Capítulo XV

La revancha

El coche aguardaba a Neal donde Al le había indicado. Era una calle que quedaba detrás de las inmediaciones del albergue de la Banda del Mal. Este centro era un edificio de dos pisos. En el primer piso se encontraba una barra, en aquel lugar asistían sólo hombres que querían tomarse un café, pues las bebidas alcohólicas estaban prohibidas. Y, cuando los clientes se volvían conocidos, de confianza, se les permitía subir al segundo piso. En este segundo piso esperaban por estos hombres: prostitutas, juegos al azar y sobre todo, el "oro líquido", el alcohol. Era notable la cantidad de hombres de alta sociedad que se aventuraban a meterse en aquel escondrijo para sorber un trago, de ese elixir que los mareaba y los sacaba de sus tristes realidades por un rato. La gente de la ciudad de Chicago no se imaginaba cuántos hombres importantes, altos jefes de gobierno, gozaban del privilegio de entrar a ese lugar. Por último, había un sótano. Éste fue el lugar en donde llevaron a Candy secuestrada. En este sótano se concebían las ideas más siniestras del crimen organizado y por allí desfilaron muchas víctimas antes de que fueran dispuestas sus "fortunas".

Neal entró al camión y partió a la localidad que le habían ordenado. Pensó en lo raro que se sentía al haber sido enviado sin ningún acompañante. Se acordó de su viejo amigo Guiseppe y sonrió. Se acordó de los buenos momentos que vivieron juntos y confirmó que, en efecto, él fue el único amigo que tuvo en toda su vida. Cometieron varios crímenes menores juntos y fue Guiseppe quien le enseñó el arte del póquer y sus trucos. Gracias a esos trucos quedaba reparado económicamente después que despilfarraba todo su dinero en fiestas, mujeres y alcohol.

Ya había acaecido la noche y Neal transitaba una vía solitaria. Era un camino llano, sin montañas a su alrededor; a un lado se encontraba un lago que reflejaba el resplandor de la luna, esa noche estaba llena. Por primera vez sintió mucho miedo de estar trabajando para el Bando. Le pidió fuerzas a su amigo Guiseppe y se sintió reconfortado. Buscó la imagen de Candy y pensó en ella divertido y un tanto excitado. ¡Cuánto deseaba estar con Candy! El sencillo recuerdo de ella y de su perfume le erizaba la piel. Quería tomarla en sus brazos y tenerla para siempre. Buscaba alguna alternativa para comenzar una vida nueva juntos, pero le parecía imposible. Estaba seguro que ella podía llegar a interesarse en él, aunque le preocupaba la manera que ella se despidió cuando se fue del hospital.

Mientras Neal manejaba, vio un carro que conducía lentamente en dirección contraria. Ya había pasado muchísimo tiempo sin que viera carro alguno en la vía. El auto se fue acercando y en un momento, cuando ya casi estaban por pasarse el uno al otro, este misterioso coche dio un viraje de 90° y bloqueó el camino. El carro se detuvo. Dentro del mismo se encontraban dos hombres, aunque sus rostros no estaban muy bien iluminados. Neal detuvo su camión, bajó precavido, ayudado un poco de su bastón, y con su mano izquierda buscó su revólver. "¡Qué estúpido he sido! No le pedí a Al que me diera uno. Ni tan siquiera pasé por el departamento para buscar el mío", pensaba.

Del otro auto se bajó un hombre, con una cicatriz en el rostro muy familiar. Era el mismísimo Angelo.

-¿Por qué estás aquí?- le inquirió Neal desconcertado.

-Son órdenes de arriba. Lo siento, Leegan.

Neal no se percató que Angelo andaba con un cuchillo, el cual sujetaba con todas sus fuerzas. Se acercó a Neal y lo trató de herir. La víctima no podía correr bien, solamente podía caminar apenas, con la ayuda del bastón. Ante el rostro lleno de miedo de Neal, la cara de Angelo se transformó. Parecía que algún demonio fue emergiendo del mismo Hades y se había apoderado de él. Asimismo, el asesino logró herirlo y cada vez que le asestaba alguna cuchillada, se tornaba más loco queriendo ver más sangre, como si se alimentara del dolor de su presa. Neal pudo comprobar los cuentos que se hacían sobre la fuerza incontrolable y destructora que despedía Angelo cuando mataba. Aún siendo herido, Neal juntó todas las fuerzas que le quedaban por orgullo y forcejeó. El inmisericorde asesino le asestó siete puñaladas y sólo se alcanzaba a escuchar a Neal chillando como un cerdo. Gritó lleno de dolor, gritó con todo el odio del mundo, gritó consciente de que se lo merecía.

Aún estando de pie y sangrando gravemente por todas las heridas, bajó del auto el hermano de Angelo, Enzo y dijo apacible:

-¡Ya, basta!

Como si la voz de Enzo fuera un calmante, el semblante de odio y la rabia que despedía Angelo se fue aplacando vertiginosamente. Enzo, inconmovible, se acercó a Neal, quien se mantenía de pie y no quería rendirse.

-Esto te pasa por querer vengarte de una chica.

Sin piedad alguna, Enzo le quitó el bastón a Neal y lo empujó con el mismo, en el centro del pecho. Neal no podía creer lo que estaba viviendo, se dio cuenta que esto era causado por el secuestro de Candy. Perdió el equilibrio, perdió las ganas de defenderse y se dejó caer al suelo. Por último, Enzo tomó el bastón entre sus manos y le dio un fuerte golpe en la cabeza a Neal, que lo dejó inconsciente.

Los hermanos se volvieron al vehículo y Enzo le comentó a Angelo:

-Vamos, esta orden tiene que llegar a tiempo.

Angelo tomó el camión que traía Neal y siguió el auto de Enzo.

Neal quedó moribundo tirado en el camino.