Capítulo V.
#ElRegreso
El viaje desde Volantis a Desembarco es accidentado, primero, porque Jaery y Rhaena no tienen dragones y deben ir en barco; segundo, porque los cuervos que llegan gracias al maestre Munkun empeoran en noticias cuanto más cerca están.
⟫Rhaena huyó con su primo Daeron.
⟫Daemon desafió a la Fe.
⟫Aemond Targaryen, Guardian Real, quemó el septo de Antigua y dio a su montura, Vhagar, el placer de devorar al Septon Supremo.
⟫De la crónica de la Ciudadela: La gran bestia que una vez ayudase a conquistar el continente, oscureció el cielo de la ciudad a su llegada. Su jinete, vestido de blanco y portador del beneplácito de la Reina, sabia sea ella, se interpuso en la que sería una carnicería. El novio, el joven Daeron, a lomos de su joven dragón Tessarion, desafiaba a su ahora suegro, Daemon, que montaba al legendario Caraxes. El Príncipe Consorte, curtido con las batallas en los Peldaños de Piedra, grito al jóven Targaryen que no permitiría que su sangre se mezclase con la de un traidor y que prefería mantenerla viuda, qué casada con un descendiente de Otto Hightower.
Fueron momentos de tensión. Según el Maestre Aenar, qué presunción el suceso, era obvio que la recién casada no profesaba las opiniones del padre y que encontró aquella muestra de orgullo, una afrenta a su felicidad, por lo que montó a su propio dragón, Danzarina Lunar y pidió a su padre detener todo eso.
Daemon Targaryen no escuchó a su hija, en su lugar, rodeó la montura de su hija y se abalanzó sobre Tessarion y su jinete. Fue allí que Vhagar llegó, bloqueó la luz y recibió la bocanada de fuego destinada a Daeron. El Guardia Real habló con la voz de la reina, recordando que una batalla desafiaba su paz y, por tanto, sus mandatos. El Príncipe Consorte gritó improperios contra la Fe, contra los Highotwer y contra sus sobrinos.
Baela de Pentos, respondió a todo ello hablando de la pureza de la sangre Targaryen.
Fueron estas palabras las que sellaron el destino del Septon Supremo, quien habló fuerte desde las escalinatas del templo, hablando de la inquina que eran los Targaryen con sus prácticas para la Fe y como, a través de la consanguinidad, llevaban el pecado a cuestas. Una acusación hipócrita, siendo él quien casó a Daemon Targaryen y Berla Targaryen menos de una hora antes. El hecho es que, Caraxes rugió y quienes habían presenciado la unión huyeron, ante la amenaza. Solo el septon se quedó. Vhagar, terminó por devorarlo, cuando habló de como Alicent Hightower, guardiana de la Fe, se había dejado pervertir de aquellas costumbres para casar a sus hijos, dando lugar a más productos del incesto.
La quema del septo se dio enseguida, por obra de la misma Vhagar, que sobrevoló la ciudad con su jinete. El principe Targaryen y Guardia Real, Aemond Targaryen, les dijo a los ciudadanos que: La misericordia de Aegon el conquistador se veía en el permitir que una creencia tan insignificante siguiera en pie.
El relato, como todo lo que viene de los maestres, es más práctico que lírico, pero cumple con su función. Lucerys no puede decir que no está impresionado, aunque debe fingir algo de desconcierto para su padre y sus primas.
Los cuatro están sentados en la mesa de su padre, en la Cámara del Capitán. Por aquí ha pasado toda la información que Lucerys tiene de Poniente y, si se ha vuelto tan perceptivo como insinuó su abuelo Corlys, solo se le ha informado y entregado lo que Laenor Velaryon ha considerado bueno. Ama a su padre, pero sabe que podría mentirle a los dioses si se trata de proteger a su madre o su familia.
En otros mensajes anexos se comentan otros chismes, como uno en que Baela le había gritado a Daemon: ¡A diferencia tuya, no me desespera el no llevar una corona en la cabeza!; cuando este le interrogó por su compromiso con el futuro rey de Poniente.
Jaery, enterada de la razón del real del viaje, pregunta si Jacaerys podría estar dispuesto a un compromiso tan temprano cuando su anterior prometida lo ha abandonado y las cosas no parecen ir bien para la corona. Ha estado inquieta la última parte del viaje, comentando lo difícil que puede ser adaptarse a todo un nuevo país y a las responsabilidades que lleva la corona.
—No te preocupes —la consuela Rhaena—. Estoy segura de que Jace ha sido el único enterado de a donde se fue Baela. No me sería extraño que incluso le haya dado el buen visto a Daeron.
Sí, Lucerys está seguro de eso; así como Rhaena tuvo que echarle un solo vistazo para saber que tenía un amante escondido en su cuarto la noche en que vino a buscarlo. No es que se avergüence de algo, solo que ella no había sido sutil cuando se lo comunicó a Laenor al día siguiente.
—Mi hermano es el hombre más comprensivo del mundo —dice Luke—. Incluso si terminas por no gustar de él, respetará eso. Y te podemos conseguir otro novio, y un dragón.
Cuando llegan a Desembarco del Rey, los ánimos se han calmado de nuevo. Daeron y Baela fueron convocados a la corte una vez más, Jace ha pedido absolución para ambos, alegando que él no haría infeliz a su hermana, obligándola a quedarse con él cuando sería más feliz con otro. Aunque no hubo una audiencia, en Marcaderiva les dijeron que era probable que Daeron pidiese ser culpabilizado solo él y no Baela, entendiendo que en los meses que pasó en Desembarco, el príncipe demostró ser un caballero muy apegado a las tradiciones.
Lucerys ha visto pocas veces a su tío Daeron, pero lo recuerda como un niño tímido, sin la ira explosiva de Aemond ni la cruel animosidad de Aegon; había sido enviado a Antigua muy joven. Tal vez estar lejos de la familia, condujo a un razonamiento más romántico de las relaciones y el honor, poco que ver con la sangre.
En el camino a la Fortaleza, escoltados por Ser Arryk —Lucerys está decepcionado de que no sea su tío Aemond—, les es comunicado que la Reina organizará un torneo y un baile para que los señores y sus hijas vayan hasta la capital y presenten a una posible reina.
—Bueno, nos hemos adelantado —sonríe Lucerys, mirando a Jaery, que no despega su vista de la ventana del carruaje que los transporta. Ha desechado la ropa fina de Essos, por tejidos más robustos, pero mantiene los colores vivos y las trenzas con hilos de oros que brillan entre su cabello platino.
Mientras más se acercan al castillo, más se encienden los ánimos de Lucerys. El reino, en medio del invierno, está enterrado bajo una capa de blanco pragmático y una luz difusa, como la de los sueños. No puede evitar temer por su madre, por su hermano y por la familia, ¿se sentirían contentos todos estos hombres con un reinado marcado por la destrucción de sus símbolos? Fuego y Sangre, son palabras difíciles de comprender y defender.
—La Reina ha recompensado al príncipe Aemond con el título de Lord Comandante de la Guardia Real por defender a la familia de las habladurías de la Fe, al tiempo que evitó una crisis dentro de la misma —Ser Arryk se ve emocionado.
—Parece que tu madre tiene ahora un hermano favorito —Laenor despliega felicidad al decir eso, como si todo el asunto no lo hubiese convertido en Príncipe Consorte de manera oficial.
Él, al igual que todos ellos, está arrebujado en mullidas capas que evitan el corte de los vientos helados. Han dejado a los dragones en Rocadragón, donde parecían más felices. El invierno no beneficia a ninguno de ellos.
El carruaje, que tuvo dificultades en los perímetros de la ciudad, sube de manera más ligera la pendiente que separa la Calle del Acero de la Fortaleza Roja.
—Aemond es un peligro —razona Rhaena—. ¿No te seguía acosando cuando estabas en Desembarco, Lucerys?
La mirada acusadora de su prima lo hace estremecerse. Ella ha evitado decirlo en voz alta, pero se preocupó cuando el chico que sacó de su camarote, tenía la mirada afilada y los cabellos blancos.
—Algo así. Creo que estaba intentando ser amigable a su manera —como un jodido loco, un asaltante que roba ojos a hombres indefensos.
—A mí me suena muy interesante —Jaery declara—. Luke me dijo que le había dado su ojo como pago por sacar el de él cuando eran niños. Si eso fue suficiente para hacerlo cambiar de opinión sobre la Reina, supongo que puede ser un hombre bastante firme.
Sí, firme. No hay forma en que Lucerys pueda negar eso. La firmeza es el rasgo que podría llevar a cualquier Targaryen a poseer las cosas: La firmeza, el fuego y la sangre, habían forjado un reino. Daenys la soñadora, había sido firme, viendo la maldición de Valyria años antes de que sucediera, convenciendo a su familia para refugiarse en una triste piedra gris al final del mundo. Y aquí están, siglos después, sus descendientes, rumbo a ver a la primera de las mujeres Targaryen en llevar una corona.
Visenya, Rhaenys, Rhaena, Alysanne, su abuela Rhaenys. Todas están vengadas gracias a la firmeza de Aemond, en quien Lucerys ha pensado cada día del último año y a quien solo sabe como clasificar, cuando lo ve sonreírle, de pie, en la escalinata al Trono de Hierro, con su cabello trenzado, tan blanco como su capa.
Es maravilloso. El salón está lleno de tapices negros y rojos, toda su familia está ahí para celebrar el volverse a encontrar. Desde sus hermanos, formados en fila justo al final de las espadas retorcidas, hasta su abuela Rhaenys, que llevando los colores Velaryon, encabeza las filas de nobles que tienen audiencias con la Reina hoy. Su madre es espléndida, ornamentada de rojo y dorado. La enfermedad, de la que Lucerys acaba de enterarse, le ha quitado de encima los kilos de más que le dieron los embarazos, parece haberla llenado también de algo oscuro en la mirada.
—Te hemos traído una reina, hermano —alcanza a decir, cuando Rhaena trae adelante a Jaery, quien saluda con timidez.
Baela y Daeron se miran entre ellos con algo de aprehensión. Su reciente incorporación a la corte parece más una concesión de los Velaryon que de los Targaryen.
—Ella es la nieta de nuestra tía-abuela Saera, que se fue a Essos —anuncia Laenor, después de hacer una profunda reverencia a su esposa. Daemon, desde su relegado lugar al lado de Baela, gira los ojos.
—Me complace mucho que mi familia encuentre a los que estén lejos para traerlos de nuevo —dice la reina y da un asentimiento a Jace, que deja su sitio para invitar a Jaery a acercarse.
La Reina les da buenos deseos a todos, es amable con sus palabras y amplia a su hora de emitir contemplaciones sobre los últimos cambios, tanto en la familia como en el Reino. Planea enviar a algunos de sus más importantes súbditos a llevar comida al norte, entre ellos a Cassandra Baratheon, así como esperar el verano para sugerir una alianza con Dorne a través de algún matrimonio.
Entonces Lucerys se da cuenta de que su tía Helaena no está.
—Disculpe, su majestad. Pero también he traído un recado para mi tía Helaena de nuestro tío Aegon.
Hay un rictus de molestia ante la mención de su tío en la cara de Rhaenyra. Pero rápidamente se recompone.
—Mi querida hermana está con su madre. La Reina Viuda intentó inmolarse al saber que el príncipe Aemond quemó el Gran Septo.
Detrás de la reina, Aemond perfecciona su postura y sube su mirada, como un dragón que ha conseguido una presa especialmente buena. Todo él emite un aire de poder absoluto, el de un comandante seguro de que le seguirán sin chistar; él es la espada al final del brazo de su madre, un arma letal que no sigue órdenes, sino que las crea.
Después de eso, la reina da vía libre para que se compartan bebidas. La corte se mueve, con la naturalidad de otros tiempos, con charla cortesana insulsa. Su abuela se acerca para preguntar por su salud y la de su padre, preocupada por su travesía en medio del invierno por los Peldaños de Piedra. Rhaenys no ha vuelto a ser tan amorosa como aquel día en la playa, aunque si lo trata con consideración en favor de Rhaena, que no ha deshecho su compromiso.
Ni lo desharán, en lo que a Lucerys respecta. No puede pensar en casarse con otra mujer, en tener a sus hijos o compartir sus penurias.
Ser Arryk vuelve, para ofrecerse a acompañarlo, hasta donde se encuentra la princesa Helaena. Aunque está dentro del Torreón de Maegor, podría darle espacio para recibir una carta de su esposo.
—No puedo creer que sea tan descarado —murmura Daeron—. Huyó y la dejó aquí.
—Ella huyó primero —le recuerda Rhaenys, sonriendo—. Y bien que hizo. Aegon no podría mantener a una familia.
Lucerys siente la necesidad de defender a su tío, recordando su mirada angustiada al enterarse de su nuevo hijo. Maelor tiene un padre en algún lugar, al que posiblemente no conozca nunca. Se despide de su familia antes de que pueda ser inoportuno, los meses en el mar le han enseñado a callar ciertos pensamientos.
Antes de abandonar la sala, Aemond los detiene y ofrece a Ser Arryk cambiar de sitio.
—Tal vez Helaena tenga más paz si voy a enfrentar a mi madre —dice el Guardia, dirigiéndose inmediatamente a su sitio tras Lucerys.
No hacen contacto visual, Aemond ni siquiera pretender tener en cuenta su opinión. Lucerys lo deja pasar, como uno más de los comportamientos de su tío, que no tienen razón y existen con el único motivo de incomodarlo. Piensa en el frasco con recuerdos al fondo de su baúl de viaje, las horas pasadas pensando en él y, al volver, ¿qué obtiene?, poco más que una mirada desde el atrio, una sonrisa condescendiente y la rutina, una vez más, del gato y el ratón.
El príncipe tiene que aguantar las ganas de gritar cuando, después de doblar al pasillo, la voz de Aemond susurra sobre su hombro: —¿No me has traído un regalo, sobrino?
—¿Debía traerte un regalo? —pregunta, intentando sonar calmado y sin darle el placer de voltear a mirarlo. Sus piernas son difíciles de mover, su corazón se retuerce con una fuerza desconocida.
—Fui un excelente guardia y, como ves, he protegido a tu madre mejor que cualquiera de sus esposos —reclama con sorna—. Además, parece que recordaste a todos los que son importantes para traerles algo
Lucerys no puede evitarlo, vuelve el rostro hacia su tío. Sin más, se da cuenta de que ha buscado en cada hombre que ha matado y en cada hombre que ha follado esa fascinación extraña que le provoca Aemond. Ese debilitamiento que le pide luchar y huir, besar y morder, arrancar un ojo e hincarse para percibir una verga en la boca.
Tiene tantas ganas de escupirle a la cara como de ser escupido.
—Te ha hecho Lord Comandante de la Guardia Real y eres el hombre más temido del país, siendo el jinete del dragón más grande del mundo: ¿Qué podría ofrecerte un marinero como yo?
—No lo sé, Luke. ¿Qué podrías ofrecer?
...
#Caza
Con la vuelta de Lucerys a Desembarco, Aemond se encuentra calculando cada posible encuentro con la misma saña que usa para acabar con los enemigos de la corona. Sobre todo cuando el asunto del despido de Daemon Targaryen a Rocadragón pone en tela de juicio el deber de la Guardia Real y sus propios deseos. Sugiere al Consejo Privado que se obvie al Príncipe Daemon de la lista de personas a proteger:
—Solo somos siete y hay muchos Targaryen. Ser Erryk está permanentemente encompañia del Príncipe Heredero y yo debo ocuparme de los más pequeños. A la reina deben servirla otros dos, lo cual deja tres guardias para rotar o vigilar a los demás.
—El príncipe tiene razón, su majestad —interviene Joffrey Arryn, consejero de las leyes y primo en cuarto grado de la reina—. La protección de la descendencia está por encima de la protección del compañero del gobernante. Y, si se siguiera dicha línea, también deberá entregarse un guardia al otro Príncipe Consorte.
La reina está mirando hacia Desembarco por el balcón. Las llamas arden intensas en pozodragón y las calles. El fuego de dragón es lo único que logra calentar la ciudad en medio del invierno. Vhagar y los dragones más grandes han decidido anidar en Pozodragón, sin necesidad de cadenas o cabras para mantenerlos convencidos de no salir. Los más pequeños migraron todos a Rocadragón y se los ha visto entrando en la boca de los volcanes. Los maestres dicen que será un invierno corto, pero crudo.
Con solo un año, ya las nevadas han reportado más de cuatro pies de espesor en el Norte. Aemond cree que están siendo demasiado positivos respecto a los resultados de todo el asunto, casi hubo una guerra civil y la gente muere de hambre. Deben ser más estrictos si no quieren una rebelión con excusa de la Fe.
—Príncipe Aemond —dice la reina—. La Guardia Real está específicamente abocada al rey y a la preservación de su dinastía, aun así, ahora hay muchos Targaryen. Los capas blancas seguirán siendo los mayores, pero a cada uno se le entregará un regimiento para cuidar de los príncipes y princesas de las ramas cadetes de la familia.
Aemond envía pájaros a todo el reino buscando candidatos. Esto le hace tener un breve, pero intenso, recuerdo de Ser Criston corrigiendo su postura y enseñándole a luchar; elegido por la propia Rhaenyra para llevar la capa blanca que le permitiría traicionarla. Una lástima que su maestro hubiese acabado bajo el arma de Daemon Targaryen.
Mientras recibe nombres, sigue a Lucerys por todo el castillo como un abyecto sirviente. Es el Lord Comandante de la Guardia Real, la reina lo ha designado como el cuidador oficial de su segundo hijo. Hasta que Jacaerys produzca un heredero, el pequeño Luke es el futuro de la casa. A su sobrino no parece molestarle demasiado que sea él quien siga su rutina, cargada en su mayoría de asuntos diplomáticos, cuentas interminables y muchas discusiones con el Banco de Hierro.
—¿Crees que tu abuelo tenga más dinero que la corona? —pregunta al tercer día, cuando Lucerys usa un ábaco para sumar dos galeones de dragones a una deuda por saldar.
Su sobrino es extraño ahora de maneras que no había notado. No solo ha crecido, escapando entre ellos solo unos pocos centímetros, sino que su temperamento se ha hecho más impredecible. Es menos inquieto, más calculador; pero sigue teniendo una risa escondida al fondo de sus ojos, una broma que solo él conoce. Aemond quiere sacarla, con un grito.
—No me corresponde decirte eso —contesta Lucerys, sin levantar la vista de los papeles en los que toma notas. El parche que lleva ahora es negro, con el símbolo Velaryon cosido sobre él.
Recluidos, cómo están, al fondo de la biblioteca real, es difícil que se escuche algo más que el chillido de algunas ratas en las paredes o el paso de algún guardia por un corredor lateral. Las altas y angostas ventanas, protegidas del frío, hacen que la penumbra envuelva el negro cabello de Luke. El príncipe se funde con las sombras de la estancia, con su ojo verde saltando de un lado a otro. Más que un dragón, es un gato.
La mano de Aemond se alza sobre la cabeza de su sobrino y toma uno de los rizos negros. Luke emite un quejido, pequeño y de molestia, cuando tira de él, su mirada de musgo busca alguna explicación en el rostro de Aemond. El vacío se asienta en su estómago, el frío de la armadura no es nada contra el campo de fuego que inicia en las puntas de sus dedos y recorre su cuerpo.
—Por un momento pensé que te estabas fusionando con el negro de la pared, Lord Strong —reclama, volviendo a tirar del rizo. Esta vez no hay queja, por tanto, es menos divertido. Aun así, disfruta del tacto suave del cabello una vez se desliza de su agarre.
—Se supone que eres mi guardia, no deberías estar jugando —el puchero en la boca de Luke le recuerda a Aemond que solo tiene quince años; cerca de los dieciséis, pero no tanto.
—También soy un príncipe —le recuerda—, y los príncipes Targaryen aburridos suelen hacer cosas extrañas.
La palabra «extraño» cerca del apellido Targaryen siempre tiene tintes acusadores, Aemond no ha sido ajeno a la queja constante de su madre, durante toda una vida. A Lucerys no parece escapársele tampoco el significado de aquello, no cuando gira su ojo y levanta una mano entre ellos. Es una defensa escasa, sabiendo que están solos, lejos de cualquiera que pueda interrumpir lo que se cuece aquí.
Aemond no sé preocupa demasiado, inclina su cuerpo sobre el escritorio. La llama de una vela es aumentada por el reflejo en su armadura esmaltada, el aire frío convierten las palabras en vahos de color azul y blanco. Necesita más calor.
—Hay formas de ser raro y formas de ser extraño —dice Lucerys, siguiendo sus movimientos—. Nunca me dijiste si continúas planeando mi muerte.
—A veces —Aemond responde con sinceridad, cerrando el libro de cuentas entre ellos. Lucerys lo deja ser, sin quitar las manos de la madera—. Pensé en entrar en tu cuarto de noche y arrojarte desde una de las ventanas hacia el Foso. ¿Quién diría que no es un suicidio?
El ceño de su sobrino se frunce, abre y cierra la boca con aparente vacilación. Un pez, uno que se ve atrapado en la red. Su ojo lo sigue, un gato que se prepara para un ataque. Es divertido observar estas pequeñas
—Tal vez también podría solo envenenarte, lentamente, con sueñodulce —baja la voz un poco, mientras se inclina más. No puede evitar notar que Lucerys sigue el movimiento de sus labios, la condensación sigue creando fantasmas de bruma—. Una gota todos los días en alguna bebida. Un día estaríamos caminando hacia algún lugar, irías adelante, diciendo alguna de tus tonterías —puede escucharlo, Lucerys hablando sobre una compra, un barco, un dragón—. Entonces dirías que te sientes pesado, lánguido. Yo respondería que es por tu trabajo diligente. Daría un paso al frente y te desplomarías en mis brazos —sus manos dejan el encuadernado de cuero y alcanzan los hombros de Lucerys, lo mantiene fijo al asiento, mientras lo mira, desde su único ojo—. Tendría que cargarte hasta tu cama, llamaríamos al maestre. Te acompañaría, viendo uno a uno tus últimos respiros. De pie, al lado de tu cama. No alcanzaría a llegar nadie, te morirías frente a mí, sin ruido, sin queja. Solo dejarías de respirar. Contaría cada aliento, vería si te toma más morir que sacarte un ojo.
Lucerys, en algún momento, ha elevado las manos para tomar sus brazos. Su boca sigue abierta y su el verde en su ojo es opacado por la pupila dilatada, tan negra como el cabello. La cercanía provee calor, fuego. Huele a romero, igual que el día en que viajaron sobre Vhagar.
—¿Y has… fantaseado con eso por mucho tiempo? —es una pregunta genuina, sincera. No hay miedo, solo curiosidad. Más cerca del sobrino curioso que lo seguía a él y a su hermano en la infancia, más el niño que le arrancó el ojo.
La garganta de Aemond se seca.
—Cada día, antes de dormir, pienso en una nueva manera de matarte.
Hay un escalofrío en el cuerpo que sostiene. A pesar de su edad y debido a su genética, Lucerys tiene una constitución sólida, difícil de convertir en algo tan suave como lo que Aemond tiene delante. Quiere aplastarlo. Las manos de Lucerys se aferran con mayor ahínco a su ropa blanca.
—Si yo te pidiera que lo hicieras, ¿lo harías? —la sonrisa traviesa de Lucerys es congelada por su propio rostro, que se acerca aún más—. ¿Vendrías, de noche, hasta mi cama, me levantarías en los brazos y me arrojarías por la ventana? Hace frío estos días, así que tendrías que levantarme con cuidado para no despertarme y gritar.
—Tal vez solo te asfixie —reclama, tirando del cuerpo de su sobrino hacia adelante, lo suficiente para que sus pechos se encuentren—. Sobre ti, en tu cama, un almohadón de plumas. No sería difícil someterte.
—¿Con sueñodulce? —la pregunta es un susurro, el aliento caliente se congela entre sus bocas—. Estaría indefenso, podría verte llegar y no poder moverme.
Aemond ha pensado en ello. En el cuerpo inerte de Luke en su cama, atrapado por espesas mantas para el frío, su único ojo abierto, verde, agitándose de un lado a otro al verlo llegar. Puede sentir la adrenalina recorriendo sus extremidades, al imaginar todo ello; contemplarlo, delinear con sus dedos el rostro lleno de miedo, acercarse para susurrarle al oído que ha llegado su hora. Tal vez le confesara, mientras toma la almohada, la cantidad de noches que pasó considerando en tenerlo a su merced y la alegría que lo colma al poder llevarlo a cabo.
—¿Te gustaría eso? ¿Que te mate mientras puedes ver, pero no hacer nada? —gruñe, sintiendo como los dedos de su sobrino presionan las correas de seguridad cerca a sus codos, el agarre es tan fuerte que el metal de las abrazaderas es empujado contra su propia muñeca. Va a tener moretones.
Lucerys no ha dejado de mirarlo con atención. Sus labios, abiertos, parecen dispuestos a contestar. Aemond aligera el agarre en los hombros, dispuesto a dar un paso atrás, soltar aquello, intentarlo en otro momento.
—Me he acostado con un chico que parecía un cadáver —le es revelado, hay timidez y también burla en la declaración. El ojo de Luke baila—. Cada vez que estaba con él me rodeaba la idea de sacarle un ojo mientras montaba su verga, como sería aquello de divertido. Pero eso no se sintió tan bien como pensar en ti cada vez que mataba a alguien.
Años de estricto autocontrol, así como el propio temor a sus capacidades, impiden que Aemond tome a su sobrino y le clave una daga en el costado solo para ver si gemirá de placer ante el dolor. Una parte suya se pregunta si disfrutaría él mismo de ser cercenado por esa sonrisa juguetona. Lucerys es como un crisol, hay todo tipo de colores en él, por separado no son mucho, pero juntos son fascinantes. Poder hacer una declaración tan aberrante, conservando esa mirada de cierva herida, es sencillamente hipnotizante. Para mayor crédito, su voz no ha perdido en ningún momento la fuerza o el volumen.
La estancia sigue vacía, solo ellos dos, el sonido de las ratas en los estantes y el frío. El frío que hace escocer la vieja herida de Aemond bajo el parche, el zafiro en ella irrita la piel sensible y es un recordatorio de sus propios placeres y anhelos.
Suelta a Lucerys, lo deja caer de vuelta en su silla.
—¿He dicho algo malo? —hay culpa en Lucerys, verdadera culpa—. Pensé que querrías saberlo. Yo…
—Cállate —instruye, mirándolo desde arriba, ahora que ha vuelto a ganar poder—. Estás siendo muy ruidoso, sobrino. Vuelve a tus cuentas.
Da un paso al costado, podría irse ahora. En cambio, se para junto a la puerta, a su sitio como guardia. Lucerys no mueve un solo músculo, continua donde lo dejó. Ya no es una presa fácil, observa sus movimientos y la estancia, esperando alguna sorpresa. Pero no hay ninguna, Aemond siempre ha sido transparente con él y con sus ambiciones.
El silencio que los envuelve hace par con la oscuridad. Su sobrino se levanta de su lugar, para encararlo, su parche se tuerce ante el movimiento, allí donde Aemond tiró de sus rizos. Sonríe. Su pequeño Lucerys es muy tierno, enojado, más cerca de un gatito que de un dragón. Eso no evita que la imagen superpuesta de ese mismo muchacho, empapado en sangre enemiga, le llene de orgullo. Le gusta esta pelea, está más igualada que la del septo, donde podía acabar con todos.
—Tío, ahora no eres un príncipe. —Los pasos de Lucerys son seguros, se acerca con un reclamo. Ahora que se miran a la misma altura, puede intuir algo de juicio en su carácter—. Y no deberías desobedecer una orden de un heredero al trono.
También es ambicioso y sucio. Aemond lo tiene donde quiere.
—¿Y qué significa eso, mi príncipe? —Lucerys rebota con esa palabra. Su ojo busca algún tipo de juego en la oración. Puede sentir su incertidumbre, llegó hasta aquí, lo persiguió, pero no sabe como continuar.
Aemond sí sabe. Toma el rostro de su sobrino en una de sus manos, el tacto suave de la piel es delicioso, de la misma manera en que lo es el pequeño jadeo de sorpresa. Un marinero, le había dicho que era, pero en este momento no es más que un jodido niño, un príncipe cautivo y a merced de un verdugo. ¿A Lucerys le gustaría la sangre si es su propia sangre?
—Los ratones se comieron la lengua del príncipe —dice, al tiempo que fuerza su pulgar sobre el labio inferior, ese que le hace tener apariencia aniñada cuando lo frunce—. ¿O prefieres que se la coma un dragón?
El verde en el ojo de su sobrino se oscurece. No hay movimiento, el cuerpo se mantiene a poca distancia, sin ninguna facilidad de movimiento. Aemond es tentado a empujar para despellejarlo sobre las hojas de cuentas en el escritorio.
—¿Es lo que quieres hacer, tío? —pregunta Lucerys. El vaho azul provocado por sus palabras escapa hacia arriba, rebotando con la luz cálida de las velas. No es un desafío, es una pregunta genuina.
La sonrisa en sus labios se escapa. Fuerza el espacio entre sus rostros, aprieta más los dedos sobre esa mandíbula bien formada.
—No es lo que quiero, es lo que tú me vas a dar. —El niño abre la boca, su dedo entra un poco más, la punta de la lengua roza la intersección entre la uña y la piel.
Afloja el agarre en la mandíbula. El traje blanco de la Guardia Real se siente opresivo. Lucerys tiene la expresión de quien se ha rendido, una suavidad en las formas que lo acusa esperando algo. Aemond sabe que no puede ser tan fácil.
Cierra el espacio entre ambos para dejar un beso en la frente, entre los rizos negros y el parche. La piel bajo sus labios es caliente, salada, el olor a romero se complementa con el del viento y la sal.
—Piensa bien en ello, sobrino.
No espera una respuesta. Da la vuelta y sale de la biblioteca, con los chillidos de las ratas presionando en sus oídos.
Notas de Autor:
¡Gente! Este fanfic está consumiendo mucho de mí xD Cada que reviso un capítulo para publicarlo comienzo a agregar o cambiar cosas para "pulirlo" y ya no sé que tan larga quedará cada entrega. Pero, amo mucho este trabajo, de verdad me ha hecho investigar mucho sobre un mundo que he amado por años y descubrir nuevas cosas o cosas que podrían haber pasado.
A propósito de cosas que no pasaron. Si Rhaenys se hubiese convertido en reina de Poniente, Rhaenyra hubiese sido la Señora del Nido de Águilas (o uno de sus hijos) y su apellido hubiese sido Arryn y no Targaryen. Explico, su abuelo fue el señor del Nido de Águilas y él junto a sus hijos murieron por una incursión de los salvajes, dejando solo en la línea directa de sangre a Jeyne Arryn y Aemma Arryn (conserva su apellido, aunque esté casada, porque su casa paterna es muy antigua). Jeyne nunca se casó, ya que presumiblemente gustaba de las mujeres y dejó a uno de sus primos más lejanos como heredero, solo porque confiaba en él. Pero, si Rhaenys hubiese sido la reina, lo más probable es que tanto Aemma como Viserys regresarán al Valle, pues la relación de Jeyne con su familia era buena y ella misma defiende la posición de Rhaenyra más adelante (además sabemos que a Viserys le gustaba la buena vida del Valle). Siendo Jeyne la señora y sin hijos, su más directa familia estaría en su prima hermana Aemma y los hijos y nietos de ésta.
Así que, en un mundo menos feo, Viserys y Aemma se hubiesen muerto de viejos en el Valle y a la muerte de Jeyne Arryn, Rhaenyra hubiese entrado a ser la regente de alguno de sus hijos, que tuvo con algún primo Arryn con el que se casó para preservar el apellido. Y sí, los Arryn tendrían dragones en el Nido de Águilas, lo cual lo haría el castillo más infalible de todos.
En fin, eso es solo un AU que si alguien desea explorar, debería hacerlo. Por otro lado, ya decidí que después de los dos capítulos que faltan, irán cuatro "extras a la historia".
1. Sobre el Torneo dela boda de Jacaerys
2. Sobre Aegon volviendo al continente (necesito hacerle desarrollo de personaje al Aegon)
3. Sobre Rhaena, Lucerys, su compromiso y como queda Aemond en todo esto.
4. Sobre Jaehaera y Aegon (porque son mis personajes favoritos del mundo de Martin).
