Capítulo IX

¿Quién?

Candy se despertó con un fuerte dolor de cabeza, se encontraba acostada en un catre. La habitación en donde se encontraba olía a orines y era muy oscura. Sintió la sensación que se encontraba en un lugar muy oculto, tal vez subterráneo; no había ventanas, sólo había un foco de luz que titilaba vacilante. Quiso levantarse, pero se dio cuenta que estaba atada de manos y pies. Quiso gritar y llamar a alguien, se dio cuenta que estaba amordazada: tenía un pañuelo atado a su boca, el cual le daba deseos de vomitar ante el mal sabor del mismo. Había perdido la noción del tiempo y no sabía el tiempo qué había transcurrido desde aquel garrotazo. Se comenzó a desesperar. "¿Quién diablos me habrá traído hasta acá y por qué?", pensaba mientras trataba de soltar el nudo que tenía en sus manos. Se le hizo imposible, pues la persona que la amarró quería asegurarse que ella no se escapara. Al ver que no le quedaba otra salida, se serenó y trató de buscar una razón por la que la hubieran secuestrado, mas no daba con ninguna. De repente, se le asomó una idea de quién podría estar detrás de todo esto. "¿Neal? ¿Habrá querido hacerme daño? ¡Es imposible! Yo he visto con mis propios ojos la transformación que ha sufrido, sería incapaz de algo así. Me pidió perdón por lo malo que me hizo y vi su sinceridad en los ojos. ¡Bah! No es él." Así Candy descartó la idea de que Neal era el culpable de toda esta serie de infortunios, que le habían llevado hasta allí.

Al rato, llegó el mismo hombre que le había propinado el golpe, tenía la cicatriz en la cara. Este hombre, Angelo, se le acercó y la miró con lujuria, le acarició sus rizos dorados. La pobre Candy ya comenzaba a sentirse incómoda.

-Eres realmente una belleza. ¡Cómo me gustaría hacerte mía!- comentó el hombre y Candy pudo ver como su cara se iba transformando.

"Parece un demonio salido de los infiernos. ¿Por qué tengo que estar aquí con él? ¡Dios, ayúdame!", pensaba. Sin dejar de mirarla, el tipo se le abalanzó. Angelo no pensaba y le tomó los brazos para inmovilizarla con sus manos, que a Candy se le antojaron como garras de una dantesca águila de hierro y que le apretaban las muñecas hasta hacerla gemir de dolor. Lejos de detenerlo, esto avivaba aún más la locura de Angelo, que sentía que la cicatriz se le ponía al rojo vivo y empezaba a sentir un desconocido tumulto entre las piernas y se retorcía tratando vanamente de esquivar las manos de él.

Angelo le abrió el vestido. Asimismo, manoseó sus pechos y presa de la impotencia comenzó a llorar. No había nadie allí, para que la salvaran de ese cochino. El hombre se le acostó encima, le besó el cuello, en la cara, en la boca…

-No pierdas tu tiempo tratando de zafarte, serás mía...-soltó una carcajada, jubiloso por la captura de su presa.

Candy sentía deseos de vomitar; el asco y los olores a licor y a tabaco casi la consumieron en un desmayo. Gritó con todas sus fuerzas, aun estando amordazada. ¿Cabía la remota posibilidad de que pudiera escaparse? Era muy improbable, el hombre estaba en control absoluto de la situación. Angelo comenzó a bajarse los pantalones y, de repente, la puerta se abrió de manera brusca. Angelo se levantó sobresaltado, cubriéndose rápidamente. Era el mismísimo Al.

-¿Qué ocurre aquí?- gritó Al, con cara de pocos amigos.- ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Cornutto!- siguió gritando insultos- ¡Filio di puttana!- al mismo tiempo que le propinó una cachetada a Angelo. A pesar de que Angelo era un criminal, que su lista de ejecutados había sobrepasado las cuarenta víctimas, y que había sido autor de otros tantos crímenes, sentía un profano miedo y respeto por Al. Lo que decía Al, para él como para los otros integrantes de la Banda del Mal, era "palabra santa".

Mientras Al cuestionaba a Angelo, Candy no cesó de darle gracias a Dios y a todos los Santos por haberla librado de aquel bandido.

- ¿Quién ordenó que trajeran hasta aquí a la Srta. Andley?

-Massimo- dijo Angelo en voz baja, sumiso.

Candy quedó perpleja. ¿Cómo sabían su nombre? Cada minuto que pasaba se le hacía más difícil de concebir qué diablos estaba pasando. ¿Quién era Massimo?

-Se ha reportado a la policía la desaparición de ella y circuló la voz de que, ¡nuestra organización la ha secuestrado!- gritó indignado. -¿Por qué han hecho esto sin antes consultármelo? ¿De quién salió era estúpida idea? Esta ragazza no le ha hecho nada a nadie. ¡Desátala ya! ¡Qué sea la última vez que se meten con los Andley! – Angelo no entendía por qué Al estaba defendiendo tanto a la familia Andley. Además, nunca lo había visto tan alterado.

Al se sentía endeudado con la familia Andley. Su madre fue sirvienta de los padres de Albert. En una ocasión, en donde la madre de éste se enfermó, los padres de Albert pagaron todos los gastos médicos, pues la sentían como a un familiar. Cuando éstos murieron, la madre de Al pasó a la casa de la Tía Abuela Elroy hasta el último de sus días. Al se crió junto a Albert y lo quería como si fuera su hermano pequeño. Cuando llegó a su adolescencia, Al tomó el camino desviado de las pandillas. Su madre nunca supo que él se desenvolvía en un mundo ilegal, siempre pensó que se desempeñaba en algún oficio noble. Al nunca olvidaría las buenas atenciones de los Andley para su madre.

Angelo desató a Candy y, por fin, se pudo levantar, se abrochó el vestido y se estiró, ya sentía su cuerpo entumecido. Tenía mucha ira y la desahogó en otra cachetada que recibiera Angelo en menos de una hora. Angelo apretó los dientes y se encolerizó. Una mujer no es quién para ponerme un dedo encima. ¡Porca ragazza!, pensó Angelo. Recordó que Al lo observaba y se contuvo.

-Bien merecida la tienes- repuso Al.

-Le estoy muy agradecida por salvarme de este mal nacido.

-Le ruego mil disculpas. Esto jamás volverá a ocurrir. Estoy completamente a sus órdenes.

-¿Puedo preguntarle algo?

-Lo que sea; estoy a sus pies- dijo Al.

-¿Quién pidió que me secuestraran? ¿Quién es Massimo?

-Angelo, ¿quién fue?

Angelo no se atrevía a decir nada. Sabía que de aquí en más las cosas comenzarían a podrirse. No quería abrir la boca, delatar a un camarada, pero en este caso era diferente. Con Al no se puede jugar. Tendré que decirle quién fue.

-Fue Leegan. Él le pidió a Massimo que la secuestráramos.

¡Neal! Ese maldito insecto me las va a pagar. Una vez más se ha reído de mí. ¡Que vergüenza! Yo que le había brindado mi amistad y le tomé cariño. ¡Qué tonta!, pensó la pecosa mientras cerraba los puños con ira.

-¡Qué tonta he sido!- gritó finalmente, pues no podía contener su enojo.

Al miró a Angelo y le indicó con un leve gesto de cabeza que se fuera y sin mediar palabras así lo hizo. Éste se presentó- Soy Al, el padrino de la Banda del Mal.

Candy no lo podía creer, tenía ante ella al famoso criminal por el cual la policía estaba dispuesta a pagar una millonaria suma de dinero. Se acercó a Candy y le preguntó -¿Cómo es que una ragazza tan linda, refinada y delicada como tú conoce a una basura como Leegan? ¿Qué tienes que ver con él?

-Es una larga historia- expresó acompañado de un suspiro.- ¿Tiene tiempo para escucharla?

-Adelante, cuéntame todo.

Candy le contó cómo la familia Leegan la adoptó; los malos tratos que recibió de ellos; cómo la mandaron a dormir a un establo; las constantes humillaciones; la falsa acusación del robo de unas joyas; la trampa que les tendió Elisa, a ella y a Terry para que la expulsaran del colegio San Pablo; cómo intervinieron para que no la aceptaran nunca más en ningún hospital de Chicago; y finalmente, cómo Neal la engañó para que ella se casara con él. Todo eso y ahora lo de este secuestro sumado con el intento de violación de este sujeto, Angelo, después que Candy se reencontrara con Neal, por las locas vueltas del destino y que ella le perdonara, todas sus malas jugadas, de todo corazón. Ahora, ese odio que estuvo ausente por algunos días, desde que le perdonó, volvió a florecer en cuestión de segundos.

-Así que tú eres la famosa Candy- Al comenzó a reírse a carcajadas.

-¿De que se ríe? No es nada gracioso.

-Es que toda la familia conocía la historia tuya y de Leegan. Tú fuiste la que lo rechazaste. Ja, ja, ja- Al continuaba riéndose- Todos nos reíamos de él. Nos pareció siempre un tipo patético, que buscaba la peor manera de conseguir sus cosas. ¡No lo puedo creer! Tengo ante mí a la famosa Candy. Ojalá todos estuvieran aquí para verte. Ja, ja, ja.

Candy comenzó a reírse también. La risa de Al era muy contagiosa. Pero Candy no sólo reía de lo que decía Al, sino por el alivio que sentía al haber salido de aquella penosa situación. Hubiera sido lamentable si el hombre de la cicatriz la hubiera violado. Dios no la había abandonado en ningún momento.

-¡Que rata es Leegan! ¡Filio di puttana! No ha cambiado nada. A mí no me gustó la idea de que él fuera parte del Bando, pero le concedí la petición a Massimo, que sentía lástima por ese pobre diablo. Pensé que cuando trabajara para nosotros se haría más hombre. Queda comprobado que sigue actuando como un niño.-Candy notó el desprecio que Al sentía por Neal.- Cuéntame otra cosa, ¿cómo sigue recuperándose?

-Su estado está mucho mejor. Sus heridas en la pierna se han curado rápido; las del estómago son las que han tomado más tiempo en recuperarse.

-¿Puede caminar?

-Sí. Ya se pone de pie y camina con algo de dificultad, pero lo hace bien. No dudo que en unos días le den de alta del hospital.

-Bien, eso era todo lo que quería saber. Candy, una vez más te pido disculpas. Esto jamás volverá a ocurrir. Y si necesitas algo no dudes en contactarme. Ahora mi chofer te va a llevar a donde gustes.

-Prefiero irme a mi apartamento.

-Así se hará.

Candy se dirigió a la puerta.

-Candy, una cosa más...

-Dime, Al.

-No le digas nada a Leegan. De todo esto me encargaré yo.

-Gracias-Candy se marchó y pensaba que Al, a pesar de era un criminal, tenía un corazón compasivo. Nunca se explicaría por qué la salvó de ser violada por el tal Angelo. En otras circunstancias o si hubiera sido cualquier otro sujeto, no le hubiera salvado. Menos mal que llegó a tiempo, suspiró mientras salía de aquel escondrijo.