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"La guerra no es más que un asesinato en masa…"
—Alphonse de Lamartine.
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Kagome y Kikyo fueron unas de los tantos millones de personas que huyeron de su país aquellos meses, la fuerza de la guerra y la violencia sacudió sus vidas sin aviso ni consideración; no obstante, por fortuna o bendición, ellas encontraron ayuda. Su padre y su madre tenían un buen amigo en América, esta persona las buscó, las salvó y las acogió en su núcleo familiar.
Y vaya familia.
Kikyo era la mayor por dos años, pero ambas tuvieron la suficiente madurez como para saber que debían alzar la cabeza y seguir adelante, y que aprovechar una oportunidad como esa requería de su entero esfuerzo, no solo por ellas, sino por esos otros millones de personas que no la tuvieron. Así que confiaron en las buenas personas que la vida —y alguien más— puso en sus caminos.
—Inuyasha, saluda. Ellas son las amigas de las que te hablé.
La voz varonil de aquel hombre era todo el recordatorio que el chico necesitaba para bajar de la planta alta y acercarse a las visitantes.
—Sesshōmaru…
Con su hijo mayor no necesitó decir más; este joven era visiblemente mayor que el otro, pero no por eso menos obediente. Al parecer, también estaba ya muy bien enterado de quiénes eran ellas y de dónde venían. Aunque la expresión de cada uno era distinta, en el fondo de sus ojos se podía vislumbrar un noble y genuino sentimiento de empatía, y eso fue todo lo que necesitaron para saber que eran tan confiables como su padre.
Pasarían cuatro años más un poco y ellos seguirían siendo una especie de piezas de rompecabezas que fueron unidas por las circunstancias. Y mucho más lo serían, cuando dos de esos jóvenes, decidieron comprometerse en matrimonio.
— ¿Entonces, van a verla mañana?
— ¡Sí, Kagome!, estoy feliz.
La azabache no pudo evitar contornear la mirada con ternura, ver a su hermana mayor tan contenta era una de las cosas más bellas pero extrañas que podían ocurrir. Tomó sus manos en un gesto de complicidad.
— ¿Kikyo, Kagome?, ¿pasó algo?
Una pequeña de cabello marrón claro se erguía en el umbral de la puerta, con mirada preocupada y voz adormilada. Kagome volteó a verla con alegría.
—Ay, Mei, mañana Kikyo e Inuyasha irán a ver la casa donde van a vivir después de que se casen.
La niña parpadeó y sonrió, el sueño se esfumó de sus facciones.
— ¿En verdad?
Esa noche las tres féminas se dormirían tarde, sin poder dejar de inquirir sobre los detalles del viaje y de la propiedad en cuestión a la que pronto llamarían hogar. Mei, a todas estas, era como la hermana menor que no tuvieron. A decir verdad, no habían podido evitar hacer lo mismo con la pequeña niña que hasta hace unos años solo era hija de unos buenos vecinos de su país natal: la adoptaron; bueno, Inu Taisho lo hizo.
Los ojos chocolates de la menor de las pelinegras recorrieron una y otra vez los rostros de sus dos hermanas dormidas. Parecía mentira que una de ellas ya se fuera a casar, si ayer llegaban como refugiadas y extranjeras no solo a ese país, sino a esa estupenda familia. Al día de hoy, la casa que las tres compartían había sido un regalo del señor Inu Taisho, un regalo extravagante y modesto a la vez, viniendo de un hombre adinerado como él. Estaba situada en un barrio más que decente, tenía más habitaciones de las que necesitaban, y pronto eso se haría más evidente.
Kagome se rehusó a pensar en eso, no ensombrecería la alegría que tenía pensando en su futuro… y en su venidera soledad.
—Bribón, ¿por qué escogen una casa en otra ciudad? Qué lejos…
La azabache torció la boca en un puchero. Una queja disimulada que contenía algo de verdad.
—Kagome, ya sabes que mi papá quiere que administre…
—Lo sé, era una pregunta retórica.
Rio, y el joven frente a ella tuvo un tic nervioso. La verdad, él no quería que se mudaran tan lejos, no quería separar a las hermanas, pero incluso para él era un cambio obligatorio. Además, le demostraría a su padre lo capaz que era, le enorgullecería a él y a la mujer que amaba y que pronto sería su esposa.
—El lunes, sin falta —enfatizó—. No demoren. De por sí ya solo me quedan unos días de su compañía antes de la boda.
—Lo sé, lo sé, tranquila, de ser posible llegaremos el domingo en la tarde ¿sí? Y Sesshōmaru vendrá hoy con Rin para acompañarlas hasta que volvamos.
— ¿Vendrá? Qué bueno que me avisas, pensé que solo Rin vendría. ¡Menos mal que preparé una habitación extra! —dijo con alivio.
—Terminará sus pendientes temprano para venir, no lo dejes trabajar el fin de semana, eh. Quedamos en que las cuidaría.
—Lo dices como si fuera tan fácil.
La mirada dorada frente a ella se desvió y Kagome supo que ya era hora. Se volteó para ver detrás a Kikyo despidiéndose de Mei.
En tan solo unos días a ella le tocaría despedirse así también, cuando después de la boda sus dos hermanas se fueran de su lado para vivir.
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A las 6:00 p. m. sonó el timbre, ambas sabían quiénes eran, pero cuando Kagome creyó que estaba más cerca de la puerta, Mei pasó corriendo por su lado y se le adelantó.
— ¡Llegaron, llegaron! ¡Rin!
La azabache suspiró y negó con la cabeza. Y cómo culparla, las niñas eran de la misma edad y se querían como si fueran de la misma sangre, bueno, llevaban el mismo apellido. Ella también se apresuró al encuentro.
—Hola, pequeña Rin. Te extrañé.
La niña le devolvió el abrazo con cariño, para segundos después seguir "celebrando" con Mei. Kagome se incorporó y se detuvo en el marco de la puerta.
— ¿Necesitas ayuda con todo el equipaje de Rin?
El hombre alzó una ceja, y ella se sonrió.
—Lo hubiera hecho, el invierno todavía persiste y hace frío.
Cerró la puerta cuando él ingresó, para seguidamente tomar la pequeña maleta rosa que había quedado en el suelo. Lo del "gran equipaje" era broma, pues solo se quedarían dos días a lo mucho, sin embargo, al ver al joven de costoso y elegante traje sosteniendo una extravagante maleta de niña no pudo evitar hacérsela. Pero, ¿qué no haría Sesshōmaru por querida su hermanita menor?
— ¿Se fueron temprano?
Habló él, por primera vez.
—Muy temprano. Pero está bien, yo pedí el día libre y estuve con Mei. Ambas los esperábamos con ansias para la cena de todas formas.
— ¿Tienes hambre, Rin? —le preguntó una infanta a la otra.
—Deberán disculparnos. Llevé a Rin a cenar hace un momento.
—No hay nada que disculparles, no lo sabían. —les dijo ella, notando que las niñas parecían desanimadas—. De cualquier manera, preparé algunas empanadas. Las hice porque sé que le encantan a Rin. ¿Qué dices, quieres una?
— ¡Sí! ¿Puedo?, por favor, por favor, Sesshōmaru.
El mayor pronto se vio cercado por las dos pequeñas y sus miradas suplicantes. Normalmente su hermana menor no era tan impetuosa, pero cuando estaba con Mei y las morenas era diferente, dejaba salir a la niña extrovertida y ocurrente que en realidad era. No era difícil, él mismo era consciente de cuán diferente se sentía la atmósfera en esa casa. Y todo se debía a…
—Primero lava tus manos.
Las niñas gritaron de júbilo, y sin más se fueron corriendo a la cocina.
—Tú también, Sesshōmaru —puntualizó la morena con suavidad, cuando lo vio preparándose para irse—. Debes probar una, además ya Mei debe estar poniendo la mesa para todos.
—Mi equipaje.
—Yo los llevo por ti, al fin y al cabo, preparé toda tu habitación ¿o no?
Sin esperar respuesta, la pelinegra tomó el maletín, el abrigo y la maleta de sus manos y se escabulló a las habitaciones. ¿Podía llevar todo eso? Supo que sí, ¿y por qué? Bueno, es que era la única forma de obligar al ambarino a ceder.
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—Kagome, ¿puedo ayudarte con Mei a lavar los platos?
—Por hoy, no. Esta noche son invitados, pero a partir de mañana… —la morena guiñó un ojo, provocando la risa de las niñas. Mei sabía a lo que se refería, así que instó a Rin a no insistir por ahora —. ¿Ya quieren ducharse?, les prepararé el baño para que lo hagan. ¿Gustas café o algo más, Sesshōmaru?
—No. Y… —hizo una pausa, mientras la veía moverse entre el lavaplatos y la mesa—, muchas gracias.
Ella frenó el ritmo de sus movimientos de súbito, para después retomarlo y hablar—. De qué. Ustedes son mis invitados, quiero que se sientan como en casa. Bueno, ¿qué cosas digo?, esta casa casi es de ustedes, claro que pueden sentirse así.
—Aun así, gracias.
Kagome sabía que hablaba en nombre de Rin y de él, así que aceptó, y le dedicó la sonrisa más cálida que pudo expresar. Ella amaba tener visitas… o quizá era que…
Despertar en casa de las Higurashi era un capítulo aparte para los Taisho; Sesshōmaru se incorporó con la sensación de haber escuchado risas. Y cuando salió de la recámara, ya listo para intentar saltarse el desayuno, pasó frente al bañó de las niñas y entonces lo escuchó otra vez: risas.
Dos risas infantiles y luego otra más madura, pero no por eso menos jovial y cantarina.
—Bien, Rin, es tu turno para cantar la canción si en verdad quieres.
Escuchó primero a la azabache.
— ¿De verdad, Kagome? Está bien, eh, ¿cómo era?, ¡ah sí! "Los dientes de arriba se cepillan hacia abajo. Los dientes de abajo se cepillan hacia arriba —Sesshōmaru podía oírla claramente, ya la había escuchado tararear antes, sin embargo, no solía cantar tan alto—. Y tus muelitas, debes limpiar, con un movimiento circular"
—A Rin sí que le gusta la canción. —murmuró Mei a su hermana.
—¡Sí!, nunca la cantamos en casa.
—Es que estás un poco grande, Rin. Ya sabes cómo lavar tus dientes —quiso agregar la azabache mayor, mientras se aseguraba de ordenar todo para que pudieran salir.
—Tampoco lo hacíamos antes…
Detuvo por momentos su quehacer. Y pensó rápidamente en algo para distraer el tema. Crecer sin una madre solía ser duro para una niña, y lo menos que quería era ser ella quien se lo recordase, al contrario.
—A propósito, niñas, voy a su habitación, y voy a revisar quién de las dos hizo su cama mejor, eh.
El ambarino, que se había demorado todo ese tiempo, siguió caminando hasta la sala en un intento de pasar desapercibido. A unos metros, escuchó la puerta detrás suyo abrirse y los pasos apresurados de las niñas salir con dirección a su cuarto.
—Niñas, despacio —pidió la morena en voz alta, para después volverse hacia él—. Buenos días, Sesshōmaru, ¿cómo amaneciste? Pensé que dormirías un poco más…
Él se volvió para observarla. Un casi infantil pijama de algodón verde claro la acompañaba, y reparó en que además estaba descalza.
Ella acomodó su cabello tras su oreja—. Espero que no te hayamos despertado nosotras, Rin y Mei madrugaron hoy, así que me levanté para estar pendiente de ellas y ayudarlas.
—En absoluto. Me desperté temprano.
— ¿Vas a salir?
Sesshōmaru juraría haber visto una sombra de desilusión en sus ojos chocolates. Sin embargo, no estuvo seguro—. No tardaré. Olvidé mi laptop en la oficina ayer. ¿Necesitas que traiga algo para la despensa?
—Oh, no. Pedí las compras por teléfono para no tener que salir. Qué lástima que debas buscar la laptop, haré galletas con las niñas. Aunque, de todas formas, no creo que nos hubieses ayudado.
—Rin está feliz.
—Y así estará cuando regreses, te doy mi palabra. Por cierto, ¿te vas sin desayunar?
El ambarino iba a decir algo, pero ella lo interrumpió.
Aún no era mediodía cuando Kagome ya había terminado el almuerzo. Las pocas galletas con chispas de chocolate que quedaron estaban guardadas, a ciencia cierta la mañana transcurrió demasiado rápido, y cuando menos lo pensó, estaba sola.
Las niñas estaban haciendo sus deberes juntas en el cuarto, como una especie de pequeña penitencia antes del almuerzo que estaban cumpliendo. La casa estaba sumida en silencio y el estéreo resonaba apenas en toda la planta baja. Sesshōmaru había dicho que no tardaría, pese a ello, se había ausentado toda la mañana. No es que ella tuviera un plan para todos, pero verlo leyendo en el mueble o trabajando en el ordenador portátil era más entretenido que verlo todo vacío.
Poco después, cuando las niñas le pidieron comer en su habitación, se los permitió, quedándose sola para el almuerzo también.
Eso no era nuevo, algunos fines de semana habrían sido así antes; pero en muchos otros tenían la visita de Inuyasha, él siempre se metía en esto o en aquello, o se acercaba a Kikyo para insistirle en ayudarla con lo que fuera que estuviera haciendo. Nadie se dio cuenta cuando esos dos se enamoraron y dieron los grandes pasos para el matrimonio. Incluso planearon su vida con Mei, a lo cual la morena no se oponía; la estabilidad de la niña estaba primero, y con su trabajo los días de semana no podría cuidarla ni estar al pendiente de ella como lo requería.
Lo cierto era que cuando Kikyo estaba, Inuyasha estaba, pero ahora que su hermana se mudaba, tanto Mei como Inuyasha se irían con ella.
Pensar en eso siempre le desagradaba, no le gustaba el curso de sus cavilaciones. No hacía más que imaginar en cómo sería si las cosas no fueran así, si hubiesen sido de otra forma… si tal vez, fuera ella la que estuviera rodeada de Inuyasha y Mei... si estuviera viviendo la historia de un romance… No.
Mejor se detenía.
Extraño.
A lo mejor era solo una idea suya, pero le parecía que ella estaba diferente. Cuando partió en la mañana tenía otro semblante, estaba más alegre y conversadora, en cambio ahora se veía más bien esforzándose por estar cómoda.
Sesshōmaru llegó más tarde de lo que se había propuesto, si bien, no era cierto que no demoraría, tampoco lo era que estaba haciendo lo posible por evitar estar allí como si le disgustara. Solo un idiota renegaría de las atenciones y la bondadosa hospitalidad que recibía como huésped allí, no obstante… El magnetismo que le atraía a esa casa lo hacía a la vez querer alejarse, por su propia tranquilidad.
Pero, ahora no podía negar que algo cercano al arrepentimiento surgía en su interior, pues tenía curiosidad por saber la razón del estado de la morena.
Frunció el ceño, ¿por qué se extrañaba? Nadie era inmune a perder los ánimos de vez en cuando. Pese a ello, ella no solía ser así nunca.
Y sintió la necesidad de hacer algo al respecto.
— ¿Todavía tienes el zumo del desayuno?
La pelinegra, que se encontraba revisando las peculiares actividades traídas por las colegialas, elevó los ojos hacia él—. ¿Eh? Sí, claro. ¿Lo quieres? Te serviré un poco.
Con apremio, ella se adentró en la cocina, recuperando por momentos la misma energía servicial de siempre.
— ¿Seguro que comiste bien? Yo guardé tu almuerzo, o puedo prepararte algo más ligero si prefieres…
—Estoy bien. Solo tengo algo de sed.
—Te creeré. Y espero que te guste, traté de no ponerle cosas extrañas y amargas.
Él ignoró aquello, en realidad hasta donde sabía ella era muy buena en la cocina. Y, de cualquier forma, se acabó con gusto todo el zumo rápidamente.
Rin se les acercó—. Sesshōmaru, Kagome hizo unas galletas deliciosas.
—Pero no hicimos muchas —agregó Mei con pesadez.
— ¿Necesitabas algo? —inquirió él a la razón de esa información.
—No, lo que pasa es que reservé algo de los ingredientes porque quería hacer un pastel. Pero, creo que sí debí hacer más galletas.
—Galletas, caramelos, merengues, oh, y eso que haces con manzanas…
La azabache miró a la pequeña niña y sonrió—. Está claro que te gustan los dulces, Rin. Y ten por seguro que podremos hacer eso cada vez que vengas.
—No obstante, el pastel parece prometedor.
Ponderó el peliplata.
— ¿Tú crees?
De pronto, ella volvió a parecerse a la Kagome de siempre.
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Le sorprendió una vez más la rapidez con la que se desenvolvía con las niñas y la cocina; improvisadamente acordó que verían una película todos juntos, ordenó palomitas de maíz, y hasta mencionó que tenía guardados varios juegos de mesa que podían jugar. El plan era opuesto a lo que alguien de su personalidad haría, pero quiso hacer una excepción y ceder. Se deshizo de la idea de trabajar un poco desde allí, y como muy pocas veces pasaba, se vistió informal.
Un jersey de cuello alto parecía ser la mejor combinación para unas pantuflas, y sin duda era lo más casual que podría usar, su cabello de plata en los hombros.
Kagome había hecho que las niñas usaran cómodos y frescos vestidos, y ella misma estaba usando uno, sencillo y discreto; escote cuadrado y mangas cortas, ella incluso dejó su cabello suelto esta vez. Quizá eran los quehaceres del día los que la obligaban a sujetarlo parcialmente por un gancho o una coleta casi siempre, y que esta vez le daban un respiro.
— ¿Por… por qué me ven así?
Sesshōmaru se obligó a apartar la vista cuando vislumbró su sonrojo, eventualmente las demás contestarían la pregunta.
—Te ves muy bonita, Kagome. Tomemos una foto familiar.
—Mei, no sabemos si ellos…
— ¡Yo quiero! Quiero una foto también.
La azabache suspiró. Mientras más pronto vieran la película, mejor.
No recordaba haber reído tanto en los últimos meses. Realmente se alegró no solo al escuchar las carcajadas infantiles, sino porque ella misma se distrajo también, y de pronto sus cavilaciones quedaron totalmente en segundo plano. Por eso amaba las reuniones como esa.
Deslizó sus finos dedos por el cabello claro de la pequeña, y ella en respuesta bostezó, luego le siguió otro bostezo más y luego la otra niña también estaba bostezando.
—Bueno, está claro que sus baterías se agotaron.
Ante la pantalla de bostezos, ella misma casi las imita, pero lo reprimió. Las niñas inflaron los cachetes, y con pucheros le hicieron una fugaz huelga muda.
—Están levantadas desde que salió el sol y no han parado en ningún momento —espetó, como si solo las niñas habían practicado esa faena—. Vayan a lavar sus dientes mientras les preparo un vaso de leche caliente para dormir, ¿les parece?
El agradable aroma proveniente de la cocina pronto fue notable, y cuando inundaron sus fosas nasales se preguntó si alguna vez descansaba ella. Sesshōmaru incluso se preguntó si había algo que ella no hiciera bien… Detuvo ese pensamiento, y se dispuso a apagar el equipo y recoger lo que pudiera. Para cuando la azabache volvió dispuesta a hacerlo, él ya había terminado la tarea.
—Listo, hermana. Ya nos terminamos la leche.
— ¿Quieren que suba con ustedes y les lea algo?
El par de rostros frente a ella sonrió, pero con ojos tan adormilados que la morena descartó la idea. La leche caliente con miel fue la anestesia final…
—Espero que duerman bien, niñas.
—Tú también… Por cierto, ¿no respondió Kikyo a mis buenas noches?
—Todavía no, Mei; seguro se le hizo tarde en la cena, nena —la niña bajó el rostro con tristeza, a lo que la mayor agregó—: Yo me quedaré unos minutos a ver si responde, ¿sí? Y de todas formas te daré su beso... Ah, y a Rin también.
—Gracias, Kagome, te quiero mucho.
—Yo también, las quiero mucho.
Rin no tuvo que decir ni una palabra para que la azabache la envolviera en el abrazo que compartía con Mei. La escena casi maternal que toda ella emanaba siempre era asombrosa. Pero cuando las niñas subían las escaleras, y se perdieron en el pasillo, ella siguió contemplándolas por un tiempo más. El ambarino solo veía su espalda, pero detalló que sus hombros cayeron casi imperceptiblemente.
De pronto pareció reaccionar a algo, y se dio la vuelta hacia él.
— ¿Quieres un poco de leche?
Ante su cambio de actitud, según pudo observar, él no pudo menos que sorprenderse. Ella era enigmática a veces, y tal vez sus ojos dorados no pudieron disimularlo, porque la vio cohibirse pasados los segundos.
—Es que… yo tomaré un poco —prosiguió, desviando los ojos de los suyos—. Te traeré un vaso.
Sin derecho a negarse, se resignó a esperarla en silencio. Se levantó del sillón individual para sentarse en el más largo, donde se recostó con más libertad. La verdad estaba algo exhausto, estos meses que Inuyasha estaba mudándose de empresa habían significado sus primeros retos como sucesor de su padre. Le venía bien tener un buen sueño, aun si estuviera ingiriendo más líquido y comida de la que recordaba. O es que últimamente se saltaba las comidas.
—Ten.
Esa voz suave le sacó de sus reflexiones. Extendió la mano para tomar el vaso de vidrio, tibio al tacto y de dulce olor. Ella se sentó en el mismo sofá, dejando caer su cuerpo con más peso del que esperaba, sin duda estaba agotada.
Las mujeres sí que eran criaturas obstinadas.
— ¿Por qué no te vas a dormir? —le preguntó cuando la vio bostezar por segunda vez.
—Le dije a Mei que esperaría un poco más por si respondía. Es extraño —contestó con voz pausada—, ella nunca falta a darle las buenas noches. Es algo que ha hecho todos los días estos cuatro años.
Revisó su celular una vez más.
—Esperaré unos minutos. A lo mejor no es algo de qué preocuparse, pero nada pierdo con esperar un poco.
Tratar de convencerla de lo contrario sería una batalla perdida. Y Sesshōmaru no quería agitarla con debates que podrían incluso traer recuerdos tristes a su memoria.
Ella tomó otro trago de leche, y se detuvo a sentir el vapor en la nariz. Y bostezó nuevamente. Tal vez le vendría bien hablar de algo, si de todas formas iba a esperar.
— ¿Seguirás viviendo en esta casa?
Ella abrió los ojos, y se tomó un par de segundos—. Bueno, honestamente he pensado mucho en eso. Es obvio que esta casa es muy grande para una persona… Si me quedo aquí todo será más grande y solitario.
— ¿Es eso lo que te ha estado afectando?, ¿por qué no la vendes?
—Oh, lo lamento, no quería preocuparte con eso. Pienso que, si dejo de vivir aquí, solo buscaré un apartamento que pueda pagar, así no tengo que venderla.
—No te preocupes por mi padre, él puso esta casa a nombre de Kikyo y tuyo. Espera que cuando lo necesites, la vendas.
La azabache pareció considerar sus palabras por fin, pero sus ojos tuvieron esa pequeña sombra de desilusión, no era para menos. La vio inclinarse con pesadez a dejar el vaso vacío en el piso, y ese algo dentro de él le recordó de nuevo oponerse a verla apagarse. Entonces ella prosiguió…
—Venderla también me costará. Tiene todos los recuerdos de nuestra vida en este país —musitó, mientras las imágenes venían borrosas a su mente, y a su vista. Bostezó—. Nuestro nuevo comienzo… Por supuesto, no deja de ser solo una casa, pero hay tanto implicado…
Suspiró sin energías. Y luego negó débilmente con la cabeza.
—Supongo que sí necesitaré tu ayuda para venderla, pero, no quiero molestarte.
El ambarino asintió, de pronto con la leve inquietud de que ella podría caerse del sueño—. Hablaré con mi padre. Conocemos a una persona que siempre estuvo interesado en esta casa. Lo contactaré y me haré cargo por ti.
— ¿De veras?, ¿harías eso? —preguntó apenas. Y una única lágrima sentimental resbaló de sus ojos cargados de sueño, en un movimiento torpe se la limpió antes de que saliera por completo—. Eres… Gracias. Entonces buscaré opciones para vivir… tiene que ser bonito… Y que pueda tener plantas, y flores…
Sesshōmaru, aun en medio de todo, tomó la decisión muda de tener en cuenta sus demandas para buscarle lo mejor que pudiera conseguir.
—Y mascotas. Debería adoptar un gato para no estar sola, o un perro… o un perro y un gato. ¿Cuál prefieres tú, Sesshōmaru?
—Ya debes dormir, ven.
El ambarino hizo el ademán de ponerse pie, y se acercó a ella para invitarla a hacerlo tomando con cuidado su brazo, sin embargo, ella no le escuchó ni le vio, su cabeza se fue inclinando hacia un lado, y él entendió que no estaba consciente. Cuando su cuerpo entero se cayó hacia un costado del sofá, el peliplata se sentó y se interpuso.
—Creo que tú eres de gatos…
Murmuró ella ya de forma inaudible contra el regazo masculino. Y después se quedó en silencio. Se había rendido al sueño después de todo.
Sesshōmaru la vio acomodarse en su posición, como si ya estuviera en su lecho, y meditó cuánto tiempo podría permanecer así. Corrigió su propia manera de sentarse y dejó que la cabeza de ella descansara en su hombro. Debía parecerle una almohada, pues rodeó su brazo con las manos.
Y allí, en la quietud de la ya entrada noche, finalmente su corazón se hizo sentir, latiendo más rápidamente, recordándole por qué debía mantener la distancia con ella. Sin embargo, esa noche hizo todo lo opuesto.
Bueno, ¿qué más daba?, la conocía desde hace años, años en los que había estado muy cerca de ella, más que cualquier otra persona. Ahora no hacía más que reafirmar eso.
Para ser alguien que llegó a su vida después un suceso trágico —lo cual sabía porque su padre se los había anticipado— nunca halló en ella a una persona inestable y dispuesta a tomar solo la ayuda fácil que su benefactor le estaba brindando, nunca fingió para simpatizar con él e Inuyasha solo por ser hijos de quién eran. En verdad era una persona sin igual, que rompió sus barreras para conocerlo, se acercó a él y le permitió acostumbrarse a la pureza de su persona, servicial y desinteresada.
Resiliente y abnegada, podría usar esas palabras para describirla desde el mismo día que su padre la trajo a su casa, y ahora que visitaba la suya.
Trabajaba sin descanso para atender a los demás…
Aunque estaba sumida en sueños, balbuceaba muy bajo, como una niña. Él veía perfectamente la forma de sus densas pestañas, su nariz, y entonces se atrevió a rozar sus cabellos por primera vez. Gruesas hebras negras rebeles y sedosas al mismo tiempo, con las que sus dedos jugaron lentamente hasta que sin querer tocó parte de su mejilla expuesta.
Las imágenes de sus ajetreados días vinieron a su mente, cuando parecía necesitar ayuda para cargar cosas pesadas, pero aun así lo hacía, o cuando atendía con esmero los resfriados infantiles y era la última en irse a dormir, las ayudaba con la escuela e incluso apartaba tiempo para jugar después de un día de trabajo.
Kagome…
No pudo evitar conocer con sus dedos esa parte de su rostro, acción que muy probablemente se cuestionaría después, pero que no tenía marcha atrás, era un reflejo de su cuerpo ahora que la sabía tan frágil, tan desprotegida… en su estado más vulnerable. Cerró los ojos y acercó más su nariz a su cabello azabache, mientras seguía acariciando su piel, enviando sin saberlo pequeñas corrientes por la misma.
Pero su pequeño momento de debilidad debía terminar. Abrió los ojos, y justo en ese momento sintió que la mano de la pelinegra se posaba sobre la suya, acción que hizo que detuviera automáticamente su caricia. Alejó su propio rosto del cabello, solo para verla alzar esos ojos chocolates hacia él.
El tiempo parecía haberse detenido, producto del sueño o de la sorpresa de ser descubierto, ambos conectaron sus miradas brillantes y se quedaron así, tal vez esperando a ver la reacción en el otro. Sesshōmaru pensó distanciarse, pero ver sus ojos chocolates le confundía y le robaba las fuerzas necesarias para alejarla. Ella parecía pedirle que no lo hiciera, él mismo se encontró entre la espada y la pared.
La mezcla de fragancias de cada uno les envolvió, y fue Kagome la primera en bajar la mirada hacia sus labios. El peliplata la imitó, y tuvo un instante para volver a rozarle la mejilla y mover la mano hacia la parte trasera de su cabeza. Y buscó por fin sus labios. Un beso discreto y suave, como el sentimiento del hilo que los unía y que ninguno había percibido. Aún ahora, que a ojos cerrados rozaban sus labios con ternura, no llegaron a procesarlo.
Entonces, hubieran notado aquel matiz de necesidad y anhelo que impulsaba a la azabache.
Y aquel sentimiento de amplitud vibrante en el corazón del ambarino siempre sereno.
La decadencia disminuyó, rompiendo el contacto finalmente, y Sesshōmaru extrañó ver sus ojos una vez más, pues la morena no los volvió a alzar, en su lugar se acurrucó en su regazo de nueva cuenta, dormida. Él rechazó rápidamente la idea de despertarla para inquirir sobre lo sucedido. Su beso, y el abrazo que le daba ahora debían ser suficientes por ahora, después de todo, ella se había sumido en sueños minutos antes precisamente por lo cansada que estaba.
Y deseaba, sí, lo admitía, deseaba con todo su ser protegerla, proteger su luz y sus sentimientos.
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Los rayos del sol tras su ventana dieron leves toques de luz a sus ojos, y se estiró con renovadas fuerzas entre su edredón. Su cómoda, cómoda cama. Adonde sea que fuera se la llevaría, pues no cambiaría nada de su día por el momento en el que llegada la noche podía arrojarse sobre ella con la sensación de haber culminado por fin otro día vivido. Aún si, como era el caso, ni siquiera recordaba cómo era que había llegado a su cama.
Pasando por alto ese pequeño detalle, decidió ponerse de pie e iniciar el día, Inuyasha y Kikyo llegarían probablemente en la tarde así que contaba con poco tiempo para disfrutarlo con las dos niñas y el ambarino. Se dio un refrescante baño y finalmente salió a la cocina. Las pequeñas se habían quedado dormidas esta vez. Se lo merecían… y a decir verdad ella también agradecía ese pequeño descanso.
Pensó qué preparar para el desayuno, y se decidió por unos suculentos hotcakes. Al parecer, Sesshōmaru había salido temprano otra vez, concluyó al no verlo ni tampoco al juego de llaves del que solía disponer en días así. Pero a las niñas les gustaría con miel. Puso manos a la obra y se sintió con ánimos para poner música otra vez.
— ¿Debería desayunar sola?
Suspiró y aceptó lo obvio. Su consuelo, por lo menos el desayuno se veía exquisito. Tomó el panqueque bañado de esa dorada y acaramelada miel y se lo llevó a los labios.
Entonces un recuerdo vino a su mente como relámpago.
Un beso.
¡Un beso con Sesshōmaru?
No pudo masticar su bocado. Se quedó paralizada. ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¿dónde?
Todo fue demasiado borroso en su mente.
Un sueño...
¿Lo soñó? ¿Desde cuándo tenía esos sueños? Nunca había soñado algo como eso…
¿En verdad lo soñó? Parecía… se sentía, sacudió su cabeza con violencia. ¿Qué rayos?
N/A. Ahora mismo, no estoy del todo segura de que este primer capítulo resultara como se suponía, sin embargo, me he aventurado a escribir esta historia corta porque la idea vino de repente, y pensé: "es corta, ¿por qué no? Así sabrán que sigo con vida y que de vez en cuando actualizo"
Quise escribirla a la misma forma de mi anterior historia corta, ya saben mis preferencias. Pienso que tendrá unos tres capítulos; me gustaría que cada uno tuviera alguna lección o enseñanza, pero con suerte conseguiré que uno lo tenga jejeje.
Si acaso alguien que se sienta un poco identificado con la historia la lee y le agrada, no dejen de expresármelo.
Pd: ¿Conjeturas sobre por qué elegí ese nombre para esta historia?
