vertical.
Ezio utilizó sus pocas fuerzas para volver a coger tierra con la mano izquierda y tirársela a la cara, luchando contra el mareo, cuando una flecha cortó el aire y se clavó en la cabeza de su enemigo. Yan-Sen cayó fulminado sobre él, haciendo que suspirara con alivio antes de sentir que perdía el sentido.
