Disclaimer: antes que nada, ninguno de los personajes de Time Squad/Escuadrón del Tiempo me pertenecen, yo sólo deje volar mi imaginación y la plasmé en esta historia.

Este fanfic está dedicado a todos los fans de esta familia un tanto disfuncional. Está planeado para cuatro o cinco capítulos como máximo, aunque esto podría cambiar si hace falta y para hacer más fácil la lectura utilizaré los siguientes signos y estilo de escritura durante toda la historia:

―El guion para los diálogos normales.

«Las comillas angulares indican pensamientos»

Aclaración: como soy de Latinoamérica utilizaré el nombre Brito Belardo en lugar de Buck Tuddrussel y Otto Lino u Ojitos en vez de Otto Osworth. De igual manera, haré uso de algunas frases o palabras que probablemente se utilizarían en la serie como parte del doblaje para los latinoamericanos, claro con sus respectivas definiciones al final de cada capítulo.

¡Espero que les guste la historia!

El amor en la Edad de Piedra

Capítulo 1: Buenas nuevas

En la habitación acondicionada como sala de la Estación espacial, únicamente podían escucharse las puntas de los crayones que el pequeño Otto utilizaba para iluminar el libro que el robot exdiplomático le había obsequiado. Éste como muchos otros de los objetos que L-3000 le había regalado estaba pensado en el pequeño Lino, pues en lugar de dibujos de animales, paisajes u otras objetos comunes, en sus páginas había representaciones de los más grandes personajes de la Historia Universal.

La felicidad estaba presente en el rostro del joven Otto, al pensar en todas las cosas buenas que Belardo y Larry hacían por él. Estaba muy agradecido con Brito por salvarlo dos veces del orfanato, por jugar con él a los videojuegos y a los súper héroes, por enseñarle nuevas formas de pelear para defenderse y por muchas cosas más que llegaron a convertirse en travesuras. Larry por su parte, no sólo era quien los alimentaba, limpiaba sus desastres, lavaba su ropa y en general mantenía toda la estación en óptimas condiciones, si no que era quien le daba las buenas noches antes de dormir y los buenos días al despertar, quien le prestaba atención a las cosas que le gustaban, quien se daba el tiempo para estar con él, pero sobre todas esas cosas, Lawrence lo hacía sentir apreciado y querido.

―¡Otto aquí estas! Acabamos de recibir una maravillosa noticia de la central. ¿Quieres escucharla? ―expresó Larry con una enorme sonrisa en los labios metálicos.

Aquello sacó de sus pensamientos al experto en historia universal, quien sin dudarlo respondió:

―¡Claro, Larry!

―Debido a que nuestro desempeño mejoró en el último año, los altos mandos nos otorgaron una semana de descanso en el lugar y tiempo de nuestra elección sin interrupciones de algún tipo, ¿qué te parece? ―explicó el androide con alegría.

―¡Vaya eso es grandioso! ¿Y a dónde iremos? ―dijo el niño entusiasmado.

―Bueno, eso depende de ti ―respondió Larry.

―¿De mí? ―preguntó el niño confundido.

El robot posó la mano en el fornido brazo de su compañero y contestó:

―Belardo y yo estamos de acuerdo en que seas tú quien elija, después de todo, esto no hubiera sido posible sin ti, chiquitín.

―¡Chicos, ustedes son los mejores amigos del mundo! ―exclamó el pelirrojo.

―Sólo recuerda, debes estar seguro de tu elección. Una vez tomada la decisión tendremos que quedarnos ahí hasta que se cumpla la semana y bueno si no hay ningún problema, la próxima vez que tengamos vacaciones, los altos mandos nos darán una estadía en uno de los hoteles de lujo de la Tierra ―manifestó Larry entrecruzando sus dedos metálicos, ya casi podía imaginarse en la comodidad del mejor balneario para robots de la actual súper nación terrestre.

―Larry, ¿por qué sólo se puede elegir una vez durante toda una semana de vacaciones? ―inquirió el niño.

El robot salió de su trance y se dispuso a darle al pequeño humano la información que necesitaba.

―Bueno son dos las razones. La primera, es porque de esa manera estamos asegurando que podemos adaptarnos a cualquier ambiente sea una emergencia o no, es una especie de prueba oculta. Y la segunda, es para disminuir el tráfico de los canales de transferencia temporales y de ese modo asegurar que no se dé mal uso del equipo durante nuestros descansos ―explicó Larry y colocándose ambas manos en la cadera de manera acusadora, agregó―: Algunos oficiales del tiempo han causado más problemas durante unas vacaciones que mejoras en las misiones. ¿Cierto, Belardo?

―¡En serio, chatarra, ya supera lo que pasó en Babilonia! ―exclamó Brito, quien habló por primera vez desde que entró a la habitación.

Ignorando por completo el insulto de Belardo, Larry bajó a la altura del chico de ojos verdes en busca de su tan esperada respuesta.

―Bueno, ¿qué dices, Ojitos? ¿A dónde te gustaría ir? ―cuestionó el exdiplomático.

El pequeño pelirrojo, quería elegir bien, después de todo éste sería su primer descanso oficial con su nueva familia.

―Bueno antes de decidir, ¿con lugar te refieres a un estado, un país o un continente? ―preguntó Otto.

―En este caso a un país, en el cual podremos movernos libremente, siempre y cuando respetemos los límites del mismo y utilicemos algún transporte de la época ―explicó el androide.

El niño se quedó pensativo, había tantos lugares marcados por los acontecimientos que formaban parte de la historia de la humanidad, que no sabía por cuál de todos decidirse. Después de dar un par de vueltas al asunto por fin supo exactamente lo que deseaba hacer y para sorpresa de los adultos el pequeño bajó ligeramente la cabeza como si le apenara comunicar su propuesta de viaje.

―¿Sucede algo malo? ―cuestionó el robot preocupado.

―Yo... es sólo que... ―balbuceó el niño y tras una respiración profunda que le ayudo a serenarse continuó―: Sé que sonará extraño, pero me gustaría ir al Estados Unidos del siglo XXI, justo un año después de que sacaran del orfanato.

―¡¿Qué?! ―exclamaron al unísono sus tutores.

Definitivamente no esperaban esa petición. Habiendo tantos lugares y siglos que visitar, el niño eligió el menos pensado.

―Explícate, por favor, Ojitos ―pidió el androide.

―Es sólo que me gustaría conocer algo lo de que me perdí, sería increíble que hagamos una excursión para ver algunos de los monumentos más importantes de los Estados Unidos de América. La hermana Púas jamás nos dejó disfrutar de nuestras visitas de campo a los monumentos nacionales, siempre nos obligaba a trabajar sin descanso ―explicó el chico, quien ese en este punto contenía las ganas soltar una lágrima al recordar el terrible maltrato que sufrió cuando aquella mujer malvada lo tuvo laborando para ella―. Estoy consciente de que una semana no es suficiente para verlos todos, pero me conformo con ver un par de ellos. Claro, si ustedes están de acuerdo.

Al observar una sonrisa leve y esperanzada en el niño, Larry suspiró como lo haría una madre que acaba de quitarse un peso de encima, por un momento pensó que su pequeño niño les pediría ayuda para encontrar una familia adoptiva en su siglo de origen y resultó que el pelirrojo solamente quería hacer un clásico viaje por los diferentes monumentos de su antigua patria como lo hacían los chicos de su edad con... sus padres, un rol que Belardo y él desempeñaban en la actualidad para el pelirrojo.

―¡Por supuesto, Ojitos! ―respondió el exdiplomático.

Emocionado, Lino le dio un abrazo a su compañero robótico.

―¡Gracias, Larry! ―dijo el pelirrojo y volteando donde se encontraba el otro oficial, quien se limitaba a acariciarse la enorme barbilla con los dedos pulgar e índice preguntó―: ¿Belardo?

El robot y el niño se preocuparon al ver que la reacción de Brito se estaba tardando demasiado, posiblemente el oficial estaría en total desacuerdo con ambos, pues a lo mejor consideraba que la idea de Otto era algo que solamente los cerebritos podrían disfrutar.

―¿Eso quiere decir que tendré que manejar una casa rodante por la carretera, oyendo tonterías de otros conductores, soportando el calor del desierto y tomando café día y noche para mantenerme despierto? ―inquirió el humano con seriedad.

―Básicamente ―contestó Otto.

―¡Cuenta conmigo! ―exclamó el más alto eufórico.

―¿Y cuándo nos vamos? ―preguntó Lino.

―En cuanto tengamos listas nuestras maletas ―respondió Larry, quien no dejaba de observar la celebración del hombre con el visor rojo―. Belardo, ya deja de bailar como Changoleón! (1).


Al cabo de una hora, L-3000, ya había terminado de empacar, así que decidió ir a ver cómo iban los chicos.

―¿Ya están listos? ―cuestionó el robot esperando un insulto y una respuesta civilizada. Sólo recibió la última.

―Belardo terminó hace como media hora, en serio esta emocionado por lo del viaje y bueno yo ya casi estoy listo, sólo necesito una cosa más - el pequeño salió un momento y al poco rato regreso con un álbum de fotos entre sus manos y no era cualquier álbum, era aquel en que se encontraban sus más preciados recuerdos desde que se hicieron una familia ―Larry ¿Puedo llevar esto conmigo?

―¿Cómo decirle que no a esa carita? ―contestó el androide conmovido.

El chico metió el objeto con cuidado entre sus posesiones y cerró la maleta que se volvió tan pequeña como una libreta de direcciones.

―¡Gracias! Nos vemos en el transportador ―dijo el pelirrojo.

Larry, observó como Lino salía de la habitación, ese pequeño era una de las cosas más maravillosas que pudieron haberle pasado en la vida. Era el ser más lindo y considerado del mundo, excepto cuando….

―¡Apúrate, chatarra!

…estaba con Belardo haciendo travesuras infantiles, claro que a Otto se las perdonaba por ser un niño, pero a Brito, ese bruto no se merecía ni la más mínima consideración de su parte.

―Ese animal ―refunfuñó el robot y se fue directamente al cuarto de mandos de estación. Escribió la fecha y las coordenadas exactas. Finalmente se acercó al transportador donde sus compañeros lo esperaban.

―¡Vaya, ya era tiempo! Ya me estaban saliendo raíces de tanto esperar ―dijo Belardo con su acostumbrada falta de cortesía.

Para disgusto de Larry, el musculoso humano sostenía una lata de su soda favorita en su mano derecha y en la otra una gran maleta sin comprimir, pues se rehusaba a usar la función de reducción; según su punto de vista esta tontería era solamente para niños y afeminados.

―¡Deshazte de esa lata! No llevare más basura al siglo XXI, ya tienen suficiente ―exigió el androide con desazón.

―Bueno como diga, Su Majestad Reina de Francia ―contestó el más alto burlándose de Larry y sonrió al ver su expresión de desprecio por la sola mención de algo tan vergonzoso.

―Sólo deshazte de ella, ¿quieres? ―dijo Larry con hastío.

―Ya, ya, no seas tan delicado ―respondió el humano, tomando el último sorbo.

Larry comenzó a teclear en código de acceso de noventa y nueve dígitos para la modalidad «Vacaciones».

―Espero que cuando termine de digitar, esa lata ya no esté ―advirtió el exdiplomático.

―¿O si no qué? ―inquirió el oficial del tiempo cabreado.

―Belardo, si quieres yo puedo tirarla ―dijo el niño al ver que la discusión podía subir de tono en cualquier momento.

Brito cambió de actitud al ver la inquietud dibujada en el rostro del niño, después de todo también le importaba el pequeño.

―Nah, yo puedo solo chico, ¿ves el cesto que está ahí? Le daré con los ojos cerrados ―manifestó el adulto.

―¡Wow! ¿En serio? ―expresó el niño asombrado.

Viendo que esa tontería podría distraerlo cuando iba a la mitad de su captura, L-3000 decidió apagar sus sensores auditivos por diez segundos.

―¡Claro! ―exclamó el más alto.

Belardo se cubrió los ojos dio unas vueltas como los lanzadores de disco de la antigua Grecia, aventando el objeto de aluminio con tanta fuerza que llegó a la pared al otro lado de habitación, rebotando por diversos lugares. Otto y Brito observaban el trayecto de la lata moviendo la cabeza de un lado a otro.

―Quédense quietos ya saben que no podemos hacer movimientos bruscos durante la teletransportación ―dijo el robot que vio de reojo como sus compañeros se agitaban innecesariamente.

―Pero Larry… ―habló Lino, tratando de llamar su atención.

L-3000 sólo podía ver las señas que el niño le hacía sin escuchar nada.

―¡No, Otto! Conoces las reglas, no dejes que este desconsiderado te lleve por el mal camino ―reprendió el androide.

La lata seguía en lo que parecía el cuento de nunca acabar hasta que para la mala suerte de nuestros protagonistas pegó en el botón de escaneo de inestabilidad histórica y en la enorme pantalla apareció una fecha y lugar destino.

―¡Listo! ―soltó el robot.

―¡Espera, Larry! ―exclamó el pelirrojo.

Pero ya era demasiado tarde L-3000 ya había presionado el botón.


Notas

(1) Changoleón, cuyo nombre verdadero es Samuel González Quiroz es un personaje que empezó como extra en programas televisivos de Facundo (actor, comediante y conductor de radio y televisión de México) adquiriendo relevancia por su espontaneidad. Antes de darse a conocer en el programa estudio la carrera de Psicología, pero un problema familia lo llevo a tener problemas de alcoholismo y termino viviendo en la calle (EL UNIVERSAL, 2006).