PERDÓN POR LA DEMORA.

Antes de decir hola tenía que disculparme y ahora que lo hice les puedo decir que por fin pude volver. Estuve aprovechando cada instante para apurarme en estar aquí y ahora aquí me tienen.

No quiero tardar tanto de nuevo, pero no puedo prometer que no será así, sin embargo, lo que sí les puedo prometer es que nunca dejo algo inconcluso y lo pueden corroborar con todas mis otras historias.

Gracias por esperar, les mando muchos abrazos y besitos. Cuídense, por favor, que espero volver a leerlos después.


La cama le quedó grande; era el mismo colchón y las sábanas de siempre con cierto olor a lavanda proveniente de su detergente. Se llevó la mano al cuello donde un mosquito había encontrado el camino por debajo de su cabello húmedo y la molestó con su zumbido constante al oído.

Por alguna razón se sentía intranquila. La expectativa de salir con Elsa le revolvía el estómago; parecía una mujer tan apartada del mundo que le daba miedo no alcanzarla. Siempre se mostraba cortés, la saludaba con una casi sonrisa y le daba la sensación de que la escuchaba cuando los demás se distraían, incluyendo a Hans. Pese a eso, no hacía comentarios; en su imaginación esa mujer se veía como un ave de presa sobre la atalaya más alta del mundo. ¿Cómo pasas tiempo con alguien así? ¿Y si no lograba conseguir una sola frase suya?

Las dudas, los miedos, se instalaban en su mente tal como la cancioncita pegajosa de los anuncios, esa tonadita fastidiosa que llega a tu recuerdo cuando ni siquiera has pensado en ella y se queda todo el día atorada entre tarareos involuntarios.

Se dio la vuelta entre las sabanas con la vista clavada en la ventana. Del otro lado del cristal la oscuridad parecía tragarse todo, los vehículos que desaparecían en un instante o las tenues luces de las farolas que, vanidosas, se negaban a apagarse por completo, haciendo competencia a las sombras.

A veces, si se detenía a pensar demasiado, terminaba con insomnio. No era la primera vez que sucedía, por lo general, un pequeño descuido ya le robaba horas de sueño; el reloj comenzaba a repicar por las paredes, haciéndola consciente de lo minutos transcurridos sin poder cerrar los ojos. A las tres de la mañana, apenas era capaz de permanecer en la cama, quería levantarse y aprovechar que estaba despierta, pero de hacerlo terminaría por no descansar en lo absoluto.

Las primeras luces del alba la sorprendieron cuando sus ojos recién se cerraban, pero le fue imposible quedarse a observarlas y cayó rendida. Se preocupó por el tiempo cuando horas más tarde escuchó golpes en la puerta y por un momento pensó que podría ser Elsa por lo que se levantó con el corazón en la boca.

Casi tropieza en el camino con una prenda que no recordaba haber dejado en el suelo. Era un desastre, pero no sólo ella sino su casa también; los cojines del sofá se encontraban sobre la mesa de la cocina y eso era lo mínimo del pequeño caos en su casa. Quizá no debería preocuparse demasiado por ello, pero sentía pena por sus descuidos.

La puerta volvió a sonar; por suerte, la cabellera era rubia no platinada.

—Hola…

—Kristoff, no esperaba verte hoy.

El chico se veía nervioso y recordó una vez más la discusión, aunque ya casi la había olvidado. En realidad, no estaban acostumbrados a estar molestos por demasiado tiempo.

—¿Quieres pasar?

Según el reloj, aún era temprano para la cita... ¿Siquiera era una cita?

Kristoff entró ya más tranquilo al ver que no estaba enojada. Pasó los días pensando si no habría ido demasiado lejos en su broma, le preocupaba perderla por algo tan tonto y al final no pudo evitar venir a verla.

—¿Te desperté? —preguntó al verla mejor.

Llevaba el cabello revuelto y los ojos hinchados. La respuesta era obvia.

—No, ya estaba despierta.

—No has dormido bien ¿Verdad? Tienes esa expresión en el rostro.

—¿Qué expresión?

—La que grita que no has dormido.

Anna le restó importancia, pero no respondió. Lo dejó seguirla hasta la cocina donde se le escapó un bostezo; su reflejo en el brillo del refrigerador le confirmó las palabras de su amigo.

—En realidad venía a disculparme.

—No, yo te debo una disculpa, fui muy grosera contigo y todo por una tontería.

—¿Ah sí?

—Sí. Olvidemos eso, por favor, tú hiciste mal, yo reaccioné peor, ya no importa.

—¿Entonces estamos bien?

—Estamos bien —aseguró.

Estaba distraída, el reloj avanzaba deprisa y ella todavía no tenía idea de cómo vestirse para salir con su cuñada. Y, aunque dijera que le mostraría los alrededores, tampoco sabía a dónde llevarla.

Desde la ventana podía ver la calle y su jardín medio descuidado; las plantas que con tanto ahínco había ido cuidando hoy se notaban apagadas, al borde de la muerte tan sólo por sus descuidos, ¿cuánto tiempo tendría ya que no les prestaba atención? Entre los entrenamientos y los días con su novio, no encontró momentos para ello.

No sabía porque pensaba en ello precisamente ahora, quizá por los nervios, tal vez sólo quería concentrarse en cualquier otra cosa para no terminar cancelando los planes que tenía con la chica. O quizá…

—Anna.

La primera vez pronunció su nombre con cuidado, pero como no lo escuchó esta vez se aseguró de darle más fuerza a su voz.

—Perdón, me distraje. ¿Decías algo?

Los platos sucios del día anterior seguían en el lavabo, ¿sería buena idea lavarlos antes de salir o podrían esperar hasta su regreso?

—Me preguntaba qué pasa contigo hoy. ¿Tuviste problemas con tu novio por mi culpa?

—No… No he tenido problemas con él, quiero decir, lo normal, alguna discusión tonta y tal. Nada de qué preocuparse.

Kristoff no dijo nada para no volver a pelear, pero esas "discusiones tontas" de las que Anna hablaba, en otras ocasiones le habían válido días llorando en la cama sin querer secarse las lágrimas.

La estudió; si estuviera mintiendo lo sabría. En sus ojos no demostraba tristeza, sino al contrario, parecía feliz, aunque su sonrisa no se manifestara todavía.

—Entonces todo está bien entre ustedes —dijo de forma dudosa.

Su actitud le resultaba extraña.

—Sí, todo está bien.

—Y lo has visto en estos días, supongo.

—No mucho —admitió—. La última vez fue hace un par de días. El día del incidente con el teléfono.

Se recargó en la pared y metió las manos en los bolsillos. Anna, a diferencia suya, permaneció apoyada con la palma en el lavabo y la mirada, aunque sobre él, no lo reflejó. El lugar en donde se encontraba perdida era difícil de alcanzar.

—¿Pasó algo más de lo que quieras hablar?

—No, nada, las cosas normales que pasan siempre en mi vida, eso es todo.

—¿Estás segura?

—Sí… ¿Sólo venías a eso? No es que quiera correrte, puedes quedarte cuanto quieras, pero justo ahora voy de salida y no quisiera llegar tarde. Nada personal, te prometo que ya no estoy enojada.

—¿Y piensas ir así?

—A eso me refiero —sonrió, por fin prestaba verdadera atención a su compañía—. Tengo mucho por hacer antes de salir, es decir, sólo mírame.

No es que fuera un desastre del todo, pero tampoco podría considerar su atuendo como algo apropiado para salir. Le dio la razón con una sonrisa; estaba conforme con haber podido congraciarse con ella porque Anna no sólo era su mejor amiga, era la única persona capaz de llevar ese título con gusto.

—Tienes razón, salir así sería un crimen.

—Gracias, Kristoff, muy amable de tu parte —respondió con sarcasmo—. ¿Algo más antes de que te saque de mi casa?

No sonaba enojada, por eso se sintió en la libertad para reírse.

—Ya me iba —se acercó a la puerta—. ¿Nos vemos otro día?

Anna asintió.

—Nos vemos, ya sabes dónde está la salida —Se sorprendió con la hora en el reloj—. Es tardísimo. Ya vete, no me hagas perder más tiempo.

Le empujó hasta casi sacarlo de su casa mientras él reía. Cuando se fue, se sintió más ligera, como si no supiera lo mucho que necesitaba estar bien con su amigo, es por eso, quizá, por lo que, a pesar de tanta insistencia de Hans por deshacerse de él, no quería sacarlo de su vida, no como había hecho con el resto.

Corrió al baño, los segundos se encontraban ahora en su contra y debía darse prisa.

Después de un rato se encontraba decente y en camino a casa de su novio, aunque sabía que él no estaría ahí. Desconocía si iba a encontrarse con el resto de sus hermanos, y eso la ponía el doble de nerviosa; tallaba sus manos constantemente en el pantalón y cuando no hacía eso se enredaba la punta de alguna de sus trenzas en los dedos. No acostumbraba a peinarse así, casi siempre Hans la trataba de niña en esos casos; no es que lo hablara con él porque no quería verlo enojado, pero ahora no podía usar trenzas o sentía la necesidad de quitárselas enseguida. Usualmente lo hacía, ¿Por qué hoy no? No lo sabía.

Quizá estaba pensando demasiado en algo muy trivial, a Elsa no le importaría si llevaba trenzas o si su pantalón no tenía bolsas y debía cargar con una aparte, no se fijaría en el color de sus uñas mal pintadas porque hoy no le dio tiempo de hacerlo de nuevo, mucho menos se daría cuenta de su labial rojizo o los nervios que transmitían sus ojos verdes. Quizá no se diera cuenta de todo eso, quizá salir no fuera más que un compromiso, algo para facilitar su nueva vida en la ciudad, pero para ella...

Soltó un suspiro, quería salir corriendo, pero el timbre ya avisaba de su presencia porque, por suerte, su cuerpo no seguía la misma línea de su pensamiento y actuó antes de verla arrepentirse.

Elsa salió casi enseguida, quiso preguntarse si estaría esperando cerca de la puerta, pero en realidad no le dio tiempo. Su ropa casual le robó las palabras, y vaya que lo intentó, hilvanar alguna frase, la que sea, un hola al menos, pero su lengua se negó a obedecer porque su atención se fue directo a su cabello recogido en un moño.

Cuando se ponía a ver revistas o entraba a redes sociales para pasar el rato, Anna veía constantemente chicas con peinados parecidos que quedaban fatal en ella misma y entonces suponía que esas mujeres estaban en otro nivel, o que sabían arreglarse como ella nunca podría y ahora estaba Elsa ahí, parada como si nada, con ese look de "me arreglé rápido y de todos modos me veo como una Diosa" o algo así. Era mejor ver a Elsa que a las mujeres en las revistas o redes sociales, ella era real, y más bonita.

—Anna… —la llamó.

Sonaba confundida y se preguntó si sería la primera vez que decía su nombre o se perdió tanto observándola que apenas venía a darse cuenta.

—Te ves hermosa.

No podía negarse a decirle un cumplido porque lo merecía. ¿Sus ojos la estarían delatando? Es decir, la admiración por la belleza que poseía esa mujer.

Elsa pareció no darle importancia, a decir verdad, asintió como si lo supiera o estuviera acostumbrada a escucharlo. Recordó el día en el aeropuerto, las miradas que ignoró, la suya incluida.

—También te ves linda, Anna.

No, estaba segura de que no, pero fingió creerlo.

—Gracias —De pronto se sentía feliz—. ¿Nos vamos?

Caminaron. No tenía prisa por llegar a ningún lado, aunque ya tuviera en mente a dónde llevarla; subirían al metro en la estación y bien podían ir hasta allá en el camión o en taxi, pero le gustaría disfrutar el momento a su lado, ¿estaría de acuerdo? Quizá no quería cansarse y sudar.

—¿Quieres tomar taxi a la estación? Tal vez hoy hace demasiado calor.

—Lo hace —admitió—, pero creo que puedo caminar si eso quieres.

—¿Estás segura?

—¿Tan débil crees que soy?

—¡No, no, no...! No se trata de eso, es decir, ya sabes, sólo no quiero que te canses... No es que te canses rápido, en realidad no lo sé, pero...

La risa de Elsa le impidió seguir con su balbuceo.

—Eres divertida. Estaré bien, no me cansa caminar, hagámoslo.

—Bien.

No pudo decir más porque se quedó pensando en el sonido de su risa y determinó que le gustaba. Por supuesto, la voz de cada persona era diferente, no podía pretender compararla con otros, pero si se viera en la necesidad de hacerlo, a diferencia de los demás, su sonrisa brillaba.

—Me gustan tus trenzas —dijo de pronto.

—¿Eh? ¿Las mías? Pero son... —recordó como las llamaba Hans—. Infantiles, ¿no crees?

—No lo creo, Anna. ¿Eso piensas tú?

No es que lo pensara, pero llevaba tanto escuchando lo mismo. No supo responder.

—¿Si no te gustan por qué te las hiciste?

Elsa se veía en verdad confundida, pero era esa clase de cosas que confunden hasta a uno mismo, ¿por qué? Si quería verse bien y las consideraba infantiles entonces debió peinarse diferente, pero no lo hizo.

—No lo sé, creo que sí me gustan.

—Ahí lo tienes. Te quedan bien. ¿Vamos a tomar metro?

—¿Eh? Sí, ¿no te importa?

—En lo absoluto.

Se mantuvieron en una conversación sin importancia durante el camino, así fue como Anna se enteró que Elsa amaba el chocolate, aunque lo comiera poco, que su estación favorita del año era invierno o que disfrutaba ver las hojas caer en otoño, justo cuando el frío alcanza sus primeros pasos. En el lugar donde vivía con sus padres, solía jugar en la nieve por horas y se entristeció sobremanera cuando le dijo que ahí no caía nieve.

Le sorprendió poder sacar más de dos palabras de ella porque, a decir verdad, pasó mucho tiempo temerosa de arruinarlo todo, de no ser suficiente, de no interesarle. No sabía si le interesaba, pero al menos se esforzaba por mantener la conversación.

Hasta ahora sólo la había visto en presencia de sus hermanos y por alguna razón la persona a su lado hoy no era la misma chica; sí, continuaba siendo reservada, aunque diferente. Su expresión seria no llevaba una sonrisa, pero podría apostar su brazo derecho a que se encontraba feliz.

—¿Qué es este lugar?

Observaba con curiosidad la senda que se abría entre algunos árboles y a las personas que, perdidas en su mundo, caminaban por aquel sendero como si lo conocieran de memoria. O quizá sólo seguían al guía, no sabría decirlo.

—Una reserva natural —dijo Anna sin dejar de caminar—. No es demasiado grande, pero es un buen lugar para hacer turismo. A menos de que no te gusten los animales.

—Me gustan.

—Entonces te gustará aquí. Puedes verlos de lejos mientras son libres en la naturaleza y es hermoso. Aunque a veces algunos animales asustan.

—¿Ah sí? ¿Como cuáles?

—Como leones, víboras, no lo sé, tal vez algunos otros también. ¿Hay algún animal que te dé miedo a ti?

Anna no tenía idea de que alguien pudiera necesitar tiempo para contestar una pregunta como esa, por lo general, cuando algo te da miedo lo sabes. La esperó comiendo una paleta que habían comprado en una tienda en la primera parada para comer; la de Elsa era de chocolate y estaba a punto de derretirse en su mano. La suya, por esta ocasión, era de vainilla y estaba por terminarse.

—No lo sé —dijo al fin—. No se me ocurre ninguno en estos momentos.

—¿Los osos?

—No.

—¿Tiburones?

—No me asustan.

—¿Orcas? ¿Delfines?

—¿Delfines? —preguntó confundida—. ¿A quién le darían miedo los delfines?

Se rio por su propia ocurrencia y tuvo que darle la razón.

—Es probable que a alguien en algún lado del mundo.

—Puede ser —admitió.

Estar con Elsa era divertido, pensó.

Fue sencillo distraerse con su compañía, dejar vagar su imaginación con conversaciones sin importancia. El resto del paseo sólo fueron ellas dos, pero no pudo evitar notar como Elsa se robaba la atención del resto de las personas y eso le resultó intimidante; no porque la notaran a ella también sino por estar al lado de una persona tan llamativa y distante.

A veces se quedaba callada para observarla; después de algunas horas caminando podía ver gotitas de sudor en su cuerpo y lejos de resultar desagradable, le pareció que se veía más atractiva. Como si pequeños copos de nieve adornaran su piel en ese instante y, aunque podría quedarse mirándola toda una vida —porque sí, Elsa era hermosa y quizá la envidiaba un poco por eso—, la notó cansada. Sonreía, pero suspiraba de vez en cuando como si el calor estuviera acabando con su vida, así que la detuvo más tiempo del necesario en la salida para que pudiera descansar adecuadamente y esta vez tomaron un taxi para llegar al siguiente lugar que planeaba mostrarle.

—¿Estás bien? No digo que te veas mal, pero parece como si estuvieras agotada, si es así podemos sólo volver a casa y...

—Descuida, estoy bien.

Elsa insistió en ello, pero Anna igual se mantuvo alerta porque su expresión no era la de alguien que está bien. Persistió un par de veces más y recibió la misma respuesta cada vez con menor tolerancia; no sabría decir si estaba enojada o no y se sintió triste al pensar que podría ser así, quizá por eso no volvió a preguntar.

Una vez ignorado el tema, volvió a centrar su atención más en el lugar que en Elsa porque mirarla demasiado la ponía nerviosa. A pesar de todo, fue divertido, y no divertido como cuando pasaba las tardes en compañía de su mejor amigo, tampoco divertido como los días entrenando o jugando en sus partidos, era una tranquilidad que no había sentido antes.

Aun con el sol sobre sus hombros, con el cansancio y el aire travieso que no dejaba el cabello de Elsa en paz —el suyo era más difícil de mover con las trenzas—, se permitió reírse de todo, lo cual le ganó unas miradas de falso enojo de su compañera, sólo para acompañarla unos minutos después.

En realidad, no esperaba que terminaran llegando justo al restaurante de Kristoff, pero sucedió casi sin querer. Elsa no pudo más, tenía el rostro sonrojado y resoplaba, aunque intentara evitarlo; era un golpe de calor, no tenía dudas sobre ello.

Tocó su frente, a pesar de la evidente insolación estaba helada y no supo si eso lo hacía menos preocupante o, por el contrario, era una mala señal.

—Estás fría.

Elsa tomó su mano para separarla de su rostro, aunque no la soltó por lo que Anna no pudo evitar distraerse un segundo.

—Siempre estoy fría.

—Pero estás roja, muy roja —insistió—. Debimos parar hace mucho, hubiera insistido más, es decir, por mi culpa ahora...

—No es tu culpa, Anna, pero descansemos en algún lugar que comienzo a marearme.

Entraron al restaurante. El aire fresco del interior mejoró su semblante; ya no parecía a punto de desfallecer y, una malteada después, casi había desaparecido por completo su color rosado poco habitual. Elsa era tan blanca que hasta un poco de color en sus mejillas se volvía evidente.

—¿Tienes problemas con el calor? —preguntó mientras devoraba una de sus papas fritas.

Por lo general no dejaba que las personas tocaran su comida, pero cuando le quitó una no dijo nada.

—Algo así.

—¿Vas a explicarlo?

No la había presentado con su amigo, aunque podía verlo observando detrás de la barra. Podía gritarle que se detuviera, pero eso implicaría interrumpir a Elsa, así que no lo hizo.

—No soy buena con los climas cálidos.

—¿Qué tan mala eres con ellos?

—Lo acabas de ver —sonrió—. Mi piel se pone roja enseguida. Es por eso por lo que me gustaba tanto vivir con mi madre.

—¿Cómo es tu mamá? Es decir, si no te importa la pregunta, tal vez sea demasiado personal, pero si no lo es sería lindo saber si eres una mini versión de ella.

Elsa parecía divertida cuando Anna se enredaba sola con sus palabras, lo cual era muy seguido.

—No lo soy. Me parezco más a mi padre biológico, aunque sólo lo he visto en fotos.

Kristoff no la dejó contestar porque se presentó con ellas para dejarles el postre que ni siquiera habían pedido.

—No hemos ordenado postre.

—Va por la casa.

Elsa parecía molesta.

—Eres muy amable, pero no me apetece aceptar algo que no he pedido.

—Elsa, no pasa nada —intercedió Anna al darse cuenta de que las cosas no podían terminar bien—. No los he presentado. Kristoff es mi mejor amigo. Kristoff, ella es Elsa, la hermana de Hans.

—Qué horror ser presentada así —bromeó—. Disculpa mi agresividad, no sabía que se conocían.

Él sonrió con su actitud de siempre. Por cuanto lo conocía Anna sabía que no estaba molesto, y los observó mientras se saludaban.

—No pasa nada, debí aclararlo desde el principio. Me llamo Kristoff, mucho gusto.

—Eso escuché. Encantada.

Las dejó solas unos minutos después, principalmente porque Elsa no parecía muy dispuesta a compartir su tiempo ni su conversación, y Anna lo notó; había pasado las horas sin parar de hablar con ella y ahora de pronto volvía a ser aquella chica distraída que ignora a todo el mundo, como si no estuviera prestando real atención a cuanto lograba escuchar.

Se preguntó en silencio si Kristoff le resultaría desagradable y, aunque intentó acallar el instinto, le dio una interna alegría al saber que a su lado no se encerró de esa forma, al contrario, se permitió compartirle pequeños detalles de su vida aun sin conocerla por completo.

A diferencia de la comida, el trayecto a casa fue tranquilo y silencioso; por las calles el sol se reflejaba tenue en las baldosas, distinto a horas antes cuando no permitía ni respirar, ahora apenas era brillo que se reflejaba en sus pestañas al caminar. Si de verdad existía en el mundo un ser perfecto, determinó que, sin duda, sería ella.

Las farolas se encendían con cada paso y el ambiente pasó de frenético a meditabundo. El cansancio comenzaba a pesar sobre sus hombros, pero se sentía feliz, y para cuando alcanzaron la puerta el sol había cedido su papel protagónico a la luna, quien iluminó su despedida.

—Hey.

No había pensado en él en todo el día hasta ahora que veía su silueta recortada contra la luz proveniente del interior de la casa.

—Hola, Hans.

Era su novio, pero jamás se sintió con la plena confianza para usar apodos, en especial porque cuando lo intentó le dejó en claro que no le gustaba.

—No sabía que estabas con mi hermana.

No era otra cosa que la exigencia de una explicación, aunque lo disimuló bien.

—Salimos un rato.

—¿Ah sí? ¿A dónde?

Elsa por fin los interrumpió, para sorpresa de ambos.

—No es asunto tuyo, Hans —Giró enseguida con Anna para verla a los ojos al momento de hablarle—. Me divertí mucho, gracias por eso. Nos vemos después.

Entró sin darle más importancia a la presencia del chico quien miró un rato el camino por donde desapareció. Estaba asombrado y confundido.

—Qué raro —mencionó a media voz y, pese a escuchar la voz de Anna, no añadió nada más.

Y ella, en cambio, se sintió invisible cuando la puerta se cerró.


Respuestas a los reviews:

Chat'de'Lune: Espero que hayas disfrutado la interacción de Anna con su cuñada, muchas gracias por tus comentarios y todo, gracias mil. Un abrazo a la distancia para ti.

RocKLovert: Muchas gracias, no sé si la sigas todavía después de tanta ausencia, pero igual te agradezco mucho haber aparecido.

Judini: ¡No! Por supuesto que no me molestaste, lamento si mi respuesta sonó demasiado ruda. Una de las razones por las que quería regresar cuanto antes era para decirte que no te preocuparas por esas pequeñeces, me alegra mucho que hayas decidido leerme y seré todavía más feliz si sigues aquí después de meses. Espero que estés bien, un abrazo.

Bekwo: Por supuesto, aquí esta la continuación. A veces tardo, pero siempre regreso.

LindsayWest: ¡Hola! Primero que nada eso de vil existencia no, que tu existencia me da años de vida a mí hehe

Y te doy toda la razón, Elsa es un ángel, todo en ella es como ver una estrella brillar o algo parecido.

Me alegra mucho que hayas decidido leerme, me siento... honrada, y de todo corazón espero no decepcionarte. Ahora bien, con respecto a tu última pregunta, si te soy sincera nunca nadie me lo había preguntado y fue interesante. Conmigo puedes usar el pronombre que más te guste, así de simple, pero si de verdad quieres saber mi género, pues soy chica. Estás en todo el derecho de preguntar y gracias por hacerlo.

Quizá si me conocieras en persona igual me llamarías chico, así que...

Te mando un abrazo, cuídate mucho y a los tuyos y de verdad espero que tu madre esté mejor. Perdóname por la demora.

Love novels: ¡Perdóname! Aquí estoy y siempre voy a volver, lo prometo.