N.A: La línea significa cambio de perspectiva; los puntos, otro momento.

Este capítulo va dedicado a Angieliette :'D muchas gracias por tu apoyo!

Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO DÉCIMOSEXTO

YOU KNOW I'M NO GOOD [1]

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"La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener."

Gabriel García Márquez

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—¿A ti te dijeron algo?

—Nada. No puedo creerlo.

—Yo creí que éramos amigos... Es decir, no muy cercanos, venga, apenas nos pasamos por ahí, pero tenemos un amigo en común... Mínimo, por decencia, algún aviso... Mínimo...

—Ya no te preocupes. Igual ya estamos de camino.

Les llegó la noticia muy tarde, y eso de alguna forma los había dejado algo descontentos, incluso resentidos. En realidad, lo que les molestaba de todo ese asunto era que se sentían excluidos de la información. Les ofendía. Para cuando se enteraron, descubrieron con sorpresa que apenas les quedaban un par de horas antes de que se marche; así que, muy a su pesar, salieron a toda prisa, sin arreglarse demasiado.

—La verdad, no es algo que me afecte mucho.

—A mí tampoco, pero el tema aquí es que no está bien no decirnos nada. ¡Es nuestro amigo, por Dios!

—Bueno, hay que entender que debe estar ofuscado... Oye, ¿y si ni él mismo estaba enterado? ¿Qué tal si él tampoco ha ido?

—Imagino que debe estar allá ahora. Si no, le llamamos para que vaya corriendo.

Vale... A mí hasta algo de pena me da, ¿sabes?

—A mí no. Él se buscó todo esto. Ojalá que sirva para que reaccione —aseguró frunciendo el ceño. Se trataba de su amigo y en verdad pensaba que merecía lo que estaba pasando, pero lo quería demasiado... —. Bueno, un poco de pena sí me da... ¡Ay, pobre criatura!

—¿Hace cuántos años que no vamos a esa casa? Ya no lo recuerdo...

—¿Alrededor de cuatro años? Dieu, es una barbaridad...

—Bueno, es que no teníamos motivo. El único que iba por allá era ese cabeza dura.

—Bueno, basta de hacer memoria, que ya estamos llegando. Si no lo vemos, le llamamos en el acto.

—Hecho.


Cuando recibió la noticia, supo que estaba obligado a ir aunque no tuviera el más mínimo deseo de hacerlo; la amistad que los unía desde hacía tantos años era motivo suficiente para ir; era eso o esperar a que sus padres lo obliguen, cosa que no le gustaba para nada. Así que tomó un suéter gris de su armario, anunció que volvería pronto y partió rumbo a esa casa.

Tras tocar el timbre de la puerta enrejada un par de veces, fue recibido por uno de los empleados y este, con una sonrisa muy amable, le propuso guiarlo hasta la puerta principal, pero él se negó porque prefería hacer el camino solo y disfrutar de la vista del jardín.

Cuando su mente ya se había sumergido en la contemplación de algunas rosas y se disponía a tocarlas, quizá en un vano intento de aplazar lo inevitable del encuentro, oyó las fuertes pisadas de alguien.

Algo sorprendido, dio un par de pasos y entonces, incapaz de reaccionar debido a su inesperada aparición, quedó inmóvil. Siempre conseguía eso en él, no sabía cómo, pero así era. Intentaba controlar su corazón y fingir que no le afectaba el simple hecho de verlo, pero era imposible. Se sentía expuesto frente a él.

—¡Quítate, Señorito! —casi ladró este con el ceño muy fruncido.

No comprendió sino luego de unos instantes, sumido en su pasmo, que siquiera le había dirigido la palabra porque había chocado su hombro con el suyo al interponerse en su camino tras quedarse petrificado en medio del sendero.

Despertó cuando dejó de oír las pisadas. Miró al cielo como si buscara respuestas, tragó con fuerza, dio un largo suspiro y volvió a andar.


—¿Ya ha estado aquí? ¿Hace cuánto? —dijo mientras caminaba guiado por el mayordomo.

—Se fue hace apenas unos diez minutos. Se despidió de la señorita y partió deprisa sin decir mucho. Quise acompañarlo a la puerta, pero se negó.

—Imagínalo, cher... Debió marcharse hecho una furia, con el corazón roto...

—Estará todo deprimido... Deberíamos ir a verlo cuando nos vayamos.

El mayordomo los condujo hasta la sala y les pidió que esperen mientras él iba a llamar a la señorita de la casa; les explicó que se hallaba algo ocupada haciendo sus maletas, así que, desafortunadamente, su visita tendría que ser muy breve. No les molestó ese detalle porque, después de todo, estaban ahí principalmente para saber los motivos y circunstancias de tan repentino viaje.

Apenas alcanzaron a dar un paso, uno solo, porque lo que vieron los dejó paralizados. Pese a su edad, sabían controlar muy bien sus emociones, pero eso no ocurría cuando algo los sorprendía o maravillaba. Francis, que giró el rostro levemente para corroborar que su amigo tenía la misma reacción, ni siquiera cuestionó o se burló al verlo con la boca entreabierta.

—Buenas tardes —saludó, digno y altanero, barriéndolos con la mirada. A esa edad, esa era su forma de defenderse, su escudo frente a la amenaza que representaba todo lo relacionado con su gran "enemigo". Con los años la barrera se volvió un hábito. Su boca y sus palabras bastaban para desarmar a cualquiera.

Ambos quedaron unos segundos más así, petrificados, hasta que Francis volvió en sí y carraspeó ligeramente, dándole un codazo a Antonio.

—Buenas tardes, mon amour —saludó, y en su rostro apareció esa sonrisa tan característica. Sonrisa de depredador. Roderich alzó una ceja, algo ofendido con su forma de dirigirse a él. No le parecía apropiado de ningún modo; ni siquiera a personas de su confianza (que eran muy pocas, si no es que ninguna) les habría permitido llamarlo así—. ¿Podemos sentarnos?

—No me opongo a que lo hagan —respondió indiferente, midiendo muy bien sus palabras para que le quede claro que ese apodo no le había agradado en lo absoluto y quería levantar una barrera entre él y ellos—. Supongo que vienen a ver a Elizabetha.

—Así es —se sumó finalmente Antonio, más sonriente que nunca. Estuvo a punto de sentarse en el mismo sofá que él, pero al ver que Francis, cauteloso, optaba por el que se hallaba frente a él, lo imitó—. Nos enteramos por un comentario que oímos... ¿A ti te avisaron? Porque si no nos hubiera llegado el comentario, ¡no habríamos venido! —rio, rascándose la nuca. En ese momento sentía que esa casualidad debía ser cosa del destino y se sentía profundamente agradecido por que las cosas hayan ocurrido de ese modo.

—Lo sabía, sí. Sus padres me informaron de sus planes hace ya algunos meses.

—¡Y nadie nos contó nada! Nosotros consideramos a Elizabetha nuestra amiga —dijo Francis pomposamente, fingiendo resentimiento. Antonio, que no perdía su sonrisa, secundó su afirmación asintiendo con la cabeza.

—Bueno, me imagino que es porque no es que seamos tan cercanos...

—Exactamente. No veo otra explicación.

—¿Hace cuántos años no nos vemos? —continuó Antonio—. ¿Cinco? ¿Cuatro?

—No lo recuerdo. Tengo muchas otras cosas en qué pensar.

—¡Ah, es que en este tiempo te has puesto muy guapo! —volvió a reír, sin poder reprimir un sonrojo.

¿Qué se suponía que significaba ese comentario? Si bien no se detenía a pensar demasiado en su aspecto y se preocupaba más por mejorar su habilidad con el piano, eso no significaba que no sepa que, cuando menos, no era para nada feo; además, nunca descuidaba su presentación ni su buen vestir. Pero no estaba acostumbrado a que le digan ese tipo de cosas; los halagos que recibía apuntaban más bien a lo bueno que era en la música y lo rápido que aprendía, por lo que, sin poder evitarlo, se sintió desarmado y sus mejillas pronto se tiñeron levemente de rosa.

—Muy guapo, sí —se sumó Francis, y se acarició la barbilla con los dedos, evaluando la reacción que había obtenido su amigo—. ¿Sigues dedicándote al piano?

—Por supuesto. Mi mente y tiempo están completamente enfocados en mi aprendizaje y perfeccionamiento de mi técnica —respondió un segundo más tarde de lo que le habría gustado.

—Me imagino que ahora debes ser estupendo —volvió a halagar Antonio, algo imprudente a diferencia de Francis. Este procuraba no incomodarlo ni hostigarlo, sobre todo luego de ver que no le había gustado nada que le diga "mon amour"; él, en cambio, se precipitaba y decía todo lo que podía para ganarse su aprecio.

Antes de poder darles una respuesta digna, porque sobre su habilidad con el piano no le cabía ninguna duda, a diferencia del tema anterior, el mayordomo volvió a aparecer anunciando a Elizabetha. La conversación murió y él, luego de desearle un buen viaje y, como para darle gusto, abrazarla, abandonó la casa a toda prisa pero sin perder su andar pomposo.

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—¡¿Lo has visto?!

—Gilbert lo ve más a menudo y no sé cómo se atrevió a no decirnos nada al respecto.

—Nah, es que él tiene la cabeza anclada en Elizabetha, así que no se fija en nadie. Pero bueno, volviendo a lo importante–

—Se ha puesto guapísimo —rio Francis, y se mordió ligeramente el labio inferior—. ¡Te hubieras visto! No dejabas de halagarlo y te salían chispas de los ojos.

—¡Ya, capullo! —rio también, dándole un empujón—. De chico era... mono... Pero ahora... —resopló—. ¿Crees que...?

—¿Que esté libre? Bueno, no tiene el carácter más encantador del mundo, déjame decirte...

—Siempre fue un poco extraño; Gilbert nos hablaba de él como un pedante, ¿recuerdas? Pero a mí no me pareció que lo sea...

—Es que no has querido verlo, que es distinto —fingió regañarle Francis, golpeando con su índice su frente—. Se le nota lo engreído. Además, sabe defenderse bien cuando se siente atacado. Tiene una forma de responder muy limpia... —reconoció muy a su pesar, porque admitir eso suponía que estaba a su nivel en cuanto a dominio de la palabra.

—Bueno, bueno, ¿qué crees, entonces?

—Libre. Esa seriedad solo puede significar eso.

—Yo estaba pensando lo mismo... O quizá es lo que quiero pensar —rio muy bobo, y Francis no pudo evitar enternecerse al verlo.

—Despacio, cher, que no he dicho que no me interesa, así que no te atrevas a adelantarte.

—¡¿Eh?! ¡Pero si apenas le hablaste hoy!

—Yo soy cauteloso. Con esa supuesta indiferencia y altanería no quise incomodarlo porque sería contraproducente. ¡Y sabes que soy muy capaz de lograrlo si me lo propongo!

—Primero habría que ver si le van... los tíos...

—Para mí eso está clarísimo —estalló en risa. Antonio se le unió al instante.

Vale, vale... ¿Que gane el mejor?

—Que así sea.

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Tenía el cabello amarrado en una coleta, pero había dejado libres algunos mechones para enmarcar su rostro. Desde su punto de vista, de esa forma resaltaba aún más su ya notorio atractivo. Llamó a la puerta y el mayordomo, al verlo, curvó una ceja, suspicaz.

—¿Dígame?

Bonjour, monsieur. Me gustaría saber si se encuentra Roderich —respondió con su más deslumbrante sonrisa. El hombre meditó un segundo y le permitió pasar pese a sus dudas porque, claro, alguien con un rostro como ese no podía ser malvado.

Una vez en la sala, con una pizca de impaciencia que no reconocería ni aunque lo torturaran, permaneció sentado en silencio, con las piernas cruzadas y ambos brazos extendidos sobre el respaldo del sofá. Según creía, una apariencia relajada sería lo mejor. Lo invitaría a acercarse y dejaría de lado la reticencia y desconfianza que mostró el día que se encontraron en cada de los Héderváry.

—¿A qué se debe el honor? —dijo desde el marco de la puerta. Francis tuvo claro que estaba haciendo gala de su sarcasmo.

—¿Recibes a tus visitas de pie? Pensé que podríamos platicar.

—Primero, si me permites, quisiera saber... ¿de qué? —objetó, y una imperceptible sonrisa se dibujó en su rostro.

No conocía a Francis lo suficiente para juzgarlo, pero definitivamente sabía que no le agradaba por su actitud fanfarrona y jactanciosa. Era como si sintiera de antemano que lo tenía ganado, y eso distaba bastante de la realidad. Roderich era demasiado arrogante como para poder lidiar con alguien igual o peor que él.

—Hay tanto de lo que podría platicarte, Roderich... —continuó sin amilanarse ni un poco—. Podría demostrártelo. Pruébame.

Roderich volvió a sonreír, no tentado por la invitación, sino porque sus vanos intentos le hacían reír.

—Te agradezco profundamente que pienses en mí, pero no estoy interesado. Mi petulancia opacaría la tuya y no podemos permitir eso, ¿verdad?

—¿Por qué ibas a opacarme? —rio, ya un poco más afectado por su manera aguda y viperina de responder—. Por el contrario, yo me encargaría de que brilles aún más.

—Agradezco la oferta, pero declino a ella —respondió Roderich con una mano en el pecho en fingido gesto de afectación—. Estoy seguro de que habrá muchas más personas interesadas.

Agudo como siempre, o quizá movido por su orgullo, solo pudo llegar a una conclusión. Aguzó los ojos y con el gusto de saber, gracias a su maravillosa intuición, que estaba en lo cierto, dijo:

—Claro, que de eso no te quepa la menor duda. Pero, cher, ¿será que... ya estás interesado en alguien?

La reacción que obtuvo fue suficiente para despertar su suspicacia: Roderich frunció los labios de forma apenas visible, pero el gesto estaba ahí para que Francis lo lea e interprete a voluntad; además, le pareció ver que su mirada se tornaba mucho más penetrante.

—Brillante deducción —aplaudió—. Con un ego como el tuyo, no podría haber otra explicación, ¿cierto? Pero no, no es así. ¿Te acompaño?

Francis no se sintió tan derrotado en el momento pese a que nunca recibía una negativa porque, en general, no sentía tanto interés por Roderich. Además, siendo un sujeto tan particular, le parecía más interesante analizar sus sentimientos y reacciones, tal como había ocurrido en ese momento. Definitivamente su pregunta le había incomodado y ese era un asunto en el que quería ahondar más.

Así que sin perder el garbo y sin mostrar un ápice de decepción —porque no la sentía realmente, en el fondo solo lo veía como una conquista más—, abandonó la casa de los Edelstein.

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Antonio sabía por boca del mismo Francis que ya había ido a verlo, pero se había reservado sus comentarios, lo cual lo llevaba a pensar que aún tenía oportunidad. No iba a negar que esa sospecha le tranquilizaba, pero no por eso dejaba de recriminarse su descuido. Debía darse prisa o se quedaría atrás y perdería su oportunidad con él.

Luego de meditarlo —o al menos tanto como podía—, decidió que, de todos modos, sería mejor aguardar un poco, al menos dos días, porque si lo visitara apenas un día luego de haberlo hecho Francis, podría enojarse, o eso imaginaba. Transcurrido el tiempo que consideraba "prudencial", preparó todo con cuidado: desde su ropa hasta su cabello debían lucir impecables. Optó por una camisa blanca y para no verse demasiado simple se puso encima un chaleco que hacía destacar su buena constitución física. Hizo el enorme esfuerzo de intentar poner en orden su cabello, pero fue imposible. Al menos quedó mucho más presentable de lo normal. Como toque final: perfume. Dos gotas en el cuello, dos en el pecho y estaba listo.

El mayordomo, algo extrañado por tener otra visita, lo dejó pasar porque, tal como había ocurrido con Francis, se dejó convencer por la enorme sonrisa de Antonio. Cuando estaba siendo conducido a la sala para esperarlo, lo vio bajando la escalera principal de la enorme casa. Detuvo su andar en el acto y no pudo apartar sus ojos de él, absorto como la última vez que lo vio.

Roderich frunció el ceño, suspicaz. Le resultaba demasiado sospechoso recibir la sucesiva visita de ambos amigos porque, tal como habían dicho en su última visita, llevaban años sin verse. La primera idea que cruzó su mente fue que querían gastarle alguna broma o se habían puesto de acuerdo para molestarle. Desde su punto de vista, no había otra explicación posible.

—Buenas tardes —saludó, mucho menos agresivo que con Francis. Al menos él no llegaba con su fanfarronería, como sí había hecho el otro. Parecía más bien estar deslumbrado. Tenía una sonrisa algo ingenua dibujada en el rostro.

—¡Hola! —respondió. Su rostro parecía un sol.

—Puede dejarnos solos, yo lo guiaré a la sala —ordenó Roderich, y el mayordomo desapareció en un segundo. Al oír eso, el ánimo de Antonio se avivó. Lo vio terminar de descender la escalera y cuando lo tuvo frente a él, sonrió aún más—. ¿A qué se debe la visita?

—Pensé que sería gentil de mi parte. Hace muchísimos años que no sabía nada de ti.

—Mi vida social es bastante reducida —comentó, y con un gesto de su mano le indicó a Antonio que se siente. Él hizo lo mismo—. No salgo más que para lo absolutamente necesario.

—Eso explica bastante...

—No sé a qué te refieres.

—Nada, no es nada. ¿Dónde tienes el piano? ¡Me gustaría oírte tocar!

Roderich volvió a fruncir el ceño, desconcertado por un instante. Ni él mismo sabía si se sentía halagado o su desconfianza se acrecentaba más y más.

—¿De... verdad?

—¡Claro! De chicos no creo recordar haberte oído, pero estoy seguro de que ahora debes ser muy bueno. ¡Tantos años de práctica debieron dar sus frutos!

No iba a admitir que hablarle de eso era un golpe bajo porque el asunto del piano era su más grande debilidad. Además, solo estaba siendo considerado porque Antonio no era arrogante como Francis. Y, claro, como parte de su amabilidad, lo guió hasta la habitación en que tenía el piano y le permitió oírle tocar.

Para el final de la tarde, Antonio abandonó la casa con una sonrisa de oreja a oreja y la esperanza latiendo en su pecho.

Desde luego, la escena se repitió a lo largo de muchas más tardes, principalmente por culpa de la insistencia de Antonio, pero por otro lado, por la tan reprochable disposición de Roderich de recibir a ese sujeto hasta entonces extraño en su vida pero que parecía manifestar un interés único por verlo realizar la actividad que más le gustaba: tocar el piano.

En su defensa podía decir, nuevamente, que lo único que quería era no hacerle un desplante, y, claro, quién era él para impedirle a Antonio el acceso a la cultura. Era su misión como artista, después de todo. Pero en el fondo sabía, claro que sabía, que el asunto era peligroso.

—¿Qué vas a tocar hoy?

—Me gusta Beethoven. Siempre es una buena opción.

—Me gusta lo que tocas, pero cuando lo haces, a veces pareces triste. ¿Te ocurre algo?

¿Cómo iba a manejar que alguien empiece a conocer un poco más de su persona?

Se estaba descuidando. Estaba permitiendo que la muralla de indiferencia que tanto esfuerzo le había costado construir empiece a agrietarse.

—Para nada. Son ideas tuyas.

—A lo mejor... ¿Te he dicho que te ves maravilloso mientras tocas?

—Sí, en realidad lo has dicho muchas veces —respondió, agachando un poco el rostro para que no note su sonrojo.

—Es porque es cierto. ¿Te importa si me siento a tu lado y te veo tocar?

Roderich asintió suavemente y de un brinquito hizo espacio para él en el taburete aunque algo en su interior le advertía que no debía hacerlo. Posicionó sus dedos sobre las teclas y tras inhalar con calma, empezó a tocar la pieza que quería practicar.

Antonio, cosa rara, permaneció en silencio, alternando su mirada entre el piano y Roderich, aunque, por supuesto, este último capturaba su atención casi en su totalidad. Luego de unos minutos, cuando más concentrado parecía estar, sintió que no podía contenerse más y de un movimiento, detuvo la mano de Roderich con la suya.

Este giró la cara al instante, sobresaltado por lo inesperado de su accionar. Intentó retirarla, sin embargo Antonio la retuvo; no con fuerza, pero sí firmemente.

—Lo siento...

—Te agradecería que no hagas eso.

—Lo que ocurre es que–

—No... importa. Solo no vuelvas a hacerlo.

Temía enojarlo, que termine resentido, que ya no le permita volver a visitarlo y con eso todo su esfuerzo se vaya por el caño, así que, en contra de sus verdaderos deseos, decidió liberarlo.

Quizá aún debía aguardar un poco más.

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—¿Has visto a Gilbert?

—En lo absoluto. Creo que sigue deprimido por el tema de Elizabetha. Pobre...

—Oye, y... —Francis, tendido en la cama, quedó boca abajo y apoyó su peso sobre sus codos para poder hablarle—. ¿Qué ha pasado?

—No mucho —respondió, sonriente y ufano, con la nariz en alto. Como para no mirarlo, porque sabía que de hacerlo, estallaría en risa, fijó la mirada en la revista que supuestamente leía—. He estado visitándolo estas semanas. No es pedante y te lo dije. Es reservado y serio, que es diferente.

—Y te gusta un montón y por eso no ves lo odioso y engreído que es —resopló Francis.

—Lo que pasa es que a ti no te funcionaron tus trucos y te puso en tu sitio —bromeó, dándole una palmada en el brazo—. En cambio, conmigo no es así. Yo sé tratarlo. Creo que ahora confía un poco más en mí.

—¿Y qué tanto has estado haciendo por allá?

—Escucharle tocar el piano —respondió con ligereza. Francis bufó y se le escapó una risita—. Es muy, pero muy talentoso. Verlo y oírlo te arrebata el corazón. Parece un ángel...

—A lo mejor si le dices eso, de verdad por fin le arrebatas el corazón.

Antonio volvió a sonreír y suspiró.

—Ya se lo he dicho...

—¿Cómo es que no has avanzado nada entonces? —repuso indignado Francis. Sabía que de haberle dado al menos un beso o de haberlo tocado, aunque sea la mano, Antonio le habría dicho.

—Te dije que es reservado. Eso me gusta... Es bastante recatado.

—Tú sabes... que a Gilbert... él no le agrada, ¿verdad?

—Ambos lo sabemos —contestó Antonio como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿Le has contado que te gusta Roderich?

—No... Creo que ahora no le sentaría bien...

—Pienso lo mismo y en realidad estaba a punto de sugerírtelo. Ahora tiene en la cabeza el problema de Elizabetha y, además, ni siquiera tienes algo con él. Solo lo visitas como si tuvieran quince años.

—Francis, tenemos dieciséis.

—Pero tú y yo no actuamos como chicos de nuestra edad y lo sabes... Cher, me preocupas... —suspiró, y se acercó a él para tomar sus manos entre las suyas—. Te veo demasiado interesado en él y–

—Y no va a pasarme nada —aseguró, acariciando con sus pulgares el dorso de sus manos—. Yo sé lo que hago.

—De momento vamos a mantener este gusto tuyo en secreto —se rindió, y alejó sus manos para con estas acomodarse el pelo. Ver a Antonio un poco ofendido era algo que no podía soportar, así que no le restaba más que ceder—. ¿Hasta cuándo vas a aguantar la espera y la abstinencia?

—Todo lo que haga falta. No me molesta esperarlo... Aunque sí, sería diferente pedirle que salga conmigo. Sería mejor. No creas que no he estado planeando cómo lograrlo, eh, ¡no te creas! —exclamó, y se arrojó encima de Francis para abrazarlo e intentar hacerle cosquillas. Este recuperó su buen ánimo en el acto. Le robó un pequeño beso y pronto le correspondió el abrazo—. Pero para no espantarlo, voy a esperar una semana más.

—¿Quieres que te ayude?

—Confía en mí. Solo espera y verás.

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Las visitas de Antonio se volvieron casi una costumbre, y de a pocos su proximidad dejó de parecerle un peligro. Si bien en un principio creyó que solo quería burlarse de él, con el paso de las semanas comprendió que estaba equivocado. Antonio estaba realmente interesado en él. Claro que se había dado cuenta, solo que pretendía no haberlo hecho. A esas alturas no le cabía la más mínima duda, y pese a que aún no entendía de dónde provenía el interés, le permitía acercársele.

El tema de Antonio era recurrente en sus momentos de soledad. Antes de acostarse o momentos luego del almuerzo, se detenía unos minutos a intentar analizar su comportamiento, el de Antonio y el propio, además de las consecuencias que esa "amistad" le acarrearían. En primer lugar, no había perdido su recato y seguía tratándolo de forma, hasta cierto punto, distante. Sin embargo, a su mente muchas veces acudía una pregunta: ¿por qué le permitía acercársele tanto? Quizá porque Antonio no era, de ningún modo, desagradable y más bien le entretenía durante las tardes. Se estaba convirtiendo en una especie de amigo para él, y cuando empezaba a figurárselo como tal, algo en su pecho le advertía que estaba cometiendo un error y se arrepentiría tiempo después. Con esa idea, cuando caía la tarde y sabía que apenas faltaban unos minutos para que llame a su puerta y se presente en su casa, tomaba la firme decisión de negarle la entrada, pero la mirada de Antonio era imposible de soportar. Además, el muchacho era tan bueno, como nunca otro muchacho había sido con él, que sentía que no merecía que lo trate de esa forma. Debía, como mínimo, considerar su perseverancia.

Esa tarde también se sumió en conjeturas y cuestionamientos sobre lo que estaba ocurriendo en su vida. Pero a pesar de que esperó y esperó para esta vez definitivamente negarse a verlo, él no llegó. Esto extrañó tanto a Roderich que incluso se asomó cada quince minutos a la ventana de uno de los pisos superiores para poder adelantarse y ver si llegaba.

Rendido por el piano y su vigilia, se acostó alrededor de las nueve de la noche y dejó que el sueño lo cobije. Cuando ya era poco más de medianoche y se hallaba muy cómodamente en la cama, cubierto con las sábanas y cierta preocupación aún presente que arrastró a sus sueños, le pareció oír un golpecito en la ventana de su habitación. En un primer momento, aún adormilado, creyó que se trataba de alguno de sus padres que andaba de noche rumbo a la cocina para beber algo, pero en cuanto percibió mayor movimiento y el vidrio que tintineaba, empezó a parpadear.

Yo sé que soy ese alguien que un día... ha de entrar en tu vida para darte su corazón...

Volvió el rostro ipso facto, con los ojos muy abiertos y la cara encendida. Abandonó la cama en un brinco y al comprobar que se trataba de él, le hizo una mueca con el índice para que se calle. Antonio, que se hallaba sentado en el balcón con una guitarra en las manos, agitó algo que tenía pegado al mástil. Una hoja de papel.

"Ábreme"

Mas sé que hoy solo vives soñando... y he de estar esperando para darte mi corazón...

—¡¿Qué crees que haces?! —regañó en un murmullo. Su compostura quedó olvidada ante el peligro de que su padre o madre alcancen a oírlos. Volvió el rostro en dirección a la puerta para comprobar que haya echado seguro. Con esa seguridad, finalmente se animó a salir al balcón.

Pero cuando en mis brazos sientas mi calor... no habrá nadie que te aparte de mi gran amor... Tendré que andar entre luces y sombras, recorriendo el camino que el destino me señaló...

Antonio había clavado sus enormes ojos verdes en los suyos, desnudándolo, mientras sus dedos seguían rasgando las cuerdas. Ya tenía total certeza de su interés, pero tener una confirmación de semejante calibre definitivamente no era algo que esperaba. Por otra parte, tomar ese riesgo... Pudo caerse y partirse el cuello... ¿Tanto le interesaba como para arriesgarse —y arriesgarlo a él de paso— a hacer eso?

Pero cuando en mis brazos sientas mi calor, no habrá nadie que te aparte de mi gran amor...

Incapaz de moverse, se limitó a aferrar su mano a la perilla de la puerta del balcón y, para demostrarle que ya no se sentía intimidado, le devolvió la mirada.

Creyó que ya no le afectaría nada de lo que ocurriera. Sentía que había recobrado su autocontrol y estaba dispuesto a seguir regañándolo por atreverse a cometer semejante estupidez.

Lo que Roderich no esperaba era que Antonio se ponga de pie y, guitarra en mano, se acerque a él.

Mas sé que hoy solo vives soñando, y he de estar esperando para darte mi corazón... Para darte mi corazón...

Tragó con tanta fuerza que Antonio lo notó y no pudo reprimir su sonrisa.

Para darte mi corazón... [2]

—Mis padres despertarán en cualquier momento.

—¿Te ha gustado? —inquirió Antonio, y dejó caer al suelo la guitarra sin ningún cuidado, más preocupado por recibir su respuesta y con esta, el empujón final que necesitaba para concretar aquello por lo que tanto había esperado.

Su expresión le recordó a Roderich la de un cachorro.

—No he entendido todo lo que has dicho, pero sí la mayoría... No está mal... Te falta algo de práctica con la guitarra, sin embargo.

—Roderich —empezó, tan solemne como podía. Este, al notar el tono que usaba, se remeció entero y sintió la garganta seca. Sabía qué estaba por venir—, ¿quieres–?

No era justo para él pasarse la vida esperando un imposible y lo sabía. Ya había pasado demasiado tiempo y de a pocos sentía que lo asimilaba y aceptaba. Nunca lo tendría. Aquel día se lo dejó aún más claro de lo que ya lo tenía. Su mente ingrata y corazón traidor muchas veces le hicieron creer que le quedaba al menos una oportunidad, pero en cuanto se encontraban, la realidad se encargaba de barrer toda esperanza. Ahora, con Antonio, tenía la plena certeza de que no se trataba del físico; si le atraía a Antonio, el problema no podía reducirse a algo tan simple; además, él sabía muy en el fondo que no podía ser eso, se veía al espejo y le quedaba claro que era de muy buen ver. ¿Por qué Antonio se había fijado en él? ¿Por qué no él?

La única conclusión a la que llegó luego de esa marea de preguntas y cuestionamientos fue:

—Ya fue suficiente... Nunca va a pasar...

—¿Eh? —boqueó Antonio, alarmado. No entendió muy bien los murmullos de Roderich, pero su expresión no decía nada bueno.

¿Por qué perder la oportunidad? Antonio había sido tan paciente, tan gentil. Era un torpe e ingenuo con sus grandes ojos verdes y su sonrisa deslumbrante, era... atractivo, se atrevería a decir. Quizá, con empeño... No sería difícil, si ya se había ganado buena parte de su confianza... Quizá podría, si se lo propusiera...

—No... es justo... No más... —volvió a murmurar. Antonio, sumamente alarmado por el fracaso de su empresa, en un arrebato lo tomó entre sus brazos para, de ser necesario, pedirle una vez más que le dé una oportunidad.

Roderich se aferró a él y escondió el rostro en la curva de su cuello. No iba a llorar a pesar de que la ocasión lo ameritaba completamente debido a la decisión que estaba tomando: la resignación. No iba a llorar a pesar de sentir su corazón estrujarse. Era demasiado orgulloso para eso. Tomó aire para así asegurarse de no soltar ni un solo sollozo y cuando al fin creyó que recuperaba la calma, sintió la suave mano de Antonio acariciar su mejilla en un intento de obligarle a mirarlo.

—¿Qué pasa? —susurró casi contra sus labios—. ¿T-Te has emocionado? —bromeó, apartando unos cabellos de su frente. Sabía que no era eso lo que sucedía, pero no se le ocurría otra cosa que decir y se sentía demasiado nervioso.

Aún entre sus brazos y sin deseos de mirarlo a los ojos, sacudió la cabeza. Antonio repasó sus mejillas con sus pulgares y volvió a aproximarlo para decir, esta vez de forma completa, su petición.

—¿Quieres... salir conmigo?

Él asintió y los enredó a ambos en un abrazo necesitado como muestra única de debilidad. Finalmente se animó a mirarlo y al encontrarse con sus ojos, tuvo claro de verdad podría llegar amarlo con locura. Y sonrió. Sonrió porque la perspectiva de dejar atrás el dolor del amor no correspondido le parecía maravillosa. Le sabía a promesa, a futuro. Quizá era eso lo que necesitaba y apenas lo estaba descubriendo.

Sintió un nudo en la garganta y cierta opresión en el pecho. La felicidad parecía tan cercana y fácil en ese momento. Sentía que todo estaba solucionado y de a pocos el mundo adquiría el orden que le correspondía.

Antonio, ebrio de dicha y sin ningún permiso, lo empujó en la habitación y cerró la puerta del balcón. Tomó el rostro de Roderich tan delicadamente como podía en su estado de euforia y por fin, luego de tanta espera, le dio un beso.

—¿Es tu primer beso?

Solo obtuvo como respuesta otro asentimiento. Si iba a empezar algo nuevo, no quería mentirle y mucho menos permitir que su orgullo juegue en contra. No tenía sentido.

Al ver que volvía a menear la cabeza, ensanchó su sonrisa antes de volver a besarlo, esta vez mucho más profundamente. Roderich se estremeció y quiso retroceder, pero las manos de Antonio sobre su nuca y espalda se lo impidieron. Lentamente se dejó llevar por las sensaciones que iba descubriendo y cuando se separaron, se sintió ligeramente decepcionado porque Antonio terminó lo que tan bien estaba haciendo.

—¿Puedo quedarme a dormir? ¡Solo dormir! Prometo que me iré muy temprano y nadie notará nada —se apuró a aclarar—. A las cinco o cuatro si así lo prefieres.

—Está bien... —respondió—. Todo... está bien...

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—Te lo he dicho ya, ¿verdad? Creo que te lo he dicho tantas veces que ya llega a fastidiarte.

—No es así... —casi ronroneó él, intentando poner en orden los rebeldes cabellos de Antonio a pesar del sueño que lo invadía. Aunque no se lo dijera, en el fondo su cabello era una de las cosas que más le gustaban de él. Eso y sus ojos. Le gustaba porque a pesar de ser terrible e imposible de arreglar, le sentaba de maravilla—. Pero creo que es innecesario repetir algo tan a menudo. Además, te creo.

—¡Ah, pero a mí me gusta decírtelo! —protestó risueño, y hundió su nariz en el cuello de Roderich. Como si fuera un cachorro, empezó a refunfuñar y fingir morderle el cuello.

—¡A-Antonio! —quiso regañar, luchando por reprimir la sonrisa que pugnaba por pintarse en todo su rostro. Dio dos golpes insignificantes a los hombros de este, que ya se hallaba sobre él, y se sacudió un poco sobre la cama.

Sin detenerse a pensarlo, dio un mordisco mucho más fuerte, cegado por el ardor del momento, y al oír a Roderich jadear, lamió toda la extensión de piel lastimada. Al reaccionar, enfocó su mirada en sus ojos.

—Eso... ha sido un poco grosero —dijo Roderich por decir cualquier cosa, nervioso aunque absolutamente reticente a aceptarlo. Antes de que vuelva a regañarlo, Antonio se inclinó y los sumió a ambos en un beso hambriento.

Nunca se enteró de en qué momento sus manos se perdieron en ese cabello que tanto le gustaba.

—¿Q-Quieres ir a comer algo el fin de semana? —dijo al fin, cuando su cerebro volvió a trabajar con normalidad—. Puedes pedir lo que quieras, eso no sería problema.

—Quizá no te guste lo que voy a decirte, pero debo hacerlo —respondió unos segundos después. Más que pensar en qué palabras usar, primero quería poner en orden el desastre que era su mente luego de cada beso de Antonio—. Creo que eres plenamente consciente de lo importantes que son para mí los ensayos con el piano. —Asintió—. En realidad, acorde con la rutina que llevaba, en estos momentos debería estar en mi casa, frente a mi piano. Pero no, estoy aquí, en tu... habitación —resolvió tras concluir que decir "cama" resultaría demasiado vulgar para lo que en realidad habían estado haciendo: besarse y abrazarse—, contigo. Y no, antes de oírte protestar, quiero aclararte que no es mi intención recriminarte. Sin embargo, sí quiero que entiendas que si estoy aquí es, en primer lugar, porque así lo he decidido, muy a sabiendas de las repercusiones que podría tener; y, finalmente, porque quiero que comprendas que verte de por sí supone un sacrificio. El cual, si he de ser sincero, como corresponde ahora que estamos... saliendo, estoy dispuesto a hacer de muy buen grado.

Antonio quedó en blanco un instante. Luego del shock inicial, se lanzó a abrazarlo con fuerza y, según pensó Roderich, cierta desesperación.

—¡Claro que entiendo! —lloriqueó un poco—. ¡Debería ser más considerado contigo!

—No he querido decir eso. Eso sería aprovecharme de ti... —confesó, devolviéndole el abrazo, si bien con menos fuerza, con la misma intensidad de sentimiento.

—Entonces... Debo entender que también tienes cosas que hacer.

—Así es. Me alegra que lo comprendas.

—Bueno, en ese caso... —se incorporó despacio y se calzó los pies—. Creo que le diré a Francis que me acompañe. ¡Dicen que venden unas pastas buenísimas! ¡Las pruebo y te digo si valen la pena, cosa que así, ya muy seguros, compramos con confianza sabiendo la calidad de su comida!

Roderich frunció el ceño ligeramente. Antonio no lo notó.

—¿Francis sabe que... llevamos meses saliendo juntos?

—¡Claro que sabe! —respondió, y se acercó a su armario para extraer una chaqueta—. ¡Es mi mejor amigo! Yo le cuento todo... Bueno, casi todo. No le cuento todo lo que pasa entre nosotros, por ejemplo.

—¿Lo sabe–?

—¿Por qué la pregunta? —interrumpió, y devolvió sus pasos para acercarse a Roderich. De vuelta en la cama, cariñoso como siempre, empezó a delinear las facciones de este con sus dedos—. ¿E-Está mal? ¡¿Querías que sea secreto?!

—Preferiría no estar en boca de todos. Es mi vida privada y nadie más que nosotros tendría que enterarse. No digo que me moleste, pero no...

—¡Ah, tan reservado como siempre! —rio él, y le robó un beso—. Si así lo prefieres, no hay problema. A mí me gustaría que el mundo entero sepa que estoy saliendo con alguien como tú, pero, pensándolo mejor, sí, es mejor callarlo... ¡Quizá alguien quiera alejarme de ti! —volvió a reír, y a pesar de llevar puestos los zapatos, se arrojó a la cama para llenar las mejillas de Roderich de besos.

Pronto las que eran inocentes caricias se fueron transformando en toqueteos algo descarados y besos muy intensos, por lo que Roderich lo frenó despacio, tomándolo por los hombros. Antonio bufó, no enojado, sino como una forma de controlarse, y con su pulgar le limpió los labios.

—Disculpa... Solo me gustaría saber... ¿Sabes? Si me estoy pasando, está bien que me detengas...

—Antonio...

—También me gustaría saber... Sé que es difícil, para mí también lo es, no creas que–

—Antonio —regañó esta vez ante tanta dilación.

—Cuando estés listo para... —vaciló un momento, sopesando qué palabra usar para que Roderich no se ofenda con alguna que pueda considerar vulgar—. Me harás saber cuando estés listo para... esto... ¿no?

—¿Qué piensa Francis de todo esto? —Antonio lo vio parpadear antes de hacer su pregunta y, al ver que no obtenía alguna reacción negativa a su propuesta, decidió que con eso ya tenía bastante. Al menos, pensó, no le estaba dando una rotunda negativa.

—En realidad, no dice mucho... Soy yo el que no para de parlotear —sonrió, y tras darle un último beso, se puso de pie y añadió—: Bueno, ¿te llevo a tu casa?

Pese a que algo en él se sentía insatisfecho al no obtener una mejor respuesta, decidió hacer a un lado esa preocupación. Ya tendría tiempo de ahondar en ese asunto. Tomó una mano de Antonio y junto a él, partió rumbo a su hogar.

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Se suponía que iban a verse a las cuatro de la tarde. Roderich fue muy enfático con respecto a la puntualidad porque, como ya le había comentado, para él suponía un sacrificio muy grande hacer a un lado sus lecciones de piano para poder salir con él, y esperaba que lo aprecie. Habían acordado también que, en este caso, sería Roderich quien vaya a verlo a su casa. Contrario a lo que ocurriría con su familia, la de Antonio parecía ser más "liberal" y menos represiva: lo dejaban pasar sin problema e incluso lo dirigían hasta su habitación.

Como siempre, los dueños de casa le permitieron pasar, pero le advirtieron algo. Tiene visita en este momento, dijeron, y Roderich temió lo peor. Pese a la advertencia, decidió que iba a subir las escaleras, porque si supuestamente ya se había resignado, que descubra la verdad no tendría por qué afectarle. Podía ser pareja de Antonio y él no tendría por qué meterse. Así que ya frente a la puerta, con una mano sobre la perilla, pensó que lo mejor sería anunciarse, como la gente educada. Cuando sus nudillos estaban a punto de golpear la superficie de madera, el sonido de unas risas llamó su atención.

Roderich frunció el ceño, extrañadísimo. Esa no era su risa. Ni la de Antonio ni la de él. No lo había oído reír muchas veces, apenas un par, y lo hacía cuando se burlaba de su persona, pero era capaz de reconocerla al instante. Solo podía tratarse de...

Hizo a un lado sus buenas costumbres y decidió entreabrir la puerta. Cuando tuvo a su disposición una pequeña rendija a través de la cual podía ver, divisó a Francis, sentado al lado de Antonio, ambos tomados de la mano.

Pero eso no fue todo.

A medida que permanecía escondido, podía ver aún más. Una mano de Francis se escurrió por el cuello y nuca de Antonio hasta aproximarlo a su rostro. La maniobra culminó en un beso en la comisura de sus labios. Antonio solo reía y lo golpeaba en el pecho en un fingido y absurdo intento de apartarlo.

Volvió a fruncir el ceño y cerró los ojos. Se llevó una mano a la frente, empujó despacio la puerta hasta cerrarla y dejó su espalda reposar en la pared.

Estaba preocupado. Sumamente preocupado.

Le preocupaba descubrir que a pesar de haber visto aquello, no sintió ni una pizca de celos. Solo se sentía traicionado en cierta forma. Pero, pensándolo bien, no tenía derecho ni siquiera a eso. Si no había sentido celos, solo podía significar una cosa. Entonces, el primero en traicionar, de principio a fin, fue siempre él.

Suspiró, cansado. Ya bastante tenía con acomodar los horarios de ensayo, Antonio y su afecto, sus avances, todo lo que hacía por él, como para ahora sumar nuevas preocupaciones.

Pero, a pesar de ser consciente de que no estaba en posición moral de reclamos, tampoco estaba dispuesto a ser traicionado con Francis. No con él. Ese era un asunto personal. Así que abrió la puerta de golpe.

—¡Hola! —exclamó Antonio, increíblemente contento. Roderich no supo qué pensar. O era tremendamente cínico o de verdad pensaba que no había estado haciendo nada malo. Francis por su parte soltó la mano que aún sostenía, pero se tomó el atrevimiento de barrerlo con la mirada.

—Buenas tardes —saludó, rígido e incómodo. De pronto la habitación se le figuraba sucia.

—Bueno, supongo que debo irme —suspiró pomposamente Francis—. Nos vemos, cher. —Y le dio un beso en la mejilla que estuvo a punto de resbalar hasta el cuello. A Roderich le quedó claro, por la mirada de Francis, que el movimiento había sido adrede—. Adiós..., querido.

Una vez que estuvo fuera, Antonio se lanzó a abrazarlo. Él se lo permitió, pero no le devolvió el gesto.

—¿A qué vino?

—Viene a verme con cierta frecuencia. Jugamos algo, platicamos, me cuenta qué hace, le cuento lo mucho que me gustas... Ese tipo de cosas —rio—. ¿Por?

—Nada. No es nada.

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En realidad, lo había olvidado. Tenía en la cabeza el ensayo y estaba también el hecho de que se había empecinado en perfeccionar una pieza, así que quedaba poco espacio para otros pensamientos. El principal perjudicado fue, por supuesto, Antonio. Se negó a verlo, en principio porque aún se sentía incómodo con respecto al exceso de confianza que parecía existir entre él y Francis, pero luego, debido a que estaba completamente enfocado en su técnica. Antonio le llamaba todos los días sin falta, a una hora específica en la que sus padres estaban demasiado ocupados como para ocuparse de él, pero siempre obtuvo un no como respuesta.

Ese día, sin embargo, Antonio no se resignó. Se hallaba en su habitación, repasando la partitura mientras descansaba sobre su cama, ya entrada la noche.

Tal como ocurrió aquella vez, un golpe en la ventana se dejó oír. Al asomarse al balcón, descubrió a Antonio que se hallaba agazapado en una esquina, escondiendo quién sabe qué cosa a sus espaldas.

—No voy a negar que me dolió un poco lo de hoy... Pero aquí estoy, de todos modos —dijo, mirada gacha y expresión decaída. Roderich nunca lo había visto así—. Francis me dijo que no venga... Si te soy sincero, porque me gusta serlo contigo, me dijo que eras un idiota por no acordarte, pero que yo lo soy aún más por venir aquí a pesar de todo...

—Antonio, no–

—No, espera. Quiero pensar que no has querido verme en estas semanas porque tenías que ensayar. Yo lo entiendo, pero... ¿Pero hoy? Te mentiría si te dijera que no esperaba al menos un saludo. Incluso te esperé en mi casa... Les dije a mis padres que te dejaran pasar de inmediato si llegabas...

Se veía tan afligido que Roderich no pudo hacer más que ceder.

—Antonio, levántate... por favor. —Le tendió una mano, pero él la rechazó. Roderich se sintió ligeramente herido. Se había habituado al Antonio que siempre estaba ahí y lo comprendía a pesar de lo caprichoso que podía llegar a ser—. Disculpa, pero he tenido la cabeza ocupada. No quiero mentirte: no sé bien a qué te refieres...

—¿Crees que no me he dado cuenta? Has estado extraño... Es como si me evitaras... Me he pasado las tardes pensando en qué hice mal, qué pudo molestarte... Me molesta que no hallo respuesta...

—Antonio —pidió, mucho más dulcemente. Se acuclilló frente a él, tomó sus manos entre las suyas y las acarició levemente con sus pulgares—, entra y hablemos... Este no es el lugar...

Antonio accedió. No apartó sus manos, por el contrario, se aferró a estas como si su vida dependiera de eso. Lo siguió como un ciego y se dejó caer en la cama, a su lado.

—No miento cuando digo que no estoy enojado contigo. Realmente, no lo estoy. Pero no voy a negar que vi algo que me... incomodó —resolvió, aún sosteniendo sus manos—. Hace unas semanas, cuando fui a verte, vi que Francis se toma ciertas atribuciones contigo. Toma tus manos, toca tu rostro. Me atrevería incluso a decir que te besa.

—¡¿Estás celoso?! —exclamó, como si acabara de volver a la vida, pero entonces reparó en qué lugar se encontraba y se arrepintió en el acto—: ¡Lo siento, no quise gritar!

—No te preocupes, podemos hablar; mis padres están de visita en casa de una amiga. No hace falta que susurremos. Y sobre lo que dices... No sé decir si es exactamente eso, pero creo que no es correcto. Tengo la certeza de que a ti no te haría gracia alguna descubrirme en una situación parecida.

—¡Claro que no! —Otro Antonio, serio y de mirada peligrosa. A veces esos cambios asustaban a Roderich. Podía ser tan dulce y a la vez tan inquietante—. No, no me gustaría... No sé qué haría... Pero, Rode —Apretó una de sus manos—, Francis es mi mejor amigo, es decir...

—De acuerdo, entonces hablaré con mi mejor amigo para repetir con él la escena que vi–

—¡NO! —ladró en el acto. Casi lastimó la muñeca de Roderich—. No, no, no... pero no sé qué hacer...

—Te propongo lo siguiente: recuérdame–

—Eso no es difícil —sonrió, muy bobo.

—Antonio —advirtió—. Cada vez que lo veas, porque no pretendo comportarme como una madre opresora —Su cargo de conciencia se lo impedía—, piensa en qué soy en... en tu vida. Así, espero, te contendrás y le pondrás un límite a sus atrevimientos.

—Está bien... —respondió, como acabara de recibir un regaño.

—Ahora, con respecto a lo que estabas diciendo: lo siento, pero no sé a qué te refieres.

La expresión de Antonio se contrajo. Volvió a agachar la cabeza y soltó sus manos.

—Hoy... son seis meses... Quizá Francis sí tiene razón al decir que soy un idiota por venir...

Antonio se pasó una mano por el pelo y cerró los ojos. Quizá sus sentimientos aún se hallaban en la cuerda floja, pero no por eso pretendía lastimar a Antonio. No lo merecía. Había sido tan paciente, tan dulce, tan comprensivo...

—Lo lamento mucho —dijo, e intentó tomar sus manos. Antonio no se negó—. Primero me sentí incómodo por lo que acabo de explicarte, luego terminé por sumirme en mis ensayos...

—Te traje algo... Creo que la otra vez no te gustó que catné, así que esta vez decidí traerte algo mejor. —Salió un momento al balcón y al volver, traía algo oculto a sus espaldas—. Feliz día, supongo...

Roderich quedó perplejo. Antonio le tendió el finísimo estuche de un violín. Al tomarlo entre sus manos y abrirlo, halló en su interior un ejemplar bellísimo, de tonos rojizos, delicado, suave. Precioso.

—Un Stradivarius...

—Lo conseguí a buen precio. Me parece que son caros. Me pareció el más lindo porque es algo rojizo. El rojo es un buen color —afirmó, con el ánimo algo recuperado al ver el gesto de absoluta estupefacción de Roderich.

Él, aún incrédulo de lo que tenía en las manos, volvió a guardarlo en su estuche, lo depositó en la cama con suma delicadeza y, sin pensar en si estaba mal o no ser tan expresivo, estrechó en un abrazo a Antonio para ser tan sincero como nunca lo fue hasta ese momento en su vida:

—Lo siento... Muchas gracias... —susurró a su oído. Sus manos recorrieron su espalda como muestra de la inmensa gratitud que sentía—. Lamento no tener nada... Lo siento mucho...

—No importa... —respondió él, feliz de saberlo recuperado—. No importa... —susurró él a su vez, también contra su oreja, pero, más atrevido, inició un pequeño camino de besos desde el lóbulo hasta su mandíbula.

Él no intentó detenerlo. Se sentía demasiado feliz. ¿Cómo pudo plantearse siquiera la posibilidad de volver a lo mismo, volver a pensar en él? Si tenía a Antonio, que era tan encantador. No tenía sentido.

—Te quiero... —jadeó Antonio, sus besos cada vez más intensos. Sus labios se detuvieron en la manzana de Adán de Roderich, repartiendo besos y suaves mordiscos cuya recompensa eran pequeños quejidos por parte de este. Tomó entre sus dedos el cuello de la camisa y empezó a deshacerse de cada botón—. ¿A qué hora... —Beso en los labios, iniciativa del mismo Roderich— vuelven?

—¿Una hora? —Tropezaron con la cama, ya con media camisa deshecha. Los dedos de Antonio se escurrieron por sus costados y ascendieron hasta su pecho. Gimió—. V-Voy a... hacer a un lado e-el estuche... —Antonio lo tomó por él con una mano y lo depositó en el suelo con todo el cuidado que pudo pese a cuán emocionado se sentía.

—¿Estás seguro?

Sus ojos verdes se clavaron en los violetas de Roderich. Sabía que no se refería a cuánto tiempo iban a tardar en volver. Esa pregunta significaba mucho, muchísimo más.

Pero en ese punto no había marcha atrás. Lo sabía. Era parte de dejarlo atrás, era parte de su decisión de olvidar.

Asintió.

Antonio se deshizo de la camisa y de toda prenda que se interpusiera entre ellos. En medio de la euforia del momento, Roderich no supo si alcanzó a repetir aquello de quererlo.

Solo se enteró, porque al recordarlo se sintió como una bofetada, que en cierto momento, le pareció que ya no era verde, sino carmín aquello de lo que se prendían sus ojos. Blanco y carmín.

Antonio era tan paciente, tan dulce, tan comprensivo.

Tanto, que no se lo merecía.

Así que se arrojó a besarlo con una pasión que, hasta ese momento, desconocía que poseía.

Antonio y solo Antonio. Nada ni nadie más.

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Fue fácil llegar. Preguntó aquí y allá. Nadie le negó la información. Quince minutos luego de poner un pie en ese lugar, ya había dado con su destino.

Tocó el timbre.

Esperó.

Cher? No esperaba que vinieras tan pronto... Es decir, me alegra, pero–

Lo hizo a un lado de un empujón tan fuerte, que casi cae al suelo. Avanzó hasta la sala y lo encontró.

¡Hola! —exclamó, tan sonriente—. ¿Qué–?

Su sonrisa solo fue un agravante.

En su estado, no tenía mucha idea de lo que hacía; se movía guiado por un impulso animal que lo había dominado desde que oyó aquello.

Lo único capaz de devolverlo a la realidad fue el dolor en sus nudillos.

—¡¿Te has vuelto loco?!

Antonio yacía en el suelo; la sangre escurría por la comisura de sus labios. Francis lo tomó por los brazos en un vano intento por detenerlo.

—¡Gilbert, basta! ¡¿Qué te ocurre?!

Aún sacudido por el golpe, intentó ponerse de pie.

¡Cabrón, gilipollas! —berreó incrédulo, limpiándose la sangre con la muñeca. Francis se estremeció al reconocer esa mirada de Antonio.

Mon amour, cálmate... Dieu, qué pasa con ustedes… No entiendo nada… ¡Pero si ustedes son amigos!

—¡Él no es mi amigo! —escupió Gilbert—. ¿Tú lo sabías?

—¿Saber... qué?

—Tú... —Un momento de iluminación le llegó a Gilbert. Por eso tanto secreteo, por eso tanta reticencia a hablar de su supuesta "amistad" con Roderich. Todo cobraba sentido; cada pieza tomaba su lugar—. Tú también lo sabías... —señaló con su índice. Sus ojos perdidos asustaron aún más a Francis—. Por eso querías juntarme con él... ¡Porque querías alejarlo de Antonio!

—Gilbert, hablemos...

—¡No hablo una mierda con ustedes! Fingiste ayudarme y al final lo único que hiciste fue alejarme de Elizabetha para tu conveniencia... —resopló, incapaz de contener el aire debido a tantas emociones—. Porque todo es como siempre insinuó Roderich... Tú estás enamorado de Antonio, y querías que me enamore de Roderich para que no se acerque más a Antonio, como hace tiempo...

—Gilbert, mon petit, escúchame… No es como piensas —casi rogó él, desesperado. Tomó su mano, pero Gilbert se liberó casi con asco—. Yo, Antonio y yo somos tus amigos, ¿recuerdas? Lo que pasó–

—Vete —amenazó Antonio, ya completamente repuesto. Las manchas de sangre en su mandíbula le causaron escalofríos a Francis. Estaba fuera de sí—. Vete, antes de que te conteste...

—¡Eso quiero verlo! —celebró, tan demente como él—. ¡Venga, te espero!

—¡Ya, basta! —alcanzó a separarlos Francis, cobrando valor de quién sabe dónde—. ¡Es imposible solucionar nada ahora! Cuando se calmen–

—Jódete, Francis. Jódanse los dos... ¡Ah, no, eso ya lo hacen!

—No querrás que empiece a hablar de esas cosas, Gilbert. No ahora que lo sabes —retó Antonio—. Podría dolerte lo que tengo para contarte. No me provoques.

Gilbert se lanzó sobre Antonio para golpearlo de nuevo, pero Francis volvió a atajarlo.

—¡Suficiente! ¡Se calman o llamo a la policía!

—No hace falta —suspiró Gilbert. Se pasó una mano por el pelo y con la muñeca se deshizo del sudor de su frente—. Me largo... No quiero saber nada de ustedes, nunca más. Hijos de puta...

Francis se dejó caer sobre el sofá en el que había estado sentado Antonio hasta el momento del ataque solo tras oír que Gilbert tiraba la puerta. Con una mano palmeó la mullida superficie; Antonio comprendió el mensaje y tomó asiento a su lado.

—Casi me parte la mandíbula, hijo de puta... Que agradezca que no se lo devolví, porque tú sabes cómo soy...

Cher, por Dios, ¡estaba fuera de sus cabales! Tampoco me parece bien que te haya golpeado, pero devolvérselo no habría ayudado en nada... Hay que esperar... Ya sabes qué ha pasado.

—Ahora temo por Roderich... Si a mí me hizo esto...

—¿Tú crees que...? No, no, cher, sería incapaz. Está enamorado, por eso vino a montar este espectáculo. Está sufriendo... Cuando se fue, al insultarlos, parecía estar a punto de llorar... Dieu, si ni él mismo tiene idea de nada...

—Yo sé, Francis, Yo sé... Por eso te dije que–

—También lo sé... Y no sabes cuánto me arrepiento por no haberle dicho... Pero lo hecho, hecho está. Ahora solo toca esperar...

—De ser necesario, iré a ver a Roderich.

—¡Vas a empeorarlo todo! ¿Qué crees que haría si te ve con él? ¡Los muele a golpes a los dos! ¡Piensa, Antonio! Sé que te preocupa, y no es que sienta celos, es que ahora no estás pensando con la cabeza sino con el corazón. Sé que te preocupa porque aún le guardas cariño, pero no. No es lo mejor. Mucho menos ahora.

Antonio no dijo más porque, en el fondo, sabía que Francis tenía razón. Este, al ver con más detenimiento el daño que le habían causado, fue a la cocina en busca de una compresa fría.

—Esperar. Solo podemos hacer eso.

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Continuará

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[1]: Es una canción de Amy Winehouse que pertenece al disco Back to Black y la puse como título porque me ayudó un montón a escribirlo.

[2]: "Para darte mi corazón" es una canción de Nino Bravo, cantante español muy bella.

N.A: No tengo nada que decir. Solo que mañana, 29, se cumplen dos años desde que publiqué el primer capítulo :') feliz aniversario a mí :'DD

Esperen el siguiente cap.

Nos leemos.