¡Hola! He vuelto.

No sabía cuánto tiempo pasó hasta que revisé la fecha de actualización del último capítulo, así que mis disculpas.

Gracias por las lecturas y por todo el apoyo que me dan, lo aprecio y les mando besitos y abrazos.

Cuídense mucho.


A pesar de estar siempre a la defensiva, Hans solía contenerse; a veces gritaba, pero no como ahora que estaba echo una furia a tal punto que contradecirlo la asustaba e incluso así, no podía quedarse callada porque sus gritos no le parecían justos.

Había llegado a su casa por la tarde y desde entonces su día se fue en discutir por nimiedades hasta llegar al punto donde se encontraban en ese instante. Si no quería estar ahí, ¿por qué obligarse y hacerla pasar un mal rato en el proceso? Ni siquiera le permitió ir a la tienda sola, lo cual le dio la idea de que, por primera vez en días, quería estar pegado a ella para controlar su rutina completa.

No podía dejar de pensar en que su comportamiento se debía a la llamada ignorada del otro día; no se atrevió a colgar una segunda vez desde entonces, pero era demasiado tarde, sus alertas estaban encendidas y cada vez que sucedía eso se quedaba como chicle a su lado, sólo que ahora no se sentía capaz de soportarlo.

—¡Soy tu novio! ¡Eso me da el derecho de estar donde yo quiera!

No quería irse, aunque se lo pidió con toda la amabilidad que le fue posible.

—Entiende, Hans, tengo un partido importante y sólo quiero descansar.

—¿Dices acaso que yo no te dejo descansar? —la tomó de la cintura acercándola con fuerza—. A veces es cierto, pero nunca te habías quejado.

Anna intentó quitárselo de encima sin mucho éxito. Sus brazos la aprisionaban como cadenas; su sola presencia ya resultaba de por sí asfixiante.

—No quiero jugar tus tonterías hoy, sólo suéltame.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó arrojándola al sillón—. ¿Por qué de repente eres así?

Ya no parecía enojado, su mirada pasó de rabia a tristeza en un segundo. Bajó los ojos y se dejó caer a unos centímetros de ella con los brazos flojos. Cuando lo veía así de vulnerable le era inevitable no recordar que era su soporte, Hans lo había dejado claro infinidad de veces cuando aseguraba que sin su amor él no sería nada. Entonces su voz se suavizaba y ponía el esfuerzo necesario por arreglar las cosas porque aseguraba necesitar su compañía para sentirse mejor. "El mundo tiene color cuando estás aquí, por eso no quiero que te vayas nunca de mi vida", dijo alguna vez. Y una frase que le pareció bastante romántica en su momento, hoy la atormentaba cual sentencia.

—Hans, no te pongas así. Te quiero.

—¿No me amas? —preguntó observándola con la expresión de cachorro que usaba siempre para salirse con la suya.

—Yo… Sí, te amo.

—¿Entonces por qué me quieres lejos? No lo entiendo.

No quiso hacerle ver que el único en quedarse lejos fue él, no ella. Intentó buscarlo de mil maneras y nunca atendió sus llamadas; ahora estaba ahí, jugando a ser la víctima, pero le creía. Quizá sólo había estado ocupado mientras se convertía en una molestia con sus insistencias, sus depresiones e inseguridades.

—No te quiero lejos ¿de acuerdo?

Abrazó su rostro contra su pecho al tiempo que daba un beso a su cabello. Podía sentir su respiración chocar en su blusa y sus manos aferradas a su cintura como si temiera perderla al momento de soltar el agarre.

Duraron así lo que le pareció una eternidad hasta escuchar sus ronquidos, entonces lo acomodó lento sobre su sofá para poder liberarse. Sus manos seguían igual de calientes que de costumbre, quemaban con un sólo roce, aunque no sabía si eso eran sólo imaginaciones suyas.

El Hans de ahora gritaba mucho; cuando lo conoció siempre usaba otro tono de voz con ella y no tenía idea de cuándo fue que cambió eso. A pesar de constantemente encontrar diferencias entre el chico de quien se enamoró y la persona recostada en su sillón, no se planteaba que las cosas pudieran ser diferentes.

Era cuanto tenía, ese chico de ahí la rescató cuando más la necesitaba y le gustaba pensar que ella hizo lo mismo por él, así que, de alguna forma, se necesitaban con o sin diferencias. Por ello se quejaba cuando decían cosas sobre Hans, lo defendía porque nadie lo conocía lo suficiente como para opinar al respecto, y lo intentaban de todos modos.

Lo vio dormir con el ceño fruncido, enojado pese a estar en las brumas de la inconciencia, cosa que en otro momento le traería una risa acompañada de la necesidad de molestarlo un poco, dejando su índice contra la frente de éste, en un vano intento por alizar la piel ceñuda. Sin embargo, ya no tenía el mismo efecto, lo dejó solo mientras entraba a la habitación a descansar un rato de su presencia.

No mentía cuando dijo que quería dormir, su partido sería importante, con esto se decidiría si avanzaban a la siguiente fase o no y de fallarle a su equipo en estos momentos no se lo perdonaría nunca.

Hans no despertaría pronto, tenía tiempo de sobra para dormir, aunque no quería dejarlo quedarse en su casa, tampoco tenía opción, lo conocía lo suficiente para saber que no se iría porque ya se lo había pedido y obtuvo como respuesta una negativa muy contundente, de insistir terminaría enojado, aunque seguiría sin irse, probablemente con tal de llevarle la contraria.

Días con lo mismo la asfixiaban, quería ver a su mejor amigo, a Elsa, a sus amigas, y no era capaz de hacerlo porque él no quería quedarse solo; la necesitaba, o al menos eso decía cuando tomaba su mano con fuerza con tal de no dejarla alejarse más de dos metros.

Esa necesidad colmaba su paciencia; en otro tiempo habría disfrutado su compañía, incluso si eso significaba dejar de lado a otras personas, pero ahora no podía pensar de la misma forma. No quería perderlo, aunque cada día le costaba el doble soportar sus arrebatos sin sentido y sus manías; dejarla abandonada, por ejemplo, se convertía cada vez en algo más usual para luego volver y enroscarse en sus horas de nuevo.

Se recostó en la cama con la sábana cubriendo hasta su cintura mientras el aire nocturno se filtraba por su ventana abierta; quería quedarse dormida cuanto antes, pero sus pensamientos no la dejaban tranquila y pronto se encontró preguntándose cómo le estaría yendo a Elsa en sus primeros días de trabajo pues no tuvo la oportunidad de acompañarla ni una sola vez, menos con Hans tan cerca, así que, al no poder hablar con su amigo tampoco sólo le quedaba la duda cual sonido estresante de relojito de pared.

La puerta abriéndose la distrajo. Su novio entró tallando uno de sus ojos con el dorso de la mano y sonrió al verla; se veía cansado, medio dormido, por lo que no fue una sorpresa que cayera de nuevo en un sueño profundo al tocar el colchón. Había recostado la cabeza cerca de su hombro con las manos bajo la mejilla.

Anna acarició su cabello; si pudiera verse así de inofensivo todo el tiempo quizá no estarían ahora en el borde del precipicio.

Sus pies se hundieron unos centímetros en la arena y la arañó con suavidad mientras esperaba; la vista fija en el otro lado de la cancha. Podía sentir sus músculos en tensión, el aire pesado en los pulmones, las gotas de sudor recorrer su frente y era incapaz de limpiarlas por miedo a perder un sólo segundo del partido, así que las dejó bajar, a pesar de que algunas pasaron por el contorno de sus ojos.

A su lado, las demás permanecían en la misma especie de trance, casi sin escuchar a la tribuna gritar con cada toque, como si en ese breve instante no existiera otra cosa aparte de sus contrincantes y el balón que iba a caer justo en su lado de la cancha de no ser por una chica bajita que reaccionó a tiempo y consiguió levantarlo, aunque el toque no fue perfecto.

Entonces Anna se movió de su lugar, primero con cautela, luego corrió en dirección a la red tan rápido que un paso en falso la dejaría atrapada en el extremo contrario de la cancha, sin embargo, eso no pasó. Consiguió golpear y poner en aprietos a las otras chicas.

No muy lejos, a un costado de las gradas, oculto tras un par de árboles se encontraba el mejor amigo de Anna, echando porras en silencio pues le era imposible acercarse de momento. Quería, necesitaba celebrar con ella, y en cada jugada arriesgada se le escapaba una exclamación ahogada a medias; se sentía frustrado por no poder gritar su nombre y darle ánimos, pero Hans observaba el panorama también desde las alturas. Su presencia, sabía de sobra, no le caería en gracia al novio, por ello se escondía, así le evitaba los problemas a la pareja disfuncional.

Vio a su amiga correr de una esquina a otra y atacar incluso desde el fondo, pero ningún equipo daba el brazo a torcer, la tribuna comenzaba a desesperarse y se oían cada vez más gritos, algunos de apoyo otros de cólera, todos en el mismo volumen eufórico.

—¿Por qué no estás en las gradas? —preguntó una voz a su lado que le sacó un susto.

Se giró a verla. A pesar de trabajar juntos Elsa seguía sin verse demasiado cómoda con él o con cualquier otra persona dentro del negocio, sin embargo, al menos le hablaba.

Pero no era por ego ni por verdaderas ganas de ignorarlo, pronto entendió que la chica era así, su forma de ver el mundo la distraía y en la mayoría de los casos olvidaba en dónde estaba. Es decir, cumplía eficiente con su trabajo, aunque no era consciente de estar atendiendo personas por lo cual pasaba de largo ante los intentos de conversación. No escaseaba el osado pues Elsa llamaba la atención con su rostro sereno, casi angelical, pero su pétrea mirada terminaba por soslayar sus intentos de flirteo. Esa chica era como una muñeca de porcelana en una vitrina, linda para ver, pero inalcanzable para el mundo exterior.

Notó su gesto al subir la ceja; por poco olvida su pregunta y sonrió volviendo la vista a las gradas donde de repente las personas se pusieron en pie al perder la respiración por el punto que estuvo a punto de recibir el equipo de Anna.

—Tu hermano es la razón —respondió—. Se enfadaría mucho si supiera que todavía hablo con Anna, así que te pido no le digas nada.

No lo mencionó antes por falta de oportunidad.

—¿Por qué se enfadaría?

Se acercó y recargó su peso en la corteza del árbol, tenía los brazos cruzados sin mirarlo, su vista no se despegaba del partido, pero sabía que estaba escuchando.

—Porque es un… —lo pensó, Anna odiaba que dijeran cosas malas sobre su novio—. No le agrado, supongo. Piensa que estoy interesado en Anna o algo así, lo que resulta absurdo porque yo sólo la veo como lo que es, mi mejor amiga, pero hay personas incapaces de entender que existe amistad entre un chico y una chica.

Elsa asintió como si entendiera su punto.

—Hans es un idiota inseguro.

Era la primera vez que mantenía una conversación con ella, por eso lo tomó por sorpresa su forma de dirigirse a su hermano; ¿acaso no le agradaba? Parecía un rotundo no, sin embargo, quizá sólo estaba jugando, no podía saberlo.

—¿Lo es?

Ya no lo escuchaba, el partido acababa de terminar y Anna se veía feliz por vencer al equipo rival. Aquello le sacó una sonrisa, al menos antes de ver a Hans meterse entre todas con tal de absorber el momento de Anna para sí mismo. La felicitó, quizá, desde la distancia era difícil decirlo, pero fue evidente cómo la apartó del resto mientras ella echaba una mirada de añoranza a su equipo. Ni siquiera la dejó disfrutar su gloria con las demás.

Kristoff ignoró esto por ver el cambio en su mirada; aquel frío manar de su piel y la forma de apretar sus puños en el dorso de su brazo.

—Elsa…

De nuevo lo ignoró, su atención estaba en otra parte, aunque no se quedó mucho rato. Dio media vuelta y se fue tan silenciosa como había llegado; él, después de echar un último vistazo a su amiga con la mano aferrada a la espalda del muchacho, optó por retirarse también.

—Vayamos a celebrar tú y yo.

Seguía con la misma idea, y le alegraba que estuviera ahí para festejar su triunfo, aunque su momento de gozo junto a su equipo quedó atrás cuando él la trajo hasta las gradas donde ahora estaba sentada con una toalla sobre los hombros y la mirada perdida en el cielo.

No vio el sol, pero sí un montón de nubes grises. Por suerte no llovió ni un poco durante el partido.

—¿A dónde iremos?

No tenía sentido negarse si podía ver en sus ojos que iba a terminar por arrastrarla de todos modos. Se frotó los ojos con una mano al bajar la vista a sus piernas; estaba llena de tierra, sus rodillas se habían raspado y su piel le dolía por el esfuerzo. Pese a ello, se alegró por su victoria.

—¿Qué tal si vamos a tu casa y…?

Anna no lo dejó terminar y levantó la mano para callarlo.

—Hans, estoy cansada.

—Sólo quería darte un regalo que te hiciera feliz —se quejó—. Pero quizá yo ya no soy capaz de darte lo que quieres, ¿alguien más sí lo es?

Se frotó el cuello con la mano. No sabía si le dolía por el ejercicio o por el estrés que le provocaba tener una conversación así en estos momentos donde acababa de darle una paliza a su cuerpo entero, cuando quería compartir el momento con sus amigas y no podía hacerlo por él.

—No tengo a nadie más. Ya hablamos de esto, ¿por qué últimamente me cuestionas tanto?

—Porque lo veo —No gritaba, pero su voz sonaba furiosa—. Veo cómo me evitas, a pesar de todo lo que intento hacer por ti, pero no importa, si no quieres entonces nos vemos luego.

Se fue sin más. La dejó sola, lejos de su equipo, con la mirada vuelta al suelo donde sus pies seguían hundidos en la arena. Había ya pocas personas alrededor, la mayoría se fue en cuanto el partido acabó, incluso sus compañeras pues debieron asumir que no las acompañaría en su festejo.

Apretó con fuerza el borde del asiento. Le escocía la garganta, su felicidad se iba de su cuerpo como si no la mereciera; quería sentirse alegre otra vez, pensaba en su punto al final del partido y trataba de esforzarse por levantar los ánimos porque debía reír de felicidad en lugar de ponerse a llorar. No dejó escapar lágrimas, pero sus ojos se pusieron rojos sin su permiso.

¿Por qué Hans se comportaba así? ¿Era incapaz de sentir genuina alegría por sus logros o sólo era tan malo expresándose que la convencía de su desinterés por algo que ella amaba? Tomó su mochila del suelo y fue a los vestidores para cambiarse de ropa; ya no quedaba nadie en el lugar. Se permitió unos segundos de debilidad donde no hizo otra cosa que ver con tristeza las paredes. ¿Por qué debía quererlo tanto? Pasó de ser su red de seguridad a convertirse en un mero espectador de su caída. Y, por si fuera poco, casi siempre era su mano quien la dejaba caer.

Dejó su camisa abrochada a la mitad porque le faltaron fuerzas para continuar con los botones. Seguía sucia, y ya no tenía quien la llevara de regreso a casa; pensó en pedir un taxi para no tener que caminar, pero quizá el aire fresco de otoño conseguiría arrancarle un rato la cara larga.

—¿Anna?

Conocía la voz. Se limpió una lágrima que consiguió escapar e hizo un esfuerzo sobrehumano para tragarse las ganas de soltar el llanto. Respiró hondo varias veces antes de salir con la mochila al hombro y la camisa ya fajada en el pantalón.

—No sabía que habías venido.

—Escuché de Hans que era tu partido y quise venir a ver.

Asintió.

No sabía si Elsa notó algo en su rostro, pero le dio una sonrisa y le indicó con la mano que comenzaran a caminar. La siguió sin decir palabra; estaba cansada, se sentía triste, sin ganas de seguir su paso ni el de nadie, sin embargo, todavía pudo mantener el ritmo, aunque no fuera capaz de mirarla.

—Estuviste fabulosa, Anna.

—Gracias.

—¿Sabes dónde está tu equipo en este momento?

Anna se encogió de hombros con gesto desinteresado.

—No tengo idea, tal vez festejando.

—¿Sucedió algo?

Se había detenido a observarla. Cuando sus ojos se posaban de esa forma en los suyos la sensación de intimidación se enroscaba en su garganta; bendito quien fuera capaz de mirar ese cielo por demasiado tiempo porque, tratándose de ella, era incapaz de soportarlo más allá de unos segundos. Terminó por mirar el suelo.

—Nada que de verdad importe.

—¿Me crees tan inocente?

—No, sólo esperaba que no preguntaras más.

Elsa se calló. Quizá había sido demasiado ruda con alguien inocente y se mordió el labio antes de volver su vista a la chica de nuevo; ya no la miraba, se concentraba en el camino frente de ellas, a pesar de no dar un sólo paso.

—Lo lamento, no es tu culpa. Supongo que hoy alejo a todo el mundo…

Sintió la mano de Elsa en su antebrazo y la recorrió un escalofrío de pies a cabeza. Estaba helada, como de costumbre, pero funcionó para calmar el calor que se propagaba por su cuerpo.

Le dio cierta paz, ¿por el frío en sus manos cuando acariciaba su brazo? ¿Tenía alguna clase de poderes calmantes que alejaban sus pensamientos malos o era un efecto de lo mucho que su compañía le gustaba? En estos días las preguntas eran más de las que podía responder.

—No me he ido.

Le recordó a la Elsa protectora que había visto con aquella chiquilla cuando cayó frente a ellas. Llevaba su mano aferrada con fuerza mientras caminaban a su casa pues no quería estar en otro lugar. Tampoco hizo por soltarse y en todo lo que duró el trayecto la mano de Elsa la sostuvo, pero, sobre todo, permaneció fría, como si no le afectara llevar ya un rato enredada a la mano de alguien más.

Casi logró que olvidara el problema con Hans porque su tacto la distraía lo suficiente. Estaba nerviosa, podía jurar que su mano estaría sudando, además, estaba llena de tierra por lo que al lado de la marmórea figura de su compañera se convenció de parecer un auténtico desastre.

Para cuando tocó el pomo de la puerta ya no encontró los rastros de tristeza en su interior; se descubrió dándole una sonrisa a Elsa cuando la invitó a pasar y le pidió esperar un segundo en la sala porque no podía seguir con esa apariencia ante ella. Salió un rato después con el cabello húmedo sobre la espalda y la ropa de casa más decente que encontró.

—Perdón por tardar.

—No te preocupes.

—¿Cómo supiste que seguía ahí?

Elsa no tuvo que verla para responder.

—Iba de salida, pero me entretuve y vi salir a Hans solo, asumí que te habría dejado cuando no te vi salir con él.

En lugar de responder la vio entretenerse con algunas fotografías sobre su pared; tenía a sus padre en algunas, pero la mayoría eran de sus amigas en el equipo. Elsa se detuvo frente a una donde aparecía abrazada a una chica bajita, la misma que antes evitó que los contrarios obtuvieran un punto decisivo; ya no eran tan cercanas como antes, pero de todas, la consideraba su mejor amiga.

—No tienes fotos con tu amigo.

Anna sonrió con tristeza.

—No puedo tener fotos con él.

—¿Es por Hans?

Anna hizo una mueca.

—No le gusta demasiado que tenga amigos. Hombres.

—Es ridículo —respondió—. No entiendo cómo sigues con él.

—Supongo que nadie lo entiende.

No quería darle importancia a ello porque si comenzaba a cuestionarlo también no estaba muy segura de encontrar razones suficientes. Su relación estaba basada en el fantasma de algo que hace mucho dejó de existir.

—Olvidemos que existe por un rato —dijo al alejarse de las fotos—. Deberíamos celebrar tu triunfo.

Sonrió.

—¿Qué tienes planeado?

—¿Que tal algo de comer cocinado por la mejor chef del mundo?

—¿Cocinas?

Todavía existían muchas cosas desconocidas de Elsa para ella. Cuando asintió y entró a la cocina la siguió en silencio, pero procuró no estorbarle e incluso ofreció su ayuda, cosa que Elsa rechazó.

—Tú eres la persona especial hoy. No pienso dejar que toques nada.

Así que Anna pasó la siguiente hora y media viendo cocinar a la chica desde la barra de la cocina dónde estaba sentada con las manos apoyadas a los costados de su cuerpo. Reía mucho sin chistes de por medio, sólo estaba feliz, ya no sentía la opresión en su pecho ni pensaba en el abandono que antes la obligó a tragarse las lágrimas.

Elsa era como un mar en calma para su vida, curioso si consideraba el escaso tiempo a su lado. Ni siquiera la conocía, sabía su nombre, algún alimento favorito y quizá parte de sus aficiones, pero nada más, y de pronto quiso averiguarlo todo: qué hacía los fines de semana, cómo se llamaba su mascota de la infancia, si tenía cicatrices en su piel y cómo se las hizo.

No emitió palabra, no era capaz de preguntar. Al menos sabía que podía cocinar porque la comida se veía deliciosa servida en el plato, y el sabor fue mejor que la expectativa.

—¿Dónde aprendiste a cocinar así?

Elsa le dedicó una enigmática sonrisa todavía con el tenedor a medio bocado.

—Digamos que fui una buena alumna.

Comenzó a llover. Lo notaron en la ventana cuando las gotas golpearon con fuerza el cristal y la dura superficie de piedra de la casa; sus plantas ondeaban con fuerza y el olor a tierra mojada inundó la habitación.

Un rato después, el sol ya no estaba, pero la lluvia no dejaba de caer. Elsa sonrió viendo la calle al otro lado mientras el aire fresco movía sus cabellos platinados por encima de su frente. Si pudiera describir ese momento Anna lo habría tomado como un copo de nieve, con su brillo y su blancura, parado justo dentro de su casa.

—¿Por qué no te quedas a dormir? No parece que vaya a amainar pronto.

—No quiero que tengas problemas.

Elsa probablemente se refería a Hans, pero en ese momento poco le importó si su novio se enojaba de nuevo o no.

—Puedes usar la habitación de invitados.

—¿Estás segura?

—Por supuesto. Te prestaré algo de ropa, quizá tenga algo que te quede.

Ese día durmió intranquila al saber que Elsa se quedaba en la habitación contigua. Dio vueltas varias veces sobre la cama, escuchó con atención las gotas chocar con el pavimento, el techo y todo ser vivo afuera, pero permaneció en su sitio. Si se concentraba en dormir seguro que podía conseguirlo; unas horas después el sueño llegó a su puerta.

Entró al local con un tintineo que atrajo la atención de algunos comensales, la observaron unos segundos antes de volver a sus asuntos y ella, al no encontrar a su amigo por ningún lado, tomó asiento en su mesa habitual. Levantó el menú para tapar la mitad de su rostro, no lo veía en realidad, su mirada estaba perdida por los corredores que alcanzaba a divisar dentro de la cocina del restaurante donde una chica rubia con coleta y mandil caminaba de un lado a otro llevando algunas órdenes en sus manos, entonces salió para dejarlas a sus respectivos dueños y al girar su mirada la encontró.

Levantó la mano para saludar. Anna se mordió los labios cuando la vio acercarse con libreta en mano; era la primera vez que la veía trabajar, su uniforme le quedaba muchísimo mejor que al resto, ni siquiera parecía una mesera de verdad sino una modelo en alguna de esa revistas famosas.

—¿A qué se debe la visita?

—Tenía hambre —se apresuró a responder—. Y de paso quería verte en tu trabajo… Y a Kristoff, por supuesto, es mi mejor amigo, debería verlo, no puedo ir hasta allá a buscarlo, pero… Tú me entiendes.

Se había enredado con las palabras, otra vez. Su rostro adquirió el color de un tomate maduro, pero la risa jovial de Elsa la dejó un poco más tranquila en cuanto a su vergüenza.

—Le avisaré que estás aquí.

—Si le dices seguro que lo toma como excusa para saltarse unas horas de trabajo.

—Hablando de eso, debo volver al trabajo, ¿has decidido qué vas a ordenar?

—Claro, perdona… Una orden de papas y una malteada de chocolate.

—Chocolate, mi favorito. Enseguida te lo traigo, Anna.

—Gracias.

Se le escapó una sonrisa tonta, incluso cuando ya se había ido y se quedó sola en la mesa. Soltó un suspiro, últimamente le salían muy seguido, aunque no atinaba a descubrir desde cuándo o porque sucedía, pero le costaba reprimirlos.

Sabía que algo estaba cambiando, en su vida, alrededor, con Hans, con sus amigos, con Elsa, y era difícil seguirle la pista porque, para empezar, no quería creerlo. Le gustaba sentir que tenía las cosas bajo control o que al menos tenía alguna idea de cómo actuar en cada circunstancia, sin embargo, algo rompía el molde, pese a no querer verlo.

Hans llevaba días perdido, lo cual la tenía sin cuidado, es verdad que quería saber de él y le dolía saber que la echaba a un lado, por lo que intentaba no pensarlo tanto. Sus llamadas fueron rechazadas y si no quería contactarla sus razones tendría. Le parecía absurdo de todos modos, después de pasar días enteros sin soltarla se iba de la nada por un berrinche y no quería regresar. Sabía que terminaría por hacerlo tarde o temprano, y estaba insegura si podía considerar eso como algo bueno o, por el contrario, sería preferible que no volviera.

Miró el ventanal a su derecha; era una tontería pensar aquello, después de todo, lo extrañaba y no podía engañarse con respecto a ello. Lo quería, por tanto, lo aceptaría de regreso una y otra vez, aun con su pésima actitud y su necesidad de controlar la relación. Y quizá a ella también.

—Anna.

Giró enseguida para encontrar al chico observándola mientras apoyaba las manos en el respaldo de la silla frente a él.

—Me alegra verte, no tuve oportunidad de felicitarte antes por haber pasado a la semifinal.

—Gracias, la verdad es que hemos estado un poco ocupadas con el entrenamiento. Entre más avanzamos, menos parece ser suficiente con la que ya podemos hacer.

—Comprendo, pero de eso se trata. Su entrenadora sólo quiere asegurar la victoria, lo sabes.

—Y nosotras también —aseguró—, pero es complicado con tanta presión.

—Lo harás bien.

Se sentó un momento.

Elsa apareció a medio pasillo y se detuvo de pronto, la vio decirse algunas cosas con una chica, otra mesera, morena con un par de trenzas colgando en su espalda; la reconoció por sus frecuentes visitas al restaurante de su amigo, pero no sabía su nombre.

Podría haber pasado por alto la situación si no hubiera visto a Elsa sonreír. No era la usual sonrisa de cortesía que solía poner cuando la necesitaba, era la misma sonrisa de confianza que le dedicaba a sus personas más cercanas, incluyéndola. Eso la descolocó.

Kristoff se percató de su mirada y giró en su silla para ver la escena, aunque no le prestó mucha atención pues para él ya se había convertido en algo normal.

—Me sorprende que se lleven bien —dijo refiriéndose a las dos chicas que ahora iban de regreso dentro del área de personal—. Es decir, Honeymaren es una chica simpática, pero Elsa es… complicada, por eso me sorprendió cuando vi que alguien podía hacerla reír.

—Sí, a mí también me sorprende.

—Algo habrán encontrado en común.

—Eso creo.

Elsa se acercó con su pedido y le sonrió antes de irse, pero ya no se sintió igual, como si el hecho de saber que podía sonreír así con otros convirtiera sus gestos en un artículo público cuando siempre pensó que se trataba de algo privado. Era tonto pensar así, aunque no pudo evitarlo y pronto estaba de mal humor, a pesar de su amigo frente a ella, de las papas que comía desganada y de tener a mano su bebida favorita.

—¿Pasó algo?

Se dio cuenta de su repentino silencio y volvió a mirar sobre su hombro, esta vez con mayor atención.

—Nada, sólo recordaba algunas cosas.

—¿Estás segura? Pareces… No sé, rara.

Comió otra papa frita. Se controló, lo hizo porque ceder ante un pensamiento tan estúpido era lo mismo que convertirse en Hans, ¿qué tenía de importante que Elsa hiciera más amigos aparte de ella? Estaba en una ciudad nueva, con un hogar en el que no se encontraba a gusto y, si bien le demostraba disfrutar su compañía, no tenía nada de malo estar con alguien más de vez en cuando.

Negó con la cabeza, se estaba comportando de manera infantil.

—Estoy bien, Kristoff. Recordé que tengo cosas por hacer, será mejor que me vaya.

—Eh, espera, pero si no has comido nada todavía.

Anna ya se levantaba de la mesa con los billetes en la mano que le tendió a su amigo.

—Nada de eso, esto va por la casa.

—No seas tonto, vas a dejar a tu madre en la quiebra.

Dejó el dinero sobre la mesa antes de salir a la fría calle donde tuvo que envolverse más dentro de su abrigo. El otoño era extraño porque sus días eran casi todos lluviosos, a veces salía el sol o llegaba un frío que te ponía a temblar las rodillas. Incluso se combinaban los tres climas en un sólo día y eso le disgustaba más de lo que le gustaría admitir.

Cuando llegó a casa tomó uno de los cojines de la sala y gritó en él con todas sus fuerzas. Era patético, no quería sentirse como una maldita egoísta, no quería ser Hans y eso la ponía de mal humor. ¿De verdad iba a pensar como él? No, no pretendía convertirse en eso.


Respuestas a los reviews.

Kuro: Gracias a ti por leer.

Chat'de'Lune: Tienes toda la razón, es un cretino y Anna no puede verlo todavía. Gracias por los buenos deseos, cuídate y espero leerte de nuevo.

Judini: Creo que cuando comencé a escribir la historia mi punto era mostrar una persona tóxica que ante los ojos de los demás resulta el tipo perfecto porque sabe cómo fingir y lo complicado de salir de una situación así, pero que ayudara, aunque fuera un poco, a darse cuenta de cuándo uno está en una relación con una persona como Hans. No esperaba encontrar la otra cara de la moneda, aun así no creo que seas como Hans porque él es un imbécil como bien mencionas, y no te conozco, pero puedo ver que, de tener actitudes tóxicas, lo notas y te preocupas por ello. Conociendo al Hans de mi historia, él no tendría las mismas preocupaciones.

No me molesta en lo absoluto leerte, y puedes explayarte cuanto quieras, ya sea en comentarios, en mensaje, o donde quieras. Muchas gracias por compartirlo conmigo y por seguir la historia, por estar aquí. Cuídate mucho, un abrazo y espero volver a leer de ti.

Setsuna M: Sí, debería hacer eso, aunque quererse y darse el valor para hacer aquello a veces resulta complicado. ¡Un saludo! Nos estamos leyendo.

Pajaro Loco: Los abrirá, eventualmente. ¡Gracias a ti!