Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO DÉCIMOTERCERO

UN SUEÑO

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Sentía un dolor punzante en la cabeza y los pies helados. Recogió sus rodillas hasta la altura de su cintura en busca de calor y se descubrió desnudo. Abrió los ojos abruptamente y se halló solo. Tanteó entre la sábana, aún sin acostumbrarse a la luz que se filtraba por las aberturas de la bragueta de la tienda de dormir, y al encontrar su camisa, se apresuró a ponérsela, al igual que sus pantalones. Se pasó una mano por el pelo, se talló los ojos y buscó luego sus zapatos. Una vez calzado, salió de ese pequeño espacio. La luz de la mañana le golpeó el rostro, forzándolo a entrecerrar los ojos. Ya adaptado, volvió a abrirlos y, nuevamente, se halló solo.

Extrañado, dio una vuelta alrededor, pero con lo único con lo que se encontró fue con la carpa de Francis y Antonio completamente cerrada, además de haberse esfumado el desastre que habían causado la noche anterior: no se tropezó con ninguna botella ni algún plato vacío.

La noche anterior...

—¿Francis? —llamó a través de la tela de la carpa—. ¿Estás ahí?

Cierta ansiedad empezaba a agitarlo.

—N-No se habrán marchado...

Corrió rumbo a la cabaña y llamó un par de veces. Al no obtener respuesta, se adentró en esta. Nada. Al menos le quedó claro que no se habían marchado al ver que la comida seguía guardada allí.

La noche anterior...

Con el corazón inquieto, decidió que sería buena idea echar un vistazo al río. A lo mejor se hallaban ahí, bañándose o recogiendo agua. Aunque no lo aceptara, lo cierto es que se sentía bastante nervioso ante la idea de quedarse solo en medio del bosque. No tenía cómo volver ni cómo comunicarse con ellos ya que no tenía idea de dónde había dejado su teléfono móvil; además, ¿qué motivo tendrían para hacerle esa jugada?

Todo el nerviosismo que había acumulado en su cuerpo se redujo a una sola sensación una vez que se halló frente al cauce del río.

Frenó en seco. Sintió su estómago terriblemente pesado, al igual que su cuerpo, como si pesara lo mismo que un millón de ladrillos. Perdió el aliento y, por supuesto, fue incapaz de moverse.

—Buenos días —saludó Roderich impasible. Su mirada barrió a Gilbert y luego volvió a concentrarse en la contemplación el río. Se hallaba sentado sobre una especie de toalla, sus brazos yacían sobre sus rodillas, tenía los pies desnudos y sus dedos apenas rozaban el agua clara.

—¿Sabes qué hora es? —dijo por decir algo, cualquier cosa, para poner a trabajar su mente. Su primer pensamiento coherente fue—: ¿Lo de ayer fue un... sueño?

Roderich apretó la mandíbula.

—Son aproximadamente tres de la tarde. Y no, no fue un sueño —respondió, siempre impasible—. Aunque sé que te gustaría que así sea.

—N–No he dicho nada de eso —replicó Gilbert, y a medida que lo hacía, se iba poniendo furioso. ¿Con qué derecho se atrevía a afirmar algo así? ¿Acaso tenía idea de cómo se sentía?— ¿Por qué–?

—Lo intuyo y lo adivino. —Roderich tomó una pequeña roca y la arrojó al agua—. Así que no te preocupes. Nada pasó. Todo sigue perfectamente igual.

—¿Dónde están Francis y Antonio? —espetó, y cierto dolor empezó a punzarle el pecho. No era la angustia de antes, era algo completamente diferente que le recordó de alguna forma a Elizabetha.

—Deben seguir en su tienda. Cuando desperté, creí oír un ronquido.

—Los despertaré y nos iremos ahora, ¿me has oído? —siseó. Dio un giro y se encaminó rumbo a las carpas, levantando todo el polvo que podía a su paso debido a sus furiosas pisadas.

Roderich no volvió el rostro en ningún momento. Sumergió ambas manos en el agua, se frotó el rostro con estas y se convenció a sí mismo de que las gotas que resbalaban por sus mejillas eran solo eso: agua y nada más.

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—Honestamente, creí que se habían marchado —comentó Gilbert, ya de mejor humor, mientras ayudaba a Francis a empaquetar toda la comida que habían llevado—. Me acerqué a tu tienda y no oí nada.

—Bueno, luego de hacer ciertas cosas, uno queda más cansado de lo normal... —dijo Francis, con ese tono que Gilbert sabía perfectamente qué significado tenía—. ¿Y tú? ¿Qué pasó anoche?

—Nada —se apuró a contestar. Francis detectó en el acto que algo estaba ocultándole. Su mirada esquiva lo decía todo—. ¿O sea que... Antonio y tú...?

—Así es. Lo mismo que Roderich y tú —susurró, dándole un codazo.

Gilbert pegó un brinco y soltó lo que tenía entre las manos.

—¡¿Qué dices?! ¡Claro que no! —exclamó, casi con asco.

—Gilbert, cher, no intentes engañarme. Puede que haya estado muy ocupado, pero veía qué estaba ocurriendo. Antonio y yo nos acostamos mucho rato después de que ustedes lo hicieran. Vi que te quedaste con él toda la noche. ¿Qué pasó?

Torció los labios, incómodo como nunca lo había estado en su vida.

—Yo... m-me... Me tiré al Señorito —resopló, frotándose la nuca, apretando los ojos—. Pero es todo, fue un error. Nunca volverá a pasar.

—Bueno, ya sabes que quiero detalles, ¿verdad? ¿Te lo tiraste? Es decir, ¿tú estabas arri–?

—¡Francis! —recriminó con cierto rubor en las mejillas—. No voy a entrar en detalle. Fue una idiotez de borracho. Es más, ni me acuerdo —sentenció, muy convencido.

—No te creo, y es por muchos motivos. Pero, para ilustrarte, te diré solo uno: esa fue tu primera vez. La primera vez nunca —enfatizó— se olvida, mon ami.

Gilbert volvió el rostro, incrédulo y algo indignado. Boqueó como un pez fuera del agua y no alcanzó a decir palabra. Su piel pálida brillaba de tan roja que estaba.

—Ahora, dada tu inexperiencia en esos ámbitos, porque siempre le guardaste una fidelidad de hierro a la linda Elizabetha, será mejor que me cuentes si no quieres que empiece a especular. Si fue tu primera vez... ¿de verdad te lo tiraste tú? ¿A lo mejor fue él quien–?

—¡Oye! —exclamó, dándole un empujón, incapaz de soportarlo más—. No hay mucho que contar... —suspiró, derrotado—. Fue bastante aburrido en realidad. Sí, lo fue. No sentí nada. Es muy frígido —se apuró a aclarar, meneando frenéticamente la cabeza.

—Claro, claro. Yo te creo, Gilbert. Pero bueno, puedes contarme. Extiéndete en todos los detalles que quieras.

—Pues... estábamos borrachos. El Señorito casi se cae, así que lo ayudé a entrar a la tienda. De pronto, ya estábamos besándonos.

—¿Y él aceptó besarte así nada más? ¿No opuso resistencia?

—Hmm... —El recuerdo le llegó como un rayo. Tragó saliva—. No sé, pero estaba cooperando. Yo estaba encima de él y después... Después...

—¿Después? —apuró Francis.

—Pues, nos besamos más... E–El pecho y el torso... Él me besó y tocó mucho el torso... Yo a él... el cuello y el pecho... —Francis se deleitaba con el rubor de su amigo—. Y al final él... Él... Su mano...

—Gilbert —recriminó debido a su timidez.

—Su mano... nos bajó el cierre y... a los dos... Ya sabes. —Gilbert sumó a su "explicación" un movimiento de su mano, ascendente y descendente, que desató una carcajada en Francis.

Mon Dieu! —siguió riendo con ambas manos sujetando su abdomen—. ¡Qué ternura!

—Cállate... Y eso fue todo. Nos arropamos y nos quedamos dormidos.

Mon amour, no te enojes. Ya sabes cómo soy. Bueno, al final, digamos, ninguno se tiró a ninguno. Solo se mast–

—¡CÁLLATE!

—¡Es la verdad! Siempre soy sincero en estos asuntos, ¿o no? No podías esperar menos de mí. —Gilbert resopló y, a manera de cortar el tema, retomó su trabajo de empaquetar las cosas—. Pero bueno, ahora solo quiero una cosa de parte tuya en nombre de nuestra amistad.

—¿Qué es?

—Quiero que seas totalmente sincero y respondas con la verdad a todas las preguntas que te voy a hacer. Promételo.

Chasqueó la lengua fastidiado, pero sabía que debido a su amistad, no podría negarse a lo que le pedía. Movió ligeramente la cabeza a modo de asentimiento.

—¿Te gustó?

Francis sabía perfectamente que era un tema espinoso y que definitivamente, si dependiera únicamente de Gilbert, ese episodio quedaría en completa reserva, pero no podía detenerse. Era absolutamente necesario interrogarlo o de lo contrario todos sus esfuerzos serían en vano. Así que aguardó con calma, leyendo cada uno de sus movimientos, por mínimos que fueran, en busca de algún indicio que le hiciera pensar que estaba intentando mentirle.

—Bueno, es algo corporal, ¿no? Pudo ser él o cualquiera e igual me habría sentido bien haciéndolo.

—Pero, a partir de lo que me cuentas, si empezaron besándose, fueron los besos los que te excitaron o empezaron a excitarlos, a ti y a él, ya que fue lo que desencadenó que sigan tocándose. No fue que él empezara a tocarte y eso nublara tu juicio para que las cosas lleguen hasta ese punto. —Tomó aire y se acomodó el pelo, algo estresado por lo difícil de la conversación—. Sé que no me estás mintiendo, Gilbert, pero lo que me cuentas es lo que estás tratando de hacerte creer. Si quieres mi sincera opinión, yo creo que sí te gustó, y no tiene nada que ver que sea solo sexo. Te gustó porque fue él.

—P–Pero... Yo nunca he sentido nada por él...

—Déjame hacerte un par de preguntas más, por favor. ¿Qué sentiste cuando terminaste?

—La verdad... Como feliz. Algo así. Él se veía muy feliz... Incluso me sonrió... Era una sonrisa rara... Parecía tranquilo, en paz. Nos abrazamos...

Dieu... —suspiró Francis, entre conmovido y preocupado, con una mano en el pecho, justo sobre el corazón—. Lo mismo nos pasa a Antonio y a mí cuando–

—No necesito detalles de eso —atajó a tiempo Gilbert.

—Lo siento. Ahora, esta pregunta es importante y quiero que entiendas que si no eres sincero, no podré ayudarte. Ahora estás hecho un lío, me di cuenta cuando me encontraste que tenías un humor espantoso, así que, si quieres que te ayude, por favor, responde: ¿pensaste en algún momento en Elizabetha? De la forma que sea, ¿pensaste en ella?

Gilbert enmudeció y se le secó la garganta. ¿Debía explicarle todo a Francis, todo lo que había platicado con Roderich?

—En realidad, quien no dejaba de hablar de ella era el Señorito...

—¿Qué decía?

—Primero, que si quería podía ir a verla o algo así, no recuerdo bien porque en ese momento estaba borracho. Cuando empezamos a... besarnos... estaba lúcido... Él me detuvo y me dijo que lo que estábamos haciendo estaba mal.

—Tú insististe en continuar, imagino.

—Primero hablamos. Insistía diciendo algo sobre "Ella" esto, "Ella" lo otro, y al final me echó en cara que si estaba ahí con él era solo porque estaba borracho y que en realidad estoy enamorado de Eli, que siempre lo ha sabido.

—Bueno, no es que seas bueno para ocultarlo, cher... Y, sobre eso, ¿es cierto? ¿Estás enamorado de ella?

—Nunca me he planteado eso seriamente —respondió, rascándose la nuca—. Solo pensaba y pienso que no deberían estar juntos, ni como amigos. Nunca me ha gustado verlo con ella.

—¿Por qué empezaste este "plan", entonces?

—Porque el Señorito la hace infeliz, porque sé que él no se la merece. Eli se veía más feliz cuando era soltera.

—Yo creo —empezó Francis, y delicadamente rodeó los hombros de Gilbert para guiarlo al sofá de la cabaña— que tú la quieres muchísimo y te acostumbraste a su presencia, al punto de quererla solo para ti. Es innegable que de niño estabas enamorado de ella, terriblemente enamorado, pero con los años, de alguna forma, te resignaste a solo ser su amigo, gran parte de eso gracias al larguísimo viaje que dio, y he ahí por qué siempre quieres protegerla. Aún tienes sentimientos especiales por ella, de eso no me cabe duda, pero no es amor. ¿Te imaginas una vida de pareja con ella? ¿Te imaginas ocupando el lugar de Roderich?

—No...

—¿Has imaginado besarla? ¿Tocarla?

—Bastantes veces —rio, muy bobo, algo apenado.

—¿Te gusta Roderich? Elizabetha te gusta física y emocionalmente, eso lo tengo claro, pero, ¿qué hay de Roderich?

Permaneció en silencio un rato, mordiéndose el interior de la mejilla. Más que dudar, estaba buscando una respuesta sincera en su interior.

—No es porque sea guapo como ustedes dicen, pero, ahora que lo he tratado... No es tan borde, ¿entiendes? No es tan pedante como pensaba...

—¿Alguna vez deseaste besarlo?

—Nunca hasta anoche...

—Entonces... ¿Anoche lo besaste porque realmente deseabas hacerlo?

—Sí —resopló, abatido, y dejó caer la cabeza en el respaldo del mueble—. Sí... Sí, quería...

—¿Qué sientes cuando lo ves?

—Enojo —respondió en el acto, incorporándose.

—¿Por qué?

—Porque está casado con Eli y... y... Y ahora me confunde...

—Espera, ¿estás molesto con él ahora mismo porque se acostaron? No, no, la cuestión aquí es otra —se corrigió Francis, cobrando ánimo debido a la preocupación—. ¿Han hablado sobre lo que pasó?

—A-Algo así...

—Gilbert Beilschmidt. ¿Qué. Le. Has. Dicho?

—¿Yo? Nada. Él dijo que podía tomarme lo que pasó anoche como un sueño y que seguro eso era lo que quería, que todo seguía igual que antes, así que me fui y lo dejé ahí. También le dije que ya nos íbamos. Que se joda.

—Te dolió lo que dijo, ¿verdad?

—N–No... Me molestó que asumiera que me conoce lo suficiente como para adivinar qué siento o cómo prefiero que sean las cosas. ¡Yo no le alcancé a decir nada para que se ponga en ese plan!

—No es que sea fácil platicar contigo, para ser honesto, cher... A lo mejor, como forma de defenderse de lo que imaginó sería tu rechazo, se adelantó a tus posibles palabras, ¿no crees?

—¿Y a él qué le va a importar si lo rechazo? Si todo el tiempo se la pasaba diciendo que estaba mal y pensaba en Eli. Lo que quería era hacerme sentir que lo que pasó no le importa una mierda y que le va y le viene cómo sigan las cosas.

—¿Por qué siguió con lo que empezaron a pesar de que te detuviste un instante entonces? De haber querido, te habría frenado.

—¿Qué quieres decir...?

Alguien llamó a la puerta y Francis se incorporó en un solo movimiento.

—¿Ya terminan con eso? —La voz de Antonio se dejó oír desde afuera—. Yo ya tengo guardadas las tiendas y lo demás.

—Tienes toda la tarde para pensarlo bien —susurró finalmente Francis, acariciándole la quijada—. Suerte.

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No se dirigieron palabra alguna cuando volvieron a verse. Francis y Antonio rápidamente se apoderaron de los asientos posteriores, por lo que tuvo que resignarse a ocupar el del copiloto. Roderich tomó el volante con ambas manos, muy firmemente, y alrededor de las cinco de la tarde partieron de regreso. Antonio tenía la cabeza apoyada en el hombro de Francis, mientras que este se ocupaba de acariciarle el cabello y observar los rostros de sus compañeros de viaje a través del espejo retrovisor. Gilbert tenía la mirada clavada en la ventana, apoyado su rostro en su muñeca, mientras Roderich parecía tener todos sus sentidos enfocados en la carretera, absolutamente indiferente de lo que hacían los demás.

Transcurrió alrededor de media hora; ya habían dejado atrás el bosque y se vislumbraban algunos locales bordeando la carretera. Al ver que Gilbert se había quedado dormido, Francis decidió actuar.

—Roderich —llamó suavemente. No quería jugar con su suerte en ese momento; una negativa de parte de Roderich no estaba contemplada en sus planes—. ¿No estás cansado? Aún nos queda mucho rato antes de llegar. ¿No prefieres descansar?

Este curvó una ceja, escéptico.

—Un poco, ciertamente. ¿A qué se debe la preocupación?

—Como podrás ver, hay muchos restaurantes por aquí. Podríamos detenernos a beber o comer algo antes de continuar el viaje. Incluso podríamos detenernos a dormir un rato en el coche.

—No es mala idea —intervino un adormilado Antonio—. Desde hace un rato tengo hambre, pero no quería decir nada.

—Gilbert se ve cansado también, ¿no te parece? —apuntó Francis, dispuesto a probar su reacción. Roderich desvió un momento su atención y descubrió a Gilbert dormido, muy tranquilo. Parpadeó un par de veces y tomó aire—. Estoy seguro de que se durmió con hambre.

—¿Qué sugieres entonces?

—El restaurante Old Paul's queda a unos metros. Tienen bebidas, comida y un confiable estacionamiento.

—De acuerdo... —suspiró—. ¿Cuánto tiempo tardaremos ahí? No quiero llegar de madrugada porque tendré más sueño.

—Apenas una hora, calculo, a no ser que decidamos dormir un poco en el auto. ¿Qué te parece?

Roderich ya no contestó. Permaneció en silencio hasta que a cierta distancia divisó un cartel rojo con luces de neón en el que se leía Old Paul's, una mezcla de rojo y amarillo en letras redondas. Hábilmente se estacionó a un lado y al fin soltó el volante.

—Listo.

Antonio espabiló y Francis lo ayudó a bajar del auto. Roderich abandonó el vehículo también, no sin antes extraer la llave y asegurarse de que todas las ventanas estén muy bien cerradas. Antes de que diera un paso más, un movimiento de mano de Antonio le indicó que quería que haga algo: despertar a Gilbert.

—Despierta —dijo, zarandeándolo un poco. Gilbert masculló algo entre sueños, pero, en lugar de levantarse, se acurrucó aún más contra el asiento. Indignado por el resultado que obtenía, lo sacudió con más fuerza—. Gilbert Beilschmidt, despierta o te dejaré encerrado y morirás asfixiado.

—¿Qué...? —Tragó con fuerza y estiró su cuerpo como un gato. Se talló los ojos y al volver el rostro en dirección a la voz que le hablaba, frunció el ceño—. ¿Qué quieres?

Con la vista más clara, se percató de la vacilación en el rostro de Roderich.

—Que te levantes —respondió al fin—. Tus amigos creyeron que era buena idea detenernos a comer algo y descansar un poco antes de continuar el viaje. Es por eso que decidimos detenernos. Para poder asegurar mi auto como corresponde, es necesario que salgas, de lo contrario, pondremos en peligro tu vida. Levántate. Tus amigos ya están adentro y deben estar ordenando.

—Vale —resopló, y en un salto dejó el vehículo. Sin ninguna delicadeza, trotó con rumbo al restaurante en lugar de esperar a Roderich.

Una vez dentro, descubrió que sus amigos se hallaban frente a una mesa, cada uno con una cerveza y lo que parecía la carta frente a ellos.

—¡Hey! —saludó Antonio, feliz de verlo—. ¿Estabas muy cansado? Parecías tener un sueño muy pesado.

—Algo así... ¿Qué van a comer?

—Hay carne guisada, pastas, salchichas, papas hervidas... Creo que pediré una ensalada. No quiero lastimar más a mi estómago —comentó Antonio, torciendo los labios. Hizo a un lado la carta y dio un trago a su cerveza. Gilbert, juguetón, dispuesto a olvidarse de su mala disposición por el asunto del Señorito, se la arrebató antes de que alcance a dejarla en la mesa—. ¡Oye! —rio, nada ofendido.

—¡Es por tu estómago! —explicó, y de un solo trago se bebió casi la totalidad del contenido—. ¡Salud!

—¿Por qué brindamos? —preguntó Francis, también con su cerveza en la mano.

La silla que se hallaba al lado de Gilbert fue removida, provocándoles a todos un susto. El causante, Roderich, tomó asiento en esta y delicadamente tomó la carta que había dejado Antonio.

—Por ustedes dos. ¡Por ser los mejores amigos que jamás tendré y porque sé que puedo confiar en ustedes para lo que sea! ¡Por su sinceridad conmigo! —exclamó, sacudiendo la lata, eufórico. Francis no pasó por alto la pequeña sonrisa que se dibujó en el rostro de Roderich.

—Salud, mon amour.

¡Salud!

El mesero se acercó a ellos y apuntó sus pedidos. Gilbert se decidió por la carne con papas hervidas y guisantes; Francis, al igual que Antonio, prefirió una ensalada y Roderich se limitó a pedir un refresco de limón y algún pastelillo o bizcocho que tuvieran a su disposición. Luego de diez minutos, el hombre estaba de regreso cargando a duras penas todo lo que le habían solicitado.

—Ah, tráiganos más cervezas —pidió Gilbert, inclemente con su cuerpo.

—Me alegra que sea Roderich el que maneje —comentó Antonio—. Sería un problema que tengamos que manejar nosotros. A este paso, con la cerveza...

—No bebo porque creo que ya tuve bastante el día de ayer. Sería un abuso seguir bebiendo; prefiero cuidar mi salud y garganta.

Gilbert, que ya estaba destapando otra lata, rodó los ojos y dio un largo trago.

La comida se desarrolló con tranquilidad. Los tres amigos bromeaban y recordaban algunos momentos de infancia, nostálgicos debido a su inminente despedida. Sumidos en su dilatada conversación, llena de risas, codazos, guiños y brindis, no se percataron de que ya llevaban alrededor de dos horas en el local. El mesero, debido a la cantidad de cosas que pedían, entre cervezas y piqueos, se veía obligado a regresar constantemente a su mesa.

El ánimo de Gilbert estaba en su tope. Atrás habían quedado sus preocupaciones de la tarde. Sin embargo, mientras estaba destapando otra lata, sintió un retorcijón en el estómago. Francis y Antonio, quienes decidieron sumarse y beber con él finalmente, no se percataron de que su amigo salió disparado rumbo al baño. Roderich por su parte, algo cansado de estar rodeado de gente ebria, decidió que lo mejor para él sería salir de ahí, no sin antes cancelar la cuenta. Seguramente iban a terminar tan ebrios que apenas podrían levantarse, y definitivamente no quería estar cerca de ellos en un momento tan bochornoso.

Gilbert corrió al inodoro, asustado de tener que devolver el estómago. Se pasó una mano por el pelo y se sentó sobre este, tratando de convencerse a sí mismo de que estaba perfectamente bien y no iba a vomitar. Control mental. Una vez que dejó de sentir las náuseas, se aproximó al lavadero, se empapó la cara y enjuagó la boca. Ya no sentía las arcadas de antes, pero el gusto de la cerveza aún presente en su boca le sabía a amenaza.

Salió del baño y supuso que se había tardado muchísimo más de lo que pensaba, porque al reparar en sus amigos, descubrió con cierto desagrado que se estaban besando sin pudor alguno. Decidido a acabar con su malestar, compró dos botellas de agua y pagó al mesero, quien le aseguró que ya todo había sido cancelado, incluso con propina, y que se sentía tremendamente aliviado de no tener que acercarse más a esa mesa.

Ofendido al saber que, obviamente, quien había pagado había sido Roderich, tomó las botellas de agua y se dirigió al auto, seguro de que se encontraría allí. Antes de que pueda tomar la manija, la voz de Francis lo detuvo:

—¿Ya hiciste lo que te dije? —exclamó mareado, con la voz rasposa.

—No sé de qué–

—¡Dile cómo te sientes! —recriminó, golpeando una lata de cerveza contra la mesa—. ¡Lo mismo pasó con Elizabetha! ¡Si le hubieras dicho algo, quizá sí habría salido contigo!

—¡YO NO QUIERO–!

—¡Claro que quieres! ¡Deja de mentirte a ti mismo! ¡Actúa!

Incapaz de articular alguna respuesta que no lo deje tan mal parado, simplemente abrió la puerta y salió del local. La noche estrellada lo recibió, al igual que la brisa helada. Destapó una de las botellas y bebió su contenido, consciente de cuánto lo necesitaba.

Permaneció en el mismo lugar unos minutos, indeciso sobre qué hacer. Al salir del restaurante, en lo único en lo que pensaba era en recriminarle a Roderich haber pagado la cuenta, decirle que no porque fuera un maldito aristócrata tenía que hacer eso, quizá le aventaría un par de billetes a la cara o algo por el estilo. Muy dramático. Pero las palabras de Francis lo dejaron desprotegido, desnudo.

¿Qué habría pasado si le hubiera confesado a Elizabetha los confusos sentimientos que ella le despertaba? ¿Habría tenido alguna oportunidad con ella en serio? Pero, por otra parte, ¿cómo sería su relación de pareja? Definitivamente sería algo extraño, como amigos que se besan y se toman de la mano. Siempre imaginó que algún día la besaría, pero, planteándolo como lo había hecho Francis... No era como lo imaginaba. No era como lo idealizaba. Por supuesto que la adoraba y estaría dispuesto a todo con tal de protegerla, la cuidaría hasta la muerte de ser necesario, pero, como esposa o novia...

Luego de hablar con Francis le quedó la impresión de que los sentimientos que por tantos años lo atormentaran no pasaban de un capricho. El capricho de tenerla para él, que nadie la aleje de su lado, porque era, junto a Ludwig, lo único maravilloso que tenía en medio de la soledad de su infancia. Y sin embargo, estaba convencido de que era la mujer a la que más había amado y amaría en toda su vida.

Terminó el contenido de la botella, más sereno y con el estómago tranquilo. Su búsqueda de un tacho de basura lo llevó al estacionamiento, lugar en el que descubrió a Roderich. Se hallaba apoyado contra la puerta del conductor, con ambos brazos cruzados sobre el pecho y los lentes se le resbalaban por el puente de la nariz.

—"Nada pasó. Todo sigue perfectamente igual." —recitó, y pronto Roderich volvió el rostro en dirección a él, algo asustado al creerse en completa soledad—. Eso dijiste, ¿verdad?

—Así es —dijo, luego de unos segundos, pillado por la sorpresa. Al ver su rostro, un nudo se formó en su garganta—. ¿A qué se debe la cita?

—Nada. —Gilbert guardó una mano en el bolsillo, pateó despacio una piedra imaginaria y clavó la mirada en el cielo—. Supongo que volvemos a donde empezamos.

—¿Qué quieres decir?

—A partir de ahora, si te dirijo la palabra, será únicamente cuando vaya a tu casa a ver a Eli. No habrá necesidad de más trato entre nosotros. Será como antes. Serás el aristócrata estirado, afeminado y arrogante que siempre he odiado. Ya no estudiaremos juntos como habíamos acordado; si nos encontramos en la calle, no platicaremos; tampoco saldremos juntos. Volveremos a ser los mismos extraños de antes.

A cada palabra que decía, se sumaba en paso en dirección a Roderich.

—Es lo que querías, ¿no? —continuó, y hablaba de forma tan fría que el pecho de Roderich se remeció—. Pues ahí lo tienes. Ah, y gracias, nuevamente, por amistarme con Eli. No tienes idea de cuánto la extraño.

No lo vio venir. Jamás lo habría imaginado porque, según los patrones de su comportamiento, la violencia era algo a lo que se negaba rotundamente. Pero ahí estaba, el ardor en la mejilla por la palma de la mano que se acababa de estampar en su piel.

No dijo nada. Simplemente se quedó con el brazo extendido luego de dar el golpe. Tenía la mandíbula apretada y el ceño fruncidísimo. Herido. Dio la vuelta con intenciones de encerrarse en el auto, incapaz de soportar la situación, pero antes de poder hacerlo, Gilbert tomó su brazo y lo frenó toscamente.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —recriminó, fuera de sí, zarandeándolo con toda la fuerza que poseía.

—Gilbert, suéltame —pidió, algo asustado de su reacción. Lo único en lo que pensaba era en meterse al auto y atrincherarse ahí. Su mano libre se colocó sobre la que lo aprisionaba en un vano intento por liberarse—. Basta...

—¿Qué basta? ¿Basta de qué? ¡Tú quisiste que vuelva a ser como antes!

—¡Nunca te habías comportado así! —replicó, tan fuera de sí como Gilbert—. ¡Ya, déjame! —continuó gritando, y en un intento desesperado por liberarse, le dio una patada. Gilbert aflojó su agarre y Roderich aprovechó su descuido para huir. Sin embargo, antes de que pueda subir al auto como tenía planeado, fue capturado con ambos brazos. De espaldas al vehículo, no tenía forma de escapar.

Creyó que lo golpearía. Le parecía justo, después de todo, él lo había hecho. Sin embargo, lo único que hizo fue quedar en silencio, contemplándolo. Él no pudo evitar hacer lo mismo.

—Tú... querías que fuera un sueño, ¿no? —empezó Roderich, incapaz de apartar la vista del rostro de Gilbert—. Eso hice, te dije que lo tomes así, pero reaccionas de esta forma...

—¡Dije lo primero que me vino a la cabeza! ¡Dios, acababa de despertarme! —exclamó indignado, sin soltarlo.

—Eso no quita que sea tu verdadero deseo. Lo de ayer fue... una "idiotez de borracho". Te escuché decirle eso a Francis en la tarde.

Gilbert sintió una punzada de culpa y dolor en el pecho al ver, otra vez, esos bonitos ojos violetas algo opacos.

—Eso fue porque–

—No me importa. Sé cómo pasaron las cosas. Desde ayer te lo dije y por eso quise detener lo que sea que hicimos. Tú amas a Elizabetha. Siempre lo he sabido. Fue un error en toda regla, y es más culpa mía porque estaba consciente y sabía qué ocurría... —Tomó aire y por fin desvió la mirada—. Lo lamento. Solo... olvídalo. Por favor. Ve y busca a Elizabetha todo lo que quieras, puedes verla, salir con ella... Eres libre.

—No la amo.

Roderich volvió a enfocar su atención en él, incrédulo de lo que acababa de oír.

—No la amo —repitió, más y más convencido de lo que decía—. No la amo. Me di cuenta de que es un capricho. Si lo hice, fue cuando era pequeño. Ya no. No más. Ya fue suficiente.

No estaba seguro de qué hacía, solo sabía que debía hacerlo sin importar qué. Sus manos se ciñeron sobre las caderas de Roderich y lo elevaron del suelo. Lo estampó completamente contra el auto y se arrojó violentamente contra su boca, incapaz de contener el deseo que sentía de volver a probar la textura de sus labios. Roderich, por puro instinto, envolvió con brazos y piernas el cuerpo de Gilbert.

—¿Sigues ebrio? —jadeó en medio de la pausa que se tomó para respirar. Necesitaba saberlo, estar seguro, porque su corazón no soportaría otra conversación como la de la mañana. Tomó el rostro de Gilbert con sus largos dedos y enfocó su vista en la suya para que vea la desesperación en sus ojos, como una súplica, incapaz de seguir ocultando sus sentimientos.

—No, no lo estoy... —susurró él—. ¿No es un sueño, no?

—No, creo que no —susurró también, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Decidió que estaba bien robarle un beso, y así lo hizo. Se empeñó en tironear de su labio inferior y su lengua atrevida se animó a recorrer sus labios—. ¿Ya te sientes despierto?

Gilbert solo asintió, sonriente como él, y volvió a besarlo, más y más profundo. Le impulsaba el ánimo sentir las manos de Roderich deshacerse entre su cabello, tan desesperado como él de sentir más. Esas mismas manos empezaron a recorrer su espalda y él, emocionado, hundió más su cuerpo contra el de Roderich, logrando sacarle un pequeño jadeo.

—Adentro... —alcanzó a susurrar con el poco juicio que le quedaba, pegada su frente a la de Gilbert.

Con una mano torpe y temblorosa, tomó la manija y abrió la puerta. Contrario a lo que pensó que haría, no lo soltó. Cargado como lo tenía, los sumergió a ambos en el vehículo. Gilbert terminó sentado el asiento posterior y Roderich, tras cerrar la puerta, lo volvió a rodear con sus piernas. Sus manos prolijas no cesaban en su empeño de despeinarlo o acariciar sus mejillas. Él por su parte se sentía incapaz de soltar su cintura, como si temiera que de un momento a otro todo pudiera acabar.

Los besos continuaron, a veces frenéticos, choques de dientes y mordidas, a veces calmos, con pausas y suspiros. Roderich supo que no habría marcha atrás y que, a partir de ese punto, no podría simplemente fingir que no había ocurrido nada cuando una mano de Gilbert tomó la suya y la dirigió a su entrepierna, por encima del pantalón.

Se vieron a los ojos y ambos leyeron en su mirada cuánto miedo estaban conteniendo, como si aún no terminaran de creer que realmente estaban ahí, en el auto de Roderich, besándose y tocándose. Miedo de estar cometiendo un error terrible e irreparable. Miedo por lo intenso que era todo, al punto de no poder frenarlo una vez iniciado. Miedo de saber que todo eso no era más que la confirmación de sentimientos que se habían empeñado en callar y fingir que no existían. Miedo de saber que, desde ese momento, serían incapaces de estar separados.

Todo estaba en sus manos.

—Por favor...

Rogó. Nunca lo había hecho. Nunca le había oído hacerlo. Le estaba rogando a él que culmine lo que empezaron. Le rogaba porque lo necesitaba, sus ojos se lo decían. Gilbert necesitaba que lo haga como nunca antes necesitó algo en la vida.

A modo de convencerlo, le robó un beso, justo sobre el lunar que decoraba su rostro. Pequeño, dulce. Casi inocente. Cariñoso.

Roderich, jadeante, le devolvió el beso al menos mil veces más intensamente. Su brazo libre apretó en un abrazo necesitado a Gilbert. Suspiró contra su oreja, le dio otro beso allí y recibió en respuesta un jadeo.

Entonces, su mano apretó sobre la tela.

El cuerpo de Gilbert se sacudió en un espasmo. Pegó su frente a la de Roderich y en silencio pidió que continúe. Así lo hizo. Sus dedos recorrieron de arriba abajo la enhiesta forma que iba cobrando a medida que seguía con sus caricias. Cuando Gilbert lo tomó por la nuca para besarlo de forma brutal, supo qué quería.

Sus dedos hábiles se deshicieron del botón y el cierre en un santiamén. Su mano se coló por la ropa interior y pronto se encontró con la dureza de Gilbert, caliente y palpitante. La tomó entre sus dedos, tirando un poco de ella para liberarla por completo, y continuó con su movimiento ascendente. Incapaz de contener sus impulsos, se inclinó despacio y se atrevió a depositar un beso en la punta, succionando un poco. Sus ojos violetas se enfocaron en captar toda reacción de Gilbert: este tiró la cabeza hacia el respaldo, sumido en la sensación, y dejó escapar un gran gemido.

Antes de que pueda intentarlo de nuevo, Gilbert lo tomó por los hombros y lo forzó a besarlo, a la vez que torpemente luchaba contra el botón y el cierre de Roderich. Cuando por fin ganó esa batalla, imitó los movimientos de este, solo que mucho más rápidamente, casi frenético, dejando a Roderich sin aliento y con el cerebro fundido.

En el momento del clímax, incapaces de articular palabra, se fundieron en un abrazo, como si la vida se les estuviera escapando y su supervivencia dependiera de estar juntos. Una vez que sus respiraciones se normalizaron, Gilbert se dejó caer sobre el asiento, dio una palmada en el reducido espacio que había a su lado y Roderich comprendió que era una invitación.

—Espera, estamos sucios —respondió sonriente, y se inclinó hasta alcanzar el cajón delantero para conseguir unos pañuelos. Primero se ocupó de limpiar el desastre que había en su camisa, al menos disimularlo, y luego se ocupó de su hombría. Gilbert, que no había dejado de observar sus movimientos, se incorporó un poco para poder besarlo y volver a tomar su mano.

—¿Vas a limpiarme? —dijo, radiante y emocionado ante la expectativa.

—¿No te cansas? —replicó este, pero de todos modos se hizo a la tarea de deshacerse de toda evidencia en su cuerpo. Él, al sentirlo nuevamente, no pudo evitar soltar algunos gemidos.

Una vez aseados, o al menos todo lo que podían, Roderich movió la palanca del asiento y lo convirtió en una suerte de colchón. Hecho eso, se recostó al lado de Gilbert, frente a frente. Este de inmediato lo acogió entre sus brazos.

—Realmente... sí, lo eres... —dijo, y con su dedo delineó su nariz.

—¿Qué cosa?

—Jodidamente atractivo. Pareces un príncipe. Es casi injusto —respondió, y con sus dedos recorrió la piel de Roderich, sus mejillas y su cuello, causándole pequeñas cosquillas que desembocaron en su risa—. Hasta cuando te ríes... Creo que nunca me ha gustado tanto la sonrisa de alguien...

—¿Debería sentirme halagado? —bromeó, y depositó un beso en su quijada.

—Por supuesto. Soy yo quien lo dice, después de todo. ¿Acaso dudas de mi buen gusto?

—No, claro que no... —masculló, algo adormecido, acurrucándose aún más contra Gilbert.

—¿Mañana o cuando lleguemos vamos a fingir que fue un sueño? —dijo este, acomodando el cabello de Roderich

—Creo, honestamente... que ya no podría...

—¿Qué no podrías?

—Estar sin ti —confesó, y escondió el rostro en su pecho—. No luego de todo esto...

Gilbert sintió su pecho inflarse con una sensación desconocida, pero que solo podía identificar de una forma.

—Perdóname.

—¿Por qué? —inquirió preocupado, abandonando su escondite.

—No puedo asegurarte nada ahora, pero creo, y lo más probable es que así sea, que... —Roderich lo apresuró con los ojos—. Creo que... te quiero. No lo tengo claro porque aún estoy algo confundido, ¿sabes? —se apuró a aclarar—. Todo esto ha pasado muy rápido...

Los ojos de Roderich volvieron a opacarse como la noche anterior, lo que hizo que Gilbert se alarme. Tomó entre sus manos su rostro, forzándolo a mirarlo y con la tácita pregunta en sus ojos.

—No es nada —respondió, y una vaga sonrisa se dibujó en su rostro—. Es que... Si tuvieras una idea, una mínima idea de cuánto... cuánto tiempo...

—¿Q-Qué pasa? —preguntó, algo asustado de que sus palabras hayan sido malinterpretadas.

—Tú y yo tenemos algo en común... —suspiró, aún indeciso sobre si debería decirle aquello o no—. Te he amado desde que somos niños, prácticamente desde que te conocí.

Ambos permanecieron en silencio. Uno porque aguardaba alguna reacción a lo que acababa de decir; el otro, porque se sentía incapaz de asimilar lo que había dicho.

—N-No es posible... ¿Cómo? ¿Por qué?

—Ahora no preguntes nada —susurró contra su oreja—. Podremos hablar cuando vaya a tu casa. ¿O acaso ya no vamos a reunirnos para estudiar?

—Hasta hace veinte minutos o más, ya no —rio, repartiendo algunos besos en la sien de Roderich—. Pero ahora sí. Quiero que vayas a mi casa.

—Me parece un poco increíble tu forma de comportarte. Algunas veces, cuando tenía quince años aproximadamente, llegué a imaginarme cómo te comportarías con la persona que te atrae. Mi referente siempre fue Elizabetha, y con ella seguías comportándote como de costumbre, así que pensaba que seguirías siendo un bárbaro, un tosco, pero no es así. Eres atento, incluso delicado conmigo. Claro, dentro de lo que cabe hablando de ti. Me sorprende mucho. Solo eres brusco cuando... hacemos ese tipo de cosas...

—¿Te molesta?

—Más bien, me alegra y tranquiliza. Si siempre fueras tosco, acabarías conmigo, probablemente. Aunque de igual modo, me gustan ambos lados. Siempre has sido así, después de todo.

Antes de que Gilbert pueda hacerle alguna broma en doble sentido al respecto, oyó los gritos de Antonio y Francis que se acercaban, completamente ebrios.

—¿Vienes el martes?

—Mañana mismo —aseguró, dándole un último beso antes de incorporarse y fingirse dormidos, cada uno por su lado en el asiento de copiloto y el de conductor.

Para cuando Antonio y Francis llamaron a la puerta, Roderich fingió enojo y abrió las puertas para que entren. Ambos, como si se tratara de cuerpos muertos, cayeron pesadamente y no se volvieron a mover más.

—Supongo que tendremos que dormir un poco y luego continuar... —suspiró Roderich.

—¿Quieres entrar? —dijo Gilbert, señalando con su pulgar el restaurante—. El baño es un lugar sumamente agradable y cómodo para ciertos fines.

Roderich dejó escapar una carcajada, algo indignado con su descaro, pero no se negó a tomar la mano que le ofrecía.

El camino se les hizo eterno porque, a cada paso que daban, frenaban un momento para besarse. Finalmente, Gilbert se arrodilló en el suelo y sin previo aviso, cargó a Roderich a su espalda y se echó a correr rumbo al restaurante.

O más exactamente, rumbo al baño.

A Roderich nunca le importó menos hallarse en un lugar tan indigno.

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Continuará

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N.A: Bueno, qué puedo decir... YA ACLARARON SUS SENTIMIENTOS, LA PTMR, SOY FELIZ. Ahora, obviamente, se viene su etapa fluff :')

Bueno, sobre el cap, me parece una pregunta válida la siguiente: Mercu, ¿por qué Gilbert anda tan urgido y quiere meterle mano a su Señorito a toda hora?

Pues, quizá no lo recuerden, pero en una nota de autor aclaré que Gilbert es casto. Ambos son jóvenes aún, alrededor de veinte años, así que, sumado al hecho de que nunca ha tenido relaciones, pues Gil está bastante vigoroso y curioso de estas cosas (?)

Otra pregunta que puede surgir a partir de esto que aclaro: Mercu, ¿por qué explicas esto?

Porque no es que vaya a llenar de sexo el fic XD pero sí va a pasar a menudo que Gilbert tenga ganitas (?) Quizá solo lo insinúe y no lo describa todo como pasó ahora —ahora sí era necesario— porque no contribuiría con la trama, así que, pecadorxs, ni se emocionen (?)

Recuerden que ahora estamos en la calma y falta mucho pan por rebanar en el fic (Sí, sé que muchxs lectorxs quieren saber sobre lo de Antonio y eso ya se viene pronto).

A modo de que conozcan un poco más de la elaboración del fic, quería comentarles algo: hay canciones que me ayudan a escribir los capítulos. En el caso de este, fueron principalmente Video Games de Lana del Rey (que siempre me ayuda) y Abrázame Muy Fuerte del Juanga XD Yo siento que es una canción que, en general, le cae demasiado bien al fic.

Muchísimas gracias por su apoyo. Sus reviews fueron muy halagadores en el capítulo anterior :'D espero que este cap también les guste.

¡Nos leemos pronto! Ando muy inspirada. Ojalá se refleje en la historia.