Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO DECIMONOVENO
REPUTACIÓN I
.
—¿Podrías repetir eso que estabas tocando?
—¿Disculpa?
—L-Lo que venías tocando… ¿Podrías repetirlo?
—Por supuesto… —respondió dubitativo, con los dedos sobre las teclas.
—Pero… ¿Podrías tocar la pieza al revés? Era "Claro de Luna", ¿verdad?
—¿Quieres que la toque de forma inversa? [1]
—S-Si no es mucha molestia…
Pese a que la petición se le figuraba extrañísima, luego de torcer un poco los labios y echarle una última mirada de soslayo, aún sin saber por qué aceptaba su requerimiento, empezó a tocar.
—E-Espera… Quizá te estás preguntando por qué te lo pido.
—Me lo estoy preguntando, sí, pero saberlo o no, no depende enteramente de mí. Está en tus manos explicarlo —respondió algo crispado debido a la interrupción.
—Siempre quise cantar una canción que incluye lo que te estoy pidiendo… No conozco a nadie que toque el piano con tanto nivel —reconoció, algo ladino de todos modos—. Si no te molesta, intentaré cantar mientras lo haces. Solo quería advertirte eso para no sorprenderte.
Ante esa vaga explicación, solo meneó un poco la cabeza y se devolvió a la tarea de tocar la pieza tal como se lo pedía.
.
.
Todo fue un caos desde el momento en que puso el primer pie en esas tierras desconocidas para él. Le habían informado por teléfono que enviarían a algún miembro del grupo encargado de la organización para que se haga cargo de sus valijas y, sobre todo, de guiarlo rumbo al hotel. Sin embargo, quien sea que le haya dicho aquello por teléfono olvidó por completo al menos detallar alguna característica física o como mínimo la forma en que estaría vestido este individuo; así que, sin más remedio, tanto él como su esposa permanecieron sentados en las bancas, a la espera de que alguien se le acerque al reconocerlo o al intuir que era él a quien buscaban al notar el estuche del violín que llevaba consigo.
Transcurrieron alrededor de quince minutos en los que se le crispaban cada vez más los nervios debido a que, según sus cálculos, si no llegaba nadie en los próximos cinco minutos, no llegaría a su habitación, no podría ducharse, no podría ordenar su equipaje y, en consecuencia, no llegaría a tiempo a la reunión de presentación con los demás participantes y los miembros del grupo de trabajo que los asistirían. Elizabetha, a su lado, casi tan nerviosa como él, pero no por los mismos motivos, colocaba su mano cada tanto sobre su rodilla o sobre su hombro y le susurraba un par de palabras que en realidad no tenían ningún resultado. Algo cansada de la situación y preocupada por Roderich, se puso de pie, dejó el pequeño bolso que llevaba entre las malos en la banca y empezó a recorrer con la mirada todo el lugar en busca de algún indicio, alguna señal para hallar al sujeto en cuestión.
Ocurrió en un segundo: en un giro, su mirada se encontró con la de un sujeto de cabello marrón, que llevaba un gorrito y un maletín algo anticuado en la mano izquierda. Este le echó un vistazo, repasó con la mirada a Roderich y al notar el estuche del violín, alzó una mano en el aire para terminar de llamar su atención. Elizabetha, emocionada, sacudió el hombro de Roderich con más fuerza de la que le habría gustado. Este, debido a la sorpresa, dio un respingo muy evidente y, con el ceño fruncido y un regaño en la punta de la lengua, vio que ella señalaba con un dedo a un individuo que no conocía. Entonces comprendió qué ocurría y pronto el regaño quedó en el olvido. Tomó sus valijas y junto a su esposa, se enrumbó en dirección al hombre de sombrero.
—Llevamos mucho tiempo esperando a su llegada —fue lo primero que se le ocurrió decir, porque tanto era su resentimiento que no fue capaz de siquiera saludar, y eso ya es decir bastante—. Démonos prisa o de lo contrario no llegaremos a tiempo.
—Lamento los inconvenientes, señor. ¿Creería usted que ni siquiera me dieron ninguna pista para identificarlo? He ahí el porqué de mi demora. Eso y que el tráfico es un desastre, to be honest. [2]
Roderich prefirió no decir más. Torció el morro, cogió con fuerza las manijas de sus maletas y se echó a andar, siguiendo de cerca al extraño individuo. Este los guio hasta un taxi que se hallaba parqueado y, una vez dentro, partieron a toda la velocidad que les fue posible. Roderich veía ensimismado el paisaje, quizá a manera de recordar el camino y así, si se le ocurría salir a dar alguna vuelta, no se perdería —que solía ocurrirle, y en realidad, para ser honesto consigo mismo, dudaba que se diera la oportunidad—. Su esposa lo observaba atenta, nuevamente con una mano en su rodilla, preocupada por el semblante que tenía en ese momento, pues, sabía, esa expresión no podía deberse únicamente a los nervios o preocupación por el concurso y su desarrollo.
.
.
Por fin, hizo lo que tenía que hacer en total estado de histeria, echando un ojo cada cinco segundos al reloj. Elizabetha prefirió mantenerse al margen nuevamente, porque sabía que si se atrevía a interrumpirlo, aunque fuera por algo mínimo, Roderich estallaría. Ya listo, aunque incómodo pues no pudo terminar de secarse el pelo por completo —lo cual consideraba una terrible falta de respeto—, le dio un beso en la frente y mejilla, le sacudió las manos —todo muy torpemente— y se despidió de ella asegurándole que no tardaría demasiado.
Una vez fuera, enredó sus dedos entre su cabello a manera de ayudarlo a secar con el viento que le azotaba la cara. El individuo de gorrita, cuyo nombre nunca se molestó en preguntar, lo esperaba recostado a un lado de un taxi. Este le abrió la puerta y lo invitó a seguir, sumando unas palabras que él no alcanzó a comprender pues su cabeza ya estaba saturada de otros pensamientos.
El taxista condujo en silencio, quizá por la penetrante mirada de Roderich, la cual sentía y veía nítidamente cada tanto a través del espejo retrovisor. Fue el tipo de cabello marrón que se hallaba sentado en el asiento de copiloto quien se animó a romper el hielo.
—Bueno, no hubo tiempo de presentarnos. Yo soy Vuk, Vuk Mišić —Roderich clavó sus ojos en él al oír su nombre, pues suponía que el tipo sería algún americano. De hecho, ya viéndolo con detenimiento, ni siquiera era un tipo, sino apenas un muchachito menor que él—. Ya me sé su nombre, me lo dijeron los que me enviaron a recogerlo.
—¿Trabajas con ellos? —inquirió preocupado, pero sin querer demostrarlo por completo. Cruzó piernas y brazos y aguardó por su respuesta.
—Algo así. Me enteré de que necesitaban apoyo, y tengo cierto interés particular en este evento… Así que en cuanto vi que solicitaban jóvenes, decidí presentarme. No es un trabajo a tiempo completo, si es lo que pregunta.
—¿Y no supone un problema tu edad? Probablemente seas menor de edad…
—No es gran problema. Me hizo entrar alguien que conozco, digamos, y solo será mientras dure esto.
Roderich permaneció en silencio un rato, sopesando sus palabras, ya sin liquidar con sus ojos al taxista.
—¿Qué has venido a tocar exactamente? ¿Violín? —dijo de pronto el chico, sacándolo de sus pensamientos.
—Mi especialidad es más bien el piano, pero puedo tocar ambos perfectamente —aclaró mientras continuaba con su escrutinio, algo resentido porque súbitamente dejó de tratarlo de "usted". Quiso pronunciar algo al respecto, pero tenía otra cosa en la cabeza en ese instante: su nombre no era para nada americano, le sonaba casi familiar, y por eso no pudo evitar preguntar—. ¿De dónde provienes?
Roderich podía verlo a través del espejo retrovisor. El muchacho tenía plantada una sonrisa de autosuficiencia en la cara, pero esta se paralizó un instante, una milésima de segundo al oírlo preguntar.
—Usted es de Alemania, ¿verdad? —replicó, y esta vez giró su cuerpo para poder encararlo, ya repuesta su sonrisa. A Roderich le extrañó que retomara la formalidad con él—. Se nota por el apellido: Edelstein.
—Lo soy, en efecto… —No quería sonar grosero con quien, según suponía, tendría que pasar buena parte de su tiempo al tratarse de su guía; pero no le estaba respondiendo, y que un muchachito se comporte de esa forma…
—También se nota el acento —interrumpió el chico antes de que Roderich pueda preguntar nuevamente.
Quizá estaba pensándolo mucho, tal vez estaba sobreanalizándolo, pero le pareció percibir cierta jactancia en sus palabras —quién mejor que él para notarlo, sus pequeñas riñas con Francis ya le habían instruido bastante—, como si Vuk insinuara que era bastante evidente de dónde provenía y su pronunciación no fuera lo suficientemente buena.
Eso. Eso era. La sensación que le dejaron las palabras de Vuk era semejante a que le restregara en la cara que no era lo suficientemente bueno o no tanto como pensaba.
Tuvo que morderse la lengua para no contestarle algo similar. Se repitió a sí mismo en una fracción de segundo que estaba hablando con un niño y que ese comportamiento era propio de uno, que sería ridículo discutir, se rebajaría y eso jamás ocurriría.
—Imagino que es así. —Pensó en justificarse, decir que no había practicado hacía mucho tiempo su inglés, pero no tendría caso. Sería caer en aquello que quería evitar. Así que decidió volver a la carga—: Pero no me has contestado, Vuk —se atrevió a llamarle—. Me gustaría saber de dónde provienes. Tú pudiste adivinar mi origen, o tal vez alguien te lo comentó, no lo sé. En mi caso, prefiero que seas tú mismo quien me dé información al respecto. Me parece mucho más adecuado y conveniente.
Eso estaba mucho mejor. Le daba cierto crédito, lo endulzaba y de esa forma obtendría respuestas.
—Soy de origen europeo —se limitó a decir con su pupila prendida de la de Roderich. Lo miró de arriba abajo y solo entonces recobró su postura anterior—. No nací aquí.
—Comprendo —comentó él, nada más para no caer en un silencio incómodo. No sería prudente de su parte presionar otra respuesta. Ya tenía bastante claro que no era americano, era más que obvio porque, tal como le había acusado, su acento le delataba. No había razón para preguntar más, pero quería hacerlo. Algo en su interior le decía que debía hacerlo.
—Hoy tienes la reunión con los demás participantes. Se supone que tienen que hacerse amigos y eso —explicó agitando una mano, muy despreocupado, leyendo algo en su teléfono—. También van a hacer las primeras prácticas y pruebas de sonido. No hay mucho tiempo y la idea es que ya vienen listos para todo, so, no debe ser gran problema. En realidad, el problema estaría en que ustedes tengan problema con eso.
Saboreó con mala cara la forma en que le hablaba y la "solemnidad" con la que se tomaba el trabajo, pero, nuevamente, prefirió no decir nada. Sin embargo, dejó en evidencia su desagrado: notó que el chico lo examinaba a través del reflejo y aprovechó para contestarle.
—No supone, en lo absoluto, un problema para mí. —Sus ojos fijos, firmes en los de Vuk, enfáticos, y su rostro que iba inclinando a la derecha a medida que cada palabra abandonaba su boca.
Creyó que tendría que soportar otro rato más esa extraña atmósfera, pero el taxista se detuvo y anunció que ya habían llegado. Vio al niño extraer de su billetera un par de billetes, se los entregó al hombre y descendió del vehículo.
Hasta ese punto, no tenía la más remota idea qué había gatillado esa actitud por parte de este. Según pensaba, no había pecado de indiscreto porque si algo lo caracterizaba, era su prudencia al momento de dirigirse a los demás y su buen manejo de palabras. Había actuado con propiedad y, desde su punto de vista, en ningún momento le había faltado al respeto.
Pese a que le intrigaba un poco ese hecho, no tuvo más oportunidad de detenerse a pensarlo, pues ni bien llegaron a las instalaciones en que se llevaría a cabo la práctica, su mente trabajólica automáticamente se enfocó en sus metas y en lo mucho que se estaba jugando y cuánto esfuerzo había puesto de su parte para llegar hasta ese punto.
.
.
.
Cuando estuvo de vuelta en el hotel, Elizabetha lo recibió con una sonrisa cálida, pero él fue incapaz de devolvérsela. Dejó tirado en el sofá su suéter y se metió en la ducha para quitarse de encima la sensación que le había quedado del día.
En realidad, el día no había empezado tan mal. Llegó a la sala, algunos de los participantes aún no habían llegado, pero ya estaban allí la gran mayoría. Se presentaron, estrecharon sus manos, incluso varios mostraron interés en intercambiar un par de palabras con él. No le preocupaba demasiado interactuar con ellos, pero tampoco sería descortés si eran amables. La reunión terminó pronto y, según supuso, seguiría a continuación la prueba de sonido. Sin embargo, para su buena suerte, un muchachito, el cual no había reconocido como uno de sus contrincantes, se acercó a él al verlo sentado completamente solo y le explicó que los demás se habían ido porque habría un break de una hora antes del ensayo propiamente, y la mayoría había decidido irse a comer algo. Así que, sin más opción —porque no iba a quedarse ahí sin nada que hacer—, salió un momento a hidratarse.
Si bien había estado ensayando incontables horas los meses previos, al punto que sus dedos llegaron incluso a entumecerse, nada se comparaba con la presión de esos momentos. Ni siquiera tocó demasiado, apenas unos cuantos minutos debido a que los participantes eran muchos más de los que había imaginado, pudo verlo en la reunión. Resultó que cada uno tenía programada una hora para su ensayo —cosa que no le había comentado en ningún momento el muchachito ni su flamante guía—, y cuando llegó, tuvo que esperar por lo menos veinte minutos. La espera le incomodó, para qué negarlo, así que cuando por fin llegó su momento, ya estaba algo crispado. Todos esos minutos que estuvo aguardando a que llegue su turno trató de convencerse de que estaba bien, que era mejor llegar con algo de anticipación para mentalizarse poco a poco e ir calculando el nivel de sus rivales (algunos, como él, también llegaron antes), pero era en vano: él no funcionaba así. Lo que Roderich necesitaba era llegar en el momento justo, hacer lo que tenía que hacer y no darle más vueltas al asunto, porque de lo contrario se provocaría un enredo (o bloqueo) mental. No se trataba de que no fuera profesional, simplemente era su primer concurso de semejante magnitud y, quizá debido también a su juventud, aún debía aprender a lidiar con ciertas situaciones. Confiaba en su capacidad, en su talento, incluso muchos se le quedaban viendo debido a la seguridad que proyectaba (ese era un punto sumamente importante para él), pero había situaciones que lo superaban, aunque no lo aparentaba.
Elizabetha quiso hablarle, Roderich lo dedujo rápido al ver que tenía sus ojos clavados en él una vez que salió del baño y sus labios entreabiertos, a punto de proferir palabra, pero él la frenó a tiempo. Comprendía que estaba preocupada por él, pero algo que tenía que aprender urgentemente, o quizá ya debería haber aprendido luego de tantos años de conocerse, era que lo mejor que podía hacer en esos casos era aguardar a que sea él quien decida abrirse con ella.
—Ha sido un día largo. —No iba a dejarla en el aire. No era tan desconsiderado. Apreciaba el interés que manifestaba en él. Le daría la justa medida, lo necesario para que quede un poco más tranquila y le transmita que su angustia no le era indiferente, más bien, la agradecía—. Mañana la rutina será similar, así que debo descansar para estar listo. Iré a la tarde. Si te apetece, podemos salir a almorzar juntos —culminó con una leve sonrisa.
Ella, por supuesto, asintió contenta.
—Sé que te irá bien. ¡Vas a aplastarlos a todos! —aseveró, ruda como cuando aún era pequeña, haciendo puños. Le habían dicho que debía comportarse "como una señorita", pero a veces tenía esos deslices.
—Claro, por supuesto que sí —sonrió un poco más abiertamente. Colocó una mano en su hombro, se lo apretó un poco en señal de agradecimiento y se dirigió a la recámara para descansar.
.
.
.
Para el siguiente día, básicamente repitió la misma rutina del día anterior, solo que hubo un hecho que lo sorprendió: el chico de la gorrita no apareció. Elizabetha le hizo el favor de llamar para consultar a qué se debía su ausencia, pero nadie le dio una respuesta clara hasta que un muchacho —cuya voz le sonaba algo familiar— le comentó que quizá Vuk concluyó que ya no necesitaría de su guía, pues con el viaje del día anterior ya tendría que haber memorizado las direcciones y el camino.
Roderich hizo acopio de toda su paciencia, tras preguntarle al muchacho la dirección exacta y cómo identificar mejor la ruta, tomó un taxi y se dirigió a la sala. De ahí en más, tuvo que soportar otra sesión de ensayo, pero ya no sentía la misma presión del día anterior. De a poco iba revelando un poco más de su personalidad y, sobre todo, quedó muy satisfecho consigo mismo al notar que los demás quedaban sumamente sorprendidos con su habilidad y destreza. Por supuesto, no por eso iba a confiarse. Oírlos cuchichear a su paso no hacía más que motivarlo a seguir mejorando.
Cuando estaba a punto de marcharse rumbo al hotel, alguien que no formaba parte de los participantes se le acercó. El desconocido, de espaldas a él, colocó su mano sobre el hombro de Roderich, por lo cual este se sobresaltó. Dio un ligerísimo respingo y se dio media vuelta para encararlo.
—Dígame… —vaciló, porque al reparar en sus facciones descubrió que debía ser unos buenos años menor que él, y quizá no ameritaba tanta formalidad. Además, lo había asustado—. ¿Ocurre algo?
—Quería hablar con usted.
Roderich aguardó un momento a que agregue algo más, pero reinó el silencio. Aún dubitativo sobre si debía decir algo, se tomó un instante para analizarlo más despacio. El niño tenía el cabello castaño algo largo, más que el suyo, y bastante lacio, con un flequillo que le cubría una parte de la frente y de su ojo derecho; pero, al margen de eso, lo que le pareció algo extraño fue su expresión: era indescifrable. No lucía enojado, sino más bien una mezcla entre serio y agotado. Sumamente apático. O indiferente.
—¿De qué se trata? —apuró con aplomo en vista de que no parecía tener intenciones de continuar sin antes recibir una respuesta—. Disculpa, pero creo que no nos conocemos… —sumó, como para agilizar su comunicación. Si el chico iba a estar contestándole con frases, no iban a llegar a ningún lado.
—Nos conocemos —aclaró él muy despacio, con la misma expresión. Roderich tuvo que poner todo de su parte para tratar de descifrar si estaba ofendido o no, pero, como no ocurría normalmente, no fue capaz de hacerlo—. Apoyo en el evento. Le expliqué que habría un descanso antes del ensayo. Le expliqué por qué Vuk no lo recogió.
—Comprendo… —Ahí estaba la razón de por qué le sonaba familiar la voz al teléfono—. Entonces, ¿qué es ese asunto del que quieres hablar conmigo?
—Me gusta la forma en que toca.
Otra pausa. Roderich pensó que diría algo más, parecía estar un poco más comunicativo, pero no. Se quedó mirándolo y, como quien no quiere la cosa, con sus ojos le insinuó que deseaba que prosiga.
—Gracias —resolvió, algo inquieto. Si no iba a decir más, no tenía sentido continuar con la "plática". Estaba a punto de dar un paso, pero antes de que logre su cometido, el chico le tendió la mano para estrechársela. A ese punto, podía afirmar que no lo comprendía en lo absoluto. Le devolvió el saludo, aún vacilante, sin perder de vista su "expresión" en búsqueda de alguna pista que lo oriente al menos un poco.
—Hasta luego —dijo finalmente. Dio media vuelta y se marchó.
Él, claro, quedó hecho un lío. El niño ni siquiera le dijo su nombre, se limitó a ¿felicitarlo? y se fue sin más. ¿Qué había sido todo eso? Primero pensó que lo mejor sería no darle más vueltas a aquello, que seguro fue una especie de broma con quién sabe qué fin, pero la cosa no quedó ahí.
Los siguientes tres días en los que se presentó al ensayo, notó de milagro que el chico siempre estaba presente cuando llegaba su turno. Llevaba un tablero de apuntes entre sus manos y dedicaba su atención por completo a contemplarlo tocar. Fue de milagro, porque ni él mismo se explicaba cómo se le ocurrió girar un poco la cabeza a un lado a la par que colocaba los dedos sobre las teclas; de no haberlo hecho, jamás habría reparado en el detalle de que tenía a alguien más dentro de su público. Quizá, entonces, no era broma como había pensado en un principio.
La duda quedó despejada cuando ese último día de ensayo el chico volvió a ponérsele al frente, cuando ya todos estaban marchándose. Al verlo, Roderich concluyó que quería aprovechar esa oportunidad, pues el día del concurso sería el menos indicado para hablar.
—Quiero hablar con usted —volvió a decir, y tal vez gracias a que Roderich poseía cierta intuición, este asimiló mejor su extraña forma de dirigirse a él.
—Aquel día que hablaste conmigo, no me dijiste tu nombre. Creo que deberíamos empezar por eso —empezó amable con su sutil sonrisa—. A partir de lo poco que hemos podido platicar, intuyo que, por el contrario, tú sabes de sobra mi nombre, aunque tal vez me equivoco; así que, de igual manera, me presento: soy Roderich Edelstein, mucho gusto.
Mucho más analítico, pues iba más prevenido, prestó total atención a la más mínima variación en su semblante. Así pudo ver que al niño le temblaron de forma imperceptible los labios y cierto tono rojizo, casi invisible, hizo aparición en sus mejillas. A su vez, en sus ojos, normalmente apagados, casi somnolientos, se hizo presente una pequeñísima chispa.
—Mi… nombre es Emir Petrovic —respondió lento. Tal vez en su rostro era algo visible el cambio, pero su entonación seguía siendo la misma que la de aquel día. Tal vez se podía distinguir cierto nerviosismo, pero no podía asegurarlo.
Otra vez. No se había puesto a pensar en si el chico era americano o no (no tendría por qué hacerlo), así que resultó una sorpresa para él oír que ese era su nombre. Este también le sonaba familiar, como el de Vuk…
—Es un nombre muy bello. —No mentía, pero en gran medida esa respuesta se debía a que no quería cometer el mismo error que con Vuk. En realidad, ni siquiera lo consideraba un error, el chico ese era sencillamente incomprensible y se había irritado sin motivo.
Y ahí iba de nuevo. O el sonrojo era más obvio o sencillamente ya sabía interpretar mejor las caras que ponía.
—Pero bueno, ¿qué querías decirme? Espero poder ayudarte.
—Ya todos se fueron. Estamos cerrando.
—Puedo verlo. ¿Hay algo malo con eso?
—Puedo quedarme.
—Imagino que sí. He visto que no eres uno de los participantes, dijiste que apoyabas aquí.
—Quiero que toque otro rato.
Roderich, abrió los ojos con sorpresa. Una cosa era que al chico le agrade su forma de tocar, pero otra totalmente distinta que intente favorecerlo de alguna forma. Porque si no era eso, ¿qué otra cosa podía significar esa propuesta?
—Emir —empezó, súbitamente dulce. Quizá le había conmovido tanta admiración—, agradezco tu proposición y tus atenciones, pero creo que sería muy deshonesto de mi parte aceptar. Los demás participantes trabajan arduamente como yo, y sería injusto que solo yo tenga oportunidad de ensayar un poco más aquí.
—No es eso. Quiero escucharlo —explicó, y sus párpados iban de arriba abajo muy lentamente. Tal vez era su forma de dar énfasis a sus palabras—. Me gusta su forma de tocar.
—Eso ya me lo has dicho, y te lo agradezco profundamente. Sin embargo, te he aclarado que me parece una mala idea. Creo que ya has tenido oportunidad de sobra para oírme tocar. —Emir abrió un milímetro más los ojos—. He notado que me observas. Me honras mucho —agregó para que no piense que se sentía acosado o algo similar. Aún no lo conocía lo suficiente y no quería ser malinterpretado. Normalmente no le importaría, recurría constantemente al sarcasmo y cinismo como arma, como medio para mantener su guardia alta, pero tratándose de un muchachito que, por lo visto, no hacía más que admirarlo, no tenía por qué tratarlo mal—. No obstante, mi respuesta sigue siendo la misma.
Emir agachó un poco la cabeza, probablemente pensando qué decir. No se le había ocurrido que Roderich podría negarse.
—Bien.
Al reparar en que el niño lucía algo confundido y parecía dispuesto a irse, decidió hacer algo al respecto. Tal vez se estaba excediendo y normalmente no confiaba en la gente de buenas a primeras, pero el chico solo era algo así como un fan suyo… A su manera, muy rara, sí, pero así era.
—Podemos tomar un café, sin embargo. Me gustaría oír qué tienes que decir sobre mi habilidad con el piano. —Y nuevamente su sonrisa. No quería pensar al respecto, pero ya había pasado varias semanas en las que fue incapaz de mostrar una sonrisa sincera, incluso fingir le había costado una barbaridad. La que le mostraba a Emir, finalmente, era una.
Ambos salieron del recinto en silencio, uno al lado del otro, aunque Emir parecía empeñado en caminar un poco más despacio, como si quisiera permitirle a Roderich avanzar primero y él lo escoltara. Se le había ocurrido lo de tomar algo, pero con su nula capacidad de orientación, no tenía la más remota idea de dónde podría hallar una cafetería.
—Lamento esto pues fue mi idea, pero estamos caminando sin rumbo. Honestamente, no conozco ninguna cafetería de los alrededores.
—Hay una un poco más arriba. Está antes de llegar a la esquina.
Roderich asintió y se dejó guiar por Emir, quien por fin se animó a caminar a la par. El local, que se hallaba apenas a unos cuantos metros, contaba con una planta inferior que se hallaba debajo del local principal. Roderich, perdido, decidió no asomar su nariz por allá porque, desorientado como estaba, temía que en realidad esta sección no forme parte del establecimiento y quede en ridículo al intentar ingresar, así que se limitó a seguir a Emir, que aguadaba parado en la puerta. Al entrar, notó que el lugar era mucho más extenso de lo que se figuraba a primera vista; contaba con muchas sillas y mesas sencillas de madera, pero también con unos pequeños muebles muy mullidos. Dejó a Emir en uno de estos y se acercó a hacer su pedido. Ya de regreso, satisfecho con el sabroso aroma a café que los embargaba, halló al niño de manos cruzadas, meneando la cabeza con los ojos cerrados.
—¿Ocurre algo? —inquirió extrañadísimo.
El niño no respondió, sino que, como comprendió unos instantes después Roderich, esperó a que termine sea cual sea la canción que estaban reproduciendo.
—Me gusta esa canción —explicó, nuevamente con esa expresión indescifrable.
—Me doy cuenta de eso… —Depositó una taza frente a Emir y se animó a darle un sorbo a su bebida—. Veo que te gusta mucho la música.
—Sí.
—Bien… ¿Cómo fue que te uniste al grupo de trabajo? Estoy convencido de que aún eres algo pequeño y quizá no sea adecuado que trabajes.
—Me gusta la música. Mi hermano dijo que podía ayudar. Quería escucharlos tocar.
—Ya veo… Tal vez conozco a tu hermano, ¿cuál es su nombre?
—Cazlov —se limitó a decir y de nuevo empezó a menear la cabeza al ritmo de la melodía que sonaba ahora. Pronto sumó sus brazos, con los cuales formaba extrañas figuras. Roderich echó un ojo a ambos lados con la esperanza de que nadie esté observándolos.
—C-Creo que he oído su nombre… —Poco faltaba para que Emir se ponga de pie, así que estiró una mano como una silenciosa petición de que mantenga la compostura. Lo más extraño (casi perturbador del asunto) era que Emir se movía sin variar un ápice esa expresión apática—. ¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —respondió sin dejar de moverse, pero al ver que Roderich no quitaba su mano, se calmó un poco—. Me gusta cómo toca. Les va a ganar.
—La competencia no es sencilla —comentó cubriéndose el rostro con la taza. Quería ocultar la irreprimible y diminuta sonrisa que se había formado en sus labios. No era pura jactancia, era que, hasta cierto punto, le enternecían sus palabras—. Confío en mi habilidad, pero no subestimo a mis rivales. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Meneando sus hombros y su cabeza de un lado a otro y chasqueando los dedos al compás, Emir guardó silencio a la espera de que Roderich suelte su pregunta.
—¿Por qué estás tan seguro de que ganaré?
—Ya vi a los demás. Pone más sentimiento. Hay alguien que va a cantar, él también me gusta.
—Bueno, ahora que recuerdo, alguien habló conmigo, me pidió que toque algo mientras cantaba. No sabía que habría presentaciones de canto. ¿Habrá tenores? Porque él no lo es.
—No. Él normalmente canta rock. Ahora es famoso.
—Por supuesto, ese día cantó algo de ese estilo… ¿Por qué cantaría en el Symphony Hall un cantante de rock?
—Lo han invitado —dijo encogiéndose de hombros—. Quieren celebrar la incursión de elementos de la música clásica en la música popular. Eso dicen. ¿Está mal?
—N-No, no pienso que esté mal, en lo absoluto… —Vio que Emir torcía la cabeza un poco, algo curioso y expectante de su respuesta. Si el niño se estaba formando musicalmente, le haría un gran daño generarle prejuicios—. No es algo que ocurra comúnmente, es todo.
Roderich dio un último sorbo a su taza y notó que Emir apenas había probado de la suya debido a que se la pasó empeñado en bailar la canción de turno. Si bien le parecía alguien bastante extraño, en su peculiaridad residía su encanto.
—¿No se enojará tu hermano si no sabe de ti? Ya se hace tarde y debe estar preocupado.
—Me vio salir con usted. —Dio un sorbo largo a su taza—. Sabe que lo admiro —afirmó mirándolo a los ojos. En ese momento, como había ocurrido hacía un rato, notó algo extraño en su mirada.
—Bueno, si fuera tu hermano —enfático— no permitiría que salgas con un extraño, aún eres muy pequeño —más enfático, aunque ni sabía por qué. Intuición quizá.
—Usted no puede ser malo. —Otro sorbo y su mirada recayó en su mano, un detalle que ya había notado—. Está casado.
Sin saber cómo ni de dónde vino, a Roderich se le escapó una risa.
La primera risa real en semanas. Pero mejor no pensar en eso.
—¿Cuál es la relación lógica entre estar casado y no ser malo, pequeño? —Ya no había café pero volvió a cubrirse la cara un poco porque se sentía extraño. Indefenso.
—Su esposa debe hacerlo feliz. Usted se ve limpio y ordenado. Seguro lo atiende y ayuda.
—Sigue sin tener sentido para mí.
—Si tratara mal a su esposa, ella no lo ayudaría. Usted no es malo.
Roderich volvió a sonreír. Por una parte, por la ternura que le provocaban esas infantiles conclusiones; por otra, por lo irónico que le sonaba todo. Para cuando la sonrisa se desvanecía, el sentimiento de culpa fue trepando hasta alojarse en su pecho.
—También voy a casarme un día.
—Por supuesto. —Tragó con fuerza y se puso de pie. Emir lo imitó—. Procura que sea como acabas de imaginar.
.
.
.
Finalmente, llegó el gran día. Elizabetha había madrugado y corría de un lado para otro, preparando las prendas que Roderich iba a vestir con mucha anticipación para así tener tiempo de sobra que pueda dedicar a su arreglo personal. Había comprado un vestido muy bonito, especialmente para esa ocasión, y estaba ansiosa por lucirlo. Tenía también unos aretes largos, de brillantes, y se había figurado que tendría que sostener su cabello en algún moño o algo parecido (lo cual le costaría bastante hacer). Había conseguido además unos zapatos de tacón de color negro, porque pensaba que así les daría varios usos. Por último, adquirió un poco de maquillaje. Ya que no tenía mucha idea, cuando fue a conseguirlo, pidió que la asesoren. No quería ir muy bien vestida y tener el rostro pintarrajeado.
Ya listos, partieron de la habitación alrededor del mediodía. Comieron algo sencillo momentos antes, pues con los nervios que cargaban, temían arruinar todo. La ceremonia sería sumamente larga, pues a Roderich le tocaba casi al final, pero sabían que debían llegar junto con todos los demás participantes a la hora que habían pactado. Para cuando llegaron al Symphony Hall, estaban dándole los últimos retoques a todo. Elizabetha sabía que Roderich debía pasar a un salón donde aguardarían todos los concursantes, así que, presa de los nervios, se arrojó a sus brazos y lo apretó con fuerza, incapaz de traducir en palabras cuánto bien le deseaba. Él, por supuesto, comprendió lo que trataba de transmitirle y le devolvió el gesto casi con la misma intensidad y una sonrisa para cuando tuvo que alejarse de ella.
Así que una vez que se halló sola, tomó asiento en la sala principal. Sabía que le restaban unas horas para verlo, por lo cual eligió la posición más estratégica. No quería perderse detalle de nada. Por otra parte, agradecía profundamente estar sentada, porque había cometido el error de elegir unos zapatos demasiado altos. De haber permanecido de pie, no habría soportado ni media hora.
Justamente mientras se acomodaba uno de los pasadores que decoraba el zapato, un hombre se topó con ella al no notarla.
—¡Lo lamento, señorita! —se disculpó al instante. El tipo llevaba sus galas, casi tan pomposas para ser tomado como uno de los concursantes o como un familiar de alguno.
—No se preocupe, seguro no me vio —le sonrió ella. Entonces notó que llevaba una especie de rodillo en la mano— ¿Desea algo?
—Ah, no, solo estaba echando un ojo a esto. Los muebles deben estar muy aseados. Es la cuarta vez que los reviso —explicó, mostrándole dicho instrumento.
—¿Usted es parte del comité entonces? Mucho gusto. —Como una de las tantas costumbres que jamás terminaría de corregir, no le mostró una mano para que la bese (como normalmente le decía su madre que haga), sino que se la tendió para estrecharla. El hombre la aceptó y ella lo sacudió con fuerza—. Yo soy Elizabetha.
—Cazlov Petrovic. Un gusto —declaró sonriente—. ¿Puedo sentarme un momento?
—¡Claro que sí!
—Ah, usted ha escogido muy buena vista desde aquí. Los demás invitados apenas están llegando. Hizo bien en venir tan pronto.
—Si no lo hubiera hecho, ¡no estaríamos hablando!
—Eso es cierto —respondió entusiasta, siempre sonriente—. ¿A quién está acompañando?
—Mi esposo está participando —explicó, algo ruborizada—. Aún falta mucho, pero igual espero con ansias su presentación.
—Y yo me dirigí a usted como señorita, lo lamento. ¡Usted se ve joven para estar casada!
—¡Lo soy, lo soy!
—¡Yo también soy muy joven, por cierto! Y hoy me he puesto mi mejor traje porque el evento lo amerita —comentó ufano, sacando algo de pecho y elevando la quijada.
Elizabetha lo observó de pies a cabeza, algo más atenta, más allá de la broma. Tenía el cabello lacio, de color castaño, y sus ojos eran tan verdes como los suyos.
—¡Puedo verlo! —concedió ella, riéndose— ¡Casi se ve tan guapo como yo!
Cazlov iba a responder algo, pero sintió un empujón a su espalda, casi un codazo. Cuando se dio vuelta, descubrió que corría a toda prisa un muchachito de cabello marrón que llevaba una boina…
—Debo irme… a hacer algo. Pero descuide, señorita. Vendré a verla de rato en rato para que no se aburra. —Y a sus palabras sumó un pequeño movimiento de cabeza en ademán de confianza. Ella se echó a reír otro poco mientras él desaparecía.
Si la ceremonia no iba a ser tan aburrida, podría sobrellevarlo.
.
.
.
.
.
Nunca había estado allí, así que no tenía ni la más remota idea de como llegar. Solo se le ocurrió mencionar su destino a un taxista y se subió al coche. Hizo su mochila a un lado y se dejó caer sobre el asiento. Tenía la espalda molida, pero eso era lo de menos.
No tenía un plan definido, solo lo había impulsado su desesperación —y cierta persona de ojos verdes—, pero como fuere, ya estaba allí. La única pista que tenía estaba en su memoria: le había dicho dónde se iba a llevar a cabo todo así que ese era el único lugar donde podría conseguir información más precisa. Solo hacía falta llegar.
Pero, por supuesto, nada ocurría como él tenía pensado.
Según sus cálculos, llegaría aproximadamente para la noche. Eran aproximadamente las seis, el cielo, oscuro, le advertía que en cualquier momento podría llover. Llevaba puesta una camiseta y una polera encima, además de sus jeans y clásicas zapatillas. En cualquier caso, no pasaría frío. Cuando estuvo allá, luego de extenderle un billete al taxista, tras haber dejado de un brinco el vehículo, se dio con la sorpresa de que la ceremonia estaba llevándose a cabo.
En la puerta se hallaba apostado un muchachito apenas unos años menor que él, o eso intuía por sus rasgos faciales. Llevaba una boina muy simpática y se había reclinado un poco contra la pared. Este, al ver su facha, lo detuvo al instante.
—¿A dónde vas?
—V-Vengo… al concurso.
—Ajá, ¿y qué más?
—Oye, tengo que pasar. Es de vida o muerte —confesó, torciendo la mirada de un lado a otro. Personas vestidas muy elegantemente se abrían paso mientras él seguía ahí parado con la amenaza latente de la lluvia. No quería pasar esa vergüenza.
El chico lo barrió de arriba abajo y asintió despacio, torciendo los labios.
—Me gusta tu estilo. ¿De dónde es tu ropa?
—La compré cerca de mi casa —explicó, perdiendo un poco la paciencia—. Chico, tengo que hacer algo importante.
—¿De dónde eres? Aquí todos son bronceados. Tú estás muy pálido…
—Bien, no soy de aquí —resopló, a punto de darle un puñetazo al muro. Oyó que desde el interior se dejaba oír un piano y se inquietó aún más—. De verdad, debo ver a alguien. Hoy estará en el concurso y seguro ya le va a tocar… Tal vez ya le ha tocado.
—¿Cómo te llamas? —inquirió, curioso. La pinta que traía le parecía sumamente genial, bastante digna de imitar. Además, tenía rasgos extraños, pero a la vez familiares—. Digo, si pasa algo raro y me preguntan, ya tengo a quién culpar.
—¡Yo no vengo a causar problemas! ¡¿Acaso tengo cara de delincuente?!
—Pues no… Pero no pareces invitado, y yo estoy aquí para evitar problemas. Dime tu nombre.
—Soy Gilbert. Gilbert Beilchsmidt —cansado de tanta dilación, extrajo de su bolsillo su billetera y le mostró algunos de sus documentos—. ¿Ves? No soy nadie extraño. Es más, si quieres, te dejo mi identificación y mi mochila y al salir me la devuelves, ¿bien?
—De acuerdo, de acuerdo. —Sin tener muy claro por qué, se sonrojó un poco al ver su fotografía en la identificación, pero aún más al comprobar que era alemán. Notó que Gilbert no se esforzaba en fingir que pronunciaba las palabras adecuadamente; por lo visto, con darse a entender ya tenía suficiente. Ese hecho le agradó mucho
—Muchas gracias… —suspiró aliviado, metiéndose nuevamente la billetera al bolsillo.
—Te veré a la salida entonces.
Y así, por fin pudo ingresar.
.
.
.
Continuará
.
.
.
[1]: Esto quizá lo aclare luego, porque si lo hago, sería spoiler. Pero podrían ir averiguando "Claro de luna al revés" a ver qué resultado les sale en la búsqueda y capaz así ya saben de quién se trata. Aunque está un poco obvio (?)
[2]: Bueno, está hablando en inglés porque tiene que saberlo para moverse en Boston, ¿no? No crean que tiene que ver con su nacionalidad u origen. Lo puse para aclarar que están hablando en inglés. Aparte Vuk es un poco fintoso XD
N.A:
I'M BAAAACK B*TCHES *inserte intro de Bretman Rock*
Ok no, perdón.
OHHHH HA SIDO TANTO TIEMPO OMG NO TIENEN IDEA DE CUÁNTO LO LAMENTO. Apuesto a que ya nadie sigue esta historia xd
En todo caso, si leyeron este cap y siguen pendientes, muchísimas gracias. Prometí que no lo abandonaría. Ni este ni mi otro fic. Espero actualizar pronto, ahora tengo algo de tiempo.
Gracias a las lindas personas que me dejaron review en el cap anterior :c Mags, LivingMess, PaulAinsworth, LonelyheartLonelysoul y America5 :')
Muchas gracias a Mile_Faraday por aguantar mis cojudeces XDDD y por apoyarme con lo de los bálticos :3 por rolear PruAus conmigo y por ser el Dinamarca más precioso que conozco.
Ah, por cierto, el cap recibe ese nombre porque me inspiraron mucho algunas canciones de Taylor Swift ;D este y el siguiente están muy enlazados. Escuchen Delicate, Back To December (esta le calza muy bien a esta historia), Begin Again y Out Of The Woods. Siento que es fácil asociarlas con cómo se siente Rode.
También, por si les queda duda, los personajes nuevos son:
Vuk: Serbia
Emir: Bosnia
Cazlov: Croacia
Si quieren tener una idea de cómo baila Emir, busquen el video oficial de Lotus Flower de Radiohead XDDDD
Nuevamente, infinitas gracias por seguir leyendo. Prometo actualizar, ya ven que sí cumplo.
Los quiero :'c
¡Hasta la próxima actualización!
