Capítulo XVI
Un nuevo encuentro
Eran las tres de la madrugada. Un buen samaritano abrió la puerta de su auto y cargó hasta la entrada del hospital a un hombre muy mal herido. A pesar de que su auto estaba bañado en sangre, el buen samaritano no vaciló en llevar al hombre, que vio tirado en el camino, al hospital. Una vez dejó a Neal en la entrada, llamó inmediatamente a una enfermera que estaba a cargo de la recepción del hospital. Ésta, a su vez, alertó al personal del hospital para que le dieran los primeros auxilios. El herido había perdido mucha sangre y era inminente la pronta intervención de éste.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Candy llegó como todos los días al hospital y Alice, la directora de las enfermeras, salió a su encuentro.
-Candy, tengo una mala noticia que darte.
-¿Qué puede ser, Alice?
-¿Recuerdas el paciente de tu habitación que salió ayer del hospital?
-Sí.
-Bueno, nuevamente está en este hospital. Alguien lo trajo hasta aquí moribundo.
-¿Qué?
"Neal, de nuevo aquí. No puede ser. Debo estar soñando…"
-Así mismo como escuchas. Está gravemente herido. Ha recibido siete cuchillazos en el cuerpo y ha perdido muchísima sangre. Los doctores no le dan mucho tiempo de vida. No entiendo cómo ha salido este paciente de este hospital sin el procedimiento debido- el tono de la directora de las enfermeras subió y Candy sintió el reproche de la mirada de Alice.- He considerado dejarlo a tu cargo nuevamente, ya que anteriormente lo cuidaste. Lo hemos trasladado a la sala especial de emergencias. Ya he colocado a otra enfermera en la habitación que sueles atender. Esta vez espero que sigas el protocolo establecido para los pacientes. Por favor, dirígete hacia allá.
La rubia sintió la mirada recriminadole de Alice. Ésta sabía que en algún momento la directora de las enfermeras se encargaría de amonestarla duramente. Ésta tenía fama por ser bastante exigente con el trabajo y por ser perfeccionista. Era por eso que el hospital tenía fama que era un hospital excelente, gracias al buen trabajo de las enfermeras; y detrás de este buen trabajo estaba Alice.
Cuando Alice se fue, sintió que todo le parecía como un cuento de terror. No podía creer lo que había escuchado. Se sintió con náuseas, pues en parte sentía culpa por no haber obrado como debía, por no haberlo denunciado a la policía. Trató de serenarse lo antes posible, no quería que nadie la notara alterada.
Mientras se apesadumbraba ante el hecho de que tenía que volver a ver a Neal, se dio cuenta que su estado se debía a lo que le había dicho Al.
"Es mi culpa. Yo no debí haberle permitido a Al que tomara la venganza en sus manos."
Sin darse cuenta comenzó a correr desesperada a la habitación donde se encontraba Neal. Corrió con toda la culpa del mundo y al fin llegó a la habitación, abrió de súbito la puerta y se quedó pasmada ante la condición que presentaba. Se notaba que le habían dado una buena paliza y que su anterior estado de salud no le había ayudado en nada. Algunos de los cuchillazos aterrizaron en su rostro y éste estaba desfigurado.
Se acercó despacio, Neal estaba durmiendo y no lo quería despertar. Seguramente, lo sedaron luego de haberle cosido algunas de las heridas profundas y así lo comprobó cuando, una vez estando frente a él, lo examinó por todos lados. Observó cada una de sus nuevas heridas e inspeccionó las viejas. En efecto, la herida del estómago había sido reabierta, ya que había una nueva costura en la misma.
"Neal, espero que me perdones", pensó la pecosa mientras sollozaba quedamente en una silla que quedaba justo al lado izquierdo de la camilla. Fue hasta la ventana y pudo apreciar allí toda la ciudad. La habitación de Neal quedaba en un tercer piso. Ese día, irónica señal de vida, había salido el sol. Ese día, 21 de marzo, había comenzado la primavera. Mientras la ciudad se despertaba una vez más; mientras la ciudad se abría a una nueva etapa; mientras la naturaleza renacía con todo su esplendor; a sus espaldas yacía un hombre casi moribundo, con el alma que casi se le apagaba en cualquier minuto. Éste, un hombre que le había causado tantas tristezas a Candy, no merecía, a juicio de ésta, morir de esta manera.
Candy cerró sus ojos bañados en lágrimas; tomó el rosario, que siempre llevaba consigo, entre sus blanquecinas manos y allí elevó una plegaria por Neal y por ella.
"Dios, dame fuerza. ¡La necesito!"
Cuando terminó de rezar, se dirigió a la camilla y buscó los ungüentos para limpiar las heridas del paciente. Esta vez era diferente. Siempre se había visto curando gente que se enfermaba o llegaba herida por algún factor ajeno; esta vez, sintió que estas heridas fueron causadas de alguna manera por culpa de ella.
Con mucho, pero con mucho remordimiento, limpió todas y cada una de sus heridas. Luego de limpiarlo, volvió a sentarse en la silla junto a él. Meditó en lo que había sucedido, recordó el primer día que llegó a la casa de los Leegan y así todo lo que vivió relacionado con él.
Pasaron dos horas, el efecto de la anestesia comenzaba a menguar y Candy, quien se había quedado dormida entre recuerdos, escuchó a Neal lamentarse entre delirios.
-Candy…Candy….perdóname- su voz era muy apagada, como si llevara un gran peso encima. – Candy, siento mucho todo….lo que ha ocurrido. –
La enfermera se dio cuenta que éste deliraba. Se levantó y con gran pena le acarició su cabeza, no pudo contener su llanto.
-Ya te he perdonado, pero necesito que me perdones a mí. Si yo te hubiera denunciado a la policía, nada de esto hubiera ocurrido.- Sus lágrimas cayeron en el rostro del paciente.
-Can…Candy¿estás ahí?-preguntó con dificultad. Éste se despertó al sentir las lágrimas en su rostro.
-Sí. Pero, por favor, no hables. No quiero que te fatigues.
-Pero¿por qué estás llorando?- inquirió tratando de abrir sus ojos, ante el hecho de que su rostro estaba hinchado, desfigurado.
-Neal,- Candy trató de suprimir su llanto- todo esto es mi culpa.
-No lo es.
-Sí. Si yo sólo hubiera informado a la policía, ahora mismo estarías en la cárcel.- Su llanto se hizo más fuerte.
-No.- La voz de Neal continuaba apagada. Hablaba suavemente para no agitarse.- En primer lugar, fui yo quien envió a esos tipos a darte un "susto".
-Pero…
-Déjame hablar, por favor.- Candy hizo silencio y le dejó proseguir a pesar de que la condición de éste era precaria.
-Soy yo el que tiene toda la culpa. Si yo no hubiera sido tan ruin, jamás te hubieran raptado. Soy yo el que merece estar así; soy yo el que merece morir.
-Pe…pero… ¡No digas eso!
-No,- interrumpió-no digas más. Sólo me resta pedirte perdón. No puedo morir sin hacer esto.
La enfermera vio cómo los ojos de Neal se inundaron con lágrimas.
-Perdóname, Candy.
La enfermera no aguantó su impulso y puso su cabeza suavemente, para no dañarle sus heridas, en su pecho.
Llorando intensamente le dijo- Te perdono, Neal. Por favor, no te mueras o si no nunca me lo voy a perdonar. Ya verás cómo te recuperaras y nos haremos grandes amigos. ¡Ánimo, Neal, que te queda mucha vida por delante!
Candy sintió cómo el cuerpo de Neal perdía su alma y allí sin más, se moría un Neal amigo, un Neal sincero, un Neal que se había arrepentido.
La enfermera se puso pálida y le tomó el pulso. Comprobó que ya no tenía. Salió del cuarto loca, desesperada, a buscar a los doctores a las enfermeras, a cualquiera con tal de que le resucitaran.
Unos minutos más tarde, el doctor en turno declaró a Neal muerto.
