Capítulo II

Un encuentro inesperado

Ya llegada las ocho de la mañana, Candice entró al hospital para hacerse cargo de su turno. Sólo trabajaba de día. Una de las condiciones que le impuso la Tía Elroy a Candy para que trabajara en el hospital, ya que no pudo hacer desistir a su sobrina que dejara el oficio de enfermería, fue que trabajara sólo de día. "Las damas de alta sociedad no andan fuera de sus casas de noche", siempre solía decir la Tía Elroy. Y como Candy estaba tan agradecida de la familia Andley, complació a la Tía en este pedido; aunque esto no quería decir que por el agradecimiento a ellos iba a renunciar a las metas y a los sueños que se había trazado.

Al entrar al hospital, pensó en lo afortunada que era al poder ayudar a tantas personas enfermas. Lo único que la hacía feliz era trabajar.

Se dirigió al puesto de enfermería y le preguntó a Alice, la jefa de las enfermeras, las altas y las bajas de los pacientes que tenía a su cargo.

-Candice, anoche llegó un paciente casi desangrado. Al parecer tiene vínculos con el bajo mundo, porque le han hecho varios disparos al cuerpo-, dijo Alice.

Era la época de la Prohibición. Las calles de Chicago estaban saturadas de pandillas que tenían a cargo barras, en donde se practicaban los juegos al azar, la prostitución, las apuestas ilegales, se tomaba y se traficaba alcohol. Estas pandillas estaban en constante guerra por los controles de varios puntos de distribución en la ciudad. Estos usaban armas de fuego de todos tipos para derribar a sus enemigos de los bandos contrarios. Así que los disparos al cuerpo del paciente, lo ligaban de inmediato con problemas de pandillas y de los "gángsteres".

-Tiene dos heridas en la pierna - continuó Alice- y otras dos en el estómago. Enseguida que lo trajeron lo llevamos a sala de operaciones y se le extrajeron las balas. Desde entonces duerme, porque se le administró una gran cantidad de morfina; se quejaba mucho del dolor.

-Muy bien. –dijo Candy – A propósito, ¿cómo se llama?

-¿Sabes que no sé? Al parecer no quiso dar su nombre, pero pronto lo tendrá que hacer. En casos como éste, en donde llegan heridos por balas o cuchillas o que presenten alguna herida por algún altercado, es obligación del hospital informar de estos pacientes a la policía –contestó Alice.

Con toda la información del nuevo paciente y con los reportes del progreso de los pacientes viejos, Candy se encaminó al cuarto que tenía designado. Ella estaba a cargo de un cuarto de diez pacientes, los cuales eran todos hombres. Por esto, Candy se mantenía todo el día en el cuarto cubriendo las necesidades de cada uno de ellos.

Entró al cuarto y fue revisando uno a uno a los pacientes que estaban allí. Al final se encontraba aquel paciente cuya identidad no había sido revelada aún. Por fin llegó a la camilla de aquel paciente, ya se sentía con mucha curiosidad y con ganas de conocerlo. Así que corrió su cortina despacio, Alice le había advertido que dormía y no lo quería despertar, cuando vio a una cara conocida y se aguantó para no gritar.