Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO OCTAVO
VIDEOJUEGOS [1]
—Buenas tardes, Gilbert —volvió a saludar Roderich al ver que no recibía respuesta alguna y, lo peor, no le permitía pasar.
—¿Qué haces aquí? —espetó al fin, frunciendo el ceño. No entendía qué pretendía el señorito presentándose en su casa luego de lo que había ocurrido entre ellos. No era que lo considerara algo relevante o grave, ni una pelea realmente seria, pero estaba en su derecho de sospechar de esa repentina visita dado que Roderich nunca se pasaba por su casa, precisamente porque si lo hacía, terminaban como el día anterior, en discusión ¿Qué podía querer?
—Permíteme pasar primero, que este no es un buen lugar para hablar contigo. Ni con nadie.
—¿Qué si me niego?
—Me demostrarías que eres un bestia de lo peor y que es imposible razonar contigo.
—Tu opinión no me importa.
—¿Por qué preguntas por las consecuencias entonces?
—¡Agh! —renegó, haciéndose a un lado para darle espacio—. Pasa de una vez.
Gilbert tomó nuevamente el mandil que había colgado en el perchero y se lo anudó a la cintura, encaminándose a la cocina a través del pasillo. Roderich, que no se ubicaba muy bien luego de tantos años sin visitar esa casa, se limitó a seguirlo en silencio, escrutando todo a su alrededor.
—Francis está preparando algo muy rico y Antonio está con él... —comentó al sentir que le estaba siguiendo. Volvió el rostro y entonces reparó en un detalle—: ¿Qué es eso que traes entre las manos? ¿Qué hay en esa caja?
—Un pastel.
—¿Lo has comprado?
—Pude haberlo preparado yo mismo, pero eso supondría mucho esfuerzo.
—E-Espera... ¡¿Lo has comprado?! Es decir, ¡has gastado dinero! —replicó, patidifuso. Antonio y Francis salieron de la cocina a ver qué ocurría al oír su voz.
—Sí, realicé una transacción, lógicamente. No veo razón para tanta sorpresa.
—¡Que eres el señorito avaro, cómo que no ves razón para mi sorpresa! Espera... ¡Seguro lo has envenenado!
—No digas ridiculeces, por favor —bufó—. Dime en dónde puedo dejarlo, que ya me pesa.
—¡Oh, un pastel! —exclamó Antonio, acercándose a Roderich para tomar la caja entre sus manos—. ¡Será un excelente final para la comida! ¿No te alegra, Gilbert? Ahora todo está completo para cuando llegue nuestro chico.
—¡Debe estar envenenado, no comeremos eso!
—¡Pero si está precioso, Gilbert! —se sumó Francis, destapando la caja que sostenía Antonio— Sería un crimen no aprovecharlo.
—¿Qué chico va a llegar? —inquirió Roderich, estirando los brazos para relajarlos luego de sostener el pastel todo el camino hasta esa casa—. ¿Esperan a alguien? Quizá he sido inoportuno...
—No te preocupes —dijo Antonio, muy risueño, palmeándole la espalda—. Mientras más seamos, mucho mejor. Francis y yo volveremos a la cocina; que Gilbert te cuente en lo que terminamos de cocinar. ¡Va a quedar sabroso, porque le hemos puesto bastante tomate a la salsa!
En un segundo, Antonio y Francis ya habían huido a la cocina con la caja entre las manos, y Gilbert quedó paralizado en medio del pasillo, con Roderich a su lado. Así que, sin más remedio y sin nadie que lo salve, porque los que se hacían llamar sus amigos lo habían abandonado, fulminó con la mirada al señorito y le indicó que avance para platicar al menos en la sala.
—He visto que has arrastrado los pies. Si no estás cómodo, podemos ir a la cocina. No me seduce la idea de quedar oliendo a comida a media cocción, pero, dado que soy yo quien te visita y no tuve la delicadeza de anunciarme, puedo aceptar someterme a esas condiciones.
—Calla y siéntate —dijo, hundiéndose en el sofá—. Igual ya estaban terminando, en un par de minutos seguro ya estarán aquí. ¿A qué has venido?
—¿Quién va a venir? Antonio dijo que ibas a explicarme.
—Señorito curioso.. —murmuró, fundiéndose más con el mueble—. Lud ha invitado a un amigo y por eso Francis ha cocinado. Queremos que esté cómodo. Mira, incluso hemos instalado la consola. —Con el dedo señaló el espacio que había en el estante en el que reposaba el televisor, bajo el cual habían colocado la consola. A los lados de la misma descansaban los mandos a la espera de ser utilizados—. Ojalá le guste jugar.
—Quizá debería irme entonces...
—Déjalo, igual ya estás acá —desdeñó, sumando un movimiento de su mano—. Al menos nos trajiste un pastel y seguro eso pondrá feliz a nuestro invitado. Además, me imagino que te habrá costado caminar hasta mi casa, con lo flojo que eres...
—Venía a disculparme —dijo al fin, luego de pensárselo mucho, ignorando los comentarios de Gilbert. Si lo hacía de sopetón y de una vez por todas, no sería tan difícil para él—. No me pareció adecuado decírtelo por teléfono, y como ayer parecías bastante enojado, decidí traer un presente. Creí que, como eres un bárbaro y bestia, me echarías si llegaba con las manos vacías.
Preso de la sorpresa, lo vio fijamente, boqueando. Cuando recuperó el habla, estalló en risa.
—¡El señorito me ha pedido disculpas! —chilló, con las manos sobre la barriga, partiéndose de la risa—. ¡Eso sí que merece partir un pastel!
—Me marcho —resopló, exasperado. Y estaba en su derecho. Aunque no negaría que vio venir esa reacción—. Buenas tardes. Que disfruten mi regalo.
—¡Oye, no te enojes así! —siguió riendo, pero pegó un estirón y alcanzó su mano para evitar que se vaya—. ¿Sabes cuánto vale que me pidas disculpas? —Roderich desvió la mirada y prefirió guardar silencio y no responder a esa pregunta—. Puedes imaginar que me causa gracia, porque es como un logro. ¡He vencido a tu orgullo! —se jactó, inflando el pecho—. La verdad... —Se rascó la nuca y jugueteó con sus dedos, algo incómodo—. Ayer también me porté mal... Igual te buscaste que te grite, pero, pensándolo bien, quizá no era razón para irme así nada más... ¡Pero tú te portas como si fueras mi mamá!
—Precisamente por eso estoy aquí, pidiéndote disculpas. Y tomaré tus palabras como una disculpa también, ya que es muy difícil que reconozcas que te comportas como un animal.
—¡Yo no he dicho eso!
—Pero sí algo parecido. Y suelta mi mano, que no voy a irme.
—Ah, bien... —La mano de Roderich resbaló de su agarre al aflojarlo, y se frotó la suya contra el pantalón, como si tuviera que limpiársela—. Volveré en un momento, a ver si ya está la comida —dijo, repentinamente incómodo y sintiéndose inadecuado o fuera de lugar.
—Antes de que te vayas, quiero darte lo que seguramente será para ti una buena noticia: Elizabetha dice que no tiene ningún problema con que vuelvas por mi casa. Creo que ya te dije que vamos a mudarnos, así que te aclaro que también podrás verla allá si así lo deseas. No nos iremos muy lejos, de todos modos.
—¿Y-Ya no está molesta conmigo? Entonces, ¿tú hablaste con ella?
—No, ya no está molesta. Ayer platicamos.
—¡Genial! —suspiró con una gran sonrisa, como si de pronto se quitara un enorme peso de encima—. ¡Gracias por decirme, señorito! Ahora sí, ya vengo... —Llegó hasta el pasillo, y antes de abandonar por completo la habitación, asomó la cabeza y dijo a toda prisa, para no oír una posible respuesta—: No eres tan malo, después de todo... —Y huyó raudo a la cocina.
Una vez allá, vio que Antonio se ocupaba de llevar unos platos ya con la pasta servida a la pequeña mesa que había al centro, mientras Francis se encargaba de servirlos. Al sentir su presencia, ambos amigos giraron a verle.
—Vienes en buen momento, mueve esa ensalada —pidió Francis, terminando con el último plato— Seguro ya está llegando nuestro chico y hay que tener todo listo para solo llevarlo a la mesa. ¡Rápido!
—Está bien, está bien... —refunfuñó, tomando unos tenedores muy grandes de color verde para entreverar los ingredientes de su ensalada—. ¿Le has probado la sazón a esto?
—Sí, claro, solo hace falta darle unas vueltitas.
—¿Y Roderich? —preguntó Antonio, deshaciéndose del delantal y colgándolo en el mango del refrigerador—. ¿Le has dejado solo?
—Le dije que ya volvía, que no iba a tardar mucho. —Entonces, sonó el timbre—. ¡Ahora sí debe ser él!
—Deja, yo termino con eso —dijo Francis, quitándole la ensaladera—. Ve y ábrele, que eres el anfitrión de la casa. Y tú, Antonio, avísale al niño que ya llegó su invitado y que se dé prisa.
Gilbert se quitó también el mandil en un solo movimiento, dejándolo en el mismo lugar que Antonio, y corrió a la puerta. No solo porque no quería dejar esperando a su visita, ya que no quería dejarle esa mala impresión siendo la primera vez que lo invitaban, también porque tenía una inmensa curiosidad por saber cómo era el chico. Ludwig era bastante tímido y no le daba demasiada información, apenas se lo dibujaba a grandes rasgos y se negaba a platicarle sobre su relación amical, lo cual llevaba a Gilbert a pensar que en realidad podía tratarse de algo más íntimo. No le importaba que se trate de un chico: mientras Ludwig fuera feliz, él también lo sería. Además, tenía que darle crédito por conseguir que su hermanito salga de su casi perpetua soledad.
Desde niños, cuando los criaba su abuelo, y quizá debido a la ausencia de sus padres en su crianza, Ludwig se volvió algo retraído y no se hacía amigo de nadie. Le bastaba con la compañía de su hermano y procuraba no acercarse a nadie más. Con los años se convirtió en un muchachito bastante disciplinado, ordenado y con un gran sentido de la responsabilidad, pero eso solo entorpeció su vida social: los niños de su edad no se le acercaban porque lucía mucho mayor que ellos con su aire maduro, además de echarles a perder las bromas al decirles siempre que lo que hacían no era correcto. Así, sumido en soledad por su forma de ser, Ludwig fue creciendo sin ningún amigo verdadero más que su hermano Gilbert, que siempre le decía que era asombroso, muy lindo y que lo llenaba de orgullo al ser tan aplicado. Por eso a Gilbert le hizo muy feliz saber que al fin alguien había sido lo suficientemente inteligente para decidirse a acercarse a alguien tan genial como su hermanito. Ese chico iba a recibir todo su cariño, como si también fuera su hermano pequeño.
—Ciao~ —dijo un muchachito algo más bajito que él. Tenía el pelo lacio castaño, casi rojizo, con un rizo indomable destacando al lado izquierdo de su cabeza y grandes ojos del mismo color—. ¿La casa de mi amigo Ludwig?
—¡C-Claro, es aquí! ¡P-Pasa! —tartamudeó Gilbert, muy sorprendido. Fue imposible que no se dibujara en su rostro una sonrisa muy bobalicona.
—Disculpe, pero... No puedo pasar si se queda ahí —dijo el chico, encogido de hombros por temor a una respuesta negativa.
—Oh, claro, l-lo siento mucho... —respondió, más torpe que nunca. Se hizo a un lado y solo entonces el chico entró a su casa, aún con su sonrisa, aunque esta se volvió un poco tímida—. Yo soy Gilbert, hermano de Ludwig. ¿Cuál es tu nombre?
—¡Feliciano Vargas, mucho gusto! —respondió. Su sonrisa se ensanchó y sus ojos adquirieron un brillo que a Gilbert le pareció hermoso—. Puede llamarme Feli, si así lo prefiere.
—¿Qué es ese trato? ¡Puedes llamarme Gil y tutearme, si te apetece!
Gilbert estaba dispuesto a envolverlo en un abrazo, el impulso le surgió desde el momento en que lo vio porque le pareció increíblemente lindo, pero los berridos de alguien afuera de su casa llegaron a sus oídos. Le pareció ver que Feliciano se estremeció.
—¿Dónde mierda te metiste? —clamaba un chico bastante parecido a Feliciano. La primera diferencia radicaba en que ese chico tenía el mismo rizo extraño, solo que al lado opuesto del de Feliciano; la segunda, el color era un poco más oscuro; y la tercera, sus ojos eran de cierto tono verdoso—. ¿Aquí es la puta casa? No sé a qué mierda he venido...
—P-Por aquí, Lovi... —susurró el invitado, asomando el rostro por la puerta abierta—. Estoy aquí, ya he entrado mientras te atabas las agujetas...
—¡¿Y no fuiste capaz de esperarme un momento?! —reclamó el que, dedujo Gilbert, debía ser "Lovi" —. ¿Y tú quién eres? —espetó, mirando a Gilbert fijamente, algo colorado.
—¿Qué es este griterío? —dijo Roderich que apareció de la nada, harto de tanto bullicio—. No es de gente venir a gritar a la puerta. Bonito vocabulario el de ese niño.
—¿Quién es niño aquí? —replicó el tal Lovi.
—Fratello... —musitó Feliciano, agazapado detrás de Gilbert, algo avergonzado—. Pasemos, vamos...
—Bien... ¿Y quién es este tipo de ojos violetas? —inquirió, curioso—. Tiene pinta de ser mayor.
—En realidad, te llevo alrededor de cinco años, muchachito, así que la diferencia no es tan grande.
—Yo soy Gilbert —respondió bastante tarde—. Aquí vive Ludwig.
—Ah, así que aquí vive el chico patatas... Bien, entraremos.
—Él es Lovino, mi hermano —explicó Feliciano, inclinando la cabeza a modo de disculpa cuando ya su hermano estaba dentro—. Es un poco brusco a veces, pero es muy lindo en el fondo.
—No lo dudo. Es todo un encanto —ironizó Roderich, cruzándose de brazos.
Lovino y Feliciano pasaron hasta la sala, mientras Gilbert cerraba la puerta. Hecho eso, giró sobre sus talones para darle alcance a los hermanitos italianos, y cuando vio a Feli sentado sobre su sofá, otra vez con esa sonrisa encantadora, quedó prendido de él, observándole. Roderich, que no pasó por alto el detalle, le pisó la punta del pie con toda la fuerza que podía.
—¡Oye! —reclamó, frunciendo el ceño y luchando por demostrar que en realidad no le había dolido—. ¿Qué te hice, señorito? Y yo que creí que ya nos estábamos llevando bien...
—¿A mí? Nada. ¿A tu hermano? Mucho —respondió, aún cruzado de brazos—. Parece que te hubieras enamorado como por arte de magia de ese niño.
—N-No es un niño... —murmuró, algo culpable. No solo por la respuesta que estaba dando, sino también por lo que estaba pensando realmente.
—Es increíble. Pederasta.
—¡No soy nada de eso! —replicó, sobresaltado por el calificativo que le daba Roderich.
—Es mucho menor que tú, apenas un adolescente, y le estás mirando como si estuvieras a punto de derramar babas. Y no solo eso: es el invitado de tu hermano. Ya me imagino por qué razón ha traído a un amigo a su casa; debe ser algo serio e importante para él. Y tú, mirándolo como si te murieras por él.
—B-Bueno, pero... ¡Es que míralo, si es súper mono! —se defendió, haciendo un mohín—. Lud tiene suerte y buen gusto... ¿Y a ti te afecta o qué? —preguntó, bastante confundido por la actitud del señorito.
—Es incorrecto. Es todo. Es amigo de tu hermano y tú tienes en mente acercarte a él con ciertas intenciones. No está bien.
—¡Gilbert! —se oyó desde el otro lado del pasillo. Era Antonio que se acercaba a ellos, acompañado de Ludwig que iba muy bien vestido, con una camiseta algo ceñida que remarcaba su buen físico y unos pantalones sencillos. Cuando ambos llegaron con ellos, Gilbert percibió que hasta se había echado perfume—. Mira, le he dejado increíble. ¡¿Puedes creer que iba a ponerse cualquier suéter?! Dios, es que se habría visto formalito y lindo, pero no se luciría nada de su encanto, ¿a que sí? Por eso decidí ayudarle a vestirse. ¡Incluso le convencí de usar colonia!
—¡Ah, pero si mi hermanito se ve lindo con cualquier cosa que se ponga! —exclamó, envolviendo a Ludwig en un abrazo asfixiante—. ¡Ya están aquí las visitas!
—¿Visitas? ¿Plural? —replicó Ludwig, deshaciéndose un poco del abrazo—. Oh, seguro vino... Ese chico me odia... O eso dice.
—¿Y eso por qué? —inquirió Roderich, pero sus ojos seguían fulminando a Gilbert con la clara intención de reprocharle.
—Cree que soy yo quien se acerca a su hermano y por eso me pide que me aleje de él... ¡Cuando en realidad todo es al revés! Yo ni siquiera quería meterme en estos problemas...
—¿Qué chico? —preguntó Antonio, que se quedó pensando en lo bien que había hecho su trabajo de arreglar al hermanito de su amigo—. ¿Hay alguien más? —Y se asomó a la sala, para ver de quién se trataba.
Dos chicos con rizos inversos se presentaron ante sus ojos. Uno parecía nerviosito y el otro refunfuñaba y tenía el ceño muy fruncido. Y por alguna extraña razón, ver a ese chico amargado lo embargó de una ternura irrefrenable. Así que, preso de su impulso, corrió y se postró de rodillas frente a él, que estaba sentado, captando la atención de los hermanos Beilschmidt y Roderich.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Eres el invitado de Ludwig? —Al menos él sí tuvo la decencia de reparar en ese detalle, pensó Roderich.
—¿Qué te importa, idiota? —respondió, brutal. Antonio no iba a desistir ni con esa respuesta, pero ver cierto sonrojo aparecer en las mejillas del muchachito le convenció de seguir adelante.
—¡Yo soy Antonio Fernández Carriedo! —se presentó, tomando una de sus manos entre las suyas—. ¡Mucho gusto!
—Su nombre es Lovino Vargas —respondió por él el hermano—. Yo soy Feliciano Vargas, el invitado de Ludwig.
—¡Ah, pero si tú también eres muy lindo! —exclamó, más y más sonriente—. ¡Y tan amable y dulce!
Gilbert apretó los dientes y Ludwig se removió, algo inquieto.
—¡¿A él no vas a decirle pederasta?! —chilló Gilbert a Roderich, indignado de lo tranquilo que estaba.
—No. Y no me hagas hablar de esto frente a tu propio hermano, que está involucrado.
—¿A qué se refiere? —dijo Ludwig, sintiéndose perdido por el secreteo.
—¡N-Nada! —se apuró a decir, negando frenéticamente con la cabeza—. Vamos al comedor, diles a los hermanitos que pasemos para que comamos. Francis ya debe tenerlo todo preparado. ¡Antonio! —vociferó al verlo arrodillado entre ambos chicos, convencido de que le estaba diciendo esas palabras bonitas con las que lograba hasta el ligue que más imposible parecía—. ¡A la cocina, ahora! Y tú, señorito, vienes conmigo, que no vas a estar de adorno. Para algo tienes que ser útil.
La muñeca de Roderich fue capturada por la mano de Gilbert, y este lo arrastró hasta la cocina para que le ayude a servir la mesa. Le gustó que tuviera el detalle de llevarle un pastel y disculparse, pero tampoco iba a permitir que se quede sin hacer nada. Quería hacerlo padecer un poco luego de haberle hecho estallar la tarde anterior. Así que depositó sobre sus manos la ensaladera, y él por su parte tomó dos platos de pasta y juntos se dirigieron al comedor.
Era una habitación no muy grande, pintada en verde aceituna, con una mesa ovalada al centro con capacidad para ocho personas, cubierta con un mantel de encaje blanco y algunos detalles plateados en los bordes. A la derecha había una repisa de dos cuerpos en la que colocaban la vajilla más fina, la cual utilizaban solo en aniversarios, cumpleaños, Navidad o Año Nuevo. A la izquierda, otra repisa, pero en ella habían colocado precisamente cuadros con las fotos de dichos eventos. Muy antiguas. Incluso parecían una familia feliz y muy unida.
Gilbert dejó los platos frente a los hermanos italianos.
—¡Pasta~! —exclamó muy feliz Feliciano—. ¡Muchas gracias!
Roderich depositó la ensaladera al centro de la mesa y volvió a fulminar a Gilbert, que ya se disponía a tocarlo o abrazarlo. Este, al sentirse amenazado y culpable, salió corriendo del comedor. Al quedar solo –aunque en realidad lo acompañaban esos "niños"–, se dio la libertad de examinar las fotografías que tenía a su disposición. La que más llamó su atención mostraba a Gilbert de pequeño, unos seis o siete años, con esa mirada desafiante y atrevida, acompañado de sus padres que cargaban en brazos a Ludwig, y su abuelo, todos frente a un gran pastel. Destacaban mucho los ojos de Gilbert en todas las fotografías, pero más que sus ojos, llamaba su atención esa sonrisa que no desaparecía por nada: siempre segura, siempre jactanciosa, siempre pícara. Tan suya... Cuando oyó los pasos de alguien que se acercaba, devolvió el cuadro a su sitio y se giró, dispuesto a salir y ayudar un poco más. Era Ludwig, que se sentaba a la mesa al lado de Feliciano.
—¿Dónde estabas, señorito? —inquirió Gilbert, sosteniendo otro plato—. Antonio no sé dónde se ha metido, pero me ha abandonado en el peor momento.
—Seguro está echándose perfume. Lo hace siempre que quiere ligarse a alguien.
—Eso estaba pensando... ¿Cómo sabes?
—Lleva esos platos y yo llevo otros dos, que Ludwig ya se sentó junto a los niños.
—Suenas como una mamá... —comentó Gilbert, algo extrañado de la situación, porque él mismo estaba actuando como un papá.
—Francis ya debe estar yendo a sentarse, porque seguro ha visto a los niños con el plato ya servido. Date prisa y lleva eso. En venganza, serán ellos quienes repartan mi pastel.
—Oye, señorito —frenó Gilbert con su voz, porque ya tenía las manos ocupadas sosteniendo los platos—. Escucha bien, porque no lo voy a repetir: Gracias por... por... por servir la mesa. —Roderich parpadeó, algo sorprendido—. Igual y aunque no estuvieras aquí me las habría arreglado muy bien, porque tenía conmigo a Francis y Antonio; tu presencia no era imprescindible —se apuró a aclarar, como restándole importancia a lo que acababa de decir—. Pero igual... ¡Ya te lo dije y se acabó! Ahora lleva eso a la mesa... ¡Pero bueno, parece que no tengo amigos, me han dejado solo contigo!
—Parece incluso una confabulación —dijo, ocultando una sonrisa con la palma de su mano. Estaba contento—. Lleva eso antes de que se enfríe, Gilbert —ordenó, ocultando el rostro para que no pueda verlo—. Enseguida te alcanzo.
—Igual tengo que volver, somos siete y con lo que llevemos, serán seis, faltaría uno —explicó, saliendo de la cocina—. Y no sé qué te ha dado a ti, que no quieres ni mirarme... Estás raro...
Roderich alcanzó a verlo salir, y al fin descubrió su rostro. Se acercó al lavadero y se enjuagó las manos para luego darse un par de palmaditas en la cara. Hecho eso, tomó los platos que tenía que llevar al comedor. Precisamente cuando estaba saliendo, casi se da de bruces contra Gilbert, que volvía por el plato que faltaba.
—¡Casi me echas todo encima! —chilló, revisando desesperado su ropa en busca de alguna mancha—. ¡Fíjate, señorito!
—No soy torpe como para hacer eso. Y de haber ocurrido, habría sido culpa tuya por aparecer intempestivamente.
—¡Pero si estoy en mi casa, y se suponía que ya estabas de camino!
—No vamos a discutir por ridiculeces ahora, Gilbert, Vamos a servir esto y nos sentamos a comer. ¿Ya están todos sentados?
—Sí. Y estarías feliz de no estar allá... ¡Antonio está derritiéndose por el hermanito de Feli!
—¿Feli?
—Él me dijo que podía llamarle así.
—Ajá. Y tú muy presto adoptaste ese mote.
—¡Pero es para que entre en confianza! Igual es solo un apodo... Lud... Están sentados juntos... Y Feli es bastante dulce con él...
—Después de todo, sí fue mala idea venir. Tendré que presenciar el descarado coqueteo de un pederasta y los mismos de un par de adolescentes. Nada más hace falta que tú y Francis entren en plan romántico para terminar de convertir este almuerzo en algo espeluznante.
—¡F-Francis es solo mi amigo! —aclaró, negando frenéticamente con la cabeza y las manos—. Es cierto que a veces se pasa un poco de la raya y sus manos–
—No necesito oír de eso, por Dios —cortó Roderich—. Toma ese plato y vamos de una vez.
Para evitarse alguna posible continuación de las explicaciones de Gilbert, Roderich se adelantó al comedor y rápidamente depositó los platos frente a quienes faltaban: Francis y él. Tal como le había comentado, Ludwig y Feliciano estaban sentados juntos, mientras que Lovino, como un chambelán, se hallaba al lado de su hermano. Antonio se ubicó al lado del chico y no se cansaba de intentar hacerle plática, sin importarle que aparentemente estaba ignorándole. Francis, al lado de Antonio, se aburría a morir. Le quedaban dos sitios disponibles, pero no sabía por cuál decidirse.
—¡Gilbert! —exclamó Francis, que lo vio entrar con el último plato— ¡Siéntate conmigo! —pidió, con una expresión bastante infantil, casi dramática, de ruego—. ¡Antonio me ha abandonado por irse a por ese chico!
Roderich se convenció a sí mismo de que esa era la mejor opción, ya que no tendría que oír cualquier lloriqueo de Francis. Así, dejó la silla que quedaba al lado del francés y tomó asiento en la siguiente, de modo que Gilbert quedaba sentado entre ellos dos. Sentarse junto a Gilbert era algo inevitable.
Creyó que iba a tener que poner orden constantemente y enseñarles que era de mala educación hablar con la boca llena o hacer majaderías en la mesa, pero no fue así. Más allá del continuo cortejo de Antonio a Lovino, los cariños mal disimulados de Feliciano y los nervios de Ludwig, todo estuvo bastante tranquilo y el almuerzo transcurrió con normalidad. Cuando terminaron y vio que ninguno tenía intención de levantar los platos, se plantó en su sitio y se cruzó de brazos, fulminando a Francis y Antonio.
—Levanten esto —les ordenó—. Y traigan mi obsequio de una vez.
—¡Ah, pero Lovi no quiere que me aleje de él! —lloriqueó Antonio, sosteniendo una mano del muchacho—. ¿Verdad?
—Suelta mi mano, stronzo. Vaffanculo [2].
—¡Suficiente! —dijo Roderich, poniéndose de pie—. Niño, ve a la sala de inmediato. No hay pastel para ti por tener esa boca tan sucia. Y ustedes —A Antonio y Francis—, a la cocina, con todos estos platos. Quiero ver servido mi pastel ahora mismo.
Lovino quedó pasmado unos momentos, con los ojos muy abiertos observando a Roderich. Pese a que quiso replicar, sintió que ese hombre que le ordenaba emanaba cierto aire de autoridad, por lo que, con la cara encendida, rechinando los dientes e inflando las mejillas, arrastró los pies con dirección a la sala. Todos alcanzaron a oír las maldiciones que soltaba. Roderich volvió a tomar asiento y se acomodó el pelo con una mano.
Tal como dijo, todos comieron pastel menos Lovino, que fue confinado a la sala pese a lo mucho que apeló Antonio por él.
—¡Pero si no ha dicho gran cosa! —abogaba, con un pucherito adorable que hacía que Francis le consuele con un abrazo—. Además, me lo ha dicho a mí, y no me he ofendido...
—Ofende mi oído al decir tales bajezas —replicó Roderich, dándole un último bocado al postre.
—B-Bueno, basta de esto... —intervino Gilbert, tratando de calmar las aguas. El señorito parecía bastante firme en su decisión, después de todo—. Feli podría estar sintiéndose incómodo... ¡Ya es hora de ir a jugar! Mientras Antonio y Francis arreglan esto, nosotros podemos ir escogiendo qué jugaremos.
—¿Jugar? —preguntó Feliciano, que abrazaba de la cintura a un Ludwig rojo como un tomate que intentaba zafarse con cuidado—. ¿Podemos?
—¡Claro que sí! —respondió Gilbert, inflando el pecho—. Vamos donde está tu hermano, que allá tenemos la consola. ¿Qué preferirías? ¿Algo de coches?
—Le gusta el fútbol —respondió Ludwig, cediendo a los mimos—. Probemos con algo así.
—¡Ah, fútbol, fútbol! —celebró el chico, abrazando con más fuerza a Ludwig por sugerirlo. Parecía un gato al hacerle tantos cariños. Gilbert se limitaba a verlos, entre envidioso y enternecido, además de feliz por su hermanito. Roderich, que los seguía de cerca, veía la escena con aire crítico. Le parecía demasiado arrumaco para estar en público.
Ya en la sala, Gilbert le ofreció a Feliciano que se siente en medio del sofá más amplio, para que pueda tener mayor comodidad y visión de la pantalla; Ludwig se sentó junto a él –al instante Feliciano volvió a abrazarlo–. Francis y Antonio regresaron de la cocina luego de terminar con el aseo, y de inmediato el primero aseguró su sitio en el sofá, argumentando que su cuerpo era muy delicado como para soportar la dureza del suelo. Lovino, que seguía enfurruñado luego del regaño, tuvo que soportar que Antonio se lance a su lado, dispuesto a seguir con su cortejo. Al final, Gilbert y Roderich quedaron de pie, sin lugar que ocupar.
—¡Ustedes se aseguraron los lugares y ahora ya no tenemos dónde sentarnos! —reclamó Gilbert, acusando con su dedo a sus amigos—. El señorito va a hacer un drama por tener que estar en el piso... —se quejó, abatido, imaginando que la tarde estaba a punto de echarse a perder.
—¡Qué exagerado! —dijo Francis, acomodándose más en la mullida superficie—. Si no le va a pasar nada por sentarse un rato en el piso. ¿O a ti es a quien le preocupa su bienestar? —inquirió, muy malicioso.
—¡Ah, ya lo tengo! —exclamó, ignorando las palabras malintencionadas de su amigo. Salió corriendo y volvió en un minuto, sosteniendo bajo el brazo una almohada enorme, casi del tamaño de un taburete. La colocó en el suelo, justo frente al sofá, le dio dos palmaditas para ablandarlo, y dijo—: Listo, señorito. Siéntate encima y ya no estarás incómodo. Acomódate y luego me siento yo al lado.
Tanto Francis como Antonio quedaron mudos. Jamás creyeron que sus burlas tuvieran verdadero sustento.
El mismo Roderich vaciló un instante, pero recuperó la compostura en un santiamén. Inclinó levemente la cabeza a modo de agradecimiento y se sentó. No era precisamente cómodo, al menos no tanto como el sofá, pero sí bastante mejor que el suelo, definitivamente.
—¿Has visto eso? —cuchicheó Francis a Antonio—. ¿Puedes creerlo?
—¡Me he quedado helado! —respondió él, con expresiones faciales bastante enfáticas—. ¿Platicamos de esto más tarde?
—Eso ni lo dudes.
—¿Qué tanto están diciendo? —dijo Gilbert, acomodándose al lado de Roderich.
—Que Antonio y yo preferimos verlos jugar a ustedes. De todos modos no creo que tengas suficientes mandos.
—Pues... La PS3 podría tener los suficientes para todos nosotros, pero no he comprado tantos... ¿De verdad no quieren jugar?
—No, cariño, descuida. En este caso no participaremos de la acción.
—Bueno, como quieran... Entonces, ¿cuántos somos? Lud, Feli, yo... ¿Lovino?
—Juega con nosotros, fratello —pidió Feliciano, tirando un poco de su brazo—. Si juegas, seguro ganamos.
—Está bien... Solo para demostrarle a este —dijo muy despectivo, mirando a Ludwig— que somos mejores.
—¡Yo quiero ver jugar a Lovi! —exclamó Antonio.
—Bien, bien, entonces vamos cuatro —contó Gilbert—. Señorito, ¿tú vas a jugar?
—Claro que no. Nunca he jugado con eso.
—¡Ah, pero si no es tan difícil! —replicó—. Vas a ver que es genial. Mira, coge esto. —Le dio un mando, y luego les entregó los demás a los hermanos italianos y al suyo—. Solo sostenlo y yo te explico qué hace cada botón. Eh, como él no sabe, irá para nosotros, ¡el equipo alemán! ¡No cuenta como ventaja! Además, ustedes sí saben, ¿no? —Feliciano asintió—. Estupendo.
Antonio amablemente se puso de pie para tener listo el videojuego y los mandos, y luego volvió a su sitio junto a Lovino, que se tensó al sentir que se le pegaba más y más, casi abrazándolo. Gilbert mientras tanto fue enseñándole a Roderich qué función cumplía cada botón bajo la atenta y crítica mirada de Francis. Listos todos, inició el partido.
—¡Rápido, Lud, pásamela!
—¡Eso intento, pero me han marcado!
—¡Ah, si Lovino es excelente en este juego! Seguro eres muy bueno también en la cancha real.
—¡Fratello, dispara!
—¡GOL! —exclamó Lovino, incorporándose del sofá en un brinco y dando un puñetazo al aire, preso de la emoción—. ¡Chúpate esa, chico patatas! ¿Quién es mejor ahora, eh?
—¡Ha sido suerte! —replicó Gilbert, algo mosqueado—. Ahora nos recuperamos. Y tú, señorito, ¡tienes que presionarlos para que no nos quiten la pelota! ¡Márcalos!
Desafortunadamente para Gilbert, fue imposible ganarle al equipo de Feliciano. Era sorprendente la capacidad de los hermanos para manejar los movimientos de su jugador, su habilidad en la cancha era más que envidiable, y ni qué decir de sus reacciones. Incluso él quedó impresionado, ya que a primera vista se le hacían un poco perezosos y tranquilos. Parecía que en el campo se transformaban en otros.
Francis, que no dejó de observarles ni por un instante, también quedó sorprendido. Pero no por la destreza de los chicos italianos, sino de un gran detalle, que seguramente también notó Antonio a pesar de estar ocupado diciéndole cosas a Lovino: pese a su derrota, no le echó la culpa a Roderich. Esa habría sido la reacción natural de Gilbert al saberse derrotado. Claro, podía adjudicarle ese comportamiento a que, en general, Roderich no había jugado mal; captaba instrucciones rápido, aunque era algo apático para obedecer a Gilbert, pero lo compensaba con la enorme velocidad de sus dedos, seguramente debido a su habilidad con el piano. Pero, incluso así, con lo infantil que era su amigo, no podía dejar de pensar en lo bien que se estaba tomando el asunto de perder en el fútbol.
—Mierda, hemos perdido... —se lamentaba, rascándose la nuca—. ¿Qué tal una revancha? Mira que el señorito hasta parecía inspirado y no jugó nada mal. —Francis quedó perplejo con ese comentario.
—Lo siento mucho, pero mi hermano y yo ya tenemos que irnos; solo pedimos permiso hasta estas horas —se disculpó Feliciano, acariciando el brazo de Ludwig que estaba tenso como una tabla —. Podríamos volver otro día.
—¡Seguro, seguro! Cuando quieras venir, puedes hacerlo. ¡Eres muy buen chico!
—¡No quiero que Lovi se vaya! —lloriqueó Antonio, apresando al muchacho entre sus brazos—. ¿Me darás al menos alguna forma de comunicarme contigo?
—¡No! ¡Vete a la mierda! —respondió él, luchando por liberarse de esos brazos opresores.
—Pederasta... —murmuró Roderich, divertido con la situación al resultarle familiar.
—Si ya tienes que irte, te acompañamos —dijo Gilbert, poniéndose de pie. Estiró el cuerpo y flexionó la espalda, para que su cuerpo no quede resentido luego de haber permanecido un rato en una postura no muy cómoda—. ¿Quieres que te llevemos a casa?
—¡Yo puedo llevarlos! —propuso Antonio.
—Pero si tú ni siquiera tienes auto —objetó Francis.
—Bueno, pero puedo acompañarlos hasta su casa... Podríamos conseguir un taxi.
—Yo también me marcho —dijo Roderich, que se incorporó del suelo y se sacudió la ropa—. Me he tardado bastante aquí.
Gilbert y los demás avanzaron hasta la puerta, aún discutiendo sobre quién llevaba a quién. Una vez en el dintel, a un paso de salir, Feliciano tomó la mano de Ludwig y le dio un beso en la mejilla para luego estrecharlo en un abrazo necesitado, como si quisiera dejarle en claro que iba a extrañarlo.
—Ciao, Ludwig —dijo, negándose a soltarle del todo antes de irse—. Nos vemos pronto.
—Deberías ir con él hasta su casa —regañó Gilbert, dándole un codazo a su hermanito—. Mira que en realidad ni quiere separarse de ti...
Lovino le dio un pisotón a Antonio que lo dejó sentido y triste, por lo que lo dejó alejarse de él. Feliciano, al verlo, se acercó a él y le susurró al oído el número de teléfono de su hermano, feliz de hacerle ese favor. Por mucho que su hermano se empeñara en rechazarlo, él sabía que en el fondo todo ese cortejo no le era indiferente y, en realidad, le agradaba, sobre todo por lo insistente que era Antonio. Francis, que vio todo aquello y supuso qué había hecho Feliciano, sonrió contento por la suerte de su amigo. Tendría que hablar seriamente con él en caso termine liado con el chico; no le gustaría que tenga problemas por su edad.
—Bien, entonces Ludwig se va con Feli y Lovino... —Ludwig quiso protestar, pero la mirada de ilusión que le echó Feliciano lo detuvo y aceptó la "sugerencia" de su hermano—. Francis y Antonio se quedan aquí conmigo —enumeró—, y... Señorito, te llevo a tu casa.
—¡¿Qué?! —gritó Francis sin poder contenerse. Eso ya era el colmo. Tendría que hablar muy seriamente con Antonio sobre el comportamiento de su amigo a lo largo de ese día.
—Q-Qué sucede... —dijo Gilbert, sintiéndose repentinamente incómodo, como si estuvieran acusándole de haber cometido un terrible error—. Nada más es un favor, porque ayudó hoy y... Y... ¡Y ustedes me abandonaron en la cocina!
—Es porque quiere ver a Elizabetha —intervino Roderich, mirando a la nada—. Solo que no quería decirles.
Él, que no se había detenido a pensar siquiera en que tendría esa oportunidad al acompañarlo, se apresuró a asentir.
—Bien... Vámonos, señorito...
Ludwig finalmente fue caminando junto a Feliciano y Lovino en busca de un taxi, y Gilbert le dio permiso para tardarse si deseaba pasar un rato en casa de los Vargas. Antonio y Francis entraron a la casa sin dejar de lanzarle miradas sospechosas, y él y Roderich subieron al auto en medio de un silencio espeso y tedioso.
—No tienes que hacer esto —dijo al fin Roderich, ya con el cinturón de seguridad puesto—. Mi casa no queda precisamente lejos. Quizá debiste acompañar a tu hermano.
—Ya dije por qué te estoy llevando. Además, quiero que Lud pase tiempo a solas con Feli.
—No estarán solos; está ese niño soez.
—Tal vez puedan pasar tiempo a solas cuando lleguen a su casa. Por eso le di permiso de quedarse hasta tarde —dijo con una sonrisa pícara, y arrancó.
—No puedo creerlo —replicó indignado—. Qué clase de hermano tiene ese muchacho.
—Descuida, él no haría lo que estamos pensando. Es muy respetuoso y seguro ni se atrevería. Pobre Feli, todo lo que tendrá que hacer para lograr un avance con él...
—Valdrá la pena entonces.
—¿Tú crees? Si es persistente, me alegrará mucho. Ya me agrada bastante por acercarse a Lud.
—O quizá porque te parece atractivo y prácticamente te lo comías con los ojos.
—¡E-Eso no es cierto! Pasa que es lindo, y a mí me gusta todo lo que es lindo.
—No pienso discutir sobre eso.
—Ah, es que tú no puedes decir si alguien te gusta o no porque... Pues... Está Eli y...
—Eso no tiene nada que ver.
—¿Entonces?
—Olvídalo. De todos modos ya estamos llegando.
El auto frenó y Roderich de inmediato se deshizo del cinturón. Sin embargo, en lugar de bajar, tomó aire y se animó a preguntar:
—Gilbert–
—Oye —le cortó este, algo nervioso—, creo que... Hoy no voy a verla.
—¿Qué?
—Que no voy a pasar. Hoy no. Quizá otro día.
—¿Por qué? —inquirió, algo confundido. Según creía, Gilbert debía estar muerto de ganas de ver a Elizabetha.
—Dejémoslo así. Ha sido un buen día y quizá si entro se eche a perder. No quiero eso.
—Tampoco yo lo he pasado mal —confesó—. Aunque el asunto del fútbol no termina de agradarme.
—¡Es porque el encargado de todo fui yo, qué esperabas! —exclamó, orgullosísimo. De pronto ya no era solo una derrota de Roderich (al pedirle disculpas), sino dos si sumaba esa última afirmación—. Bueno, nos vemos entonces...
—Nos vemos, Gilbert —respondió con una tenue sonrisa, y bajó del auto—. Te avisaré del lugar al que nos mudaremos en estos días. Podría llamarte.
—Si... Si quieres pasar por mi casa, puedes hacerlo —dijo, cosa rara, algo cohibido—. No me molestaría...
—Bien. Voy a pensarlo.
Gilbert se detuvo un momento antes de arrancar, y contempló a Roderich que, curiosamente, se negaba a entrar a la propiedad de su familia, como si estuvieran ambos esperando a que el otro se anime a irse. La idea le causó gracia, por lo que no pudo evitar reírse un poco. Una risa limpia, no aquella que surgía cuando se sentía torpe o vulnerable.
Roderich lo vio reír, y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no hacer lo mismo. Elevó una mano en el aire y la agitó para despedirse, instándolo a que se marche de una vez por todas. Gilbert vio ese gesto y, aún riendo, arrancó con dirección a su casa.
A través del espejo retrovisor vio a Roderich que seguía de pie, observándole. Y a lo lejos le pareció ver una tímida sonrisa.
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Continuará
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[1]: La razón del título es un poco obvia, pero advierto que quizá use posteriormente una canción con ese mismo nombre (en inglés) como título.
[2]: Stronzo quiere decir algo como "bastardo", pero mucho más fuerte, como "GRAN bastardo". Vaffanculo es el equivalente a "que te den por culo" XD. Ay, el tsundere XD
N.A: EN ESTE CAPÍTULO HEMOS LOGRADO UN PUTO GRAN AVANCE :'D –baila en la silla– sííí :'D
Bueno, estamos avanzando despacio, pero seguro. AMO A ESTOS DOS TORPES.
Quise que aparezca Lovi, porque Italia no es Italia si no incluimos a ambas: norte y sur. Les dejo un poquito de a mi me gusta el Frain (?)
Lamento mucho la demora, pero de verdad, DE VERDAD, no tengo tiempo para nada. No sé cuándo volveré... Pero, como ven, no desaparecí. Prometo continuar u.u
Nos leemos pronto.
