¡Hola, hola! Ya traigo el capítulo, mil perdones por la demora.

Les agradezco de todo corazón a las personas que me siguen leyendo y que han dejado comentarios pese a mis demoras.

Nos volveremos a leer muy pronto, espero, de todos modos, siempre vuelvo.

Besitos, cuídense mucho.


Su juego se canceló; la lluvia era una torrente, el lugar del encuentro ahora estaba convertido en mar abierto y las calles corrían como lagos, por lo que ni siquiera pudo salir. Quedó encerrada en su casa con la vista fija en las gotas que golpeaban el vidrio en su ventana.

El café entre sus manos le ponía la piel rosa por el calor, pero no se atrevía a separarse de él, quizá porque la distraía de volver a pensar en su novio y la forma tan cruel de ignorarla. Llevaba días sin hablar con él, su celular paseaba de lado a lado como peso muerto necesario; no sonaba, pero estaba ahí para recordarle que Hans no se acordaba de ella.

Molesta, pegó la barbilla a la mesa y observó fijamente cómo subía el vapor de su café. Tenía, además, una manta sobre los hombros y la radio de fondo en la sala donde apenas lograba escuchar sonidos distorsionados por la distancia y el volumen. Podría moverse de lugar, pero seguiría sin prestar atención así que no lo hizo.

En alguna parte de la casa un goteo golpeaba constante contra la superficie, fuese cual fuese. Y ella, distraída como estaba, apenas se daba cuenta de nada; en otro momento quizá habría visto las gotas de lluvia resbalar por su ventana con mayor interés o aprovecharía el encierro para ponerse al día con su programa de televisión favorito. Era fan de los shows de talentos porque le gustaba ver a las personas hacer cosas asombrosas e intentar imitar, con mucha menos destreza, lo que alcanzaba a ver. Pero estaba aburrida, odiando un poco el clima y el mundo en general por no dejarla estar allá afuera jugando su partido y, en cambio, mantenerla encerrada con un café que poco a poco iba enfriándose entre sus manos.

Hace unos días el sol era tan fuerte que salir la dejaba agotada, los entrenamientos también se intensificaban cuando el calor los azotaba así, y ahora debía mantenerse entre la sábana para no sentir los hombros fríos. En momentos como ese le vendría bien un abrazo de su novio, pero claro, él no estaba ahí.

A veces no conseguía entenderlo, por más empeño que ponía en ello; Hans era difícil, tratar de mantener una conversación para expresarle sus sentimientos era imposible y escuchar los suyos lo era el doble porque simplemente no hablaba de eso, como si no los tuviera o no le importara, excepto cuando la necesitaba y no sabía si sentirse halagada o utilizada. Era el deber de una novia acompañar a su novio en sus arrebatos, al menos eso creía y eso le decían sus compañeras del equipo todo el tiempo "Una pareja se apoya", "Si no estás para él alguien más conseguirá estar donde tú no" ¿Por qué no se sentía bien hacerlo? Estar ahí constantemente, a su lado, pero sentir como si estuviera tan lejos que no fuera capaz de tocarlo.

Lo quería como no imaginó querer a nadie, después de todo, era su primer amor. Ese que te hace sentir volar, que te deja sin respiración desde la primera cita cuando se miran a los ojos y sonríen y todo eso era incapaz de olvidarlo, aunque no sucediera ya tan seguido como antes, pero cuando sucedía se convertía en la misma chica enamorada que sólo quería saltar a sus brazos y besarlo sin parar.

Apoyó la cabeza en la mesa y la cubrió con las manos. Odiaba tener tanto tiempo libre porque sus pensamientos no la dejaban tranquila, no como cuando corría por toda la cancha para no dejar caer la pelota, con los últimos minutos encima de sus hombros y la respiración agitada por el esfuerzo y la adrenalina. En casa era diferente, pensaba constantemente, en Hans, en su familia, en sus amigos, y de forma más reciente, incluso en los hermanos de su novio. Sobre todo, en cierta chica de mirada pérdida.

Quería repetir aquella salida, pero ni siquiera era capaz de verla, no sin visitar a Hans y él no daba señales de querer verla, así que sólo se quedaba en casa y pensaba en ese halo de misterio. Es decir, Elsa había demostrado tenerle la confianza para hablarle de su vida, de su familia, incluso de algunos gustos personales y, a pesar de ser apenas un par de extrañas, aceptó acompañarla cuando se lo pidió.

Resultaba curioso verla con sus hermanos, con Emil era soñadora y agradable, su sonrisa resplandecía escondida con el gesto a medias, pero cuando se trataba de Mikkel era un tanto más reservada, no demasiado tomando en cuenta su comportamiento con el resto del mundo, pero sí lo suficiente, y con Hans, con él no se contenía. Parecía molesta sólo con verle la cara, así que no entendió qué hacía viviendo ahí.

En realidad, podría pasarse las horas pensando en ello con tal de no prestar atención a su propia vida, no porque no le gustara, sólo que en ocasiones no le parecía suficiente. Incluso como competidora era una persona promedio y, aunque amaba su equipo, su vida, había ocasiones en las que todo parecía sentirse vacío y aterrador; las gradas la sofocaban, la gente, incluso su propio uniforme daba la impresión de estar hecho para alguien más. Su único amigo a veces también parecía cansarse de ella, aunque no estaba segura si eso eran creencias suyas o realmente estaba sucediendo. Y se aferraba tanto, no quería dejarlo ir, no quería perder a nadie, no a Hans, no a Kristoff, ni a su equipo, a todo el mundo.

Odiaba los días así porque encerrada lejos del resto no podía evitar la soledad que se escurría por las habitaciones. Y cuando miraba las calles por la ventana, incluso desde el comedor, le parecía un mundo tan lejano del que desconocía la mayor parte de las cosas. Aunque no por eso observaba menos sino al contrario.

En la mesa, su teléfono comenzó a timbrar y lo tomó con urgencia sin mirar el identificador. No quería seguir viendo subir el vapor de su café cada vez menos denso al estarse enfriando.

—¡Kristoff! —saludó en cuanto reconoció la voz.

Tenía la esperanza de que fuera Hans, pero no por tratarse de su amigo se sentía decepcionada.

—Adivina la intérprete favorita de quién va a estar pronto en la ciudad —dijo con voz cantarina.

Había una chica, no demasiado famosa, que solía componer y cantar, por lo general en pequeños lugares dedicados al entretenimiento y la buena bebida, sólo que de otro país. Anna la conoció en una ocasión al ir de vacaciones con su mejor amigo, antes de convertirse en la novia de Hans, y desde entonces no se perdía ninguno de sus conciertos en redes sociales, sin embargo, no podía ir a verla en persona de nuevo porque no tenía ni el tiempo ni el dinero ni con quién ir. Hans jamás le permitiría marcharse con Kristoff a solas.

—No hablas en serio.

—¿No has revisado su cuenta? Si a mí me llegó la notificación supongo que a ti también.

Anna despegó el celular de su oído y dejó la llamada en altavoz para asegurarse de las palabras de su amigo. Cuando vio que tenía razón no lo podía creer.

—Es real…

—¡Por supuesto! ¿Crees que yo sería capaz de mentirte en algo así?

—No, pero… ¡Es increíble! Aunque todavía falta un mes.

—Quién sabe, podría llegar antes para echar un vistazo por la ciudad. Yo lo haría.

—¡Basta! Deja de emocionarme más.

Pasó la tarde en una conversación sobre las posibilidades de encontrarla en la calle y fantaseo gran parte de su día con ello, casi olvidó la lluvia, sus preocupaciones y todo lo demás. Podría volver a verla, escucharla cantar y quizá conseguir el autógrafo que no fue capaz de pedir la última vez.

Cuando la última gota de lluvia cayó en su ventana apenas lo notó al estar tan pendiente de su celular. Sonreía; la noticia fue lo que necesitaba para sentirse mejor, como si la perspectiva de volver a verla arreglara el clima y todos sus problemas. Era la primera vez que se convertía en fan de alguien y, aunque le resultaba un poco extraño en ocasiones, disfrutaba mucho pasar parte de su día con su música sonando en la bocina.

—Eso debe ser estresante.

Le hablaba al televisor. Hans por fin llamó y la invitó a su casa, pero cuando llegó ya no estaba porque a última hora cambió de planes; de todos modos, decidió quedarse sin importar si él se encontraba o no en la casa y se quedó viendo lo primero que salió en la televisión. No había nadie más, y tampoco era la primera vez que permanecía sola en casa de su novio.

No se aburrió porque el programa resultó ser bastante interesante, se concentró tanto en la historia que comenzó a hablar en voz alta sin darse cuenta, lo cual la llenó de vergüenza al notar de repente cómo se hundía el lugar a su lado en el sillón. Dio un breve sobresalto ante esto pues no lo esperaba, mucho menos tenía planeado voltear y encontrarse a Elsa sentada a tan sólo unos centímetros de distancia.

—¿Qué es estresante? —preguntó.

Quería desaparecer para no darse cuenta de que la chica la escuchó hablar sola y, aunque Hans se habría burlado, ella pareció tomarlo con normalidad. Si tan sólo su novio pudiera ser un poco parecido a su hermana, quizá le gustaría más.

—Es sólo que… —le daba un poco de pena admitirlo y respiró hondo antes de continuar—. Me resulta estresante que no puedan tener emociones negativas o de lo contrario el villano las utiliza en su contra. Creo que todos tenemos derecho a sentirnos miserables de vez en cuando.

Esperaba, como mínimo, una risa de su parte, pero ésta nunca llegó.

—Creo que tienes razón.

—¿De verdad?

—Sí, una persona se merece poder sentirse enfadada o triste sin que eso sea utilizado en su contra, en especial si hace lo posible por no herir a nadie mientras dura su proceso.

Si necesitaba una razón más para tenerle el doble de cariño era esa. Se preguntó en silencio si Elsa tendría un motivo en específico para pensar así, pero decidió no externar su duda y se quedó un rato en silencio hasta que recordó que no la había escuchado entrar.

—¿En qué momento llegaste?

—Hace unos minutos. Te vi en el sillón y vine a hacerte compañía. ¿Por qué estás aquí sola?

Anna mantenía los pies sobre el lugar donde estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho, una posición muy habitual en ella cuando se sentía sola, pero ahora se había acomodado de tal manera que su cuerpo quedara inclinado a donde la chica esperaba su respuesta.

Se encogió de hombros.

—Hans tuvo que irse.

—¿Y te dejó sola?

—Está bien, no es la primera vez, ya estoy acostumbrada.

—No deberías acostumbrarte a eso, Anna.

Otra vez ese cosquilleo en la punta de los dedos al escuchar su nombre en sus labios, ¿eso era siquiera normal? La voz de Elsa tenía un efecto curioso y tranquilizador en su persona, aunque desconocía si aquello era una habilidad especial de la chica o simplemente se trataba de ideas suyas. Pese a ello, se alegró.

—Quizá tengas razón, pero es un poco tarde —no quería hablar de lo mismo, así que intentó desviar el tema—. ¿Estabas con tus hermanos?

Si Elsa se dio cuenta de sus intenciones las pasó por alto.

—Así es.

—¿Disfrutando el viaje?

—Buscando trabajo —corrigió—. No me puedo quedar más tiempo aquí.

—¿Por qué no? Hans parece quererte más a ti que a cualquier otra persona, incluyendo a sus hermanos.

—Pero yo no le quiero a él.

Su respuesta fue tajante. No se veía molesta, tan sólo indiferente; mantenía todavía la vista fija en el televisor puesto que en todo ese tiempo no habían considerado necesario voltear a verse para mantener la conversación, pero en cuanto lo dijo Anna la miró, lo que tuvo en ella el mismo efecto.

Prefirió no seguir por ese camino, quizá inmiscuirse en ello sería demasiado personal.

—¿En qué quieres trabajar?

—No importa en qué.

—Mi amigo del restaurante está contratando personal, pero es como mesera y no tengo idea si tú quieres trabajar de eso… Quizá no, olvida que lo mencione, es obvio que quieres un trabajo mejor y…

—Anna —sonrió como hacía cada que la veía divagar en sus monólogos—. Me ayudaría mucho trabajar ahí. ¿Puedes llevarme a hablar con él mañana?

—Sí, claro, yo… Estaría encantada de llevarte.

—Bien, entonces es una cita. Si me disculpas, debo ir a darme una ducha, ha sido un día agotador.

Escuchó a medias después de la palabra cita y la vio desaparecer tras el corredor que daba a las habitaciones. ¿Elsa disfrutaría decir ese tipo de cosas? Podría jurar que la vio sonreír antes de irse, pero como se levantó tan rápido no podía estar segura.

¿Qué pensaría Elsa? ¿Tendría una buena opinión de ella o la vería como una molestia? No quería preguntárselo porque le daba un poco de miedo la respuesta. Es probable que Elsa sólo se estuviera comportando de forma amable porque así era su forma de ser y no porque Anna le cayera especialmente bien y la idea la asustaba. Quería caerle bien.

Un rato después volvió a salir, llevaba el cabello húmedo sobre los hombros y el rostro sonrojado lo cual exaltaba su tez blanca más de lo usual; en su piel podía ver minúsculos brillos bajo la luz que se colaba por la ventana y se quedó un momento largo contemplando sin descaro esa visión hasta que su voz la devolvió a la realidad.

—¿Vamos?

—¿A dónde vamos?

Apenas salió la pregunta de sus labios su cuerpo obedeció cual resorte al ponerse en pie, incluso sin saber a dónde iban.

—A cualquier lugar que no sea aquí.

Sonrió.

—Me parece bien.

Caminaron sin rumbo fijo; con el clima más fresco que en los últimos días Elsa se veía incluso más contenta, casi podía ver una sonrisa asomar de su dulce expresión soñadora mientras observaba el cielo nublado y dejaba pasar el viento con libertad entre su ropa. Anna llevaba un abrigo ligero, pero Elsa no parecía necesitarlo en lo absoluto.

Entraron en un parque sin dejar de mirar alrededor donde los árboles crecían hacia todas direcciones y los niños se entretenían corriendo por todo el lugar; las aves cantaban con fuerza sobre sus cabezas sin llegar a ser una molestia y Elsa de repente dejó de mirarla para admirar lo demás. Parecía una niña con los ojos brillantes ante un espectáculo cuando ella veía todo de lo más normal.

—Uno creería que no sales demasiado, Elsa.

—Claro que salgo, pero el exterior no deja de ser impresionante.

—No parece que pienses así todo el tiempo.

Se acercaron a un carrito de paletas y, después de elegir cada una su sabor favorito, reanudaron la conversación, aunque Anna estaba distraída intentando no gotear su ropa con chocolate, así que se redujo a esperar una respuesta.

—Me gusta cuando no soy parte del paisaje.

Quiso decirle que dudaba que ella pudiera quedarse fuera del paisaje de alguien, pero prefirió guardarse su comentario pues ya comenzaba a entender cuan indiferente se volvía Elsa con los halagos o cualquier muestra de atención exagerada y, pese a que permanecer callada nunca fue su fuerte, no quería molestarla.

Un niño pasó corriendo a su lado con descuido, lo vieron caer al tropezar con una gran raíz de alguno de los árboles cercanos y entonces comenzó a llorar; pensó que sólo lo ayudarían a ponerse en pie cuando la chica se acercó a él, pero en lugar de eso lo consoló y compró un helado para el niño. Había dejado de llorar, aunque tenía todavía la mejillas mojadas.

Imaginó que no habría forma de ver a Elsa en un papel más afable que cuando conseguía hacerla reír, sin embargo, la expresión que dedicó al pequeño superó sus expectativas. Al final su propio cono cayó al suelo, derretido, mientras el niño corría feliz a dar los brazos a su madre.

—No sabía que te gustaran los niños.

—Acabas de derramar tu helado —avisó.

A Anna la tenía sin cuidado si llevaba en la mano el cucurucho sin una pizca de nieve.

—Ya había comido más de la mitad —dijo como si eso fuese suficiente.

Elsa acercó su propio helado a unos centímetros de su rostro y no podía fingir no sentirse un tanto cohibida al captar sus intenciones.

—Te regalo del mío.

Dio una pequeña mordida al helado, aunque no supo si por probar el suyo, por no despreciarle el gesto o simplemente porque la idea de comer del mismo trozo de nieve le resultó tentadora; limpió una mancha que había quedado en sus labios.

—Es más rico el tuyo —admitió.

—Tómalo, te lo regalo.

—¡No, no, para nada! No te pienso quitar tu helado, no te lo tomes tan en serio.

—Vamos, Anna, si lo quieres sólo tómalo.

Lo acercó un poco más. Ella, todavía dubitativa, no supo si debía considerarlo o seguir negándose. Intento extender el brazo para tomarlo, pero se arrepintió enseguida.

—No, come tú. Por favor.

—Al menos dale otra mordida.

Lo hizo porque no le dio muchas opciones. Probablemente era la primera vez en mucho tiempo que se sentía así de feliz y tranquila, cuando no estaba preocupada por sus partidos su novio se encargaba de quitarle las ganas de salir solos, no como ahora que podía sentirse libre.

—Creo que podríamos pasar al restaurante donde trabaja mi amigo, si quieres.

Seguían sin ponerle un rumbo fijo a su caminata, así que bien podía aprovechar para conseguirle el empleo cuanto antes porque su voz sonó un poco desesperada cuando habló de ello.

—Vamos entonces.

Elsa tardó mucho en terminar su helado y Anna observó con cuidado sus movimientos sorprendida de que no se derritiera en sus manos tras el largo rato de camino. Casi se tropieza con una piedra por ir tan distraída, cosa que la hizo avergonzar cuando Elsa se detuvo a socorrerla para evitar la caída. Sus manos, como ya lo había notado el día de su llegada, eran firmes y frías. Su cuerpo, en comparación al suyo, mantenía una temperatura menos elevada por lo que le dieron ganas de quedarse aferrada a ella.

Por supuesto, no lo hizo.

Encontró a Kristoff tras el mostrador. Las saludó con la mano al verlas entrar y dejó su puesto un segundo a un ayudante con tal de acercarse a su mejor amiga; llevaba el cabello recogido como lo obligaba su madre al estar dentro de su área de trabajo y las mangas de su camisa por los codos.

—Hey, ¿qué las trae por aquí? ¿Mesa para dos?

—Tal vez en otra ocasión. Esta vez vengo a hablar contigo.

—Claro —dijo limpiando sus manos en el delantal—. Vayamos a la parte de atrás, tendremos más privacidad ahí.

Las condujo a una especie de sala de descanso con varios sillones, algunos más grandes que otros, y una pequeña mesa en el centro de la estancia; en una esquina estaban los casilleros de los trabajadores y en el otro un vestidor de donde salió una chica morena con trenzas que los saludó con una sonrisa antes de salir. Pocas veces entraba hasta ahí.

—¿Y bien?

Había cruzado los brazos, pero no de forma intimidante, simplemente esperaba.

—Verás…

—Déjame a mí, Anna, se supone que soy yo quien está interesada en el empleo —interrumpió Elsa con un paso al frente—. Tengo entendido que les hace falta personal.

—¿Necesitas empleo? ¡Claro! Te contrato, después de todo eres amiga de Anna, no estaría hablando por ti si no confiara lo suficiente en que eres capaz de hacer las cosas, pero supongo que primero querrás conocer todos los detalles del puesto, ¿no es así?

Elsa estaba un poco sorprendida por la confianza del chico, así que se limitó a asentir. Después de unos largos minutos de explicaciones, salió de ahí con empleo. Kristoff las acompañó a la parte del restaurante de nuevo y casi les rogó que se quedaran a comer; ambas accedieron porque tras todo el día afuera el hambre comenzaba a pesar sobre sus estómagos.

—Gracias, Anna, no sé qué hubiese hecho sin ti.

Sus mejillas se encendieron e intentó quitarle importancia al asunto para no seguir avergonzada por las palabras de agradecimiento.

—Pareces una persona muy capaz, Elsa, estoy segura de que encontrarías otro empleo incluso sin mi ayuda.

—Pero me ayudaste de todos modos y te lo agradezco.

Su celular comenzó a sonar sobre la mesa justo cuando el chico volvía con la comida. Elsa guardó silencio y Kristoff no pudo evitar rodar los ojos al ver el nombre que aparecía en la pantalla; para su sorpresa, no respondió. Apagó el celular y devolvió su atención a la chica que tenía enfrente.

—¿No vas a contestar? —preguntó Elsa.

—No, estoy ocupada.

Era la primera vez que dejaba a su novio de lado, pero no sería la última.