15. Las Reinas
Todas tuvieron su propia reacción a la noticia, y todas fueron buenas, eso fue lo que me dijo Trixie. Una buena reacción, para nosotras, significaba haber provocado la ira de Celestia y Luna; como era de esperarse, empezaron algunas protestas y poco a poco se esparcieron como el fuego en la hierba seca.
Gracias a que Trixie se llevó uno de los periódicos, lograron esparcirlo por todo Canterlot, pero en la población general no hubo mucho descontento y supusimos que era debido a su carácter mandón y normalmente aislado por sus privilegios, pero nos equivocamos, aunque caímos en cuenta de eso unos días más tarde, cuando las cosas se complicaron demasiado para hacerlo algo normal.
No se trataba de una revolución, o al menos lo fue hasta que supimos con claridad lo que hicieron las tres mandatarias de Equestria. Por qué habían sumido a nuestro mundo en esta era oscura. Pero creo que siempre estuvimos dispuestas a hacer esto, sólo necesitábamos un empujón. No quiero dármelas de ser "la elegida", pero tengo mi mérito al haberlas unido a ellas seis.
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—¡Señorita Pinkie, señorita Pinkie! —gritaba uno de los ponys empleados de la mina, llegando a la yegua de melena rosa—. Traje las noticias, como me lo pidió, pero no llegaron más.
—Era de esperarse, gracias.
Pinkie Pie abrió el periódico y conforme leía y veía las imágenes, no pudo sino torcer su boca ante el desagradable escenario planteado por la periodista que la visitó semanas atrás; volteó a ver lo que encontraron sus trabajadores en medio del líquido azul donde desembocaban los desechos de Canterlot.
—No esperaba que esto sucediera tan pronto —se dijo en medio de la soledad de su oficina.
No era una broma que los recursos empezaban a acabarse, y mientras se sentó a leer cómo toda el agua de Crisa fue a parar hacia donde estaba ella -ahora llena de huesos de varias criaturas- sólo decía los muchos secretos que se guardaba la Corona, y no era de lejos la peor noticia o el peor acontecimiento escrito en el periódico. Sin embargo, Pinkie Pie no dejaba de sorprenderse de todo lo escrito. Cuando golpearon a su puerta sintió un escalofrío recorriéndole la espina, pero se tranquilizó cuando vio a Trixie asomando la cabeza.
—¿Ya viste todo el caos que está armando la reportera? —le preguntó apenas al entrar.
—Desde aquí no puedo leer nada, pero imagino lo que está sucediendo en las ciudades.
—Es mejor que estés aislada, ¿has sabido otra cosa?
—Fuera de que siguen llegando huesos por esa tubería, no. Ahora lo que temo es que las Reinas sepan dónde culmina su llamado "pozo", y vengan a borrarnos de la existencia para hacer quedar mal a este periódico.
—No lo harán, no se moverán por ahora, están muy preocupadas por todo el desorden que hay en las ciudades.
—Ja, le prenden fuego a la hierba y cuando alguien llega a ponerle leños, resulta que se espantan del incendio que ellas empezaron.
Trixie se sentó en la silla extra que había en la pequeña oficina, Pinkie Pie le ofreció un pequeño vaso de café que ella bebió sin mucho ánimo mientras se quitaba su sombrero.
—Han sido semanas difíciles —dijo Pinkie.
—Una vida difícil, diría yo.
Detrás de su rubí con el que podía teletransportarse, había un pequeño compartimento donde guardaba una foto de Twilight; una sonrisa se asomó por su cara y Pinkie Pie lo hizo también. Era una forma un poco disimulada que ambas tenían para mostrar un poco más allá de una simple alianza. Estaban metidas en líos hasta el último cabello de sus melenas, pero seguían siendo ponys que debían vivir una vida, por extraña o precaria que fuera.
—¿Te gustaría ser algo más, Pinkie Pie?
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes, algo más que hacerte cargo de la mina de tu familia.
La yegua rosada pareció meditarlo un poco mientras comía una galleta de mantequilla y le daba un trago a su café extrañamente azucarado.
—Me gustaban las fiestas —dijo al final—. Antes de que nos volviéramos pobres, me gustaba celebrar el cumpleaños de mis hermanas. Ahora que podemos hacerlo, no tenemos tiempo, pero me gusta darle un detalle a los trabajadores cuando es su cumpleaños. Je, supongo que en otra vida debí ser una organizadora o animadora de fiestas. Me gustaría intentarlo alguna vez.
—Qué lindo —comentó Trixie, sonriendo sin dejar de mirar la foto en su dije—. Twilight dice que cuando nos libremos de esto, nos iremos juntas. No sabemos a dónde, pero no me importa mientras esté con ella. La seguiría hasta el fin del mundo.
—No es necesario que vayan tan lejos. Aquí en el pueblo somos amistosos con las yeguas y caballos como ustedes —le dijo Pinkie—. Ya sabes, por si no encuentran un sitio muy pronto, aquí son bienvenidas.
Una vez más, la unicornio azul se levantó y se preparaba para marcharse. Sin embargo, Pinkie se levantó también para darle un abrazo que la dejó un poco estupefacta.
—¿Y eso por qué fue?
—No lo sé, necesitaba hacerlo —decía Pinkie sin dejar de estrecharla con algo de fuerza—. No malinterpretes, me gustan los machos, pero creo que en un momento así nos hace falta un poco de contacto amistoso.
—Espero que los yaks tengan el mismo entusiasmo que tú —comentaba en forma de broma, pero tragando saliva al saber que esas criaturas eran bastante peligrosas y temperamentales—. El momento ha llegado, todo se decidirá en las próximas semanas. Espero que todo esto funcione, o no sé qué haremos.
—
A las afueras del Palacio Real podían escucharse diversas multitudes de ponys protestando por las recientes revelaciones que se mostraron en un periódico que apareció de forma misteriosa desde Cloudsdale; el Capitán Shining Armor miraba todo desde una de las torres con vista hacia afuera, siendo seguido por la Princesa Cadence.
—¿Siguen llegando?
—Sí, algunos ni siquiera son de Canterlot —contestó—. Los guardias los retendrán, pero no sé por cuánto tiempo, porque cada vez son más, ¿cuáles son las órdenes?
—Ninguna, por el momento —contestó dándole la espalda y caminando hacia el gran salón de nuevo, pero Shining Armor se volteó con una mirada confundida.
—¿No hay ninguna orden? Esos ponys se ven cada vez más inquietos, será cuestión de tiempo para que sean los suficientes y derriben las puertas del castillo.
—¿Le temes a un montón de ponys inconformes, capitán?
En ese momento, una voz que era temida por todos lo que la habían escuchado antes se hizo presente en el gran salón. Shining Armor hizo una reverencia cuando vio pasar a Celestia y Luna delante de él.
—De ninguna forma, Reina Celestia —decía tratando de calmar su voz—. Pero es mi deber velar por el bienestar de ustedes y la Princesa Cadence.
—Nosotras estaremos bien —contestó Luna—. Eres tú y tu hermana de quien debes preocuparte, capitán.
—¿Señora?
—Últimamente he pensando que sus cargos les quedan un poco grandes —siguió diciendo la yegua oscura—. No aplacaron las protestas de Ponyville, ni las de Manehattan, ni las de Appleloosa. Por su parte, su hermana no se ha dedicado a más que meter su nariz en un montón de libros en vez de…
—Twilight ha sido de ayuda para mí, Luna —regañó Celestia—. No la metas en esto, es la que ha dedicado a recopilar los testimonios de quienes han acusado para decir que no es más que una mentira.
—Aun así, ¿qué tiene que decir a su favor, capitán?
—Con todo respeto —se defendió el corcel— las protestas han sido numerosas, y a diferencia de otras ocasiones, el número de guardias desertores ha aumentado debido a las quejas del bajo salario. No podemos darnos abasto, y tampoco podemos usar la fuerza letal.
—¿Por qué no?
—Uno de nuestros batallones lo intentó en Appleloosa —tragó saliva para decir lo siguiente—. Fueron superados en número, y los decapitaron para luego exhibirlos en la entrada principal del pueblo.
—Podemos considerar eso como una declaración de guerra —comentó Celestia—. Como lo que sucedió con los yaks y las cebras.
—Disculpe, ¿sugiere que matemos a todo el pueblo? ¿A todos los que están protestando allá afuera?
La voz de Shining Armor pasó a ser preocupada, y su semblante lo dio a notar tanto que Celestia sonrió con sorna al mirarlo detenidamente.
—¿Dice que no puede con la tarea, capitán?
—Señora…
—De acuerdo, trataré de darle alivio a su atormentada moral, sólo por respeto a Cadence —dijo de nuevo con su tono soberbio—. No mate a todo el pueblo, sólo a los cabecillas que alborotan a los demás. Hablo de forma general, los de todas las ciudades donde esto se esté gestando, e igualmente exhibiremos sus cuerpos en las entradas del Palacio. Más vale que lo haga de forma rápida, a menos que quiera ser usted quien esté colgando en las puertas.
—Muy bien, se hará como usted dice.
Celestia le arrojó uno de los periódicos a Shining, donde había un párrafo escrito y un nombre señalado. El mensaje estaba más que claro, ahí estaba el lugar en dónde empezar su tarea.
Shining quiso voltear a ver a Cadence, pero ella no objetó nada, pues estaba muy ocupada mirando su reflejo en un espejo. Los dos se ignoraron mutuamente y él corrió hacia la puerta sin detenerse a mirar siquiera que su hermana estaba entrando en compañía de su sirviente, un pequeño y delgaducho dragón púrpura.
—¿Cómo van las cosas, Twilight? —preguntó Celestia caminando hacia ella, el dragón se quedó a unos metros por indicación de Twilight, dando un seseo como respuesta.
—Temo que no muy bien —contestó—. Me enteré de que los concejales quisieron huir, pero lograron atraparlos. Por otro lado, el Príncipe Blueblood viene para acá, está herido y necesita atención médica después de haber sido atacado en Las Pegasus.
—Vaya, así que las protestas llegaron hasta allá.
—No sabemos qué más hacer.
—No es necesario nada más por el momento.
—Entonces, ¿cómo procederemos?
Celestia parecía analizar la situación cierta seriedad, por lo que Twilight no mostraba su entusiasmo para regresar su jugada con una nueva trampa, hasta que finalmente respondió.
—Bueno, ya nos hemos encargado eso —contestó—. Se creyeron muy inteligentes haciendo esto, pero sólo lograron adelantar su muerte, ¿no es verdad?
—¿A qué se refiere?
—No sé cómo un periódico de Cloudsdale logró llegar e imprimirse en Canterlot sin que nos diéramos cuenta, pero la responsable morirá en las próximas horas.
Aquella revelación hizo temblar a Twilight como no lo había hecho desde que pensaron que su conspiración fue descubierta. Sin embargo, tuvo que mantener su rostro pétreo y su voz alejada de cualquier emoción.
—No sabía que encontraron a los responsables.
—Tampoco es que fuera muy difícil, fue como si nos estuviera retando. Tu hermano nos mostrará su valía con esto.
La pobre unicornio no supo cómo zafarse de esto para advertirle a Laysip que iban detrás de ella.
—Tal vez sea un poco apresurado, ¿no estaríamos dando un mensaje equivocado si matamos al responsable? Es decir, recién salimos a decir que todo esto es falso.
—No te confundas, Twilight —le dijo Cadence— las cosas se quedarán como nosotras queremos. Nadie puede contradecirnos, ¿o qué dirán? ¿Dirán que salimos de nuestro castillo para matar a un pony que nos acusa de cosas falsas en medio de este caos?
Las tres mandatarias dieron una risilla burlona en la que Twilight sólo pudo corresponder con una sonrisa incómoda. Cuando recibió el permiso de retirarse, rápidamente fue a su habitación cargando al pequeño dragón en su lomo.
—¿Qué sucede? —preguntó su sirviente.
—Estamos al borde del desastre —dijo ella.
—
Spitfire miraba por la ventana de su casa en dirección a la calle. En su pata descansaba una taza de café caliente que decía "jefa número 1" que le había regalado Soarin en su cumpleaños hace casi diez meses. Sonrió con tristeza al darle un sorbo más y llenar sus papilas gustativas de aquel exquisito sabor medio amargo y medio dulce. Una vez que miró de nuevo se dio cuenta de que un montón de corceles estaban rodeando su casa. La Guardia de la Reina había llegado en medio de la noche, quién lo diría.
—Abra la puerta —ordenó Shining Armor.
—¿Y si me niego? —preguntó Spitfire de forma retadora.
—Entraremos de todos modos, pero no lo haremos rápido.
—Bueno, tampoco fue rápido para la maestra Cheerilee, ¿o sí?
Shining Armor entró pateando la puerta y desenvainando su espada. Spitfire retrocedió mirando la punta, temblando al ver cómo los demás entraban directo en su hogar y cerraban la puerta.
—Diez guardias contra una yegua, qué valientes —dijo con un sarcasmo retador que no hizo sino enfurecer más a Shining Armor, quien la derribó con un golpe tan fuerte que le voló tres dientes.
—Dime con quién trabajas —ordenaba el capitán.
—Ja, no trabajo con nadie.
Esta vez él la pateó tan fuerte en el rostro que la mandó hasta la cocina, haciendo que se levantara sangrando de la nariz y la boca, uno de sus ojos se puso rojo por un derrame que le nubló la vista, y aunque respiraba de forma entrecortada, le respondió.
—No trabajo con nadie, esto lo hice por mí misma.
—¡No me mientas!
—¿Crees que miento? —preguntó—. Llevo trabajando en esto por meses, ¡años! Desde que me arrebataron a mi mejor amiga. Sólo continué lo que ella empezó. Esto es mi venganza por lo que le hicieron.
—¿Venganza? Ja, lo que hiciste no cambiará nada. Ella no lo hizo, ¿qué te hace pensar que tú sí lo harás?
Spitfire se empezó a reír, provocando que Shining aumentara su enojo y con él, la fuerza para embestirla tan fuerte que fue a parar en los barrotes de la ventana de la cocina, rompiendo el vidrio de la misma y haciéndola sangrar del lomo.
—Lo haré, porque ustedes se subestiman todo el tiempo. Celestia y Luna lidiarán con lo que les dejo —entre todo el desastre, logró tomar una caja de fósforos—. Lo que les haré a ustedes… es por quitarme mi periódico.
Y entonces encendió el fósforo, arrojándolo directo a la estufa. La furia de Shining fue tanta, y la distracción de Spitfire tan buena, que ninguno de los guardias notó el olor del gas inundando toda la casa gracias al disfraz provisto del café recién hervido.
Una explosión sacudió toda la calle, reventando los vidrios de las casas vecinas y haciendo pedazos a Spitfire y la guardia junto con ella; una espesa nube de humo cubrió toda la manzana de ese vecindario en Cloudsdale, mientras las manchas de sangre y extremidades cortadas eran calcinadas por el fuego.
