Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO TERCERO
EXABRUPTO
Praying for love and paying in naivety
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No tenía verdadera necesidad de hacerlo; aunque, valgan verdades, sí tenía algo de prisa por llegar a aquel lugar, porque de ese modo al menos podría sentirse algo mejor. Pisaba con más y más fuerza el acelerador y aferraba ambas manos al volante, dedicándole una fiera mirada a la carretera, como si en ella estuviera dibujado su objetivo y él no hiciera más que luchar por alcanzarlo. Sentía el viento frío de la noche golpearle la cara y agitarle los clarísimos cabellos, y en cierta forma eso le permitía controlar su temperatura. O esa sensación le generaban las ráfagas, porque por dentro bullía de impotencia, al punto de sentir la piel ardiéndole.
Podía adjudicárselo a un lado pasional de su personalidad, ya que todo ese sentir de ese momento había detonado por algo bastante sencillo: Roderich tocándole el cabello a Elizabetha. Estaba muerto de celos.
Claro que ya antes había presenciado algo mucho peor, mucho más doloroso: un beso entre los flamantes "recién casados". La diferencia radicaba en que cuando se realizó la ceremonia, debía mantener una fachada para no lucir patético; en cambio, esa noche tenía al señorito a su completa merced. Esa noche no había nadie más, así que tenía carta libre para llevar a cabo alguna especie de venganza.
Deseaba tanto poner en aprietos al estirado de Roderich que su mente no dejaba de darle vueltas y vueltas a una posible forma de avergonzarlo, y para eso era imprescindible llevarlo a sus dominios. Sin embargo, tampoco era tan descuidado como para olvidar el motivo de fondo que lo había obligado –sí, esa era exactamente la palabra– a cargar al señorito en su auto. Porque su auto era algo casi sagrado para él; no cualquiera podía poner un pie en él, apenas Ludwig tenía ese privilegio. Incluso había imaginado alguna vez invitar a Elizabetha... Ella alabaría sus características, se sorprendería de la suavidad de los asientos, además de su comodidad; admiraría su gran velocidad... Entonces la llevaría a donde ella quisiera –luego de mucho insistir, por supuesto–, y para el cierre perfecto le daría lo más preciado: el beso. El maldito beso que Roderich se atrevió robarle... ¡Ah, un beso de Elizabetha para cerrar un día maravilloso!
—Q-Quizá sea tu deseo morir, pero debes saber que yo estoy muy lejos de anhelar algo semejante... —balbuceó el causante de sus pesares, apañándoselas para mantenerse sujeto a los lados del asiento por medio de sus manos.
Gilbert estaba a punto de replicarle algo, porque había interrumpido muy placenteros pensamientos, pero entonces reparó en su aspecto: tenía la espalda pegada al respaldo, rigidísimo, con el cabello bastante alborotado por el viento y el miedo algo dibujado en su rostro, luchando por ser disimulado. Los lentes habían resbalado hasta el puente de su nariz y no había tenido el cuidado de acomodarlos, seguramente por preferir no soltar el asiento, temiendo que en cualquier momento les ocurra un accidente (una idea un poco tonta, la verdad, ya que ambos llevaban puesto el cinturón de seguridad). Sus labios, usualmente fruncidos y dispuestos a soltar algún regaño, lucían trémulos y algo pálidos, además de secos. Roderich, que se sintió observado, terminó clavando sus ojos en los de Gilbert. Parpadeó un instante, tragó duro e intentó acomodarse los anteojos con un movimiento de su nariz, inútil.
—¡Mira al frente, idiota, vamos a matarnos! —exclamó, con la espalda cada vez más pegada al asiento, tan encogido como le era posible. Luego de su reproche desvió la mirada a la calle.
—¡No grites! —refunfuñó en respuesta, devolviendo su atención a la carretera y reduciendo la velocidad.
Permanecieron en silencio algunos minutos, apenas perturbado por el sonido del viento y el que provocaba el tamborileo de los dedos de Roderich contra la pieza de metal del cinturón de seguridad.
—Debo reconocer que todo este asunto me ha dejado algo sorprendido —confesó, ya más calmado, para acabar con un silencio que comenzaba a ponerlo ansioso—. No es nada usual en ti.
—¿Tú también con eso? Eli dijo lo mismo —repuso Gilbert, y al recordar a Elizabetha, recordó a su vez ese toque con Roderich—. Cuánto desconfían de mí...
—No es para menos —asintió—. Me gusta suponer que algo ha iluminado esa cabeza tuya y has decidido madurar al fin. No estaría mal después de todo. No sé desde hace cuántos años que apenas nos dirigimos la palabra.
—¿Yo necesito madurar? —replicó al instante, patidifuso. Definitivamente, si alguien necesitaba madurar, ese era el arrogante de Roderich.
—¿Siquiera lo preguntas? —respondió él, sinceramente sorprendido, cosa que no hizo más que enfurecer a Gilbert.
—No es "desde hace cuántos años", señorito... —"Estúpido" completó mentalmente, apretando más el volante para controlarse y así evitar tirarle un puñetazo—. Eso implicaría que en algún momento nos dirigimos la palabra con normalidad, y en realidad nunca ha sido así —aclaró, apretando los dientes y regalándole una falsísima sonrisa.
—¿Falta mucho? —se le ocurrió preguntar, porque a su mente no acudía ningún tema de conversación ni otra cosa que no fuera alguna respuesta sarcástica. No iba a responderle así, no estando su vida en manos de Gilbert... Claro, porque Gilbert estaba manejando.
—Solo un poco más... —masculló, más para sí mismo que para dejarse oír, satisfecho de estar tan cerca de tener el control absoluto, saboreando de antemano su triunfo.
Tal como le dijo, apenas recorrieron un par de calles más. Estacionaron el auto en el garaje de lo que aparentaba ser un club de medianoche, aunque ya estaban atendiendo a pesar de que apenas eran las siete. A su alrededor divisaron muchos más autos, aunque todos de modelos más modernos, más comunes que el de Gilbert, y eso lo hacía sentir mucho mejor. Ambos descendieron del vehículo, y Roderich de inmediato se sacudió la ropa, cerciorándose de que no se le haya echado a perder la camisa. Gilbert por su parte seguía evaluando los otros coches con una sonrisa.
—Bien, ¿a qué hemos venido?
—¿No lo supones, señorito?
—Tengo mis sospechas, pero preferiría que me lo aclares. Aunque no es difícil de intuir, a decir verdad, sobre todo viniendo de ti la invitación.
—¿Entonces ya lo sabes? —rió, muy seguro de estar poniendo nervioso a Roderich.
—¿Hemos venido a beber? —resopló, con una ceja alzada, insinuándole lo aburrida que se le hacía la idea—. Tu enorme imaginación para las primeras... —Se frenó un momento y desvió la mirada, vacilando sobre qué palabra usar—: Salidas... Supera mi capacidad para adjetivar —declaró, recuperando el aplomo.
—Ya, ya, camina —respondió, tomándolo por los hombros, algo mosqueado al no obtener la reacción que esperaba.
Gilbert lo guió por una escalera en la parte posterior que los condujo a la planta superior. Atravesaron una puerta y de inmediato el panorama, que hasta ese momento había sido tranquilo, se transformó por completo. Las luces del lugar aturdieron su visión; una mezcla entre magenta y muchos más colores neón, además de una parpadeante luz blanca, principal causante de su confusión. Porque, claro, no estaba de ningún modo acostumbrado a ese ambiente. Estaba más bien habituado a los salones, espacios apacibles, roto el silencio por una maravillosa melodía que, en el mejor de los casos, se encargaba él mismo de interpretar.
Llevó una mano a su frente, haciendo con esta una visera en un intento inútil por proteger sus ojos del incesante ataque de las luces, y estaba tan aturdido que solo cuando Gilbert tomó su muñeca para arrastrarlo hasta otro punto del lugar, abriendo camino para ambos y a su paso embistiendo sin proponérselo a algunos que bailaban, reaccionó. Intentó mantener su postura erguida, pero no podía engañarse a sí mismo: esa situación comenzaba a incomodarlo.
Gilbert lo hizo sentar de sopetón sobre una butaca con forro de cuero, bastante extensa, pegada a una de las paredes del local, y frente a ellos había una pequeña mesa, dispuesta para colocar sobre ella lo que pidieran. Roderich ni siquiera se dio cuenta de en qué momento ni cómo habían llegado hasta esa parte del club, pero procuró recomponerse y fingió serenidad, cruzando las piernas y enlazando sus dedos sobre su regazo.
—Bueno, ya estamos aquí —suspiró Gilbert, acomodándose en su lugar. Dio un par de palmadas, se frotó las manos y elevó una en el aire para llamar la atención de algún mesero que estuviera merodeando por ahí
Ningún camarero hizo caso de Gilbert, y, nuevamente, quedaron sin proferir palabra. Roderich percibió que los volvía a envolver la misma atmósfera del auto, y eso no hacía más que ponerlo tenso, porque sentía que debía hacer algo, cualquier cosa con tal de acabar con ese mutismo que se había instalado entre ambos. Estaba demasiado acostumbrado a discutir con él como para tolerar esa situación, y estaba dispuesto a acabar con esta, aunque para eso tuviera que ser él quien dé el primer paso.
Lo suyo era usualmente una seguidilla de provocaciones. Gilbert, por diversos y hasta a veces ridículos motivos, buscaba iniciar pelea, y él, por supuesto, no se quedaba callado: hacía uso de su intelecto para darle una respuesta artificiosa que podía tener dos desenlaces: o Gilbert se encabronaba al no entenderle, se echaba a reír, le lanzaba cualquier insulto y de ese modo la discusión se daba por concluida; o le respondía tan bien como podía, y entonces volvían al principio. Pero en ese momento, de ser necesario, sería él quien inicie las hostilidades.
No soportaba la idea de un Gilbert callado. Él nunca era así.
—¿Qué quieres, señorito? —preguntó de pronto, dándole un codazo para devolverlo a la realidad.
—Puede que no lo sepas, pero tengo un nombre. O a lo mejor esperas que también me invente un seudónimo para ti —se apuró a decir, sorprendido de haberse abstraído tanto en sus pensamientos. Se acomodó las gafas con su dedo medio y, algo sofocado, se peinó el flequillo con los dedos y tiró un poco del cuello de su camisa.
El camarero se había acercado a su lugar y anotó lo que Gilbert le decía al oído, porque de ese modo no habría lugar a errores en cuanto a su pedido.
—No respondí nada —se quejó—. Has pedido algo para mí sin mi consentimiento.
—¿Ya viste cuánta gente hay? El tipo tiene otros clientes que atender.
—En fin... ¿Vienes seguido? —preguntó, como quien no quiere la cosa. Porque, a decir verdad, la curiosidad le estaba ganando, especialmente al ver lo bien que se desenvolvía.
—En realidad, no mucho. Pero siempre que quiero beber vengo a este lugar. A mí me gusta —respondió distraídamente, más preocupado de observar a las demás personas presentes.
Cuando al fin llegaron sus pedidos, Gilbert se sintió pleno. De pronto la confianza en sí mismo se disparó y, convencido de lo que pretendía hacer, empujó la copa que había pedido para Roderich, incitándolo de ese modo a beber.
Gilbert no era precisamente agudo, por lo menos en cuanto a emociones ajenas, pero como ya había visto en el señorito una expresión parecida a la que tenía en ese momento, podía intuir fácilmente que no estaba nada contento, muchísimo menos cómodo. Había tomado la decisión correcta: Roderich estaba inquieto; él, como pez en el agua. No le había mentido cuando dijo que no visitaba ese club a menudo, pero ciertamente estaba habituado a ese tipo de ambientes, sobre todo por influencia de sus amigos Antonio y Francis. En cambio Roderich seguramente ni siquiera estaba habituado a beber más que lo necesario para un brindis, y en su vida no había pisado más que salones elegantes y muy distintos de un lugar como ese.
Así que el asunto se volvía más y más sencillo: no hacía falta más que hacerlo beber una cantidad de alcohol suficiente para que el resto fluya y siga su cauce natural. A lo mejor con esa noche ya lograría un avance más que significativo. Solo había un problema por resolver:
¿Cómo iba a convencerlo de beber?
—No pienso tomar eso. Ni siquiera lo pedí —afirmó, desviando la mirada al frente con petulancia—. Sospecho que estás más habituado a este tipo de bebidas. Si deseas, bébelo. A mí no me importa.
—¿Qué te parece la música, señorito? —Desviar el tema era una buena solución. Lo distraería lo suficiente, le haría conversación y finalmente sentiría la garganta seca, entonces no tendría más opción que beber. Pero tendría que hacer acopio de toda la paciencia que tenía, aunque fuera muy poca. Todo sea por el plan, pensó.
—Ruido —sentenció—. No pasa de estridente. Abrumadora, pero no en un buen sentido.
—¿Algo más?
—Insulsa y sin arte alguno.
—Bueno, supongo que sabes de lo que hablas —rumió en medio de un trago. Le costaba muchísimo darle algo de crédito—. Eli me dijo la otra vez que sabías tocar el piano, ¿es cierto?
—Nos conocemos desde infantes ¿y recién ahora te enteras?
—¡Yo podría preguntarte algo sobre mí y seguro que tampoco lo sabes! —replicó de inmediato.
—¿Qué quieres decir?
—No puede sorprenderte que no lo sepa. Es más, debiste esperarlo —bufó, algo irritado por el descaro de Roderich. ¿Cómo podía lucir tan genuinamente indignado por eso? Más bien, ¿con qué derecho se indignaba? No era como si debiera saber en qué ocupaba su tiempo o sobre sus aficiones, si apenas y cruzaban palabra.
Esa pequeñísima discusión le dejó un sabor agrio en la garganta, por lo que decidió darle un trago más largo a su copa. Entonces, como para echarle a perder más el ánimo, reparó en la bebida de Roderich. Intacta.
—¿Por qué no bebes? —espetó, ya enojado.
—Qué clase de pregunta es esa, con una respuesta tan obvia. No bebo porque no quiero. Simple.
—¡Hace rato dijiste que imaginabas que te traería a un lugar como este! —bramó, golpeando la mesa con la palma de su mano. Su paciencia terminó por irse al caño.
—¿Y eso qué tendría que ver con que beba o no?
—¿Por qué aceptaste venir entonces? —cuestionó Gilbert, frunciendo el ceño, sinceramente interesado. Porque solo en ese momento se dio cuenta de ese detalle tan importante. Cuando elaboró su plan, supuso que en un primer momento podría negarse, quizá por la desconfianza generada luego de tantos años de distancia entre ambos. Pero no. Roderich accedió a salir con él. A regañadientes, sí, pero no tan enfadado y sin oponer la resistencia que debería—. Si aceptaste, debiste imaginar que querría que bebamos. Eso estaba implícito.
Roderich calló un instante.
—Esperaba que seas más razonable y aceptes mis negativas, por supuesto. Nuevamente fui un ingenuo. Y ya que he respondido, me corresponde preguntar: ¿por qué quieres que beba?
Gilbert parpadeó, algo descolocado. Por un lado, porque Roderich había dicho todo aquello demasiado rápido y no respondió directamente a su pregunta; por otro, porque no esperaba que las cosas se vuelquen en su contra.
—B-Bueno, no es como si me muriera por que bebas... Es decir, no es que yo pueda forzarte a hacerlo o algo parecido... Porque, verás, sucede que... —Gilbert era una sopa de letras, su cerebro trabajaba a toda velocidad en busca de una razón poderosa—. ¡Sucede que me parece un honor que bebas conmigo! —dijo al fin, luego de larguísimos y eternos segundos de vacilaciones.
—¿Qué? —Roderich creyó no haber oído bien.
—¡Cuando me hago amigo de alguien, lo primero que hago es invitarlo a beber! ¡Sí, eso es! —afirmó, enfatizando sus palabras con un movimiento frenético de su cabeza—. ¡¿Qué mejor para ti que beber conmigo?!
—¿No bebiste antes de venir a este lugar? —interrogó, con los labios fruncidos, algo receloso. Pero sorprendido. Sorprendido de esas palabras. Quizá Gilbert estaba desvariando.
—¡No digas tonterías! ¡Y bebe!
—¿Ahora resulta que me has declarado tu amigo? —dijo, tomando la copa entre sus manos. Se suponía que debía sonar burlón, pero ni él mismo logró convencerse de eso. Las palabras fluyeron de sus labios cargadas de un significado bastante distante del que pretendía. Uno que lo convenció de dar el sorbo a su trago.
Gilbert le guiñó un ojo y se llevó su propia copa a los labios para acabar con su contenido. Roderich lo contempló un instante y, finalmente, bebió. Un sorbo corto, porque quería tomarse su tiempo y disfrutar del posible sabor agradable que pudiera tener esa bebida. Al menos Gilbert tuvo el buen tino de iniciarlo con algo dulce.
—No... No está mal... —reconoció, examinando de qué color era el líquido—. Es dulce y... agradable.
—¡Sabía que iba a gustarte! —dedujo al ver que no aparecía ninguna mueca de desagrado en el rostro del señorito—. Es un daiquiri de durazno, un poco suave. ¿No quieres probar una cerveza?
—Eso no es dulce.
—¡Pero es deliciosa! —defendió, agitando la copa vacía que tenía en la mano.
—Estoy bien con esto. No, gracias.
Y estaba muy bien con lo que sea que Gilbert le pidió, porque de pronto y sin saber muy bien cómo ni cuándo, sobre la mesa que tenían frente a ellos aparecieron al menos siete copas, cuyo contenido íntegro fue ingerido por Roderich. Le había agarrado gusto al dulce y, pese a que procuraba dar pequeños sorbos, finalmente se bebió todo como si de un jugo se tratara. Gilbert por su parte hizo a un lado ese tipo de licores y por fin cedió a las tentaciones de la cerveza, así que las botellas vacías de esta se sumaron a la fila de recipientes que había dejado Roderich.
—Y... ¿qué te parece, señorito? —dijo, zarandeándolo con brusquedad. Eso, por supuesto, no era para nada casual. Había visto cuánto alcohol había ingerido y, según sus suposiciones, ya debería estar algo mareado, así que esos movimientos toscos solo le harían sentir mayor malestar.
—Estoy... bien. No hagas eso de nuevo, por favor —pidió, tocándose la mejilla. Esa sacudida en verdad le había removido los cimientos y sentía su cuerpo más inestable, aunque tampoco estaba tan grave ya que aún tenía conciencia.
Ese era el momento, pensó Gilbert. Definitivamente.
Pero, contrario a lo que le habría gustado, no alcanzó a preguntar nada. Las palabras murieron en su garganta porque en el preciso instante en que iba a dar inicio a sus planes, un par de muchachas se acercó a ellos y, con toda la desfachatez que les proporcionaba estar algo ebrias, se sentaron al lado de cada uno.
Roderich dio un imperceptible respingo y le dedicó una mirada de soslayo a la extraña, tensándose como la cuerda de un violín, más producto de la sorpresa que de la incomodidad. Quien sí estaba incómodo era Gilbert, que jamás contempló esa posibilidad, sobre todo porque nunca, en ninguna visita anterior a ese club, alguien lo había abordado. Y, muy acorde con él, las risas nerviosas escaparon de sus labios como medio de defensa.
—Qué tal... —saludó la muchacha a Gilbert. Su cabello, negro y largo, caía sobre sus hombros; su rostro estaba maquillado en tonos oscuros para destacar entre la confusión de luces y dejaba ver sus piernas, las cuales había cruzado con algo de descaro. Muy directa, se animó a colocar su brazo sobre un hombro de Gilbert.
Él, ante esas confianzas, quedó en blanco.
—Hola... —saludó sonriente la que se había posicionado al lado de Roderich. Tenía el cabello muy rubio, ojos azules y una ligera capa de maquillaje que profundizaba sus ojos y proporcionaba un delicado brillo a sus labios. Su blusa, bastante escotada, dejaba lucir una piel clara y firme—. ¿Cómo te llamas?
—No soy muy adepto al monólogo, así que no me llamo a mí mismo. Deduzco que quisiste preguntar por mi nombre. Si ese es el caso: Roderich Edelstein.
La chica, que no esperó ese trato tan formal, quedó con los labios entreabiertos en una mueca de confusión absoluta. Roderich, al no obtener ninguna respuesta inteligente, bufó harto y se cruzó de brazos, ignorándola por completo. Le habría gustado al menos un reproche o lo que sea, como solía ocurrir con Gilbert, ¿pero eso?
Gilbert no había podido responder algo coherente a la muchacha que se le acercaba cada vez más –y que tomaba su silencio como un permiso para avanzar–, pero alcanzó a oír aquello y quedó admirado de la rapidez y lo alturada que fue la respuesta de Roderich. No había sido decididamente grosero, pero tampoco le daba pie a nuevas insinuaciones.
Pero entonces una "brillante" idea cruzó su mente.
La aparición de esas chicas le estaba facilitando todo.
Solo tenía que hacerlas cooperar y poner en aprietos a Roderich.
—¿C-Cuál es tu nombre? —se animó a preguntar, dedicándole una sonrisa. Su idea le había renovado el ánimo.
—Kristin [1]—respondió risueña, acariciándole disimuladamente la oreja con los dedos, causándole un estremecimiento.
—Ya veo... —No tenía mucha idea de qué decir, sobre todo porque no era demasiado avezado en temas de seducción (para eso era bueno su amigo Francis), pero hacía su mayor esfuerzo por concentrarse y lucir natural.
Al otro lado, Roderich se preguntaba internamente por qué la muchacha seguía sentada a su lado y no se había marchado. Desvió la mirada en dirección de Gilbert, porque no quería ver más el rostro de aquella ingenua. Para sorpresa suya, su recientemente declarado amigo sí estaba entablando conversación con la otra extraña.
—Oye, ¿cuál es tu nombre? —interrogó a la muchacha que estaba siendo ignorada, para así evitar que a esta se le ocurra marcharse y eche a perder todo.
—Lorelei [2]—le gritó, y con ese pretexto se inclinó un poco sobre Roderich.
Perfecto, pensó Gilbert.
—Ah... —Nuevamente su cabeza era un lío y trabajaba a toda velocidad, esta vez en busca de algún tema de conversación. Balbuceó un poco y finalmente exclamó—: ¡¿Cómo se les ocurrió acercarse a nosotros?!
Roderich se golpeó la frente con la palma de su mano, deseando que la tierra lo trague en ese mismo momento ante ese despliegue de brillantez para formular preguntas y dar inicio a conversaciones.
—¿No vas a decirle nada? —reclamó Gilbert a Roderich al ver que las cosas no iban como esperaba.
—¿Quieres beber algo? Puedo traerte algún trago si deseas —propuso Lorelei, imitando las caricias algo atrevidas de su amiga.
Él, que había estado observando atento a todo lo que hacía Gilbert –y le hacían–, decidió encarar a la chica con el semblante firme y le dijo directamente:
—Estoy casado. Hay alguien a quien amo. No obtendrás nada de mí.
La mandíbula de Gilbert habría caído hasta el suelo de no ser porque estaba unida a su cráneo.
Roderich ya veía venir alguna queja o algún mohín de enfado de parte de la muchacha, seguramente ofendida al ser rechazada. Pero, lejos de lo que esperaba, le dedicó una sonrisa enorme y tomó una de sus manos entre las de ella.
—¡Ojalá hubiera más hombres como tú! —chilló, examinando el anillo de oro. Luego, quedó mirándolo casi con adoración—. Esa persona debe ser muy afortunada...
La muchacha soltó un suspiro cargado de ensoñación. Le dedicó una última sonrisa y sin más que decir, se puso de pie en un brinco, acomodó su blusa y se marchó
—Una pena... —lamentó Kristin, y Gilbert alcanzó a oírla.
—¿Por qué? —dijo él.
—Porque es un tipo bastante atractivo, ¿no lo ves? Los lindos siempre están ocupados... ¡¿No me digas que tú también eres casado?!
—¡No! —se apuró a negar, asombrado de esa conclusión.
Entonces, las palabras de Roderich resonaron en su cabeza.
¿Cómo pudo siquiera proponerse algo semejante? ¿Acaso no pensó en ningún momento en Elizabetha? Si bien al principio solo deseaba ver a Roderich en aprietos, en algún punto deseó que algo muy comprometedor se concrete. Quizá estaba desesperado por conseguir las malditas pruebas para que su amiga abra los ojos y descubra que su flamante esposo no era lo que pensaba, pero si se hubiera consumado ese plan y se hubiera enterado de algo semejante, solo le habría causado sufrimiento.
Tenía que haber otra cosa, algún secreto terrible del señorito. Alguna forma menos abrupta y terrible de hacer recapacitar a Elizabetha.
Elizabetha. Elizabetha. Elizabetha.
¿En verdad estaba permitiendo que todo eso suceda? ¿Que una extraña lo toque?
—¡Pero...! —Estaba a punto de repetir las mismas palabras de Roderich, iba a decirle que su corazón ya estaba ocupado por alguien y que era incapaz de traicionarla aunque en realidad no fueran más que amigos. Pero su boca fue sellada con los labios de la "extraña", que aprovechó su confusión para tomar su rostro y estamparle un beso demandante.
No quería, no deseaba en lo más mínimo corresponderle, pero los recuerdos lo abrumaron. De pronto ya no besaba a Kristin, sino a Elizabetha. Su mente había decidido tenderle una trampa. Tomó a la muchacha por la cintura y la atrajo a su cuerpo, porque necesitaba convencerse de que se trataba de Ella, que estaba ahí con él. Porque creía que la cintura que acariciaba era la de Ella, que la lengua que recorría su boca era la de Ella.
Cuando se separaron, la realidad lo golpeó con fuerza.
No había cabellos castaños, ni enormes y bonitos ojos verdes. Había cabellos muy negros rozando su nariz. Otro cuerpo. Otra mujer.
—Estoy harto de tanta vulgaridad —resopló de pronto Roderich, que tenía la vista clavada en las copas vacías frente a él, con el flequillo cubriendo parcialmente su rostro. Solo entonces reparó en que seguramente había presenciado todo aquello—. Me marcho de aquí.
Tal como dijo, abandonó el sofá de cuero para enfrentar a la concurrencia que, ajena a lo que ocurría con ellos, bailaba con mucha alegría al ritmo del "ruido". Sin embargo, aunque trataba de fingir estar bien, Roderich no pudo ocultar sus pasos vacilantes. Seguramente el alcohol sí había hecho mella en él y andaba así por causa del mareo. Caminaba despacio, evitando chocar contra alguien, apoyando una de sus manos en la pared para así evitar caer y dar un espectáculo lamentable.
Iba a arrepentirse toda la vida de lo que estaba a punto de hacer.
¿Pero qué más daba? Ese día el señorito, para desgracia suya, se había ganado una pequeñísima pizca, apenas existente, de su respeto.
Se despidió de Kristin con una disculpa y se acercó a Roderich. Tomó su brazo bruscamente y se lo colocó sobre los hombros, dispuesto a servirle de apoyo.
—¿Qué haces, idiota? No necesito esto, puedo ir solo. Suéltame ahora —regañó, tirando de su brazo para liberarse. Para asegurarse de que no logre su cometido, Gilbert se aferró a su cintura y lo atrajo a su cuerpo, como había hecho en casa de los Edelstein, solo que en ese momento no lo hacía para molestarlo.
—Cierra la boca, señorito idiota —riñó él, sacudiéndolo para acomodarse mejor y para que de ese modo le quede claro que no estaba dispuesto a soltarlo—. Mañana voy a arrepentirme de esto...
Ambos percibieron las miradas curiosas del resto de la concurrencia. El lado positivo fue que, al estar sorprendidos, se hicieron a un lado y les permitieron pasar.
A Gilbert le costó una enormidad cargar con el señorito escaleras abajo y luego ayudarlo a subir al auto, especialmente porque este no paraba de reclamarle por tocarlo y echarle en cara que era su culpa por hacerlo beber, además de insistir en que podía andar solo.
Cuando estuvieron en la carretera, tomar el volante entre sus manos con fuerza fue su forma de aferrarse a la realidad. A medio camino, luego de repasar cada hecho ocurrido esa noche, el silencio presente lo sorprendió. Giró el rostro y descubrió al señorito dormido, con los brazos cruzados, quizá en un intento de darse calor.
—Incluso dormido te ves petulante, maldito señorito —refunfuñó, algo resentido. Era injusto que eso sea posible, porque definitivamente eso no le ocurría a él. Ludwig muchas veces le comentó que dormía desparramado en la cama o cualquier superficie—. Ya hallaré la forma. No fue hoy, pero la hallaré. ¡Pero esta vez desistí por Eli! —aclaró, meneando su dedo índice, como si Roderich estuviera despierto—. Así que veré la forma de hacerla entrar en razón sin lastimarla. Yo sé que tienes algo malo y lo voy a descubrir. No eres lo que ella cree. Hoy me he precipitado...
Continuó con su camino hasta casa de los Edelstein, con la esperanza de que Elizabetha no lo asesine al ver a Roderich en ese estado.
No pudo dejar de pensar en otro modo de sonsacarle algún secreto o poner en evidencia sus defectos. Solo estaba seguro de una cosa: era imprescindible seguir tratando con él.
Al menos Roderich no era infiel; a diferencia suya que, pese a no tener a Elizabetha a su lado, se sentía como tal. Se juró a sí mismo que jamás volvería a traicionar de esa forma a la persona que amaba. Nunca más. Se mantendría alerta y no caería en ninguna treta de su mente.
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Continuará.
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[1] y [2]: Bueno, son dos OC que puse porque no quería usar a ningún país para estos fines. Solo aparecerán en este capítulo así que no son muy relevantes.
N.A: No sé ustedes, pero yo tengo claro que Gilbert es bien bestia XD O sea, lo amo y es, definitivamente, mi personaje favorito, pero no puedo negar que para asuntos como este es bien torpe y se pone muy nervioso. Es, a mi parecer, MUY guapo y lindo, y siempre anda demostrando su exceso de confianza, pero eso en realidad prueba que en el fondo es algo inseguro. Roderich es más dueño de sí mismo y siempre mantiene su serenidad. Solo la pierde cuando Gil está cerca (?)
Este capítulo es más largo que el anterior porque quise explayarme en esta primera salida. Como podrán ver, ya se llevó su primer chasco XD así que se viene un cambio. Ya lo entenderán en el siguiente capítulo.
Gracias por sus reviews n_n siempre los contesto por PM: ElisaM2331, Debittouya y yishayzaccharo que se unió en el último capítulo. Agradezco infinitamente su apoyo, igualmente a quienes le han dado a favoritos y la siguen.
He actualizado hoy porque el capítulo lo tenía avanzado, pero ahora se me vienen un par de exámenes y tardaré un poco más u.u alrededor de una semana y media o dos, calculo. Lo siento :c
Ojalá este capítulo les haya gustado.
¿Reviews para que Rode se sienta mejor? –lo deja a su libre interpretación– Ok no XD
Nos leemos.
