Capítulo VIII

Un inexplicable secuestro

Esa misma tarde, Candy se despidió como usualmente hacía de todas sus compañeras enfermeras. Se puso un sobretodo color escarlata que le había regalado Albert en su último cumpleaños. Asimismo, se puso sus guantes y su bufanda y salió rumbo a su apartamento, que quedaba a ocho cuadras del hospital. Acostumbraba a ir caminando, pues le gustaba observar el paisaje. Esa tarde había nevado un poco. Las calles estaban apenas cubiertas de nieve. No había casi nadie en la calle, algún que otro transeúnte caminando rápidamente por el frío que calaba hasta los huesos. Candy también se dio prisa, pues sentía muchísimo frío y quería tomarse un té para ponerse calientita. Ya había caminado tres cuadras y cuando se disponía a cruzar la próxima, un carro frenó de súbito frente a ella. De él, bajó un hombre de mediana estatura y lo único que alcanzó a ver de este sujeto fue una cicatriz que le cruzaba desde la mitad de la mejilla izquierda hasta el labio inferior. Cuando el hombre se le acercó, no hubo tiempo para preguntarle qué se le ofrecía, ni pudo correr; el hombre le propinó un golpe a Candy en la cabeza con un garrote y ésta cayó desmayada en la calle. El desconocido procedió a recogerla y la metió en el auto. Otro sujeto que conducía el auto arrancó a toda velocidad. Nadie estuvo allí para observar aquella injusticia.

Al otro día por la mañana, Neal se despertó y esperó impacientemente la llegada de Candy. Quería platicar muchas cosas con ellas. Quería tenerla cerca, estaba empezando a sentir que la proximidad a Candy se había convertido en una necesidad. Al rato, hubo el cambio de guardia y vino la misma Alice, la encargada del departamento de enfermería, para verificar su estado de salud, así como la de los demás pacientes. Neal extrañado por la tardanza de Candy le preguntó por qué su nueva amiga no se encontraba allí.

-No está porque no se sabe en dónde se encuentra. La familia Andley se ha comunicado con los directores del hospital para informar que Candy no llegó anoche a su apartamento y no quisiera perturbar a los pacientes con esta noticia- susurró Alice.

-¿Qué?-gritó nervioso Neal.

-Shhh. Por favor, no grite. Ya le dije que no quiero que los demás pacientes se enteren. Vera, aquí hay muchos pacientes que adoran a Candy y que están muy delicados de salud. Su estado emocional es crucial para su mejoría. Una noticia como ésta, que Candy ha desaparecido misteriosamente, puede ser fatal para cualquiera de ellos.

-No hay problema, no diré nada-dijo con un gran nudo en la garganta.

-Gracias, confío en su discreción- comentó la enfermera antes de marcharse.

Entonces, Neal sintió morirse; sintió náuseas, mareos, su pulso se aceleró y sintió que iba a desfallecer. Quiso gritar, quiso levantarse de su cama e irse corriendo a buscar a Candy, a evitar que le hicieran daño, mas sus heridas no estaban del todo curadas. ¿Cómo haría para decirle a los suyos que no le hicieran daño a Candy? ¿Cómo era posible que dejara a cargo a los hermanos Angelo y Enzo para que se encargaran de Candy? ¡Qué estúpido he sido! Por Dios, ¿cómo permití esto? , pensaba con ganas de que la muerte lo visitara. Éste presentía que algo malo sucedería, pero se dio cuenta muy tarde de esto. ¡Él se había arrepentido de todo lo que había pedido! ¿Habría sido muy tarde? No le quedó más remedio que resignarse y esperar. Seguramente ésta sería la espera más dolorosa y angustiosa que tendría en toda su vida.