Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


CAPÍTULO VIGÉSIMO

REPUTACIÓN II

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—Le dije que volvería, ¿lo recuerda?

Sin permiso alguno, y en vista de que el lugar seguía sin ser ocupado, tomó asiento a su lado con una sonrisa enorme pintada en su rostro. Rápidamente colocó su mano muy próxima al espaldar del lugar que ocupaba ella.

—¡Claro que lo recuerdo! —contestó risueña, feliz de verlo de vuelta pues la espera la estaba matando de aburrimiento—. ¿Sabe si ya va a comenzar por fin? Veo que están dando vueltas, pero aún no hay nada…

—Ya no falta nada, no se preocupe. —Con cada palabra, su mano avanzaba un milímetro y con su mirada evaluaba si se mostraba reticente a este avance—. ¿No le informaron sobre el cronograma?

—No… Solo sabía por boca de mi esposo a qué hora empezaría todo, pero como llegamos antes, igual sabía que tendría que esperar —resopló despacio con un mohín—. Aunque ahora mismo no tengo idea de qué hora es porque no traje reloj.

—Estamos a unos cuantos minutos, descuide —aclaró, divertido con su expresión—. Primero, a manera de introducción, se presentará un cantante que ha cobrado cierta importancia por aquí estos días. Quizá lo conoce.

—Pues no creo, porque recién llegué por el concurso. ¿Entonces aún resta mucho para que acabe todo el evento? —volvió a resoplar, y en su expresión se evidenció cierta angustia.

—Puedo notar que no le gusta esa perspectiva —rio un poco, y ella torció el morro porque sabía que no había lugar para una actitud semejante en un evento de tremenda envergadura. Según tenía entendido, muchas personas quedaron sin invitación pese a lo mucho que deseaban asistir, pero allí estaba ella, casi incapaz de disfrutarlo a plenitud—. Descuide, la entiendo —consoló él, y, como quien no quiere la cosa, colocó su mano en su hombro—; y, si le parece bien… puedo quedarme a hacerle compañía el resto de la noche.

—¡¿De verdad?! —inquirió ella, sumamente sorprendida—. ¿No le causaré problemas?

—En lo absoluto. Ya terminé con todo lo que tenía que hacer. Como le mencioné, apenas restan unos minutos y ya hemos dejado todo listo. ¿La puedo acompañar entonces?

Elizabetha asintió algo ruborizada sin saber por qué y decidió no prestar atención a la mano que aún seguía en su hombro. Quizá luego de todo el aburrimiento que había acumulado, no le sentaría mal la compañía de alguien.

—Y… su esposo… —A Elizabetha le sonó un poco rara la forma en que pronunciaba esa palabra— ¿Qué toca exactamente?

—El piano, por supuesto —rio porque la pregunta le parecía algo tonta—. Le dije que iba a participar. ¡Es realmente talentoso! —aseveró sumamente enfática y emocionada—. Seguro lo ha visto: es alto, de cabello muy bonito, ordenado, muy marrón. Tiene unos anteojos… Además, su comportamiento es muy elegante. Es muy perseverante y dedicado, además de responsable.

—¿Tiene ojos violetas? —recordó Cazlov, porque esa descripción calzaba demasiado bien con alguien que reconocía ya hace un tiempo…

—¡Exactamente! Su nombre es Roderich. Estoy convencida de que saldrá ganador. Ha ensayado mucho por varios meses… Tocar el piano es algo realmente agotador.

—Lo es, lo sé. —Elizabetha se giró en el acto para prestarle completa atención—. Tengo un hermano menor… —reflexionó un poco antes de continuar, algo vacilante sobre si era prudente tocar el tema, aún más al notar el interés en los ojos de ella—. A él le fascina la música y admira mucho a los participantes. Hay uno en–

Cazlov no pudo completar lo que estaba a punto de decir porque la voz del presentador se dejó oír por todo el recinto. Ambos se acomodaron mejor en sus asientos para poder prestarle total atención y así disfrutar del concurso.

El sujeto, vestido con un frac negro, sumamente elegante, dirigió un par de palabras al público, agradecido por su paciencia y satisfecho con la gran concurrencia que se había congregado. Pidió al público que muestre su apoyo a cada uno de los participantes y también que le brinde cálidos aplausos al invitado de la noche: un hombre de buena estatura, cabello rubio, ojos verdes y unas cejas bastante pobladas.

—Asumo que ese es el cantante que me mencionaste el otro día.

Emir no respondió nada, solo le dedicó una mirada que le confirmaba que lo que sospechaba era cierto. Él por su parte se atrevió a salir un poco más de su escondite tras bambalinas para asomar su nariz y poder verlo plenamente. Ya varios músicos de la sinfónica se hallaban apostados en sus lugares y, según supuso, iban a acompañar su canto.

—¿Será tan bueno como para que lo inviten? Solo lo oí una vez y siento que no lo hace nada mal, debo admitir, pero… ¿va a cantar rock en el Symphony Hall?

Otra vez el silencio. El niño se le acercó un poco más para quitarle una imperceptible pelusa del hombro y se colocó a su lado para ver también el espectáculo.

—La canción que eligió es buena —comentó por fin y luego de unos instantes de silencio, por lo cual Roderich se sobresaltó al oírlo.

—¿Él la compuso? —inquirió más curioso.

—No. Es una canción famosa. Es bonita. Me gusta.

—¡¿YA VAN A EMPEZAR CON LA CEREMONIA?!

Roderich e incluso Emir pegaron un brinco al oír semejante alarido. Ambos giraron en el acto, aún con el corazón en la mano; el primero, ya con un regaño en la punta de la lengua debido al susto que le había causado; el segundo, apenas con el ceño fruncido, de forma que parecía más un berrinche en sus infantiles facciones, dispuesto a callarlo en el acto porque cualquier ruido inesperado, tomando en cuenta lo cerca que se hallaban del escenario —e incluso de no ser así, para ambos se trataba de una falta de respeto—, podría poner en riesgo el normal transcurso del evento.

El tipo, ya observándolo más despacio, era bastante joven, probablemente de su edad. Llegaba agitado, tenía sus manos apoyadas en sus rodillas mientras intentaba recuperar el aliento, pues era evidente que acababa de llegar luego de una prolongada carrera. Algo más repuesto, llevó una mano a su pecho y se enderezó lentamente, ya con una sonrisa en sus labios. Con la otra mano se deshizo del sudor que empezaba a brotar de su frente y a la par despejaba algunos de los mechones rubios que le nublaban un poco la vista al colarse sobre sus anteojos. Roderich no pudo evitar reparar en lo alto que era y cuán bronceado lucía en comparación con su propia piel. Se veía lozano y radiante.

—Guarde silencio, por favor —carraspeó al fin, sin dejar de observarlo de arriba abajo—. En efecto, el concierto está punto de comenzar. Cuide su comportamiento.

—¡Lo siento mucho! —rio de forma escandalosa, una risa tan potente y natural que le sacudía los hombros. Empezó a rascarse la nuca en un ademán que Roderich interpretó como vergüenza, supuestamente—. ¡Es que creí que no llegaría! ¡Realmente estuve a punto de perderme su presentación!

—¡Baje la voz! —regañó en un chistido al notar que Emir no sabía bien cómo controlarlo. El pobre niño quería callarlo, pero no sabía cómo lidiar con alguien tan… extrovertido. Parecía estar al borde de la angustia.

—¡Lo lamento, lo lamento! —se disculpó, muy sincero, ya en un susurro para sus estándares—. ¡No quería causar problemas!

—Descuide… —cedió Roderich, aún receloso— ¿Viene a ver a alguien?

El muchacho se sonrojó un poco. Le sentaba de maravilla por lo tostadas que tenía sus mejillas. Exudaba juventud y vigor.

—¡A-Así es! —vaciló un poco, pero sin perder su sonrisa—. ¡Justo ahora va a cantar!

—Si es familiar, debería estar en las butacas, como todos los demás miembros del público.

—Ah… —El muchacho tembló un poquito y miró al suelo entre risas, de un lado a otro, quizá en busca de alguna excusa. Emir, inesperadamente, alcanzó a colocar su mano en el hombro de este a manera quizá de calmarlo. Quién podría afirmarlo. Cada gesto de Emir era un misterio.

Tal vez estaba tan nervioso porque en realidad no estaba invitado e imaginaba que lo echarían al descubrirlo.

—B-Bueno, en sí, en sí, no soy exactamente familiar… aunque se podría decir que sí… —Roderich no estaba dispuesto a oír sus parloteos, así que aguzó la mirada para que comprenda que no quería más rodeos—. Me dijo que podía venir, pero no me gusta mucho estar en traje y la ceremonia es elegante… ¡Además, desde aquí podré sorprenderlo!

—¿Quiere sorprenderlo?

—¡Claro! —exclamó con fuerza, sumamente emocionado. El brillo en sus ojos conmovió a Roderich—. Le hice creer que no iba a venir justamente porque no me gusta esa ropa, ¡y me creyó! Claro que se enojó y eso, porque, obviously, se puso en modo drama —añadió con un ademán de su mano—. Pero aquí estoy, cerca para poder verlo y recibirlo cuando termine.

—Comprendo… Asumo que es alguien muy importante para usted, jovencito. —La mirada de Emir viajaba de un lado a otro como en un partido de tenis. Aunque no pronunciara palabra, internamente se cuestionaba por qué le hablaba con tanta formalidad si probablemente tenían la misma edad—. ¿Es algún primo? ¿Tal vez su tío?

—¿Qué? ¡Claro que no! —se echó a reír el chico rubio. Roderich no entendía qué le causaba tanta gracia, al punto de llevarse las manos al vientre—. ¡No es como si fuera tan mayor!

—Son pareja —intervino al fin Emir en un hilo de voz, siempre con la mirada impertérrita—. Se nota. —Y al fin quitó su mano de su hombro.

El muchacho se sonrojó otro poco y se rascó la mejilla con su índice sin dejar de reír ni por un instante. En cuanto a Roderich, sus cejas casi llegan al techo.

El sonido de un arpa [1] se dejó oír por todo el recinto y el chico hizo a un lado a ambos para abrirse camino hasta el borde de las cortinas, de modo que pueda posicionarse de la mejor forma posible y así contemplarlo a plenitud.

Wednesday morning at five o'clock
As the day begins
Silently closing her bedroom door
Leaving the note that she hoped would say more
[Mañana del miércoles a las 5 en punto,
mientras el día comienza,
Cierra en silencio la puerta de su habitación
y deja la nota que, hubiera esperado, dijera más.]

No era que lo estaba subestimando, en lo absoluto. Tampoco tenía prejuicios en cuanto a la música popular, simplemente no era plenamente de su agrado. Y, sin embargo, lo que estaba oyendo y viendo lo tenía absolutamente fascinado.

She goes downstairs to the kitchen
Clutching her handkerchief
Quietly turning the backdoor key
Stepping outside, she is free
[Ella baja las escaleras hacia la cocina,
toma su pañuelo.
Silenciosamente gira la llave de la puerta de atrás,
un pie afuera y ya es libre.]

Dio dos pasos y quedó al lado del chico —cuyo nombre hasta ese momento seguía siendo una incógnita—. No supo en qué momento su mano cogió rumbo hasta alojarse en su pecho, sobrecogido por la emoción que le embargaba oírlo cantar. No, no solo era su voz, que, objetivamente hablando, no era espectacular: era su capacidad interpretativa. Lucía tan entregado, tan sumergido en cada palabra que profería… Tenía los ojos entreabiertos, mirando al suelo por momentos para luego cerrarlos por completo cuando alcanzaba una nota alta; no porque le costara —tenía una técnica muy limpia y buena para su salud—, sino porque se trataba de la emoción que buscaba transmitir. O que quizá estaba viviendo, no tenía forma de saberlo.

Al margen del arpa, la suma del violín que le fascinaba, la viola y el violoncello convertían la canción en una obra maravillosa y conmovedora. Pero ahí no quedaba todo.

Miembros del coro se unieron a su canto, de tal forma que, como si de una tragedia griega se tratara, daban respuesta a lo que venía siendo narrado y a su vez le proporcionaban una solemnidad trascendental. Roderich estaba sinceramente asombrado.

She…
(We gave her most of our lives)
Is leaving…
(Sacrificed most of our lives)
Home…
(We gave her everything money could buy)
She's leaving home, after living alone, for so many years…
[Ella…
(le dimos lo mejor de nuestras vidas)
se va
(sacrificamos lo mejor de nuestras vidas)
de casa…
(le dimos todo lo que el dinero puede comprar).
Ella se va de casa después de vivir sola durante muchos años…]

Algo en ella se quebró. Sus manos se aferraron con fuerza a los reposabrazos que tenía a cada lado y sus ojos verdes se empañaban más y más con cada segundo. Tragó con fuerza, en silencio, y se mordió los labios, arruinando con esto el labial que se había empeñado en usar. Desvió la mirada del escenario y enredó su cabello entre sus dedos en un vano intento de disimular sus casi irreprimibles ganas de romper a llorar.

Cazlov, a su lado, notó que se tensaba y la miró de soslayo, pues no quería ser muy invasivo, pero al notar algo tan evidente, tomó una de sus manos con delicadeza y se acercó un poco para que pueda oírle.

—¿Está bien, señorita? —inquirió preocupado, acariciando con su pulgar el dorso de su muñeca— ¿Necesita algo?

Ella guardó silencio y apretó los ojos con fuerza, resistiéndose a derramar una sola lágrima. Era una ceremonia importante y no iba a arruinarla con una escena como esa. Además, ¿qué diría Roderich si la viera con el maquillaje estropeado? Luego de tanto trabajo que le costó ponerse así de guapa…

Al no recibir respuesta, decidió respetar su mutismo. Siguió acariciándole la mano, no sin antes tirar un poco de ella para que sienta que, en cualquier momento, podría apoyarse en él de ser necesario.

Father snores as his wife gets into her dressing gown
Picks up the letter that's lying there
Standing alone at the top of the stairs
She breaks down and cries to her husband
"Daddy, our baby's gone.
"Why would she treat us so thoughtlessly?
How could she do this to me?"
[El padre ronca mientras su esposa se pone la bata.
Toma la carta que yace ahí
parada a solas en la escalera.
Se quiebra y le llora a su esposo
"Cariño, nuestra pequeña se ha ido.
¿Por qué fue tan desconsiderada?
¿Cómo pudo hacerme esto?"]

A ese punto, podría afirmar que estaba al borde de las lágrimas. Sentía que se le iba formando un nudo en la garganta y en la comisura de sus párpados notaba que se iba acumulando cierta humedad. Lo notaba, pero no le daba mayor importancia. Prefería vivir y sentir por completo una presentación y talento de semejante talla.

La canción terminó con una última nota aguda del tipo y el coro que lo acompañaba mientras su voz moría lentamente, unos últimos toques del arpa y el público se puso de pie casi en automático y en perfecta sincronía. Roderich, algo recuperado de lo sobrecogedor que había sido todo, se sumó a la explosión de aplausos que estalló en el recinto. Tal vez ese hombre no alcanzó a verlo, pero inclinó no solo la cabeza, sino la mitad de su cuerpo en una venia con la que manifestaba que se rendía ante su destreza e innegable talento.

—¿Cuál es su nombre? —se animó a preguntar por fin. Solo entonces notó que Emir también se hallaba a su lado e incluso se había animado a aplaudir.

—Él es Arthur —casi suspiró el muchacho, y su sonrisa se fue expandiendo más y más. Roderich comprendió que se debía que el tipo tenía un evidente sonrojo plasmado en su rostro y parecía algo nervioso. Pero, más que eso, era el evidente orgullo que sentía. Ese suspiro reunía todo el amor que profesaba.

El presentador se acercó a este, que parecía estar algo aturdido, estrechó su mano para además decirle unas palabras de felicitación y solo entonces, recobradísimo, como si se transformara en otro, le dedicó una mirada algo extraña y sonrió con cierta jactancia.

Apenas terminó de pronunciar su nombre, se hizo a un lado para poder ocultarse tras las cortinas, pues notó que ya se disponía a salir del escenario. Roderich también dejó libre el camino y jaló consigo a Emir, quien se había quedado quieto cual estatua, simplemente mirando de un lado a otro. Arthur llegó unos segundos después, algo agitado y tirando un poco del cuello de su camisa. Roderich supo que lo había reconocido porque sus ojos se abrieron un poco más por la sorpresa. Estaba a punto de saludarlo, iba a tenderle la mano para poder estrecharla, porque realmente deseaba hacerlo —y eso ya es decir bastante—, pero el muchacho salió de su escondite en un brinco y lo tomó por los hombros para envolverlo en un abrazo asfixiante.

—¡¿Alfred?!— boqueó como un pescado antes de reaccionar o atinar a hacer algo. Sus manos quedaron estáticas en el aire—. ¡C-Creí que no ibas a venir! —alcanzó a jadear Arthur con el rostro encendido. Sus manos treparon hasta los brazos que lo aprisionaban e intentó liberarse (o eso fingió), pero el chico no hizo más que reforzar su agarre—. ¡Me mentiste! —añadió, y empezó a darle ligeros golpes a manera de protesta.

Roderich supo ver que, pese a que fingía que le molestaba esa excesiva muestra de afecto y que lo estaba regañando, en realidad estaba conmovido, extremadamente feliz.

Y enamorado. Profunda y terriblemente enamorado.

—¡La idea era sorprenderte, dah! —explicó como si fuera demasiado obvio. Se alejó un poco, aflojando su agarre, para así poder verlo directamente a los ojos. Si Arthur lucía dichoso (pese a la expresión enfurruñada que se empeñaba en impostar), lo mismo podía decirse de "Alfred". Este notó que tenía la cara colorada, por lo que estalló en risas—. ¡Te ves tan gracioso! —Y con su índice y pulgar le apretó suavemente la nariz.

Súbitamente, cierto peso empezó a instalarse en la garganta de Roderich.

Solo entonces el sujeto recordó que no estaban solos, sino que dos personas observaban esas bochornosas muestras de afecto. Sus grandes ojos verdes se encontraron con unos violetas que reconocía perfectamente.

Muerto de la vergüenza, boqueó un poco —quizá en un intento de disculparse o justificarse— e intentó empujarlo un poco, pero al notar que sería imposible vencer en fuerza a Alfred, decidió simplemente carraspear con fuerza, torcer los labios, darle un golpe con el puño en el costado y refugiarse de forma "imperceptible" en su cuello. Alfred, sumamente complacido, le acarició la espalda y, sin que nadie lo note —o eso pensaba él— le dio un pequeño beso en la mejilla.

Ver esa escena le hizo sentir que se le cerraba la garganta.

No le incomodaba verlos, era otro el motivo y él sabía perfectamente de qué se trataba.

Parpadeó un par de veces y se acomodó los anteojos pese a que era totalmente innecesario. Esa era su defensa, una de sus vanas formas de fingir que nada ocurría. Estaba acostumbrado a aparentar, después de todo. Una vida entera de amor no correspondido lo había curtido. Se le daba bien. Ya estaba habituado. Aunque el dolor seguía ahí.

—Ya van a salir ustedes .—Emir chasqueó sus dedos frente a la nariz de Roderich para que espabile. Él, como si hubiera estado sumido en un sueño, reaccionó en el acto y de inmediato recobró la compostura. El niño, sin embargo, se le quedó mirando directo a los ojos en todo momento.

—¿Te has presentado? —preguntó Arthur una vez se vio liberado de los brazos de Alfred, que ya parecía mucho más sereno tras ver que sus apapachos eran correspondidos, o al menos en cierta medida. Este rio otro poco y meneó la cabeza frenéticamente. En respuesta recibió un coscorrón.

—Descuide, ya hemos oído sus nombres y, hasta cierto punto, usted y yo ya nos conocemos— aclaró Roderich con una sonrisa—. Sé que son Arthur y Alfred.

—Arthur Kirkland. —Por fin concretó su saludo estrechando su mano—. Este de aquí —dijo, tirando del brazo del muchacho para acercarlo y como una reprimenda por motivos que Roderich no comprendía ni tenía interés por conocer (ya tenía bastante con sus propias preocupaciones)— es Alfred Jones. Pese a que me hizo el favor de tocar para mí aquel día, no hubo oportunidad de presentarnos con propiedad. Lamento mucho eso.

—Comprendo. Después de todo, nos hallábamos en medio de las prácticas y eran días por demás complicados. No había tiempo para nada, me atrevería a decir. Por cierto, quería felicitar su presentación de ahora. Aquel día que lo oí cantar no me permitió disfrutar de su potencial en su totalidad. Hoy he quedado gratamente sorprendido, si no es que anonadado —concedió él, bastante humilde. Cualquiera que lo viera pensaría que algún espíritu misterioso lo había poseído, pues hasta ese día nunca había manifestado tan profunda admiración por alguien de una edad similar a la suya.

Pese a que en un principio se sonrojó —no tan levemente— al oír sus palabras, pronto se hizo presente una sonrisa orgullosa en su rostro y soltó finalmente su mano, no sin antes darle un último apretón.

—Te dije que ya van a empezar. Ya está por presentarse el primero. —Emir tiró un poco de su manga para que le preste atención, y casi con horror descubrió que, en efecto, ya estaba tomando posición el primero de los participantes.

Arthur comprendió que debían marcharse y luego de una mirada de gratitud, además de otro apretón de manos, esta vez entre Alfred, Roderich y Emir, ambos se fueron. Roderich vio cómo Alfred rodeaba sus hombros y lo atraía para sí, mientras este intentaba en vano alejarlo un poco mientras mascullaba algunas maldiciones.

— Te toca luego de otros seis participantes.

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Se sentía más repuesta de la especie de crisis que le provocó aquel cantante gracias a la oportuna ayuda y apoyo de la persona que se hallaba a su lado. En ningún momento, desde que estuvo a punto de quebrarse, alejó sus manos de las suyas e intentó brindarle cierta calma al no presionarla a hablar. Ya había transcurrido alrededor de una hora desde ese momento y, pese a sus intentos, no prestaba la atención debida a los participantes que iban desfilando. Lo cierto era que, desde un principio, no se sentía particularmente entusiasmada. Ella solo estaba allí para poder ver a su flamante esposo, quien, sin lugar a duda, saldría victorioso. Solo reaccionaba un poco cuando el presentador anunciaba al siguiente concursante: alzaba la mirada y buscaba algún indicio de Roderich, pero en cuanto comprobaba que no se trataba de él, volví a reclinarse a un lado del asiento, casi apoyando su cabeza contra el hombro de Cazlov.

Pero no podían culparla. La pobre se sentía agotada debido a la espera (además que desde muy temprano estuvo coordinando todo para que ningún imprevisto perjudique su llegada al concurso) y a que, como ya había reconocido, en el fondo no le interesaba nadie más que su esposo. O al menos en ese momento. Se sentía inquieta porque el momento de su aparición seguía dilatándose y parecía no llegar nunca. No menospreciaba a ninguno de sus contrincantes, pero simplemente no llamaban su atención bajo ningún punto de vista.

Estaba allí porque tenía que estar allí. Era lo que le correspondía. Ella tenía que estar con él cuando gane, porque sabía, claro que sabía, desde muy pequeña, cuánto había trabajado Roderich por una oportunidad semejante. Era el momento de su consagración.

Y ella tenía que estar ahí. Era su deber.

Si su madre le hubiera leído la mente en ese momento, se habría sentido sumamente orgullosa.

—¡Oh, ese es mi hermano! —intervino de pronto Cazlov, sacándola de su burbuja.

—¿Eh? ¿Cuál?

—¿Ve esas cortinas? —Se aproximó un poco más a ella con el propósito de señalarle más claramente dónde se hallaba—. Allí está. Es el bajito, de cabello marrón.

—¡Ese es Roderich! —exclamó ella, como si acabara de despertar abruptamente. Estuvo a nada de ponerse de pie para señalarlo con el índice. De haberla visto, los sermones de su madre no habrían acabado nunca.

—¡Ah, ya lo sospechaba! —Ella se giró en el acto, porque intuyó a partir de sus palabras que lo conocía—. Desde que me lo mencionó hace rato, supe que su descripción era muy parecida a la del concursante del que me habla mi hermano a todas horas.

—¿Y qué es lo que le dice? —inquirió ella, intrigadísima.

—Es básicamente un fan suyo. Habla todo el día de él, o al menos el poco tiempo que podemos vernos estos días. Me dice que es muy talentoso, que le gustaría tocar el piano tan bien como él, que es un músico, un artista en toda la extensión de la palabra. Me dijo que nada lo haría más feliz que aprender un poco de él.

—¿En serio? Qué ternura… ¿Cuántos años tiene?

—Apenas diecisiete. Se está formando en este mundo. Fue por él que decidí unirme aquí, al trabajo. Aproveché la oportunidad y lo traje conmigo.

—Bueno, al menos parece que se han hecho buenos amigos. Y eso es decir bastante, eh, porque él no es muy comunicativo. Tampoco se abre fácilmente a la gente, pero con su hermanito parece llevarse muy bien —aseveró Elizabetha, con la mirada prendida de ellos, que parecían estar intercambiando palabras.

A partir de ese instante, Elizabetha no hizo más que echar miradas bastante obvias a ese par que, por lo visto, seguía platicando. No le parecía mal en lo absoluto, por supuesto. Era simplemente que le resultaba muy extraño que Roderich sea capaz de conectar con alguien en tan poco tiempo. Por lo poco que sabía, las interacciones entre su esposo y los demás concursantes (con quienes suponía tendría que haber compartido más tiempo) se limitaban a lo estrictamente necesario. No se debía a que Roderich los desprecie, sino que, según lo conocía, no veía el caso de entablar conversación con ellos, le costaba mucho. Podría ocurrir que alguno intente sacarle plática, y quizá él podría seguirle el rollo por un tiempo, pero sería impensable que él se acerque a charlar con alguno.

Su mirada se centró en el chico. No le llevaba muchos años, pero a sus ojos no pasaba de un niño. Tenía una expresión que, desde su punto de vista, era muy tierna. Le parecía dueño de un aura inocente. Le parecía, por qué no, lindo.

—Me daría gusto que Roderich sea amigo de tu hermano —dejó escapar, aún observándolos. Cuando se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta, volvió el rostro en dirección a Cazlov, que le devolvía la mirada ligeramente sorprendido.

—Bueno, a mí también… Es una figura para él, después de todo…

Más consciente de que debía pensar antes de hablar, encogió un poco los hombros y trató de centrarse en el concursante del momento. Este dio un último toque al teclado y el público rompió en aplausos. Se puso de pie, hizo una reverencia y salió de escena con una sonrisa.

Ya que estaba de salida, aprovechó un instante para volver a observar a los nuevos amigos y descubrió que el niño le daba un ligero empujón a su esposo, tras lo cual, todo garbo y porte, este apareció en el centro del escenario.

Al instante se le tensó el cuerpo (sus uñas se clavaron a la butaca) y retuvo el aire.

Por fin había llegado el momento

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Apenas se hallaba allí y ya se sentía totalmente abrumado. El chico que le permitió el acceso se limitó a eso, simplemente dejarlo pasar, no le dio ninguna pista de cómo ubicarse en un lugar tan tremendamente grande. Por otra parte, se sentía totalmente fuera de lugar pues su facha lo hacía objeto de muchas miradas reprobatorias. Claro, eso era lo de menos, que lo barran de pies a cabeza no le importaba demasiado, pero sí sentía que estaba llamando demasiado la atención. Al margen de eso, el problema de llevar esas pintas era que no podía acercarse libremente a algún invitado que viera pasar sin que este lo mire con cierta sospecha o simplemente pase de él con algo de desprecio.

Si eso seguía así, llegaría un punto en que los miembros de seguridad —asumía que debía haber más, porque si no fuera así, el evento (desde su punto de vista) no tendría ni pies ni cabeza, porque no tenía sentido alguno que el único encargado de ese asunto sea el chiquillo de la puerta— lo notarían y empezarían a sospechar de él. Definitivamente lo echarían, y eso no podía permitirlo.

Cuando vio otro sujeto cruzar a paso rápido un pasillo contiguo a donde se hallaba, decidió que lo más inteligente sería seguirlo prudentemente y sin ser visto. Así, lo vio alejarse al menos dos metros y empezó a andar con la misma velocidad para no perderlo de vista. Sin embargo, cuando giró un par de veces a la derecha por otros pasillos, se le perdió de vista. Algo aturdido, vio sus posibilidades: otro pasillo y una escalera. Por fin, se decidió por esta última y empezó a subir. Finalmente, luego de horas de angustia —si incluía sus aventuras durante el viaje—, por fin se hallaba ahí.

Por fin.

Soltó el aire que tenía retenido en el pecho y se apuró a camuflarse entre unas cortinas que funcionaban como decoración en la parte posterior del lugar. Vio unas cuantas butacas vacías, pero prefirió no sentarse para evitar conflictos. Con la suerte que tenía, no dudaba que cupiera la posibilidad de que estuvieran ocupadas.

Descubrió con sorpresa que sus dudas no tenían razón de ser, pues al reparar en el centro del escenario ya alguien se hallaba tocando, por lo cual, por supuesto, nadie podía moverse de donde se encontraba por respeto; así que si había algunos lugares disponibles, era porque, en efecto, nadie los ocupaba. Esto, con su mente aguda para estas cuestiones, lo llevó a concluir que si había gente dando vueltas por ahí, no podía formar parte del público. Debía tratarse de los participantes.

Algo más tranquilo con esta conclusión, se animó a dar unos pasos rumbo a esos asientos al ver que todos se ponían de pie para aplaudir el fin de su presentación. Se sumó a ellos, algo apenado, mirando de un lado a otro como si alguien lo estuviera persiguiendo, y cuando estaba a punto de tomar asiento, algo en él le dijo que vuelva el rostro.

Al obedecer esa orden, lo vio.

Si acaso antes pensaba que lo había visto luciendo hermoso, no habría punto de comparación con lo que estaba presenciando en ese momento en adelante. Casi le era imposible procesar cómo alguien era capaz de solo verse más y más guapo. No, ni siquiera guapo: hermoso era palabra. Etéreo, irreal.

Con su porte de príncipe, se abrió camino hasta tomar asiento sobre la pequeña banca que se hallaba apostada frente al piano. Su tránsito seguramente no duró más que unos segundos, pero para él, fue una eternidad de tanto que se empeñó en contemplarlo. Desde el traje absolutamente impecable que envolvía su cuerpo de manera perfecta, sin ser demasiado ajustado ni holgado, de modo que sus formas, el largo de sus piernas y lo estrecho de su cintura se vieran favorecidos. Su cabello en perfecto orden que ondulaba en armonía con su paso se veía tan suave y fragante como el campo, a diferencia de lo casi vulgarmente engominados que había visto iban otros. Y su rostro. Su rostro limpio, de tez impoluta excepto por ese lunar que tanto amaba; sus ojos, cubiertos pero jamás opacados por los anteojos, que intentaban lucir más firmes —lo notó incluso pese a estar alejados por tantos metros—, pero él sabía, claro que sabía, era una máscara, porque todo esto era tan importante que no podía evitar sentir miedo; porque sentir miedo era humano y él tendía eso perfectamente eso, él mismo se sintió aterrado al comprender que realmente estaba allí, viéndolo, cuando tomó consciencia a lo importante que era ese momento.

No supo si alguien volvió a lanzarle esas miradas reprobatorias, porque desde que su mirada lo alcanzó, solo existió él. Se quedó pasmado ahí, con una mano sobre el respaldo de la butaca, sumido en la contemplación de su acto.

Su mente solo sabía repetir "Tú puedes" una y otra vez.

Lo vio extender los dedos y balancearlos un poco antes de colocarlos sutilmente sobre las teclas, aún sin presionarlas. Notó que parpadeó con fuerza y permaneció así un instante antes de cobrar aire para, por fin, dar inicio a algo que, a sus ojos, era mágico.

¿Cómo había empezado todo? Sería demasiado complicado elegir algún momento en específico. Pero, si tuviera que hacerlo, su primera opción sería aquel día, tan distante, cuando inocentemente lo siguió a la tienda de música y a escondidas lo observó tocar el piano. Aquel día —qué lejano le parecía ahora, luego de todo el daño causado— la pasión con la que se entregaba a su arte había removido algo en él. En aquel entonces no había sabido identificarlo, e incluso de haber podido, lo habría negado a muerte.

Los largos, casi femeninos dedos de Roderich se fundieron con las teclas y viajaron de un lado a otro, movimientos dramáticos, intensos, a los cuales se sumó la expresión de su rostro, la cual le hacía pensar a todos que no se hallaba ahí, sino en otra dimensión en la que solo existían él y la música de tan entregado que lucía. Su ceño apenas fruncido, al igual que sus labios, no actuaba en desmedro de su belleza, por el contrario, la acentuaba.

Un pequeño mechón se deslizó sobre su frente, pero algo tan nimio sería incapaz de alterar su concentración. No luego de tantos ensayos, no luego de tanto esfuerzo y sacrificio.

Él no oía los murmullos. Ni siquiera parpadeaba porque temía perderse siquiera un solo instante.

No supo cuánto tiempo permaneció así. Solo tomó consciencia de este cuando, en un instante, Roderich se inclinó con fuerza sobre el piano, casi se le lanzó encima en un remate criminal, en un cierre espectacular, tajante, en el que prácticamente asesinó las teclas y tras el cual, elevó ambos brazos unos centímetros por encima de estas y echó la cabeza para atrás. Y la razón por la que notó que realmente había transcurrido mucho tiempo fue porque toda la concurrencia se puso de pie y estalló en una ovación que no había visto ni en los mejores partidos de fútbol a los que había asistido.

Tras un instante, aún remecido por lo que acababa de presenciar, se sumó a ellos. Podía afirmar que nunca antes había aplaudido a alguien con tanta honestidad.

Su primer impulso, ya recuperado de tremenda conmoción, fue echarse a correr a por él, pero antes de que pueda siquiera reaccionar, lo vio perderse tras unas cortinas que se hallaban a un lado del escenario e hizo aparición otro tipo en el que en definitiva no tenía ningún interés. Dio media vuelta y volvió por donde había llegado. Si ya había concluido que quienes andaban merodeando eran otros participantes, solo bastaba arriesgarse a preguntar o volver a seguir a alguno. Así, un poco vacilante, se acercó sigiloso a uno que sostenía una botella de agua en la mano y parecía distraído. Recorrió un largo corredor curvo, algo oscuro, que lo condujo a una escalera de dos partes, al final de la cual se hallaba una puerta de madera, por la cual ingresó a quién sabe dónde.

"Esta tiene que ser" concluyó, y su corazón empezó a saltarle en el pecho.

Tomó la perilla con una mano inquieta, alterado su pulso por la velocidad a la que estaba trabajando su corazón; probablemente le estaba sudando incluso. Se mordió el labio inferior, apretó los ojos y cobró valor.

Contrario a lo que pensaba, no se trataba de una habitación pequeña, más bien parecía una recepción, pues si bien había un par de participantes aguardando su turno, cada uno tenía un espacio lo suficientemente amplio para que pueda mantenerse enfocado y concentrado en lo suyo. Y ninguno era a quien buscaba.

Frente a la decepción inicial que sintió, no se dejó abatir y se adentró en el lugar. Los participantes lo barrieron de pies a cabeza sin disimulo, pues era más que obvio que se trataba de un intruso, pero no hicieron siquiera ademán de intentar sacarlo, a lo cual no lo halló sentido, pero agradeció internamente. Dio unos pasos más, cerca de lo que parecían se runas cortinas algo desgastadas, y asomó un poco la cabeza. Si realmente se trataba de las dichosas cortinas por las que ingresaban y volvían, no quería cometer una imprudencia y exhibirse frente a todos al meter la nariz por allá.

Dio media vuelta, dispuesto a marcharse, y un sentimiento de derrota espantoso le estrujó el pecho.

—Antonio va a matarme… —susurró con una sonrisa que se obligó a esbozar para sentirse menos miserable.

Se pasó una mano por el rostro, agotado, e intentó despejarse, pero no era sencillo. No lo era porque por una parte estaba el viaje insufrible, en las condiciones más económicas que alcanzó —para lo cual incluso Antonio le dio algo de dinero bajo la promesa de que iba a recuperarlo— y que pueda llegar a tiempo, la falta de sueño, la angustia, estar en un lugar totalmente extraño en el que ni siquiera tenía idea de dónde podría dormir, lo harto que ya está de tantas miradas que se empeñan en recordarle que fue un completo error aventurarse a ese lugar… para nada. No había logrado absolutamente nada.

Con el ánimo hecho añicos, salió por donde había llegado. Pero entonces ocurrió. Lo que había estado esperando y daba por perdido.

Ahí, frente a él, en medio de la escalera, con una pequeña copa entre las manos. Tenía los labios húmedos por el licor y en su mirada, por mucho que no le gustara —lo conocía ya lo suficiente para leer ciertas actitudes suyas—, pintada por completo la sorpresa.

Ambos, paralizados, vieron a un participante ingresar a la habitación sin decir nada.

Lo cierto es que Roderich estaba demasiado agotado. Al terminar su presentación, Emir, muy a su estilo, le dio las respectivas felicitaciones y cometió la imprudencia de comentarle lo segura que tenía su victoria, cosa que no le sentó nada bien a los participantes que se hallaban ahí. Estos clavaron su mirada en él, y si bien este hecho no le habría importado normalmente, no estaba dispuesto a permanecer todo el tiempo en un ambiente como ese. Así que decidió salir un momento a hacer cualquier cosa. Estaba tan ansioso por despejarse que aceptó la copa que le ofreció un camarero. El hombre vio su expresión atribulada y, en lo que consideró un acto de generosidad, le entregó clandestinamente una copa de la bebida que repartirían una vez la ceremonia termine y dé inicio la celebración. Lo único que le pidió encarecidamente fue que regrese al lugar en que debían esperar los demás participantes, porque solo tenían permitido, como mucho, dar una vuelta por los corredores, pues de lo contrario se generaría desorden y sería muy descortés para con quien se hallara en el escenario.

En su paso de regreso vio pasar a algunos de sus "rivales". Intuyó con rapidez, por la mirada que le echaban, que ya se había corrido la voz sobre el comentario de Emir, y si bien no ponían en duda que merecía ganar (¿quién se atrevería siquiera?), tampoco era algo tan fácil de digerir. En realidad, lo entendía. Él había se pasado la vida preparándose para ese momento y no le gustaría en lo absoluto que un chico desinfle sus esperanzas con una sola frase.

Estaba acostumbrado a lidiar con situaciones adversas y de esa naturaleza. Sabía manejarse perfectamente. Consideraba que dentro de sus cualidades se hallaba su serenidad y entereza, pero sencillamente ese no era un buen día para poner a prueba esas virtudes. Solo pedía un descanso. Ya había puesto a prueba su otra virtud, el piano, ¿acaso con eso no bastaba?

Un par, sin embargo, sí le devolvió la mirada sin rencor. Por su parte, el trato seguía siendo equitativo: a todos respondía con una ligera sonrisa y un breve movimiento de cabeza. No le molestaba realmente. Nació para enfrentar situaciones como esa. Sin embargo, estaba demasiado agotado y deseaba tomarse un momento para olvidar absolutamente todo. Claro que sabía que eso estaba bastante lejos de suceder, pues, como si de una confabulación tratara, todos los que ya se habían presentado salieron de la habitación y aparecieron uno a uno a medida que iba de regreso.

Unos metros antes de la escalera, se recostó en la pared más cercana que tenía y dio otro sorbo a su bebida. Se pasó una mano por el pelo despacio, intentando no arruinarlo y exhaló con fuerza. Quizá si buscaba a Elizabetha podría despejarse un poco… No, claro que no. Estaba tan ido que incluso esa posibilidad ridícula le pareció factible. Por triste que sonara, lo último que necesitaba en ese momento, aunque la apreciara, eran las preguntas de Elizabetha. De todos modos, tampoco podría ir a verla aunque quisiera, le había asegurado a ese buen hombre que no lo haría. Así que se irguió de nuevo y se dispuso a andar. Se abrió camino entre otro par de concursantes, saludó a todo aquel que se le cruzaba y evadió con astucia los intentos de descomponerlo que tuvo uno. Podría estar agotado, pero no le daría el gusto a nadie de demostrarlo.

—Roderich.

Ni siquiera alzó su voz. Supo que se hizo escuchar de todas formas. Se frenó en el acto. Sabía qué acababa de oír, ver, sentir, pero se negaba a creerlo. No era posible. Así que decidió continuar con su camino, pasar de largo y fingir que no había oído nada.

Una mano se colocó sobre su hombro. Sintió esa mano sobre su cuerpo arder como si lo marcara y la reconoció de inmediato. ¿Cómo no hacerlo luego de todo lo vivido? Pero no, no iba a detenerse. Había decidido que no valía la pena en lo absoluto desde el momento en que se subió a aquel avión y su orgullo y convicciones podían más que ese latigazo de nostalgia. No le daría ese gusto. No luego de todo lo ocurrido. No se lo perdonaría nunca.

Gilbert lo sintió intentar continuar con su marcha y se exasperó. Quizá por culpa de la frustración que empezaba a sentir. No contra él, porque pese a su orgullo, comprendía su rechazo, pero era muy distinto sentirlo así de palpable. Dio un paso para colocarse frente a él y así poder tomar su muñeca. Aunque sus ojos estuvieran fijos en su rostro, también tenía todos sus sentidos atentos al movimiento de las personas alrededor. Al menos de momento no se acercaba nadie.

Roderich por su parte quiso zafarse de ese agarre debido al tremendo rechazo que le provocaba y, aunque no le gustara ni lo reconociera, debido a lo increíblemente nervioso que lo ponía ese pequeño contacto, pero no quería hacer una escena, mucho menos con los otros participantes rondando tan cerca. Ya bastante tenía con sus comentarios por lo ocurrido antes.

—Suéltame ahora. No hagas esto —siseó en un murmullo casi imperceptible, tirando un poco para liberarse.

Se suponía que sería su noche. Que saldría victorioso y todo el esfuerzo, los sacrificios que venía haciendo desde niño, las privaciones, las interminables horas de práctica valdrían la pena. ¿Por qué se empeñaban en arruinarlo?

Gilbert intentó interpretar, dentro de sus limitaciones, cada pequeño matiz de su voz en todo lo poco que le acababa de decir. Su mente desesperada luchaba por hallar pruebas, evidencia que le reafirme que aún restaba esperanza.

Sin soltar a Roderich, acortó incluso un poco más la distancia entre ellos. Terminó frente él, de forma que interrumpía su camino y podía contemplarlo a plenitud. Su garganta se cerró al instante al detenerse en su rostro. La distancia, el tiempo y su memoria lo hacían mil veces más bello en ese mismo momento que nunca. Intentó tomar su otra mano, con la que sostenía la copa, pero fue esquivado casi con asco.

—Q-Quiero… hablar contigo. Solo un minuto.

Forzó su rostro a permanecer serio, convenciéndose a sí mismo que de esa forma no rogaba. Sabía que no debía haber lugar para el orgullo, pero ver ese rechazo le había herido muchísimo y con esa sensación aún no había aprendido a lidiar.

Él apretó los dientes, incrédulo ante tanto cinismo. ¿Cómo era capaz de siquiera dirigirle la palabra luego de todo lo que había dicho? Le parecía francamente increíble. Sin embargo, no iba a ceder. Lo enfrentó, clavando su mirada en la suya, y decidió que no iba a dudar. Él no lo merecía. Fingió que esa mano en su muñeca no existía más. Darle importancia implicaría darle gusto.

—No tengo tiempo para otro de tus juegos y planes infantiles, Gilbert, Los adultos tenemos compromisos. Ahora, si me permites, con permiso— liberó su brazo y, sin perder sus buenas maneras, lo hizo a un lado

Volvió a tomar su muñeca y acercó su rostro al de Roderich, probando su suerte de tan desesperado que estaba, pero la expresión gélida de Roderich no anticipaba ninguna oportunidad.

—Te pido un minuto para que hablemos.

Frunció los labios un instante antes de hablar, como si con ese pequeño gesto le anticipara que estaba a punto no de declarar algo, sino de escupírselo

—¿No te avergüenza presentarte así? —Lo barrió de pies a cabeza, y una mueca de desprecio se formó en su rostro. Vio de un lado a otro de forma muy enfática, como si esperara que Gilbert comprenda que verlo junto a él lo avergonzaba—. No hay nada de qué hablar. Nada que escuchar—. Sus ojos nuevamente fijos en los de Gilbert. Si acaso dudaba aún, no lo reflejaba. Esa noche debía ser su noche, no se había lucido tocando y había recuperado la seguridad que necesitaba para que Gilbert y un montón de extraños lo estropeen—. Por favor, retírate. Este no es lugar para ti. En este lugar estamos "los afeminados y estirados aristócratas". Tengo mejores cosas que hacer que escuchar a alguien... como tú... —y nuevamente la expresión de profundo desdén

Gilbert abrió un poco más sus párpados, perplejo y aturdido. Por un segundo la confusión truncó su mirada y también se apartó para mirarlo, dudando si habría sido todo una confusión, porque ese no podía ser el Roderich que había aprendido a conocer y descubrir.

Cerró los párpados, aturdido, para calmarse y arremeter de nuevo. No iba a desistir.

—Entonces, dime la razón por la cual ya no hay nada que decir ni escuchar. Si puedes insultarme, lo puedes hacer. Quiero oírte. Adelante —Su expresión se iba endureciendo debido al dolor y sabía, muy en el fondo, que esa era una mala señal.

Roderich volvió a echar la misma mirada de un lado a otro, como si tuviera prisa para que no los vean juntos y no los asocien ni por error.

—Dímelo tú. Creo que todo quedó muy claro aquel día, tanto tus intenciones como lo que realmente piensas—. Por fin ocurrió lo inevitable: un participante empezó a subir las escaleras, y a la par les echaba miradas indescifrables, por lo que se apresuró a terminar esa conversación—. ¿Por qué iba a insultarte? No le veo el más mínimo sentido a algo semejante, no tengo motivo para hacerlo. Insisto: por favor, retírate.

Gilbert, instintivamente, ante la dureza de sus palabras, pareció retroceder ante Roderich. Lucía como si incluso pudiera ser más alto solamente con la dignidad de su porte. Pensó en calzarse la capucha de la polera, pero no pudo moverse. Algo en las palabras de Roderich, le hacía un molesto, intermitente e insoportable ruido.

—Si lo tuviera claro, no hubiera llegado hasta este punto. Incluso si no me quieres ver. —Sentía tanta tensión al percibir la forma densa en la que no era bienvenido, que apretó los pies en su lugar para asegurarse.

—Resulta entonces que actúas sin pensar. Aunque no sé por qué me sorprende— suspira cansado y se acomoda los anteojos, bastante harto de la situación—. Déjame ver si comprendo... ¿Llegaste hasta aquí como un intruso, porque nadie te invitó, para, aparentemente, discutir algo conmigo, y cuando me encuentras prácticamente esperas que sea yo quien hable? O, en el mejor de los casos, ¿que hablemos? —Parecía como si el tiempo no hubiera pasado y se encontrara ahí el mismo Roderich sarcástico que lo trataba como un ignorante y bárbaro hacía ya tanto tiempo. Soltó un bufido divertido—. Hazte un favor y vete.

Gilbert agachó levemente la cabeza. Había comprendido bien, o simplemente nada. Entendía el significado de cada palabra, pero el mensaje se quedó atorado en aquel doloroso ruido ensordecedor. Una extraña sensación opresiva.

—Está bien. Es cierto. Aquí nadie me llamó. Prefiero no oírte decir nada, si absolutamente todo fueron mentiras. Bonitas mentiras. No eres mejor que yo, a fin de cuentas. —Esbozó un gesto similar, bufando divertido. Aunque el dolor que quebraba su mirada, se relucía genuinamente; totalmente opuesto a la expresión inconmovible de Roderich. Metió ambas manos en los bolsillos y comenzó a mirar hacia el pasillo para salir de ahí cuanto antes.

Se había mantenido incólume, pero eso último simplemente lo rebasó. Le pareció el colmo del cinismo. Cómo Gilbert era capaz de presentarse ante él y decirle algo como eso luego de lo que había hecho... No lo comprendía. Le parecía ofensivo, acaso humillante. Sintió el impulso de gritarle, de echarle en cara tantas cosas... Pero tomó una bocanada de aire e intentó serenarse. No iba a darle el mismo gusto que le dio aquel día, que incluso fue capaz de verlo llorar. Nunca más.

—Me parece fantástico que pretendas terminar esta "plática" con el tópico de las mentiras. ¿Debo asumir que así lo decidiste porque eres experto en la materia? Ah, y no puedo creer que nos compares, sobre quién es mejor o peor. No te sienta nada bien, Gilbert, no te hagas esto. No luego de lo que pasó.

Gilbert, que ya estaba un paso en la escalera debajo de Roderich, terminó de escuchar todo aquello a mitad de camino, casi rozando a Roderich frente a él. Echó un vistazo a su alrededor y entrecerró sus párpados. Aturdido de dolor, su cuerpo se movió sin voluntad. Se giró un poco, de forma que su rostro quede lo más cerca posible de la nuca de Roderich, muy despacio, para nada brusco, de forma que este no lo esquive y no pueda evitar oírle claro y firme:

—Yo nunca dije que te amara.

Sabía que ya no tenía retorno, por lo que sin dejar de moverse, en el mismo ademán, se apartó y comenzó a alejarse.

—De acuerdo —murmuró bajito Roderich, pero aún audible para él que ya se alejaba—. Me parece bien que al menos hayas sido honesto con respecto a eso— ya en un hilo de voz, de modo que no le oiga—. Supongo que puedo quedarme al menos con esa parte buena...

Y para ese momento, cuando ya no le oía y ya no podía más, algo húmedo que llevaba intentando reprimir empezó a correr por sus mejillas.

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Continuará

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[1]: la canción es "She's leaving home" de The Beatles. Escúchenla, por favor. Piensen en mi niña Elizabetha y cómo se siente.

N.A: Lamento mucho la demora en la actualización. No tengo mucho que decir aparte de que el final es una adaptación de un rol que hice con Mile Faraday (Milo_Miruru en el mundo de Wattpad) hace ya bastante tiempo porque ella siempre me ha apoyado con este fic. Cuando ya no supe qué rumbo darle, ella estuvo ahí para servirme de brújula. Gracias por siempre decirme que soy un buen Austria. Me dan ganas de ponerlo en mi CV de tanto orgullo que me causa :')

Infinitas gracias, Mile.

No puedo asegurar que actualice pronto. Lo de hoy ocurrió porque encontré a las 12 el archivo de este cap con 13 hojas (he aumentado en estas horas 13 más). Sentí que era mi obligación completarlo. No actualizo no porque no quiera, sino porque, honestamente, no tengo tiempo. Alguien podría pensar que en esta cuarentena esa no es una razón válida, pero lo cierto es que trabajo, literal, todo el día desde casa.

Nuevamente, lamento haber tardado tanto, pero tengo una promesa, y aunque tarde y aunque solo tenga un lector, eventualmente voy a terminar.

Muchas gracias a quienes aún esperan este fic.

Si hay algún error (son las 7 de la mañana y no he dormido nada ;-;), háganmelo saber.

¡Nos leemos! :D

Ah, y no odien a Gilbo :( ah, y me inspiró mucho la canción "The Parting" de Kyuhyun de Super Junior :')