Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO DECIMOCTAVO

PASADO

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La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.

El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
Me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos:
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte solo yo.

La voz a ti debida - Pedro Salinas

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Oyó el timbre sonar. Tres veces. No había impaciencia en la llamada; por el contrario, quien estuviera del otro lado de la puerta se dio el lujo de permitir que la melodía suene completa, y solo entonces volvió a presionar el pequeño botón.

No quería levantarse. La cama y las sábanas hechas un caos a sus pies parecían atarlo. Ni siquiera sentía fuerza suficiente para ponerse de pie.

Debe ser el hambre, pensó. Llevaba alrededor de tres días sin comer, después de todo.

Volvió a sonar. La vieja melodía, tan familiar, empezaba a taladrarle el cerebro, así que se cubrió con una almohada y se forzó a dormir. Desde su punto de vista, no había nada más que hacer.

Antes de rendirse, le pareció oír las pisadas de alguien por el corredor. También le pareció, cuando ya estaba a punto de rendirse al sueño, que alguien abría la puerta y le sacudía el hombro. Quiso decir algo, pero su cuerpo se sentía tan pesado y débil que le fue imposible. Sus ojos terminaron de cerrarse lentamente y todo se desvaneció a su alrededor.

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Para cuando despertó, descubrió un plato con comida sobre el escritorio. Pensó en ponerse de pie, pero le fue imposible. No halló voluntad para hacerlo.

No era que no tuviera apetito, todo lo contrario, estaba hambriento, pero no sentía deseo de comer. Ni siquiera él mismo comprendía esa extraña contradicción, y sin embargo así era. Su estómago le pedía alimento, pero él se negaba a dárselo porque algo en él se lo impedía.

En esos momentos, lo único que deseaba realmente era un vaso con agua muy fría. Solo para eso su cuerpo cobraba valor y lo impulsaba hasta la mesa, donde siempre hallaba también un vaso con refresco.

Se bebió el contenido de un solo trago y, tan lento como se incorporó, volvió a dejarse caer sobre la cama. Su mirada apagada se clavó en el techo.

—Hermano...

Se cubrió con la sábana hasta la cara y guardó silencio. No le gustaba para nada ignorarlo, adoraba su hermanito, pero ese no era el momento de intentar hablarle. En realidad, desde que tuvo aquella discusión con... él... no era oportuno siquiera dirigirle la palabra.

—Hermano... —insistió bajito, y entreabrió la puerta—. ¿Has comido?

Nada. No obtuvo respuesta alguna.

—No... No quiero presionarte a que hables... —susurró con calma, con ambas manos cruzadas sobre su vientre, tan solemne como puede serlo un chico de su edad—. Pero me... Me preocupa tu salud.

No podía ignorarlo. Lo quería demasiado.

Ludwig vio, o quiso ver, que su hermano mayor agitaba suavemente una mano y palmeaba el colchón como una invitación a que se acerque. Este de inmediato obedeció. Se acercó a la cama con paso firme y tomó asiento a su lado, en una postura sumamente recta y con Gilbert dándole la espalda.

—Estoy bien... —pareció jadear, y la mano que invitó a Ludwig tomó una de las de este—. Solo... No tengo hambre...

—Estás mucho más delgado —apreció, igual de serio—. Vas a enfermar. Si es que no lo estás ya.

—Gracias por preocuparte... —Una sonrisa tenue que Ludwig no alcanzó a ver se dibujó en su rostro—. Solo déjame descansar. Me siento muy cansado...

—¿Puedo preguntar a qué se debe tu... —Vaciló un momento en busca de la palabra exacta que describa lo que venía ocurriendo y que a su vez no lo incomode, para que no se cierre aún más— malestar?

—Algo insignificante —respondió, con la voz más gruesa y seria, como si esos días de hambre no hubieran pasado y tuviera la misma fuerza de siempre—. No le des importancia.

—Pero, si no es importante, ¿por qué estás así? —cuestionó sin tacto, porque desde su perfecta lógica, lo que decía Gilbert no tenía sentido.

—Solo... olvídalo... —casi gruñó, y volvió a enredarse en las sábanas—. Gracias por dejarme eso ahí.

—Por cierto, hermano... Alguien vino a verte.

Estuvo a punto de incorporarse de golpe sobre la cama, pero se frenó a tiempo para, según él, fingir indiferencia.

Si alguien había ido a buscarlo, solo podía tratarse de él... Pero estaba enojado, terriblemente enojado y decepcionado, así que no lo recibiría. Desde su punto de vista, no merecía ser escuchado y mucho menos recibir perdón. Porque, claro, si Roderich había ido a verlo, solo podía ser para disculparse y arreglar las cosas. No había otra explicación.

—No quiero ver a nadie —sentenció, y se arrebujó con las sábanas. Casi se cubrió la boca con estas, porque ganas no le faltaban de decirle a Ludwig que lo llame, lo cite de nuevo para poder platicar, porque en el fondo lo echaba tanto de menos que esa era la verdadera razón por la que no quería probar bocado—. Que no venga más...

—Pero él–

—No, Ludwig —interrumpió, muy firme, como el hermano mayor que era—. Dile que me fui lejos... o no sé... Inventa algo...

—Se me da fatal mentir...

—Solo repite lo que te dije y ya... Ahora quiero dormir...

Ludwig acató la orden de su hermano y, ligeramente resignado, salió de la habitación para permitirle descansar.

No lo habría dejado solo de haber visto sus ojos hinchados y enrojecidos.

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Transcurrió una semana y finalmente se animó a comer. Ludwig le llevó una charola y cuando abrió la puerta, lo encontró ya sentado, con la cama tendida y la cara lavada. Era un avance. Sabía que su hermano no iba a dejarse arrastrar por lo que sea que le estuviera molestando. Al fin y al cabo, era uno de los rasgos que más admiraba de él.

—¿Te sientes mejor? —inquirió contento. Gilbert solo le respondió con un pellizco en la mejilla y recibió en sus manos el plato que le ofrecía.

Esperó a que termine la sopa que había preparado, luego de compartir un extraño momento familiar en medio de sonrisas, hasta que se le ocurrió mencionarlo otra vez.

—Gilbert —empezó, igual de serio que la vez anterior. La conversación amena hizo que se anime a dirigirse a él de ese modo—, ¿recuerdas que te dije que vino... alguien... a verte?

Él dejó de masticar al instante y clavó su pupila rojiza en la azul de su hermano.

—Ocurre que vino otra vez ayer. Le dije lo mismo que me pediste, pero me advirtió que iba a–

Gilbert mismo iba a frenarlo. No quería oírlo porque luego de esa semana ya se sentía ago mejor, pero finalmente no fue él quien lo detuvo, sino el timbre de la puerta.

Tomó aire. Si tenía que echarlo, iba a hacerlo.

No era un cobarde para evadirlo. Al menos eso se repetía mientras se dirigía a la puerta, pero lo cierto es que las rodillas le temblaban un poco.

Es porque aún estoy débil, intentó convencerse en vano.

—¿Qué haces aquí?

La expresión en su rostro le causó risa. Una risa fingida. Se rascó la nuca y guardó una mano en el bolsillo.

—Al menos déjame pasar, ¿sí? Anda...

Gilbert, incrédulo, estuvo a punto de lanzársele encima, pero Antonio alzó las manos en el aire en señal de rendición.

—¡Vengo a hablar, Gilbert, coño! ¿Te puedes tranquilizar?

Ludwig, que se acercó para ver a qué se debían los gritos, se devolvió por donde llegó y corrió a su habitación. No tenía miedo, simplemente prefería dejarlos solos y no ser inoportuno. Debía tratarse de un asunto muy grave como para que su hermano se encuentre en ese estado.

—¿De qué quieres hablar? —casi escupió, caminando por el pasillo con rumbo a la sala. Antonio se encargó de cerrar la puerta con suavidad—. ¿Qué se supone que quieres decirme?

—En primer lugar... —suspiró—. Gracias por siquiera dejarme entrar. Tuve que insistirle bastante a tu hermano... Pero entiendo que no quieras ver a nadie, es decir–

—¿Tú... estuviste viniendo toda la... semana?

—Claro. Le dije a Ludwig que vendría hoy también, le pedí que te avise. ¿Por? ¿Acaso no te dijo?

Por supuesto. Qué estúpido de su parte creer que Roderich, el orgulloso Roderich, iba a buscarlo. Se sentía tan idiota... Cómo pudo siquiera alterarse, ponerse nervioso ante esa posibilidad...

—Solo... di lo que sea que tengas que decir y vete —ordenó, con las manos hechas puños a cada lado de su cadera. Ni siquiera comprendía por qué le había dejado entrar cuando su único deseo era golpearlo de nuevo.

—Prefiero... sentarme... Gilbert, por favor... —cedió, con los hombros caídos y la expresión angustiada. Sintió el impulso de colocar una mano sobre su hombro, pero lo que menos quería era irritarlo más de lo que ya estaba—. Hablemos. De verdad. Si luego de oírme decides no ser mi amigo nunca más, lo aceptaré, pero déjame hablar, explicarte...

Vaciló un momento. Por una parte, estaba ese cariño que lo unía a Antonio, esa amistad compartida durante tantos años, la inmensa gratitud que guardaba por él y Francis luego de haberlo apoyado en esa dura etapa escolar. Se sentía en deuda con ellos, sabía que, cuando menos, podía darle esa oportunidad de explicarse como una retribución frente a todo lo que hizo por él... Pero por otra, sabía que si lo dejaba hablar, probablemente terminaría herido, muy herido, y esa posibilidad lo estremecía. Lo asustaba.

No respondió nada. Simplemente tomó asiento en uno de los muebles y Antonio interpretó eso como un sí.

—Bien... —Volvió a rascarse la nuca y sus dedos inquietos jugueteaban sobre su rodilla—. No sé cómo te enteraste de... eso... —Con cada palabra, miraba a Gilbert para detectar alguna reacción desfavorable—. Pero ahora que lo sabes, pues... Primero, quiero que sepas que pasó hace años —subrayó con fuerza, como si lo considerara algo sumamente relevante—. Digamos... ¿unos cuatro años, más o menos? Si acaso te preocupa que él o yo no lo hayamos superado, déjame decirte–

—No, no me preocupa eso para nada. Por mí pueden volver a... —torció los labios y, cruzado de brazos como estaba, desvió la mirada— a... a hacer lo que sea que hacían...

—¡Gilbert, por Dios! ¿En serio crees que no me di cuenta de nada? Sé que Francis pasó mucho más tiempo contigo y te habló al respecto, ¡pero por supuesto que lo noté! ¡Te enamoraste de él!

—Cierra la boca... —gruñó, conteniéndose lo mejor que podía.

—Es que ni siquiera entiendo por qué estás molesto...

—¿Te parece poco enterarme de algo como esto? Que mi amigo se... enredó con la persona que más odiaba... ¡¿Te parece poco?!

—¿Lo que te molesta de verdad es que no te hayamos dicho? ¡¿Pero cómo decirte?! ¡¿Cómo decirte entonces?! Acabas de decir que lo odiabas, ¿esperabas que vaya tan campante y te diga "Oye, me gusta tu peor enemigo"? ¡Claro que no!

—Tú–

—¿O esperabas que simplemente me aleje de él solo porque ustedes dos se llevaban mal? ¿En serio eres así de egoísta?

—No puedo creer que me estés diciendo eso... —bufó, meneando la cabeza.

—No, yo no puedo creer que me hayas ido a buscar para golpearme simplemente porque no te conté una parte de mi vida personal. Y para que te enteres, siempre quise decirte, pero Francis me dijo que no era lo mejor.

—¡¿Ahora le echas la culpa a Francis?! Espera a que se entere...

—¡No, Dios! Gilbert, te estoy diciendo que ambos concluimos que no era lo mejor... decirte... Eso fue porque Francis pensaba que era un gusto y se me iba a pasar... pero no fue así...

—Cállate.

—Yo... yo lo quise de verdad. Te puedo asegurar que lo quise de verdad. Por eso no pude dejarlo a pesar de que sabía que ibas a enojarte. Por eso también entiendo que te guste tanto...

—¡Cállate!

—Yo lo amaba tanto... que no me importaba que no haya sido...

—Antonio... —amenazó, con el rostro transformado por la ira que empezaba a dominarlo.

—Quiero explicarte cómo pasaron las cosas aunque no te guste porque sé que en el fondo lo que te duele es que haya estado precisamente conmigo. No es solo el hecho de haberte mentido, sino que haya sido conmigo... Si te hubieras enterado de que tuvo un novio o novia por ahí, no te habría molestado–

—Me molesta que todos ustedes creen que soy el imbécil al que pueden engañar por cuatro años.

—Y también lo que te acabo de decir, Gilbert. Tienes que reconocerlo, porque si no, no podrás–

—No me interesa.

—Gilbert, por favor, sabes que necesitas escucharme. No vas a vivir tranquilo si no lo haces... ¿Crees que eres el único que lo ha pasado mal? Francis y yo nos sentimos muy mal porque sabemos que no hicimos lo correcto. ¿Has pensado en cómo se siente Roderich?

—No me importa lo que le pase.

—Gilbert, no fuiste capaz de... —se puso de pie en un brinco, dispuesto a salir. Todo dependía de su respuesta—. ¿Fuiste capaz de... pegarle?

—¿Y si lo hice, a ti qué te importa?

—No puedo creerlo...

Dio un paso para salir, pero Gilbert lo detuvo con fuerza por la muñeca.

—No vas a ir a buscarlo —volvió a amenazar, con su rostro a un par de centímetros del de Antonio, apretando más y más su agarre.

—¿Vas a impedirlo? —contraatacó él, y su rostro dulce adquirió esa expresión que tanto asustaba a Francis.

—Me gusta ver cuánto lo has superado...

—¿Estás celoso? ¿Tienes miedo de que regrese conmigo al darse cuenta de lo bestia que puedes ser?

Pensó que una buena respuesta a su provocación sería soltarlo, sería la forma perfecta de demostrarle que no le importaba, que podía ir corriendo a buscarlo si quería y a él iba a darle lo mismo, pero no hizo más que retorcerle el brazo de pura cólera.

—No... va... a volver... contigo... —Cada pausa era un apretón.

—¿Crees de verdad que va a estar contigo luego de haberle pegado? Parece que no lo conoces. ¿Puedes al menos aceptar que te mata la idea de que haya estado conmigo?

—No... No le pegué... —cedió al fin. En su mente aparecieron imágenes dispersas sobre lo que ocurrió aquel día—. No podría...

—Admite que te has enamorado de él. Mucho más que de Elizabetha... —se rindió el también, y volvió a su expresión habitual. Le tranquilizaba saber que no le había hecho daño.

Gilbert solo agachó la cabeza y dejó caer ambos brazos. Antonio, conmovido por cuán afectado se veía su amigo, lo llevó hasta el sofá y volvieron a sentarse.

—Francis siempre me dijo que él no me quería, ¿sabes? —Gilbert volvió el rostro al instante—. O al menos no tanto como yo lo quería. Como te dije, yo estaba muy mal... —Dejó ver una delicada y nostálgica sonrisa—. No sé qué hizo conmigo... Estaba loco por él... —Se pasó una mano por el rostro y sonrió aún más ampliamente—. Parecía un idiota... A veces creo que él tiene ese poder. Si no me crees, mira a Elizabetha... Mírate tú, hecho una bestia porque peleaste con él.

—No digas tonterías...

—Pero, como te decía, yo estaba algo... ciego, digamos. Solo me importaba que él esté conmigo. No comprendí sino hasta que terminamos que él, pese a todo el empeño que ponía, no era capaz de amarme de igual manera. Es muy amable y atento, ¿sabes? Muy considerado también. Porque estuvimos juntos un año. Un año en el que intentó quererme y me permitió quererlo...

Gilbert no supo qué sentir al ver la mirada de Antonio clavada en algún punto del suelo.

—¿Te mintió?

—No me gusta ponerlo así... No me mentía porque siempre era así, reservado, pero claro... Además, pese a que le daba mucha importancia a sus ensayos, lo cual entiendo, porque sé cuán importante es todo eso para él —acotó—, se daba tiempo para vernos. Iba a mi casa, conocía a mis padres, me dejaba visitarlo. Con esos pequeños gestos, me dejaba en claro que le estaba poniendo ganas a lo nuestro. No era efusivo ni fingía amarme; tampoco era una pared que se dejaba abrazar... Era solo que en algunos momentos, con sus reacciones, su comportamiento, me dejaba en claro que lo estaba intentando, ¿entiendes? Cuando alguien te quiere, aún más a esa edad, es mucho más... expresivo. Él no. Por supuesto, yo no noté nada en ese momento. —Su sonrisa volvió a aparecer—. O quizá lo notaba, pero estaba tan enamorado que me bastaba tenerlo conmigo.

Permaneció en silencio unos momentos, hasta que tomó aire y rio sin ningún motivo.

—Bueno, y terminamos. Él terminó conmigo, de hecho. —Volvió a reír—. Me vio con Francis... Ya sabes cómo es él... A Rode no le gustaba eso... —Gilbert saboreó con mala cara su forma de llamarlo: "Rode" —. Pero terminó conmigo porque ya no quería seguir intentándolo. Me dijo que no era justo "mentirme", porque yo había sido muy lindo con él. Terminamos bien, por si ibas a preguntar. Luego de eso, no nos vimos más...

—¿Y Francis? ¿Por eso no le agrada el Señorito?

—Bueno, es que a él le quedó el rencor de que "me hizo daño" al no quererme tanto como lo quise yo. Él dice que no es así, pero yo sé que es tal como pienso. Luego de mucho, cuando ya no lo extrañaba ni pensaba en él, me confesó que tenía la corazonada de que a Rode le gustaba alguien más. En ese punto, preferí no darle importancia. Yo sé, más allá de lo que pueda decir Francis, porque él dice esa clase de cosas un poco por rencor, que Roderich es una buena persona. Fui muy feliz mientras estuve con él y es lo único que importa. —Se tomó otra pausa, en la que se pasó una mano por la cara y apoyó ambos codos sobre sus rodillas. Hablarle de eso había despertado todos sus recuerdos. Ya no le dolía ni lo amaba, por supuesto, pero tampoco lo había olvidado por completo—. Y a ti, Gilbert, ¿te hizo feliz?

—No sé de qué hablas —respondió a la defensiva al instante.

—Gilbert, he sido totalmente sincero contigo, te abrí mi corazón y te conté sobre algo que jamás creí iba a hablarte, ¿puedes hacer lo mismo por mí? Es que, en serio, ustedes son demasiado obvios... Me gustaría saber qué pasó.

—No hay nada que contar.

—¿Es porque es guapo? A mí me gustó en un principio por eso. Es decir, ¡solo hace falta verlo! Es tan–

—Antonio, cállate.

—Su cabello es muy bonito, muy suave. Su piel, en general–

—¡Que te calles! —Le dio un empujón y Antonio terminó en el otro extremo del sillón. Lejos de enojarse, se echó a reír—. ¿Cuál es la gracia?

—Mejor cuéntame o no voy a parar... —continuó riendo, ya con ambas manos sobre su abdomen.

—No... No es que sea guapo... —se atrevió al fin, con ambas manos sobre su regazo, con los dedos entrelazados—. Es decir, sí, influye un poco, pero no es lo más importante...

—¿Es porque es dulce a pesar de que no lo parece?

—Sí... —convino, y extendió las manos como si estuviera a punto de explicar algún concepto. Gilbert no se daba cuenta de lo extraño de la situación—. Desde que lo conocí y durante todos los años que pasaron desde entonces, siempre pensé que era un estirado, un tipo engreído porque tiene dinero, ¿entiendes? Pero él realmente se esfuerza por lo que quiere... Tampoco se deja manipular por sus papás, al menos no del todo, sino que, digamos, ¿los utiliza? Porque él de verdad quiere ser pianista, y hace algunas cosas para tenerlos contentos, nada más para que sigan dándole su apoyo. O al menos eso es lo que deduje de las veces que hablamos sobre eso.

—Creo que ya tienes idea de lo empeñoso que es —coincidió Antonio, aún sonriente—. Entonces, ¿te empezó a gustar a raíz de tu supuesto "plan maestro"?

—Cállate... —se quejó, golpeándole un hombro. Antonio comprendió que era su forma de reconocer que así era—. Es que... como tenía que acercarme a él, me di cuenta de que no es tan malo como pensaba. Tiene su lado bueno... Solo es engreído cuando lo trato mal...

—Ustedes se han... ¿Al menos se han confesado?

—A-Algo así... —Se rascó la nuca, nervioso. Por alguna razón, le costaba demasiado contarle las circunstancias en que se había desarrollado lo suyo con Roderich—. Fue cuando nos fuimos de campamento.

—¡Lo sabía!

—Él sabe... que a mí... Ya sabes... También me dijo eso... —El sonrojo era irreprimible.

—¿Él sabe que te gusta? ¿Y tú también le gustas?

—Me dijo algo... peor —Desvió la mirada y se cubrió media cara con una mano—. Me dijo que... me ama... desde hace mucho...

—¡¿Cómo eso va a ser peor?! ¿No estás contento? Espera, eso significa que... ¿Se han estado viendo desde entonces? ¡Están juntos desde que Francis y yo nos fuimos!

—¡C-Cállate...! Él... ha estado viniendo a mi casa...

—No puedo creer que Ludwig no se haya dado cuenta de nada... Gilbert, ¿cómo supiste lo que pasó entre él y yo?

—La madre de Eli me contó. Me dijo que estaba preocupada por él, porque lo veía distraído, como cuando estaba contigo.

—¿Y por qué te dijo eso específicamente a ti?

—Según ella, porque se enteró de que ahora nos llevamos mejor y somos como amigos.

—No lo sé, Gilbert... —sopesó Antonio—. Cuando regrese, voy a hablarlo con Francis. Es extraño. Pero, en cualquier caso, quiero que entiendas una cosa ahora que ya me contaste un poco más sobre ustedes —Gilbert asintió, extrañado y aún con la sospecha puesta en la madre de Elizabetha—. Roderich debe quererte muchísimo, como no me pudo querer a mí por más que lo intentó. Solo piensa en todo lo que pone en riesgo al verte: Elizabetha, sus padres, el apoyo que recibe... Elizabetha es su amiga, pero te quiere tanto que te prioriza a ti... — Recargó su mano sobre el hombro de Gilbert. Este no la apartó—. Si sus padres descubren que está engañando a Elizabetha, seguramente ya no lo apoyarían con sus ensayos... ¿Comprendes? Si acaso dudaste en algún momento de su amor solo porque no te contó lo que pasó entre nosotros, piensa que, en primer lugar, ni siquiera tenía por qué contarte y, por último, ni siquiera habrías escuchado una sola palabra y, tal como pasó, te habrías enojado. Es pasado, tanto para mí como para él... Perdóname, en todo caso, por no haberte dicho...

—Antonio. —Tenía que preguntarle. Por mucho dolor que le cause, era necesario. Necesitaba saberlo—. ¿Ustedes... durmieron...?

—Gilbert, no sé qué cambia eso–

—No —meneó la cabeza y cerró los ojos—, solo... dime. Quiero saber.

—Sí —suspiró, preocupado por la posible reacción de su amigo y por el dolor que esa noticia pudiera causarle—. Pero fue hace muchísimo. No le des tantas vueltas. Además, de haber podido, tú lo habrías hecho con Elizabetha.

—Él me dijo lo mismo...

Otro suspiro.

—¿Qué le has hecho, Gilbert?

—Le grité, como a ti... Le dije que solo me acerqué a él para poder separarlo de Eli... Fue extraño, porque hasta hoy creía que todo era su culpa, pero ahora–

—¡¿Cómo pudiste decirle eso?! —recriminó Antonio, sobresaltado—. ¡Te ha dicho que te ama, ¿y tú vas y le dices que lo utilizaste?!

—Lo vi llorar incluso... —reconoció con la cabeza gacha, más culpable con cada palabra—. Es bonito, incluso así, con el rostro húmedo. Es muy bonito–

—No puedo creer que le hayas hecho eso.

—¿Tanto te afecta? —respondió, ya más a la defensiva.

—¡¿Es que no ves lo injusto que has sido con él?! ¡Ve a disculparte ahora mismo!

—No... No querrá verme... Va a echarme.

—¡Pues pídele perdón, haz algo! —apuró, tirando de sus brazos para que se ponga de pie—. ¡Pero ya! Corre y cámbiate, que estás espantoso... Dúchate, échate perfume y–

—Oye, no va a querer verme...

—¿Y vas a permitirlo? ¿Te vas a rendir luego de todo? ¿Acaso no lo extrañas?

—Muchísimo...

—¡Pues él también debe extrañarte! Gilbert —se frenó sumamente serio—: si no vas ahora, lo perderás para siempre. Te lo estoy advirtiendo.

Los ojos verdes de Antonio lucían tan firmes, tan seguros de que la amenaza que sus labios proferían era cierta, que el temor lo invadió. No iba a permitirlo. Se había equivocado de principio a fin y, como el hombre que era, iba a ponerle una solución, para bien o para mal. Así que se echó a correr rumbo a la ducha con un cambio de ropa entre las manos y no salió del cuarto de baño hasta que sintió que lucía presentable. Al verlo, Antonio le dedicó una sonrisa y le mostró ambos pulgares en señal de aprobación.

Cuando estaban de regreso en el pasillo, a punto de salir, Antonio lo detuvo con su voz.

—Gilbert, una última cosa: Francis sería incapaz de utilizarte. Lo digo porque lo acusaste de haber hecho que te acerques a Roderich como forma de alejarlo de mí. Él... me quiere mucho y a veces eso pesa demasiado en sus decisiones; pero, créeme, él no hizo todo esto para su propio beneficio. Le preocupo, no quería que vuelva a sentir algo por Roderich, eso es cierto, pero también lo es que se preocupó y preocupa mucho por ti, y si decidió ayudarte fue porque deseaba verte feliz. Él se dio cuenta de que algo podía surgir entre ustedes, algo real, no como ese amor platónico que sentías por Elizabetha.

Quedó en silencio un momento, con la manija de la puerta en la mano.

Se había equivocado tanto... Y lo peor era que había causado mucho daño a quienes más lo querían.

—Francis quiso venir conmigo, pero le dije que no era lo mejor, que esto era algo que debíamos solucionar entre tú y yo. Espero que todo quede claro.

Antonio sonrió. Gilbert no pudo más y se arrojó a él en un abrazo necesitado. Como ese mejor amigo de toda la vida que era, que había regresado para brindarle apoyo y aclararle el pensamiento.

—Gracias... —alcanzó a murmurar contra su cuello, palmeándole la espalda.

—Suerte —respondió Antonio, abrazándolo tan fuerte como podía.

Una vez fuera de la casa, agitó una mano en señal de despedida y se echó a correr con dirección a esa casa que lo esperaba.

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Una mezcla de emociones se arremolinaba en su pecho. Estaba la expectativa de verlo, la alegría frente a la posibilidad de poder volver a abrazarlo, siquiera poder verlo a los ojos; pero también estaba el nerviosismo, porque seguramente estaba enojado, quizá ni siquiera querría hablarle. El miedo de que no quiera saber más de él casi lo paralizaba, le entumía el cuerpo y le dificultaba respirar.

Para cuando se halló frente a la puerta, su pecho subía y bajaba erráticamente, como si la carrera le hubiera drenado el aire por completo. Le dolía, le punzaba el corazón. Era la falta de aliento y los recuerdos que lo golpeaban con cada mirada que echaba a la fachada.

Por fin, cuando se sintió más tranquilo, o al menos tanto como podía, su mano temblorosa llamó al timbre.

Si salía Elizabetha, la saludaría como si nada hubiera pasado y le pediría que lo llame. Sería muy enfático en cuanto a la urgencia que tenía de platicar con él. Ella, sabía, sospecharía algo, era muy aguda como para no notarlo, pero él le sonreiría hipócrita y mentalmente le pediría perdón por todo lo que le estaba haciendo. Entonces, cuando saliera, le pediría que lo acompañe. Se arrepintió de no haber ido con el coche. De haberlo llevado, le habría pedido que suba para poder platicar allí. Le pediría perdón en cuanto estuvieran dentro, tomaría sus manos con fuerza y le diría que lamentaba haberlo tratado así, que no lo merecía, que entendía que no había justificación para su enojo con él. Roderich, por orgullo, se resistiría un rato, pero al ver su arrepentimiento sincero, le acariciaría la mano con el pulgar y, al menos, se dejaría abrazar.

Deseaba tanto abrazarlo. Estaba convencido de que era la única forma de transmitirle todo lo mal que se sentía, la culpa y la tristeza por no haberlo visto en todos esos días.

Tal vez lo llevaría a su casa. O a comer, porque seguramente Antonio seguía por allá. Pasarían lo que quedaba de la tarde juntos, y a la noche lo llevaría a su habitación. Lo recostaría en su cama, tomaría una silla y se pasaría la noche contemplándolo. Era maravilloso simplemente poder verlo. Le acariciaría el cabello, las mejillas, y le daría un beso, el beso que tanto había extrañado... Y finalmente, lo regresaría a su casa, con la promesa de verse al día siguiente y reiterándole, en medio de un efusivo abrazo, cuánto sentía todo lo que había pasado. Roderich seguramente para ese momento también admitiría que tenía algo de culpa y le daría un beso. Se despedirían aún tomados de la mano, como si se resistieran a dejarse ir, pero de igual forma lo harían porque era absolutamente necesario, no podían ser descuidados y dejar sospechas.

Pero nadie abrió.

Llamó diez, quince, veinte veces, hasta que le dolió el dedo de tanto insistir, pero nadie salió a atenderlo.

Cuando estaba a punto de llamar a gritos y golpear la puerta con el puño de ser necesario, vio a uno de los empleados de la casa que llegaba con unas bolsas en las manos.

—¿Busca al señor? —preguntó el hombre, haciéndole una pequeña reverencia con la cabeza a manera de saludo.

—¿Han ido a la casa de los Héderváry? —replicó él, bastante inquieto, meneando el pie contra el suelo. En ese momento no tenía cabeza para formalidades.

—No, señor. Lo siento, pero ellos se fueron.

—¿A dónde?

—El señor tenía un concurso. Nos comunicó desde hace mucho tiempo ya que viajaría–

—¿Dónde está? —apuró Gilbert, incapaz de contener la angustia que sentía.

—Viajó con su esposa a Boston. ¿No se lo dijo?

El suelo a sus pies desapareció. El empleado le tocó un hombro, intentó sacudirlo, pero no obtuvo ningún resultado. Gilbert se quedó ahí, con la mirada perdida incluso luego de que, al ver que no tenía sentido insistir, el empleado se metió a la casa.

No supo exactamente cuánto tiempo se quedó allá, pero de algún modo, para la noche, muy entrada la noche —lo supo por la cara de preocupación de su hermano y Antonio, que aún no se había marchado—, volvió a casa. Sentía un frío espantoso que le perforaba la piel y lo hacía sentir enfermo y débil, más débil de lo que se sintió esa semana sin comer.

—¿Qué pasó? —inquirió Antonio al abrir la puerta, acompañado de Ludwig. La expresión de Gilbert no decía nada bueno.

—No sé... Se fue.

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Continuará

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N.A: Lamento que la actualización sea algo cortita, pero era necesario hacer el corte en esta parte.

Tengo algo importante que avisarles:

En realidad, primero pensé que esta actualización debía ser solo un anuncio.

Sí, un anuncio. El anuncio de que muy probablemente no podré actualizar sino hasta fines de febrero. Voy a viajar por motivos de trabajo (sí, Mercu es una vieja que trabaja XD) a provincia, lo que significa que no tendré acceso a mi computadora. Lamento mucho tener que decirles, pero me pareció algo ¿ingrato? no avisarles luego de haber estado actualizando de forma más o menos pareja.

Espero puedan comprender.

Muchísimas gracias por su apoyo. Reitero mi compromiso de no abandonar el fic; solo me voy por un par de meses, aproximadamente. El tiempo se pasará volando :3 quizá entre hoy, 28 de diciembre y mañana pueda escribir otro capítulo, no lo sé. Si puedo, lo guardaré en un USB y lo llevaré conmigo de viaje para actualizar a fines de enero.

No me maten por dejarlo así D: creo que igual se veía venir.

¡Hasta pronto! Feliz Año Nuevo a todos.