Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.
CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO
INEVITABLE
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Debió saber desde el inicio, porque había antecedentes, que nada saldría como tenía planeado. Desde que decidió embarcarse en esa aventura de la que volvió con más sinsabores que satisfacciones, desde que abordó ese avión con la intención de cumplir con un cometido y al volver a subirse a uno con las manos vacías debió tener claro o al menos presentir que, si nada había salido como quería, las cosas no cambiarían su rumbo.
El acuerdo había sido muy claro. Lo acompañaría, lo orientaría, le ayudaría a conseguirse un lugar sencillo donde dormir —aunque por lo visto medirse con los gastos no sería necesario: el niño parecía contar con dinero más que suficiente, o eso concluyó al ver que todas las prendas que traía encima eran de marcas importantes— y eso sería todo. Hasta ahí llegaría su padrinazgo y su súbito acto de altruismo. Pero nada salió así.
Ni él mismo entendía cómo todo había cogido ese rumbo. Es más, ni él mismo comprendía por qué no echaba de su casa a ese niño que precisamente se hallaba tendido sobre su mueble, muy suelto de huesos, hojeando un libro y canturreando alguna canción.
Quizá era que veía en él algo de sí mismo. Quizá le recordaba lo perdido y abandonado que se sintió en esa ciudad extraña, lo mucho que le habría gustado que alguien le brindara una mano amiga a pesar de su orgullo. Quizá era que ciertos ademanes suyos le recordaban a su persona, lo cual le parecía sumamente extraño. Ni siquiera Ludwig, su propio hermano, le recordaba a sí mismo. No tenía sentido.
El caso es que no lo echó ni lo apuró a buscarse un buen lugar. Abandonaron el avión, lo llevó hasta su casa —las cejas de Ludwig al verlo casi llegaron hasta el techo— y no le dijo más por tres días. Para esas alturas, según había planeado durante su viaje de regreso en avión, el niño ya tendría que haber desaparecido en busca de quien sea por quien haya viajado. Más bien, el chico pasó la noche en casa, acomodado en la pequeña habitación de huéspedes y al día siguiente, en lugar de aparecer con su maleta en una mano y una despedida en los labios, decidió permanecer en perpetuo silencio. Para lo único para lo que abrió la boca fue para aceptar la comida que Ludwig le llevó hasta la cama a regañadientes.
Si bien sentía cierta compasión —así decidió llamar a ese curioso sentimiento—, tampoco pretendía darle oportunidad de que piense que podía quedarse todo el tiempo que se le antoje. La presencia de alguien tan joven en su casa también despertaba cierta sospecha en su ser, mucho más en el de Ludwig que no hacía más que echarle miradas de soslayo como si todo aquello se tratara de un secuestro, así que si quería evitarse cualquier problema, lo mejor sería cortar ese asunto de raíz.
—¿No que venías a buscar a alguien?
El chico hizo a un lado el libro y por fin lo miró a los ojos. A Gilbert le pareció ver que se sonrojaba de forma casi imperceptible y trataba de ocultar ese hecho con ayuda del libro que aún tenía entre las manos.
—Has estado ocupado… —confesó con ciertos tapujos, como si recordarle aquello le generara la vergüenza que no le provocaba estar desparramado sobre un sofá ajeno—. Ayer iba a pedirte que me acompañes, pero no estabas.
Eso era cierto. En cuanto llegaron del viaje, lo primero que hizo luego de señalarle dónde podría quedarse fue tomarse el tiempo de contactar a Antonio para verse y contarle cómo se habían desarrollado los hechos y que había fracasado. No hubo oportunidad de ver a Francis y la verdad, lo agradecía, pues pese a que Antonio le había explicado todo, no se sentía listo para hablar con él. Ese día volvió muy tarde y al siguiente, tras su ausencia, decidió hacerse cargo de unas ajustadas compras con las cuales pensaba abastecer su despensa, así que, en sí, no hubo muchas oportunidades de que lo ayude a orientarse como había planeado. Aunque, pensándolo bien, nada le costaba recordarle su promesa de ayudarle.
—Bueno, prepárate entonces —resolvió con el morro torcido, no muy seguro de cómo llevar a cabo aquello.
El problema en principio era que el vecindario en que vivía no se caracterizaba por albergar a gente de escasos recursos: todo lo contrario, sus vecinos llevaban una vida más que acomodada. Ayudarlo implicaría entonces llevarlo hasta el centro de la ciudad o incluso la periferia, donde podrían hallar una habitación sencilla y nada ostentosa, pero para eso y aunque no le gustara, en el camino tendría que hacerle un par de preguntas de rigor sobre la persona a quien estaba buscando, pues esto influiría en esa decisión. Si se hallaba en los límites de la ciudad no habría problema, pero si era tan adinerado como parecía serlo él, no tendría más remedio que recorrer la zona cercana a su hogar para recomendarle un hotel que le quede cerca.
—Entonces —empezó, ya con ambas manos al volante. Conducir su auto le parecía algo bastante extraño a pesar de que no había transcurrido mucho tiempo. Quizá se debía a que luego del viaje tenía presente la sensación de que se habían gestado muchos cambios en su vida, aunque no reconocía en qué aspectos—, ¿a quién estás buscando?
—¿Eso importa? —se defendió el muchacho. Al darse cuenta de que en realidad debería sentirse en deuda, se corrigió un poco tras carraspear—: Es… un amigo. Sé que vino a vivir aquí por un tiempo con alguien más.
Al oír esa respuesta, asintió en silencio, con la mirada clavada en el horizonte, y tamborileó sus dedos.
Tal vez, aunque aún no fuera plenamente consciente de ello, su mente parecía asimilar la idea de que la vida debía seguir su curso. Su regreso a casa sin éxito suponía el fin de algo que, por lo visto, jamás debió siquiera empezar.
Sin darse cuenta, había puesto en marcha el auto. Al notar que había avanzado un par de cuadras, se parqueó a un lado, cerca de un denso jardín, y decidió que era el momento que necesitaba darle al muchacho para que pueda explayarse.
Al girar un poco para enfrentarlo y que se deje de respuestas a medias, notó dónde se hallaban.
Vuk supo que algo estaba ocurriendo al ver sus pálidas manos aferrarse con tanta fuerza al volante a tal punto que incluso sus nudillos se tornaron morados.
Estaban apenas a unos metros de distancia de esa casa.
Lo había tratado de evitar desde el instante en que volvió a poner un pie en la ciudad y justamente por eso trató de zanjar el tema con Antonio ese mismo día al anunciarle que aquello era una causa perdida; no había remedio, no luego de una discusión tan intensa como la que sostuvieron. Antonio, por supuesto, le cuestionó esa decisión, pero no fue demasiado insistente al ver la expresión de derrota con la que llegó su amigo pese a que trataba de mantener la sonrisa como si nada hubiera ocurrido y tampoco insistió al ver que este hablaba totalmente en serio.
Luego, intentó evitarlo incluso el día anterior. Consciente de que podría cruzárselo en su camino al supermercado, se dio una vuelta descomunal y absurda por todo el vecindario con tal de eludir un encuentro que, sabía, sería inminente, le guste o no. Elizabetha y él se habían reconciliado, al fin y al cabo, y ella no tardaría en tratar de contactar con él en cuanto necesite de su amistad.
Era injusto, sin embargo. Necesitaba de un tiempo.
—¿Y quién es ese alguien con quien vino? —continuó con la intención de confirmar que sus conclusiones eran ciertas unos segundos después, tenso. ¿Si lo veía podría pensar que estaba espiándolo? Claro que no quería eso. Más bien, quería dejarle muy en claro con sus acciones que su última plática había dejado todo dicho y jamás volvería a acercársele—. Porque si vamos a conseguirte donde quedarte, primero tengo que saber eso, así te ubicas mejor. ¿Sabes cómo se llama? ¿A qué se dedica? —apuró, con toda la intención de poner en marcha el auto de una vez por todas
—Mi amigo vino con él para estudiar —decidió aclarar desde el principio para darle coherencia a su explicación—. Él trabajaba conmigo en ese evento en el que te conocí. Ahí también conoció a un tipo —Gilbert notó cierto deje amargo en sus palabras— que luego le propuso venir aquí. Dijo que se haría cargo de todo así que aceptó. Tiene un nombre raro y feo, como estirado, ¿sabes?
No supo si reír o dejarse arrastrar por la nostalgia al oírle decir aquello.
—¡Ah, pero si ahí está!
No comprendió nada en ese instante, no sintió tampoco las manos de Vuk sacudirlo con fuerza con la intención de que preste real atención y no se quede como un bobo con los labios entreabiertos sin terminar de creer lo que tenía frente a sus ojos. Su mente se negaba a procesar lo que ocurría.
—¡Ese es el tipo que trajo a Emir, el pianista! ¡El tal Roderich!
No podía ser posible.
A unos buenos metros de distancia se hallaba Roderich junto a un muchacho delgado de cabello castaño y una ropa muy similar a la que este usaba. Ambos parecían estar ocupados platicando sobre alguna cosa con una expresión bastante neutral, ni extremadamente alegre ni seria para interpretarse como una sesión de regaños. Ambos intercambiaron un par de palabras más, se acercaron al coche que tenían parqueado a un lado y tras acomodarse en este, partieron con rumbo desconocido.
—¿Precisamente… ese es tu amigo?
Vuk, confundido, dejó de sacudirlo al notar que prácticamente hundía el rostro detrás del volante. Su mirada ingenua siguió el camino por donde se había perdido el auto al que subió Emir y entonces su mente aguda lo llevó a una conclusión de la que podría sacar el máximo provecho: Gilbert conocía al sujeto que se había llevado a Emir. Y, por lo visto, lo conocía muy bien.
Mientras él planificaba de qué modo iba manipular esa situación en su favor, a su lado Gilbert analizaba cada segundo de lo que acababa de presenciar. Según lo poco que Vuk le había contado hasta ese momento, si ese chico era el amigo que estaba buscando, fue Roderich quien se ofreció a traerlo consigo luego del viaje. ¿Pero qué lo había movido a realizar tremendo acto de generosidad? En todos los años que llevaba conociéndolo —y lidiando con él— le había quedado más que claro que solo gastaba en lo estrictamente necesario…
Repasando un poco los acontecimientos vividos, en las pocas situaciones en que Roderich se animó a abrir su billetera y hacerse cargo de alguna cuenta, la causa no había sido otra sino él, durante aquellos días en que se pretendió su amigo y terminó enamorado hasta la médula. Pero mejor no acordarse de eso.
Sin embargo, justamente ahí residía la cuestión, el meollo de los pensamientos que de un instante a otro empezaron a sacudirlo y prácticamente sumirlo en una desesperación alarmante al no haber sentido nada semejante nunca antes, por nada ni nadie: tal vez Roderich había decidido fungir como mecenas de ese niño porque veía algún atractivo en él.
Y esa sola idea le parecía sumamente desagradable.
—¿Por qué arrugas así la nariz? —inquirió Vuk, devolviéndolo a la realidad—. ¿Pasa algo?
—E-Es mejor… volver… Puedes quedarte conmigo mientras tanto…
Los pocos minutos que les tomó regresar le bastaron para comprender que pese que se consideraba un muchacho egoísta con todos a su alrededor, excepto con aquellos a quienes apreciaba, no lo sería en esta oportunidad, no luego de ver lo conflictuado que se veía aquel tipo que le había hecho el inmenso favor de ayudarlo a llegar y hacer posible su encuentro con Emir.
Primero, al menos, intentaría averiguar qué había detrás de todo aquello.
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A Ludwig, por supuesto, todo le resultaba rarísimo. De la noche a la mañana, luego de un viaje que le había parecido tan inesperado como absurdo, tenía en su vida a un chico que parecía ser un clon de su hermano mayor. Y era un clon en toda regla, desde los hábitos hasta la forma directa pero contradictoriamente tímida de enfrentarse a los demás.
Llevaban juntos ya poco más de una semana y si bien él no se oponía del todo a socializar con el protegido de su hermano, su llegada había traído consigo muchos cambios que en su mente acostumbrada a una rigurosa rutina no tenían cabida. Por ejemplo, según le había dicho Gilbert en cuanto pusieron un pie en la casa, el muchacho solo se quedaría un día y la única razón por la que estaba ahí era porque necesitaba alguien que lo ayude a moverse en Berlín; sin embargo, llegados a ese punto aquello le sonaba más a una mentira descarada que le había soltado para mantenerlo tranquilo y no le reviente una vena de puro nervio.
Pese a todo, algo de su presencia sí le resultó beneficioso: debido a que Feliciano lo visitaba de vez en cuando, fue inevitable que ambos se conocieran, y si bien este seguía demostrando un apego muchísimo más grande hacia él, de quien sí se hizo más cercano más pronto, curiosamente, fue del huraño Lovino. Mientras el menor de los hermanos se entretenía colgado de su hombro leyendo alguna cosa bajo el pretexto de estudiar, Vuk y su nuevo amigo discutían alguna cosa por su lado hasta que, si la ocasión se presentaba, se les sumaba Gilbert.
Quizá era eso lo que lo descolocaba más. No comprendía cómo era posible que dos sujetos que apenas se conocían fueran tan similares. Por las tardes, cuando su hermano se dedicaba a estudiar, echaba un ojo cada tanto a su invitado y lo descubría en posiciones muy similares a las que adoptaba usualmente Gilbert, como cruzar las piernas y apoyar la quijada entre el pulgar y el índice, o esa costumbre que para todos pasaba casi desapercibida de elevar las cejas por un segundo cuando algo capturaba su atención. Pero la cosa no quedaba ahí: para cuando se cumplieron las dos semanas, notó que si Gilbert tomaba un libro, al día siguiente lo vería entre las manos de Vuk.
Todo aquello lo mantenía con la mente hecha un enredo. ¿El tal Vuk era así por naturaleza o había decidido imitar a Gilbert por motivos misteriosos? Y esa última sospecha no era infundada tampoco: era imposible no notar que el chico tenía siempre la mirada de ojos destellantes fija en su hermano, como si una profunda admiración lo embargara y no pudiera despegar la vista de él.
—No quisiera ser inoportuno… —empezó tras entreabrir la puerta y, cosa rara, colarse sin más en la habitación de su hermano. Gilbert lo miró extrañado de pies a cabeza—. No lo tomes a mal, pero… ¿cuándo se irá… ese chico?
—¿Te molesta su presencia? —cuestionó Gilbert, aún aferrado a la idea de que a Ludwig eso no podía importarle menos.
—N-No es así… Dijiste que se quedaría un día y ya pasaron dos semanas… Me gustaría estar al tanto de lo que pasa…
—¡Ah, era eso! —sonrió más relajado, y agitó una mano en el aire, restándole toda importancia al asunto, sin saber cuánto coraje había cobrado Ludwig para siquiera plantearle su pregunta—. B-Bueno, pasaron… cosas… y he estado ocupado… ¡Viste que estuve estudiando mucho!
—Es verdad —concedió Ludwig, aunque no muy convencido de que esa sea la razón—. Entonces… ¿se quedará por mucho tiempo más?
Gilbert tomó una bocanada de aire y se quedó con los labios entreabiertos y la mentira en la punta de la lengua. La verdad, no había ningún motivo real y de peso para que el chico siga bajo su techo. A lo largo de esos días fácilmente pudo haberle propuesto escabullirse una tarde para buscarle una habitación. El dinero no era problema, el niño incluso se había ofrecido a colaborar con los gastos de la comida y en cuanto a la estadía parecía no molestarle nada en lo absoluto.
La verdad era que quería hacerle preguntas sobre el dichoso amigo al que buscaba, pero no tenía el valor suficiente de hacerlo.
Preguntarle implicaba que le importaba. Y eso solo podía significar una cosa.
—No, mañana le ayudaré a buscar dónde quedarse como te aseguré. No te preocupes.
Ludwig salió con calma de la habitación, girándose cada dos segundos para examinar el rostro de aquel que supuestamente era su hermano.
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—Escúpelo.
—No entiendo.
Gilbert alzó una ceja y se dejó caer sobre la banca que se hallaba a un lado en medio del parque en que se encontraban. Vuk, desde una rama, meneó los pies en el aire. Llevaban caminando por lo menos una hora en busca del dichoso hotel y, por lo visto, Vuk era mucho más quisquilloso de lo que se había imaginado.
—He notado que me miras como si quisieras decirme algo, ¿qué es?
Absolutamente incapaz de ocultar lo desprevenido que lo tomó, boqueó un poco y resopló, dispuesto a darle la contra pese a que eso era exactamente lo que venía pasando.
—¿Y cómo sabes eso? ¿Será… que el que me mira eres tú?
El rostro de Vuk se encendió en un segundo y guardó silencio un instante, acorralado. De estar presente, a Ludwig le habría hecho gracia que su reacción sea prácticamente la misma.
Repentinamente cohibido, el chico se encogió de hombros, desvió la mirada y dejó que su boina le cubra una parte del rostro. Gilbert no podía creer lo fácil que fue contrariarlo. No suponía un reto, no como ocurría con…
—¿M-Me vas a decir… o no? —apuró casi en un susurro el muchacho, cortándole el hilo de pensamientos, pero aún sin atreverse a verlo a la cara, pataleando con más ganas—. Se nota que hay algo y si hoy consigo habitación, ya no podrás preguntarme… Es tu última oportunidad.
Gilbert arrugó los labios a medida que hablaba, porque definitivamente conseguiría habitación ese día, hasta que el chico dijo eso último. Era cierto.
Pensándolo un poco más, no perdía nada si se animaba a averiguar más sobre el misterioso amigo de Vuk. Después de todo, saciaría su curiosidad y luego, una vez que encuentre un lugar que le guste lo suficiente para alojarse ahí, se despedirían y listo, nunca más volvería a saber de él, no habría vergüenza. A simple vista todo resultaba muy sencillo.
Sin embargo, no lo era. No, porque una parte de él se negaba a admitir que aún quería recibir noticias relacionadas con él. Admitirlo significaba reconocer que quizá no se había rendido del todo, pero esa no era la peor parte: lo peor era saber que su resistencia a aceptarlo no residía en su orgullo herido, sino en que de verdad no quería importunar a Roderich nunca más. Temía que, al recibir noticias relacionadas con él (quizá que, tal como sospechaba, sentía interés en aquel muchacho con el que volvió del viaje, por ejemplo), ya no pueda escapar.
—No es nada importante —declaró con los ojos cerrados, decidido a dejarlo atrás—. Simplemente me recordaste a alguien. ¿Vamos?
Es lo mejor, pensó, y se puso de pie. Aquello era irremediable. El daño, irreversible. Ya estaba todo dicho entre ellos. ¿Para qué torturarse insistiendo en algo que nunca podría ser?
Según tenía estimado, aún les restaban por lo menos tres avenidas más por revisar en busca del lugar perfecto para Vuk; no obstante, la tarde ya estaba muriendo, así que debían darse prisa en lugar de perder el tiempo en una conversación inútil. El día no podía terminar sin que hayan logrado su propósito, no había dedicado tantas horas a esa tarea en vano, después de todo. Porque a Vuk parecía no estar satisfecho con nada, tal grado que Gilbert, de no ser porque no veía motivos para algo semejante, habría creído que solo ponía pretextos ridículos para no decidirse.
Mientras se resolvía entre seguir recto o entrar por la calle contigua, ya de pie y con los manos en los bolsillos, le sorprendió oír un murmullo.
—… y por eso… creo que es mejor así…
Su rostro confundido habló por sí mismo.
—He estado pensando… —volvió a empezar Vuk, aún oculto tras las ramas y su boina— que no me gusta ningún departamento de por aquí.
—Créeme, lo sé —resopló sarcástico—. ¿Qué propones entonces? Porque no voy a pasarme otras tres horas dando vueltas sin razón.
—Quizá tú no quieras decirme, pero yo lo haré —tomó una bocanada de aire y por fin su mirada firme se enfocó en la de Gilbert—: noté algo extraño ese día, cuando íbamos a buscar dónde quedarme pero te echaste para atrás. Te pusiste raro y sé que hay una razón que ahora no entiendo, pero parece ser de mi conveniencia.
Sobrecogido por aquellas palabras, pues jamás imaginó que el chico vería más allá de su incomodidad o que siquiera le dedicaría algún pensamiento a aquello, quedó en silencio, a la expectativa de qué diría a continuación. ¿Cómo esa situación podría serle favorable? ¿En qué sentido?
—No soy tonto —retomó con mucho más confianza, satisfecho con la reacción que venía obteniendo—, te veías muy incómodo cuando reconocí a Emir con ese tipo, y según creo, solo hay una explicación para eso: tú conoces al tal Roderich.
—¿A qué quieres llegar con esto? —apuró Gilbert, incapaz de creer en qué embrollo se había metido. Absolutamente nada de lo que había planeado salía como esperaba.
Vuk torció levemente el morro y entonces Gilbert comprendió que no era para tanto y que quizá estaba sobrerreaccionando. Mentir y decir que no conocía a Roderich no era una posibilidad, ya había quedado muy claro que el chiquillo había analizado aquel momento y le había dado muchas vueltas. Sin embargo, eso no implicaba revelar más de lo necesario. Solo tendría que admitir que, en efecto, lo conocía, y entonces solo restaría agregar un poco de su cosecha: nos llevamos muy mal desde pequeños, apenas cruzamos saludo, no preguntes más, es complicado. Asunto solucionado.
Así que eso hizo. Resopló con fuerza para añadirle dramatismo a la cuestión, como si le hastiara siquiera mencionarlo, y procedió con su historia. Vuk guardó silencio, como si sopesara cada palabra dicha y, a sus ojos, parecía estar satisfecho con dicha explicación.
—Bueno, igual no era como que iba a pedirte que nos presentes o algo, él no me agrada —se defendió unos segundos después, a lo cual Gilbert no le halló mucho sentido porque jamás implicó algo semejante—. Pero, ya que lo conoces… ¿Te has dado cuenta de que vives cerca de la razón por la que viajé?
Gilbert lo miró ofendido, cruzado de brazos ahora, como si se sintiera subestimado gracias a esa pregunta tan obvia. Por supuesto que lo había notado.
—Bueno, es que es absurdo que me mude a otra parte si ya estoy cerca de Emir. Da exactamente lo mismo si vivo contigo o en otra habitación.
—¿Pretendes vivir conmigo? —Ludwig iba a matarlo. O llamar a la policía.
—¡Es muy conveniente! Puedo ir a verlo de vez en cuando y cruzármelo por el camino como quien no quiere la cosa, como si fuera casualidad. ¡Es perfecto! Y obviamente no viviré a tus costillas, voy a pagar por todo lo que gaste, como si me alquilaras esa habitación de huéspedes.
Antes de poder replicar cualquier cosa, ese comentario de Vuk lo embargó de tantos recuerdos que los segundos que vaciló en responder, el muchacho los tomó como un tácito sí, razón por la cual se dejó caer de la rama y se abalanzó a él, envolviendo sus hombros con un brazo.
—¡Es un trato!
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Sabía que llamaría la atención de Elizabetha si seguía presionando con tanta fuerza, pero simplemente no podía evitarlo. Ella lo conocía demasiado bien como para no sospechar, como mínimo, que algo no andaba bien.
Y en realidad, todo iba bien, o eso pensaba. Había disfrutado de una tarde exquisita de ensayos y correcciones con su nuevo pupilo hasta que este decidió que era buena idea salir —¿desde cuándo a Emir se le ocurría algo semejante? — a tomar un poco de aire y, ya que estarían afuera, tomarse un momento para hacer un par de compras. Él, claro, repuso que aquello era absolutamente innecesario dado que en su casa ya había alguien encargado de ocuparse de tales tareas, pero el rostro impasible de Emir lo convenció de que era mejor ceder a tener una discusión vacía que no los llevaría a ninguna parte.
Ahí dio inicio su calvario. Emir insistió en hacer las compras y una vez de regreso, declaró que quería dar una caminata por el vecindario, como si de una pequeña exploración se tratara. Él comprendía el interés, por supuesto; desde que llegaron se tomó muy en serio su rol como tutor, razón por la cual en los días que llevaban viviendo juntos no hicieron otra cosa más que practicar. Por las mañanas, durante el desayuno, Elizabetha le exponía con suma cautela sus preocupaciones al respecto, pero él las desestimaba bajo el argumento de que esa era la razón por la cual los tres vivían ahora bajo el mismo techo.
Pero lo cierto es que la razón principal por la que se había enclaustrado junto a Emir y se había abocado a sus ensayos y lecciones era que sencillamente no quería ver y mucho menos pensar. No quería pensar en él. Lo cual era sumamente difícil dado que el simple hecho de ver a Emir a la cara era suficiente para traer a su memoria el último encuentro que sostuvieron. Salir suponía riesgos, muchos, y no estaba listo para exponerse a ellos. De hecho, no estaba seguro de si algún día lo estaría.
Aquel día había sido definitivo. Le dejó muy en claro que no había lugar para una posible reconciliación, de ninguna forma, no luego de todas esas humillantes palabras. No luego de saber que aquello que creía había nacido como algo genuino no se trató más que de una vulgar estrategia cuyos resultados distaban muchísimo de los esperados.
Así que en cuanto su mente daba señales de estar a punto de divagar, sacudía la cabeza tomaba un respiro y volvía a enfocarse en su piano, su único motivo para existir y por el que lo había dado (sacrificado) todo en la vida.
Pero por las noches, con la cabeza apoyada sobre la almohada y asediado por un insomnio que Elizabetha no tardaría en detectar, no podía seguir escapando. En la soledad de su recámara, donde no había piano ni partituras ni mucho menos un pupilo que mantenga los engranajes de su cabeza trabajando en cualquier otra cosa, su mente traicionera se escurría hasta aquel día y lo dejaba cuestionándose posibilidades, partes o acciones que no había analizado en el calor del momento.
¿Por qué… tomarse la molestia… de ir a verlo hasta allá? ¿Cómo lo había conseguido? Según tenía entendido, su familia ya no contaba en lo absoluto con las facilidades de antaño y en realidad apenas vivían, tanto él como su hermano, de una ajustada renta enviada por sus padres. ¿Cómo había financiado un viaje tan apresurado? Aunque no, esa no era la cuestión, se estaba desviando y olvidaba lo más importante: pese a sus limitaciones, se había tomado la molestia y el trabajo de ir a verlo. De intentar hablar con él. Claro que el resultado fue terrible y solo significo el cierre definitivo de lo que sea que haya sido lo que ocurría entre ellos, pero no podía evitar darle vueltas a esa idea: realmente lo había intentado.
Y ya no sabía qué hacer con esa conclusión. Cada noche, atrapado en ese laberinto, se giraba una y otra vez sobre la cama, tratando de disipar esos pensamientos y reemplazarlos con un poco de sueño.
No había marcha atrás. Tratar de hallarle más sentidos a lo que haya ocurrido no tenía caso alguno —y lo sabía— porque ya se habían dicho lo que tenían que decirse. Ese encuentro fue el punto final, definitivo, porque bajo ninguna circunstancia estaría dispuesto a perdonar lo que le hizo, por muy significativa que haya sido esa acción. El daño era irreversible.
Entonces sobrevenían otros recuerdos: las palabras hirientes, humillantes, ofensivas, degradantes con las que lo "despidió" antes de partir hacia el concurso más importante de su vida. Y los recuerdos de esas palabras se encargaban de sepultar cualquier hálito estúpido de esperanza y nostalgia.
Pese a ese pequeño inconveniente —así trataba de restarle importancia—, según pensaba, aún tenía todo bajo control. Evitarlo, trabajar, seguir su rutina. Simple. Con el tiempo el recuerdo no sería más que una anécdota de la que se reiría en unos años.
—¿Por qué la señorita Elizabetha y tú no duermen juntos?
Él, que llevaba a duras penas una bolsa llena de café, azúcar y harina, giró de forma tan abrupta que casi se desnuca. Por lo visto, creyó equivocadamente que el chico no era observador.
—Es una cuestión de comodidad —explicó unos segundos más tarde de lo que le habría gustado—. Sé que soy una persona… complicada… al dormir, así que llegamos a ese acuerdo.
—¿Podemos desayunar las salchichas que compramos mañana?
Aturdido por el cambio de tema, estuvo a punto de asentir con el ceño levemente fruncido, hasta que se vio interrumpido.
—Ese es Vuk.
Al principio no comprendió a qué se refería. El nombre no le sonaba a nada y Emir, con ambas manos ocupadas con las bolsas, apenas sacudió la quijada hacia adelante a manera de orientarlo, lo cual no era de mucha ayuda. Sin embargo, en cuanto su mirada siguió el camino que este le marcaba, se arrepintió de inmediato.
Era ese niño, el que siempre andaba detrás de Emir durante el evento, el de la boina.
A su lado, ayudándolo a cruzar la verja de la entrada a su casa, Gilbert.
Gilbert sonreía. Su sonrisa destellaba contra la luz del ocaso, al igual que su piel pálida, hermosa, sensible, y sus ojos escarlata, capaces de perforarle el alma, le recordaron por qué lo amaba tanto.
No, Gilbert reía. Lo reconoció en el acto. No podría confundir aquel sonido porque lo oyó muy a menudo hacía no demasiado tiempo, cuando ambos se hallaban tendidos, abrazados y él le señalaba algún rasgo suyo que acababa de descubrir y que le causaba curiosidad y gracia a partes iguales, como que tenía un lunar diminuto en el cuello…
¿Por qué tenía que recordar todo de golpe?
De pronto todo a su alrededor era una bruma. Habría jurado que la bolsa se le escurrió de los dedos. Lo único que le recordaba que existía y que seguía ahí, de pie, fue la mano que le venía estrujando el pecho desde el instante en que su mirada volvió a encontrarlo. Eso y que súbitamente fue consciente de que se le había formado un asfixiante nudo en la garganta.
¿Cómo pudo ser tan ingenuo y pensar que solo necesitaría tiempo para superarlo? ¿Cómo esperaba siquiera superarlo algún día si tras una vida entera de amor oculto y no correspondido no había podido lograrlo? ¿Cómo hacerlo ahora, luego de todo lo vivido?
Emir coló una mano entre las suyas y con una inusitada agilidad se apropió de la bolsa del supermercado.
—¿Quién es él?
—Nadie —contestó al instante, y se acomodó los anteojos, listo para volver a su máscara de indiferencia—. ¿Qué hace aquí… Vuk?
Su intento de que ese nombre se deslice por su lengua sin ningún desprecio falló miserablemente, y se odió por eso. Tenía que recobrar la compostura ya mismo.
El chico a su lado simplemente se encogió de hombros, tan indiferente como él trataba de ser en ese momento. Aunque al volver el rostro, descubrió que pese a esa respuesta, la mirada de su pupilo seguía muy de cerca cada movimiento de esos dos.
¿Por qué Gilbert parecía cercano a ese chico? ¿Desde cuándo se conocían? ¿Por qué lo invitaba a pasar con tanta naturalidad y a él más bien, cuando aún había algo entre ellos, prácticamente lo metía a escondidas?
—Vuk tiene dinero —comentó Emir absolutamente de la nada, ya enfocado de nuevo en Roderich.
¿Qué significaba eso? ¿Acaso… Acaso Gilbert le había tomado interés por esa razón?
Otra vez. Era su risa. Inconfundible, única
¿Por qué Gilbert lucía tan feliz mientras él no había hecho más que llevar una vida miserable desde que lo suyo se acabó?
Un automóvil cruzó la calle en que se hallaban y ese fue el llamado definitivo a la realidad que necesitaba. Apretó con fuerza los párpados, dejó escapar todo el aire que tenía contenidos en sus pulmones y se giró en dirección a Emir para indicarle que debían seguir su camino. Si el tal Vuk estaba ahí, sus razones debía tener. No iba a devanarse los sesos pensando en los porqués.
—Cuando lleguemos, tengo una pieza que deseo que practiques.
Y la solución era, por supuesto, más trabajo.
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Si Gilbert no iba a preguntarle directamente, él hallaría la forma de sonsacarle la información. Claro que conocía al estirado ese, tenía la total certeza de que así era, y luego de que se lo confirmó esa tarde, al menos ya con eso podría dar inicio a sus avances. Claro que no le creyó una palabra cuando limitó todo a que se "llevaban mal". No, entre esos dos debió pasar algo muy peludo y él estaba dispuesto a llegar al fondo de todo eso.
Pero primero, corroboraría si al menos algo de verdad había en su historia.
—Cuando estuvimos allá, en el evento, Emir me hablaba mucho del tipo ese —comenzó, como quien no quiere la cosa, la mirada fija en la reacción que obtendría—. Creo que te lo dije, ¿cierto? Le parece muy buen pianista y eso. Pero a mí como que no me da muy buena espina, ¿sabes? No lo sé…
Al ver que Gilbert permanecía en silencio, chasqueó la lengua. No se rendiría, no aún.
—Una vez Emir me dijo que el tal Roderich lo invitó a tomar café.
Bingo.
—No es muy comunicativo Emir, por cierto. No se expresa mucho con palabras, pero como para balancearlo, creo que su lenguaje corporal es muy bueno. La cosa es que no me contó demasiado, pero sí me dijo algo sobre él que me dejó pensando. ¿Será que es cierto?
Ahí estaba. Los hombros tensos, la mirada expectante, las pupilas dilatadas.
—Me dijo que no sabe ubicarse. Lo invitó a tomar el café, pero medio se perdió —comentó ligero, casi con una risa, y al notar que Gilbert se relaja en el acto, supo que había dado en el clavo—. ¿Es así de despistado? Digo, ya que medio lo conoces…
—¡Es muy despistado! —aseveró Gilbert, contagiado de su humor. A Vuk le pareció notar cierta añoranza en su mirada, pero tendría tiempo luego de analizar aquello—. Tenemos una amiga en común, Eli, y ella me contaba que se perdía hasta en su casa. Es el colmo. Luego me contó que se perdió en su primer día de clases, pero afortunadamente ella lo encontró y guio hasta la escuela. Es un desastre, la verdad.
Gilbert terminó su pequeño relato entre unas risas que no supo cuándo empezaron a escapar. Para cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, notó que ya se hallaban frente a su casa. Vuk, aún no muy habituado a la idea de vivir con él, aguardó un paso detrás de Gilbert a que este termine de abrir la entrada. Con la luz de la tarde, su complexión y rasgos resaltaban de forma "agradable". Se atrevería incluso a decir que Gilbert no solo era un tipo con estilo —lo notó desde el momento en que lo vio—, sino también bastante guapo. Algo flacucho, pero muy atractivo a su manera.
Poco acostumbrado a callarse sus pensamientos —excepto con cierta persona—, sobre todo si no les veía nada de malo, decidió verbalizar la conclusión a la que acababa de llegar.
—Oye, tú de verdad eres un hombre atractivo —declaró muy suelto de huesos, como si no fuera la gran cosa. O al menos a ojos suyos no lo era. Desde su perspectiva afirmar algo así era como decir que el sol brillaba por las mañanas.
Por supuesto, él, que no se esperaba un comentario de ese tipo, casi se atraganta con su propia saliva. Y, claro, hizo lo que mejor sabía cuando lo cogían con sus defensas abajo: se echó a reír. Rio como si aquella declaración no lo hubiera provocado una terrible timidez.
—¿A-A cuenta de qué viene ese comentario? —contratacó, levemente sonrojado, ya a un paso de la puerta y con la llave en la mano—. ¡Claro que lo soy, niño! Te tardaste en notarlo, eh…
Vuk, que no esperaba ese arrebato de confianza y, acaso, arrogancia, descubrió que le agradaba esa faceta de su nuevo amigo. Podría incluso afirmar que le parecía admirable, pues no se veía a sí mismo capaz de algo semejante. Si Emir o incluso Cazlov le dijeran un cumplido similar probablemente la lengua se le haría un trapo.
Una vez la puerta estuvo abierta, supo que por el momento no tendría más oportunidades de ahondar en esa supuesta enemistad entre ellos, no con su estoico hermano presente, así que debía actuar rápido. Cogió a Gilbert por la muñeca mientras intentaba guardarse la llave en el bolsillo. Este, extrañadísimo, lo miró expectante.
Mataría dos pájaros de un tiro.
—Estaría bien que mañana me acompañes a visitar a Emir.
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Continuará
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N.A: la verdad yo ya no tengo palabras para agradecerles a las personas que aún esperan esta historia. Perdón por no actualizar más a menudo. Quizá suene un poco tonto, pero quiero repetir mi promesa de que voy a terminar este fic, aunque me tarde, aunque no esté en el fandom. Creo que lo que mejor he hecho en la vida es rolear a Austria XD/broma
Lamento también que no haya mucho Pruaus en el capítulo, pero esto era necesario. Sería un poco raro que haya escenas suyas luego de lo último que pasó (?)
En fin, nuevamente gracias a todxs. Este fic, aunque no lo parezca, ya está entrando en el arco más cercano al final.
Les estoy eternamente agradecida por tanto cariño.
Nos leemos pronto.
