Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO SEXTO

MUDA ADVERTENCIA

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—¿Tienes algún plan?

—¿Acaso no sabes improvisar? —sonrió Francis—. Descuida, esto será más sencillo de lo que piensas.

—¿Por qué tan seguro? —sonrió él también, algo intrigado.

—Porque tú estás yendo conmigo —explicó—. Si estuviera solo, aunque no lo creas, esto podría fracasar. En este momento le eres muy útil a Gilbert.

—¿Qué estás queriendo decir? —reclamó en fingido resentimiento por tanto secreteo—. Venga, dilo.

—A ti te gusta que te halague, ¿eh? —Francis suspiró divertido—. Roderich no podrá negarse a algo que le pidas. No le conviene.

—Oye, supéralo, ¿quieres? Ya ha pasado bastante tiempo como para que sigas con eso.

—Imagina a Gilbert...

—Nunca. Lo. Digas. ¿De acuerdo? No quiero ni pensar en lo que podría pasar.

Luego de un agradable rato de jugueteos, mientras Gilbert se ocupaba de arreglar un poco su sala y habitación ellos le harían una visita a Roderich para, según lo acordado, invitarlo a salir. Claro que en un principio Gilbert dio pelea e insistió en que no era necesario acomodar nada si solo se trataba de "el señorito podrido", pero ellos le explicaron que si no lo hacía, tendría que soportar sus comentarios sarcásticos sobre cuánto orden mantenía en su casa, y eso bastó para que se calme y se limite a obedecer, aunque fuera refunfuñando y maldiciendo entre dientes. Y en realidad el desorden no lo había provocado él, sino sus traviesos perros.

—¿Por qué le dijiste que ordene su habitación? —dijo Antonio, codeándole en las costillas—. ¿En qué estás pensando? Guarro.

—¿En qué estás pensando tú, mon amour? Definitivamente no lo mismo que yo. Para tu información, le dije eso para que tengamos un lugar más privado en caso lo necesitemos.

—Ajá. Y dices que no estás pensando lo mismo —rió.

—Sí, porque me refiero a que Gilbert podría no estar muy tranquilo de intentar hablar con Roderich estando el niño ese presente.

—¿Ludwig? Bueno, a lo mejor tienes razón... Gilbert realmente le quiere mucho. —Francis resopló con desdén—. Oye, ¿por qué no te llevas bien con el pobre chico? Ni que fuera alguien malo, desagradable o algo parecido.

—Siento antipatía por él. Es todo. Es casi natural.

—Pues no lo demuestres frente a Gilbert, porque entonces podrían pelear. Y sería un motivo bastante tonto, por cierto.

—Tampoco es que ande por ahí diciendo pestes de él, ¿o sí?

—No, pero... Solo no le trates mal, ¿vale? El pobre es tímido y se lo toma todo muy en serio, como si todo en esa casa fuera su responsabilidad.

—Y en realidad no lo es, y Gilbert se lo deja claro a su manera... No le trataré mal —aseguró al ver la mirada de reproche de Antonio—, descuida. Ahora démonos prisa, que en tanta plática perdimos mucho tiempo.

—No creo que Gilbert esté precisamente ansiando este encuentro —dijo, volviendo a sus típicas sonrisas—. De acuerdo, de todos modos no falta nada.

—Quizá no lo esté ansiando, pero muy probablemente está ansioso. Ya sabes, tratar con él siempre le ha puesto de los nervios.

—Pues ahora no creo que sea tanto así. ¿No dijo que han entrado un poco "en confianza"?

—Dijo que Roderich ya no le tenía tanto miedo como antes —acotó—. Todo gracias a que "se inventó casualidades". Buena idea, ¿no crees?

—Creo que sí. De todos modos, él siempre tiene buenas ideas, aunque no parezca... Oye —susurró, acercándose a su oído—, ¿tú crees que Roderich de verdad le tenía miedo?

—¿Me lo preguntas tú, que lo conoces mucho —enfatizó— mejor que yo?

—¡Te dije que lo superes! —rezongó—. Como si tú no le conocieras.

—¿Te avergüenza hablar de eso? —preguntó maliciosamente.

—No es eso. Es simplemente que no quiero problemas con Gilbert.

—¿Crees que le molestaría?

—Molestarle... No. Se sentiría traicionado por no haberle dicho. Y volviendo a mi pregunta: ¿tú qué crees?

—Esos dos siempre han actuado muy extraño el uno con el otro... —Reflexionó un momento, sopesando mejor la pregunta de Antonio—. Me has preguntado que qué creo, ¿entonces tú sí tienes una idea?

—Primero quiero oír la tuya —respondió coqueto al saberse descubierto.

—Honestamente, chéri... No lo sé. Como te dije, su relación siempre ha sido muy extraña, ¿no crees?

—Roderich lo exaspera de una forma que nunca le vemos con otra persona, y Gilbert le hace perder la paciencia como nadie. Roderich siempre tiene ese rostro impasible, pero si Gilbert se mete con él... Es como si uno despertara algo en el otro, ¿eh? —propuso Antonio—. Todo este asunto...

—Te deja preocupado —completó Francis, rodeándole los hombros con su brazo para sacudirlo levemente—. Tranquilo, esto se verá con el tiempo. Al menos será mejor si nosotros participamos y estamos pendientes.

—Tienes razón...

—Mira, ya llegamos —señaló al divisar la enorme reja de la residencia Edelstein—. Bien, ¿qué le diremos exactamente para convencerlo?

—¿No que bastaba con tenerme aquí? —bromeó, llamando al timbre para ser atendidos—. ¿No se te ocurrió nada mientras charlábamos?

—Recuerda que quedamos en decirle que salga con nosotros, y solo cuando lo tengamos atrapado le diremos que estamos en casa de Gilbert. Mi pregunta más bien apunta a qué haremos cuando esté en nuestro poder.

—Uhm... —murmuró, golpeándose el mentón con el dedo índice—. Propusiste que salgamos los cuatro en ese momento, ¿pero Gilbert estará cómodo con eso? A lo mejor preferiría tenerlo en casa.

—Pero eso sería sospechoso; Roderich estaría tenso si nos quedamos en casa. Imagínalo: sería como estar rodeado por tres enemigos. En cambio, si salimos a algún lado, no se sentirá presionado. Ni Gilbert ni Roderich.

—Bien, llevémoslos a algún lado. Nada muy cerrado entonces.

—¿Pero a dónde? —dijo Francis, mordiéndose la uña del pulgar—. ¿Qué tal comer algo?

—Y ya me imagino a Gilbert rabiando por tener que pagar lo que coma.

—Pues propón algo entonces —regañó, algo mosqueado—. Si vamos a comer, podremos platicar y estaremos en un lugar abierto.

—Era broma —dijo Antonio, palmeándole la espalda, y añadió en un susurro al ver que ya llegaba un empleado a atenderles—: Así quedamos entonces. Comeremos algo. Tú decide dónde, que tienes buen gusto y conocimiento de esto.

El empleado, al ver sus figuras, se preguntó de inmediato de quiénes podría tratarse, y solo cuando estuvo frente a ellos un vago recuerdo llegó a su mente. Especialmente del muchacho de cabello castaño.

—¡Buenas tardes! —saludó efusivo Antonio, luego de que Francis le diera un codazo para que hable al leer el recelo en la expresión del hombre—. Quisiéramos ver a Roderich, por favor —adelantándose a su pregunta, añadió—: Soy Antonio, un viejo amigo, y este es Francis, también un amigo.

—Bien... —respondió, aún receloso al no recordar muy bien al chico rubio—. Pasen, por favor.

Abierta la reja, ambos muchachos se adentraron en la propiedad, maravillándose de cuánto había mejorado el decorado con el paso de los años. Cuando eran más jóvenes, el jardín que acompañaba el sendero rumbo a la casa era mucho menos vistoso, además de que en ocasiones lo vieron algo descuidado y sin podar. Tampoco era que lo visitaban a menudo –al menos Francis no–, pero el recuerdo era muy vívido al tener la misma imagen en cada visita.

—Llegamos —anunció el empleado, abriendo la puerta principal e indicándoles que pasaran.

—¿Lo esperaremos en la sala? —preguntó Francis.

—Así es. En este momento está arreglando algo relacionado con sus habitaciones.

—¿Y usted le abre la puerta cuando llega a casa? Antes no era así... —comentó Antonio, adentrándose en el lugar hasta llegar a la sala.

—No, joven. El señor Roderich entra por sus propios medios, porque afirma que no le gusta que nadie le abra. Aunque llega algo agitado, ciertamente... —explicó, siguiéndolos muy de cerca—. Así que, ¿lo conoce desde hace mucho?

—¿Señor Roderich? —rió Francis—. Ah, claro, ya está casado. Sí, por supuesto que lo conoce. Es más, en cuanto veamos a Roderich podrá darse cuenta de que lo que decimos es cierto.

Sin más que decir, el hombre hizo una pequeña reverencia y salió a buscar a su señor. Mientras tanto, los chicos tomaron asiento en un mismo sofá, escrutando la decoración. Transcurridos unos –eternos– diez minutos, Roderich apareció al fin.

Al verlos, se paralizó en el dintel de la puerta, intentando disimular su sorpresa. Al ver que notaron su presencia, recuperó el aplomo y se acercó a ellos con su muy conocida seguridad.

—Buenas tardes... ¿Qué los trae por aquí? —inquirió, tomando asiento frente a ellos cruzando brazos y piernas.

—Tanto tiempo, ¿y así nos recibes? —bromeó en respuesta Francis, pasándose una mano por el pelo para alejarlo de su frente—. ¿No vas a ofrecernos nada?

—Será que me gusta imaginar que esto no tomará mucho tiempo —respondió tranquilo él, barriéndolo con la mirada.

—Oye, ¿cómo has estado? —dijo Antonio en tono conciliador, temiendo que ese par siga con sus sarcasmos—. Hemos venido porque, pues estábamos por aquí y quisimos verte.

—Ajá. Pues aquí estoy. ¿Algo más?

—Vinimos a invitarte a salir, Roderich —anunció Antonio, con una sonrisa enorme, de esas que era imposible resistir—. Ha pasado mucho tiempo y se me ocurrió que podríamos salir juntos, ¿qué tal?

—¿Con qué fin? —respondió, suspicaz de esa amabilidad.

—¡Somos amigos, tío! ¿O acaso quedó algo de rencor entre nosotros? —insinuó, convencido de que había dado en un punto débil: el orgullo de Roderich.

—Tonterías —desdeñó, mirándose la punta de los zapatos frívolamente—. Sucede que esto es repentino e inverosímil.

—No nos hemos visto hace mucho, ¿por qué negarte? Solo saldremos a comer algo.

—Nosotros invitamos —acotó Francis. Antonio le echó una mirada de reojo, felicitándole por esa buena jugada.

—De acuerdo. No estaría bien de mi parte negarme habiendo venido ustedes de tan lejos. Volveré en un momento, voy a decirle a Elizabetha que saldré y volveré en... ¿Un par de horas?

—Sí, yo calculo que tardaremos eso —dijo Francis—. ¿Tienes que avisarle cuando sales?

—Es una simple consideración con mi esposa —aclaró Roderich, poniéndose de pie y saliendo de la habitación, siempre altivo.

Una vez solos, ambos amigos decidieron ponerse también de pie, convencidos de que ese asunto no podía tardar mucho. No tenían demasiada intención de demorar más, porque ya se imaginaban lo histérico que debía estar Gilbert en casa, dando vueltas en su sala como león enjaulado pensando en por qué tardaban tanto. Lo bueno fue que apenas un par de minutos después, Roderich estaba de vuelta. Se había cambiado de suéter: antes, al recibirlos, llevaba uno verde con cuello de tortuga, y en ese momento vestía uno azul de cuello uve con una franja azul cielo en el pecho. Listos todos, partieron.

—¿A dónde iremos exactamente? —inquirió Roderich, interesado en saber a cuál de todos los restaurantes podrían llevarlo. Le parecía extraño que tomen el camino que los llevaba a adentrarse en el condominio. Además, le desagradaba la idea de caminar. Fácilmente hubieran podido usar su auto.

—Oh, debemos pasar por un lugar antes de ir a comer, chéri —dijo Francis.

—¿Qué?

—Es que estamos de visita porque tenemos vacaciones, y, obviamente, nos estamos quedando en casa de Gilbert por ahora. Primero vamos a verlo y luego vamos a comer. Él viene con nosotros.

—¿Y se puede saber por qué no me dijeron nada al respecto sino hasta ahora?

—Creí que sería un poco obvio —dijo Antonio, encogiéndose de hombros—. ¿Te molesta que se nos una?

—No realmente. A quien podría molestarle es a él.

—Él sabe que vendrás. Y no le molesta —aclaró Francis, mirándolo intensamente. Necesitaba demasiado, para su propia tranquilidad, ver su reacción.

—No puedo evitar dudar de lo que dices —respondió inmediatamente, desviando la mirada al notar los penetrantes ojos azules enfocados en él—. Pero, como sea, ya estoy aquí y ya avisé a Elizabetha que saldría, así que sigamos.

Con su consentimiento –o más bien, su no renuencia–, continuaron con su camino hasta llegar a la propiedad de los Beilschmidt. Francis no estaba muy tranquilo luego de formular su pregunta, pero procuraba mantener la sonrisa y el espíritu para que Gilbert no se dé cuenta de nada. Cosa que en realidad no era muy difícil de lograr.

—Entraremos todos, así que tranquilo —consoló Antonio, creyendo que Roderich estaba más que alterado—. Gilbert debe estar en su sala.

—Lo dices como si estuviera nervioso. Nada más alejado de la realidad —replicó él, algo ofendido por tremenda insinuación—. Él no tiene servicio, ¿verdad?

—No, ya no tiene servicio hace ya un buen tiempo. ¿No lo sabías? —dijo Francis, creyendo hallar en esa pregunta un trasfondo malicioso. Los tres se encontraban ya frente a la puerta, y Antonio se encargó de abrir con la llave que le prestó Gilbert.

—No tengo forma de saberlo, ya que nunca visito esta casa. Solo lo hice cuando era un niño y, como podrás notar, ya ha pasado mucho desde entonces —respondió, siguiendo a Antonio que ya entraba junto con Francis.

Al sentir que abrían la puerta, Gilbert pegó un brinco hasta el techo, para luego tensarse como una tabla. Sus ojos, más abiertos de lo normal, revelando su estado de ansiedad, se clavaron en la entrada, aguardando al momento en que sabría si, tal como afirmaban sus amigos, lograron convencer al señorito. Aunque no le gustara ni lo admitiera, saber que Roderich estaría en su casa le causaba ciertos nervios que una persona asombrosa como él no podía permitirse.

—¡Ya volvimos! —anunció Antonio, como si volvieran del supermercado, esperando que Gilbert decodifique el mensaje y comprenda que lograron su propósito.

De puro nervio, aferró sus manos al cojín que tenía a su alcance. Las risas bobas no tardaron en llegar al verlos.

—B-Bien... ¡Ya podemos irnos entonces! —exclamó, poniéndose de pie en un brinco, afanado en no prolongar más de lo necesario la presencia del señorito ahí. Ni siquiera le importó pensar que, al no tardar mucho, haber ordenado su sale fue en vano.

—Buenas tardes, Gilbert —saludó Roderich, mirándolo de pies a cabeza, como si examinara su vestimenta—. Estos dos me dijeron que también venías con nosotros.

—En realidad, la idea fue suya —comentó Francis, muy malintencionado, dispuesto a poner a prueba a Roderich por motivos que solo él conocía. O quizá Antonio también. El rostro de Gilbert pasó de muy pálido a rojísimo.

—¡¿Q-Qué?!

—Que ha sido idea tuya, ¿o no? —insistió Francis, y entonces reparó en Roderich, que fingía indiferencia examinando un cuadro que yacía sobre un anaquel—. Como sea, no hace falta que lo niegues, no seas tímido, mon amour —dijo, burlón—. Vámonos, que el "señorito" solo ha pedido un par de horas de permiso.

—¿Ha pedido permiso? —se carcajeó Gilbert, recuperando sus aires de grandeza al enterarse de ese detalle. Llevó su mano izquierda a su cadera, y con el índice de la otra señaló a Roderich, acusándole—. ¡Qué pelele!

—No quiero imaginar qué harías tú en mi lugar. Te imagino enclaustrado en casa únicamente para no darle la contra a Elizabetha. ¿O quizá para que no te golpee? —replicó, venenoso. Francis y Antonio estallaron en risa.

—¡C-Cierra la boca, señorito estúpido! —berreó, apretando los ojos con fuerza para no encontrarse con los ojos vanidosos de Roderich ni a sus propios amigos riéndose a sus costillas. Pero, muy en el fondo, sabía que se lo había buscado—. ¡Que te den!

—Bueno, bueno, ya es hora de irnos —intervino Antonio, tratando de calmar los ánimos. Si salían con Gilbert alterado, nada de provecho sacarían de su salida—. ¿Usamos tu auto, Gilbert?

—Supongo —escupió, aún enojado, pateando una piedra invisible—. Igual ustedes ni han traído el suyo. No sé ni cómo han llegado...

—Con transporte público y algo de actividad física, mon petit.

Gilbert puso los ojos en blanco y se adelantó a todos, saliendo para buscar su auto. Necesitaba algo de aire y un momento para relajarse, porque le enojaba saber que muy probablemente su situación con Elizabetha sería la que describió Roderich. Le enojaba que el señorito tenga razón y le conozca, cosa que no ocurría en su caso.

Cuando el auto estuvo listo, tocó el claxon para anunciarles que era momento de abordarlo.

—Yo conduzco —declaró de inmediato, como si por no decirlo alguien pudiera ganarle ese derecho—. Ustedes acomódense.

—¿Alguien que está en tu estado, es decir, algo irritado, es adecuado para manejar maquinaria pesada? —objetó Roderich, dispuesto a seguir vengándose por el comentario de Gilbert.

—Te dije que te calles —escupió, abriendo la puerta para adueñarse del volante y tirando la puerta al ya estar acomodado—. Ahora sube y déjate de charla.

Antonio, sabiendo que no sería nada sensato sentar a Roderich al lado de Gilbert luego de ese pequeño problema, decidió tomar el asiento de copiloto, indicándole a Francis con una mirada –¡cuánto se conocían!– lo que debía hacer. Roderich, sin más remedio al ver que ya todo estaba dispuesto, ocupó su lugar junto a Francis.

—Bueeeeno —suspiró el chico, relajándose sobre la mullida superficie, disfrutando la comodidad—. Tu auto siempre me pareció muy bonito.

—Vayamos a Vapiano —señaló Francis, a lo que Gilbert asintió, porque sí conocía el restaurante. Arrancó y permitió a su amigo apoyar su barbilla sobre su hombro—. Hace bastante que no voy por allá. Ojalá no hayan cambiado de cocinero.

—¡Pongamos algo de música! —propuso Antonio, empezando a teclear por aquí y por allá en el equipo—. ¿Tienes discos? ¿O algún USB?

—Sí, están en la cajuela.

—Veamos... —Abrió el compartimiento, examinando cada título (metal en su gran mayoría), y grande fue su sorpresa al encontrar un título familiar—. ¡Anda, no me creo que no te hayas deshecho de esto! ¡Si hasta me dijiste que odiabas este género!

—¿Qué es? —dijo, inclinando la cabeza para ver de qué se trataba, ya en la carretera—. ¡No me jodas, Antonio! No lo tiré porque...

—¡Fue un regalo! —lloriqueó, herido al saber que pensó en tirarlo. Al recordar que finalmente no lo hizo, volvió a sonreír—. ¡Debes quererme mucho como para no haberlo botado!

—Deja eso, guárdalo. Ninguno aquí quiere oír esa música —advirtió.

—Mira al frente, vas a matarnos —regañó Roderich.

—¡Te dije que te calles! —chilló, pero obedeciendo. Distraído en las palabras de Roderich, le permitió a Antonio colocar el disco y seleccionar la pista—. ¡No, joder! ¡Antonio!

Cómo puede ser verdad~ [1]—empezó Antonio, y Gilbert estrelló la frente contra el volante.

—¿Qué haces? —volvió a regañar Roderich, más preocupado que enojado.

—Para esta mierda, Antonio–

Last night I dreamt of San Pedro~ —continuó cantando—. Just like I'd never gone, I knew the song~.

—Tu voz no ha cambiado nada, eh... —comentó Francis, sumando sus palmas para que Antonio no pierda el ímpetu por culpa de las quejas de Gilbert.

—Odio esto. Les ODIO.

Tropical the island breeze, all of nature wild and free. This is where I long to be, La isla bonita~. —Las palmas de Francis imitaron el movimiento y ritmo de unas castañuelas—. And when the samba played, the sun would set so high ring through my ears and sting my eyes. Your Spanish lullaby~. —Antonio guardó silencio para darle paso a la melodía.

—¿Ya te cansaste de este conciertito de mierda? —se quejó Gilbert, maldiciendo entre dientes.

—¡Como si cantara espantoso! Además, esa canción va muy bien conmigo. Y los latinos en general.

—Claro, chéri, eres tan sensual como esa canción.

Antonio volvió el rostro y le dedicó una mirada agradecida, y al hacerlo descubrió a Roderich de brazos cruzados, mirando a Gilbert lloriquear.

—¡Viste el vestido que llevaba en el video! —exclamó, olvidándose de Roderich para explayarse en ese asunto de la canción que cantó—. ¡Si se veía estupenda!

—Era de flamenco, ¿verdad? —Antonio asintió frenéticamente—. Pues sí, se veía magnífica. Pero, oye, nunca se ha confirmado que realmente sea una isla española.

—¡Pero si es obvio, tío! Nada más hace falta verle el vestido, oír las castañuelas... ¡Si hasta menciona "Spanish"!

—¿Pueden dejar de hablar de eso? —protestó Gilbert, meneando la cabeza, aburrido de su plática. De pronto, estornudó.

—Salud —susurró Roderich, desviando la mirada a la ventana.

—¿Estás bien? —dijo Francis, acariciándole los hombros—. Ah, es que estás aburrido [2].

—No hay otra explicación —dijo Antonio.

—¡Sus tonterías me aburren! —chilló, volviendo su atención a la carretera—. Ya no falta mucho. Por fortuna.

El restaurante quedaba en plena Plaza Potsdamer [3], y Francis no lo había elegido arbitrariamente. Quizá no pasaba demasiado tiempo en Berlín por motivo de sus estudios, al igual que Antonio, pero tenía mucha idea de qué restaurantes eran buenos no solo en cuanto a los platos que servían, sino también en su presentación y el ambiente. En el caso de Vapiano, sabía que estaba especializado en pastas frescas y pizzas, además de ensaladas; pero no solo eso: al momento de degustar la comida, debían ubicarse en una barra larguísima, como la de un bar, lo que permitía una amena charla. Por otra parte, los ingredientes estaban frente a ellos, por lo que podían especificar qué querían en mayor abundancia.

—Llegamos —anunció Francis, señalándole con la mano dónde se ubicaba exactamente el restaurante—. ¿Qué pediremos?

—Ya lo veremos adentro —dijo Antonio, abriendo la puerta y rodeando el auto para alcanzar a Francis, que ya bajaba—. ¡Venga, que ya tengo mucha hambre!

—Quizá debimos traer a Lud, a él le gusta esa comida —comentó Gilbert—. ¿Les dije que ha hecho un amigo italiano?

—¿Solo... amigo? —preguntó malicioso Francis, deteniéndose un momento para esperar a Roderich, que se tomaba su tiempo para alcanzarlos. Gilbert hasta se había olvidado de él por un pequeño instante, pensando en Ludwig.

—No me ha querido decir nada —respondió sonriente, muy seguro de a qué se refería su amigo—. Pero ya le he dicho que lo lleve a casa, a ver qué tal es. ¡Quiero verlo yo también!

—Ya está bastante grande como para que quieras controlarle las citas, ¿no crees? —Gilbert estuvo a punto de replicar, pero Antonio se apuró a aclarar—: Era broma, capullo. —Y rodeó con su brazo la cabeza de su amigo, rascándole con el puño la coronilla, a lo que Gilbert reaccionó violentamente, tratando de zafarse dando manotazos al vacío.

—¿Van a armar tanto escándalo incluso adentro? —cuestionó Roderich, fulminándolos con su mirada—. Al menos compórtense.

—¡Te dije hace rato que cierres la boca! —berreó Gilbert sin poder enfrentarlo al seguir prisionero de Antonio—. ¡Suéltame!

—Mantenlo así. No sea que me salte encima como un perro.

—Los perros muerden, Roderich. ¿No te gustaría que Gil te muerda? —susurró Francis a su oído al pasar a su lado para ingresar al lugar, rozándole con su hombro—. Antonio, mon amour, suéltalo o va a enojarse en serio.

—¡No puede ser tan infantil! —rió, liberándolo al fin y acariciándole la coronilla a modo de muda disculpa—. Oye, era juego, eh... ¿No te has enojado conmigo?

Sin decir nada, rojo de cólera, no por Antonio sino por tener aún presente la respuesta altanera del señorito, alcanzó a Francis y empujó con fuerza la puerta, dirigiéndose directamente a las mesas para pedir cuanto antes un vino o cualquier licor fuerte. Sus amigos, junto a Roderich, se quedaron un instante perplejos, viéndolo tomar con furia la pobre silla y sentarse sobre ella. Casi podían oír el rechinar de sus dientes. Pero, como buenos amigos, tenían que ayudarle, así que rápidamente fueron a sentarse a su lado.

—¡Si te comportas así vas a asustar a Roderich! —le recriminó Francis al oído—. Si quieres seguir ganándote su confianza, no actúes tan bestia con él. Tampoco digo que seas zalamero ni nada parecido, solo... compórtate, chéri.

—Bueno... —masculló él, desviando la mirada de su amigo, pero al caer esta en Roderich, que escrutaba el lugar seguramente en busca de algún desperfecto, se giró de inmediato a la barra—. De todos modos ya no...

Al verlo con ese aire crítico, recordó que en una ocasión, cuando andaban juntos por las dichosas "casualidades", el señorito hizo exactamente lo mismo al visitar una cafetería recientemente inaugurada. Recordarlo le generó cierta incomodidad y culpa, porque la presencia de sus amigos le hacía actuar, en efecto, más bestia. Sentía que no podía actuar de otra forma porque era el trato que correspondía a un "enemigo declarado" desde que fuera niño, y si no lo hacía, ellos notarían algo diferente en él, más aún al saber que estuvo pasando bastante tiempo con Roderich –las bromas las tenía muy presentes–. Ni siquiera él mismo podía aceptar que Roderich ya no le caía tan tremendamente mal como antes.

—¿Ya no qué?

—Ya no... —No estaba seguro de querer confesarle eso a Francis. Sí, especialmente a Francis, porque conociéndolo no le dejaría en paz y usaría esa confesión como un arma poderosísima. Pero tampoco podía ocultarle algo así a su amigo, así que se animó a hablar—: Ya no... Es tan desagradable como al principio... ¡Es d-decir, claro que me jode tener que pasar tiempo con él, por supuesto! —balbuceó atropelladamente, tamborileando los dedos—. Es solo que... verás... No es tan mierda... O sea, sí es mierda tener que estar con él, pero no tanto como en un principio, porque antes era muy horrible, porque siempre me insultaba, pero si yo no le digo nada, él tampoco, y así estamos tranquilos e incluso podemos platicar... ¿Me entiendes? —concluyó al fin sus devaneos, con la esperanza muy viva en los ojos de que su amigo haya podido comprender, de esa marea de palabras, lo que quiso decir.

Contrario a lo que imaginó, Francis no estalló en risa. Más bien se quedó observándolo fijamente, con los labios entreabiertos.

Para salvar la situación, Antonio envolvió a ambos con sus brazos, muy sonriente, y les preguntó que qué iban a pedir, porque él y Roderich ya lo tenían claro. Al sentir cierta tensión, echó una mirada a cada uno, pidiendo respuestas, algo confundido.

—Pídenos lo mismo —respondió Francis, recorriéndole el antebrazo con cariño en una tácita petición de un momento de intimidad con Gilbert—. Y un vino, s'il vous plaît.

Cuando Antonio volvió a su sitio, al fin respondió a Gilbert:

—Vamos a ver... —Se acomodó el pelo para que no le cause calor en la nuca y se ventiló el pecho con la camisa—. Me dices que antes era mucho peor que ahora, porque antes se llevaban como perro y gato, ¿cierto? —Gilbert inclinó la cabeza como un levísimo asentimiento—. D'accord... Supongo que es porque ahora lo estás conociendo un poco mejor y, en consecuencia, ves que no es tan malo como pensabas, ¿verdad? —Volvió a asentir—. Pero, digamos, ¿ha progresado esta idea del plan?

—Más o menos. Sí lo estoy conociendo mejor, pero hasta ahora no encuentro nada contundente para mostrarle a Eli, ¿no se los dije antes?

—Sí, sí, lo recuerdo. ¿Qué crees que pueda significar que no encuentres nada?

—Que tengo que darme prisa e insistir más, porque si no Eli va a ilusionarse más con él.

—Ya veo... —La negación. Pero llegaría la pregunta de peso—: ¿Qué hay de Eli? ¿La has visto en estos días?

—No la he visto en mucho tiempo... —murmuró, clavando los ojos en la barra y jugando con sus dedos—. Está molesta conmigo, y si voy a verla seguro se enoja más.. Y yo no quiero eso...

—¿Por qué se enojó, mon petit? —dijo, en el tono más cariñoso que pudo, que era bastante, al verlo algo desconsolado.

—Porque me precipité y me llevé al señorito a beber; estaba enojado porque él sí puede estar con ella... El muy idiota se mareó y quiso devolverse a casa solo, pero yo no le dejé y se lo entregué a Eli, y ella se enojó porque parece que para ella él es como un niño que cuida y yo soy una mala influencia y ya no quiere que le invite a nada, por eso tuve que inventarme eso de las casualidades... ¡Y encima que se lo entregué! ¡Fácilmente pude haberlo dejado tirado como a un perro!

Chéri, calma, respira... —pidió, viéndole con cierta tristeza al notar un pucherito—. Seguro ya se le va a pasar... Aunque, siendo objetivo... ¿Por qué crees que se enojó?

—Porque Roderich regresó mareado.

—No, mon petit. Estaba enojada porque no quería que nada le pase a su esposo, ¿comprendes? Mira, sé que esto puede ser duro, pero tienes que afrontarlo, ¿bien? Ella le quiere...

—¡Ella lo ha idealizado! —exclamó, golpeando la mesa con los puños; y si bien Antonio y Roderich giraron para ver qué ocurría, no alcanzaron a oírle por la oportuna mano de Francis que le selló la boca.

—¡Cálmate y déjame terminar! —dijo, muy tajante—. Si ella lo hubiera idealizado, ¿por qué hasta ahora no has encontrado nada de peso que demuestre lo que sostienes?

—¡Porque aún tengo que seguir con el plan!

—¿No vas a desistir?

—¡NO!

Gilbert pudo ver en esos ojos azules, aunque vagamente –quizá porque a veces no era muy perceptivo– una advertencia. Francis con sus palabras le estaba alertando de algo, pero con sus ojos prácticamente le decía que, desde ese punto y con esa decisión, ya no habría marcha atrás.

—Así lo has decidido. Que así sea. —Se agitó un poco el pelo en un meneo de su cabeza, como despejando ideas, para luego peinárselo con los dedos y acomodarlo un poco detrás de las orejas—. Solo quiero preguntarte algo: ¿quieres que, mientras estemos aquí, te ayudemos?

—Ahora mismo me están ayudando. —Volvió el puchero al sentirse regañado—. Así que estaría bien...

Francis le dedicó una última mirada, muy cargada de sentido, pero ya Gilbert tenía los ojos en su comida, jugando a picarle un poco a la lassagna de Antonio. Así que decidió comer, sin preocuparse más por lo que pudiera pasar, porque ya había hecho bastante tratando de hacer entrar en razón a alguien con la cabeza tan dura como Gilbert.

—¡Eh, eh, señorito! —chilló de pronto, dando un sorbo a su enorme copa de vino, casi atragantándose—. ¡Prueba un poco más del vino, que está buenísimo!

—Creí que un bárbaro como tú solo bebía cerveza, pero al parecer tienes mejor gusto —respondió él, llevándose delicadamente la copa a los labios, dándole apenas un sorbo—. No está mal...

—¡Claro que está bueno, si lo está afirmando mi asombrosa persona!

—Claro, como digas —desdeñó con un movimiento de su mano, tomando el cubierto para darle otro bocado a su comida.

—Oye, Antonio —intervino de pronto Francis cuando sintió que Gilbert ya estaba algo entrado en tragos—. ¿Me acompañas a comprar cigarrillos?

—¿Eh? —replicó él, algo confundido, pero poniéndose de pie de igual modo—. ¿Cigarrillos?

—Sí, tengo un antojo in-con-te-ni-ble. Gilbert, volveremos en un par de minutos, así que no creas que no vamos a pagar; solo espéranos.

Antes de que pueda responder algo u oponerse, sus amigos salieron a toda prisa, guiados por Francis que le palmeaba la baja espalda a Antonio para que se dé más prisa. Él por su parte quedó derramado sobre la mesa, aún sosteniendo la copa de vino y el plato de lassagna casi terminado.

—Si el encargado te ve en tan mal estado, va a echarnos de aquí. Al menos arréglate un poco y no des este espectáculo.

—Lo dices como si estuviera borracho...

—Quizá aún no lo estás, pero definitivamente no permitiremos que conduzcas.

—De todos modos no tengo ánimo de conducir —murmuró, sirviéndose más vino, apoyando su quijada sobre la mesa—. Así que me da igual eso.

—Comprendo... —Algo andaba mal—. Termina de comer, ya no tendrá buen sabor si se enfría —dijo, pero no como una orden o regaño, sino como un comentario casual para que la conversación no se extinga. Sonaba como una madre.

—Hoy no has bebido mucho... —dijo Gilbert, ignorando sus palabras—. ¿Has aprendido la lección? —bromeó, dedicándole una sardónica sonrisa y dando un brinco para posicionarse en el asiento que ocupaba Antonio, al lado de Roderich.

—Existe algo llamado "mesura", Gilbert. No estaría mal que aprendas el concepto, sería muy útil en tu vida diaria. —Y para ignorarlo, volcó su atención al plato vacío que tenía frente a él—. Antonio volverá en un momento y estoy seguro de que no le hará gracia verte ocupando su lugar.

—¡Qué va! —chilló, bebiéndose todo de golpe—. A él le da muy igual, mientras estemos los tres juntos... Señorito, tú no tienes amigos, ¿verdad?

—No veo qué importancia pueda tener para ti el conocer sobre eso.

—No es que me importe, claro que no, no seas ridículo... Es curiosidad, porque siempre te veo solo —dijo, sin pensar en las implicancias de decirle "siempre te veo".

—No voy a responderte. Es asunto mío. —Él, por supuesto, no pasó por alto ese dato.

—¡Pero qué amargado! —refunfuñó, dándole un empujón con la mano que casi lo derriba de la silla. Roderich habría caído de no ser por que oportunamente sus manos se aferraron al brazo de Gilbert—. ¡Casi te caes!

—¡No me digas! ¡¿De quién será la culpa?! —dijo en un verdadero regaño, incorporándose y sacudiéndose el suéter—. No vuelvas a hacer eso.

—¡Pero si era un juego! Yo lo hago todo el tiempo con Lud, incluso mis perros me derriban así.

—Ahora eres como un perro...

—No, no soy como un perro —replicó—. De serlo ya te habría tumbado y estaría encima de ti, lamiéndote.

Roderich, que había estado mirándolo a los ojos, frunció el ceño y, en una expresión indescifrable para Gilbert, volvió el rostro, evitándole a toda costa. Instantes después se convenció a sí mismo de que esa mueca era prueba de su petulancia, por lo que lo tomó de la quijada con la mano derecha, y lo forzó a verlo nuevamente a los ojos.

—¿Q-Qué te pasa? —dijo al ver que Roderich tenía las cejas curvadas de una forma particular, negándose a verlo a los ojos. No era altanera, era algo diferente—. ¿Por qué tienes esa cara?

—S-Suéltame... —respondió, intentando zafarse de esa mano opresora. Aunque, claro, su fuerza no se comparaba en nada a la de Gilbert, por lo que sus intentos fueron más que inútiles—. Basta de esto, Gilbert.

—E-Espera... ¡Estás rojo! —celebró, creyendo que lo que estaba logrando era humillarlo. Era una justa venganza a sus ojos.

—¡Que me sueltes te digo! —Harto de la situación, golpeó la mano de Gilbert justo en la vena, obligándolo a soltarlo. No tardaron en llegar los lloriqueos.

—¡Pero si te dije hace rato que todo es juego! —En venganza apresó esta vez la mano de Roderich, y como de todos modos llegó a lastimarle un poco, le apretó con rencor. Roderich pronto tenía expresión de dolor y se retorcía para liberarse, tirando de su mano para alejarse, porque Gilbert no hacía más que jalar y jalar —. ¿Qué pasa, señorito? ¿Te duele? —Burlón.

—G-Gilbert... Basta... —pidió, cada vez más lastimado—. M-Me... Vas a...

Solo cuando vio que se encogía de hombros y le pareció oír un quejido, relajó su agarre y notó, para su propia sorpresa, que la mano de Roderich estaba un poco amoratada. Algo culpable por el daño que le hizo, porque lo que pretendía, muy en el fondo, era solo jugar, balbuceó un momento y se apuró a coger esa mano entre las suyas, examinando con detenimiento el daño y, como quien no quiere la cosa, acariciando las partes más lastimadas.

—O-Oye... ¡Tú sí que eres débil! —rió como bobo al no ocurrírsele otra cosa que decir—. Mierda, se va a poner morado...

—Suéltame —ordenó muy serio, alejándose casi con repulsión, pero Gilbert no cedió—. ¿No te bastó con esto? Ya basta.

—Tienes dedos muy largos... Y algo lastimados... —comentó, sinceramente impresionado—. ¿Es por el piano?

—¿Qué te importa? —vociferó, luchando para alejarse de ahí cuanto antes—. Tengo que irme o esto irá peor...

—¿Qué va a pasar? —inquirió, contagiado de la preocupación que sentía Roderich—. Dime, señorito...

—Tengo que arreglar esto, porque si se hace daño no podré tocar...

—¿Y qué hay de malo en que no toques?

—Qué imbécil eres... —musitó, indignado—. Haz el favor de soltarme si no eres capaz de comprenderme.

—O-Oye, no me digas eso... —refunfuñó, ya sin ningún deseo de hacerle daño, al menos no en ese momento. Incluso obvió el hecho de que le haya insultado—. ¿A dónde vas a ir a verte eso?

—A cualquier médico que quede cerca... ¡Suéltame! —reclamó, ya que Gilbert seguía sosteniéndole la mano.

—Bien, vamos con el médico... ¡N-No es que me importe ni nada, es solo que...! —Finalmente, la culpa lo embargó.

—¿Vas a ir conmigo? —preguntó, algo suspicaz, aunque su enojo iba reduciendo ante esa amabilidad—. ¿Qué hay de Antonio y Francis? ¿Y el pago?

—¡Yo voy a pagar! —chilló, sintiendo el dolor en la billetera—. E-Ellos pueden devolverme todo después... Y contigo... —Suspiró—. Habíamos quedado en que iba a invitarte, al fin y al cabo... Ahora no me hagas arrepentirme de esto y ve a la puerta, espérame ahí. Iremos en auto para llegar más rápido.

—¿Y Antonio y Francis se tomarán a bien que nos vayamos así nada más, dejándolos sin transporte además?

—¡TÚ VE A LA PUERTA Y DÉJAME ARREGLAR ESTO A MÍ! —vociferó, no furioso pero sí harto, no solo de esa insistencia de Roderich en ponerle trabas, sino también porque tomaba más y más conciencia de las responsabilidades que estaba tomando y lo que estas conllevaban.

Roderich lo vio de arriba abajo, ofendido por el grito, pero obedeció. Gilbert terminó de cancelar la cuenta con la sensación de haber sido asaltado al perder tanto en un solo día, pero decidió hacer a un lado ese pensamiento al caer en la cuenta de que se estaba volviendo avaro como el señorito. Listo todo, salió rascándose la nuca, preocupado por lo que les ocurriría a Antonio y Francis al dejarlos solos; tendría que dejarles algún mensaje de texto o llamarles de camino al médico. Al menos le quedó de consuelo el recuerdo de lo dicho por sus amigos, que llegaron a su casa por medio de transporte público y actividad física.

Se palmeó las mejillas para despejarse, ya que el alcohol le estaba afectando, y se acercó al auto.

—¿Piensas manejar? Recuerdo haberte dicho que no estás capacitado–

—Silencio —advirtió Gilbert, llevándose el índice a los labios mientras abría la puerta—. Siéntate —señaló.

—Si nos atrapa algún policía va a irnos mal–

—Calla —volvió a advertir, tomando el volante con las manos—. No van a atraparnos porque no haré nada precipitado. Abróchate el cinturón y no, repito, no me pongas de los nervios, que ya estoy bastante mal.

Sorprendidísimo por lo firmes y serias que sonaban las palabras de Gilbert, al punto de hacerlo lucir mucho más maduro, decidió guardar silencio. Acomodó su mano, examinando el daño, y Gilbert arrancó.

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Continuará

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[1]: La canción que está cantando Antonio es La isla bonita de Madonna. Como comentan los chicos, ella no ha aclarado a qué isla se refiere específicamente, pero las sospechas recaen en Belice, España. En el video ella luce un traje español y suenan castañuelas, además de otros instrumentos españoles, así que por eso aquí Antonio siente que es una canción que podría identificarlo.

La traducción es algo así:

Anoche soñé con San Pedro.
Como si nunca me hubiera marchado
Conocía la canción
[luego se salta una parte, para no hacerlo muy largo (?)]
La brisa tropical de la isla
Todo naturaleza salvaje y libre
Aquí es donde deseo estar
La isla bonita
Y cuando suene la samba
El sol se pondrá tan alto,
Suena a través de mis oídos y me escuecen los ojos
Tu canción de cuna española.

Voy a dejarla en mi perfil por si alguien desea escucharla n_n

[2]: Hace poco leí como dato que Gilbert estornuda cuando está aburrido. Es algo que quiero confirmar, pero lo pongo porque incluso si solo fuera un headcanon sería muy adorable.

[3]: Ese restaurante de verdad existe. Vapiano está en la Plaza Potsdamer, y es un lugar bastante agradable, aunque demasiado concurrido XD. La descripción de su forma de servir la comida es parecida a lo que describí (no es un copia-pega tampoco). De todos modos, si quieren ver cómo es el lugar, pondré un link en mi perfil.

N.A: Vaya que me he tardado como tres semanas XD estoy de vacaciones y podría avanzar, pero como estoy haciendo el vago, a veces no quiero ni ver la computadora. Lo siento mucho. De todos modos pienso retomar el ritmo. He estado practicando dibujar de nuevo... Por cierto, podría hacer alguna escena que les guste, o al menos intentarlo. La portada del fic es un dibujo mío, por ejemplo.

Ahora quiero acotar un par de cositas:

*Antonio y Francis se interesan en chicos alrededor de los quince años:
Sé que a esa edad uno no tiene definida su sexualidad, pero ellos "probaban", es decir, lo que hacían era experimentar. Ya son adultos y ya tienen más claro qué es lo que quieren (?)

*Los extranjeros en Berlín:
No es extraño en realidad que haya extranjeros en universidades alemanas, porque el programa de educación es bastante accesible y sustentable, por eso van para allá muchos jóvenes de diferentes países. Averigüen un poco, es bastante interesante y bien organizado.

Con respecto a lo que ha pasado con las manos de Rode, se entenderá mejor en el siguiente capítulo. Sobre Antonio y ese secreto... se sabrá después. Aunque el canon ayuda bastante a sospecharlo (?)

Ah, me gustaría saber qué opinan de Francis 7w7

¡He creado una página para mi amado Awesome trio! :'D si quieren unirse, solo busquen: Hetalia Awesome Trio, o busquen en mi perfil, porque pueden encontrarme por allá.

Espero poder actualizar pronto...

Nos leemos n_n