Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO DÉCIMO

¿CÓMPLICES?

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—¿Has estado esperando mucho rato?

—No realmente. Me invitaron un refresco, así que mal no lo he pasado. De todos modos, creo que me voy acostumbrando a tus retrasos —bromeó con una enorme sonrisa en su rostro. Él, por su parte, prefirió desviar la mirada.

—Lo lamento, en todo caso.

—No te disculpes. Podría esperar mucho rato más por ti. Tú lo vales completamente.

Ahí estaba. Otra vez le evadía la mirada cuando le dedicaba ese tipo de palabras.

Había algo en él que le atraía. No, eran muchas cosas. Su cabello, sus ojos, su altivez, su buen gusto. Era, en suma, guapísimo. Pero además, tenía un encanto particular: era muy distinto a él. Lucía tan tranquilo y apacible que sentía que, contrario a su naturaleza, podía pasarse horas contemplándolo sin ningún problema. Eso, y besarlo. Besarlo era algo que le encantaba hacer. No le importaba que no tenga iniciativa, porque cuando intentaba hacerlo, no oponía resistencia y participaba. Al besarlo sentía que al fin lo tenía completamente a su merced.

Era lindo. Lindo con las mejillas ligeramente encendidas y los párpados apretados. Conocía cada detalle de su expresión porque con gran cautela abría los ojos en medio del beso para observarlo. No podía resistirse a hacerlo porque le parecía bellísimo.

Sus manos empezaban en sus hombros y juguetonamente descendían hasta alcanzar su cintura para, con cuidado y delicadeza, luchando por no dejarse llevar, acercarlo un poco más a su cuerpo. Entonces el beso dejaba de ser algo puramente carnal y sus manos devolvían el camino, pero ya no se detenían en sus hombros, sino que escalaban hasta su rostro. Lo tomaba entre sus dedos y estos se deslizaban por sus suaves mejillas, alcanzaban su cabello... ¡Qué cabello! No era cabello, era una creación divina y perfecta.

—¿Puedo... besarte? —casi rogó cuando estuvieron ya muy lejos de la casa, tomados de la mano. Le gustaba llevarlo de la mano por pequeños tramos hasta que se agotaba, y entonces alcanzaban algún taxi y se perdían por la ciudad.

Sus ojos se encontraron. Vio cierta vacilación y decidió que iba a tomarlo como un sí.

—Te quiero...


—¡Pero bueno, hasta qué hora piensan dormir!

Su cuerpo entero se remeció del susto. Abrió los ojos de golpe y se sentó sobre la cama de un tirón.

—¡Se supone que íbamos a salir temprano, y miren qué hora ya es! ¡Ni piensen que voy a encargarme de todo!

Parpadeó con fuerza y con ambas manos se frotó el rostro, preocupado, y no necesariamente por lo que decía su amigo.

—¡Gilbert! ¡Antonio! ¡Es increíble que hasta el niño esté levantado y colabore más que ustedes! Mon dieu!

Tal como le había advertido Roderich, ocurrió.

Por la mañana, aferrado a la almohada con una devoción preocupante, estuvo a punto de caer de la cama debido al tremendo empujón que recibió.

—¡Levántate de una vez, que no vamos a hacer todo solos!

Se aferró a las sábanas y abrió los ojos abruptamente, intentando hallar al responsable de tremendo susto. Una cabellera rubia se podía reconocer a pesar de la borrosa visión matutina que tenía. Se talló los ojos dos veces, parpadeó, y al fin ordenó sus pensamientos.

—¡Por qué ha sido eso! ¡Qué no sabes que es muy malo despertar a alguien a gritos! Si me duele la cabeza más tarde será todo tu culpa... —rezongó, acariciándose las sienes.

—¡No estoy de empleado aquí! Si quieres hacer el picnic, levántate de una vez, que no me vas a dejar con todo a mí solo.

—¡Pero si todo fue idea de ustedes! —replicó él, deshaciéndose de las sábanas.

—Me dijiste que querías que te ayudemos y eso estoy haciendo. ¿No quieres ver hoy a Roderich? —dijo Francis, muy cuidadoso de las palabras que estaba usando.

Gilbert volvió a parpadear, ya completamente despierto, y se detuvo a pensar en lo que dijo Francis.

Ciertamente, les había pedido que le ayuden, pero ¿querer ver a Roderich?

—¿Eh? —fue lo único que atinó a decir.

—¿Ya se ha despertado? —Desde otra habitación llegó la voz de Antonio. Francis se giró sonriente al ver que ya estaba vestido—. ¿En qué quieres que te ayude?

—Cariño, revisa lo que puse en la canasta y si crees que hace falta algo, añádelo. —Antonio asintió. Se pasó una mano por el pelo y antes de irse, clavó sus ojos en Gilbert.

—Ya oíste. Arriba, vamos —apuró Francis chasqueando los dedos—. No quiero oír luego alguna queja sobre qué pusimos y qué no. Además, ya deben estar por llegar Feliciano y Lovino.

—¿De verdad ya es tan tarde?

—He estado intentando despertarte desde hace media hora, por lo menos —regañó, pero tomó asiento en la cama a su lado y despejó los cabellos que cubrían su rostro—. Ahora báñate, arréglate y ve de inmediato a la cocina, que aún faltan un par de cosas por coordinar.

Examinó su rostro descuidado, con las marcas que le dejó la almohada, y le provocó cierta ternura. Al reparar en sus ojos, descubrió que una duda, algún pendiente le tenía pensativo y esa debía ser la razón de tan pesado sueño. Veía esa necesidad de consejo y sabía de qué trataba esta.

—Francis-

—Debo regresar. —No era el momento. Evitaría esa plática, al menos un poco—. Apenas te quedan algo de quince minutos, así que vuela a la ducha, mon petit. Ponte muy guapo. Ahora más que nunca es necesario. Tienes que estar casi tan guapo como yo.

Gilbert no comprendió a qué se refería, y antes de alcanzar a hacerle una de las tantas preguntas que tenía pendientes, Francis abandonó la habitación.

Una vez solo, su vista recayó en el reloj que tenía sobre una repisa, y con espanto comprobó que, tal como decía su amigo, ya era bastante tarde. Saltó de la cama y corrió rumbo a la ducha para asearse.

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—Bien. Entonces, tenemos: frutas, sándwiches, el mantel, la sombrilla está enrollada por allá... ¿Vamos a llevar sillas plegables? Porque si es así, les advierto que no tengo muchas.

—Si llevamos un mantel más, dudo que haga falta —opinó Antonio, que estaba echándose un poco de bloqueador.

—Lud, ve y trae uno. Están guardados en el armario de mi habitación, en el último cajón —señaló Gilbert.

—De todos modos no estaría mal llevar un par de sillas. Quizá alguien se niegue a sentarse en el pasto a pesar de tener el mantel —opinó Francis. Definitivamente tenía a alguien en mente.

—Sí... Mejor incluyo un par —decidió Gilbert con la imagen de cierta persona en la cabeza—. ¿Falta algo?

—Yo ya llevo el bloqueador por si alguien quiere echarse un poco.

—No sé cómo eres moreno si lo usas.

—Oh, ahora que lo pienso —recordó Antonio—. ¿No vamos a llevar ninguna bebida?

—Descuida, de eso va a encargarse el señorito —aseguró Gilbert mientras contaba mentalmente las frutas que había. Tenían muchas manzanas, algunos duraznos y unas cuantas naranjas.

—Feliciano me comentó que tenía intención de traer un pastel. Quería traer algo de gelato, pero le hice entender que iba a terminar por echarse a perder a falta de frío —explicó Ludwig, que volvía con el mantel doblado entre las manos.

—¿Al final confirmó Lovi si venía o no? —inquirió Antonio, tomando a Ludwig por los hombros.

—Él ni siquiera me habla... Al menos no lo hace si no es para insultarme... —suspiró agotado—. Y Feliciano no me dijo nada al respecto... Pero supongo que vendrá. Según él, yo acoso a su hermano. Vendrá a cuidarlo...

—Listo. —Gilbert cerró la canasta con el mantel que le había dado Ludwig ya dentro—. Solo resta esperar a los demás. Ustedes recíbanlos, yo iré a dejar todo esto en la maletera de una vez.

—¿Eres consciente de que no cabremos todos en tu auto? —señaló de pronto Francis con un plan en mente—. Es decir, con trabajo entrábamos los cuatro. Y por si estás a punto de replicar, no estoy criticando nada. Solo me preocupa que vayamos cómodos.

Antonio frunció el ceño, confundido. Podía esperar que Francis se preocupe por algo así, no era eso lo que lo confundía, sino la forma en que lo decía. Había algo detrás de sus palabras. Podía notarlo. Ludwig por su parte repasaba mentalmente la lista de cosas que ya tenían listas para estar completamente seguro de que no faltaba nada.

—Es cierto... No lo había pensado. ¿Qué sugieres? —refunfuñó, rascándose la nuca.

—Sé que muy difícilmente me permitirás manejar tu auto, apenas puedo hacerlo si estás tú a mi lado, así que sugiero que tomemos todos un taxi.

—¿Todos en taxi? Pero el problema sería el mismo, no cabríamos —señaló Antonio.

—No, cher, no todos, por supuesto. Gilbert, ¿Roderich vendrá para acá?

—No, anoche llamé y acordamos que pasaría por su casa. Fue en ese momento que le dije que lleve bebidas.

—Oh, ya veo~... Pues ya lo tengo: Antonio, Ludwig, Feliciano, Lovino, si viene, y yo vamos todos en un taxi. Podemos pedir uno por teléfono. Ludwig puede cargar a Feliciano y estoy más que seguro de que Antonio cargará a Lovino con todo el gusto del mundo. A cambio, el equipaje lo llevarás tú. Recoges a Roderich con todo y lo que preparó para nuestra reunión y parten para el Tiergarten. Solo tendremos que estar pendientes de nuestros teléfonos para ubicarnos exactamente y no tener problemas para encontrarnos.

Con esa explicación, comprendió todo.

—Bien, te lo encargo entonces, Gilbert —dijo Francis tomando el teléfono sin esperar respuesta alguna de su amigo—. Si lo pido ahora seguro llega a tiempo. —El timbre se dejó oír y ya definitivamente Gilbert no pudo replicar nada, se quedó con la boca entreabierta sin saber qué decir—. De todos modos, cher —continuó, esta vez dirigiéndose a Antonio—, ve a abrir y mira en la calle a ver si por obra de algún milagro pasa alguno y partimos de una vez.

Tal como le pidió, abrió la puerta y se encontró con los hermanos italianos. En su rostro se dibujó una enorme sonrisa y, dispuesto a abrazarlos, se arrojó a ellos. Lovino lo esquivó pero Feliciano lo recibió con cariño y la misma sonrisa, sumando sus manos que repasaban su espalda.

—¡Siento que ha pasado una eternidad sin verlos!

—Qué exagerado... —murmuró Lovino, fulminando a ambos con su mirada, lo que hizo que se soltaran—. Aquí está lo que pidieron —continuó, extendiendo el brazo toscamente para mostrarle una caja que estaba metida en una bolsa. Mi fratello lo compró para ustedes.

—¡Ah, qué maravilla! ¡Lovino me entrega un pastel! —celebró Antonio, y volvió a la carga en su intento de abrazarlo. El chico estuvo a punto de evadirlo nuevamente, pero Antonio alcanzó a tomar el borde de su camisa, del cual tiró para acercarlo a sus brazos. Lovino, que no lo sintió como un jaloneo sino como un intento descarado de ver debajo de su ropa, se sonrojó hasta las orejas y quedó paralizado un segundo, el cual fue aprovechado para capturarlo.

—¡Suéltame, stronzo di merda! —berreó frenético, pataleando para escapar. Francis, al oír los gritos, se acercó.

—¿Qué está ocurriendo... aquí?

Lovino continuó con sus alaridos y Feliciano corrió a refugiarse detrás de Francis. Este vio, a través de la puerta aún abierta, que había un vehículo a punto de partir, por lo que se echó a correr. Feliciano, asustado aún, empezó a lloriquear el nombre de Ludwig.

—¡Listo, ya no necesitamos llamar a un taxi! —anunció Francis al entrar nuevamente a la casa—. Estos dos chicos llegaron en uno y el conductor está dispuesto a llevarnos a todos. ¡Chicos, es hora de irnos!

—Francis, espe–

Mon amour, tenemos afán —cortó él, empecinado en negarle la oportunidad de plantearle sus dudas mientras señalaba a Feliciano y Ludwig que suban de una vez. Antonio, aún luchando por que Lovino le permita abrazarlo, los veía desde el umbral de la puerta—. No te olvides de meter todo lo que preparamos en tu auto. Te llamaré en cuanto estemos llegando y te daré nuestra ubicación exacta.

Nuevamente sin opción a réplica alguna, la puerta se cerró frente a él con un golpe seco para luego sumirlo en el silencio.

¿Por qué Francis lo evitó de forma tan evidente? Quizá no era muy avispado, pero estaba claro que su "mejor amigo" no tenía la misma disposición a hablar como sí la tenía en días anteriores. Se le hacía sumamente extraño ese cambio, porque antes más bien era su amigo quien mostraba interés en ayudarle a aclarar sus sentimientos. Sus consejos siempre le resultaban enigmáticos, pero al menos apreciaba su preocupación y sabía que, aunque no lo entendiera en ese momento, las palabras de Francis estaban cargadas de sentido y nunca decía nada en vano.

¿Por qué lo abandonaba cuando su mente estaba hecha un lío como nunca antes? No era justo.

Blackie se acercó a su plato a revisar si quedaba algo, y al ver que no había nada, soltó un ladrido. Aster y Berlitz dormían en una esquina sin darle importancia a lo que hacía su compañero.

—Hola, amigo —saludó Gilbert, acuclillándose para poder acariciarle la coronilla—. Parece que con la prisa que traía Francis, no le dejó a Lud darte de comer. Pero descuida, tu asombroso amo lo soluciona en un instante.

De la repisa más alta extrajo una bolsa con alimento para perros y lanzó un silbido para llamar la atención de todos sus perros. Estos acudieron al instante meneando la cola al reconocer ese sonido como característico cuando de sus alimentos se trataba. Gilbert repartió porciones equitativas y se quedó contemplándolos un instante, otra vez de cuclillas.

—Si ustedes hablaran, seguro me ayudarían —resopló, fastidiado de no poder lidiar con sus pensamientos. Empezaba a sentirse estúpido al no saber qué hacer con ellos—. Pero no es el caso, así que... Al menos sé que me escuchan y me entienden.

Al ponerse de pie y estirar las piernas, vio la hora en el reloj y comprobó con horror que apenas le quedaban diez minutos para tener listo todo y partir en busca de Roderich. Definitivamente no quería sumarse más problemas, así que, tras una última caricia a sus perros, se echó a correr, llaves en una mano y canasta en la otra, rumbo a su auto.

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La verdad del asunto, y solo lo supo hasta que estuvo frente a su puerta, era que no quería hacerlo esperar. Ver a Roderich nuevamente sentado en la mecedora, aguardando por él, lo inquietó, incluso se sintió algo culpable. Logró estacionarse sin el menor ruido y se permitió observarlo unos segundos antes de tocar el claxon de forma salvaje. Los ojos violetas se habían perdido en la contemplación de una de las flores de una maceta y sus manos (¡siempre esas manos!) yacían sobre su regazo.

—¡S-Señorito! —exclamó a todo pulmón como una forma de sacarlos a ambos de su pasmo—. ¡Oye, señorito!

Los ojos rojos de Gilbert y los violetas de Roderich quedaron prendidos los unos de los otros.

Los segundos en silencio que tardaron en observarse les parecieron una hora entera.

—Creí que luego de lo ocurrido ayer te había quedado claro que no hace falta tanto bullicio. Debo ser la persona con mejor oído que conozcas —dijo Roderich, poniéndose de pie y rompiendo el contacto visual. Se revisó las mangas de la blanca camisa y sacudió su pantalón en busca de arrugas inexistentes. Al levantar la vista, no vio a nadie más que Gilbert en el auto—. ¿Y los demás?

—Me abandonaron —respondió, sumando una sonrisa burlona. Roderich frunció el ceño y a Gilbert, que ya lo conocía un poco mejor, le pareció notar cierta tensión en su mandíbula; sin embargo, se convenció a sí mismo al instante que debían ser ideas suyas por lo paranoico que andaba—. Nah, es broma. Se fueron en taxi porque, claro, no cabíamos todos en mi auto. Francis me dijo que venga por ti y lleve toda la comida y la sombrilla. Por cierto, ¿tienes los refrescos?

—Están al lado de la mecedora. Ten la gentileza de llevarlos al menos. Yo no pienso cargarlos.

Gilbert hizo los ojos en blanco, pero de igual forma bajó del auto y se acercó a Roderich para tomar la bolsa blanca en la que estaban las bebidas que le había pedido. Este, en el momento en que vio que se acercaba, se le adelantó y se dirigió al auto, dispuesto a subir de una vez por todas. Así que mientras Gilbert se ocupaba de acomodar todo en tan reducido espacio, el Señorito ya se hallaba ubicado en el asiento de copiloto.

Al cerrar la cajuela, sus ojos volvieron a encontrarse a través del espejo retrovisor.

—Bien, nos vamos —anunció, y cerró la puerta de un tirón. Se colocó el cinturón y tomó el volante, reacio a volver el rostro y encontrarse con Roderich—. Abróchate el cinturón, Señorito.

—Ya está hecho, Gilbert. Por cierto...

Por alguna razón, se estremeció al pensar que Roderich tuviera algo que decirle.

Iba a hablar, pero vaciló y prefirió decir otra cosa.

—Espero no toparme con ninguna cerveza una vez nos encontremos allá.

Gilbert recordó cómo respirar.

—A-Ah... ¡C-Claro! Ayer casi quedamos en eso... Además, e-están yendo con nosotros menores, entre ellos Lud... así que el alcohol no se permite...

—Vaya, ahora resulta que respetas eso. Creí que el pobre muchacho al que tienes por hermano sobrevivía únicamente a punta de licores. ¿O quizá sea que no le darás de beber únicamente porque estaremos en público?

—¡Pues claro que no! Le he propuesto muchas veces que beba, pero él no quiere porque dice que "no está en edad", así que yo lo respeto. Y en todo caso, voy a poder beber el fin de semana: me iré de campamento con mis amigos. Ellos me lo han dicho.

—Comprendo. Tu hermano es un muchacho responsable. Completamente opuesto a ti.

Durante un par de minutos, sintió —porque seguía negándose a mirarlo directo a los ojos— que Roderich lo observaba de soslayo cada tanto.

¿Quizá el Señorito...?

Quería morderse la lengua, frenarse a tiempo, pero no pudo reprimirse. Iba a arriesgarse.

—¿Q-Quieres... —Roderich, ante el cambio de tema, volvió completamente el rostro para observarlo. Al fin, ambos se vieron a los ojos— Quieres ir con nosotros?

Verlo parpadear muchas veces le confirmó la confusión que causaron sus palabras en él.

—¿Un... campamento? Es decir, ¿con carpa y ese tipo de cosas?

Ante la duda, Gilbert torció los labios. Nunca lo diría, pero esa no era la respuesta que esperaba, y eso lo decepcionaba. El Señorito debería sentirse honrado y halagado de que alguien como él lo invite, que le proponga participar de actividades que, hasta ese día, solo había realizado con sus amigos de casi toda la vida. ¿Cómo se atrevía siquiera a pensarlo?

Enarcó una ceja, aún molesto, y giró el rostro para concentrarse en la carretera. Decidió no decir nada, porque ya tenía bastante con su orgullo lidiando con lo que acababa de hacer. ¿Cómo fue capaz? Era absurdo por donde lo viera.

Tomó el volante con fuerza y se propuso ignorar todo lo que no fuera el camino.

Transcurrieron alrededor de diez minutos en los que se aferró a su silencio, el cual ya comenzaba a ponerlo tenso y le hacía sentirse incómodo. Ser hablador era parte de él, más si se trataba de hablar de sí mismo, y si bien a lo largo de su vida no había platicado demasiado con Roderich, ya se había establecido entre ellos una especie de ¿complicidad? que le impulsaba a dar pie a una conversación.

¿Pero qué acababa de pensar?

¿Entre ellos existía algo como una "complicidad"? ¿Desde cuándo?

—¿Estás seguro de que tus amigos no se opondrán a que me una a ustedes?

—¿Eh?

—No deseo incomodar a nadie y, en el proceso, sentirme incómodo yo. Por eso es que te hago esa pregunta.

—N-No te he oído... ¿Qué dijiste?

—Me gustaría saber si ya les has comentado sobre esto a esos amigos tuyos. ¿Ellos saben que me estás proponiendo acompañarlos al campamento?

Claro que no lo sabían. La iniciativa fue enteramente suya.

Para empezar, ¿se lo había pedido como parte del plan que había ideado para separarlo de Elizabetha?

Gilbert boqueó, sin saber qué contestar. Su orgullo le impedía decir la verdad, pero, ahora que el Señorito lo mencionaba, ¿no se molestarían Francis y Antonio? Una cosa era ayudarle con su plan y otra muy distinta que lo lleve con ellos a algo tan íntimo como un campamento. Además, estaba su forma de reaccionar cuando de Roderich se trataba; parecían ocultar algo y a menudo se tensaban, lo cual no terminaba de agradarle...

Para salvarlo, justo cuando los ojos de Roderich lo apremiaban a la espera de respuestas, su teléfono sonó. La pantalla de este le anunciaba el nombre de su salvador: Antonio.

—Hey, Gilbert, ¿ya estás llegando? Nosotros ya nos hemos ubicado y solo faltan ustedes dos. ¿Pasó algo? ¿Por qué tardan? ¿Hay tráfico? Creo que debieron tomar la rut-

—No, no es eso. Estamos a dos pasos. Descuida —cortó Gilbert antes de que su amigo dé inicio a un discurso inacabable—. Cuando esté entrando, te llamo. —Vislumbró la entrada, por lo que le dio un giro al volante y aceleró para ingresar lo más pronto posible—. Mira, ya entro. Te llamo en un momento.

—Bueno, en todo caso estamos cerca de la zona de pesca. Creo que con eso ya puedes encontrarnos más fácil.

Una vez dentro, condujo con cautela hasta alcanzar la zona que Antonio le había señalado y se estacionó. Estaba dispuesto a bajar cuanto antes y cargar de una vez por todas con la canasta hasta llegar con sus amigos, incluso si era necesario hacerlo solo —porque, desde luego, Roderich no iba a mover un dedo—, hasta que su voz lo frenó.

—Antes de ir con ellos, me gustaría que des respuesta a mi pregunta.

—Claro que lo saben —respondió, y quizá para convencerlo a él y a sí mismo de que decía la verdad, decidió encararlo—. Lo platicamos anoche. Igual si no quieres ir-

—Iré. —A Gilbert le pareció que lo había dicho con mucha prisa—. Solo... debo advertirles unas cuantas cosas.

Antonio, que estaba merodeando por ahí a la espera de su llegada, divisó su auto, por lo que elevó ambos brazos en el aire y empezó a dar brinquitos para que lo noten.

Quiso convencerse de que lo que le ponía nuevamente de buen humor era ver a su amigo haciendo eso.

—¿Vas a ponerte exigente, Señorito? ¡Si de por sí ya es un gran privilegio dejarte venir con nosotros! —bromeó, y con el ánimo renovado, bajó del auto y corrió hacia la maletera—. Ya aceptaste, así que tú ve cómo vas a apañártelas.

Extrajo todo lo que habían preparado, y oportunamente Antonio le dio alcance para ayudarle con el equipaje. Pudo ver que Francis se hallaba frente al agua, con Feliciano abrazando a su hermano y Lovino que los fulminaba a ambos. Francis pegó un grito para que Antonio se dé prisa y se ocupe de controlar a los hermanos italianos, por lo que este se adelantó, así que Gilbert quedó solo con una canasta en la mano. Roderich, que también había bajado, se quedó contemplándolo un momento.

—Voy a ensuciarme.

—¿En serio? —respondió, creyendo que se refería a ese mismo momento.

—Tendré que llevar mi propia carpa y muchas bolsas de dormir para descansar de forma más o menos decente.

—Mira —Cerró la maletera con un golpe seco y apoyó ambas manos sobre esta. Exhaló con fuerza, porque sentía una mezcla de alegría y cansancio. Debía ser cosa de la falta de sueño—, puedes llevar lo que prefieras. Para que no tener que escucharte quejándote por todo, lleva absolutamente todo lo que quieras —aseguró, y le dedicó una de sus sardónicas sonrisas—. Ahora vamos, que nos están esperando.

Roderich desvió la mirada, pero asintió. A Gilbert le pareció que le había dado otro de sus arranques de petulancia, por lo que lo tomó por la muñeca para tirar de él y llevarlo hasta donde se hallaban sus amigos.

No pasó por alto que a Francis se le borró la sonrisa en cuanto los vio así.

—¡Mira que han tardado! —reclamó Antonio en fingido resentimiento, chocando su hombro con el de Gilbert. Al notar que aún estaban tomados de la muñeca, frunció el ceño—. ¿Pasó algo?

—Tendamos de una vez el mantel, que ya hemos perdido mucho tiempo —sugirió Francis, y bastó una de sus miradas para que Gilbert se dé cuenta de lo que estaba pasando y suelte a Roderich—. Feliciano, ayúdame a colocar esto.

—¡Han traído muchas cosas ricas! —exclamó el chico, y su hermano, refunfuñando maldiciones, decidió acercarse a ayudar también a pesar de que nadie se lo había pedido.

—Yo creo que podrías liarte con cualquiera, querido, pero no con alguien con mal gusto —comentó Antonio, que entre la broma, miraba disimuladamente a Roderich como si buscara algo—. ¿No crees, Gilbert?

—Yo lo creo capaz. Francis se mete con cualquiera... Si sabes a lo que me refiero —espetó Gilbert, sumándose a la broma. Su hermano, avergonzado por esos comentarios, se puso colorado.

—¿Qué concepto tienen de mí? —dijo Francis dramáticamente con una mano en el pecho—. Esto demuestra que Antonio me conoce mejor.

—¿Lud? —Gilbert notó el sonrojo adorable de su hermano—. Descuida, Francis no es un pederasta como Antonio. No le hará nada a Feli.

—¡Hermano! —exclamó el muchacho, rojo como un semáforo.

—¡Yo no soy un pederasta! —recriminó Antonio entre risas—. ¿Cuándo me he metido con un menor de edad?

—¿Qué has estado haciéndole a Lovino entonces?

—¡Oye! —reclamó el aludido, más rojo (si acaso es posible) que Ludwig—. ¡Yo no tengo nada que ver con este idiota!

Feliciano se echó a reír en lugar de defenderlo, y esto contagió a todos los demás. Si bien Roderich no rió, sí esbozó una ligera sonrisa y curvó las cejas. Antonio, que seguía observándolo de a ratos, se topó con su mirada, y comprendió que era una recriminación velada y amistosa, por lo que no pudo evitar sonreírle de vuelta.

Gilbert rió hasta que vio aquello.

No pudo evitar mirarlos a ambos algo incómodo todo lo que restó de su salida.

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Cuando ya oscurecía y no hacían más que permanecer tendidos sobre el pasto —Roderich sentado sobre una de las sillas plegables que habían tenido el tino de llevar—, decidieron que era hora de volver. Francis y Antonio se ocuparon de devolver a los hermanos italianos, como buenos adultos, y luego volvieron a casa de su amigo para quedarse con Ludwig, mientras que Gilbert se ocupaba de dejar a Roderich en la suya.

—El Tiergarten es un lugar con mucha historia... —comentó Roderich mientras era conducido hasta su casa—. Quizá debimos recorrerlo un poco más en lugar de permanecer tendidos en la hierba.

—Nosotros nos tendimos en la hierba, tú te la pasaste en esa silla —aclaró Gilbert—. ¿Qué te habría gustado ver?

—La Columna de la Victoria.[1]

—¡Ah, a mí también! ¡No la veo hace muchísimo! Representa tres victorias importantes...

—La primera, por la que la construyeron, fue en alianza con el Imperio Austriaco.

—Pero a los diez años ya estaban en guerra, ambos en contra —rió Gilbert.

—Supongo que cuando dos imperios poderosos se encuentran, solo existen esas dos posibilidades: o se enfrentan, debido a su orgullo y en aras de preservar lo que tienen; o se unen, y entonces hacen algo realmente grande.

—¿Te dije que yo admiro mucho a los prusianos?

—No, no lo dijiste... Pero ahora creo que podría intuirlo fácilmente. Eres muy belicoso, después de todo.

—¡No es por eso! —volvió a reír, y su risa contagió a Roderich un poco, ya que se animó a sonreírle—. ¡Señorito! Me parecen muy valientes y aguerridos.

—Y belicosos —añadió.

—¡Que no! ¡Me gusta su temple y fortaleza!

—Como digas, Gilbert —suspiró, aún sonriente. Tratar con Gilbert le hacía pensar en un niño terco. Y divertido.

—¿Pasamos por ti el viernes, entonces?

—¿Nos iremos por tres días? —respondió casi por reflejo, porque la pregunta le había pillado desprevenido.

—Bueno, siempre puedes devolverte antes, pero tendrías que hacerlo por tus propios medios —refunfuñó, ofendido.

—No, no es eso —se apuró a aclarar, más preocupado de lo que su perfecta indiferencia ante todo le permitía usualmente— ¿Tendremos que dividirnos como hoy? —Roderich se quitó el cinturón cuando se estacionaron—. Seguramente llevaremos muchas más cosas, por lo que el equipaje será aún mayor.

—Me imagino que vas a llevarte la mitad de tu armario —bromeó Gilbert y se quitó el cinturón también—. Pues... sí vamos a llevar más cosas, así que quizá lo mejor sea que alquilemos un coche...

—Lo digo porque yo tengo uno en la cochera. No es enorme, pero cabríamos perfectamente, incluso con las maletas. No creo necesario aclarar que quien conducirá seré yo.

—Como si yo condujera mal... —resopló.

—No pienso discutir eso.

—Como sea... —Se rascó la nuca y apoyó una mano en el volante—. Nos vemos el viernes entonces.

—No me has dicho a dónde iremos.

—Que sea sorpresa —dijo, y le guiñó un ojo. Roderich volvió el rostro y se apresuró a bajar, negándose a mirarlo.

—Nos vemos, entonces... —alcanzó a decir, mirando a la nada en lugar de, como sería lógico, meterse de una vez por todas.

—¡Prepárate entonces, Señorito!

Antes de arrancar, se despidió agitando la mano y, tal como había ocurrido la otra vez, vio a través del espejo retrovisor que Roderich seguía de pie donde lo había dejado.

Una vez en la cochera de su casa, intentó quitarse el cinturón de seguridad, y vio con sorpresa que lo llevaba desabrochado.

¿En qué momento se lo había quitado?

Cuando dejó a Roderich.

Un corrientazo azotó su columna. Como si de una repentina revelación se tratara, a su mente llegaron los recuerdos de todo lo que hizo esa tarde, desde tomarlo por la muñeca, bromear con él, sonreírle e incluso guiñarle un ojo. Además, la plena seguridad de que si se había quitado el cinturón se debía a que estaba dispuesto a bajar y seguir acompañándolo.

¿Qué era todo eso?

Atribulado, decidió abandonar su coche y meterse a su cuarto, ducharse o comer algo. Lo que sea con tal de distraerse antes de meditar seriamente sobre lo que estaba ocurriendo.

Si la noche anterior estaba hecho un lío, ahora lo estaba aún más.

—¡Maldito Señorito!

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Continuará

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[1]: Voy a poner textualmente lo que se dice de ella:

"La columna comenzó a construirse con motivo de conmemorar la victoria de Prusia en alianza con el Imperio austríaco contra Dinamarca en la Guerra de los Ducados del año 1864.

Tras finalizar su construcción se inaugura en 1874, Prusia había obtenido nuevas victorias en la Guerra de las Siete Semanas contra el Imperio Austriaco en 1866 y la Guerra Franco-prusiana contra el Imperio de Napoleón III. De esta forma la columna pasó a conmemorar también estas otras dos victorias.

Inicialmente erigida frente al edificio del Reichstag (Parlamento Alemán), en medio de la Königsplatz (ahora la Plaza de la República), la columna fue trasladada a su ubicación actual. Durante la Alemania Nazi siguiendo con los trabajos preliminares para la remodelación de Berlín, conservándose en pie tras el final de la Batalla de Berlín en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar dicho conflicto, Francia quiso dinamitar el monumento, pero no pudo por el veto anglonorteamericano. Eso sí, los franceses quitaron los relieves que reflejaban su derrota."

N.A: Bueno, este capítulo está un poco más corto, pero prometo dar lo mejor de mí para el siguiente, sobre todo porque será importante.

Quiero mantener algo a raya los pensamientos de Gilbert por ahora, es decir, no hay un enorme avance en comparación con el capítulo anterior, porque como verán, mi Prusia anda angustiado. Pobre.

El título del capítulo no solo se refiere a ese pensamiento de Gilbert. Tiene que ver con otra cosa que se entenderá más adelante.

Cualquier duda, pueden dejarme un review ;D ahora mismo me ocupo de responder a quienes fueron tan amables de comentar el capítulo anterior.

Por cierto, estoy escribiendo un fic UsUk. Si a alguien le gusta la pareja, puede darse una vuelta ;D

Nos leemos... pronto. Eso espero.