Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO DÉCIMOCUARTO
(I)RESPONSABILIDADES
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—¿Realmente están dormidos?
—Eso parece... —susurró, dándole unos golpecitos a la ventana del coche.
—¡No golpees el vidrio, vas a despertarlos! —regañó en un murmullo, sacudiéndolo y golpeándolo en el pecho.
Gilbert echó una última mirada al interior del auto, como para cerciorarse de que con eso último no hayan despertado. Solo Francis se removió un poco, quizá en busca de calor, y se apegó aún más a Antonio, abrazándolo hasta que su nariz se perdió en el cabello de su nuca. Entonces, ya seguro de que permanecerían así todo lo que restaba de la noche y madrugada, giró sobre sus talones de golpe y tomó de un solo movimiento las muñecas de Roderich, que seguía zarandeándolo. Una vez preso, se inclinó para callarlo con un beso.
—Están dormidos —susurró con una sonrisa una vez que se separaron. Lo tomó por los hombros y lo obligó a dar media vuelta. Al oír que empezaba a protestar, dijo—: Shhh, serás tú quien los despierte con tu pataleta, Señorito. —Y empezó a empujarlo, forzándolo a andar.
—¿A dónde vamos? —inquirió este, pero no se detuvo. Las manos de Gilbert empezaron a recorrer sus brazos, estremeciéndolo—. Por Dios, acabamos de volver del baño... —completó en un tono indescifrable.
—¿E-Está mal que quiera... besarte un poco más? —cuestionó, y detuvo sus movimientos abruptamente—. Es decir, en el baño no te veías cómodo, cosa que entiendo porque, pues, siempre has sido un estirado, y por eso dije que nos vayamos, pero la verdad es que todavía quería–
—Gilbert —amenazó Roderich con los ojos apretados y el ceño fruncido. Y las mejillas muy rojas. Pero eso él no podía verlo debido a que le estaba dando la espalda—. Solo... cállate.
Para su sorpresa, Roderich reemprendió la marcha sin decir palabra, espalda recta y paso firme. Al reaccionar, corrió a alcanzarlo y, claro, esa actitud le devolvió la confianza.
Pese a que fingía tener mucha seguridad, lo cierto es que la conversación de la tarde con Francis lo había dejado preocupado. En efecto, tal como decía su amigo, su experiencia en asuntos amorosos y sexuales era prácticamente nula, consecuencia de la casi perpetua fidelidad que mantuvo hacia Elizabetha. El asunto con Roderich iba tan deprisa que no podía evitar temer un poco, en primer lugar, precisamente debido a eso: lo que estaba ocurriendo entre ellos se desenvolvía de forma acelerada, pero porque él mismo imponía ese ritmo. En el calor del momento, una vez que empezaban con los besos o caricias, se sentía absolutamente incapaz de detenerse. Su mente se nublaba, su cerebro se fundía. Apenas hacía unas horas había aceptado que tenía sentimientos por él y ya lo había arrinconado en el auto y en el baño del restaurante, atacando sin piedad alguna su boca y cuello. Pero, por supuesto, en los pequeños momentos de cordura que tenía se cuestionaba su desempeño como "amante". Y ahí radicaba la otra cuestión, motivo principal de sus preocupaciones: ¿Roderich estaría satisfecho con su desempeño? ¿Le gustaba su forma de besar? ¿Se habría sentido tan bien como se sintió él con lo que hicieron en el auto?
Naturalmente, Gilbert jamás le preguntaría eso de frente. Su orgullo no se lo permitía. Pero tampoco quería ni estaba dispuesto a quedarse con la duda. Al menos pequeños gestos como el que acababa de tener Roderich le hacían pensar que, tal como esperaba, él realmente disfrutaba su compañía, porque si no, ¿por qué seguía caminando? Había leído su intención de buscar algún espacio apartado a la perfección.
Envolvió su cintura con sus brazos y de inmediato se perdió en su cuello, aspirando su aroma, que ahora se figuraba debía estar impregnado del suyo propio, rozando la piel con sus labios, como si solo quisiera estremecerlo y tentarlo.
Y obtuvo lo que quería: un pequeño suspiro de Roderich. Solo con eso sintió su ánimo completamente renovado.
Si bien ya podía admitir que el "Señorito" realmente le gustaba tal como era, no negaría que ciertos aspectos nuevos que iba revelándole sobre su persona empezaban a gustarle también y los recibía con los brazos abiertos. Entre esos, su iniciativa.
Roderich dio media vuelta lentamente, y una vez que su mirada se encontró con la de Gilbert, esta descendió hasta caer en sus labios. Sus largos dedos los recorrieron en toda su extensión, hasta que finalmente se decidió a tocarlos con los propios. Sus manos tomaron lugar sobre sus hombros y a medida que profundizaban el beso, se enredaron entre sus cabellos.
—E-Espera... —susurró, mirándolo fijamente a los ojos. Gilbert concluyó que en realidad intentaba ver a través de sus anteojos empañados—. Aquí... no... Podrían vernos...
Más que gustarle, que también lo hacía, le causaba gracia e incluso ternura el falso pudor de Roderich. Se preocupaba por cuestiones como ser descubiertos o no hacer ese tipo de cosas al aire libre, como si lo considerara incorrecto o indecente, pero cuando cumplía su deseo y se hallaban a escondidas, parecía convertirse en otro. Uno mucho más atrevido. Esa especie de contradicción en él le generaba un sentimiento extraño, le henchía el pecho, le hacía sonreír y desear apretarlo contra sus brazos, pero sobre todo, hacía que tenga ganas de pellizcar sus mejillas.
—Vamos entonces —respondió sonriente. Valiéndose de su superioridad en cuanto a fuerza, lo tomó entre sus brazos para cargar todo su peso, como si de una princesa se tratara—. Creo que el fondo del estacionamiento es muy oscuro, Señorito —susurró a su oído, y ver el sonrojo que le provocó le hizo reír.
—S-Silencio —volvió a regañar, pataleando un poco. Lo habría hecho con más fuerza de no ser porque temía caer al suelo—. ¡Bájame!
—No es problema. No pesas —respondió, y le dio un rápido beso en la mejilla.
—No me refiero a eso. No se trata de si peso o no, quiero que me bajes. Hazlo. Ahora.
Pensó que tendría que dar más pelea, pero a los pocos segundos, sus pies ya se hallaban nuevamente en el suelo. Estaba a punto de darle una de sus respuestas sarcásticas al respecto, como si le hubiera obedecido, pero al notar que todo a su alrededor era mucho más oscuro, comprendió qué ocurría. Pronto sintió las manos de Gilbert recorriendo su espalda y nuca y sus labios deslizándose por su cuello.
Ante eso, no pudo hacer nada más que rendirse.
Sus manos imitaron sus movimientos, mucho más despacio y menos ansiosamente. Cuando sintió los dientes de Gilbert apretar contra su carne, no pudo reprimir un jadeo, pero al recordar que no podía permitir que le deje ninguna marca, se alejó de él abruptamente.
—No... —jadeó, porque ya estaba algo entrado en el asunto de los besos y también lamentaba frenarlo—. No hagas eso...
—¿T-Te lastimé? Porque si es así–
—No, no me lastimaste —sonrió delicadamente, y tomó el rostro de Gilbert con ternura entre sus manos.
Ya se lo había dicho y lo había pensado, pero seguía maravillándose por eso; incluso se preguntaba cómo era posible que el "bárbaro" de Gilbert sea capaz de ser tan dulce y cuidadoso. Siempre sospechó que debajo de esa actitud tosca debía hallarse un alma tierna, podría decirse que esa idea siempre estuvo presente en él gracias a pequeñas actitudes y comportamientos o gestos que vio y le hicieron pensar eso, pero era completamente diferente tener esa confirmación y más aún, vivirla, experimentarla. Sentirla.
Conmovido, porque de alguna forma esa mezcla de torpeza, rusticidad, ¿ingenuidad? y ternura le recordaban a un niño, depositó un beso intenso pero no lujurioso en sus labios. Gilbert era como un niño grande. No porque le parezca inmaduro, sino por lo que de momento iba mostrándole de su corazón. Y eso le gustaba, muchísimo. Más de lo mucho que ya le gustaba desde antes.
—Creo que no me importaría que me lastimes... —susurró a su oído, dispuesto a no quedarse atrás en su juego. Si Gilbert creía que era el único capaz de sonrojar al otro, estaba completamente equivocado.
Ante eso, quedó sin palabras por un instante, completamente rojo gracias a su imaginación que ya volaba alto. Para su buena fortuna, Roderich no lo alcanzó anotar, al menos no claramente debido a la oscuridad que los envolvía. Entonces, cuando no se le ocurría qué responder y buscaba en su mente alguna forma de replicar, le llegó el recuerdo:
—¿Cómo es eso de que estás enamorado de mí desde niños?
—No pienso contarte.
—¡¿Por qué?! —Roderich se habría reído de haber podido ver su expresión en todo su esplendor.
—Eso solo contribuiría en inflar tu ya hinchado ego. Así que no.
—¿Estás insinuando que el hecho de que tú estés enamorado de mí desde niño es razón para aumentar mi ego? —Roderich asintió. Gilbert lo supo porque le pareció ver el reflejo de la noche en sus lentes que se movían. Resopló y se echó a reír—. ¿Y yo soy el vanidoso? ¡Mírate!
—Yo sé lo que valgo, que es diferente.
—Espera, ¿debería sentirme honrado de que te guste entonces? —replicó, un poco más indignado.
—Has sido tú quien lo ha puesto en palabras.
Gilbert boqueó, incrédulo e indignado. No sabía si reír o enojarse.
—En ningún momento he dicho o he insinuado que no me merezcas... —completó en un murmullo luego de una larga pausa, con las mejillas ligeramente teñidas de rosa. Sabía que si dejaba el asunto tal como estaba, iba a desatar una pelea—. Es por eso que te he escogido y ahora he aceptado tus sentimientos... —continuó de forma casi inaudible.
—¿Qué te gusta de mí, entonces? —inquirió sonriente al oírle decir eso. Tomó su cintura con ambas manos y lo atrajo a su cuerpo para envolverlo en un abrazo.
—No voy a responder ese tipo de preguntas en el sucio estacionamiento de un restaurante al paso y escondidos como si fuéramos unos forajidos —respondió él, abrazándolo con fuerza. Dio un beso a su hombro y depositó su quijada sobre este.
—Pero... si tú mismo quisiste que nos escondamos... porque sabes qué es lo que quiero hacer... y no te parece bien que los demás nos vean... —Cada pausa era un beso en el cuello. Sus manos empezaron su lento descenso desde la cintura de Roderich hasta donde la suerte y el pudor de este lo permitan. Con suerte, pensaba Gilbert, llegarían a su meta.
Pensó que no lo lograría. Centímetro a centímetro, mientras más se acercaba, veía venir el regaño y la pataleta. Pero no. Cuando logró su objetivo y sus manos vacilantes se hallaban sobre este, se quedó ahí, inseguro sobre si debía seguir o no. Al no obtener ninguna negativa y más bien uno que otro jadeo, se lanzó a tocar con total desparpajo. Motivado por el resultado, estuvo a punto de impulsar las caderas de Roderich valiéndose de la posición en que se hallaban sus manos de modo que su entrepierna choque con la de este, pero entonces, nuevamente, fue detenido.
—¿Qué p-pasa? —resopló, algo frustrado. Se pasó ambas manos por el pelo y luego colocó ambas sobre sus caderas, en jarras.
—Debemos dormir, al menos un poco. Ya es muy tarde y debemos volver temprano o como mínimo debería empezar a conducir desde ahora. Se supone que ya tendríamos que estar allá, pero gracias a las ideas de tus amigos nos detuvimos y perdimos mucho tiempo.
—Pues... si no nos hubiéramos detenido, tú y yo... Nada... Ya sabes... —explicó, ya más tranquilo.
Roderich volvió a abrazarlo. Era plenamente consciente de que lo que decía era completamente cierto, y por supuesto, no se arrepentía de haber accedido a detenerse en el restaurante. No era su intención decirlo de esa forma, solo que primaba en él la necesidad de ser responsable.
—Lo sé, y está bien. Está muy bien —respondió, rodeando el cuello de Gilbert con sus brazos—. Además, aún tendremos tiempo cuando vaya a tu casa, ¿recuerdas? Vamos a estudiar mucho.
—Claro, vamos a pasárnosla estudiando —rio él—. Tenlo por seguro.
—Gilbert Beilschmidt, he dicho estudiar —regañó, intentando reprimir su sonrisa, porque sabía que Gilbert no iba a darle descanso—. Quiero que ambos pasemos el examen.
—Así será, Señorito —aseguró, y le dio un pequeño beso en la nariz—. Te lo prometo.
—¿Platicamos sobre qué universidad escogeremos cuando esté en tu casa?
—Hecho. —Acunó el rostro de Roderich bajo su mandíbula y contra su pecho, y al sentirlo tan cerca de su corazón que estaba más alborotado que nunca, intentó reprimirse, pero no pudo—: Te quiero...
—Yo te amo... —suspiró, bajito y muy despacio, como una declaración catártica, incapaz de contener la felicidad que albergaba en su interior, pero, sobre todo, incapaz aún de creer que en verdad estaba ahí con él, correspondiendo los sentimientos que por tantos años callara.
Gilbert sintió los dedos de Roderich apretar su carne, y él hizo lo mismo. Cuando se separaron, en medio de la oscuridad que los protegía, su mano buscó la del otro y se echaron a andar. Ya frente al auto, al reparar en las graciosas muecas de Francis y Antonio mientras dormían, se echaron a reír. Luego, cada uno tomó el asiento que le correspondía, Roderich al volante y Gilbert de copiloto.
—Conduciré hasta que sienta algo de sueño. Tú puedes dormir. Descansa.
—Aún nos falta un poco, así que, si tienes sueño, me avisas y yo te relevo. ¿Entendiste, Señorito? —exigió mientras acariciaba la mano de Roderich que se hallaba sobre la palanca de cambios. Este asintió con una sonrisa—. Hasta más tarde.
No arrancó al instante. Solo encendió el motor y esperó a que Gilbert esté completamente dormido. Le gustaba verlo así, tan tranquilo y feliz, pero lo que más le gustaba era saber que la razón de su felicidad en ese momento era él.
¿Por cuánto habían pasado para finalmente llegar a ese punto?
No tenía sentido pensar en eso. Lo sabía. A partir de ese punto, decidió, todo sería un mirar para adelante y nunca volver al pasado.
Y con ese pensamiento, por fin puso el coche en marcha.
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Llegaron a casa de Gilbert cuando el sol ya despuntaba en el cielo. Sus tres pasajeros ya habían despertado y lucían terribles: tenían el cabello alborotado, el aliento amargo y un dolor de cabeza terrible, por lo que tuvo que soportar su mal humor. En realidad, prefería que Francis esté mascullando maldiciones a que esté buscándole pelea. Gilbert no tenía dolor de cabeza, pero procuraba mantenerse en silencio, el cual interpretó como la impotencia de querer acercarse a él y tocarlo o algo por el estilo y no poder debido a que sus amigos se hallaban presentes en el auto.
Una vez frente a la puerta, Francis pareció dejar de lado sus rencillas y junto a Antonio se acercó a él para despedirse con un fuerte abrazo. Correspondió al abrazo no con mucha convicción, como si lo hiciera por compromiso —en realidad así era— y los dejó ir. Ambos de inmediato se metieron a la casa para descansar y recuperarse de la resaca, mientras Gilbert se quedó para sacar del coche todo lo que le pertenecía y había llevado al campamento.
—¿Vienes más tarde, entonces? —dijo Gilbert, manos en los bolsillos, no sin antes echar un vistazo a sus espaldas, como si temiera que alguno de sus amigos aparezca súbitamente. No sabía si debía hacer algo o no.
—Te dije que así sería —respondió Roderich cruzado de brazos, sintiéndose tan inadecuado como él. Estaban en plena calle y no quería cometer una imprudencia.
—Pues... Hasta más tarde —dijo finalmente, y sin más, se metió a la casa.
Roderich no lo admitiría, pero se sintió ligeramente decepcionado.
De vuelta en el coche, se tomó unos segundos para tranquilizar su respiración. Luego de todo lo vivido, lo menos que quería hacer era regresar a "casa". Pero tenía que ser de ese modo, lo sabía y no podía hacer más que resignarse; así que pisó el acelerador y se dirigió a allá.
Apenas tocó el timbre, fue recibido.
La enorme sonrisa de Elizabetha se sintió como una bofetada.
—¡R-Roderich! —exclamó ella, feliz solo con verlo—. ¿Cómo ha ido todo? Ah, discúlpame, soy una torpe —rio coqueta, ligeramente sonrojada—. ¡Pasa, pasa!
—Olvídalo, no es problema —respondió, ingresando a la casa. Todo era tan igual, tal como lo conocía; quizá un poco más ordenado ya sin las cajas regadas por todos lados; pero le parecía un lugar tan extraño y se sentía tan ajeno... —. ¿Qué has estado haciendo?
—Ven, siéntate y toma algo —repuso ella, guiándolo al comedor. Una vez que logró que se sentara, depositó frente a él un plato con galletas y una taza de té—. Quería conseguir strudel de manzana, pero a esta hora no iba a encontrarlo y si lo conservaba desde ayer, no iba a estar fresco y no iba a gustarte.
—Muchas gracias, Elizabetha —suspiró, incapaz de mirarla.
—¿Qué hiciste en todo el fin de semana? —Tomó asiento a su lado, colocó ambos codos sobre la mesa y apoyó su quijada sobre sus manos para poder contemplarlo, como si para ella Roderich representara la suma perfección.
—Creo que yo pregunté eso primero.
—Oh, bueno, aquí terminé de acomodarlo todo. Vinieron algunos empleados y se ocuparon de poner todo en el lugar que corresponde. Y no te preocupes, tu piano está intacto—volvió a reír—. Yo misma me encargué de eso. Me pasé todo el rato en la habitación mientras estuvieron aquí, pero al menos así no me quedó ninguna duda al respecto. ¿Y tú?
—Francis cocinó, cantaron, bebieron un poco. No fue gran cosa.
—¿Solo eso hicieron en todo el fin de semana? —repuso ella, igual de sonriente. Ingenua—. Pensé que al menos ahora ibas a relajarte un poco. Pero no importa. Ya estás aquí.
Luego de unos minutos en los que terminó de beber el té y dio apenas unos mordiscos a las galletas, Roderich decidió prestarle real atención a su esposa al sentir su incesante mirada.
—¿Pasa algo?
—N-No... No es nada...
Al mirarla con más atención, le pareció notar algo.
—¿Te has comprado un vestido?
Ella enrojeció de golpe y agachó la cabeza un poco. Se había acostumbrado a usarlos desde muchacha, en un primer momento por imposición de su madre y luego porque les había cogido gusto, así que ya contaba con una cantidad considerable de ellos. Sin embargo, el que llevaba puesto en esos momentos era nuevo. Roderich no prestaba demasiada atención a lo que vestía, pero definitivamente recordaba los colores o algunos detalles generales, y ese no lo recordaba. Era blanco, tenía algunas pequeñas flores bordadas en la parte del pecho y elástico a la altura de la cintura. Para cubrir sus hombros, Elizabetha llevaba además un holgado cardigan verde, como los que usaba él.
Luego de callar como si la acabaran de regañar, la muchacha reunió valor y se animó a hablar:
—Bueno, es que... yo te pedí algo... antes de que te vayas... ¿Recuerdas? Y pensé que estaría bien usar algo para la ocasión...
Roderich apretó los ojos, enojado consigo mismo por ser tan descuidado como para no recordar algo tan importante como su promesa.
—¿Estás molesto?
—Dios, Elizabetha, claro que no. No has hecho nada malo —respondió él, indignado con ella por esa actitud tan sumisa.
—Es que a ti no te gusta gastar y quizá lo consideres un desperdicio...
—Elizabetha —dijo muy serio, y ella calló en el acto para escucharlo—. No tienes por qué compartir mi forma de pensar. Si bien yo no compro ropa a menudo, eso no significa que tú también debas hacerlo. Tu dinero es tu dinero y mi dinero es mi dinero. Tú sabrás cómo lo administras; jamás he pretendido inmiscuirme en tu forma de hacerlo, así como tampoco tú lo has hecho... y espero siga siendo así —acotó—. Y no, no estoy molesto.
—Mi mamá no piensa igual y lo sabes...
—No estoy hablando con tu madre, que ya sabes cómo nos llevamos, sino contigo. Los acuerdos los tomamos los dos, porque con quien vivo es contigo, no con ella. Y si te dice algo, repítele lo que acabo de decir. Aprende a enfrentarla —pidió, tomando sus manos entre las suyas. Quizá no la amaba, pero definitivamente se preocupaba por ella y las decisiones que tomaba en su vida.
—No es fácil —suspiró ella, algo abatida. No quería ni imaginarse qué diría Roderich si le decía que su madre ya estaba exigiéndole nietos—. Pero, bueno, cambiando de tema... ¿Vamos a–?
—Por supuesto. Hice una promesa y voy a cumplirla —respondió tan seguro como podía, aunque en su mente solo tenía a Gilbert y lo que habían pactado al despedirse—. ¿Ya pensaste en qué quieres hacer?
—He pensado que podríamos hacer muchas cosas a la vez —respondió ella, con el ánimo completamente repuesto—. Primero podríamos ir a la plaza y almorzar por allá, luego podríamos caminar por los alrededores, llegar a la Fuente de Neptuno, tomar un café, luego ir al cine y venir para acá.
—¿Algo más?
—No, eso sería todo —dijo ella triunfante, porque sabía que no iba a negarse.
—Bien, de acuerdo. Saldremos en un par de horas, porque aún es temprano. Descansaré un rato... Te avisaré cuando esté listo.
Antes de esperar una respuesta por parte de ella, salió del comedor y prácticamente se echó a correr rumbo a su habitación.
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Luego de un merecido descanso y una rica comida, cortesía de Francis, anunciaron que ya debían marcharse. Con las maletas listas, los tres amigos se dirigieron al vestíbulo. Francis y Antonio le dieron un abrazo a Ludwig, no demasiado afectuoso, y acariciaron a sus perros mientras les decían que eran unos excelentes guardianes, además de pedirles que cuiden de su testarudo amo.
—¿Cuándo creen que puedan volver?
—No es algo seguro, cher. Al menos ahora tenemos tu número y podremos llamarte para avisarte cualquier cosa.
—Igual ya acordamos que a la menor oportunidad, vamos a darnos una escapada para verte —aseguró con un guiño Antonio.
—Exacto. Espero que nuestra visita haya sido de ayuda... y sabes a qué me refiero —completó en un susurro, clavando sus ojos azules en los rojos de Gilbert—. Espero también que ahora seas más abierto a tus sentimientos y más sincero, cariño. Te hará muy bien.
—¿Dónde van a quedarse? —dijo Gilbert, evadiendo el tema. No le avergonzaba, pero de momento quería mantener lo más secretamente posible el asunto de Roderich.
—Hay un pequeño hotel a un par de calles del campus; es fácil ubicarlo porque casi todos los estudiantes alquilan una habitación por lo cómodo que es el precio. Francis y yo compartimos una, así que cuando quieras puedes pasarte por allá. Sabes que serás bienvenido.
Su intención era llevarlos él mismo a tomar el tren, pero ellos se negaron. Aún tristes por la despedida, se tardaron al menos quince minutos más en abrazarse y asegurarse que estarían en contacto —especialmente Francis—. Finalmente, para no prolongar más el asunto. Gilbert les dio una palmada amistosa y ambos se echaron a andar.
A lo mejor los visitaría muy pronto.
Algo en su interior le decía, casi le aseguraba, que así sería.
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Quiso evadir el asunto, pero sabía que sería muchísimo peor no decir nada.
Tomó el auricular y marcó el número. Luego de sonar cuatro veces, respondió.
—¿Diga?
—Gilbert, buenas tardes...
—¿S-Señorito? ¿Pasó algo?
—No, solo... No podré ir en la tarde hoy...
—¿Y eso por qué? —Quiso encubrir la decepción que lo embargaba, pero para Roderich fue casi palpable—. Q-Quiero decir... Bien, supongo... Igual tengo otras cosas que hacer.
—Gilbert, basta —recriminó él, porque, aunque Gilbert no lo notara, en realidad a quien más le pesaba era a él—. No puedo hablar demasiado... Lo lamento mucho... —suspiró, incapaz de mantener su careta de indiferencia—. Te prometo que iré mañana sin falta.
—¿Con quién hablas? —dijo de pronto Elizabetha.
—Hablamos luego —farfulló Roderich, deseando en su interior que Gilbert haya alcanzado a entenderle, y colgó el teléfono—. Con nadie. Era Gilbert...
—¿Y por qué te llamó?
—Hemos dejado de lado nuestras viejas rencillas y decidimos que no estaría mal estudiar juntos. Dado que vamos a dar el examen en fechas similares, no es una idea tan descabellada. Él cuenta con una buena biblioteca y jamás he subestimado su inteligencia, así que –
—Entonces, ¿vas a estar fuera por las tardes?
—Podría decirse que sí...
—N-No importa —dijo ella con una falsa sonrisa muy evidente—. Creo que así no va a distraerte el piano...
—Eso mismo pensé yo.
—¿Nos vamos?
Roderich se limitó a asentir. Elizabetha tomó su brazo y, emocionada ante la idea de tener una cita con él, lo guió hasta la puerta para finalmente partir.
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Ludwig alimentaba a sus perros mientras veía a su hermano ir de aquí para allá, sacando libro tras otro del estante para finalmente volver a encerrarse en su habitación. Le parecía absurdo que se dé el trabajo de hacerlo; siempre le había sugerido que traslade el librero a su recámara, ya que era él quien más uso le daba, pero Gilbert se había negado en todas las formas posibles. Su principal argumento era que algún día Ludwig también iba a utilizarla, y entonces tendría que darse el trabajo de trasladarlo de nuevo, cosa que no estaba dispuesto a hacer.
Luego de que Aster, Blackie y Berlitz dejaron el plato limpio, se animó a acercarse a donde se hallaba su hermano. Dio un par de golpes a la puerta como forma de anunciarse, y finalmente ingresó. Se hallaba sentado frente a su escritorio con la nariz sumergida en un libro, o eso aparentaba, porque a los pocos minutos de observarlo —Ludwig era una persona muy paciente a diferencia de él— ya estaba tomando otro de los muchos que lo rodeaban.
—Hermano, ¿te ocurre algo?
Este volvió el rostro sorprendido, porque, claro, ni siquiera le había sentido entrar.
—No es nada, Lud. ¡Estoy estudiando mucho!
—Bueno, si necesitas algo, sabes que estaré en mi habitación...
—No te preocupes —respondió, pellizcándole las mejillas—. ¡Cualquier cosa, avísame también!
Gilbert volvió a hundir la nariz en el libro que tenía entre las manos, pero alcanzó a oír los pasos de Ludwig que se alejaba. Una vez que estuvo completamente seguro de que ya se hallaba en el otro extremo de la casa, soltó el libro y tiró la espalda para atrás, no sin antes dejar escapar un largo suspiro.
Había perdido la noción del tiempo luego de esa llamada. Ludwig lo acompañó durante el almuerzo y luego de eso olvidó absolutamente todo. En realidad, lo que pasaba era que no quería "pensar", así que decidió que lo mejor para ocupar su mente sería estudiar. Tomó un libro tras otro: apenas sentía que empezaba a aburrirse y a tomar conciencia de su alrededor, corría a conseguir uno que lo distraiga y del que aprenda algo nuevo. Esa tarde, las operaciones matemáticas fueron sus principales aliadas, ya que ocupaban mucha de su concentración para ser resueltas.
Por supuesto, en lo que no quería pensar era en Roderich.
Cierto golpeteo en la ventana le hizo darse cuenta de que había empezado a llover fuertemente. Cuando volvió el rostro y reparó en el reloj, pegó un brinco: llevaba más de siete horas encerrado leyendo. Nunca fue mal estudiante, pero tampoco llegaba a esos excesos. Incluso se había saltado la cena. Quizá su hermano le había llamado y él lo había ignorado. Seguramente por eso se había acercado a verlo.
Ya más consciente de su entorno, descubrió que la espalda le dolía un poco y su estómago pedía alimento, así que decidió abandonar su recámara. Llegó a trote a la cocina y tomó la bolsa del pan, jamón que guardaba en el refrigerador, un poco de tomate y la botella de jugo de frutas. Cuando estaba terminando de preparar su sándwich y ya tenía servida su bebida, oyó el timbre.
—¡Yo atiendo, Lud! —anunció chasqueando la lengua.
Pensó que prácticamente iba a ladrarle a quien estuviera al otro lado de la puerta; pensó que se trataba de un inoportuno mensajero con algún paquete o algo por el estilo. Pero no. Lo que vio lo dejó mudo e incapaz de reaccionar.
Un ladrido de Aster y una lamida de Blackie en su mano lo hicieron despertar de su pasmo. Eso y oírlo regañarlo. Otra vez.
—¿No piensas dejarme pasar?
—¿Qué haces aquí?
—Este no es lugar para explicarte... Me estoy empapando, Gilbert —recriminó, porque, tal como decía, tenía el cabello hecho un caos y el cardigan pegado a su cuerpo, al igual que su camisa.
Berlitz se acercó a él, cariñoso, y empezó a ladrar también. Gilbert se hizo a un lado para que pueda ingresar. Antes de que pueda recibir otro reclamo y sin poder contenerse, se lanzó a abrazarlo. Sus perros parecían celebrar la escena.
—Vamos a secarte —dijo, acariciando y secando su mejilla—. Si no, vas a enfermarte.
Lo guió hasta su recámara de la mano, sin detenerse a pensar en el riesgo que corrían de ser vistos por Ludwig. Una vez dentro, Roderich tomó asiento sobre su cama y Gilbert, que extrajo un par de toallas de su armario, prácticamente se las arrojó a la cara. Accidentalmente, claro.
—¿Quieres ducharte? Porque hay agua tibia y yo podría prestarte un cambio de ropa.
—Solo me he mojado la espalda, el pecho y el cabello... Creo que no hará falta. Te agradecería que me prestes una camisa, de ser posible, mientras la mía seca.
—C-Claro... Aunque no tengo las camisas que usas... Tengo camisetas.
—Creo que eso será suficiente.
Gilbert volvió a rebuscar entre su armario y pronto extrajo una camiseta con unas líneas negras que normalmente usaba como pijama debido a que era afranelada y muy ancha. Roderich, que ya se había colgado la toalla a los hombros, permaneció unos segundos observándolo, como si estuviera cuestionando algo.
—¿Qué? —espetó extrañado.
—Voy a cambiarme. Date vuelta.
—Como si no te hubiera visto así —resopló entre risas—. ¿Crees que voy a quedarme mirando?
—No lo creo, estoy convencido. Ahora, date vuelta o dime dónde está el baño.
—Puedes cambiarte, el que se va soy yo —replicó, más molesto de lo que realmente estaba. En realidad, lo que dijo Roderich no le había molestado. El verdadero motivo de su enojo residía en que aún estaba resentido por haberlo plantado.
—Gilbert —frenó, temeroso de haberlo ofendido.
—Voy a encender la lavadora —explicó, igual de firme—. Cámbiate de una vez.
Regresó en apenas un minuto, pero, como para dejarle en claro a Roderich que quizá lo había recibido con los brazos abiertos pero seguía enojado, decidió anunciarse. Tomó el cardigan y la camisa y sin decir palabra, volvió al cuarto de lavado. Con ambas prendas listas y puestas a secar, volvió a su habitación. Roderich seguía sobre su cama, solo que se había quitado los zapatos y con ambas manos se secaba el pelo.
—A qué viniste, entonces —dijo, y tomó asiento nuevamente frente al escritorio.
—Tuve un compromiso ineludible, Gilbert. No fue adrede y lo sabes.
—Eso no responde mi pregunta.
—Ahora eres agudo.
—Siempre lo he sido.
—Me disculpé contigo por teléfono.
—¿Entonces qué haces aquí?
—Supongo que tengo promesas que mantener —casi exclamó, harto de la situación. Su interior le decía que mantenga la compostura, pero, de todos modos, siempre le había resultado difícil hacerlo cuando de él se trataba—. Y deseos de verte también.
—Tú–
—No he terminado. —Tomó aire e hizo a un lado la toalla. No tenía forma de saberlo, pero lo cierto es que la forma que había adquirido su cabello era más que cómica—. Tú... me confundes. Vine aquí porque me pareció correcto cumplir con mi palabra a pesar de que ya te había explicado todo por teléfono, y cuando llegué me recibiste... así, afectuosamente, me atrevería a decir, y me abrazaste, tomaste mi... ¿Qué es tan gracioso?
—Ven acá —continuó riendo, y extendió una mano para invitarlo aún más, mientras que con la otra empezó a buscar algo en uno de sus cajones. Roderich, ceño fruncido y brazos cruzados, accedió a acercarse.
—No me gusta repetir las cosas, pero voy a hacerlo: ¿Qué es tan gracioso? —dijo, negándose a tomar su mano. Comprendió qué ocurría en cuanto la otra mano de Gilbert volvió a aparecer—. Eso es antihigiénico. No pienso usarlo.
—¡Solo voy a peinarte! —volvió a reír. Se puso de pie y tomó a Roderich por la cintura para forzarlo a sentarse sobre el escritorio.
—Quiero saber cómo me veo en este momento. No soy tu bufón para que te rías de mí.
—Cuando termine —respondió Gilbert, y le dio un rápido beso en los labios. Roderich desvió la mirada, refunfuñando, pero se dejó hacer. La idea de usar un peine ajeno no terminaba de agradarle, pero tampoco era como si pensara que Gilbert tenía alguna enfermedad cutánea o algo por el estilo—. Para que no desconfíes, simplemente voy a ponerlo todo para atrás.
—Hay... algo... de lo que tengo que hablar contigo.
—Listo —dijo él, restándole importancia a lo que acababa de decirle—. Creo que has quedado como cuando eras chico, cuando teníamos como quince.
—Gilbert —volvió a intentar, y sacudió la cabeza para devolver a su cabello el orden que tenía—. No vine solo a disculparme y a verte. Quiero hablar contigo.
—¿Q-Qué pasa, Señorito?
Gilbert podía ser testarudo y denso, pero no era tonto. La mirada angustiada de Roderich decía todo. Claro, él también se había detenido a pensar en eso, pero no se había atrevido a decírselo, no aún. Era demasiado feliz como para reparar en el daño que estaba causando.
—Es por Eli, ¿cierto? —continuó con un suspiro. Sin saber bien qué hacer, se rascó la nuca y tomó asiento.
—En realidad, hoy no pude venir en la tarde porque le había prometido que la acompañaría...
—¿Qué ibas a decirme?
Roderich agachó la mirada y se pasó una mano por el pelo, acomodándolo al mismo tiempo.
—A quien le corresponde decirle todo es a mí. Sobre eso, no tienes por qué preocuparte.
—¿En serio esperas que me lave las manos?
—Sí. Y es algo que no está sujeto a discusión.
—No me refiero a que yo se lo vaya a decir, ¡pero al menos tengo que estar presente cuando eso pase! —exclamó indignado—. No puedo creerlo...
—N-No te preocupes ahora... Venía a decirte que esperemos un poco...
—No entiendo...
—Quiero decir que no puedo hablar con ella mañana, ni pasado, ni esta semana y probablemente tampoco la siguiente... Digo que lo más prudente sería esperar... al menos un poco...
—¿Esperar a qué? Roderich, no te entiendo. —Supo que estaba enojado porque le había llamado por su nombre. Sabía que solo lo hacía en situaciones muy puntuales.
—Sería una noticia demasiado impactante como para recibirla ahora. Si se lo insinúo de a pocos y le planteo un posible rompimiento de nuestro enlace con pequeñas pistas, no será tan chocante para ella. —Oyó a Gilbert resoplar y él también lo hizo—. Nos acabamos de casar... Lo que menos quiero es lastimarla.
—¿No crees que la lastimarás más si no le decimos y pasa más tiempo?
—No. Si ella se acostumbra a mi trato displicente se dará cuenta–
—¿De qué?
—De que cualquier intento de que... corresponda a sus sentimientos... es en vano. Gilbert, yo la conozco–
—¡Yo también! ¡Y aunque no lo creas, me he pasado gran parte de la tarde pensando en todo y en lo que le estamos haciendo! La única forma que tenía de no preocuparme era ponerme a estudiar...
Ambos quedaron en silencio un momento. Roderich finalmente se animó a mirarlo a la cara. Tragó con fuerza y aferró ambas manos al borde del escritorio antes de responder, porque al oír aquello sintió que sus fuerzas se iban.
—¿Estás arrepentido?
Gilbert calló un momento, ceño fruncido y la evidente huella de sus sentimientos heridos reflejada en sus ojos.
—No... Y no sé cómo siquiera preguntas algo como eso...
Roderich parpadeó varias veces y desvió la mirada; luego fingió acomodarse los lentes, todo con tal de no mirarlo.
—¿Crees que tarde mucho en secar mi ropa? Ya dije lo que tenía que decir y debo marcharme.
—Roderich.
—Si no es así, de todos modos, pensaba venir mañana, así que puedo recogerla entonces. —Bajó de un brinco del escritorio para abandonar la habitación, pero Gilbert lo detuvo antes de que alcance a dar dos pasos y volvió a sentarlo, esta vez sobre su regazo.
—Señorito, no me hagas enojar.
—Entonces respeta mis decisiones.
—No son tus decisiones si yo tengo que ver —explicó en un único e insólito intento de ser conciliador.
—El que está casado con ella soy yo —remató, herido. Más que molestarle el hecho de que Gilbert no acepte lo que proponía, le lastimaba pensar en la posibilidad de que aún sienta algo por ella. La idea rondaba su mente debido a que, aunque no quería pensar más a fondo en ello, la declaración de Gilbert le resultaba bastante repentina.
Lo hizo a un lado abruptamente, casi como un empujón, y se puso de pie sin decir palabra. Salió de la habitación y él, que no se esperaba esa reacción, quedó inmóvil en medio de esta. Un minuto más tarde, lo vio regresar con las manos vacías.
—No ha secado.
Roderich comprendió el mensaje implícito. Inhaló con fuerza, miró un instante al techo y se dispuso a salir.
Gilbert se dejó caer nuevamente en la silla y prefirió darle la espalda a la puerta. Tras oír cerrarse la de su habitación y luego la de la entrada, dejó escapar un enorme suspiro y hundió la cara en el libro que estaba leyendo, bastante agotado.
Un ladrido de Aster, seguido de otro de Blackie y Berlitz, le hizo reaccionar cuando estaba a punto de caer dormido. Caminó hasta el pasillo tallándose los ojos y avisó en voz alta a su hermano que él echaría un vistazo. Se acercó despacio, receloso, porque sus perros le estaban avisando que alguien estaba cerca, pero nadie había llamado a la puerta. Le pareció distinguir una silueta a través del vidrio labrado que decoraba la parte superior, así que, con cierto cuidado y curiosidad, finalmente abrió la puerta.
—Iba a pedirte un paraguas porque sigue lloviendo...
Silencio.
—Pensé que sería descortés de mi parte empapar tu camiseta...
Gilbert continuó sin decir nada a pesar de que la incomodidad de Roderich era evidente.
—Recibí una llamada —enfatizó, como para no decir de quién se trataba pero a él le quede claro a quién se refería— porque ya es tarde. Sabe que estoy aquí. Le dije que iba a quedarme a cenar y... a dormir. Le pareció extraño, pero no dijo más... Le dije que no se repetiría y con eso quedó tranquila... Déjame pasar. —Para cuando terminó, ya tiritaba de frío.
Su expresión le recordó a Gilbert la de un cachorrito. Uno apaleado, desconfiado, a punto de morder.
Roderich ingresó refunfuñando al ver que Gilbert apenas dio un paso a un lado. En cuanto estuvo de vuelta en el descansillo, tomó su mano y lo forzó a regresar a la habitación.
—Ya tenemos bastante con nuestro problema como para tener que lidiar también con tu hermano. Él menos que nadie debe enterarse. Eso te lo encargo a ti. —Al no obtener ninguna respuesta, apretó la mano que aún sostenía—. No es de gente no ofrecerme siquiera algo de beber. —Nada. Empezaba a preocuparse sinceramente. ¿Un Gilbert silencioso? Eso era inconcebible—. Mientras preparas té o algo, buscaré algún libro que podamos ir avanzando. No voy a quedarme a perder el tiempo... Deprisa, ve y sírvenos algo —apuró, girándolo para empujarlo y enviarlo fuera de la habitación.
Una vez solo, empezó a curiosear entre lo que había en el escritorio. Descubrió que había estado estudiando aritmética y física, y también que había pasado muchas horas ocupado en eso, ya que alrededor de los libros encontró muchas hojas con operaciones resueltas, además de virutas de borrador y lápiz. Al oír que la puerta volvía a abrirse, giró el rostro. Gilbert cargaba el vaso con jugo de frutas que había dejado olvidado en la cocina y el sándwich terminado. Cuando Roderich estuvo a punto de extender la mano, le dio un mordisco y un sorbo a cada uno.
—No he cenado —se limitó a explicar, y volvió a sentarse en la cama—. Si quieres algo, prepáratelo.
—Creo que comprendes que en nuestra situación no puedo exhibirme ni andar libremente por tu casa, mucho menos tu cocina.
Se encogió de hombros y dio otro bocado a su comida.
—Bien —resopló Roderich, y apoyó su cuerpo en el escritorio—. Bien. No hay problema.
—Discúlpate.
—¿Qué?
—Ya me oíste. —Y de otro bocado, terminó el sándwich—. Tú sabes por qué estás aquí. Sabes que hiciste mal.
Sabía que era cierto. Si bien Elizabetha sí le llamó, él permaneció cerca de la puerta, algo arrepentido de su comportamiento. ¿Cómo era posible que discutan de esa forma apenas unas horas luego de haber admitido lo que sentían? Peor aún, cuando más unidos debían estar. No, lo peor era que el motivo de su discusión era absurdo. Y él era el principal culpable.
Frunció los labios, dejó atrás el escritorio y se acercó a él con calma. Gilbert aparentemente ya estaba dejando de lado su mal humor porque al reparar en su expresión, le pareció ver el atisbo de una sonrisa.
No esperó a que le diga nada, porque ver la cara de Roderich fue suficiente. Tomó sus manos entre las suyas y lo volvió a sentar sobre su regazo. Cogió el vaso con refresco y lo forzó a beberlo, sin importarle su mueca de fastidio.
—Qué princesa eres, de verdad —rio, envolviendo su cintura con sus brazos.
—No me llames de esa forma. Me desagrada completamente.
—No te comportes como una entonces.
—¿Sigues... molesto?
—Sí, muy molesto —aseguró, y Roderich se estremeció al sentir los ojos rojos de Gilbert prenderse de los suyos—. Estoy demasiado molesto.
Por supuesto, eso no era cierto. La sonrisa de Gilbert ya era irreprimible al ver que sus palabras habían asustado un poco a Roderich. Valiéndose de su posición, tomó impulso y lo depositó en la cama. Gilbert quedó encima de él, con sus rostros a la misma altura.
—Vas a tener que hacer méritos estos días, Señorito. Pero no me enojo mucho nada más porque sé que si estabas afuera es porque en el fondo querías disculparte. Tu cara me lo dijo todo. ¡Te hubieras visto! —rio, y con sus dedos empezó a peinar los cabellos de Roderich, que debido a la lluvia estaban nuevamente algo húmedos.
Al oírle decir eso, volvió a respirar con tranquilidad. Se apoyó sobre su codo y con su mano libre atrajo lo que restaba de distancia el rostro de Gilbert para darle un beso. Al separarse, volvió a oírlo reír.
—Se lo diremos los dos —se rindió finalmente en un suspiro, perdidos sus ojos en los de Gilbert. En ese momento comprendió que estaba perdido: estaba irremediablemente enamorado de él.
—Cuando estés listo —respondió Gilbert, y volvió a besarlo.
Roderich solo asintió despacio y envolvió su cuello con ambos brazos, a la par que sentía los de Gilbert recorrer su cintura hasta perderse en su espalda.
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—Me sorprende que vengas, querida, pero eso no significa que me moleste o incomode. Sin embargo, no puedes culparme por sospechar que tu visita se debe a que algo especial ha ocurrido.
—Hoy he hecho lo que me pediste: salí con él. Podría decirse que fue una tarde agradable. Caminamos por el centro, almorzamos, fuimos al cine, tomamos un café... Fue muy atento y amable siempre —explicó con una sonrisa, aferrando ambas manos a sus rodillas.
—Excelente. Me parece estupendo. Aunque no entiendo... ¿Por qué no estás ahora con él entonces?
—Oh, llegamos a casa y me dijo que había olvidado que tenía que hacer algo urgente.
—¿Y eso sería...?
—Me recordó que Gilbert le había llamado en la tarde porque tenían algo pendiente, algo muy personal para él, así que debía ir para su casa lo más pronto posible. No me dio muchos detalles porque era cosa de ellos... Pero bueno, como salió, decidí venir para contarte.
—¿Gilbert...?
—Sí, nuestro amigo de infancia, el de–
—No es que no lo recuerde: me extraña. Últimamente se han vuelto cercanos, ¿verdad? Solían llevarse muy mal...
—Bueno, en sus propias palabras, "han dejado de lado sus viejas rencillas". A mí me parece bien porque los quiero mucho a los dos, aunque Gilbert sea un bruto y siempre ande peleando con nosotros —rio ella, ya más relajada. Su madre y sus pretensiones usualmente la ponían tensa—. Además, el pleitista siempre fue Gilbert. Roderich no le hacía nada.
Sin embargo, su madre ni siquiera sonrió. Parecía tener la mirada clavada en algún punto invisible de la mesilla de la sala, como si estuviera sopesando la información que acababa de recibir.
—Habrá que solucionar eso —concluyó, y Elizabetha parpadeó desconcertada—. Cariño, haz caso a lo que te dije y procura que lo que ocurrió hoy se repita muy a menudo. Yo me haré cargo del resto.
—No entiendo...
—Tú hazme caso. Sé amable con él, atenta, una buena esposa, que vea en ti alguien en quien pueda apoyarse, alguien en quien confiar. Procura venir a contarme todo cuanto ocurra entre ustedes.
—De acuerdo...
—Bien, ya es tarde. Pide a un empelado que te lleve en auto; me parece que está lloviendo. Descansa y no olvides acatar mis consejos.
La señora Héderváry se puso de pie, dio un último abrazo a su hija y mandó llamar a uno de sus trabajadores para que se encargue de transportarla. Elizabetha, ya en el coche, solo tenía en la cabeza un propósito: ganarse a Roderich.
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Continuará
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N.A: ¿Mercu está actualizando rápido? What the fuck is going on?
Gente, este fic se va al hiatus u.u
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OK NO XD Puedo tardar, pero siempre volveré. Ya vieron que esta vez no tardé casi nada (?)
Bien, este capítulo me ha salido más largo de lo que esperaba... Quiero que entiendan que estas son escenas fluff porque, obviamente, ahora tienen las hormonas alborotadas y todo lo ven color de rosa; pero el conflicto está ahí, y no son niños como para hacerse los locos y pasarse por encima a la linda Eli (?) Son conscientes de lo que tienen que hacer, pero están demasiado contentos como para angustiarse ahora; o sea, está mal, pero no podemos culparlos ;-; Sobre todo Rode, como habrán notado. También hay que entender que ese tipo de cosas no se confiesan así nada más, como uno le cuenta a un amigo que ya no quiere helado de fresa sino de chocolate (?) Ay, qué complicado.
Sí, sí, ya se va notando: no les voy a dar respiro. PROBLEMAS IN COMING, GENTE.
Que comience la cuenta regresiva antes de que su burbujita explote.
Oh, lo olvidaba: MUCHÍSIMAS GRACIAS A LAS LINDAS PERSONAS QUE ME HAN ESTADO DEJANDO REVIEWS :'D Gracias a Angieliette, PauliAnsworth, MileShrud7 que se unió en el último cap y fue tan amable de comentar todo :'D helianne. reinlinde , Lisuko098, Noir. symphonie, EspejoNight28738, y America5.
Nos leemos.
