¡Hola a todos los aventureros que se decidieron pasar por aquí!

Realmente no sé qué planeo hacer con esta historia. Le tengo mucho afecto puesto que la serie Merlín se volvió con el paso del tiempo una de mis favoritas. Cuando comencé a escribir este fic no tenía realmente planeado publicarlo pero después pensé que sería interesante compartirlo con los demás. Ya me dirán, los que quieren, qué les pareció este comienzo.

Este fic sigue la serie Merlín desde el primer episodio aunque tendrá unos ligeros cambios puesto que Hermione estará presente. Los que vieron la serie podrán entenderlo y los que no, pues... intentaré escribir lo mejor posible para que las cosas sean claras, dando todas las explicaciones pertinentes. Si tienen dudas, no lo piensen dos veces: pregunten.

Sé que ya tengo otras dos historias comenzadas pero ¡No las abandonaré!. Seguiré con ellas pero el tiempo y la inspiración no me ayudan en estos momentos.


Ninguno de los personajes me pertenecen.


El sacrificio de una vida.

Camelot.

Uther era un hombre serio, responsable y fiel a su reino. Ser rey de Camelot nunca fue un trabajo fácil pero era para el que había sido criado y lo afrontaba ahora con la cabeza en alto. No había nada más importante, a su modo de ver, que Camelot y su permanencia en el tiempo siendo uno de los reinos más ricos e importante de todos los tiempos. Por eso había sido crucial darle un heredero, alguien quien pudiera seguir sus pasos y se convirtiera en un poderoso monarca como él. Sin embargo, en su desesperación, había tomado decisiones equivocadas y ahora se enfrentaba a las consecuencias. Intentaba no llorar aunque el dolor que sentía era profundo. Sabía que nadie cuestionaría su momentánea debilidad dada la situación pero era debilidad al fin y al cabo y no podía permitirse el lujo de verse de ese modo. Sus enemigos podrían aprovecharse de la oportunidad creyendo que Camelot se encontraría indefensa, con un rey inservible, y eso era un error. Le dolía. Mucho. La agonía de la pérdida perforaba su corazón sangrante, dejándolo con pocos ánimos de respirar pero no bajaría la cabeza. Debería hacer, como siempre, sacrificios.

—Mi lord… ¿Quiere ver a sus hijos?

Negó sin siquiera pensarlo. No los negaba a ellos; todo lo contrario. Había deseado tanto un hijo y ahora había descubierto que había sido bendecido con dos: un niño y una niña. Los amaba a pesar de que no había puesto sus ojos ni una sola vez en ellos. El problema era que ahora se encontraba demasiado sensible, demasiado perturbado. Tenerlos en sus brazos podría romper la única cuerda que sostenía su máscara de seriedad y si eso sucedía temía ponerse a llorar como un chiquillo desconsolado.

—Están completamente sanos—siguió diciendo el galeno—Son fuertes y animosos. Incluso creo que compiten por ver cuál de los dos grita más fuerte. La niña tiene una marca en su espalda, detrás de su hombro, con forma de luna nueva, como su madre.

Uther sonrió con tristeza. Era una bendición su llegada. Una trágica bendición. Su nacimiento producía una sensación agridulce dentro suyo.

—Gracias, Gaius. Son buenas noticias—murmuró—Ahora… Quiero estar solo.

El hombre asintió y se marcho de la gran sala para dejarlo solo con sus pensamientos.

Arturo, sería el heredero. Había sido el primero en nacer y, por encima, era hombre. Su hermana sería coronada princesa y pretendía criarla como tal. Quizás algún día podría llegar a desposarla con algún hijo primogénito de otro reino y así añadiría buenos lazos a Camelot. Pensar en ese próspero futuro hacía que su ánimo subiera; pero no duró mucho puesto que pronto recordó la razón de su congoja. Su mujer. La reina de Camelot. Su esposa había fallecido por su culpa.

Aunque quizás no fuera toda suya, puesto que gran parte de ésta correspondía a esa maldita bruja y a su asquerosa magia. Siempre había pensado que esos poderes especiales que tenían muchas personas no le acarrearían más que problemas pero en su desesperación había creído que quizás la magia podría concebirle su gran deseo. Debería de haber supuesto que esto no sería más que un engaño.

Nimueh. ¡Maldita!. La maldeciría una y mil veces si pudiera. Era una traidora. ¿Cómo pudo haber confiado en ella alguna vez? ¡Era una bruja! Su magia era la carga que la condenaría al infierno.

—¿No estás feliz?

Los ojos de Uther se alzaron rápidamente hacia la mujer. Hermosa, siempre joven y letal. Sus poderes le permitían aparecerse sin hacer ningún sonido y sin la necesidad de anuncios. Era escalofriante.

—¡Tú lo sabías!—la acusó con rabia—¡Sabías que mi esposa iba a morir!

Ella tuvo la desfachatez de mostrarse sorprendida por la acusación.

—Uther, te lo dije cuando viniste a mí a pedir mi ayuda. Para crear vida con magia, una vida necesita ser sacrificada. ¡Aún así no te importó! Que la vida que se pidiera fuera la Ygraine iba más allá de mis conocimientos.

—¡Mentira!—gritó caminando hacia ella, desenfundando su espada, dispuesto a acabar con ella.

Nimueh se mantuvo firme y miró al rey con seguridad.

—¿Realmente crees que puedes dañarme con esa arma? Tengo magia. ¡Soy una Sacerdotisa! Todo el poder está a mi favor, Uther Pendragón, así que no intentes nada porque puedo acabar con tu vida tan rápidamente que no tendrás tiempo ni de cerrar los ojos—lo amenazó con una calma sepulcral que logró que el rey se detuviera de repente.

La odio más que nunca. Por mentirle, por traicionarlo, por atreverse a amenazarlo de ese modo como si él no fuera más que un insecto que merecía ser aplastado. Volvió a guardar su espada pero sin dejar de mirarla con el más profundo desprecio.

—Te destierro de Camelot—dijo con lentitud, saboreando el poder que tenía—No quiero verte nunca más por estas tierras porque eso sólo te acarreará la muerte.

Los ojos de la sacerdotisa se estrecharon.

—Estás cometiendo un error, Uther—le advirtió.

—No. Estoy a punto de hacer lo que debí de hacer hace mucho tiempo… Todos los magos, druidas y brujos del mundo deben desaparecer. Sólo así conseguiremos tener paz.

El rey pudo ver como la mirada de la mujer que tenía enfrente se helaba de rabia pero aún así las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa burlesca.

—¿A acabarás incluso con la vida de tu hija?—le preguntó—Tenemos el don de ver el futuro, Uther, y una hija tuya, una poseedora bruja de gran magia, será tu perdición. Tu traidora. La adorarás con tu vida y cuando te des cuenta del odio que ella tiene hacia ti, no podrás soportarlo.

—¡No!—la palabra había salido de sus labios casi como un gemido ahogado.

Su niña. ¡No podía permitirlo!

—¿La matarás también a ella, Uther?—insistió Nimueh.

Los ojos del mago se cerraron con pesar.

—No es posible que tenga magia—indicó sin mirarla, dándole la oportunidad de matarlo en ese instante si ese era su deseo.

—Fue concebida gracias a la magia. Todo es posible ahora…

—¿Y el niño?

—Él es un niño normal… Pero ambos son tu sangre…

La mente de Uther se llenaba de pensamientos e ideas. Algunos mucho más macabros que otros. No podría jamás convivir con un hijo que tuviera poderes mágicos. Constantemente estaría recordando el horror que había acontecido el día de su nacimiento. Sabría que por culpa de esa misma magia que poseía, ella ahora se criaría sin su madre.

—¡Llévatela!

La sacerdotisa no mudó su expresión de burla altanera.

—Es tu hija.

—¡Llévatela y te perdonaré la vida!—insistió—Me has traicionado. Puedo llamar en este instante a toda la guardia y no podrás escapar. Te daré un plazo de una semana para que la saques de Camelot y de mi vida. Diré que la han secuestrado, haré que la busquen por el camino contrario al que tomes.

Nimueh sabía que podría enfrentarse a la guardia del rey y vencerlos sin siquiera cansarse. Podría hacerlo, pero eso no sería tan entretenido. Ahora que lo pensaba, la mejor manera de vengarse de ese hombre era hacer las cosas con calma y engañarlo, esta vez verdaderamente y no como falsamente la acusaba en ese momento. Le haría creer que apartaría a la niña de su lado por el resto de su vida y luego la haría regresar. ¿Qué pensarían todos cuando descubrieran que la "raptada" hija del rey regresaban milagrosamente y poseyendo magia? Podría criarla, enseñarle todo lo que sabía, hacerla odiar a ese hombre.

—De acuerdo—dijo finalmente—Vendré por ella esta misma noche. Tienes poco tiempo para despedirte.

No hubo despedidas. No se dio ese lujo. Si su hija tenía magia, si el destino de ella era traicionarlo de ese modo, no iba a culparla. Él había recurrido a los poderes más allá de los que un humano tenía permitido tener y ese había sido su error. No, no podía disgustarse con ella aunque eso tampoco quería decir que iba a dejar que ese destino llegase a concretarse. Por eso prefería que se marchase lejos de allí.

La miró una sola vez. Sólo una y se percató de cada uno de los rasgos de su pequeña carita. Sus ojos apenas se abrieron y vio ese color marrón extraño, casi dorados. Su corazón se aceleró cuando se dio cuenta que era el mismo tono que tenían los hechiceros cuando realizaban magia. Quiso comprobar que lo que Gaius le dijo era verdad y volteó suavemente al bebé. Allí estaba, justo detrás de su hombro: la marca de nacimiento con forma de luna nueva. Era clara y visible.

Volvió a acomodar a la niña, besó a su hijo y se alejó con el corazón roto, mordiéndose los labios para no llorar.

Nimueh corrió tan rápido como sus pies permitieron teniendo en cuenta que tenía una pequeña niña lloriqueando en sus brazos. ¡Maldito Uther! No podía confiarse en ese hombre. No lo haría nunca más. Cuando le dijo que iba a dejar que se la llevase había pensado que así sería, que la dejaría marcharse puesto que lo último que deseaba era tenerla a su lado. ¡Pero claramente algo había cambiando!

Un grupo de caballeros del Rey estaba tras su paso. Había utilizado varios encantamientos para impedir que la siguieran de cerca y eso le había dado unos cuantos minutos de ventaja pero no muchos. No quería cometer un error y herir a la niña. Sentía su corazón latir con fuerza en su pecho. Su pie pisó una piedra y resbaló. Con un brazo aferró a la bebé contra sí mientras que la otra la apoyó en el suelo para evitar que la caída las golpeara a ambas. Su palma ardió por los raspones pero no le hizo caso.

Escuchó aullidos y gruñidos. ¡Perros! Su desesperación aumentó. Se puso de pie nuevamente y volvió a correr con todas las fuerzas que podía conseguir con sus piernas. Pero podía sentir que estaban rodeándola. Logró ver una capa roja detrás de unos árboles.

¡No tenía tiempo! Sabía que no tenía muchas oportunidades de conseguir salir de allí indemne. Podría conseguir salvarse a sí misma pero no a ambas. Pero no iba a dejar que la pequeña cayera en manos del rey. Antes, la haría desaparecer de ese mundo y la traería nuevamente cuanto el tiempo fuera el indicado.

Colocó a la hija de Uther Pendragón sobre el suelo húmedo. Hizo, con las puntas de sus dedos, dibujos de runas alrededor de ella mientras murmuraba palabras en un antiguo idioma que pocos sabían y que seguramente crisparían los nervios de Uther. Una luz comenzó a brillar de las runas, cada vez con más intensidad hasta casi cegar a la sacerdotisa. Entrecerró los ojos pero sus labios siguieron recitando aquel hechizo antiquísimo y misterioso, intentando concentrarse solamente en ello y no en la proximidad de los guardias del Rey.

La luminosidad aumentaba gradualmente a una velocidad alarmante, invadiendo cada rincón de aquel bosque sinuoso, haciendo desaparecer cada sombra, cada resquicio de oscuridad. Los guardias, sobresaltados, se detuvieron de repente ante aquella explosión de brillo blanquecino pero no tardaron en reanudar la marcha con más prisa hacia el sitio donde habían visto a aquella bruja que había raptado a la princesa. Uther había dado la alarma hacía un par de horas y esperaba ansioso a que recuperaran a su hija sana y salva de las garras de aquella traidora bruja.

Podían sentir que se acercaban más y más a la mujer hasta que la tuvieron rodeada. Estaba inclinada sobre sí misma, cubierta con una capa de viaje de color roja que la cubría por completo. Todos tenían sus armas desenfundadas, listas para utilizarlas con ella si la situación lo requería. Uno de los guardias se adelantó para llamarle la atención y pedirle que entregase a la niña pero antes de que pudiera abrir la boca para pronunciar cualquier palabra, la sacerdotisa se volteó y, en un fiero control de sus poderes, recitó un hechizo que provocó una explosión del suelo, justo a sus pies. El guardia salió volando por los aires hasta chocar contra un árbol y golpearse la cabeza. Algunos de sus compañeros fueron a socorrerlo mientras que otros dirigieron su ataque a la bruja. Pero ella siguió utilizando su magia para atacarlo y así fue abriéndose paso hasta lograr desaparecer de la vista de todos.

—¡¿Cómo que no pudieron atraparla?!—gritó Uther colérico a los sobrevivientes de aquella batalla contra la magia.

—Usó sus poderes, excelencia—murmuró uno de ellos, temeroso de la ira del Rey.

—¡Por supuesto!—exclamó—¡Es una bruja! Nadie podría esperar que actúe con nobleza. Eso nos prueba una cosa: la magia es algo terrible. Algo que debe ser destruido para el bien de todos… ¡Debemos encontrar a mi hija! ¡No descansaremos hasta que vuelva a Camelot! No importa lo que cueste, incluso si eso significa acabar con todo ser mágico del planeta.

Londres.

Harry ayudó a Hermione a ponerse de pie lentamente. Le dolía ver a su amiga en aquella situación pero evitaba colocar en su rostro cualquier expresión de lástima o compasión porque sabía que ella lo odiaría y lo obligaría a marcharse de su casa. Lo último que deseaba era dejarla sola cuando tanta ayuda necesitaba. Sabía que, de los dos, Hermione era la que más odiaba esa situación.

—¿Quieres que te ayude a desvestirte?—le preguntó.

La chica sonrió y lo miró significativamente. Sí, él sabía cómo había sonado aquella pregunta pero ambos entendían que esa no había sido su intención.

—¿Realmente quieres hacerlo?—le preguntó ella con voz cansina.

—No me resultará difícil. Depende de tus niveles de timidez—le respondió con un leve encogimiento de hombro.

—Después de que me viste tirada en suelo del baño vomitando mi propio estómago mi timidez ha desaparecido en lo que respecta a ti, Harry—le respondió—Pero esta vez estaré bien. Podré bañarme sola y quitarme la ropa no será difícil… Sólo llena la bañera con agua tibia y me las arreglaré sola.

Él asintió y, servicial como lo había sido desde los últimos meses, cargó la bañera con agua y le colocó esa esencia de rosas que sabía que su amiga utilizaba. Se volteó a mirarla para comprobar que se había sentado en la taza del baño para comenzar a desatarse la trenza francesa que tenía en su cabello.

—¿Estás segura que puedes sola?—insistió.

—Completamente. Si necesito tu ayuda, gritaré.

Harry salió fuera del baño dejándola, pero no cerrando la puerta por completo.

Hermione suspiró aliviada. Adoraba a su amigo con todo su corazón pero estos tiempos actuaba con mucha más sobreprotección que usualmente. No podía culparlo, por cierto, pero le gustaría que entendiese que, por muy mal que ella se sintiera, él seguía teniendo su vida y debía seguir adelante con ella.

Con cuidado, se puso de pie pero se tuvo que apoyar en la pared cuando sintió un mareo violento martillando su cabeza. Odiaba esto. Odiaba sentirse débil y deber recurrir a ayuda para realizar tareas básicas como ordenar su casa, cocinar o simplemente caminar hasta el baño. Cuando sintió que su rededor dejaba de dar vueltas, comenzó a quitarse la ropa que llevaba que sólo consistía en un camisón y sus bragas. Desnuda, ingresó a la tina conteniendo un estremecimiento que recorrió toda su columna vertebral. Se sentó lentamente y se recostó, suspirando profundamente.

Todo había comenzado a ir mal después de la guerra. Había pensado que las cosas volverían a la normalidad, que el curso de la vida tomaría un camino correcto y la paz volvería a reinar. Y así había sido, pero para los demás. Para Hermione Granger habían ido de mal en peor. Primero fueron los mareos, luego los vómitos y la fiebre, luego los dolores en el pecho. Su estómago no retenía las comidas pesadas, mucho menos la carne; cualquier acción de su parte le arrebataba mucha energía dejándola cansada y con dificultades para respirar. Su corazón se aceleraba peligrosamente con pequeñas caminadas o esfuerzos. Había ido a San Mungo infinidad de veces y ningún medimago supo dar con su mal. Incluso había asistido a Hospitales muggles y había sido revisada por médicos sin magia pero tampoco allí encontraron la respuesta de su enfermedad.

Nadie sabía lo que le sucedía y pronto, gracias a Skeeter, su condición salió a la luz y toda la comunidad mágica se enteró de que la famosa heroína del mundo mágico estaba mal de salud. Quizás no había sido buena idea maldecirla como lo había hecho, aunque fue precisamente eso lo que la ayudó a descubrir la naturaleza de sus males: su magia se estaba acabando, literalmente.

Después de hechizar a la periodista se sintió peor que nunca. Permaneció tres días seguidos en cama sin hacer nada más que beber sorbos de sopas y agua. Pero su mente, siempre activa, le permitió darse cuenta que la relación siempre había estado delante de sus ojos: cada vez que hacía hechizos su cuerpo se agotaba a sobremanera. Fue ahí cuando a Harry, quien en ese momento estudiaba diversas clases de maldiciones en sus clases para convertirse en Auror y juntos descubrieron, tras muchas lecturas e indagaciones que eso era precisamente lo que tenía: una maldición milenaria que ya muchos creían imposible de realizar que carcomía lentamente su magia, agotándola con el paso del tiempo, llevándose consigo su energía, su vitalidad.

Resumiendo: la pérdida de su magia le arrebataba la vida.

Lloró mucho cuando supo que no había cura conocida e incluso por muchas semanas sólo se dedicó a intentar probar que eso no era verdad, pero fracasó. Su cuerpo y su mente, cada vez más cansados, sólo la obligaban a estar en la cama. Tardó un tiempo pero finalmente aceptó que, inevitablemente, iba a morir.

Harry era otro tema aparte. Él seguía esperanzado de que en algún momento darían con el conjuro correcto que revirtiera la maldición o que ella se salvara milagrosamente. Había intentado hablar con él al respecto pero era terco como una mula. Sólo esperaba no hacerle demasiado daño cuando el momento llegase.

—¿Hermione? ¿Estás bien?—oyó que preguntaba el dueño de sus pensamientos en ese mismo instante.

—Sí—respondió para tranquilizarlo.

—No tardes mucho. El agua se enfriará pronto.

Él siempre preocupándose, pensó con una triste sonrisa. Salió con el mismo cuidado con el que había ingresado, se secó, se vistió y lo llamó para que volviese a ayudarla.

—¿Vamos a la cama?

—No. Ya estoy cansada… Vamos a la sala. Quiero sentarme en el sillón frente a la chimenea.

Él no protestó aunque la expresión de su rostro dejó en claro que estaba en desacuerdo. La dejó sentarse en el sillón amplio y encendió el fuego con magia. Hermione miró con añoranza aquello. ¡Hacía tanto tiempo que no realizaba ningún tipo de encantamiento!

—¿Puedes traerme una manta?—le preguntó con timidez—Tengo frío.

Rápidamente estuvo cubierta por una colcha de lana suave que calentó sus extremidades.

—Aún no llegamos a otoño—dijo él—No es normal que tengas tanto frío.

—Harry, en estas circunstancias nada en mí es lo normal—dijo queriendo hacer una broma pero obviamente no lo consiguió puesto que el ceño fruncido de Harry sólo aumentó—Estoy bien.

—¿Segura? Puedo llamar a…

—A nadie—lo cortó—No quiero que nadie más se involucre en esto.

—¿Por qué?

—Porque sólo causaré molestias y no quiero serlo, para nadie.

—Pero me dejas quedarme a tu lado.

—Sí, pero porque sé que aunque te grite que te marches no lo harás—le contestó.

Eso sí lo hizo sonreír. Una sonrisa que no llegó a sus ojos verdes pero una sonrisa al fin y al cabo.

—Es verdad—aseguró y se sentó a su lado tomando el libro que le había estado leyendo el día anterior—Ahora, ¿Dónde había quedado?

Vivir con Harry era fácil. Él la cuidada y siempre intentaba hacer todo lo mejor para ella. Hermione sabía que, si se lo permitía, sería fácil caer enamorada de él. Era un chico dulce aunque no de esa clase de románticos empalagosos que tenía medio dedo de frente y músculos de sobra. Era atractivo, gentil e inteligente. Tenía muchas cualidades que lo harían el hombre perfecto para muchas chicas enamoradizas como Ginny Weasley y ella incluida pero su relación con él ya era demasiado complicada como para agregarle otra dificultad más. Aparte, el hecho de vivir juntos ya ocasionaba rumores y había hecho que la hija de Molly terminase enfadada con ambos, creyendo que le ocultaban una relación romántica. Ser amigos era mejor para ellos. Haría las cosas más fáciles. Además, ella no necesitaba un novio en ese instante, necesitaba un amigo y pronto descubriría cuánto.

Fue un sábado por la mañana cuando alguien golpeó la puerta de su casa. Era la misma casa que había pertenecido a sus padres antes de que ella les borrase la memoria en un intento de salvarles la vida. Harry fue a atender y se encontró con un hombre alto y delgado, que usaba un traje negro y llevaba en su mano derecha un maletín del mismo tono. El chico lo miró con curiosidad. Nunca antes lo había visto en su vida.

—¿Puedo ayudarlo?

—Busco a Hermione Granger, ¿Se encuentra en casa?

—¿Quién la busca?—inquirió con más precaución.

El hombre metió la mano dentro de un bolsillo interior de su saco y le tendió una tarjeta. Donde pudo leer: Markus White, Abogado.

—He sido abogado de la familia Granger por más de veinte años y he venido hoy para aclarar ciertas situaciones. Necesito hacer ciertas preguntas a la señorita Granger sobre el paradero de sus padres.

—Me temo que no se siente bien actualmente y no creo que…

—Señor Potter—lo llamó el abogado, sorprendiéndolo—Sé perfectamente que la salud de la señorita Granger no es la mejor pero es urgente que hable con ella.

El que lo llamara "Señor Potter" ya lo decía todo. Aquel hombre era un mago que, según parecía, practicaba una profesión muggle. Se preguntó qué era lo que lo había llevado a hacer algo así habiendo tantas posibilidades en el mundo mágico.

—Adelante—dijo después de meditarlo un momento—Le avisaré que está aquí. Si se encuentra en condiciones de atenderlo, así se hará. De lo contrario tendré que pedirle que se marche.

Markus asintió con seriedad mientras seguía a Harry al interior de la casa hasta la sala. Allí hizo que se sentara y él subió las escaleras con prisa, haciendo mucho ruido con cada uno de sus pasos hasta desaparecer en el piso superior. Tardó un momento en explicarle a Hermione quién estaba allí esperándola y, aunque no se sentía bien, ella insistió en bajar. La curiosidad siempre había sido su aliada y esta vez no fue la excepción. Tampoco le pasó inadvertido lo que su amigo le había contado: ¡Un mago era el abogado de sus padres! Era un poco extraño y tenía el presentimiento que no se trataba de una casualidad que justo él fuera contratado por sus padres.

—¿Señor White?—preguntó al verlo.

Recordaba el nombre de aquel hombre de algunas reuniones que habían tenido sus padres pero no lo había visto jamás en su vida.

El abogado se puso de pie e hizo una leve inclinación con la cabeza a modo de saludo.

—Señorita Granger. Lamento molestarla, pero ya he atrasado suficiente ciertas verdades que está en condición de saber.

Esas palabras eran demasiado extrañas. Apoyándose en el brazo de Harry, caminó hasta el sillón y se sentó en él. Le hizo una seña a White para que la imitara aunque él prefirió ocupar el que tenía a su lado. Harry, como era de esperar, se pegó a ella como garrapata.

—¿De qué verdades habla?—preguntó.

Él abrió la boca para comenzar a hablar pero pareció meditarlo y cambió las palabras que iba a pronunciar.

—Cuando un bebé mágico nace en el país, su nombre aparece inmediatamente en la lista que tiene el Colegio Hogwarts de magia y hechicería de los futuros ingresantes y, como una cuestión protocolar y burocrática, el colegio debe avisar al Ministerio sobre los hijos de padres muggles.

—¿Por qué hacen eso?—preguntó Harry.

—Porque se envía a alguien como yo, en esos caso. Una bruja o mago que conoce el mundo muggle y puede desenvolverse con naturalidad en él y así estar cerca de la familia para que, cuando llegue el momento de enterarse que su hijo tiene poderes que van más allá de su entendimiento, interceda si se presentan inconvenientes.

—¿Qué inconvenientes?—quiso saber Hermione.

El hombre suspiró con cansancio, como si pensar en eso lo agobiara.

—No se imagina, señorita Granger, la cantidad de muggles que repelen la magia y llegan a creer que sus hijos son espectros del mal o cualquier otra ridiculez. En esas situaciones, intervenimos. De lo contrario, sólo nos mantenemos al margen sin descubrir nuestra verdadera identidad. Por fortuna, sus padres no ocasionaron ningún tipo de revuelo. Estaban sorprendidos, definitivamente, pero no más allá de lo normal. Así que para ellos siempre fui un simple abogado.

—No entiendo a dónde quiere ir con esto—comentó la chica.

—Hay algo, respecto a su nacimiento, que sus padres no le dijeron nunca…

—¿Qué?

—Su nombre apareció en la lista del Colegio. No inmediatamente después de su nacimiento, sino más bien un día después. O eso suponemos…

—No entiendo…

White tomó aire profundamente antes de pronunciar sus palabras.

—Su nombre apareció en la lista en el mismo momento en que la pareja Granger la encontraba en un callejón. Oyeron el llanto de un bebé y fueron a verla. La encontraron en un rincón, cubierta con una manta y usando un pañal de tela. Cuando yo acudí, usted estaba viviendo con ellos como un hogar pasajero pero les ayudé a tramitar los papeles de adopción.

—¿Soy adoptada?

Las palabras salieron de su boca pero nunca se dio cuenta que las pronunció en voz alta. La sorpresa que la invadía en ese instante era demasiada y casi le impedía pensar con coherencia. Si no hubiera estado sentada, estaba segura que sus piernas no hubieran soportado el peso de su cuerpo. Quizás estuviera soñando, se dijo a sí misma. ¿Sus padres no eran sus verdaderos padres? Era algo demasiado grande, demasiado irreal como para ser posible.

—Tengo los papeles de adopción aquí mismo, si quiere verlos—dijo el abogado abriendo su maletín y extrayendo unas cuantas hojas que, luego de constatar que era lo que buscaba, se las tendió.

Hermione extendió su mano y se avergonzó al descubrir que ésta temblaba. Tragó saliva y tomó los papeles. Los leyó, comprobó que todo era tal cual decía aquel hombre y se los devolvió rápidamente, como si no soportase poder verlo por más tiempo.

—Pero… ¿Por qué…?—intentó preguntar pero se interrumpió de repente.

—¿Por qué nunca se lo dijeron?—completó White—Según me dijeron, iban a hacerlo, pero la oportunidad nunca se presentaba. No era muy allegado a ellos pero me hicieron prometer que si algo les sucedía, les gustaría que supiera usted la verdad.

—¿Les sucedió algo?—preguntó preocupada.

Podrían no ser sus padres biológicos pero eran los que la habían criado y cuidado con mucho esfuerzo y cariño.

—¡Oh, no!—se apresuró a aclarar—Me disculpo por la brusquedad con la que me expliqué. He llegado a enterarme que usted no desea devolverle sus recuerdos y que va a dejarlos seguir con la nueva vida que ha creado para ellos en Australia.

—Así es.

—Eso es algo que definitivamente ellos nunca pensaron que iba a suceder pero creo que cuenta como "algo". Creí oportuno informarle sobre esto porque, a pesar de que ellos nunca se lo confesaron, era algo que quería que usted supiera. Y ahora, sin sus recuerdos, no podrán nunca decírselo.

Un poco de culpa invadió su corazón pero cuando sintió un mareo llegando a su cabeza, desapareció por completo. Había tomado esa decisión después de enterarse que no había cura para su mal. ¿Por qué darles el dolor de perder una hija? ¿Para qué llegar nuevamente a sus vidas si luego se marcharía? Quería ahorrarles ese dolor, esa sensación de pérdida. No quería saber que terminarían sufriendo cuando ella muriese.

—Eso ya no tiene mucha importancia, realmente—indicó—Pero le agradezco que me lo contara.

Asombró tanto al abogado como a Harry por la calma que tuvo al pronunciar aquellas palabras. Ambos habían esperado una reacción más fuerte, más dramática de la muchacha.

—¿No está molesta?—preguntó White, contemplándola con confusión.

—Podría estarlo, señor White, ¿Pero qué sentido tendría? Para mí, sin importar si no comparto el mismo ADN que ellos, siempre serán mis padres. Los únicos que he conocido…

—¿Y no tienes curiosidad por saber quiénes fueron tus padres biológicos?—le preguntó Hrry.

Como siempre: curiosidad.

—Mucho—admitió—Pero no es como si pudiera buscarlos en este momento, ¿Verdad?

—Los hemos buscado nosotros, señorita Granger—comentó el abogado—Pero no hemos podido hallarlos. Nadie sabe cómo llegó allí y, lo más misterioso del asunto, es dónde estuvo desde el momento en que nació hasta que fue encontrada y su nombre apareció en la lista del colegio.

—No importa—murmuró algo cansada—Ya no importa nada de eso…

Harry odiaba verla así, resignada con la realidad, débil, sin luchar. Pero era la vida de ella. Él haría todo lo que estuviera en sus manos para ayudarla, para intentar convencerla que aún había esperanzas. Solo rogaba que fuera suficiente.

Sin embargo, no lo fue.

Hermione Granger murió dos semanas después.


Sí, sé que este final de capítulo puede parecer trágico pero no es el final. Al menos, no para Hermione.