Capítulo XII

Una fría despedida

Pasó la semana. El doctor Blythe le avisó a Candy que ya podían dar de alta al paciente Leegan.

-El señor Leegan está del todo recuperado. Todas las heridas ya han cicatrizado y no tiene inconvenientes en caminar, siempre y cuando use un bastón que le hemos prestado del hospital, para que ande con cuidado. Aún estando bastante recuperado, tiene que cuidarse de no recibir golpes, ni caídas por lo menos en seis meses. Candy, llévale el permiso para que pueda salir del hospital y recuérdale hacerse ver cada tres meses.

-Doctor Blythe…-Candy pensó en decirle lo del asunto de la policía.

-¿Sí?

-No…nada.- Ésta se arrepintió. Si hasta el momento nadie había dicho nada, ¿por qué decírselo ahora?

La enfermera se marchó a darle la buena nueva (al menos para ella) a Neal que se iba. El ruego de no querer volverlo a ver era incesante.

-Te traigo buenas noticias.

-A ver, ¿qué puede ser?- dijo Neal.

-Simplemente, que hoy sales (¡te largas!) del hospital.

-Para mí no es tan buena noticia. Yo no quiero irme lejos de ti- bajó la cabeza y suspiró.

-¡Bah, no te preocupes. Ya hablamos de eso. Lo importante es que salgas (¡de una vez!) y comiences una nueva vida como me habías comentado. ¿Te acuerdas?

-Sí- afirmó fastidiado.

-Bueno, te dejo solo por un rato para que recojas tus cosas y te vistas. ¿Prefieres que llame a un coche?

Neal asintió con la cabeza.

-Bien, le diré que esté aquí en una hora. (Mientras más rápido, mejor.)

Neal fue vistiéndose lentamente esperando que en algún momento alguien le dijera que se tenía que quedar en el hospital. Sabía que tendría que reportarse inmediatamente al Bando, pues una vez ingresaban a la organización sólo habían dos maneras de zafarse de la misma: la cárcel o la muerte. Abandonar el Bando del Mal se determinaba como alta traición y ellos mismos castigaban a sus desertores con la muerte. De esta manera, el Bando aseguraba que sus secretos no serían divulgados en la calle; forzarlos a quedarse so pena de muerte, les "garantizaba" lealtad entre ellos. En otras palabras, era un régimen de terror. También habían otras conductas que las castigaban con muerte: insubordinación, pasar información confidencial, robar del material a traficar, entre otras tantas. En ese momento, fue donde Neal se dio cuenta que el mejor momento vivido y más tranquilo de su vida fue el tiempo que estuvo en el hospital. ¡Qué ironía! El hospital, un lugar donde se convalece de una enfermedad o de una condición delicada, se había convertido en su hogar. A pesar, de que odiaba a sus compañeros de cuarto y ellos a él, no se podía comparar la paz que sentía dentro de aquel recinto.

Después de una hora, Candy fue a buscarlo para llevarlo a la salida. Éste no pudo pronunciar casi palabra. Mientras seguía a Candy los pacientes celebraban a vítores que Neal se marchaba de allí.

Por fin, llegaron hasta la puerta principal del hospital y el coche estaba aguardándolo. Neal se volvió con lágrimas en sus ojos a Candy:

-Candy, yo… yo…

-Dime, ¿qué me quieres decir?- le dijo esperando una confesión. Por lo menos esperaba que la conciencia lo remordiera.

-Quería decirte que te amo.

-Ah, eso.

La pecosa no se emocionó ante la declaración de amor. Sólo el glaciar Perito Moreno igualaba la frialdad que Candy demostró ante aquella confesión.

-Cuídate mucho- Candy lo ayudó a subir al auto.

-¿Cuándo te volveré a ver?

-No lo sé- repuso la enfermera, éstas fueron las últimas palabras de la enfermera a Neal. Asimismo, ella le hizo señas al cochero para que comenzara la marcha.

"Definitivamente no me quiere." Neal agitó su mano inútilmente despidiéndose de aquella figura que se volvió estoica a su lugar de trabajo.

"Al menos este capítulo de mi vida lo acabo de cerrar. No lo quiero volver a ver jamás. Amo a mis pacientes, amo a mi trabajo; sin embargo, consideraré la oferta de Albert y me iré por algún tiempo. No quiero imaginar que este 'cuco' se entere en donde vivo o que simplemente venga acá, al hospital, a verme", resolvió Candy.