Capítulo III
Un desagradable encuentro
-¡Neaaaaaaal!- gritó para sus adentros- ¿Qué hace esta sabandija aquí?
Candy quedó estupefacta, compungida, afligida, enojada… Era de esperarse tal mezcla de sentimientos negativos hacia Neal, que la había tratado de engañar un tiempo atrás, para obligarla a casarse con él. Se trató de serenar y pensó que su labor de enfermera tenía que sobrepasar todo tipo de sentimientos adversos que sentía por él. Además, quería evitar cualquier problema o escándalo en el trabajo.
¡Qué casualidad¿Por qué me habrá tocado a mi cuidar de este malandro, pensó.
Finalmente, suspiró y llegó a la conclusión de que sólo le curaría las heridas y lo atendería, muy profesionalmente. La directora de las enfermeras, Alice, había comentado que su estado de salud era delicado, ante el hecho que ya Neal había perdido mucha sangre. Así que, lo mejor que podía seguir haciendo era hacer su trabajo, como Dios manda, y tratar con todas sus fuerzas de no interponer sus sentimientos ante la salud de un paciente, aunque éste fuera el más ruin y el más odioso de todos. Candy curó sus heridas.
Neal sintió que había alguien tratando de curarle y entre la somnolencia que le causaba la morfina y el no saber en dónde estaba exactamente, entreabrió los ojos y vio a una enfermera curando sus heridas que aún supuraban un poco de sangre. No dijo nada y siguió durmiendo. La visión que tuvo de la enfermera es la misma que se tiene cuando se duerme y se abren los ojos por varios segundos… toda una silueta. Por su parte, Candy ni se había dado cuenta que él había abierto los ojos, así que ella siguió realizando su labor muy serena, pensando que por ahora no tenía que enfrentarse con él.
Llegó la tarde y Candy se encontraba organizando algunos documentos en su escritorio.
-¡Enfermera!- se escuchó una voz acompañada de mucho dolor.
"Neal", pensó Candy.
La voz que siguió llamando a la enfermera parecía que en ocasiones se quería apagar.
"Está despierto", pensó Candy. "¿Qué querrá ahora?"
Se fue acercando lentamente con ganas de no atenderlo, de irse corriendo y llamar a otra enfermera para que lo atendiera. Si había algo que ella detestaba en este mundo era la idea de tener que atender a Neal.
"Bueno, aquí voy.", se dijo para sus adentros mientras corría la cortina.
-¡Candy!- exclamó Neal con las pocas fuerzas que le quedaban. - ¿Qué haces aquí?- preguntó con un poco de vergüenza.
-Soy tu enfermera y te guste o no, tengo que cuidar de ti hasta que puedas salir del hospital – contestó Candy armada de valor- Dime¿qué necesitas?
-¡Esto debe ser un sueño…!- dijo tapándose con la sábana.
-Neal, si no me dices de una vez lo que necesitas, no voy a poder ayudarte- dijo un poco irritada.
No era para menos que Candy se sintiera así. Ya era suficiente tenerlo que ver de nuevo, pero tener que atenderlo de nuevo… eso si que era irritante.
-¡Aaaahh!- gruñó Neal y resignándose a su cruel destino dijo- Tengo hambre.
-Si es así, te traigo la comida en unos minutos.
Salió Candy del cuarto de los pacientes y se dirigió hacia la cocina, allí ordenó la comida y cuando la tuvo volvió al cuarto para dársela.
-Neal, abre la boquita. Di Aaaaaa- dijo Candy con un tono burlón, de alguna manera reflejó su descontento con la situación.
Neal cerró los ojos y su cara se transformó. Ya no era aquel niño que lloraba cuando se burlaban de él, sino un hombre que tenía mucha rabia, mucho odio por dentro. "Esto no puede ser. Esto no puede ser. Esto no puede ser. Esto no puede ser", pensaba Neal. Abrió los ojos y se dio cuenta que se encontraba en el mismo lugar y con ella de frente sosteniéndole la cuchara con una sonrisa muy, pero muy sarcástica. Él quería gritar, quería irse corriendo y mandar a todo a la mierda. Trató de levantarse, no pudo: estaba muy mal herido. Estaba consumido en un orgullo que no le permitía ver que las cosas no serían como él quería que fueran. Candy cambió su mirada burlona por una de lástima mezclada con un poco de miedo. Nunca había sentido miedo ante Neal, pero esta vez era diferente. Definitivamente, había algo distinto en él.
-Neal, lamento mucho tu situación- dijo Candy tímida.
-¡Cállate! –gritó Neal- No me tengas lastima. Sé que no sientes ni un décimo de afecto por mí. Además, reconozco que en el pasado te hice mucho daño- dijo calmándose y mirando al suelo avergonzado.
-Esta situación es difícil tanto para ti como para mí. Sé que lo menos que quieres en estos momentos es verme. No te voy a molestar más, así que te voy a dejar la comida aquí – Candy dejó la comida sobre la cama- para que comas tranquilo. De todos modos, estoy aquí por si necesitas algo más.
Candy se retiró; estaba exhausta emocionalmente. Neal comenzó a comer aunque se le hacía muy difícil; todavía le dolían mucho las heridas, sobre todo las del estómago. Comió como pudo, con mucho dolor, pues su orgullo era más grande que cualquier dolencia.
Al cabo de unas cuantas horas, Candy andaba distraída y olvidó por completo el "gran problema". Pero cuando miró al reloj se dio cuenta que se le había pasado la hora de administrarle la dosis de morfina. Sonrió sola y después pensó que él debía estar retorciéndose de dolor; sin embargo, inmediatamente se sintió culpable de haberse burlado.
-Necesito administrarte la dosis de morfina. Ya es hora –dijo Candy.
-¡Ya era hora! Bastante me he aguantado este maldito dolor.
Candy procedió a administrarle la morfina a Neal, vía intravenosa, y vio como le cambió el semblante poco a poco, parecía como si se le estuviera calmando un dolor interior muy intenso, muy diferente al dolor provocado por las heridas. Candy reflexionó sobre esto y se dio cuenta que algo más grande estaba perturbándolo. Llegó a la conclusión de que Neal estaba pasando por el lado más oscuro de la vida: la soledad.
Mientras Candy lo atendía, Neal dijo- Quisiera pedirte que no le menciones a nadie que estoy aquí. ¡A nadie!
-Te doy mi palabra- dijo la enfermera un tanto preocupada. ¿Cuál sería la razón para no avisarle a nadie? Ya le había otorgado su palabra y no debía decirle a nadie.
Neal quedó profundamente dormido, mientras ella cavilaba sobre todas estas cosas y regresó a sus labores.
Durante el transcurso de los días la relación entre ellos siguió siendo la misma: ellas atendía las exigencias básicas, le daba comida y le administraba sus medicamentos. Ninguno intercambiaba palabras con el otro.
