Holaaa personitas, me alegra estar de vuelta en lo que considero un tiempo récord.
Espero les agrade mucho esta interacción por fin entre las chicas que ya hacía falta.
Nos estamos leyendo.
La primera persona en verla fue Elsa, se encontraba a media conversación con su compañera cuando notó su cabeza asomándose al interior del restaurante. No dudó un segundo en detener su interacción para acercarse, después de todo, estuvo en espera impaciente por el momento en que Kristoff le dijera algo sobre su ausencia, ya no era sólo no verla ir a comer sino el no verla en lo absoluto.
Anna parecía tragada por la tierra, pero se encontraba frente a ella, aparentemente bien, con una sonrisa tímida y expresión de disculpa. Sus ojeras se veían pronunciadas, como si no hubiese dormido en días, sin embargo, el resto de su apariencia parecía normal: un suéter donde llevaba las manos escondidas con un pantalón doblado por los tobillos. No llevaba sus trenzas hoy, ya se había acostumbrado a verla con ellas.
—Anna, pensé…
—Supongo que lo pensaste —la interrumpió con una sonrisa—. Lamento no aparecer, decidí darme un descanso y no pude comunicarme.
—Estábamos muy preocupados.
La tomó con cariño de los brazos como si quisiera transmitirle sus sentimientos por medio del contacto. Tenía una mirada diferente, sus ojos azules parecían reflejar las cosas que no mostraba con frecuencia; por primera vez sintió las puertas de su vida abiertas de par en par para ella.
Honeymaren se acercó, estaba unos pasos por detrás de Elsa con una sonrisa amigable.
—Que alegría verte de nuevo, Anna.
—Gracias.
Se soltó con disimulo de las firmes manos en sus antebrazos.
—Avisaré a Kristoff, lo he visto comiéndose las uñas estos días. Se alegrará de verte.
Anna asintió.
—Gracias, Elsa.
—¿Por qué habías estado tan ausente? —preguntó la joven en cuanto quedaron solas.
Todavía no tenía energías para hablar de eso, menos con una desconocida, así que sonrió como llevaba haciendo desde que salió de su casa y negó con la cabeza.
—Tonterías, sólo eso.
—Pues tus amigos estaban muy preocupados por ti.
—Ya me disculparé con ellos.
—Está bien, te dejo o me van a reñir por no atender. Hasta luego, Anna.
—Adiós.
Kristoff llegó al poco rato y la abrazó con fuerza mientras la levantaba en el aire bajo la mirada de Elsa, quien no queriendo interrumpir su momento optó por volver al lado de su compañera, aunque no perdía detalle, incluso se equivocó con una orden y tuvo que pedir disculpas a una señora molesta.
—Salgamos un segundo de aquí —dijo abriendo la puerta de entrada.
Se detuvieron un segundo en la acera hasta que el chico le indicó el camino. Por un rato no se dijeron nada, se dedicaron a acompañarse con el ruido de los coches a un lado, entre personas y pisadas desconocidas.
—¿Por qué no contestaste mis llamadas? —preguntó—. Estaba muy preocupado por ti. Hasta mi mamá pensó que quizás debíamos ir hasta tu casa o llamar a la policía.
Anna sonrió.
—Lo siento, no era mi intención hacerlos preocupar, sólo estuve ocupada.
—¡Ni siquiera apareciste en los últimos dos partidos!
—Ah, eso, creo que dejaré el equipo.
Movió las manos de vuelta a sus bolsillos sin mirarlo porque sabía la expresión que debía tener en esos momentos, una mezcla entre sorpresa e incredulidad.
—No puedes estar hablando en serio —Se detuvo—. Tú amas ese equipo.
—Es verdad, pero me vendría bien enfocarme en otras cosas.
—¿Por qué? ¿Pasó algo? Sabes que puedes confiar en mí, Anna, soy tu mejor amigo.
—No pasó nada, Kristoff —rio—. No es para tanto.
—¿Estás segura? No parece que fuera así.
—Estoy bien, vine porque imaginé que podrías preocuparte y extrañaba un poco el sol, supongo.
Kristoff levantó una ceja, no dejaba de mirarla con cautela como si de un segundo a otro fuera a desaparecer de su vista sin motivo.
—¿No habías salido de tu casa estos días? Creo que no comprendo tu concepto de "estar bien" —dijo entrecomillando con los dedos al aire.
—No se trata de eso.
Comenzaba a pensar que fue una mala idea ir a verlo sólo porque sí, no imaginó la cantidad de preguntas y lo insistente que podría llegar a ser, es decir, lo conocía hace años debió verlo venir.
—Necesito otras flores para mis macetas —intentó cambiar de tema.
No quiso decirle que estaban bien, pero necesitaba más objetos en los cuales volcar su atención si no quería ponerse a llorar más por tener demasiado tiempo libre para pensar.
—¿Les pasó algo a las que ya tenías? Espera, ¿por qué importa eso ahora?
—Importa para mí, me gustan mis plantas.
—Sé que te gustan, pero no creo que sea ahora un tema más importante que tu repentina ausencia.
—Lo es, es mucho más importante.
—¿Pasó algo con Hans?
Anna se tensó. ¿Cómo se le ocurrió que su mejor amigo no preguntaría? Era tan terco en ocasiones y lo quería así, sin embargo, en estos momentos hablar de las cosas iba a partirla y no quería pasar por eso, necesitaba ignorar que se caía por dentro.
—No se trata de él. Mejor me voy, el día se hace largo y quiero comprar mis plantas.
—Pero no te vayas así… ¡Anna!
Ella no se detuvo, quería esquivar a toda costa sus preguntas o llegaría a conclusiones, muy probablemente acertadas, por lo cual prefirió huir antes de verse atrapada.
Antes de la conversación no tenía pensado salirse del equipo, pero al decirlo supo que era verdad porque si volvía sólo las iba a decepcionar. Si iban a terminar por echarla al ver cómo dejaba caer cada balón, prefería irse por cuenta propia, así no corría riesgos. Los riesgos no estaban hechos para ella, la vida la tenía cansada y el equipo no iba a esperar su mejoría, necesitaban avanzar como hasta ahora. No tenía duda de que podrían porque esas chicas eran increíbles, aunque dolería no poder celebrar los triunfos a su lado.
Se quedaría atrás, pensó, con tal de verlas avanzar, a ellas y a todos sus amigos. Le tocaría espiar sus vidas a través de un cristal por estar demasiado asustada para quedarse, aunque odiaba la idea de verse caminando sola.
Esa mañana cuando abrió la puerta todavía dudó si era buena idea volver del encierro porque sentía el cuerpo en pedazos, los brazos entumecidos en su suéter todavía le dolían por dormir sobre ellos durante esos días. Por dentro era consciente de cómo iban cayendo los trozos de su tristeza, el llanto imaginario que no quería soltar más. Sus ojeras eran muestra de cuánto lloró sin poder dormir, y estaba cansada.
…
En la entrada de su casa lo encontró sentado sobre la acera, quizá porque había estado ignorando sus llamadas al igual que la del resto, pero no esperaba verlo ir a hasta su casa sólo para poder hablar.
Sujetó con fuerza la correa de su cartera en el intento de tranquilizarse. Él sonreía, sin embargo, su presencia ya no le daba paz como en el pasado, al contrario, sólo conseguía robársela. Ni siquiera un respiro profundo consiguió mejorar la situación y tampoco podía salir corriendo cuando lo tenía ya tan cerca, no tuvo otra alternativa que intentar pasar a su lado, entrar a su casa y rogar para verlo marcharse enseguida.
—Me alegra ver qué estás bien —dijo levantándose de su asiento en el suelo.
Ella asintió. No sabía qué decir, sólo quería estar sola.
—No podía comunicarme contigo por eso vine a buscarte.
Anna sabía que su registro de llamadas se limitaba apenas a los últimos dos días, como si antes de eso no importaran sus sentimientos o su relación, pero se quedó callada, no quería hacerlo enojar otra vez; estaba muy frágil para defenderse ahora.
Intentó pasar a su lado y él interceptó su camino. La puerta quedó bloqueada, tuvo que detenerse para retroceder un par de pasos.
—¿Podrías dejarme pasar?
Seguía sosteniendo su correa sin mirarlo a la cara, nerviosa.
—Por favor, Anna, sólo quiero hablar contigo. Sé que no me porté muy bien la última vez que nos vimos, por eso te traje esto.
Le dio un ramo de flores que le había pasado desapercibido al principio. Lo tomó con cautela porque la expresión de Hans era un ruego silencioso, casi una súplica insistente.
—Gracias, pero no era necesario.
—¿Está todo bien ahora? No quiero estar enojado contigo, me gustaría dejar atrás lo que ya pasó.
—Hans —Suspiró tratando de armarse de valor—, te lo agradezco, pero esto no cambia nada. Tú y yo ya no somos pareja.
Él parecía sorprendido, seguro pensó que lo perdonaría enseguida como tantas otras veces.
—No lo entiendo.
Tenía una sonrisa a medias como si quisiera creer que sus palabras eran sólo una broma. Se acercó a tomarla por los brazos, de la misma forma que Elsa hace un par de horas, pero a diferencia de esa ocasión lo sintió incómodo, desagradable. Quería alejarse.
—No lo entiendo —repitió—. ¿Por qué dirías eso? Somos felices juntos, nos entendemos y estamos bien.
—Por favor, vete —pidió.
Tenía ganas de llorar de nuevo.
—No me parece justo —dijo ya sin la paciencia de antes—. ¿Me vas a castigar de este modo por una tontería? Ya te pedí perdón.
Intentó quitarlo de encima, pero sus manos se aferraban con fuerza causándole daño. Si no se separaban pronto terminaría por dejar en su cuerpo marcas difíciles de quitar.
—Anna.
Esa voz.
Tanto ella como Hans voltearon a donde Elsa se acercaba, aún llevaba el cabello recogido en una coleta y el mandil del trabajo doblado sobre el brazo. Su expresión había perdido la serenidad de costumbre, remplazada por una mirada entre disgustada y confusa.
—¿Elsa? —preguntó Hans.
Al parecer él tampoco podía creer su visita.
—¿Está todo bien?
Ignoró al chico, dirigiéndose a Anna quien pudo sobreponerse de la impresión y zafó el agarre al aprovechar su descuido.
—Sí, está todo bien, gracias.
—¿Qué haces aquí?
—Hans, necesito a Anna un rato, si no te importa me gustaría quedarme con ella.
—Pero…
Se acercó y la tomó con suavidad del brazo para acercarlas a la puerta mientras Hans pensaba cómo responder, observando aún con sorpresa. Cuando Anna por fin consiguió abrir entraron sin permitirle hilar una oración.
—Te buscaremos después, ¿de acuerdo?
Y cerraron.
Elsa fue consciente del temblor en las manos de Anna quien intentaba ocultarlo torpemente con una falsa sonrisa y el acomodo innecesario de su cartera en el clóset de los abrigos.
—Elsa, no te esperaba, disculpa el desorden, pero no he tenido mucho tiempo de limpiar. A todo esto, ¿qué haces aquí? No quiero decir que no puedas estar aquí, eres bienvenida siempre, pero has llegado de la nada.
—Kristoff dijo que te habías marchado, pero no te despediste.
—Lo siento, tenía algo de prisa por ir a…
No recordaba la excusa que le había dado a Kristoff y el encuentro reciente con Hans la tenía nerviosa, insegura y confundida al notar que realmente se había ido sólo porque Elsa se lo pidió. Sobre todo, era incapaz de dejar el miedo, le temblaba la voz.
—No necesitas mentir, Anna, está claro que no te encuentras bien, pero entenderé si no quieres hablar de eso, sólo no me mientas.
Se acercó a abrazarla, lo cual la tomó por sorpresa. Por un momento se quedó estática pues no esperaba un gesto como aquel, en especial de ella que era tan hermética y distante, pero conforme se acumularon los minutos su cuerpo comenzó a relajarse hasta que sus ojos terminaron húmedos y apoyó la mejilla en su hombro, aunque seguía con las manos a los costados de su cuerpo sin atreverse a tocarla del todo.
Lloró. A pesar de no querer mostrar vulnerabilidad ante nadie no pudo evitarlo, sus manos se sentían tan cálidas en su espalda y el hecho de permitirle quedarse en silencio, pese a haber desaparecido por días, la hizo sentir apoyada.
Se aferró a su camisa con fuerza. El mandil había quedado abandonado en el suelo sin cuidado apenas unos segundos después de entrar y el abrazo en ese instante tenía sabor a eternidad. Sintió sus manos en la nuca de repente, acariciando su cabello con ternura mientras susurraba en su oído, aunque no entendió ni quiso esforzarse por escuchar otra vez, era suficiente con sentir su compañía.
No eran las preguntas de Kristoff ni los intentos de Hans por volver, Elsa era la calma, el silencio dentro de una nevada e incluso así, se sentía más a gusto ahí en sus brazos que con la temperatura primaveral en las manos de Hans.
La primavera comenzaba a sentirse sobrevalorada frente a sus ojos en comparación a la tranquilidad que le provocaban los rayitos de sol filtrados por las finas líneas del cabello de Elsa que en esos momentos brillaba con el reflejo de la ventana.
Su respiración se reguló después de un rato en el cual no había soltado la ropa de la chica ni ella tampoco dejó de abrazarla. Se separó unos centímetros sin querer realmente alejarse, pero estaba avergonzada de mojar su camisa con llanto y mocos. El rostro se le volvió rojo.
—Perdón, no quise.
Dio otro paso atrás y resbaló con el mandil, apenas alcanzó a sujetarse de Elsa, pero eso no ayudó demasiado para frenar la caída, terminó por llevarse a la chica con ella. Cerró los ojos al sentir su mano golpear contra la superficie acolchada del sillón, cuando los abrió estaban tan cerca que podía sentir su cuerpo sobre el suyo, sus manos a cada lado del rostro y los labios a centímetros.
Sin querer la sujetaba con ambas manos evitando que pudiera alejarse. Quería hundirse bajo la tierra y no volver a salir por el resto de su vida, pero al mismo tiempo le gustaría quedarse así un segundo más.
—Lo siento, me moveré y…
—Podemos… ¿Podemos seguir así un poco más, por favor?
Se arrepintió de inmediato, ni siquiera sabía por qué le había pedido aquello con tanta desfachatez. Iba a retractarse cuando sintió el cuerpo de Elsa dejarse caer con suavidad y abrazarla. Sus mejillas juntas con las piernas entrelazadas.
—El tiempo que quieras, Anna.
…
Despertó con la luna colándose por la ventana; las persianas continuaban abiertas y Elsa seguía en su abrazo con el rostro enterrado en su cuello, podía sentir su aliento mover sus cabellos lo cual le provocó un escalofrío.
Era de noche y, aunque pareciera extraño, entendía su compañía porque ella haría lo mismo pues sentía la suficiente confianza a su lado como si llevara conociéndola desde más tiempo del que era en realidad. Le gustaba estar cerca, tanto que por ahora podía dejar en el fondo de su mente la situación que la tenía así en primer lugar.
Acarició con la punta del dedo el contorno de su cintura hasta rodear por su espalda sólo porque el contacto le traía paz. La sintió moverse un poco en sus brazos y dejó lo que hacía, pero sin soltarla; subió un poco el rostro para deshacerse de un suspiro en el aire, la mano de Elsa seguía en su mandíbula con el pulgar a pocos centímetros de sus labios y la necesidad de besar su mano crecía dentro de su subconsciente porque no sabía de qué otra forma agradecer sus atenciones, decirle que era el más lindo acto de cariño en su vida desde su amistad con Kristoff.
—¿Cómo estás? —la escuchó preguntar sin moverse.
Sus palabras le hicieron cosquillas en la piel.
Aferró sus manos a su cadera de nuevo antes de contestar porque ahora sentía la suficiente determinación para hablar de Hans y de aquello con lo cual se torturaba diario en sus pensamientos.
O quizá no, tal vez hablar fuera demasiado atrevido para un momento así. Le dio miedo una vez más, ¿y si Elsa decidía dejar de abrazarla? ¿Y si no era alguien tan confiable como pensaba y se dejaba caer en vano como cuando confío en Hans?
Se quedó callada, indecisa.
—Está bien, no tenemos que hablar si no quieres. ¿Eso estaría bien para ti?
Anna asintió sin abrir la boca, al contrario, la tenía cerrada con tanta fuerza que en cualquier momento sus labios se atravesarían entre sí.
—¿Puedes contarme algo? Cualquier cosa está bien mientras sea sobre ti.
Elsa se lo pensó, despegó unos centímetros el rostro de su cuello para apoyar su mejilla más arriba, en el cabello. Podía ver sus rasgos faciales sólo con alzar un poco los ojos y se quedó observando por un segundo; era preciosa en toda la extensión de la palabra, con esa piel nívea que le robaba la luz a la luna, incluso su cabello parecía reflejar el azul de sus iris.
—¿Te he hablado de aquella vez cuando tenía siete años y aprendí a montar?
Anna negó y pegó la nariz más cerca, ella olía bien.
—Vivía en aquella ciudad donde nevaba cinco días a la semana y los otros dos no dejaba de llover y nuestro vecino tenía estos caballos hermosos. La hembra era blanca con manchas cafés y el macho era de un tono mostaza suave, él era mi favorito, aunque tenía fama de salvaje.
Se rio con sus recuerdos y Anna sonrió también al imaginar una pequeña niña de siete años frente a semejantes animales.
—¿Lo montaste?
—Claro. Me caí dos veces, pero siempre conseguía que mi madre me dejara intentarlo de nuevo porque fueron caídas bastante tontas, ni siquiera tuvo la culpa el animal sino mi corta estatura y mi inestabilidad al sujetarme de la montura.
—¿Nadie te ayudó a subir?
—Lo intentaron, pero no se los permití. Era muy obstinada. Al final pude dar dos vueltas yo sola antes de que mi madre viera como comenzaba a trotar más rápido y decidiera no dejarme hacerlo más.
Su corazón se perdía entre la voz de Elsa, le costaba enfocarse en el sentido de las palabras en lugar de dejarse envolver por su tersura.
—¿Aún eres así, Elsa?
—¿Cómo?
—Obstinada.
La chica sonrió, pudo sentirlo en su frente.
—Quizá.
—¿Si pudieras hacer cualquier cosa ahora mismo qué sería?
Lo pensó un largo rato, incluso se llevó la mano al cabello por lo que ya no la tuvo tocando su rostro. Casi se arrepintió de preguntar porque no le gustó perder su contacto ni siquiera por el breve instante que duró su reflexión; en cuanto contestó devolvió la mano a su cuello.
—Creo que me gustaría tirarme en la nieve un rato. ¿Y tú, Anna? ¿Cuál es tu deseo?
Quedarme así el resto de mis días, pensó. Sin embargo, su respuesta fue otra.
—Quisiera sacarme del corazón lo que siento.
Elsa la abrazó con más fuerza.
—Estoy aquí.
¿Por cuánto tiempo? Se preguntó en silencio.
Respuestas a los reviews.
Chat'de'Lune: Verás que sí, una mano amiga siempre hace maravillas en situaciones así. Gracias, cuídate mucho, ¡hasta pronto!
Judini Bananini: Hans es un narcisista, cree que sólo él puede tener la razón y que el mundo de Anna siempre va a girar en torno a él, pero no es así.
Sobre la artista, en realidad tuve en mente todo el tiempo a una persona que yo admiro mucho por su canto y por cómo es como persona, se llama Brittany J Smith, esa mujer es lo mejor que le pasó a mi vida en mucho tiempo, y como no quiero que explotes como palomita jaja te diré que la artista no está puesta al azar ahí *guiño, guiño*
Puedes hablarme de tu si quieres, por mí está perfecto. Por cierto, Bananini igual suena como un buen nombre, yo sólo digo xD En realidad los mensajes largos son geniales para mí, me recuerdas un poco a Anna cuando divaga y lo digo como algo bueno, de veritas.
P.D. Si no quisiera hacerlo no lo haría, así que descuida, sin problemas. Y yo no creo que seas una persona rara, al menos no en los mensajes.
Nos leemos pronto. Cuídate.
ReaMir: Gracias, espero que los disfrutes, ¡chao!
Pajaro Loco: ¡Exacto! Digo, me consta que es un conflicto y más que eso es una situación difícil para quienes pasan por una relación así, pero como dices, al menos nuestra Anna sí que está abriendo los ojos. Gracias a ti por leer, cuídate.
Setsuna M: Yo también espero eso porque tienes razón, está mucho mejor sin él. ¡Nos leemos!
