Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO DÉCIMO SEGUNDO
SIND WIR FREUNDE? (Parte II)
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—Muñeca, le estábamos hablando a él. Será él quien decida qué hará, no tú.
Gilbert vio a Francis disparar esa respuesta a Roderich y solo pudo concluir con un resoplido que, sea cual sea el asunto que tenían pendiente, no tenía pinta de acabar pronto, lo cual lo incomodaba. Esos ataques lo tenían nervioso.
Claro. Era eso. Las opciones que le había dado Francis no tenía nada que ver.
Una mano comprensiva de Antonio, quien sabía —o al menos suponía— cómo debía estar sintiéndose, se colocó sobre su hombro, pero en lugar de relajarlo, le hizo dar un respingo.
—Dado que estoy involucrado en esto, es bastante evidente que tengo derecho a, cuando menos, opinar, si no es que decidir.
—No, no tienes derecho porque, uno —Francis elevó un dedo, enumerando—: las carpas son mías —Antonio estuvo a punto de protestar, pero la fulminante mirada de su amigo lo detuvo, a la vez que elevaba otro dedo— y dos: la cabaña me la prestaron a mí, y yo decido quién se queda ahí y quién no.
Roderich rodó los ojos y se cruzó de brazos, incrédulo de lo infantil del comportamiento de Francis.
—En tus buenos tiempos, sabías discutir. Ahora no puedo tomar tus palabras más que como berrinches de niño. —Gilbert dio un paso al frente, dispuesto a negociar con ambos porque, claro, el problema no era fácil de solucionar; de forma vaga comprendía cómo se sentía el Señorito, obviamente no estaba nada contento con lo que le estaban proponiendo; pero se congeló apenas había hecho el primer movimiento al oír lo que dijo Roderich a continuación—: Pero, como sé comportarme como el huésped que en este caso soy, les permito decidir. Sería absurdo discutir al respecto y no haría otra cosa que rebajarme a tu nivel.
A Antonio le pareció oír cierta vacilación, apenas perceptible, en la voz de Roderich al final de su oración, además de que su mirada violeta se perdió en el cielo. Era su forma de defenderse, lo sabía. ¿Pero de qué?
—Decide, Gilbert.
Francis, cruzado de brazos también, apuró a Gilbert. Pese a haber estado discutiendo con Roderich, tenía cierto brillo en los ojos y los labios ligeramente curvados en un intento de reprimir una sonrisa.
La solución en ese punto era sencilla, porque ahora todo dependía de él. Si deseaba, podía tener la carpa para él solo, dormiría tranquilo y podría también platicar con sus amigos. Si mandaba al Señorito a la cabaña —que era lo que su sentido común le estaba gritando que haga— el campamento sería tal como era cuando solo lo hacían los tres.
Pero no. No se sentía capaz de responder. Su frente, húmeda de sudor, se fruncía más y más al ver la urgencia de Francis por una respuesta. En ese momento no se sentía capaz de mirar a Roderich tampoco.
—Pero esta noche íbamos a desvelarnos para ver las estrellas y el amanecer, ¿cierto? Entonces, cuando amanezca ya vemos eso —intervino sonriente Antonio, y solo entonces Gilbert descubrió que estaba conteniendo la respiración—. Además, seguro para ese entonces estaremos tan cansados que no vamos a querer ni levantarnos.
—¡C-Claro, ya lo pensaremos luego! —rio estruendosamente Gilbert—. ¿Qué hora es?
—Ya es más de medianoche. Ninguno está cansado, ¿verdad? —preguntó Antonio, tumbándose en la hierba, pero a los pocos segundos se incorporó—. Oh, está un poco húmedo, vamos a necesitar un mantel o las bolsas de dormir para no pescar un resfrío.
—¿Cuántas tenemos, Francis?
—Antonio y yo trajimos un par. Roderich, según vimos, trajo una también. —Al oír su nombre y no un apodo absurdo, volvió el rostro, relajando sus facciones. Si así iba a ser, podía bajar un poco su guardia—. Metimos las tres en una carpa.
—Bien, supongo que sacaré un par de manteles que tengo por ahí. El Señorito y yo podemos poner eso para que estemos cómodos, ustedes pueden cocinar algo para pasar la noche. Podríamos encender la fogata.
Francis se limitó a asentir y junto a Antonio ingresó a la cabaña para escoger lo que iba a cocinar. No pensaba hacer una gran cena, pero sabía que a pesar de eso, Gilbert le había encargado eso porque sabía que haga lo que haga, sabría delicioso.
—Bien, Señorito —dijo, acuclillado frente a la carpa, extrayendo de esta las bolsas de dormir—. Toma esto y extiéndelo para aprovecharlo al máximo. Ah, pero primero voy a revisar que no haya piedras. Sería incómodo. Yo quitaré las piedras y bichos, tú sacude las bolsas para que se estiren.
Sin más que un pequeño movimiento de su cabeza como asentimiento, el cual seguramente Gilbert no notó debido a que se quedó en el piso, palpándolo en busca de cualquier cosa que pueda incomodarles, hizo exactamente lo que le habían encargado. Una vez que terminó con las de Antonio y Francis, descubrió que la suya era bastante más amplia que la de ellos, tanto que sus brazos extendidos no alcanzaban sus dimensiones.
—Listo —resopló, limpiándose las palmas de las manos—. Había muchas piedras... Me viste limpiar, ¿verdad? Extiéndelas justo en el área que limpié. Ah, pero no olvides ponerlas en círculo, para que podamos rodear la fogata.
Roderich tomó las bolsas de dormir de Antonio y Francis y las colocó frente a una carpa, una al lado de la otra, como si estuvieran en la playa y estas fueran toallas; la suya, frente a estas, a aproximadamente un metro de distancia.
—Creo... Sospecho —carraspeó un poco— que, al ser la mía bastante amplia, podríamos compartirla. Esos amigos tuyos llevan consigo esa insignificancia que apenas puede albergar un cuerpo, no logro comprender cómo... —se apuró a explicar, pero antes de que pueda continuar, su mirada recayó en Gilbert, que lo observaba inmóvil—. Comprendería que no desees hacerlo, pero al menos–
—No, no... Me parece bien —murmuró, pateando el pasto, manos en los bolsillos—. Supongo que como ya hiciste esto, puedes... sentarte... Siéntate. Yo traeré algunos troncos y haré fuego. —Antes de dar más de dos pasos, se forzó a sí mismo a explicarse—: ¡No traje ningún mantel, así que–!
—Date prisa —interrumpió Roderich, y le dio la espalda para que no pueda ver la pequeña sonrisa que se iba formando en la comisura de sus labios—. No demores.
Pese a que quiso sonar autoritario como siempre, a oídos de Gilbert —aunque quiso negarse a la idea— sonó como una madre preocupada.
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—Normalmente no cenamos tan tarde, ¡me moría de hambre! —gruñó Antonio. Tomó un trozo de carne de su plato y se deleitó con su sabor—. ¡Está delicioso!
—Puedes servirte más si lo deseas, cariño. Resulta que tenemos más que suficiente para este fin de semana. Debemos aprovechar la carne. También tenemos muchas frutas.
—¿Trajiste vino? —inquirió, alegre como un cachorrito ante la posibilidad—. ¡Dime que sí!
—Cher, recuerda cuál es la razón por la que aún estamos despiertos. No tendría sentido desvelarnos si para cuando llegue el amanecer vamos a estar ebrios. Nos lo perderíamos.
—Comprendo... Entonces, la noche de mañana–
—La de hoy, querrás decir —corrigió Roderich, luchando con su comida. Tenía unos cubiertos descartables que, desde su punto de vista, recibían ese nombre por ser completamente inútiles. El cuchillo no podía cortar su trozo de carne y el tenedor estaba a punto de partirse. Además, habituado a comer frente a una mesa, tener que hacerlo sentado en el piso suponía todo un reto para él—. Ya es más de la una, casi las dos, así que ya es sábado.
—Bueno, siempre podemos beber la noche del sábado y la noche del domingo —bromeó Gilbert, que ya comía con las manos y se limpiaba los labios con el dorso de su manga—. ¡Incluso la tarde del sábado!
—¡No es mala idea! —secundó Antonio—. ¿Qué beberemos ahora, entonces?
—Tenemos algunos refrescos y–
—¡Cerveza!
—¿Qué acabo de decir? —regañó Francis, pero no pudo evitar reír. A diferencia de sus amigos, mantenía la compostura y nunca perdía la elegancia a pesar de sentirse tan incómodo con su posición como Roderich.
—Señorito, ¿no te gusta la carne? —inquirió y, sin detenerse a pensarlo, apoyó la mano que no estaba utilizando para comer en la espalda de Roderich—. ¡Apenas has comido las patatas y la ensalada! También hay salchichas, por si te apetecen.
—Las circunstancias me impiden hacerlo.
—Si quieres, puedo traerte algo donde apoyarte para que puedas comer. Cuando entramos en la cabaña, vi un trozo de madera que, supongo, iban a utilizar para una repisa o algo así.
—Te lo agradecería mucho —respondió, asintiendo levemente.
—¡Trae los refrescos! ¡Y unas cervezas!
Transcurridos unos minutos, Antonio estuvo devuelta y, tal como le había pedido Gilbert, cargaba a duras penas cuatro botellas de refresco contra su pecho y un par de latas de cerveza en la mano. Rápidamente dejó las bebidas al lado de Francis y extendió la madera para que Roderich la tome, no sin antes guiñarle un ojo. Gilbert frunció el ceño ante eso, pero volvió a sonreír en segundos al ver las cervezas. Presto a tomar una, estiró el brazo, pero este recibió un zape de parte de Francis.
—¡Aún no! Es muy temprano. Podrías tomarlas más tarde. Te sabrá mejor luego de la espera —dijo, y a cambio le ofreció un refresco de naranja.
Refunfuñando, Gilbert tomó la botella y la colocó a un lado. En lugar de tomar asiento de nuevo, permaneció con el brazo extendido, como si esperara algo.
—¿Cher?
—Oh, dame una para el Señorito. ¿De qué sabor prefieres?
Francis enmudeció. Antonio se paralizó un instante, su sonrisa congelada como si fuera forzada, pero al recuperarse sonrió aún más ampliamente, mientras le tendía una botella con refresco de limón.
—Le encanta el Almdudler[1] —comentó Antonio, aún sonriente. Gilbert tomó la botella y casi se la arrebató, sin poder evitar fruncir el ceño levemente. Roderich prefirió empeñarse en cortar su carne, ya con más facilidad.
—Pues, bien —carraspeó Francis—. ¿Qué prefieren hacer mientras esperamos?
—¡Podemos cantar! Siempre lo hacíamos cuando veníamos, ¿recuerdan? Cantábamos sin pista.
—Y cantábamos esas canciones tenebrosas de Gilbert...
—¡Oye! —recriminó este, haciendo a un lado el plato vacío. Tomó un pañuelo que tenía guardado en el bolsillo y procuró asearse lo más que podía; luego dio un largo sorbo a su refresco y torció los labios, disconforme al no tratarse de cerveza—. Piensen que no van a verme en quién sabe cuánto tiempo, ¡complázcanme cantando algo que me guste! Además, les recuerdo que tuve que aguantar no una, sino dos veces, sus ridículas canciones. ¡En mi propio auto!
—Bien, Gilbert, está bien. Pero yo creo que si las cantamos sin pista, no van a sonar tan bien. Al menos tus canciones no. ¿Qué tal si prendes ese teléfono tuyo y lo usamos de fondo? —propuso Antonio mientras destapaba una botella de refresco de cola.
—¿Prometen cantar? Porque no pienso usar la batería si no lo harán.
—Yo lo haré. Francis también lo hará, eventualmente. Pero promete que tú también cantarás algo que nosotros queramos.
—Mientras no sea del tipo que ya me hiciste escuchar... puedo manejarlo —afirmó, convencido y feliz de salirse con la suya.
Roderich terminó de comer mientras los tres amigos se ocupaban de buscar la canción. Al igual que Gilbert, hizo a un lado el plato y dio un largo sorbo a su bebida, saboreándola todo lo que podía. Aún algo incómodo, recogió ambas piernas contra su pecho y se dedicó a observarlos. Entonces, el recuerdo le llegó abruptamente.
—No me digas que piensas escuchar esa música espantosa que no pasa de gritos, alaridos que, me atrevería a decir, rayan en lo–
Claro que recordaba ese día. Estaban ambos en la tienda de discos, se habían encontrado por casualidad y Gilbert tuvo la brillante idea de colocarse detrás de él y ponerle los audífonos con el volumen más alto. En un principio, con la sorpresa, creyó que había escogido esa canción precisamente para asustarlo, pero al ver cuánto le ofendía lo que decía, tuvo claro que, en realidad, el grupo y el género le gustaban a Gilbert. No era solo parte de la broma.
Antes de que pueda terminar su oración, un sonido electrónico se dejó oír. Roderich frunció el ceño, desconcertado: eso estaba bastante lejos de parecerse siquiera a lo que Gilbert le hizo oír aquel día. Sin embargo, transcurridos apenas unos segundos, un sonido que, desde su punto de vista, era típico del metal se dejó oír.
Para cuando enfocó su mirada en él, lo encontró dando pequeños brincos.
—Du, du hast, du hast mich…[2]
Cuando descubrió que la letra, al menos hasta ese momento, no pasaba de la constante repetición de esa pequeña línea, desistió de oírla, al menos no con tanta atención. Era un músico después de todo, y aunque aparentaba tener bastantes prejuicios sobre ese género, al punto de fingir despreciarlo, lo cierto era que analizaba cualquier canción que escuchaba y solo entonces emitía un verdadero juicio. Pese a lo redundante que le parecía, supo reconocer que el ritmo era contagioso y, además, le resultaba curiosa la incorporación del teclado. En su opinión, la canción sería bastante plana sin este.
Así que, en lugar de prestar total atención a los sonidos, se ocupó de observarlo saltar y, en cierto momento, sacudir la cabeza. Gilbert parecía completamente imbuido en la música.
—Du, du hast, du hast mich. Du hast mich gefragt, du hast mich gefragt, du hast mich gefragt und ich hab nichts gesagt.
—¿Eso es un... juego de palabras? [3] —comentó Roderich, porque en realidad no buscaba una respuesta. Al menos tenían cierto ingenio en su lírica.
—Willst du bis der tod euch scheidet true ihr sein für alle tage?
—Nein! —exclamó Antonio, ya más contagiado, saltando también.
—Willst du bis der tod euch scheidet true ihr sein für alle tage?
—Nein... —se sumó más débilmente Francis.
Roderich solo los contemplaba. Una vez que Francis dijo aquello, Gilbert pidió silencio con las manos, como si a la vez les pidiera calma —cosa que no hacía falta, el único realmente emocionado era él—. Entonces cerró los ojos y se dejó llevar.
Los largos y pálidos dedos de Gilbert pretendieron imitar en el aire los movimientos del tecladista. Roderich supo de inmediato que en realidad no tenía la más remota idea de cómo tocar uno, se movía apenas por intuición. O más bien pasión. Pero no le importó que estuviera equivocado. Roderich comprendió en ese momento que, lejos de ser un bárbaro, Gilbert era un hombre que amaba intensamente la música, tanto como él. No el mismo tipo, pero la intensidad del sentimiento era la misma.
Luego de que terminara el sonido del teclado, con el cual simpatizó al menos un poco, el estribillo volvió a hacerse oír, aunque de forma un poco más tenebrosa debido a que la música cesó y apenas se oía la —pensaba— masculina voz del cantante junto con un eco. No era su tipo de voz ideal, la consideraba demasiado ruda y, acaso, que ni siquiera cantaba, pero prestó atención de igual forma. Debía reconocer que al menos eran "curiosos".
Gilbert continuó agitando la cabeza, y en cierto punto no pudo evitar alzar los brazos, completamente inconsciente de que estaba siendo observado.
—Willst du bis zum tod der scheide sie lieben auch in schlechten tagen? Nein! —casi gritó, y la forma en que se movía, pensó Roderich, le causaría un dolor de cabeza más tarde—. Willst du bis der tod euch scheidet true ihr sein…Nein!
Gilbert terminó de cantar con ambos brazos completamente estirados, al igual que sus dedos, con las palmas de las manos señalando a Antonio, quien al menos demostraba más emoción, y finalmente volvió a imitar el golpeteo de las teclas. Cuando la canción culminó, resopló exhausto. Pasó una mano por su frente, deshaciéndose de las pequeñísimas gotas de sudor que se habían formado. Con la botella de refresco en la mano, se dejó caer al lado de Roderich. Este, sin darse cuenta, no había dejado de mirarlo, por lo que al encontrarse con los ojos rojos de Gilbert, dio un pequeño respingo.
—¿Qué tal eso, Señorito? —jadeó, dándole otro sorbo al refresco—. Lo amaste, ¿verdad?
—¿Qué?
—Es decir, ¡vamos! ¿Cómo podrías no amarlo?
—No… Yo–
—¡Dime cuánto lo amaste! —rio, dándole un codazo.
—No es muy de mi estilo —intervino Antonio, aún de pie al lado de Francis—, pero no puedo negar que es bastante buena.
Roderich parpadeó un par de veces y al fin comprendió a qué se referían. Sin embargo, antes de que pueda decir algo, fue interrumpido por la maliciosa voz de Francis.
—Se refieren a la canción. ¿De qué pensabas que te estaban hablando?
—¡Bien! Aún tenemos un rato más, así que podemos cantar un par más que me gusten —continuó Gilbert, incapaz de detectar esa hostilidad por parte de su amigo debido a la euforia que le causó la música.
—¡Luego pondremos algo para nosotros! —recordó Antonio. Tomó la botella y también dio un par de sorbos.
—Solo no pongas esa cosa del caníbal... —casi rogó Francis—. Recuerda que acabamos de comer... [4]
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Transcurridas un par de horas en las que Roderich se sintió ignorado al estar Gilbert perdido en vivir su música, al punto de no solo saltar sino que incluso, de una patada, estuvo a punto de extinguir el fuego debido a la gran cantidad de tierra que cayó sobre la fogata. Este finalmente se dejó caer sobre la bolsa de dormir, mirando al cielo. Tenía un brazo cubriéndole la frente y una mano sobre el estómago, la cual subía y bajaba a medida que respiraba. Roderich, un poco más cuidadoso con las miradas que le echaba, vio por el rabillo del ojo la respiración errática de Gilbert, su abdomen plano y delgado subiendo y bajando, su cuello ligeramente húmedo y una enorme sonrisa dibujada en su rostro, de modo que todos sus dientes brillaban a la luz de las estrellas.
—Creo… —jadeó, incorporándose para quedar sentado— que he gastado mucha energía. ¡Necesito cerveza! ¿Qué hora es?
—Dentro de poco serán las cinco, cher —respondió Francis, tendiéndole una lata.
—Estoy cansado. —Un bostezo escapó de sus labios y con ambas manos empezó a tallarse los ojos—. Bien, soy justo. ¿Qué quieren escuchar?
—Espera, voy a buscar la pista en mi móvil —dijo Antonio mientras daba pequeños toques en la pantalla de este. Una vez que encontró lo que buscaba, una sonrisa melancólica surcó su rostro—. Creo que todos la conocemos, así que podremos cantarla. Incluso Roderich.
Sentados todos, quizá movidos por el frío, Antonio y Francis se acercaron un poco más, no solo al fuego, sino entre ellos, chocando hombro con hombro. Gilbert por su parte no lo dudo un segundo y también se acercó al fuego, acción que Roderich imitó y, sin proponérselo, sus cuerpos también terminaron tan cerca como los de sus amigos, debido principalmente a que debían compartir la misma bolsa de dormir.
—Oh, espera. Dame un Segundo —pidió Gilbert. Roderich resintió su ausencia porque al dejarlo se hizo aún más presente el frío de la madrugada. Sin embargo, ya estaba de regreso un minuto después, cargando con el una enorme frazada. Volvió al lugar en que estaba y cubrió con la prenda no solo su espalda, sino también la de Roderich—. ¡Está empezando a hacer mucho frío! Deberían traerse una también.
Francis perforó con la mirada a su "enemigo", pero este parecía estar ausente, contemplando el fuego.
—Bueno, comienzo entonces —dijo Antonio, algo incómodo por la demora.
Todos reconocieron la melodía en cuanto oyeron el acordeón.
—Vor der kaserne, vor de grossen tor, stand eine laterne und steht sie noch dabor…
—So woll'n wir uns wieder se'n, bei der laterne wollen wir steh'n…
—Wie einst, Lili Marleen…[5]—completó en un murmullo Gilbert, agachando la cabeza.
—¡¿Por qué tienes que elegir canciones que nos deprimen, Antonio?! —recriminó Francis, dándole un golpe en el hombro pese a que también había estado cantando.
—¡Pero si todos la sabemos, podemos cantar!
—¡Pero no este tipo de canciones! Dieu...
—Está bien —intervino Roderich—. La canción es... nostálgica. Y triste. Una canción más lenta como esta es pertinente luego de haber escuchado algo tan... "poderoso" como el grupo anterior.
Gilbert no dijo nada. Se limitó a terminar la lata de cerveza que estaba bamboleando entre sus dedos.
Pese a su inicial renuencia, para el final de la canción los cuatro la entonaban. Francis terminó con ambos codos sobre sus rodillas y la mirada en el fuego; Antonio cogía pequeños trozos de pasto, los examinaba y luego los rompía aún más; Gilbert se hundió un poco en la sábana y Roderich se frotaba las manos y cada diez segundos se acomodaba los lentes.
—Quizá aún podemos cantar otra cosa —sugirió Antonio, consciente de que su decisión había apagado los ánimos—. Quizá Roderich tiene alguna idea.
—Tranquilo, cariño —consoló Francis con pequeñas palmadas en la cabeza, como si se tratara de un cachorro.—. Todos sabemos que tenías buenas intenciones.
—Bueno, al Señorito no le gustan las canciones que se cantan sino esas que son de puros instrumentos, ¿no? —continuó la conversación Gilbert, dirigiéndose a Roderich.
—Por lo general, sí... —respondió este, tratando de no pensar en la forma en que Gilbert acababa de describir las sinfonías.
—De todos modos ya no falta mucho para las seis, así que tenemos que estar atentos —apuntó Francis y, tal como había hecho Gilbert, se metió en la carpa en busca de una sábana que los cubra a él y a Antonio.
Los cuatro, incapaces de moverse debido al cansancio, permanecieron alrededor del fuego que ya se estaba extinguiendo, el cual avivaban echando una que otra rama. Para cuando estaban a punto de ser las seis, todos se abrazaban a sí mismos y Gilbert y Antonio cabeceaban adormilados, luchando por mantenerse despiertos. Cuando estaban a punto de rendirse y hundirse en el sueño, Francis exclamó y Roderich dio un pequeño golpe en la costilla de Gilbert:
—¡Ya está claro!
El cielo celeste, puro, se hizo a un lado para dar paso al sol. Las nubes, hasta ese momento grises y azuladas, se tiñeron pronto dorado y la naturaleza que los rodeaba se puso en movimiento: pájaros cantando, crujir de ramas y algunos animales correteando por entre el pasto y los árboles.
Gilbert, ya un poco más despierto, volvió el rostro en dirección a quien le había despertado. Al verlo, no pudo evitar detenerse a observarlo.
—Es precioso… —murmuró Roderich, perdido en la contemplación del cielo.
—Sí...
—Estoy planteándome seriamente hacer esto más a menudo cuando vuelva a casa —bromeó en un murmullo, y también volvió el rostro—. Quizá no eres tan bárbaro como pensaba —confesó al reparar en que lo estaba mirando. No pudo reprimir una pequeña sonrisa. Quizá estaba delirando debido al sueño—. Tienes gusto por algo tan bello como el amanecer y amas intensamente la música...
—A veces... —empezó Gilbert en un arrebato de sinceridad. Quizá también estaba delirando por la falta de sueño—. A veces puedes dejar de ser un niño mimado y un maldito aristócrata y... ser así...
—¿Cómo? —inquirió Roderich, frunciendo un poco el ceño pero sin perder su sonrisa. Sabía que, a diferencia de como ocurría normalmente, esas palabras no eran un ataque.
—Así... Sencillo. Directo. Amable. Franco. ¿Lindo?
—¿Debería sentirme halagado? —casi rio. Su sonrisa dejó ver sus dientes y cerró los ojos como si se sintiera satisfecho. Esa expresión le recordó a Gilbert los momentos en que tocaba el piano. Era muy parecida.
—Puedes tomarlo así —continuó, también sonriente—. El punto es —enfatizó, fingiendo seriedad— que... pues...
—¿Qué? —apuró, dándole un pequeño empujón con su hombro.
—Si te comportaras así, podríamos ser amigos. Verdaderos amigos. Como Francis, Antonio y yo. Mira —se apuró a aclarar, temiendo que Roderich se ría de semejante comparación—, claro que no sería lo mismo, pero ellos se irán y, pues, Lud es genial, mis perros son asombrosos, pero... Bueno, pensándolo bien, no voy a tener mucho tiempo para salir ahora que tengo que prepararme para el examen de ingreso...
Roderich volvió a reír por los pensamientos dispersos de Gilbert.
—Creo que puedo ayudarte con eso. El examen de ingreso. Yo también tengo que rendirlo, así que... no me parece una idea tan descabellada. Podría visitarte, de modo que estudiaríamos juntos. Nunca he tenido en baja estima tu intelecto, después de todo.
—¿Estás seguro? Quizá te sentirías mejor si yo–
—Está bien. Si mi memoria no me falla y la suerte aún te acompaña, la biblioteca de tu casa es perfecta para estos fines. Además, mi nuevo domicilio es bastante más pequeño. Por otra parte, con el piano cerca de mí sería incapaz de concentrarme. Me regaño a mí mismo a menudo debido a que descuido mis lecturas por mi empeño en ensayar con él.
Gilbert permaneció en silencio unos instantes. Roderich creyó que se había quedado dormido.
—¡Bien, es un trato entonces! —exclamó, y con su brazo rodeó los hombros de Roderich, sacudiéndolo alegremente.
—¡Cuidado! —advirtió, luchando por no reír— ¡Podrías tirar mis anteojos!
Pese a su regaño, este ya no dijo nada. Luego de dar un gran bostezo, se tumbó sobre la bolsa de dormir y ya no se movió más. Muerto de cansancio, él también se olvidó de dónde estaba y de cómo debía comportarse. Cayó al lado de Gilbert, no sin antes ingeniárselas para cubrir a ambos con la enorme colcha.
Sobre el suelo, tibio por la frazada y los rayos del sol que los cobijaban, tuvo uno de los sueños más placenteros de su vida.
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Para cuando abrió los ojos, aún se hallaba bajo la frazada, muy a gusto con el calor que le proporcionaba. Se estiró como un gato, con una sonrisa de satisfacción pintada en su rostro, y entonces abrió los ojos. Frente a él estaba Gilbert, despierto también.
—Eres un Señorito dormilón.
Algo avergonzado, procuró arreglar un poco su cabello, el cual caía en varias direcciones sobre su frente.
—¿Qué hora es? ¿Hemos dormido mucho?
—Alrededor de las cuatro. Tú has dormido un montón. Yo me desperté hace rato.
—¿Estabas mirándome?
—¡C-Claro que no! Solo estaba intentando dormir un poco más, y como tú estabas durmiendo, pensé, a lo mejor mirando a alguien dormir me contagia un poco el sueño...
—Entonces sí estabas mirándome. —¿Por qué permitía que Gilbert le haga sonreír tanto?
—No. No te estaba mirando a ti, sino a alguien que duerme.
—Claro. Comprendo, Gilbert —respondió sarcástico—. ¿Dónde están tus amigos?
—Antonio y Francis fueron a conseguir más leña y a ver el riachuelo que hay cerca. Supongo que deben estar bañándose.
—¿Y por qué no estás con ellos?
—Me hice el dormido —dijo, y le guiñó un ojo, como si lo hiciera cómplice de su travesura—. Pero iré a bañarme en cuanto regresen.
—¿Esa es la única forma de asearse aquí?
—Bueno, creo que hay una tina en la cabaña, pero no la usamos porque es más fácil en el río. Igual puedes entrar y usarla, si quieres.
—Creo que optaré por eso. No estoy dispuesto a exponerme de esa forma en un río.
—¡Gilbert!
Ambos reconocieron de inmediato la voz de Antonio. Pronto se dejaron oír sus pisadas. Bajo sus pies crujían algunas ramas y hojas.
—Voy a poner la tina, así que levántate de una vez. Luego iré al río, Señorito. ¡Arriba, arriba! —apuró, pero le dejó quedarse recostado. Él por su parte, una vez de pie, estiró todo su cuerpo y corrió rumbo a la cabaña—. ¡No te duermas de nuevo!
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Pronto se hizo de noche. Una vez que terminaron de asearse, volvieron a ocuparse de sus alimentos y de encender una buena fogata. Cuando todo estuvo listo, o eso pensó Roderich, tomó asiento en el mismo lugar que ocupó la noche —madrugada— anterior. Sin embargo transcurridos un par de minutos, aún no se acercaba ninguno.
Luego de quince minutos de espera, al fin los tres amigos aparecieron. Roderich no había vuelto a ver a Gilbert desde su plática sobre la tina, por lo que al verlo no pudo evitar reparar en sus ropas. Llevaba una camisa blanca de mangas cortas, pero, a diferencia de otras ocasiones, no la llevaba por fuera sino dentro del pantalón; era un poco holgada, así que, sumada a los pantalones negros, resaltaban su vientre plano y abdomen angosto.
—¡Prepárate, Señorito! —exclamó al notar que lo miraba—. Te aseguro que esto será divertido.
Distraído con su ropa, no notó que Gilbert y sus amigos tenían entre sus brazos varias botellas de lo que suponía, partiendo de lo que acababa de decirle, era alcohol.
Francis se ocupó de servir la cena, Antonio colocó un vaso al lado de cada uno y Gilbert dejó las botellas al medio, a una distancia prudente de la fogata.
—¿Con cuál empezamos? Dijo este, dirigiéndose a Francis—. Tratemos de acabar una mientras comemos.
—Trae el vino blanco, cher —pidió su amigo con cierta malicia. Una vez la botella estuvo entre sus manos, se apuró a descorcharla—. Bien, todos tomen su copa; seré yo quien les sirva.
No muy convencido, pero tentado debido a que se trataba de un vino blanco, Roderich cedió y estiró el brazo también, dispuesto a que le sirvan. Antes de que el contenido de la botella sea vertido en su pequeño vaso —el que, por cierto, consideraba indigno de una bebida como esa—, reconoció esa sonrisa. No creía a Francis capaz de hacerle daño, pero definitivamente se traía algo entre manos.
—¡Brindemos! —exclamó Antonio—. ¡Por nosotros!
—¡Por nosotros! —secundaron los demás, y bebieron el contenido del vaso de un solo trago.
A medida que comían, Francis se encargó de suministrarles tanto vino que pronto empezaron a actuar de forma torpe. Hicieron a un lado el plato ya vacío y empezaron a bailar de forma descoordinada y cada vez que uno pisaba al otro, estallaban en una carcajada estruendosa. Roderich no participaba de aquello pero tampoco se negaba a recibir el vino cuando se lo ofrecían. Una vez que la tercera botella estuvo vacía, Gilbert rápidamente tomó otra y continuó repartiendo la bebida.
—¡Disculpen! —se excusó Gilbert en un grito, botella en mano— ¡Debo... ir... al baño!
Antonio y Francis lo ignoraron y continuaron bailando al ritmo de una música imaginaria. Al principio no hacían más que dar brincos torpes, pero luego, de alguna forma quedaron uno frente al otro. Francis colocó su mano en la espalda de Antonio, a lo que este no pudo reprimir una carcajada.
—¿En serio vamos a bailar?
—Évidemment, mon amour —respondió, y su otra mano tomó la de Antonio.
—Capullo —recriminó, aún sonriente.
—Quand il me prend dans ses bras, Il me parle tout bras, je vois la vie en rose... —susurró, apoyando su quijada en el hombro de Antonio mientras los mecía suavemente—.Il me dit does mots d'amour, des mots de tous les jours, et ça me fait quelque chose... Il est entré dans mon cœur une part de bonheur don't je connais la cause... C'est lui por moi, Moi por lui dans la vie. Il me l'a dit, l'a juré por la vie... Et dès que je l'aperçois alors je sens en moi mon cœur qui bat.
[Cuando él me toma en sus brazos y me habla bajito, veo la vida en rosa. Él me dice palabras de amor, palabras de todos los días, y eso me hace sentir algo. Él hace entrar en mi corazón una parte de felicidad de la que yo conozco la causa. Él es para mí, yo soy para él, para toda la vida. Me lo ha dicho, me lo juró por la vida. Tan pronto lo vi, entonces sentí en mí mi corazón que latía]
—N-No entiendo completamente lo que dices... —confesó—. Pero sé cuál es el mensaje con solo oír tu voz. —Su mano libre acarició la cintura de Francis y sus labios se hicieron camino hasta su mejilla—. Je t'aime —chapurreó en su mejor intento de francés.
—Lo sé —respondió, abrazándolo con fuerza— Yo lo sé.
—¡Whoah! ¡Me voy cinco minutos y pasan estas cosas! —exclamó Gilbert, tambaleándose y dándole sorbos a la botella que tenía en la mano hasta terminarla. Al volver el rostro, descubrió a Roderich sentado observándolos, su vaso vacío en una mano y en la otra una botella de vino blanco. Era una de sus debilidades, después de todo—. ¡Hey, hey!, ¿qué haces? —recriminó, arrebatándole la botella—. Yo juraba que no te gustaba la bebida...
—No me gusta, pero esta no es cualquier bebida —respondió, y por la forma como hablaba intuyó rápidamente que ya estaba bastante ebrio pese a que intentaba aparentar lo contrario. Gilbert, divertido por esa faceta de Roderich, tomó una de sus manos y lo obligó a ponerse de pie—. E-Espera...
—¡Arriba! —exclamó divertido. Una vez de pie estuvo a punto de caer, por lo que, haciendo a un lado la botella que sostenía, tuvo que tomarlo de la cintura con un brazo. Roderich, aturdido, colocó ambas manos sobre los hombros de Gilbert—. ¿Acaso no recuerdas qué pasó la otra vez que te embriagaste? Estabas conmigo y–
—Y Elizabetha te dio un sartenazo por "hacerme daño" —sonrió. Gilbert clavó su mirada en su rostro y ya no pudo apartarla más—. ¿Te dije que hablé con ella? Puedes verla si quieres... Sé cuánto quieres verla... No creas que no lo sé... —terminó en un susurro, y a medida que decía aquello, la sonrisa se esfumó. Su aliento tibio golpeó la quijada de Gilbert y sus ojos se perdieron en algún punto del suelo.
Gilbert dio un largo trago al vino que acababa de arrebatarle a Roderich y soltó la botella. Con las dos manos libres envolvió su cintura y, tal como había visto hacer a Francis, empezó a mecerse, imaginando una melodía.
—En realidad... creo que ya no–
—¿Vamos a imitar a esos dos? —interrumpió Roderich con el ceño fruncido—. Dudo que tengas... idea... de cómo bailar...
—Déjame intentar.
Un susurro. Un susurro que depositó en la oreja de Roderich antes apoyar su mandíbula en el hombro de este y continuar con el vaivén de sus cuerpos. Pese a estar tan ebrio como él, de todos modos el Señorito parecía ser el encargado de guiarlos, al menos dentro de lo posible en su estado, porque en lo único que parecían estar concentrados era en la suave voz de Francis cantando esa famosísima canción. No tenían idea de dónde estaban, solo seguían el movimiento, hasta que un pie de Roderich tropezó con algo y se frenó a tiempo antes de caer.
—¡Estuvo cerca! —rio, separándose un poco de Gilbert para poder ver qué había pasado. Estuvieron a solo un paso más de derribar la carpa—. Creo que ya...
—Ya fue... suficiente por hoy... —completó Gilbert, mirando al piso.
—Debo... dormir un poco... —Sus dedos recorrieron su cabello, se acuclilló y sus manos intentaron torpemente deshacerse de la bragueta de la entrada. Su torpeza le causó gracia.
—D-Deja, te ayudo —propuso Gilbert, e hizo a un lado a Roderich. Luego de forzar un poco el cierre, finalmente cedió. El Señorito pronto se sumergió en el pequeño espacio.
—Buenas noches...
Estaba a punto de acostarse, coger alguna cobija y dormir para a la mañana siguiente pretender que nada de eso había pasado; ya tenía bastante y se sentía más que satisfecho; pero antes de conseguirlo, sintió un tirón en su muñeca que lo hizo caer.
Cuado abrió los ojos, descubrió que Gilbert se hallaba encima de él, con sus piernas a ambos lados de su cuerpo y sus manos cerca de su rostro. Antes de que pueda procesar qué estaba ocurriendo, esas manos tomaron las suyas e intentaron colocarlas por encima de su cabeza.
Parpadeó dos veces y recobró el aliento. Antes de que Gilbert logre su propósito, empezó a forcejear con él con todas las fuerzas que reunió. Sabía que no tenía sentido, él era mucho más fuerte pero, de igual forma, tenía que hacerlo.
—¡Gilbert! —exclamó, una mezcla de emociones en su interior, pero especialmente miedo—. ¡Tú estás–!
Luego de pelear con Roderich y sentir sus uñas clavarse en sus palmas y el dorso de sus manos, además de las sacudidas de su cuerpo, desistió. Soltó sus manos un segundo y se lanzó en busca de su boca. Ahora sus manos no intentaban someterlo sino, por el contrario, acariciar la piel de su rostro. Piel perfecta, sin mácula alguna, nunca opacada por el sudor. Piel de porcelana cuya textura ya había imaginado antes, aunque se empeñara en negarlo.
Al principio intentó rechazarlo, pelear tal como había hecho con sus manos, pero en cuanto sintió la humedad de su lengua contra sus labios, cometió el error de exhalar, lo cual fue aprovechado para introducirse en su boca. Hecho eso, no pudo hacer más que fundirse en él. Sus manos, antes rebeldes, buscaron desesperadamente sentir el cuerpo que tenía arriba del suyo, palpando sus costillas por encima de la camisa.
Gilbert se separó un momento por falta de aire, pero lo único que hizo fue contemplar el desastre que estaba causando y que no podía detener.
—N-No está bien... —dijo Roderich antes de que Gilbert se lance a la carga una vez más. Tenía la mirada perdida, las manos aún aferradas a su cintura y los labios rojos y húmedos—. N-No está bien... —casi gimoteó, y Gilbert creyó comprender la dimensión de lo que estaba haciendo. En su rostro leyó que estaba afectado aunque no quería verse vulnerable.
—Yo–
—Tú... a ella... Estás ebrio... —continuó, y por fin soltó su cintura—. Ella...
—¿Ella? —preguntó él, pasándose una mano por el pelo—. ¿Quién?
—Tú... —se detuvo un momento y sus manos formaron puños—. A ella. Es a ella. No a mí... —volvió a gimotear. Gilbert, preocupado, tomó con cuidado su quijada y lo obligó a mirarlo. Tenía sus bonitos ojos violetas empañados, vidriosos.
—¿De qué estás hablando? —Intentó depositar un beso directamente en sus labios, pero Roderich lo esquivó y apenas pudo dárselo en la comisura de estos.
—Haces esto porque estás ebrio. N-No sé qué ocurre contigo, pero–
—S-Sí, estoy ebrio... O, bueno, lo estaba hasta hace unos minutos, pero esto–
—No está bien.
Gilbert meditó un momento, y una sola idea cruzó su pensamiento.
—¿Está mal... porque estás casado? ¿Es eso?
—No... —inhaló con fuerza y recobró su serenidad. Si ese era el momento, no iba a dejar el asunto a medias—. No es eso lo que realmente importa. Tú estás enamorado de ella. Estás aquí solo porque estás ebrio. Lo he sabido siempre, incluso desde que somos niños...
Roderich vio que Gilbert le daba la espalda y avanzaba con dirección a la salida de la carpa.
Es lo mejor, pensó. Un nudo se formó en su garganta. Es lo mejor para todos, incluso para él. Es lo mejor, aunque ahora no lo parezca y solo sienta su corazón retorcerse.
Antes de que intente volver a su primer plan, acostarse, cobijarse y olvidarlo todo, volvió a ser derribado, ya no toscamente. Los labios de Gilbert buscaron los suyos y luego se perdieron en su cuello, aspirando su aroma. Aunque nunca lo dijera, era algo que admiraba e incluso envidiaba. Luego, sus dedos se perdieron entre las hebras de Roderich, palpando todo como si estuviera descubriendo, por fin, aquello por lo que tanta curiosidad sentía.
—No está bien... —susurró para sí mismo como una forma de frenar todo a punta de autocontrol. Sin embargo, sus dedos se crisparon al sentir la lengua de Gilbert sobre su manzana de Adán y el camino de saliva que iba dejando rumbo a su clavícula. Perdido en la sensación, solo atinó a deshacerse de los botones de su camisa para facilitarle el acceso.
—Lo sé... —respondió, y con sus pulgares peinó las cejas de Roderich, acarició sus mejillas y depositó un pequeño beso en el lunar que tenía bajo su labio—. Lo sé. —Un beso más, esta vez en la frente, y Roderich se animó, por fin, a tocar también su rostro.
Piel pálida, blanquísima, labios finos, mejillas afeitadas, suaves, párpados empeñados en ocultar una parte de sus ojos. Esos ojos. Ojos que lo marcaron desde que los vio por primera vez.
Roderich recorrió con sus manos sus hombros, sus brazos, sus caderas, y deshizo el camino con rumbo a su cuello para desbaratar los botones uno por uno con mucha parsimonia, siendo atravesado por la mirada densa, oscura, expectante de Gilbert, quien cada tanto, quizá un poco por la desesperación que sentía pero intentaba controlar inútilmente, se inclinaba para repartir besos sobre su barbilla y sacudía sus caderas. Hecho eso, se tomó la libertad de recorrer su pecho con las palmas de sus manos, además de su abdomen delgado y plano. Gilbert hizo lo mismo, poniendo especial énfasis en hundir sus manos en su torso, causándole algunas cosquillas.
Cada uno tuvo un momento para contemplar al otro. La lengua de Gilbert se enrolló en su pecho y se apresuró a llegar a su ombligo para luego regresar a su cuello, fascinado con los sonidos que lograba sacarle y con el aroma de su cabello. Roderich delineó los labios de Gilbert con sus dedos y lengua, al igual que su oreja, hombros, pecho, ombligo y costilla a costilla.
Continuó repitiendo que lo que hacía no estaba bien, pero ya no en voz alta. Su conciencia hablaba, pero él ya no era capaz de escucharla. La voz se extinguió cuando, en un arrebato, finalmente se deshizo del cinturón de ambos y su mano se fundió entre la tela y sus pieles.
Gilbert gruñó al sentirlos a ambos, una fricción mágica que casi lo vuelve loco. Balanceó su cuerpo en busca de más contacto, ya sea con la hombría de Roderich o con esa mano que se cernía sobre ambos, y en su desesperación se ocupó de devorarle la boca. Cuando estuvo a punto de desfallecer, separó sus labios y pegó sus frentes, clavando su mirada rojiza en la violeta de él.
—Roderich...
Se sintió morir al oír que jadeaba su nombre. Una mezcla de gratitud, deseo y ternura.
Se aferró a él, hundiendo los dedos en la piel de su espalda cuando llegaron al momento culminante, porque la presencia de Gilbert era lo único seguro que tenía en ese momento.
Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, como si luego de muchísimo tiempo, una vida entera, al fin hubiera hallado la paz que tanto buscaba.
Restregó su rostro contra la mejilla de Gilbert en un gesto de amor puro, y luego depositó un delicado beso en el lóbulo de su oreja. Él, al comprender el sentimiento detrás de esas caricias, le devolvió el abrazo con aún más fuerza, tomó una manta y los cubrió a ambos. Roderich se acurrucó contra él, cobijado por el calor que desprendía su pecho.
La voz de su interior quiso volver a pronunciarse, pero él procuró acallarla.
El suave latido del corazón de Gilbert era lo único que llenaba sus oídos y mente.
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Continuará
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[1]: Almdudler es una bebida típica de Austria. Es un refresco sin alcohol hecho a basa de edulcorante y limonada de hierbas. Es la bebida más consumida en Austria, solo superada por Coca Cola.
[2] y [3]: Creo que todos conocemos la canción XD ¡Vamos, es "Du Hast" de Rammstein! Está contenida en mi disco favorito: Sehnsucht.
La letra consiste en un juego de palabras porque Till, el vocalista, al momento de pronunciar "hast"(tienes) lo hace sonar como "haβt"(odias). En toda la canción se juega con la idea clásica del matrimonio, se burlan de los votos nupciales tales como "¿Prometes amarla hasta que la muerte los separe?" —indirectas directas al Rode—
[4]: Se refiere a "Mein Teil", también de Rammstein. Pertenece al disco Reise, Reise. La canción está inspirada en un hecho real.
[5]: OK, ES MUCHA MALDAD ESA REFERENCIA.
"Frente al cuartel, delante del portón, había una farola, y aún se ubica allí. Allí volveremos a encontrarnos, bajo la farola estaremos. Como antes, Lili Marleen"
Sí, sigo esperando a DeValier.
*Bueno, no puse como cita la canción de Francis, pero también es súper conocida: "La Vie en Rose".
N.A: OMG. OKAY, IT'S HAPPENING. EVERYBODY STAY CALM. STAY FUCKING CALM! (?)
Ok, no sé qué puedo decirles...
Nada aparte de: yo nunca escribo porno. Nunca haría lemon con todo súper explícito... So, sorry por quienes esperaban algo más fuerte (?)
Espero, de veras, que el capítulo les guste. Yo siento que por fin llegamos a ese punto de quiebre entre este par de giles, mis bbs :') Pero, obviamente, el final del fic aún está lejos de llegar. Como les dije en el cap anterior, nada más hace falta hacer un cálculo de todos los problemas que aún falta afrontar... Dios.
Por cierto, Rode siente "debilidad" por el vino blanco porque Austria produce MUCHO vino blanco y vinos dulces.
¡Muchísimas gracias por seguir pendientes de este fic! Tengo palabra y prometo seguir. Este capítulo me ha inspirado mucho.
Nos leemos.
