Holaaaa, personas.
He vuelto con el próximo capítulo y debo decir que lamento mucho la demora. No les prometo no volver a tardarme porque entraré a la universidad de nuevo y eso me quitará más tiempo, pero no dejaré la historia inconclusa, eso es un hecho, así que si todavía siguen aquí, se los agradezco y les mando besitos. Cuídense, nos leemos pronto.
Hans seguía sin asomar su rojizo cabello después de varios días y eso comenzaba a distraerla en los entrenamientos, ya había perdido dos rebotes tan fáciles de atrapar que sus amigas comenzaron a molestarse, incluso la entrenadora parecía un tanto frustrada con su evidente falta de concentración.
—¿Sucede algo, Anna?
Caminaron por la arena un rato con los rayos del sol sobre sus hombros. Gotas de sudor recorrían su cuello hasta descender por la espalda y reprimió un escalofrío ante la sensación.
—No sé a qué se refiere.
—¿De verdad? Estos días has estado fallando los saques más sencillos y ni hablar de tus remates, pareces primeriza.
Anna se sonrojo. La entrenadora tenía razón, pero era vergonzoso admitirlo porque no ver a Hans no podía ser un motivo válido para comportarse de esa forma y, sin embargo, era justamente esa la razón.
—No es lo que cree.
—¿Entonces de qué se trata?
—No es importante —dijo limpiando su rostro con la blusa—, pero prometo dejarlo de lado para jugar bien.
—¿Estás segura? El próximo partido es pasado mañana.
—Estoy segura, puede confiar en mí.
La entrenadora la observó con curiosidad. Anna era una niña todavía, aunque tuviera ya veinticinco años su actitud y gestos seguían recordando a alguien más joven, como si el tiempo no pudiera hacer nada contra esa alma soñadora. Lamentablemente, su mayor encanto era también una gran debilidad pues tendía a caer con facilidad en sus emociones y se dejaba llevar demasiado por éstas. Cuando algo le preocupaba, como ahora, su rendimiento se veía afectado en la cancha.
Suspiró, posando sus manos en la cintura.
—De acuerdo, lo dejo en tus manos.
Asintió. Parecía determinada y, efectivamente, no dejó caer otro tiro durante el resto de la práctica. Al final sus compañeras se reunieron como siempre; el sol no parecía molestar sus cuerpos adoloridos y bronceados, ni las gotas de sudor empañaban su buen humor. Quizá en otro momento ella tampoco se habría dado por enterada de estas cosas, sin embargo, hoy la conversación no lograba atraparla lo suficiente.
Se entretuvo con la mirada en sus zapatillas llenas de tierra; el color estaba desgastado, tenían la punta a punto de romperse por lo que debería ir cuanto antes por unas nuevas. Su cabello, ahora suelto, se pegaba a su rostro por el sudor y podía sentir su pecho a medio sofocar debido al calor y el ejercicio.
Tenía una condición más alta a la del promedio, pero no estaba exenta de sentir cansancio. En este instante le salían los suspiros casi de forma inconsciente y limpió su rostro con la toalla que llevaba en la mochila específicamente para ello.
—¿Anna?
Se sobresaltó. De pronto tenía las miradas vueltas en su dirección.
—¿Sí?
—¿Entonces irás?
Rapunzel, una joven rubia y con el cabello lacio en un moño, era quien había hecho la pregunta. Las demás se quedaron unos pasos detrás, esperando con paciencia su respuesta.
—¿A dónde?
—A Ursula's por algo de comer.
—Ah, no, gracias —dijo echándose la mochila al hombro—. Tengo algo que hacer. Tal vez otro día.
Se despidieron.
Se había recogido el cabello de nuevo y, aunque mal hecho, al menos su cuello quedaba al descubierto para recibir el aire caliente de la tarde. Incluso intentó abanicarse con un panfleto que alguien le entregó en la calle.
El día estaba para morirse, podía verlo reflejado no sólo en su rostro sino también en el del resto de los transeúntes. El calor, por alguna razón, instaba una especie de aura moribunda en las personas, a excepción de los niños quienes tenían alguna extraña inmunidad a esta situación.
Veía su silueta reflejada en los ventanales de las tiendas donde maniquíes inmóviles le devolvían la mirada. Después de la práctica llegó a casa a adecentarse un poco antes de volver a salir, aunque seguía insegura sobre su elección de ropa. Suspiró devolviendo la vista al frente; su atuendo estaba bien si no iba a ningún lugar importante.
Entró a un restaurante pequeño con unos cómodos sillones. Era su sitio favorito, no sólo por el ambiente hogareño que desprendía sino por ser el lugar donde trabajaba su mejor amigo; lo vio apenas abrir la puerta, llevaba un delantal atado a la cintura y una sonrisa afable en el rostro.
Tomó asiento en su lugar de siempre, justo frente a la barra que hacía de mostrador. Ahí, el calor de afuera no se sentía tan abominable como antes, su cuerpo dio un respiro de alivio al sentir el aire fresco dar vueltas por el lugar y enfriar sus mejillas poco a poco.
—Hey —saludó el chico al llegar hasta ella—. ¿Cómo has estado?
—Estoy agotada —dijo recostando su frente en la mesa—. El entrenamiento fue complicado.
Él se pasó la mano por su rubio cabello y, después de dar un vistazo alrededor, se sentó en la otra silla a un costado de ella.
—¿Problemas en el paraíso?
—¿Qué? No, no se trata de eso, Kristoff.
—¿Segura? ¿Entonces cuál es el problema? —dijo recargándose en la barra—. Normalmente estás rebosante de alegría al terminar tus entrenamientos.
Gruñó, pero no dijo nada. Se quedó ahí fingiendo no darse cuenta de su mirada, de todas formas, no hacía falta dar explicaciones, no a él, Kristoff la conocía casi desde que estaban en pañales y era quien mejor sabría descifrar sus pensamientos sin necesidad de escucharlos en voz alta.
—¿Algo te molesta?
—No —levantó el rostro—. He sido un desastre hoy y estoy cansada.
—Está bien, ¿qué vas a querer?
Había una pequeña televisión en la esquina opuesta donde en esos momentos anunciaban el clima y un gesto de disgustó se le escapó de los labios; el día del partido iba a llover. No es que la lluvia le disgustara, pero durante un partido significaba posponerlo en el mejor de los casos.
—Lo de siempre.
Kristoff giró a ver la pantalla también y entendió su reacción.
—Parece que tu partido se va a posponer.
—Tal vez no sea nada —dijo sin terminar de creerlo—. Una llovizna breve que podremos ignorar.
—Ahí dice aguacero, Anna —dijo él con una sonrisa.
Un gritó con su nombre le borró la buena expresión y se levantó enseguida, trastabillando con las prisas. Fue el turno de ella para reírse de su amigo y el respeto —o miedo— que tenía ante la voz de su madre.
Recargó la mejilla en su mano en cuanto Kristoff se marchó. Fuera la vida continuaba su rumbo a pesar del calor azotando con fuerza la tierra a cada paso; podía verlo todo desde la ventana, el ir y venir de la gente, el vapor de las calles creaba un espejismo del cielo en nuestro mundo, el cual no resultaba tan hermoso de admirar con tanto sofoco de por medio.
Ahí, en el restaurante de Kristoff no necesitaba preocuparse por eso. Recibió con gusto la comida cuando su amigo la llevó para ella con una sonrisa e incluso le permitió llevarse una de sus patatas a la boca.
—Creo que merezco una.
—Adelante, pero si tomas de mi chocolate te mataré.
Él sonrió.
—¿Quién querría chocolate en estos días?
—Es chocolate frío, Kristoff —dijo tomando la taza entre sus manos—. Y es delicioso. Tu mamá cocina de maravilla.
—El chocolate no se cocina —atacó él.
—También lo digo por la comida —se defendió Anna—. Tal vez podrías sentarte conmigo cuando te den un descanso.
—Le diré a mamá ahora, seguro que por ti no le importará darme el descanso.
—¿La otra mesera no estará molesta?
—Puede estar lo molesta que quiera, el negocio es de mi familia y eso me permite ciertos beneficios.
Anna sonrió. Lo dejó marcharse y lo vio volver un rato después con el delantal al hombro y una mirada de autosuficiencia en el rostro, como si acabara de cometer alguna travesura que salió de maravilla.
Se dejó envolver por la conversación inocua de su amigo porque no quería pensar en Hans, ni en su pequeña hermana que, con su indiferente actitud, logró despertar su interés por conocerla mejor.
Terminaron juntos su almuerzo, una costumbre ya arraigada en ellos pues era así cada vez que se veían. Su mamá, con gran cariño hacia Anna, les llevó el postre a la mesa: un trozo de pastel de chocolate con betún y unas fresas sobre la última capa. Se veía tan delicioso que dejó de prestar atención a la anécdota de Kristoff con tal de centrarse en el delicioso manjar sobre su plato.
Compartió con él no sólo su pastel sino también el resto de la tarde al no tener ningún otro lugar al cual ir; podían verse poco y, aun así, nunca perdían el contacto por completo, Anna siempre podría ir a esa cafetería cuando quisiera encontrarlo. Así se lo hizo saber él hace años y, hasta el momento, su palabra continuaba en pie.
Su celular interrumpió la voz de su amigo a media frase. Lo tenía sobre la mesa y el identificador de llamadas decía que se trataba de su novio desaparecido; su piel pasó a blanco papel cuando Kristoff tomó el aparato antes y se negó a devolverlo.
—Kristoff, por favor —rogó nerviosa—. Sabes cómo es Hans.
—Ya lo sé.
Se veía tranquilo, se guardó el celular en el bolsillo y negó con la cabeza al ver la mano extendida de Anna pidiéndolo.
—¡Kristoff, por favor! —al ver que no obtenía nada de él se levantó y forcejeó hasta lograr sacarlo de su pantalón—. ¡Eres un idiota!
Sólo entonces pareció preocuparse, ella ya se alejaba a la puerta y marcaba con manos temblorosas el número de su novio pues la llamada se había cortado durante ese breve lapso que le supo a eternidad.
—Hey, Anna, lo siento, es que ese tipo te tiene tan controlada que...
—Te lo he dicho un millón de veces, Kristoff —cortó—. Mi relación con Hans es problema mío y deja de meterte o comenzaré a pensar que tiene razón al decir que no debería acercarme a ti.
Él pareció contrariado. Se quedó quieto viendo la rabia en sus ojos; no es que no hubieran pasado antes por una pelea similar, siempre a causa del pelirrojo, pero era la primera vez que lo amenazaba con dejar de ser amigos y, conociendo a Anna como la conocía, no diría algo así a la ligera.
—Debes estar bromeando, ¿dejarías de ser mi amiga sólo por perder una estúpida llamada?
—Sí.
La vio alejarse tras los cristales de la cafetería. Sus palabras le impidieron seguirla.
Anna estaba nerviosa cuando llegó a casa de su novio; se limpió las manos en el pantalón y sujetó con fuerza las llaves mientras intentaba convencerse de que no sería un problema ir directo a su casa.
Esperó un rato para ver la puerta abrirse y mostrar al muchacho en ropa interior con una simple camisa de tirantes por encima. Su cabello estaba revuelto y notó que comenzaba a tapar sus ojos al llevarlo sin cepillar; pronto le pediría cortárselo, estaba segura.
Verlo con esa expresión relajada le quitó la tensión que llevaba sobre los hombros, pero continuó alerta sin poder evitarlo. Hans era impredecible, en especial cuando un pensamiento se quedaba atorado en su mente, lo cual era muy seguido en ocasiones donde no conseguía encontrarla a la primera, exactamente como el asunto con la llamada.
—¿A qué se debe la visita, cariño?
Ella rodeó su cintura con los brazos y besó su cuello.
—Tenía ganas de verte —respondió—. No contestabas mis llamadas, así que me sorprendió ver tu nombre en mi teléfono.
—¿Vas a quejarte por eso?
Le disgustaba cuando lo encontraba a la defensiva. Peleaban más.
—No es una queja, Hans —intentó mediar para evitar una discusión—. Sólo era un comentario.
—Tus comentarios a veces resultan desgastantes.
Aun con el mal humor, la dejó pasar a la sala. Un bol con frituras descansaba en el sillón junto al mando de la televisión y en la pantalla se reproducía en esos momentos una película de acción, de esas que no le gustaba ver, pero lo hacía de todos modos al encontrarse con él.
Notó la casa silenciosa, no había ni rastros de sus hermanos, sin embargo, no quiso preguntar al respecto para no causarle otro disgusto. Aunque no lo admitió, se sintió un poco decepcionada pues esperaba volver a interactuar con ellos.
Él rodeó sus hombros cuando se sentó a su lado y se quedó callado con la vista fija en el televisor. Anna no le dio importancia, dejó su mente divagar entre sus pensamientos y de pronto se lamentó haber discutido de esa forma con su único amigo si todo con Hans resultó bien. Ni siquiera parecía recordar haber llamado y recibido como respuesta tan sólo un tono predeterminado; sus ojos estaban atentos a la película y al poco rato incluso dejó de abrazarla para inclinarse hacia el frente, entretenido como se encontraba.
Hace algunos años su comportamiento habría sido distinto. En primer lugar, no la soltaría. A pesar de eso, ante sus ojos seguía siendo el mismo, aquel chico dulce que se esforzaba por enamorarla diario, incluso cuando ella misma no conseguía sentirse suficiente, él la convenció de que lo era.
Tomó su mano con cariño sólo por el placer de sentir su tacto. Su cuerpo era cálido en cualquier época de año, en especial ahora con el verano atascado en la puerta principal.
Nunca lo admitiría, pero a veces aquella temperatura le resultaba sofocante con la propia, como si por ser dos personas de sangre caliente su compatibilidad fuera limitada, sin embargo, eso sonaba a estupidez, por lo cual trataba de no pensarlo demasiado. Y a veces el único propósito de sentir sus manos se debía, precisamente, a su necesidad de convencerse de que encajaban bien pese a todo.
—¿En qué tanto piensas?
La estaba observando y, aunque sus propias dudas la ponían incómoda, intentó no hacérselo notar cuando habló.
—En nosotros.
—Espero que no sea nada malo, te veías muy concentrada.
—No, nada de eso —sonrío nerviosa—. Sólo pensaba en cómo nos conocimos.
—Ah, era eso.
—La fecha de nuestro tercer aniversario se acerca —mencionó con el afán de cambiar el tema.
Hans se quedó pensativo. Era obvio que no lo recordaba.
—¿Es en serio, Hans?
Pareció molesto y entró de nuevo en ese estado defensivo donde tan cómodo parecía estar últimamente. No es que pelearan demasiado, pero ahora ella soportaba menos su falta de atención mientras él continuaba siendo tan idiota como siempre. Antes era capaz de ver eso como algo tierno, ahora le era imposible no molestarse por ello.
—¿A eso viniste? ¿De verdad vas a pelear conmigo sólo por tener mala memoria? No puede ser que algo tan simple no me lo puedas perdonar.
Una vez más sus argumentos eran los ganadores. Anna bajó la cabeza, avergonzada porque quizá él tenía razón y debía aceptarlo con sus fallas, después de todo, cosas así no se controlan.
Cuando volvió a mirarlo se encontraba con los brazos cruzados viendo fijo el televisor, aunque por su expresión, ya no prestaba atención a la película, sólo se esforzaba en transmitirle su enojo a través de la indiferencia.
—Tienes razón, Hans, lo siento. ¿Podrías perdonarme?
Bajó los brazos, pero no dejó que se acercara a abrazarlo.
—No es mi culpa no recordar algunas cosas, Anna.
—Yo sé que no —dijo con el peso de sus sentimientos sobre sus hombros—. Lo lamento, ¿de acuerdo?
—Está bien, te perdono. Todos cometemos errores ¿no? Y un buen novio no dejaría que eso arruinara la tarde de ambos.
Para entonces la culpa le pesaba demasiado. A veces era más fácil perdonarlo desde el principio con tal de no sentirse de esa forma; no pudo disfrutar el tiempo, ni siquiera cuando él se acercó de nuevo a besarla y tomar su cintura entre sus manos.
Por suerte, los hermanos del chico llegaron en ese instante y Anna tuvo una excusa para alejarlo. Mikkel fue el primero en entrar, seguido por Emil y Elsa que venían hablando entre ellos, pero guardaron silencio al verlos ahí, sentados en el sillón.
—¡Anna! Hace días que no te veíamos —comentó Emil.
—Pensamos que quizá no te habías divertido ese día —lo secundo Mikkel.
—¡No! —respondió Anna riendo, de pronto se sentía más animada—. No se trata de eso, disfruté mucho el tiempo con ustedes.
—¿Te quedarás a cenar?
—Por supuesto.
—Perfecto —respondió y mostró en alto una bolsa en la que no había reparado cuando entraron—. Porque haremos sushi, ¿te gusta?
—Me encanta.
Las próximas horas pasaron volando, no sólo por la deliciosa comida hecha por los Westergaard sino por la conversación que comenzaba a mostrarle lo simpático de los chicos. Le caían bien, por eso no podía entender los comentarios negativos de Hans para con ellos, era como si quisiera mostrarle un lado falso de sus hermanos o quizá eran diferentes ahora.
Su novio llevaba años separado de su familia, rara vez los visitaba, no importa si eran días festivos, cumpleaños o logros personales, sólo asistía si le era imposible zafarse del asunto y en esas escasas ocasiones se limitó a ir y venir, así que tal vez no había caído en cuenta del gran cambio ocurrido en los chicos. O quizá se mostraban tan amigables por estar ella presente, en realidad no tenía forma de saberlo, pero si tuviera que elegir, se quedaría con la primera opción, después de todo, las personas cambian. Eso lo tenía seguro.
Por otra parte, sus pensamientos tenían grabadas las palabras que Hans hubiera pronunciado en otro momento para referirse a su confianza ciega en otras personas; según él, engañarla era fácil justamente por su falta de malicia, aunque ella seguía sin saber por qué debería tener malicia cuando al mundo le hacía falta lo contrario.
Pensó en eso hasta tarde, cuando los platos estaban vacíos y los chicos hablaban cada vez menos. Elsa parecía cansada, bostezaba tratando de ocultarlo, aunque resultaba inútil porque los demás imitaron el gesto sin querer. El reloj le confirmó las horas que llevaba en aquella casa; era hora de volver a la suya.
—Antes de dormir, unos buenos tragos nos vendrían bien, ¿qué dicen? —sugirió Mikkel.
—¡Acepto! —respondió Emil enseguida.
—Yo también voy.
Mikkel y Emil ya se habían puesto en pie, esperando a quien quisiera ir con ellos.
—No todavía. Nosotros cocinamos, te toca lavar los platos. Cuando termines nos alcanzas.
—Mikkel tiene razón, Hans —luego agregó viendo hacia ellas—. ¿Ustedes qué dicen, señoritas, nos acompañan?
Él se cruzó de brazos y su mirada le dejó claro que no la perdonaría si decidía acompañarlos. La primera en responder fue Elsa quien negó con la cabeza y se cubrió un nuevo bostezo.
—Yo paso, necesito dormir.
—Yo me quedaré también para ayudar a Hans y luego iré a casa.
—De acuerdo, entonces nos vamos.
Elsa se perdió escaleras arriba en cuanto la puerta se cerró y su novio seguía muy interesado en evitar lo que sus hermanos le pidieron por lo cual se limitó a sentarse en la mesa concentrado en el celular mientras ella comenzaba a recoger.
—No sé por qué me piden hacer esto, es mi casa y yo decido si limpio o no, ¿qué se están creyendo? —se quejó.
Anna sabía que en realidad su conversación era para sí mismo, pero no pudo evitar responder a sus quejas.
—No es difícil, Hans, y juntos terminaremos más rápido.
—¿Piensas que voy a obedecerlos? Por supuesto que no —se levantó de la silla con brusquedad—. E iré ahora mismo a decirles lo que pienso de sus estúpidas reglas. Vuelvo en un rato.
Anna suspiró al verlo salir. Después de tanto seguía siendo bastante impulsivo cuando alguien intentaba imponer su voluntad sobre él, incluso con ella actuaba así. Odiaba que quisieran mandarlo, aunque la tarea en cuestión fuese la más sencilla del planeta.
Decidió no darle importancia. En la cocina la luz de la luna comenzaba a filtrarse por la cortina, pero al no ser suficiente encendió la iluminación; en el fregadero había ya otros utensilios con los cuales los chicos prepararon la comida y se resignó a limpiarlos también.
Se sobresalto al escuchar la puerta abrirse; era Elsa. No le pasó desapercibido su cambio de ropa, ahora llevaba una blusa de tirantes que dejaba poco a la imaginación, combinada con ese short varios centímetros arriba de la rodilla, fue como estar en un sueño, pero el rubor en sus mejillas le recordó que esto era la vida real por lo cual se volvió de nuevo para continuar con su tarea.
—¿No te estaba ayudando Hans? —preguntó y recargó su peso contra el lavabo de modo que pudieran verse de frente.
Anna respondió sin levantar la vista del plato que llevaba ahora en las manos llenas de jabón.
—Dijo que alcanzaría a Emil y Mikkel.
Elsa suspiró.
—Te ayudaré —dijo al situarse a su lado—. Hans siempre ha sido así; huye de sus responsabilidades.
Le sorprendió escuchar más de dos palabras provenir de ella, pero no dijo nada sobre eso por si acaso decidía que era mejor no hablar. En realidad, su voz seguía con ese toque gélido de siempre, aunque eso no le pareció algo malo, era como su sello y resultaba incluso atrayente.
—¿De verdad? Nunca lo había notado y eso que llevamos tres años juntos. O casi tres años.
—No entiendo cómo lo has soportado tanto tiempo.
Sonrío.
—No es un mal chico, Elsa.
La vio observarla por el rabillo del ojo, pero no volvió a pronunciar palabra. De pronto se preguntó si inconscientemente habría mencionado algo que no debía porque la chica se limitó a ayudarla con la mirada ausente como de costumbre. Se volvió invisible, o por lo menos así lo sintió al darse cuenta de su indiferencia repentina.
Aun así, apreció el tiempo cerca para apreciar sus manos tan delicadas en comparación a las suyas; llevaba jugando vóleibol durante años y por los golpes del balón y el constante entrenamiento sus dedos tenían heridas, cayos y una dureza típica de los deportistas, pero las manos de Elsa eran blancas como malvaviscos. De tocarlas quizá incluso la sensación resultaría la misma, sin embargo, no se atrevió a comprobarlo.
Terminaron en un silencio abrumador que no quería perder, quizá por eso su boca habló para evitar su partida en cuanto los trastes estaban limpios. Ni siquiera ella esperaba decir algo más, pero cuando lo hizo, lo consideró lo más acertado si quería conocer mejor a la familia de su novio.
—Puedo enseñarte la ciudad... si quieres —se puso nerviosa al no obtener una respuesta inmediata y agregó de forma atropellada—; tú eres nueva aquí, quizá yo pueda mostrarte cosas lindas, lugares u otras cosas, aunque si no quieres no hay ningún problema, debes tener otros planes y yo...
—Anna —la cortó. De nuevo su nombre sonó distinto al salir de sus labios, como si fuera una canción en un tono imposible para el resto del mundo, y eso le gustaba tanto como lograba perturbarla—. Acepto tu ofrecimiento.
—¿De verdad? Quiero decir, es increíble.
Una sonrisa apenas visible apareció y se esfumó tan rápido que se convenció de haberla imaginado.
—¿Te parece el sábado?
—¿A las 3?
—Te esperaré.
Anna sonrío y tomó sus cosas dispuesta a irse, si se quedaba a esperar a Hans llegaría a su casa después de media noche y ni siquiera estaba segura de que regresara en condiciones adecuadas para llevarla.
—¿Te vas? Ya ha anochecido.
—Tengo que irme, mañana tengo practica y trabajo, no puedo quedarme aquí más tiempo. Además, si espero a Hans seguro regresará ebrio.
—¿Por qué no te quedas? Dudo que no lo hayas echo antes.
No supo cómo interpretar su comentario, pero tenía razón, era tarde y si se empeñaba en salir a esa hora corría el peligro de no llegar a casa, incluso si tomaba un taxi, no es que el riesgo disminuyera demasiado.
—Supongo que no tengo opción.
Elsa la observó con curiosidad.
—Si no quieres quedarte con él, usa mi habitación.
—¡No, no, no! —negó incluso haciendo aspavientos con las manos, se había vuelto a sonrojar—. No te preocupes, dormiré en su habitación, no le molestará.
—¿Estás segura?
Lo dudó, pero al final la respuesta no cambió.
—Sí.
—Bien, buenas noches.
—Hasta mañana —dijo antes de verla subir.
Respuestas a los reviews.
Chat'de'Lune: ¡Muchas gracias! Quizá se mude, quién sabe. Te leo pronto, un abrazo.
mh6547985: Muchas gracias, lamento la espera. ¡Saludos!
Be-And-Te: Tienes toda la razón, no vale la pena negar que la relación de Anna con Hans es muy tóxica porque resulta obvio. Muchas gracias por tu comentario, saludos, un abrazo.
Wolf heart 22: Thank you very much!
ReaMir: ¡Aquí hay más! Aunque lamento la espera. Un abrazo.
Setsuna M: Gracias a ti por siempre comentar, espero volver pronto con más.
Naomigleekhummel: Aquí está por fin el siguiente, perdona la espera tan larga.
Judini: Personita, yo nunca dejo mis historias inconclusas, por eso no tienes que preocuparte conmigo, te lo aseguro, puedes revisar todo mi repertorio y las únicas incompletas son las que estoy publicando en estos momentos. Te agradezco mucho el interés y lamento retrasarme en las actualizaciones, pero te aseguro que siempre voy a regresar. Por supuesto que tomo en cuenta todos los comentarios, mis lectores son la principal razón por la que me esfuerzo en terminar. Espero leerte otra vez, un abrazo grande para ti.
