Capítulo VII

Perdones

Los amigos de Neal se marcharon. Candy llegó hasta donde se encontraba Neal y le preguntó si todo marchaba en orden. Éste le contesto que sí y se quedó callado, mirándola fijamente a los ojos.

-¿Te pasa algo?-preguntó Candy medio asustada.- ¿Quieres decirme algo?

Neal se asustó un poco. ¿Habrá Candy escuchado mi conversación con los muchachos?, pensaba Neal.

-No, sólo te admiraba- suspiró Neal.- ¡Cómo quisiera que todo fuera distinto! Me refiero al comienzo de todo. Fuimos muy crueles contigo. Tú no lo merecías. Por favor, discúlpame todas las cosas malas que te hice.

Candy no se esperaba esta reacción de él. Los ojos se le llenaron de lágrimas a ésta y lloró intensamente; no podía controlarse.

-Me hicieron mucho daño. No lloro porque todavía esté herida. Lloro por mí, por la niña inocente que fui, porque en esos momentos no tenía a nadie que me protegiera, por las noches que lloré con dolor, por no obtener de ustedes la familia que toda la vida soñé- dijo Candy llorando.

Neal sintió que su corazón se apretujaba y sintió todo el peso de la culpa. Sintió que un nudo se le hacía en la garganta y le acortaba la respiración.

-Te disculpé hace mucho tiempo ya- dijo Candy entre sollozos. La enfermera se acercó hasta él y le dio un abrazo. Con ese abrazo, Neal cerró los ojos y pudo percibir su perfume. Ésta era la primera vez que la tenía tan cerca.

El peso de la culpa hizo que Neal se despegara de Candy. Bajó la cabeza...

-Por favor, déjame solo.

-Pero, Neal...

-Candy, tengo muchos sentimientos encontrados. Quisiera aclarar mi mente. Por favor, déjame solo- repitió Neal.

-Si así lo prefieres- dijo Candy, mientras secaba las lágrimas de sus ojos.

Candice se fue y Neal explotó en llanto. No podía controlar tantas emociones dispares juntas. Por un lado, sentía la necesidad de vengarse y por otro lado, quería conquistar el corazón de esa rubia que tantas noches de insomnio le había provocado. Se encontraba entre la espada y la pared. Quería que la pared se derrumbara para irse corriendo, mas ese defecto ya lo había vencido: no quería ser el cobarde de quien todos se reían. Por eso, se sentía orgulloso de pertenecer a la Banda del Mal, tenía un trabajo para "chicos malos y valientes".

También quería que la espada le atravesara la misma garganta, para que de una vez terminara su pesadilla. ¿Qué debo hacer?, pensaba. La realidad era que en el fondo del corazón, no quería que le dieran el susto a Candy. El orgullo ganó esta vez. El ego pudo más que el alterego.

Resolvió pedirles a los amigos que olvidaran el favor que les había pedido. En estas cavilaciones, Neal quedó dormido.