Holaaaa, tengo que avisar que me acabó de mudar y no tengo internet (ahora robo un poco del de casa de mi señora madre, pero no puedo venir tan seguido), así que hasta que consiga poner internet en mi casa tal vez me tarde un poco en actualizar, de todos modos, espero no sea tanto tiempo, pero quería avisar para que sepan que volveré.

Nos estamos leyendo, un abrazo.


Salió con cautela de la habitación. A media noche consiguió convencerla para dormir en una cama en lugar de quedarse más tiempo apretadas en el sofá donde podrían terminar con dolor de cuerpo, además, no sabía si podría seguir tan cerca.

Adoraba a la chica, no le quedaba duda, pero eso la asustaba porque era la primera vez que depositaba ese nivel de cariño en una persona, además de… En realidad, no tenía importancia. Esto, fuese lo que fuese, era nuevo y abrumador; podía sentir sus latidos golpear con fuerza cuando todavía la tenía entre sus brazos, incluso ahora, lejos de la cama, la aplastaba un ensordecedor golpeteo contra sus costillas.

Recargó la espalda en la puerta con las palmas de las manos tocando la superficie de madera y la mirada vuelta al techo. Le dolía ver a Anna así, solía ser una chica alegre, un poco vergonzosa, pero entusiasta y valiente si era necesario, Anna no era aquella persona triste que continuaba dormida en la habitación con las lágrimas secas del día anterior en las mejillas; no quería verla así, quizá por eso aceptó quedarse.

Su comportamiento la tenía descolocada, era incapaz de entender, sin embargo, no pensaba presionarla, ya bastante tenía lidiando con su propia tristeza. Soltó un suspiro, eso no evitaba su preocupación.

Advirtió su reflejo en la ventana, llevaba encima la misma ropa de ayer: el pantalón color negro del trabajo y la blusa blanca de manga larga con el cuello mal acomodado. Su cabello también era un desastre, caía libre por sus hombros, enredado por la parte posterior de la cabeza; intentó ordenar un poco su existencia con las manos sin conseguir demasiado progreso, al menos una coleta mal hecha podía darle cierto alivio, además de acomodar el cuello de su camisa en su lugar. Al dejar el dobladillo como debería lo notó: una mancha de labial, probablemente de Anna.

Buscó la puerta que parecía tener menos espacio e imaginó que encontraría el baño ahí. No se equivocó. Mojó su rostro con las manos e intentó quitar el colorete, aunque en esto último no tuvo éxito y se rindió a los pocos minutos. Podía acostumbrarse, pensó, no es gran cosa.

Salió al mismo tiempo que Anna. Estaba tan desaliñada que resultaba gracioso, su cara de sueño la delataba y tenía rastros de baba seca en la barbilla, lejos de parecerle desagradable la imagen la llenó de ternura, a pesar del alboroto en su cabeza con sus cabellos desordenados al más puro estilo caricaturesco.

—Buenos días, Anna.

Pareció reaccionar con su voz. Se llevó las manos al rostro, no supo si avergonzada o sólo medio dormida.

—No quisiera que me vieras así. ¿Está bien si me doy un baño ahora? A menos de que quieras hacerlo tú, en ese caso esperaré.

—Puedes entrar, yo esperaré.

Anna asintió e incluso antes de entrar a la regadera volvió a dirigirle una de esas miradas que tanto oteaban en su interior, profunda, a punto de fundirse en ella si seguía mirando. Con esa mirada estaba casi segura de que podría convencerla sobre cualquier cosa.

No tardó casi nada en salir, le sonrió al verla recargada en el respaldo del sillón y le hizo una seña para indicarle que ya podía entrar. Se veía tan cansada como el día anterior, quiso acercarse otra vez a consolarla, pero quizá podía darle unos minutos a solas mientras la ducha conseguía borrar de su cabeza la forma tan precipitada en la que decidió lanzarse sobre Anna. Si bien no fue su culpa la caída, bastaron unas palabras por parte de la chica para acostarse encima suyo. ¿Desde cuándo se había vuelto tan atrevida? Pero la sintió tan indefensa que no pudo evitarlo.

Vio ropa limpia doblada con pulcritud cerca de la ducha e imaginó a Anna dejándola ahí para ella. Sonrió, últimamente hacía mucho eso, lo de sonreír así no era una costumbre suya y, sin embargo, lo disfrutaba cuando sucedía. Sabía que la causante era la chica afuera porque desde que se conocieron tenía una sensación diferente de las cosas, incluso los halagos parecían menos incómodos si venían de su boca.

Un par de minutos después, luego de una larga ducha, la encontró todavía con el cabello húmedo, su playera estaba mojada sin que Anna pareciera percatarse de esto, sólo observaba fijo la ventana de la cocina sin prestar atención a su entorno.

Pareció asustada cuando la encontró a su lado, mirándola.

—¿Cómo estás?

—Me siento mejor, gracias por quedarte conmigo anoche.

Elsa sonrió. Entró por completo a la cocina y se detuvo junto a ella para tomar su mano; quería mostrarle su apoyo, necesitaba convencerla de que estaba ahí porque la apreciaba mucho y que pensaba quedarse cuanto tiempo necesitara.

—¿Tienes hambre?

Esta vez fue turno de Anna para devolverle la sonrisa. Asintió.

—Bastante.

Comprensible, se habían pasado el día de ayer sin probar bocado.

—¿Qué te parece si preparo algo de comer? A menos de que quieras salir y…

—No —se apresuró a responder, afuera sus preocupaciones parecían aplastarla—. Preferiría quedarnos aquí, si no te importa.

—Claro, entonces prepararé algo de comer.

—Bien, dime qué hacer, te ayudo.

Elsa fue al refrigerador y lo encontró vacío, apenas contenía una papa, un huevo, además de medio litro de leche. ¿Cómo había sobrevivido Anna estos días sola sin nada de comer? O acaso la comida se había terminado justamente por eso.

La vio avergonzada al acercarse a su lado, jugueteaba con el borde de su camisa sin mirarla a ella, tenía la vista puesta en la luz del refrigerador.

—Está bien —dijo mientras cerraba el aparato—. Tendré que hacer algunas compras primero, no tardo.

Comenzó a recoger sus cosas, el mandil podía dejarlo si de todos modos pensaba volver, pero necesitaría el dinero. Anna la esperaba junto a la puerta ya con los tenis puestos.

—¿Puedo ir?

—Creí que no querías salir.

—Tampoco quiero quedarme sola.

Le asustaba la idea de ver a Hans aparecer de nuevo, pero eso no lo dijo en voz alta.

—Vamos entonces.

El trayecto lo hicieron en un cómodo silencio. Anna todavía parecía ajena a ratos, pero se esforzaba por observar los alrededores y, de vez en cuando, soltaba alguna palabra animada con lo que veía, así fuesen un par de pájaros sobre su nido o los niños corriendo en la acera de enfrente. Cuando la vio con la vista gacha por demasiado tiempo tomó su mano con cariño; ella no hizo ningún comentario, pero volvió a levantar la vista e hizo un poco más de presión en su agarre.

Una ráfaga de viento movió sus cabellos con gracia, aunque se sintió un tanto cohibida al percatarse de que Anna no alejaba su mirada, sin embargo, no dijo nada e incluso fingió no darse cuenta de esto mientras llegaban al lugar. Una vez dentro, por suerte, su atención se perdió de nuevo en otras cosas por lo que pudo respirar; si se quedaba unos minutos más con la vista en sus mejillas la vería enrojecer de vergüenza y no era el plan mostrarle esa parte de sí misma.

Elsa tomó un carrito mientras Anna la seguía en silencio viendo a todos lados con cautela como si temiese encontrarse en cualquier momento con algo desagradable… o alguien. Sintió pena por ella, porque no quería compartir con nadie sus pensamientos y no se puede ayudar mucho desde afuera sin saber lo que pasa por dentro.

Se detuvo y la miró un segundo. Anna se dio cuenta de su acción, así que le sonrió con cariño, gesto que ella devolvió enseguida.

—¿Qué se te antoja comer?

Se encogió de hombros. No tenía la cabeza en orden como para pensar en eso.

—Cualquier cosa que quieras hacer está bien.

—¿Y si hago algo que no te guste?

—Me arriesgaré y prometo no culparte por el resultado.

Elsa rio.

—¿Qué tal si se me ocurre hacer wafles y resulta que eres alérgica a la miel?

—¿Cómo sabes que soy alérgica a eso? Comienzas a asustarme —respondió alejándose dos pasos mientras se llevaba la mano al pecho en un exagerado ademán dramático.

—¿De verdad?

—Sólo bromeaba —reconoció y volvió a acercarse—. Puedes estar tranquila, no soy alérgica a nada en particular.

—Eso me quita un peso de encima.

Las dos rieron.

—No sé qué haría sin ti —dijo de pronto.

Un silencio sobrevino ante tal confesión y Anna pareció darse cuenta casi enseguida de que quizá sus palabras contenían demasiado peso porque enseguida intentó arreglarlo, por descontado, no le salió ninguna explicación, ni siquiera los enredos de siempre, así que mejor optó por desviarse del tema.

—Iré por un bote de helado, vuelvo enseguida.

La mano de Elsa la sostuvo con firmeza cuando ya había dado un paso lejos de su dirección.

—No tendrás que averiguarlo.

Anna sonrió.

—No hagas promesas que quizá no puedas cumplir, Elsa.

Dejaron las compras sobre la mesa mientras Elsa lavaba sus manos en el fregadero. Anna comenzó a deshacer las bolsas, pero no sabía lo que usarían en la comida de modo que decidió esperar instrucciones antes de comenzar a guardar las cosas. Al final Elsa insistió en pagar una parte y no pudo negarse porque no la dejó, así que se resignó a ver cómo gastaba su dinero en ella, ahora no sólo había tomado su tiempo sino también sus ingresos financieros y eso la hizo sentir culpable.

—Quita ese ceño, Anna, envejecerás joven —dijo colocando un dedo sobre su frente.

—Es que eres una terca. Te he dicho que podía pagar yo si piensas dejar esta comida en mi casa, no me parece justo que seas tú quien pague si también piensas cocinar.

—Pero a mí no me molesta.

Elsa parecía ajena a sus comentarios, paseaba tratando de ordenar el lugar para comenzar a preparar el desayuno mientras la otra chica seguía enfurruñada; era obvio que intentaba encontrar otros argumentos para que lo entendiera y que dicho esfuerzo no parecía funcionar.

—Ahora que estás viviendo sola no debe ser fácil sostenerte con los gastos, no quiero ser una carga.

—No lo eres, Anna —dijo con las manos en la compra—. Así que relájate y deja que te consienta un poco porque lo mereces.

Apretó los labios. Elsa ni siquiera la miró cuando dijo aquello, como si le pareciera lo más normal del mundo, sin embargo, ella lo sintió como una mentira, sabía que no era cierto, que no merecía todas sus atenciones ni la energía gastada en su persona. La chica debería estar en su casa con su familia no perdiendo el tiempo ahí con una chica insegura de sí misma que no sabe ni cómo comenzar a hacer su vida sin su ex novio.

—Además, no estoy sola. Tengo a Emil y Mikkel conmigo, ¿recuerdas?

—Con mayor razón deberías estar en casa.

—No hay problema, saben dónde estoy.

Anna se sentó sobre la mesa y robó una zanahoria de las que Elsa tenía a un lado ya preparadas. Por un segundo se olvidó de sus reproches.

—¿En serio?

—Sí, ayer avisé a Emil y lo entendió, pero descuida, no le dije nada importante.

—De todos modos, creo que deberías estar en casa.

Elsa volteó dejando un segundo lo que hacía.

—¿Me estás corriendo, Anna?

—¡No, no, para nada! Es que… me preocupa estar haciendo que pierdas tu tiempo.

—Pues no pierdo nada —dijo al volver a su tarea—. Y yo decido cómo uso mi tiempo.

Se resignó, al parecer no bromeaba cuando le dijo que era una persona terca, sólo que hasta entonces no se había presentado la oportunidad de comprobarlo.

—Está bien, lo siento. ¿En qué te ayudo?

—Podrías picar la verdura que te estás comiendo.

—Ah, claro — Bajó de la mesa —. Lo siento.

La ayudó observando de reojo su figura con el delantal de la cocina que había tomado sin permiso de su pared donde solía dejarlo colgado y se sonrojó al pensar que parecían un poco una pareja que vive junta y hace este tipo de cosas todos los días, así de familiar se sentía el momento a su lado. Suspiró sin suprimir la sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios.

Intentó no estorbar a Elsa y ayudar cuanto fuera necesario. Se equivocó alguna vez, sin embargo, la chica no la riño, al contrario, se rio de ver las cosas caer al suelo y le ayudó a recoger; no se dio cuenta, pero la hizo sentir triste con tanta comprensión, después de todo, ¿cuál era el punto de tratar de forma tan amable a alguien tan inútil?

Cuando se agachó para levantar el plato del suelo con Elsa a unos centímetros de distancia pudo ver más de cerca su piel, incluso le llegó el aroma a champú de su cabello, su champú. Decidió alejar el pensamiento porque la idea de que usara sus cosas comenzó a darle dolor de estómago y se enfocó en otra cosa un tanto más curiosa.

—Elsa.

—¿Sí?

—¿Qué llevas en el cuello de la camisa?

Elsa se llevó la mano al lugar como si acabara de recordar que esa marca estaba ahí.

—Es… tu labial, creo.

En un segundo, las mejillas de Anna pasaron a rojo intenso cuando comprendió el significado de esa frase y al estar tan cerca esto no pasó desapercibido para Elsa quien sonrió cuando sus miradas se cruzaron todavía de cuclillas en el suelo con pocos centímetros de distancia.

Se levantó enseguida con la mano sobre la boca.

—Lo siento, te ensucié.

Elsa también se puso en pie y tomó sus manos alejándolas de su rostro.

—No pasa nada, es apenas visible, así que no te preocupes por eso.

Anna la observó de frente sin darse cuenta porque no era capaz de entender cómo podía pararse ahí sin hacer otra cosa que mirarla y, aun así, verse tan perfecta. El largo de sus pestañas parecía el único correcto, sus ojos de tono ligero, las mejillas con preciosas pecas apenas perceptibles desde esa corta distancia, a diferencia de las suyas tan pronunciadas, y sus labios, imposible no admirarlos si parecían brillar cada vez que su lengua pasaba sobre ellos.

Se alejó. Quedarse a tan escasos pasos parecía un abuso.

Dedicó el tiempo a repasar mentalmente sus movimientos, los seguía con la mirada incluso si estaban a mitad de una conversación con la comida ya servida y los platos a medias. Muy en el fondo era consciente de que lo hacía para desviar sus pensamientos por lugares más agradables, como la sonrisa discreta de la chica o los segundos que pasaba con el tenedor en alto antes de llevárselo a la boca, ¿sería eso a propósito o ni siquiera lo pensaba?

Pese a disfrutar su compañía por cada minuto se veía incrementada su sensación de culpa porque Elsa no tenía motivos para seguir en su casa cuidando de una persona que conocía por apenas un par de semanas y con quien la convivencia hasta entonces fue poca o nula en la mayoría de los casos. Ella tenía una vida y, sin embargo, se veía atrapada en esas cuatro paredes.

Le venían a la mente los enojos de Hans por razones similares, las ocasiones en las que por sus sentimentalismos se quedó privado de llevar a cabo planes hechos con antelación, ya fuese solo o con amigos, quienes, por si no fuera suficiente, le reclamaban su falta de palabra, así que al final del día terminaba sintiéndose peor que antes.

No quería ver pasar a Elsa por lo mismo, ella no merecía eso.

La voz de la chica la distrajo cuando había comenzado a decaer su ánimo, tanto que ni siquiera se dio cuenta cuándo se levantó de la mesa para situarse frente a la ventana; parecía fascinada con sus plantas, aunque después de tanto descuido estuvieran al borde de la muerte.

—Siempre me gustó cultivar cuando era pequeña, o cavar hoyos en el suelo y dejar semillas que era la idea que tenía en mi infancia sobre cultivar plantas.

—Más o menos se parece.

Sostenía la taza entre sus manos dejando que el calor se propagara por sus palmas.

—Nunca he sido buena para cuidarlas, pero a ti parece que se te da bien.

Anna sonrió.

—Últimamente no he sido muy buena con ellas —admitió—. Pero mi favorita sigue tan viva como siempre, ella no necesita demasiado de mí.

Señaló algunos girasoles que se extendían hasta el borde de la ventana, muy cerca del sitio donde se encontraba Elsa en esos momentos, tanto que le sería sencillo bajar un poco la mano para tocarlos, pero prefirió seguir observando desde una distancia prudente.

—Me gustan, son bonitos.

Anna no dijo nada por un rato mientras el viento movía el cabello de la chica.

—Sí, tienes razón.

Elsa la contempló en el sillón, después de pasar el día bastante bien juntas de repente se había encerrado de nuevo en su mundo. Abrazaba sus rodillas con los brazos como si intentara protegerse del mundo exterior y, ante esto, se debatía entre ir a su lado o permanecer con los pies plantados donde los tenía.

Dio un largo suspiro, no podría irse sin asegurarle que todo iba a estar bien, aunque ni siquiera podía estar segura de que no fuese una mentira, después de todo, ¿qué poder tenía ella sobre los acontecimientos? Lo menos que podía hacer es permanecer a su lado si así podía robarle una sonrisa cuando más la necesitara o tomarle la mano con cariño.

No dejaré que sea una mentira, pensó.

Se quedó a centímetros de distancia sin interrumpirla mientras observaba con fijeza el televisor apagado enfrente suyo.

—Me pregunto qué se está pudriendo dentro de mí —dijo de pronto.

Sonó tan natural su duda que Elsa se sintió molesta por todas las situaciones que pudieron llevarla a pensar en ello.

—No hay nada pudriéndose dentro tuyo, Anna.

Se había girado en el sillón para dejar las manos descansar en las de la chica sin esperar que se soltara a sí misma pues no se le veían ganas de dejar su cómoda posición. Tampoco su vista se desvió del electrodoméstico.

—Pero puedo sentirlo —dijo con los ojos muy abiertos, como si la frustrara que ella no pudiera verlo tan claro—. Noto cómo se marchita, Elsa, y no puedo hacer nada para evitarlo. Sólo quiero saber cuándo va a detenerse y qué es lo que quedará de mí cuando eso suceda.

¿Cómo iba responder algo así? Elsa no supo qué decir, tenía las palabras atoradas en la garganta y lo único que se le ocurrió fue darle un abrazo porque quizá no podía cambiar su forma de pensar o darle la seguridad suficiente, pero no pensaba dejarla sola para que tuviera que lidiar con sentimientos que no era capaz de comprender.

—No sé qué voy a hacer sin él.

Era la primera vez que lo decía en voz alta, no tuvo que preguntar para saber que algo había sucedido con Hans. Probablemente era la razón principal del estado de la muchacha.

—Vas a seguir con tu vida, Anna, porque el mundo no se acaba con él.

—A veces parece como si así fuera —Se aferró a su camisa con fuerza—. Ni siquiera es porque todavía sienta algo por él, hace mucho que lo nuestro murió, pero estoy tan acostumbrada a su presencia que me siento a la deriva, y no ayuda que no quiera irse de forma definitiva.

—Ya lo entenderá.

—No lo hará.

—Lo hará.

Aunque tenga que obligarlo, agregó en silencio.

El celular de Anna sonó atrayendo la atención de las chicas. No quería tomarlo, pero al parecer Elsa esperaba que lo hiciera porque dejó de lado su abrazo para darle espacio; recogió la taza que seguía llena en la mesita y se alejó.

La siguió un rato con la mirada hasta verla desaparecer tras la puerta, sólo entonces contestó la llamada que, según el identificador, venía del celular de su mejor amigo.

—¿Qué pasa?

—¡Anna! Qué bueno que respondes, estaba preocupado por ti, ayer te fuiste tan rápido.

—Estoy bien, Kristoff —Bajó los pies del sillón—. No tienes que preocuparte.

—Claro que me preocupo —se escuchaba agitado del otro lado de la línea—. Eres mi mejor amiga, Anna.

Y ella seguía dándole problemas, igual que al resto. Apretó su rodilla con la mano libre, sus uñas se clavaron con suavidad en la piel, pero no se dio por enterada.

—Lo sé, lo siento.

—Oye, no te llamo para que te disculpes. Quería invitarte a salir, creo que nos hará bien a ambos, ¿qué dices? ¿Este fin en la plaza de los poetas?

—Está bien, suena como un gran plan.

—Sólo lo mejor para ti.

Se escuchaba más tranquilo después de quedarse un rato conversando y lo agradeció, quizá no se hubiera sentido tan miserable en días anteriores de haber aceptado al menos un par de llamadas de sus amigos, pero escuchar sus voces preocupadas le daban ganas de llorar, la hacía sentir egoísta y en ese momento apenas podía con sus propios sentimientos como para arriesgarse a que le provocaran más.

Hoy al menos podía morderse el labio y con eso era suficiente para suprimir el llanto, después de todo, no olvidaba que Elsa seguía en su cocina, ¿qué clase de imagen iba a darle si no paraba de estar triste cada tres segundos? ¿Cómo obligarla a quedarse en un ambiente así?

La encontró con su celular en la mano, recargada en la mesa, aunque levantó la vista al escucharla entrar y le dedicó una sonrisa que ella devolvió.

—Es tarde —dijo al ver el reloj en la pared.

Elsa le dio la razón.

—Creo que es hora de que vuelva a casa, me he saltado un día laboral también y no sé si eso vaya a gustarle a tu amigo.

—¿Hiciste eso? Creí que descansabas. Puedo hablar con Kristoff, si quieres.

—No hace falta, asumiré las consecuencias.

—Pero no es justo para ti.

Dejó caer los hombros, pese a que la chica le quitó importancia al negar con la cabeza.

—No te preocupes por nimiedades, Anna. ¿Te parece si vengo mañana otra vez? ¿Cuándo volverás a tus juegos?

Anna jugueteó con sus manos y bajó la mirada, no podía decirle viéndola a los ojos.

—En realidad… no volveré.

—¿Por qué no?

—Ya no me interesa.

—¿Y crees que puedas decir eso de nuevo viéndome a la cara?

No respondió, pero tampoco levantó la vista, al menos hasta que los finos dedos de Elsa la obligaron y no quiso resistirse.

—No puedes dejar ese deporte, Anna, pero entiendo si quieres darte un descanso, no tiene nada de malo sentirse sin ganas de nada, sólo promete que esto no es definitivo porque te vas a poner muy triste cuando salgas de esto y veas lo que dejaste de lado, y no me gusta verte triste.

¿Cómo darle una respuesta a eso? No pudo porque sintió el nudo en la garganta de nuevo y acaba de prometerse a sí misma no volver a soltarse en llanto frente a esa chica que parecía empeñada en decir las palabras correctas con tal de hacerla fallar en su promesa.

La vio marchar desde el marco de la puerta y no dejó de mirar su silueta incluso cuando se volvió difusa con la distancia. Apretó con fuerza la madera; quería que se quedara.


Respuestas a los reviews.

Chat'de'Lune: Tal vez no sea como tal un POV Elsa, pero decidí darle más enfoque a cómo se siente Elsa al respecto de todo esto, espero que sea suficiente por ahora, sino, bueno, habrá más momentos. Nos estamos leyendo, ¡Chao!

Kuro: ¿Verdad que sí? Es bueno saber que Anna tiene apoyo y amor a pesar de todo.

Pajaro Loco: ¡Y lo hará! Sólo necesita un poco de tiempo, supongo.

Judini: Gracias por decir que está bien escrito, eso siempre me viene bien escucharlo, aunque lamento que no haya sido para ti el mejor momento de leerlo, por lo mismo aprecio que lo hayas hecho de todos modos. Exacto, yo también digo que Anna no se ha dado cuenta de su amor, aunque ya está loquita por Elsa.

Supongo que Anna tiene buenos gustos musicales, pero quién sabe si los míos te agraden igual jaja por lo de bananini, creo que podrías portarlo ahora con toda seguridad, pero al final tú decides.

Que amable, no es difícil dedicarle tiempo a algo que me gusta tanto hacer, pero se aprecia mucho que lo digan.

P.D. Mi récord será superado, pero no ahora, es obvio jaja Nos leemos en otro momento, cuídate mucho y ya sabes, puedes decir lo que te apetezca. Chau.

Loreley: Graciaaaaas por eso. ¡Hasta pronto!