N.A: Capítulo importante. Igual que el siguiente.
Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO
SIND WIR FREUNDE? (Parte I)
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Habían transcurrido algunos días desde la última vez que la vio, y sabía que si eso se prolongaba aún más, tendría que soportar que la visite en su nueva casa. Cosa que realmente quería evitar. Roderich no lucía muy contento cuando su madre estaba rondando por ahí. No comprendía por qué, pero su esposo no parecía tener buenas relaciones con ella. No era grosero, de ningún modo, pero su trato no pasaba de algo casi diplomático.
Así que allí estaba, de regreso en la casa paterna. Los empleados la trataban con familiaridad y cariño. Casi con devoción. Y ella no podía evitar pensar que esas sonrisas serviles eran una muestra de agradecimiento; porque sabía, claro que sabía, que sin ese matrimonio ellos ya no tendrían empleo.
—¿Mi madre? —preguntó una vez dentro al empleado que la dirigía a la sala—. ¿Está en casa?
—Sí, señora. Vendrá en un momento —respondió este. Hizo una reverencia y dejó a Elizabetha sola.
Tomó asiento sobre el sofá y repasó con la mirada la decoración del lugar. No había variado en lo absoluto, y eso le trajo cierta nostalgia. Vivía tranquila en su nueva casa; le hacía muy feliz tener a su lado a Roderich; pero, de algún modo, sentía que no pasaba de eso, una casa, y, por el contrario, ahora por fin se hallaba en su hogar.
—Querida —saludó su madre desde la puerta, y se acercó con los brazos extendidos para darle un abrazo. Elizabetha le dio alcance y respondió a su saludo con un beso en la mejilla para luego volver a donde se encontraba. Su madre tomó asiento frente a ella—. ¿Qué te trae por aquí?
—Solo quería verte un momento, sabes que suelo visitarte... ¿Y mi padre?
—Trabajando, como siempre. Parece que ahora se lleva mejor que nunca con el padre de Roderich y son aún más íntimos.
—Comprendo... Me habría gustado verlo— dijo, y no pudo evitar soltar un suspiro. Ese era un aspecto que no le agradaba de sus padres. Si bien tuvo una infancia tranquila, siempre resintió que no pasaran tanto tiempo con ella.
Pensándolo bien, si sus días de infancia eran tan gratos de recordar, se debía a que contaba con la presencia de dos personas que la hacían reír y pasarlo en grande...
—¿Y cómo está él? —disparó la señora Héderváry. Su hija parpadeó un par de veces, sacudida por la pregunta.
Sabía a quién se refería. Aún no lo tenía claro, pero sentía que su madre preguntaba por Roderich con cierta malicia en sus palabras.
—Bien... Solo... —Era su madre, después de todo. Si iba a recurrir a alguien, debía ser a ella, ¿no? —. Solo que... Últimamente sale mucho... Apenas la otra semana me dijo que iba a dedicarse a estudiar para dar el examen de ingreso, que no quería ser interrumpido, y ahora mismo está pensando qué llevará a su salida...
—¿A dónde irá?
—De campamento con unos amigos míos.
—Y si son amigos tuyos, ¿por qué no te incluyen? —Su madre frunció el ceño ligeramente, como si eso le hubiera fastidiado, pero intentó disimularlo.
—Pues... Porque es cosa de chicos —respondió ella, como si fuera algo demasiado obvio—. No puedo ir si todos los que van son hombres...
—Tu esposo nunca tuvo muchos amigos, ¿verdad? Y si conseguía alguno, se apegaba únicamente a este... ¿Cuántos irán?
—Incluyéndolo a él, son cuatro... —Su expresión le había dejado preocupada. Especialmente porque su madre solía ser muy aguda. Además, estaba ese tono que usaba cuando hablaba de Roderich... ¿Qué le pasaba? —. ¿Por qué tantas preguntas?
—Prohíbele que vaya. Como su esposa, estás en posición de hacerlo. Entérate: estoy completamente en contra de que salga con ellos.
—Pero... él siempre ha sido muy independiente, y si yo le digo eso-
—¿Tienes miedo de que se enoje contigo? —concluyó ella, y volvió a fruncir el ceño—. De todas las visitas que me has hecho, no recuerdo ni una sola en la que me hayas platicado de algo que hayas hecho con él como pareja. Ahora resulta que va a perderse por ahí con tres tipos, ¿y tú temes que se enoje? ¡Quien está en posición de enojarse eres tú!
—¡Madre, no hables así de él! —replicó Elizabetha, incrédula. Cada palabra de su madre le parecía cargada de veneno—. E-Él... Hemos hablado al respecto. Lo conozco desde niña y por eso aún... aún es extraño esto... Pero es muy amable y siempre cuida de mí. Además, le cuesta adaptarse al cambio. Está la nueva casa y-
—Pues no hace ni el intento de verte como algo más. —Se puso de pie, garbo y elegancia, y la vio con cierto desprecio que en el fondo no era más que decepción. Su duro carácter la obligaba a hacerlo lucir como algo más profundo y cruel—. Y otra cosa: tu padre y los de él quieren nietos. Así que deja de justificarlo y ve pensando qué harás al respecto.
Con el mismo aire digno, abandonó la sala despacio y sin volverse a mirar a su hija, que había quedado en shock.
Permaneció sentada un rato, consciente sin embargo de que su madre la había dejado sola sin piedad alguna. Pero, pensándolo bien, no podía negar que tenía razón. Al menos en parte. Su amor por Roderich y no querer enemistarse o discutir con él hacían que nunca le cuestione ningún aspecto de su comportamiento. No era desconsiderado, pero su trato distaba bastante de lo que ella deseaba en el fondo. Intentaba decirle, en pequeñas ocasiones e insinuándolo, que quería que su relación sea un poco más íntima, pero él evadía el tema o le dejaba en claro que solo la veía como a su amiga de infancia.
Trataba con todas sus fuerzas no generar conflictos con él y, por el contrario, servirle de ayuda y demostrarle que podía confiar en ella para que poco a poco se dé cuenta de que era más que una amiga, una compañera, que estaba ahí para él incondicionalmente, pero a veces sentía que no iba a poder callar más su tristeza y frustración por no conseguirlo. No quería imponerse a él ni obligarle a nada como sugería su madre, porque sentía que eso no funcionaría con él. Era muy orgulloso.
No podía seguir los "consejos" de su madre. Eso significaría perder cualquier oportunidad. Pero, ¿qué hacer entonces con los deseos de sus padres?
Quizá la solución era luchar un poco más.
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Se negaba rotundamente a darle la razón a ese testarudo. Era casi un desafío para él. Iba a empacar solo lo justo y necesario.
Pero, pensándolo mejor... ¿No iba a necesitar más de la maleta que ya tenía lista? ¿Iba a poder sobrevivir solo con eso? Estaba a punto de enfrentarse a la naturaleza, después de todo.
Con su índice dio un par de golpecitos a su quijada, pensando y pensando. Tenía ropa interior, al menos cuatro camisas, sus implementos de higiene, tres pantalones, tres pijamas, una bolsa de dormir que llevaría fuera de la maleta, una toalla grande, un mantel, protector solar, crema humectante (porque el polvo y la suciedad terminarían por irritarle la piel y no estaba dispuesto a estresarse por eso... Pura precaución), muchos pañuelos desechables y, finalmente, una sombrilla.
Sí. Bastaría solo eso para sobrevivir.
Cerró la enorme maleta, le echó el seguro y tiró del asidero para arrastrarla hasta la cochera. Cuando Gilbert le dijo que se irían de campamento, pensó que se irían por todo el fin de semana, de viernes a domingo, pero, según le explicó por teléfono, Francis y Antonio preferían ir la noche del viernes para poder ver el amanecer juntos. La idea no le parecía tan mal, el amanecer le parecía precioso, después de todo, y no permanecía despierto para verlo únicamente porque terminaría agotado y eso le impediría practicar con el piano.
En el momento en que estaba cerrando la maletera, oyó la puerta abrirse. Sabía de quién se trataba y ya podía sentir que algo malo estaba a punto de ocurrir. No estaba tranquilo luego de que Elizabetha visite a su madre, porque sabía que ella le llenaba la cabeza de ideas. Era su amiga y la apreciaba, sabía que era una mujer de carácter y eso le agradaba, por eso mismo le decepcionaba que muchas veces se deje manipular por su madre. ¿Por qué no podía ser con ella como era con Gilbert?
—¿Estás en casa? —preguntó en voz alta cuando él ya estaba entrando por el comedor—. Ya he regresado. Me tarde poco porque no pude ver a mi padre...
—Buenas noches —saludó, y apoyó su cuerpo en el marco de la puerta, cruzado de brazos. Notó cierto desconcierto en su rostro, así que se atrevió a preguntar—: ¿Ha ocurrido algo?
—No, nada importante, en realidad —se apuró a contestar con una sonrisa fingida y torpe—. La plática de siempre, sobre cómo estamos, si nos falta algo... Ese tipo de cosas. Ya la conoces.
—Y es precisamente por eso que pregunto —replicó. Su mirada se tornó afilada.
—¿Ya has cenado? —Roderich asintió, pero sin variar su expresión. Le molestaba porque era evidente que había cambiado de tema adrede—. No comí nada en casa de mi madre, así que ahora mismo tengo hambre.
—No iba a cenar, pero puedo acompañarte si así lo deseas. Solo recuerda que saldré en un momento.
Elizabetha dio un pequeño respingo al oír eso, pero intentó disimular y fingir naturalidad. La conversación con su madre y la orden que le había dado seguía preocupándola y que Roderich le diga eso no hacía más que angustiarla. Temía que llegue el momento en que se vaya.
Una vez que su cena estuvo servida, gracias a uno de los hombres que tenían a su servicio, tomaron asiento, uno a cada extremo de la mesa.
El silencio era apenas roto por el sonido de los cubiertos.
Roderich decidió que no iba a cenar porque, según suponía, Gilbert y sus amigos llevarían bastante comida para abastecerse todo el fin de semana. No quería manejar con el estómago lleno y comer una vez estuvieran allá era la mejor opción.
—No me gusta repetir lo que dije, pero voy a hacerlo porque no me parece bien irme dejándote con esa cara de angustia —resopló, acomodándose el flequillo con una mano. No quería ser duro con ella, nunca era su intención, pero en ocasiones como esa, se veía obligado a serlo porque de lo contrario, ella no le diría nada. Parecía tenerle un respeto único—: ¿te dijo algo tu madre?
—¿Podemos salir juntos cuando regreses? —se atrevió a decir, luego de pasarse todo ese rato cobrando valor. No iba a obedecer cabalmente a su madre, pero sí iba a luchar más por que la vea con otros ojos—. Sé que tienes que estudiar y que en realidad nos vemos todos los días, pero... es diferente, ¿entiendes? Además, si he de ser sincera, a veces me aburro aquí sin nada que hacer... Aunque, claro, eso no es tu culpa.
Roderich desvió la mirada al reloj que colgaba de uno de los anaqueles que había en el comedor. Si no se marchaba en diez minutos, se haría aún más noche.
Cerró los ojos
—De acuerdo. Puedo entender que te aburras aquí, ya que no tienes nada que hacer. ¿A dónde te gustaría ir?
Elizabetha sonrió de oreja a oreja, muerta de alegría.
—¡A donde prefieras! No me imp–
—No —cortó él—. Se supone que si me lo estás proponiendo tú, es porque ya tienes algo en mente. Aunque siempre cabe la posibilidad de que me lo hayas pedido en un impulso... En todo caso, por mí está bien, sea cual sea el lugar al que decidas que vayamos. —Se puso de pie despacio, dedicándole una amistosa sonrisa. Siendo sincero, sentía que esa salida sería una forma de retribuirle ser tan comprensiva. Elizabetha era una gran amiga para él...—. Aprovecha mi ausencia para pensarlo bien. Procura que sea algo que te guste a ti y deja de pensar en satisfacerme a mí —recriminó suavemente.
—Ya he terminado de comer —se apuró a decir, poniéndose de pie también—. Te acompaño hasta la cochera.
Roderich tomó de la nevera un par de botellas de agua y sus llaves de un pequeño perchero que habían colocado al lado de la entrada. Elizabetha lo siguió en silencio, y él asumió que desde ya estaba pensando en dónde tendría lugar su cita. Desde pequeños, según recordaba, le hacía mucha ilusión que acepte hacer algo con ella.
Hizo un repaso mental de todo lo que estaba llevando y, ya satisfecho, convencido de que no le haría falta nada, hizo abrir la puerta de la cochera para poder salir. Tomó la manija, dispuesto a subir de una vez por todas; sin embargo, antes de poder entrar al auto, Elizabetha tomó su mano y lo detuvo. Al reparar en sus ojos, reconoció en estos la determinación —casi terquedad— que la caracterizara cuando era una niña.
—¿Ocurre algo? —dijo, impasible.
En lugar de responderle, tragó con fuerza y se arrojó a sus brazos.
—Te dije que no me gusta repetir lo que digo.
—¿No puedo abrazar a... mi esposo? —respondió ella, aferrando sus manos al cuerpo de Roderich.
—Sabes perfectamente que no me refiero a eso —replicó él, y cedió a corresponderle el abrazo. Colocó una mano en su espalda y la otra en su cabeza, dándole pequeñas palmaditas—. Si te preocupa mi integridad física, puedo asegurarte que soy un adulto en pleno uso de mis facultades y esos bárbaros están a años luz de poder ocasionarme algún daño.
—No... No es eso... —dijo, algo extrañada. La verdad, esa ya no era una preocupación para ella porque, al fin y al cabo, ya había salido con "esos tres" antes. Era otra cosa la causante de su preocupación—. Creo que solo quise hacer esto...
—Debo irme —carraspeó, dándole una última palmadita. Ella se resignó a soltarlo—. Seré yo quien conduzca y no quiero hacerlo tan noche; además, aún tengo que ir por ellos. Voy a pedirte que vigiles–
—El piano —completó ella con una sonrisa—. Ya lo sé. Estará tal cual lo dejaste cuando regreses.
Le dedicó una última mirada, tan extrañado como ella por ese arrebato de abrazarlo, y finalmente subió al auto.
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—Si acaso te preguntas si estoy molesto o no, de una vez te digo que no, no lo estoy —dijo, meneando su índice mientras metía de forma apresurada unas camisetas en su bolso. Tenía un cigarrillo en la boca y debido al ajetreo del momento, se veía obligado a colocar algunos mechones de pelo detrás de su oreja—. No tendría porqué. Cher, recuerda que lo conocemos casi tanto como a ti. Hace años que tratamos con él.
—Pero...
—Sé que estás pensando que usualmente hacemos estas cosas solo entre los tres, pero no tengo ningún problema con pasar el fin de semana con Roderich. Bueno, tampoco es que me encante la idea, pero, de todos modos, ya está hecho. —Francis detuvo sus movimientos y giró a verlo, muy sonriente—. Ya le pediste que venga con nosotros y no puedes echarte para atrás.
—¡Sobre eso–!
—Yo sé, Gilbert. Yo sé que es parte "del plan" —cortó, haciendo comillas con los dedos—, así que no me expliques nada. Prácticamente te has pasado la semana entera diciéndome eso.
—¡Pues porque así es!
—Yo no te cuestiono nada, cariño —dijo, y tomó una de las mejillas de su amigo para apretarla—. Ahora, deja de ser un niño terco y ve a colocar todo esto en la puerta, que nuestro amigo ya debe estar por llegar. En realidad, me sorprende que aún no esté aquí.
—¡No somos amigos! —replicó él, pero igual tomó las bolsas, tanto las suyas como las de Francis, entre sus manos.
—Como digas —resopló, y se sacudió el pelo de la nuca—. Espérame en la puerta; yo iré a buscar a Antonio, que ya está tardando bastante.
—Francis —atajó, antes de que este se vaya—. Tú... has estado esquivo conmigo últimamente...
—Son ideas tuyas, cher.
—Antes hablabas más conmigo, especialmente sobre el Señorito, y ahora... Ahora me evitas —casi recriminó con el ceño fruncido, no por enojo, sino porque se sentía confundido.
—Sucede, mon amour —Francis se acercó a él y acarició su mejilla—, que me gusta que pienses por ti mismo. Si lo piensas bien, es lo único que te he pedido desde que decidí involucrarme en este plan tuyo. Considero que ya te he dado muchas pistas. Ya es momento de que descubras lo que tienes frente a ti con tus propios ojos. Lo necesitas, porque hay cosas que son demasiado obvias, pero aún no puedes o no quieres verlas.
—N-No te entiendo...
—Sería muy fácil para ti si te explico todo. —Recorrió su mandíbula con sus dedos y finalmente lo soltó, no sin antes guiñarle un ojo—. Confío en que pronto entiendas. Ya hice bastante por ti.
Decidió dejarlo solo porque de ese modo, su mente se encargaría de ir procesando todo y se pondría a pensar de una vez por todas. Era eso lo que quería. Gilbert no podía esperar que le dé absolutamente todas las respuestas. Francis sentía que solo así su amigo podría aprender sobre sí mismo. Lo necesitaba.
Cuando entró en la habitación que compartía con Antonio, vio que este se hallaba sentado sobre la cama, con el maletín al lado. Sostenía el móvil con una mano, parecía estar revisando algo, mientras con la otra se ocupaba de desordenarse el pelo.
—¿Cariño? —dijo, y dio unos pequeños golpes a la puerta con sus nudillos—. Ya debe estar viniendo por nosotros.
Al reparar en su presencia, Antonio se dejó caer sobre el colchón, dando un largo suspiro.
—Siento que es mala idea...
—¿Por qué lo dices? —Depositó el cigarrillo en el cenicero y tomó asiento a su lado en la cama. De inmediato su mano se encargo de arreglar el desastre que era su cabello y al igual que él, dejó escapar un suspiro, porque sabía a dónde quería llevar la conversación.
—Lo sabes mejor que yo —recriminó, clavando sus ojos verdes en los azules de Francis—. Dijiste que no era el momento y lo acepté. Ya ha pasado muchísimo tiempo y te advertí –
—Claro que lo sé —respondió él—. Ya hemos hablado al respecto. Pero quiero que entiendas que siento que estamos muy cerca. Tendremos que volver luego de este fin de semana y no quiero irme sin...
—¿Sin qué? —espetó, incorporándose. Tomó a Francis por los hombros y lo sacudió levemente—. No has sido claro conmigo y he tratado de entenderlo; he logrado intuir un par de cosas, pero, te juro... —Frunció el ceño y apretó los ojos—. Te juro que necesito que me digas. Tengo mis sospechas, pero no me gustan y por eso quiero que seas directo conmigo. No se trata de mí —suspiró, relajando sus facciones y acariciando los hombros de su amigo—. Cariño, deja de pensar en mí. Puedes decir que estás haciendo todo esto por ayudar a Gilbert, pero desde el momento en que nos involucramos supe que iba a pesar más en ti tu amistad conmigo. Lo supe desde que empezaste con tus bromas y esas preguntas sobre por qué me comportaba de una u otra forma.
—Antonio...
—Te juro que estoy muy bien. Al final siento que revertiste todo el supuesto "plan" de Gilbert para aparentemente terminar por ayudarle, pero lo único que has hecho ha sido intentar protegerme a mí.
—A veces me pregunto por qué no dejo de flirtear con todos y me quedo contigo —confesó con una sonrisa, y se animó a acariciar el rostro de Antonio. Sus dedos recorrieron suavemente su frente, peinándole el flequillo, sus párpados y sus mejillas. Estuvo a punto de llegar a su cuello, pero se frenó a tiempo, cerrando su mano en un puño.
—Porque sabes que funciona perfectamente sin tener que ponerle un título, y el sentimiento no cambia ni cambiará. —Repitió los movimientos de Francis, perdido en esos ojos azules que tan bien conocía. Sonrió aún más ampliamente—. Puede gustarme cualquiera mañana —Francis murmuró "Lovino", sonriente como él—, puedo decirte que me he enamorado de alguien... Pero siempre voy a estar contigo. Siempre volveremos. Lo que siento por ti, al igual que lo que sientes por mí, va más allá de eso. Y creo que esa será la razón de que nadie nunca vaya a aguantarme —dijo en fingido regaño—. Van a tener que aceptarme contigo incluido...
—A mí siempre me aceptan. —Fanfarrón—. Por eso sigues aquí, conmigo, pese a todo... —Acercó su nariz a la de Antonio, respirando su aliento.
—Alguien me prefirió a mí y no a ti —replicó él, igual de fanfarrón—. Creo que es por eso que lo odias...
—No lo odio —rió, y ya no eran sus narices sino sus labios los que se rozaban—. Al menos no por eso... Si lo odio, es porque estabas realmente enamorado de él...
—¿Incluso ahora te sientes así? —Harto del juego, depositó un pequeño beso en la comisura de los labios de Francis. Su vista se intercalaba entre esos labios y esos ojos que lo acechaban. Volvió a reír.
—Claro que no. No me queda bien ser resentido. Me envejece.
Sabía que les quedaban apenas un par de minutos porque Gilbert iba a cansarse de esperar y no tardaría en ir a buscarlos; así que, perdido en los ojos verdes de Antonio, decidió sellar lo que para él equivalía a una reconciliación. Había pasado muchos años con esa espina en el pecho, y ahora que le oía decir eso, sentía que volvía a estar tranquilo. No era como si no lo hubieran hecho antes —en realidad lo hacían muy a menudo—, pero en ese momento, le sabía a más. Casi a promesa.
—Hey, hey, aún nos queda este fin de semana... —suspiró Francis, alejando a Antonio un par de centímetros antes de que termine con el cerebro fundido—. Piensa en lo que podemos hacer ahora. —Tiró un poco del cabello de su amigo, masajeándolo al mismo tiempo, y antes de intentar alejarse, le mordió suavemente el labio—. Tenemos que ayudar al cabezota que tenemos por mejor amigo.
—Yo le quiero mucho, ¿sabes? —Antes de que Francis se aleje, tomó su rostro y le dio otro beso—. Es muy puro, aunque ni él mismo se entera. Quiere de una forma distinta a la nuestra. A veces creo que nosotros lo corrompemos y somos mala influencia para él.
—Para nada. Hemos pasado por mucho y ni por eso ha cambiado un ápice. Me extraña más bien que él no haya influido positivamente en nosotros —respondió, acomodándose el pelo, algo sofocado.
—Quizá lo ha hecho y nosotros, ni cuenta... Me gustaría que sea feliz.
—Y es precisamente por eso que estamos aquí —aseguró, y con su pulgar repasó los labios de Antonio, asegurándose de borrar toda evidencia—. Ahora, es momento de irnos.
—No es como si él no supiera lo que hacemos cuando estamos solos —dijo, muy seguro de la razón por la que Francis acababa de hacer eso.
—Pero sabe que esto pasa solo en dos casos: cuando estamos muy eufóricos o cuando algo grave ha pasado entre nosotros.
Francis se puso de pie y extendió una mano para que Antonio la tome. Cuando salieron de la habitación, estuvieron a punto de darse de bruces con Gilbert que, tal como suponían, ya estaba yendo a buscarlos.
—He oído un auto estacionarse afuera. Debe ser el Señorito —dijo, y pese a ser tan despistado, sintió cierta variación en el ambiente. Los conocía desde hacía muchísimos años, y de alguna forma eso hizo que, al menos con ellos, pueda ser más perceptivo—. ¿Ha pasado algo?
—Sí, Gilbert —empezó Francis, frunciendo el ceño para fingir seriedad—. ¿Por qué no le has hecho pasar?
—Aún no me he fijado si es él... ¡Además, no voy a cargar todo yo solo!
—Tranquilo, Gilbert —intervino Antonio—. Ve a abrir mientras nosotros juntamos todo. ¿Ya te despediste de Ludwig? ¿Le dijiste lo que hará el fin de semana? Mira que va a estar solo...
—Él es muy responsable y puede hacerse cargo de todo.
—Sugiérele que aproveche y se traiga a Feliciano.
—¡Puedo oírlos! —gritó el chico desde el segundo piso.
Los tres amigos no pudieron aguantar la risa.
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—Así que... —empezó Antonio, bastante incómodo con el silencio que reinaba en el auto. Era muy bueno con la conversación, pero en ese momento sentía que algo no andaba muy bien. Una especie de presentimiento no lo dejaba tranquilo, y con ese peso en su pecho, no podía ser el parlanchín de siempre—. Francis, ¿cuándo volvemos?
—La semana entrante, mon amour.
Francis se había asegurado, casi a la fuerza de que Antonio se siente a su lado en la parte trasera y Gilbert, por supuesto, esté al lado de Roderich.
—Excelentes noticias —ironizó Roderich. Francis intentó encontrarse con sus ojos a través del espejo retrovisor, pero descubrió que tenía la mirada clavada en el horizonte.
—Me pregunto a qué se debe tanta alegría con nuestra partida —suspiró melodramático—. ¿Será que estamos interrumpiendo algo y quieres estar a solas con...?
—No sé a qué te refieras, pero, como siempre, haces gala de tu poco entendimiento sobre mi persona. No alegra que se marchen ni tampoco me entristece. Me resulta indiferente.
Gilbert, que contemplaba el mutuo ataque, intentaba comprender a qué se debía ese rencor que parecían sentir. Según recordaba, Francis y el Señorito nunca fueron demasiado cercanos como para llegar a generar sentimientos tan profundos.
Por otra parte, le molestaba no tener el control del auto. Con Roderich al volante, la velocidad a la que iban le resultaba insoportable.
—¿Qué tal si ponemos algo de música? —propuso Antonio con una sonrisa. Conociéndolos, era mejor cortar por lo sano. Ambos eran demasiado venenosos cuando se empeñaban en ello.
—¡La última vez que te permití tocar algo en este reproductor, pusiste algo horrible! —frenó en un brinco Gilbert, e intentó aflojarse el cinturón de seguridad. Aún resonaba en su cabeza esa canción de Madonna...
—Yo pondré algo. Y no hagas caso, mon amour, esa canción no era horrible —defendió Francis, acariciándole una mejilla a Antonio. Luego, se estiró para llegar al reproductor—. Pondré algo de radio para ser justos.
Gilbert, que quién sabe por qué motivos esa noche se sentía iluminado e intuitivo como nunca, creyó ver en sus muestras de afecto algo más. Algo diferente.
—¿Por qué ustedes dos están tan cariñosos hoy? —inquirió con una ceja curvada. Sabía de sus jugueteos y manoseos, pero siempre habían sido solo eso: juegos, en cambio, desde su punto de vista, esa noche ocurría algo extraño.
—Quizá por fin van a reconocer que están enamorados el uno del otro y van a dejar de andar con sus típicos pretextos sobre su supuesta amistad que no engañan a nadie y que, al fin y al cabo, solo les sirven como justificación para su continua y constante infidelidad, para tener la licencia de andar con cualquier otra persona y en paralelo seguir con sus descarados flirteos entre ellos.
Francis se detuvo en seco con los dedos sobre los botones. Antonio clavó sus ojos en la nuca de Roderich. Gilbert, con los ojos muy abiertos, quedó con ambas manos sobre el cinturón que ceñía su pecho.
—¿Q-Qué dices, Señorito? —rio Gilbert. Como siempre—. ¿De qué estás hablando?
—P-Prende la radio, Francis —apuró Antonio para salir del paso. Repuesto de la sorpresa, desvió la mirada a la ventana. Quería esquivar a toda costa a todos.
—Cierra la boca... —amenazó Francis a su oído en un susurro. Pudo ver que, en contra de la reacción que esperaba, Roderich esbozó una sonrisa—. Tú no sabes nada...
—¿En serio? —respondió este, también en un susurro. Su comentario mordaz era el comienzo de las hostilidades, pero la batalla era entre ellos dos, y nadie más tenía porqué enterarse.
—¿Aún sigues molesto por eso? —se burló Francis, toqueteando los botones para fingir que buscaba alguna estación—. ¿No crees que ya ha pasado bastante?
—¿Molesto, yo? —Francis pudo ver que, esta vez, la sonrisa en su rostro era plena. No pudo evitar reparar en lo guapo que se veía así—. No tenía ni tengo porqué. Me atrevería a decir que me libre de algo. Una molestia.
—Lo sabía... —respondió, apretando los dientes. Esa sospecha siempre estuvo en su mente y era esa una de las principales razones para que no lo soporte— Tú...
—No me corresponde explicarte nada, para eso está tu fiel "amigo" —ironizó nuevamente, pero decidió evadir la mirada de Francis un momento, porque todo ese asunto...
—Nunca fuiste sincero...
—Pregúntale a él qué tan sincero puedo llegar a ser —remató, decidido y orgulloso. Sus ojos violetas decidieron enfrentarlo para asegurarse su victoria—. Estoy seguro de lo mucho que le gusta hablar sobre cuán diferentes somos en cuanto a eso.
—A diferencia de como ocurrió contigo, siempre es sincero conmigo. Nosotros, incluso Gilbert, no nos ocultamos nada.
—¿Ah, no? Me encantaría que me expliques entonces por qué Gilbert parece no estar enterado de esto.
Francis se quedó con los labios entreabiertos y sintió vencido. Ese era un puñal del que se había valido Roderich para ganarle. Un puñal terrible porque, en realidad, lo que decía era cierto.
Cuando estaba a punto de cerrar la boca, un pensamiento llegó a su mente. La clave absoluta que daba respuesta y solución a todo lo que habían atravesado, no desde que llegaron él y Antonio a Alemania para visitar a Gilbert, sino al conflicto que tuvo lugar hace ya varios años y los había llevado hasta ese punto a ambos.
—¿Por qué no se lo has contado tú, cher? Oportunidades no te han faltado... Has tenido muchísimas desde que se volvieron "amigos". No me digas que es porque me corresponde a mí o a Antonio decírselo, porque sabes, claro que sabes, que eso le enemistaría con nosotros de forma casi irreparable.
Roderich mantuvo el aire digno que le caracterizaba, pero al oír todo ello, un escalofrío lo recorrió. Francis no pasó por alto su reacción.
—¿Será acaso que... lo que ocurre es que decírselo no te conviene?
—¡Déjala ahí! —chilló Antonio, sacudiendo el brazo de Francis— ¡Esa canción te gusta muchísimo! ¿Por qué casi cambias otra vez de estación?
—Eso mismo iba a preguntar... —se sumó Gilbert, más y más intrigado. Si bien no alcanzó a oír nada, sí tenía claro que algo habían estado diciéndose Francis y Roderich, y eso no le gustaba para nada.
Sin embargo, al pensar en las ocasiones en que vio a Roderich y Antonio hablar, su malestar era diferente. En ese instante sentía cierta angustia, como si alguien corriera peligro; con Antonio, por el contrario, se sentía inquieto y fuera de lugar.
—Hey, sister, go, sister soul, sister, flow, sister…
—¡No de nuevo, por favor! —reclamó Gilbert, tapándose las orejas. El asunto de Roderich y Francis dejó de importarle en ese momento.
—Voulez-vous coucher avec moi, ce soir?[1]— canturreó Francis, tomando la quijada de Antonio para que lo mire a los ojos. Este estalló en risa. Desvió la mirada en dirección al espejo retrovisor y descubrió a Roderich perforándolo con la mirada, y esto solo hizo que se deleite aún más, satisfecho y más seguro que nunca de su victoria. Al final, todo lo que había concluido era cierto. Ahora, todo dependía de esa noche.
—¡Venga, si hace unos años la cantabas con nosotros! —recriminó Antonio, zafándose del agarre de su amigo para empeñarse en hacer que Gilbert quite sus manos de sus orejas—. ¡Cantabas con nosotros la parte del rap!
—¡Eso es mentira!
—¡Vamos! —animó sacudiéndolo por los hombros.
—We independent men[2], some mistake us for whores! (Somos hombres independientes, algunos nos confunden con prostitutas) —empezó Francis, sacudiendo a Gilbert al igual que Antonio.
—I'm saying, why spend mine? (Digo, ¿por qué gastar lo mío?)—coreó Antonio, y con un movimiento de su mano, que imitaba un micrófono, le dio el pase a su amigo
—When I can spend yours! (¡Cuando puedo gastar lo tuyo!) —completó Francis, muerto de la risa.
—¡Recuerdas que le gustaba una de las tipas que cantaba! —exclamó Antonio, como si el recuerdo le hubiera llegado como un rayo.
—Claro que me acuerdo. Parece que Gilbert siempre ha tenido debilidad por las personas de cabello color chocolate...
—¡A qué viene todo esto! —berreó, incapaz de comprender qué rumbo estaba tomando toda esa situación.
Primero, Francis parecía estar intimidando al Señorito, lo cual lo había dejado algo preocupado (ni él mismo podía creer que era realmente ese su sentir: preocupación. ¡Por él!), y luego hacían como que no había pasado nada y Francis parecía más feliz que nunca.
Simplemente no lo entendía, y eso no le gustaba. De alguna forma, inusitadamente intuitivo, comprendió que estaba siendo excluido de algo.
—Comprueba el mapa, porque creo que ya estamos a unos metros —ordenó Roderich aún con la mirada al frente, extendiendo su mano para señarle el móvil que había guardado en la gaveta del coche.
Al ver que Roderich iba a señalarle algo, Gilbert aproximó su mano también, por lo que, accidentalmente, ambas chocaron.
Roderich volvió el rostro, sorprendido. Sus gafas habían resbalado hasta el puente de su nariz, así que Gilbert pudo verlo directo a los ojos. Ojos que se abrieron aún más al sentir unos dedos que envolvían los suyos.
No dijo nada, quizá preso de la sorpresa, quizá porque no quería llamar la atención de los dos sujetos que tenía en el asiento posterior, pero así fue.
—¡N-No te has cuidado los dedos! —señaló Gilbert casi en un susurro. Él tampoco tuvo muy claro por qué decidió no hablar más fuerte. Es más, ni él mismo sabía por qué había tomado su mano, lo que acababa de decir no pasaba de un pretexto.
—Lo siento... —alcanzó a decir antes de que Gilbert lo suelte. Devolvió la mirada al frente y, tal como sospechaba, se presentó ante sus ojos la pequeña cabaña en la que pasarían el fin de semana.
Una vez estacionados, los cuatro se dieron a la labor de desempacar todo de la maletera. El dueño de la cabaña, un viejo conocido de Francis, había accedido a prestársela como un favor que le debía. Si bien la idea era acampar, Francis no quería imaginar qué ocurriría si los atacaba algún animal, la lluvia o algún viento muy fuerte; así que acamparían tal como habían planeado y solo usarían la cabaña de ser necesario.
—Lo mejor sería meter toda la comida en la casa para que no vaya a estropearse. Roderich puede ocuparse de eso —comandó Antonio—, mientras nosotros nos haremos cargo de armar las carpas.
—Gilbert, ayuda a la dama a cargar todo. Dudo que pueda solo con tanto peso —comentó Francis, empeñado en seguir fastidiando a Roderich.
—Creo haber visto una dama por aquí. Llevaba el cabello rubio y largo... Pero descarto esa idea. Era muy velluda y su olor era bastante desagradable para tratarse de una —replicó Roderich, y se metió en la casa, negándole una oportunidad a su adversario de responderle.
Francis frunció el ceño y se cruzó de brazos, mientras Antonio intentaba consolarlo mientras aguantaba la risa.
—No hace falta que me ayudes —dijo, ya en la casa. Colocó una maleta sobre la mesa de la rústica cocina y procedió a abrirla para vaciar su contenido. Tal como le habían pedido, Gilbert entró detrás de él cargando un par de maletas—. Ayúdalos a ellos. No soy tan delicado como creen, mucho menos inútil.
—Oye, yo no creo eso... —murmuró, con los ojos clavados en la maleta que, tal como había hecho Roderich, depositó en la mesa. Ambos se hallaban uno al lado del otro, desempaquetando todo—. No me parece bien que estén discutiendo... tú y Francis... Yo te dije que vengas, después de todo.
—Lo dices como si no fuera lo mismo que venimos haciendo desde que nos conocemos —sonrió Roderich, y detuvo sus movimientos un momento para hablar con él mirándolo a los ojos—. Creo que ya estoy acostumbrado.
—Supongo que ahora sé cómo se sentía Eli —bromeó él, mirándolo a los ojos también.
Esperaba que al Señorito le haga gracia su broma, esperaba ver una sonrisa o el intento de disimular una, pero, por el contrario, Roderich giró el rostro y volvió a concentrarse en su tarea de ordenar los alimentos.
—Supongo que sí —dijo al fin. Terminó con la maleta que tenía frente a él y, en lo que Gilbert consideró un arrebato, lo empujó un poco y comenzó a desempacar la otra.
—¡O-Oye, yo estaba haciéndola! —reclamó, devolviéndole el empujón, pero sin medir su fuerza. Estuvo a punto de derribarlo, pero este se aferró a la mesa y en respuesta le dedicó una mirada que a sus ojos no pasaba de resentida y un ceño fruncido.
—Te dije que vayas a ayudar a tus amigos.
—Y ya dije que no.
—No, no dijiste eso.
—¡Como sea! —estalló, empeñado en seguir ahí con la maleta.
—Quiero que te vayas.
No le alzó la voz, ni siquiera sonó como uno de sus típicos regaños, así que no tenía nada que ver con el modo de decirlo; pero, de alguna forma, lo que dijo le dolió.
Roderich continuó con el trabajo, haciendo a un lado de un pequeño empujón las manos de Gilbert.
—¡Pues yo no quiero, así que aquí me quedo! —volvió a la carga, y para fastidiarle aún más, le arrebató de las manos las botellas que acababa de tomar.
—Gilbert Beilschmidt —advirtió Roderich, mirándolo a los ojos. Él, que no estaba dispuesto a ceder, lo miró también, pero al hacerlo, descubrió en estos algo que no encajaba.
El Señorito debería estar enojado. No tenía porqué parecer herido o triste.
—¡Gilbert!
—Tus amigos están llamándote.
—¡Gilbert! —volvió a dejarse oír, y este, sin más alternativa, salió de la casa.
—¿Por qué tardabas tanto? —inquirió ingenuamente Antonio, dándole una sacudida a una de las dos carpas que acababan de armar.
—¿Para qué me llamaban?
—Queríamos que vieras lo bien que ha quedado esto. Es bastante resistente y ya cubrimos el interior, así que el frío no será problema.
—Espera, ¿por qué son dos carpas?
—Porque no tenemos más —apuntó Francis, alzando una ceja—. Tu nuevo amigo no trajo ninguna, sabe Dios por qué, y tú tampoco trajiste ninguna.
—¡Yo creí que tenían más!
—¡Para qué íbamos a tener más, si somos los dos quienes viajamos! Al menos Roderich trajo su bolsa de dormir. Aunque si duerme solo con eso va a morir de frío...
—Podríamos apañárnoslas... A lo mejor si–
—Nada de eso —cortó Francis a Antonio—. Tú vas a dormir conmigo y eso no está sujeto a discusión. Son nuestras carpas, después de todo.
—¡¿Y yo qué?!
—Bueno, dadas las circunstancias, es evidente: o duermes en la misma carpa con la princesa, o la mandas a dormir a la cabaña.
En ese momento, Roderich salió de la casa.
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Continuará
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[1]: Esa frase, que en este caso viene de la canción "Lady Marmalade", significa "¿Quiere dormir conmigo esta noche, señor?"
[2]: Otro fragmento de la misma canción. En realidad dice "women", pero tratándose de ellos, le cambiaron la letra (?)
Bueno, siento que lo he dejado en suspenso :0 recuerden que este capítulo tiene dos partes, así que la conclusión vendrá en la siguiente. No quiero decir que el fic va a terminar, sino que, como este cap es capital, era necesario partirlo en dos.
Lamento la demora en la actualización... Lo cierto es que iba a tardar muchísimo más en actualizar, pero finalmente lo hice cuando me vinieron las ganas de seguir el UsUk que también escribo XD aunque al revisar este cap avanzado que tenía, no me resistí y lo seguí. Espero haya sido de su agrado. Me gusta que ya voy dejando más pistas sobre lo que ocurre... Me gustaría leer sus conclusiones al respecto.
Espero que no les moleste lo que ocurre aquí a algún fan del Spamano. Tengan en cuenta que Antonio igual debe irse y lo que siente por Lovino es un gusto, desmedido, sí, pero no es algo tan intenso... Además, la ONU puede ir por él (?) #BewareAntonio
—Que no se note que me gusta muuuucho el Frain—
Comentarios y sugerencias siempre son bienvenidos.
Gracias por su apoyo y, como siempre digo:
No pienso abandonar nunca el fic. Aunque me tome muucho tiempo, lo acabaré.
Por cierto, estoy viendo que va a ser bien largo. Nada más pónganse a pensar en todos los problemas que aún faltan por resolver... Uff, pobres bbs.
Nuevamente, gracias por todo.
