Capítulo IV

Visitas al paciente

Siguieron pasando los días y la relación entre ellos se iba abriendo. Ya se saludaban con más ánimo y comentaban sobre las noticias, sobre el clima... Era una sensación extraña: nunca se habían dado la oportunidad de conversar sobre nada. Se estaba creando un vínculo de amistad franca entre ellos. Ambos sentían un profundo miedo ante la situación que se estaba dando. Su amistad no estribaba en la admiración que podían tenerse el uno al otro: eso no existía; sino en la falta de compañía que sentían. Muchas veces Candy contempló la posibilidad de que lo que sentía hacia Neal era pura atracción. Luego de cruzarse esa idea por la cabeza optaba por autocensurarse. A veces se mordía la lengua a propósito para distraer su atención o simplemente comenzaba a tararear alguna canción. Su cara se ponía roja de vergüenza y rápido trataba de recordar todo lo malo que él le había hecho. Cuando estas imágenes volvían a su cabeza se cuestionaba el hecho de estar cultivando una amistad con Neal. ¿Estaría correcto brindarle mi amistad a el? ¿Será Neal tan sincero como yo? ¿En que terminará todo esto? ¿Será que lo que realmente siento es lástima?

Asimismo Neal se preguntaba lo mismo. Siempre estuvo enamorado de Candice. Siempre deseó ser amigo de ella. Siempre tuvo un obstáculo para ellos: su madre y Elisa. ¿Será este el momento de enmendar todos mis errores? ¿Cómo arreglar todo el daño sin causar más? Todas estas interrogantes se las llevaba todas las noches a la almohada.

Un día mientras hablaban, una enfermera se acercó a Candy y le pidió que la acompañara un momento.

-Candy, el paciente Leegan tiene visitas.

La chica de rizos dorados se asustó un poco. Pensó que los Leegan ya se habían enterado de la situación de Neal y que lo habían encontrado. A pesar de haberse hecho amiga de él, no le gustaba nada la idea de tener que ver a los Leegan. Siempre en los encuentros familiares eran amargos, tan amargos como el trato que recibió desde el primer día.

Como Candy era la enfermera a cargo de Neal, tenía que escoltar a la visita de sus pacientes. Su colega la llevó a donde esperaba la visita y en su mente le rogó, cientos de veces, a Dios que no fueran ellos. Sintió que su ruego fue escuchado al encontrarse con tres hombres de aspecto desconfiable. Portaban sacos de última moda, sombreros, daban aspecto de gángsteres. Uno de ellos, quien era muy alto y fornido, se acercó a ella, se quitó el sombrero, bajó la cabeza como seña de reverencia y le dijo:

-Señorita, hemos venido a ver al paciente Neal Leegan.

-¿Quiénes lo procuran?-se aventuró a preguntar con desconfianza.

-Somos unos amigos. Quisiéramos ver cómo sigue.

Candy verificó disimuladamente que no estuvieran portando armas de fuego y confirmó que no las tenían. Les pidió que la acompañaran. Llegaron hasta la cama de Neal y Candy le preguntó a su nuevo amigo si conocía a los hombres que la acompañaban.

-Sí, los conozco. Puedes dejarnos solos. Gracias.

Candice se retiró llena de mucha curiosidad. Quería saber qué cosas estarían hablando. Se imaginaba qué conversarían sobre el incidente en donde Neal resultó herido y sobre temas relacionados con la mafia. Espero que Neal se desligue de esos malos caminos. Tal vez haya aprendido de esta situación, pensó ella.

Por otro lado, al llegar los "amigos" de Neal, verificaron que nadie estuviera escuchando. Entre ellos, se encontraba Giovanni, un italiano que había llegado desde que tenía tres años de edad a los Estados Unidos y quien era mano derecha del jefe de la organización clandestina, la Banda del Mal, conocida por las diversas maniobras para traficar alcohol a diferentes puntos de Illinois. No sólo trabajaban en Chicago, sino que habían construido una red ilegal por todo el estado.

-Sabemos lo que te ocurrió y quiénes fueron- comentó Giovanni.

-¿Quiénes fueron?- inquirió Neal con mucha ira.

-No te preocupes, ya nos hemos encargado de ellos. El problema es otro, se está corriendo la voz sobre todo lo que te ocurrió. ¿Por qué no han notificado a la policía de tu "accidente"?- preguntó Giovanni.

-La enfermera, que los trajo hasta aquí, me conoce desde que yo era adolescente y ha tenido la consideración de no notificar a las autoridades sobre mi caso. He sido afortunado hasta el momento gracias a ella, pero me ha costado caro: he tenido que hacerme amigo de ella para que no me denuncie.

-Veo como viene la mano- dijo Mauro, otro de los hombres que allí estaban.- Procura que esta chica no vaya a entregarte a las autoridades.

-Lo dudo, siempre se ha caracterizado por ser muy ingenua. Cree lo que todos le dicen. Yo quisiera, aprovechando que hablamos de ella, pedirles un favor.

-Lo que sea. Te debemos mucho. La verdad que no nos explicamos cómo estás vivo. Esa noche en donde te dispararon fue una noche agitada. Tú lograste sobrevivir, pero Guiseppe desgraciadamente murió- comentó Mauro.

-Sí, yo estuve junto a él cuando murió- dijo Neal lleno de dolor. Guiseppe era su gran amigo, juntos recorrían la ruta para traficar el alcohol. Se habían conocido cuando Neal entró a trabajar para la Banda del Mal y desde siempre se trataron como hermanos. Muchas noches, en la soledad del hospital, éste lloraba amargamente la pérdida de Guiseppe.

-Los bandos contrarios se han unido para quitarnos el control de Chicago. Saben que nuestra organización es poderosa y quieren tratar de desplazarnos. Así que por eso los otros bandos han ordenado a sus hampones que si nos ven, en donde sea y a la hora que sea, nos eliminen. Es por eso que te exigimos que no contactes a nadie- la voz de Giovanni se agitó- y que trates de quedarte aquí la mayor cantidad de tiempo posible. Tienes que convencer a tu amiga, por los medios necesarios, que no contacte a la policía. Es una orden de Al.

-La intervención de estos podría causar la captura de muchos de nosotros. Sabes que todos hemos cometido un sinnúmero de delitos, entre otras tantas cosas. La policía da lo que sea por tenernos en sus manos y si tú caes en las manos de ellos, te harán hablar en menos de lo que canta un gallo. ¿Capishe?-replicó Mauro.

-Sí, he entendido todo. Sabes, Mauro, cómo soy. La lealtad que les tengo a ustedes sobrepasa cualquier cosa y no les voy a fallar. Por lo de la chica, veré como le hago. Hemos hecho "las paces" en estos días. ¿Acaso no les conté que hace algunos años atrás, yo engañé a una chica para que se casara conmigo? Ella es la chica, la enfermera, la que descubrió mi engaño y me rechazó como su novio. Desde entonces, mi familia me desprecia y lo demás es historia- dijo Neal un poco molesto, por recordar aquel incidente.

-Sí, ya recordamos lo que te pasó. Debido a eso te fuiste de la casa, deambulaste como un muerto de hambre y, finalmente, te encontré como un pobre diablo, mendigando comida, en la barra West Point- comentó uno de los otros dos que estaba callado, a la vez que soltó una carcajada burlona. Su nombre era Massimo, un hombre alto, delgado y que no hablaba mucho. Siempre llevaba un sombrero cuya visera frontal le ocultaba el rostro. Massimo era el encargado de eliminar los contrabandistas de los bandos enemigos; en otras palabras, él era el verdugo. A éste todos le temían, ya que no vacilaba en desenfundar su Colt y con su implacable puntería descargaba varios tiros en las sienes de los que osaban enfrentarle.- ¡Vaya chica la que pretendías! ¡Che bella ragazza!- dijo intrigado.

Neal no contestó el comentario de Massimo. Se sentía un poco molesto ante lo que dijo de Candy, era una molestia parecida a la de los celos. Pero el temor y el respeto que sentía por Massimo lo habían llevado a morderse la lengua, en más de una ocasión. Además, toda la vida estaría agradecido de haberlo llevado ante Al, la cabecilla de la organización, para que fuese aceptado. La verdad era que Massimo lo había llevado porque era carne nueva y la Banda del Mal optaba por buscar hombres sin familia y con pocas probabilidades de salir adelante, para que hicieran el trabajo sucio de trasportar el alcohol; trabajo sucio, porque se exponían precisamente a enfrentarse con ladrones, policías o cualquier otra circunstancia.

Después de un rato de pensar en decir las palabras apropiadas, dijo Neal- Ustedes no se hagan problema. No me va a pasar nada.

-Bueno, eso esperamos. Recuerda, por tu culpa no nos vamos a echar un problema encima- dijo Giovanni preocupado.

-No se hagan problema- repitió Neal.- Ahora lo que les quiero pedir es un favor. Quiero que envíen a Enzo y a Angelo a que le den un buen susto a la enfermera. No he podido olvidar lo que me hizo y me que quedado con las ganas de vengarme de ella, por haberme rechazado como su novio y por haberme puesto en ridículo ante mi familia.

Enzo y Angelo eran dos hermanos que pertenecían a la organización. Su fama se extendía por varias ciudades aledañas, en donde pagaban grandes sumas de dinero por la cabeza de ellos. Cada uno portaba una sofisticada ametralladora y eran buscados por el robo de por lo menos cinco bancos y por la masacre ocurrida un 24 de diciembre, en donde se encontraba reunida una familia reunida: los Visconti. La familia constaba de la madre, el padre y los cinco hijos varones de ellos; quienes formaban parte de una organización clandestina enemiga del Bando del Mal. Su muerte estuvo basada en el secuestro y asesinato de la mano de derecha de Al, Paolo, quien para él era como un hermano. Esta muerte cayó muy mal al Bando y por esto fue ordenada la muerte de todos y cada uno de ellos.

-¿No crees que la enfermera se dará cuenta de que este "susto" viene de tu parte?- replicó Mauro.

-No. Como les dije antes, ella es muy ingenua. Además, será un susto nomás. Ella no lo sabrá si nadie abre la boca.

-No me gusta tu idea, pero se lo diremos a Enzo y a Angelo. No creo que Al esté de acuerdo con tu idea. No me haré responsable de las consecuencias. ¿Quieres seguir con tu idea?-dijo Giovanni, visiblemente preocupado.

-Sí. Si quieren no le digan nada a Al y les dicen a los hermanos que yo les paso algo de dinero por el favor- dijo Neal.

-Bueno, se lo diré, pero recuerda: te harás responsable de todo- dijo Giovanni.

Así Neal puso en marcha su dulce venganza, la cual ansiaba tanto. Si bien le resentía a Candy, por otro lado le admiraba. Desde que la conoció quedó impresionado ante su belleza, ante su ingenuidad, de no tener miedo de mostrar quién realmente era. Pero, más que enamoramiento era algo parecido a la obsesión. Cuando se ama no se resienten las cosas, se perdonan. Cuando se ama no se obliga a que le devuelva ese amor, sólo se espera. Obsesionado, siempre disimuló y calló esa atracción fatal. Cuando Candy estaba en la mansión de los Leegan le desesperaban las múltiples atenciones que le brindaron Archie, Stear y Anthony, más aún... odiaba el hecho de que Anthony se mostrara amoroso con ella. Más tarde, en la escuela San Pablo, en Londres, le reventaba ver a Candy enamorada de Terry. Nunca la dejo de espiar y sabía de todas las veces que se veían en la segunda colina de Pony. Asimismo, su odio crecía cuando escuchó los rumores que Candy visitaba las habitaciones de Stear y Archie, de noche en la escuela, muy a pesar de que él sabía que ellos la trataban como a una hermana. Neal estuvo cerca de ella, sin ella saberlo, fue su sombra. Él quería tenerla para sí. Ahora era diferente. Ambos habían cambiado y él confiaba en que ella podía enamorarse de este nuevo Neal, un Neal maduro. ¿Qué podía perder?