¡Hola! Muchas gracias a los que leyeron esta historia y a los que dejaron comentarios. Me siento feliz. Personalmente, no pensé que alguien la leería, pero fue muy grato descubrir lo contrario.

Espero que este siguiente capítulo les guste. Intentaré seguir los acontecimientos de la serie cronológicamente pero entenderán que no puedo escribir cada episodio. Me saltearé algunos (sólo unos pocos) y otros sucesos saldrán de mi mente, como ocurrirá con el siguiente, que será una especie de introducción para mostrar cómo fue adaptándose a la vida de Camelot.

Para los que quieren saber cuándo aparecerá Merlín, les pido que no se desesperen. Ya hará su aparición. En mi mente, Hermione aparece en Camelot cuando el joven mago aún no aparecía ya que seguía viviendo con su madre.


Ninguno de los personajes me pertenecen.


LA PRINCESA PERDIDA

Arturo disfrutaba a sobremanera sus excursiones de caza. Adoraba la sensación que le otorgaba sostener un arma y ser capaz de decidir el destino de su presa. Se sentía poderoso. Y, además, sabía que si el botín era lo suficientemente bueno, su padre lo felicitaría delante de todos. Para obtener buenos resultados, era imprescindible salir casi al amanecer y ser sigiloso dentro del bosque. Los animales eran inteligentes y veloces y no dudarían en esconderse rápidamente cuando sintieran el sonido de sus pasos o el de los caballos. Por eso, iba sólo con un reducido grupo de caballeros que lo seguía de cerca y acataban cada una de sus órdenes. Aquella mañana, todo el bosque parecía inusualmente tranquilo. Tan silencioso se encontraba que resultaba algo tétrico, aunque eso jamás lo admitiría en voz alta. Nadie quería un príncipe miedoso. Llevaban caminando alrededor de tres horas pero estaba decidido a no darse por vencido. No podía volver a Camelot con las manos vacías. Nunca lo había hecho y no empezaría esa vez.

Prestó mucha atención a todo los sonidos que había alrededor. Al principio, como había sido antes, no oyó nada, hasta que finalmente capturó el sonido de unas hojas moviéndose detrás de un arbusto denso. Hizo una seña a sus caballeros para que lo siguieran de cerca pero siempre poniendo cuidado en no pisar ninguna rama que pudiera quebrarse y así advertir a la presa del inminente ataque. Quizás era algún conejo o algún cerdo salvaje. Con su mano derecha en alto hizo una señal para que rodearan el arbusto y así impedir que escapase por cualquier sitio. Tomó su ballesta y apuntó. Todo era cuestión de paciencia. Debía de disparar en el momento justo para así…

—¡No, Sire!—exclamó de repente uno de sus caballeros.

Sólo su agilidad le permitió desviar rápidamente el trayecto de la fecha que ya casi había soltado y ésta fue a parar a un costado del arbusto, clavándose con profundidad en el suelo.

—¡¿Qué sucede?!—preguntó molesto, avanzando hacia el hombre—¡Me has hecho fallar mi tiro!

—¡Es una muchacha!—exclamó él, señalando hacia el arbusto.

Él se giró y caminó hacia la parte de atrás para comprobar que lo que decía aquel caballero era verdad. Sus ojos se abrieron inmensamente. Efectivamente, era una joven que debía tener la misma edad que él, o menos. Sus rasgos eran delicados y su cabello castaño claro estaba lleno de risos.

—¿Señorita?—preguntó para llamar su atención.

Pero ella no pareció oírlo. Estaba arrodillada en el suelo, con los ojos cerrados y una expresión agónica en su rostro. Todo su cuerpo se estremecía en leves temblores, como si se estuviese muriendo de frío. Y no le sorprendía puesto que aquel día era uno fresco y ella sólo vestía un simple vestido marrón de algodón sin decoración alguna. Jamás la había visto en su vida pero algo en ella le resultaba extrañamente familiar.

Rápidamente se quitó su capa y con ella envolvió a la muchacha para ayudarla a entrar en calor. Frotó con fuerza sus manos contra sus brazos, no sólo descubriendo que estaban helados, sino también que ella padecía una extrema delgadez. Frunció el ceño con preocupación. En Camelot había zonas de pobreza pero no tanta como para ver a alguien casi de piel y huesos.

Miró a su alrededor, descubriendo que todos los caballeros contemplaban fijamente sus acciones.

—Ve a Camelot y di a Gaius que vamos en camino. Rápido. Dile que se prepare—le ordenó a uno de ellos.

—Sí, mi lord—asintió y rápidamente se marchó galopando.

Arturo miró a la chica, notando que cada vez se tambaleaba más y más, hasta que terminó por caer inconsciente sobre su pecho. La tomó entre sus brazos con suavidad decidido a llevarla con el galeno de la corte.

—¿Estará bien?

Era la quinta vez en menos de diez minutos que Arturo preguntaba eso y Gaius, que siempre se había considerado un hombre paciente, estaba empezando a sentirse algo irritado.

—Mi lord, ¿Por qué no va a buscar a Gwen? Ella me ayudará a ocuparme de la joven—le dijo con todo el respeto que se merecía el hijo del Rey.

—Mandaré a un guardia…

—¡No!—lo interrumpió—Será mejor que vaya usted. Los guardias se distraerían fácilmente en el camino.

—Sí, tienes razón, Gaius. Iré ya mismo—le lanzó una última mirada a la muchacha que se encontraba recostada en la única cama de la habitación que el galeno utilizaba a modo de enfermería y laboratorio al mismo tiempo.

—¡Finalmente!—murmuró el anciano con alivio, volviendo a su trabajo.

No entendía qué le pasaba a Arturo. Obviamente aquella chica inspiraba algo a él, pero la pregunta era: ¿Qué? Su preocupación parecía ir más allá de la de un simple monarca hacia la gente de su pueblo. Quizás más adelante pudiera averiguarlo.

Se inclinó nuevamente sobre la joven y comenzó a revisar sus signos vitales. Su temperatura corporal había aumentado un poco gracias a que el príncipe la había envuelto en su capa y ahora ya no estaba a la intemperie. Su pulso era constante y firme. Más allá de su delgadez y la palidez de su piel, no había nada que indicara algo grave. Quizás sólo estaba cansada y necesitaba alimentarse mejor para recuperar fuerzas.

—¿Gaius?

Gwen había llegado siguiendo a Arturo. El anciano estaba seguro que habían recorrido el trayecto que iba de los aposentos de Morgana, donde seguramente se encontraba la chica, hasta allí casi corriendo.

—Gracias por venir tan pronto, Gwen. Me gustaría que me ayudases con esta joven. Es necesario desvestirla y cambiarle las prendas que usa por unas más abrigadas. Quizás cuando despierte nos pueda decir quién es y porqué está en estas condiciones.

—Por supuesto que ayudaré—aseguró Gwen y se acercó a la cama.

Gaius miró a Arturo nuevamente, que seguía plantado en medio de la habitación, contemplando fijamente a la misteriosa joven inconsciente.

—¿Podría darle un poco de privacidad?—le preguntó.

El joven príncipe tardó unos momentos en darse cuenta que le hablaba a él. Parpadeó varias veces antes de enfocar su mirada en el médico de la corte.

—Sí… Sí, sí, lo haré—indicó antes de salir nuevamente de allí con prisa.

—¿Qué le sucede?—preguntó Gwen cuando supo que ya no podía oírla—Me trajo corriendo diciendo que era una cuestión de vida o muerte.

—Le aseguré que no lo era. La muchacha se recuperará. Sólo le llevará tiempo—informó—Arturo la encontró en el bosque cuando cazaba y no podría asegurar qué es lo que lo impulsa a actuar tan protectoramente. Aunque ahora no importa… Debemos comprobar que no tenga ninguna herida bajo sus prendas. Ayúdame a darle la vuelta que comenzaré con su espalda.

Entre ambos, la acostaron boca abajo, girando su cabeza a un lado con sumo cuidado para permitirle respirar. Su vestido era simple, de un mismo color y sólo se prendía detrás con unos pocos botones. Gwen desprendió los primeros y deslizó la tela por encima de sus hombros para quitárselo. Estaba a punto de lograrlo cuando oyó que Gaius ahogaba un grito. Asustada, giró el rostro hacia él.

—¿Qué? ¿Qué sucede?

El anciano no respondió en un primer momento pero señaló una marca que tenía la chica en la parte de atrás de su hombro. Gwen no entendía qué tenía que ver eso con su reacción.

—¿La marca de nacimiento?—preguntó—¿Qué hay con ella?

—La princesa perdida—murmuró sin salir de su sorpresa—La hija raptada de Uther tenía una igual.

Los ojos de la doncella de Morgana se abrieron inmensamente al oír aquello y volvió a contemplar a la chica inconsciente.

—¡¿Es posible?!—inquirió.

Había oído tantas cosas acerca de la Princesa Perdida que su persona se había convertido casi en una leyenda. Nunca se había dicho una historia que podría catalogarse como verdadera y creíble, especialmente porque se sabía que el Rey no quería que hablaran al respecto.

—No veo porqué sería imposible. Nadie supo que fue de la princesa más allá de que fue raptada—dijo pensativo—Han pasado muchos años pero las esperanzas del Rey nunca desaparecieron. Cuando secuestraron a su hija, el dolor que padeció fue enorme porque perdió a ella al mismo tiempo que a su esposa.

—¿Crees que es ella?

—Es una posibilidad aunque no podemos asegurarlo completamente. Esa decisión será responsabilidad del Rey…. Aunque eso explicaría la reacción de Arturo.

—¿Qué quieres decir?

—Él y la princesa eran mellizos. Las personas que comparten el vientre materno tienen una relación mucho más estrecha entre ellos que los hermanos comunes. Es un vínculo fuerte que los conecta de un modo que va más allá del entendimiento de los demás.

Siguieron con su trabajo pero cada uno sumido en sus pensamientos. Si esta chica resultaba ser la princesa perdida, todo el reino se vería afectado por la conmoción y pediría respuestas.

—¡Oh, por Dios! ¿Qué es esto?—preguntó Gwen contemplando su antebrazo con los ojos abiertos como platos—¿Qué quiere decir "sangre-sucia"?

Gaius se le acercó y contempló las marcas gravadas en su piel.

—Parece que alguien cortó su piel para dejarlas allí… —comentó intentando contener el horror de ese hecho.

—¿Quién haría algo así?

—Alguien que no sabía que era la hija de Uther o, por el contrario, lo sabía y quería dejarle en claro que no era digna. Esas palabras obviamente son un insulto… Vamos, sigamos. Son marcas viejas, no hay que curarlas.

—¿Cuándo irás a avisarle al Rey?—preguntó Gwen cuando terminaron de acomodar nuevamente a la supuesta princesa.

—No hay mejor momento que ahora—dijo tras lanzar un suspiro—¿Te quedarías con ella?

Gwen asintió con firmeza.

—Creo que sería prudente—continuó diciendo el galeno—que no mencionemos de momento al rey sobre esto—dijo señalando su antebrazo—Ya tendrá suficiente con la posibilidad de haber encontrado a su hija.

—Entiendo—indicó—No diré nada.

—Excelencia, ¿Puedo hablar un momento con usted?—preguntó Gaius a Uther.

Había caminado hasta la gran sala donde se encontraban padre e hijo.

—Claro, Gaius. Adelante, ¿Qué tienes que decirme?

—¿Está relacionado con la muchacha?—intervino Arturo cuando él estaba por hablar.

El médico asintió aunque dudó en seguir dado explicaciones. No sabía cuánto podría pronunciar delante del hijo del rey. Después de todo, había cosas que el muchacho desconocía. Uther había sido muy cuidadoso en cuanto a lo que le había contado sobre las verdaderas circunstancias de su nacimiento.

—¿Qué muchacha?—inquirió intrigado el Rey.

—Justo estaba por informarte sobre esto, padre—respondió rápidamente Arturo, mirando algo nervioso al hombre que lo había criado—Cuando estaba cazando la encontré. Estaba sola, padeciendo frío y con clara desnutrición. La traje para que Gaius la revisara.

Uther miró primero a su hijo, algo confundido, y luego al médico de la corte.

—¿Es de aquí?

—No lo sé, padre. Jamás la había visto en mi vida. Si esa joven hubiese vivido en la ciudadela y estuviese muriéndose de ese modo, nos hubiéramos enterado. No creo que pertenezca a Camelot.

—¿Por qué no se lo preguntan?

—Está inconsciente, excelencia—indicó Gaius—O al menos lo estaba hasta hace un momento—se volteó hacia el príncipe—Quizás puedas ir a comprobarlo, Arturo.

El joven asintió y salió presuroso de la habitación. El Rey frunció el ceño ante esto.

—¿Qué está sucediendo, Gaius? ¿Algo que quieras decirme de esta joven?

—Así es, Sire—comenzó, pensado cuál sería el mejor modo de comenzar a hablar de aquel tema tan delicado—Arturo parece sentir cierta… afinidad… hacia la joven.

El ceño de Uther se profundizó aún más.

—¿Qué quieres decir?

—Desde que la encontró, se encuentra sumamente preocupado por su bienestar.

—Siempre siguiendo ciertas causas perdidas—comentó fastidiado.

—Señor, con todo respeto, no creo que se trate de eso—aseguró—Hay algo que encontré en la joven cuando estaba comprobando que no tuviera heridas. Gwen, la doncella de Lady Morgana, me estaba ayudando a desvestirla cuando vi que tenía en la parte de atrás de su hombro una marca. Una muy similar a una que había visto muchos años antes en una bebé: su hija. Tiene forma de una luna nueva.

El Rey había oído atentamente las palabras del anciano. Cuando llegó a la parte de la marca tras su hombro su corazón había comenzado a acelerarse y su piel había palidecido un par de tonos.

—Es imposible—murmuró más para sí que para que el otro lo oyera—La busqué por todos los sitios pensables, por todos los reinos. Ofrecí recompensas para quien me pudiera decir algo que indicara su paradero y sólo obtuve pistas falsas.

—Entiendo cómo puede sonar esto. Sólo quise comunicárselo. Puede ser ella como no. No quiero dar falsas esperanzas.

¿Su hija? Uther aún no podía hilar correctamente sus pensamientos. ¿Cómo era posible que llegase a su reino? ¿Sabría quién era? ¿Habría sido criada por esa maldita bruja traicionera? ¿Tendría realmente magia? ¿Había llegado allí para cumplir su misión de traicionarlo y acabar con él?

—¿Sire?

La mano de Gaius había tocado su brazo con cuidado para llamarle la atención. Había estado con la mirada perdida y con la mente en el pasado.

—¿Cómo esto se relaciona con la reacción de Arturo?—preguntó tras tragar saliva.

—Se formaron dentro del mismo vientre—explicó tal como lo había hecho con Gwen—Las personas que fueron concebidas juntas tiene una conexión que va más allá del entendimiento. Cuando una sufre, la otra puede sentirlo casi como si fuera propio. Es un nexo que los une más allá de las distancias y del tiempo. Si resulta que esta muchacha es la hermana de Arturo, su reacción es completamente normal. Tiene un sentido de protección hacia ella muy fuerte.

—¿Una conexión? ¿Cómo magia?—inquirió preocupado.

Todo el mundo sabía de la repulsión que tenía el Rey hacia la magia o cualquier cosa que se le asemejase.

—No. No es nada sobrenatural—lo contradijo con cuidado—Es muy normal, como le dije, en dos personas que comparten el vientre materno. Es una cuestión más elemental, propia del alma y del espíritu. Como si un hilo invisible los uniera.

El Rey lo meditó durante unos momentos hasta que finalmente asintió con lentitud. Su mirada aún tenía dudas pero parecía estar dispuesto a darle una oportunidad a sus palabras.

—Quiero vera—ordenó—Ya mismo.

….

Hermione no se sentía con fuerzas suficientes como para abrir los ojos. Sabía que debía hacerlo por una cuestión de pura supervivencia ya que no tenía idea dónde demonios se encontraba pero la terrible verdad era que tenía miedo. ¡Estaba aterrada! No entendía qué diablos había sucedido. Lo último que recordaba era haber sentido mucho dolor, tanto que había querido gritar pero sus labios permanecieron cerrados en todo momento, y luego… luego paz. ¡Y sólo lo había sabido! Era completamente consciente que toda la vida que tenía se había escapado de su cuerpo en ese instante, que el misterio de la Muerte la había arrebatado del mundo para siempre. ¿O quizás no? ¿Podría haber sido todo una alucinación? La cama sobre la que estaba acostada era algo incómoda pero se sentía completamente real. Estaba confundida y asustada y esa era una combinación que no le gustaba en absoluto.

—¿No tiene fiebre?

Aquella voz masculina no la podía reconocer.

—¡Excelencia!—exclamó una voz femenina—Me asustó.

—Mis disculpas, Gwen. Sólo vine a pedido de Gaius.

¿Quiénes eran Gwen y Gaius?, se preguntó. Ella no conocía a nadie llamado así. ¿Podría estar en San Mungo? ¿Y por qué llamó al hombre "Excelencia"?

—No, no tiene fiebre pero sigue inconsciente. Hace un momento se movió y pensé que despertaría pero no fue así.

—¿Tiene alguna herida?

—Ninguna. Gaius asegura que sólo está débil por falta de alimentos.

—Entonces hay esperanzas de que se recupere—dijo con claro alivio.

—Por supuesto…—hubo un titubeo en la voz de la mujer llamada Gwen—¿Puedo preguntarle algo?

—Adelante.

—¿Ya la había visto antes?

—No. Jamás en mi vida…

Hermione se comenzó a preocupar más y más. En contra de sus gustos, en el mundo mágico, todos la conocían, habían oído de ella y habían visto una foto de su rostro.

Hubo un largo silencio.

—¿Por qué preguntas? ¿Tu sí la conoces?

—¡Oh, no, señor! Sólo pensé que… era extraño el modo en que se preocupa por ella.

—¿A caso no puedo hacerlo?—por el tono de su voz se podía notar que se había irritado por aquel comentario.

—No, no quise decir eso. Sólo…

—Mi deber es brindar protección a cada persona de Camelot—dijo con firmeza.

Hermione abrió los ojos en ese instante. ¡Camelot! ¡¿Había dicho Camelot?! Su corazón latió con prisa dentro de su pecho confirmándole, más allá de cualquier duda, que estaba muy viva.

—¡Se despertó!

Sus ojos enfocaron el rostro de una joven que no debía ser mayor que ella. Tenía tez morena y el cabello rizado. Su expresión iba entre la curiosidad y la preocupación. Notó que usaba un vestido largo y sencillo, típico de la Edad Media. Su respiración comenzó a ser dificultosa y su cabeza ya estaba trabajando, procesando toda la información que podía.

Un joven apartó a la muchacha para poder colocarse él a su lado. Era rubio y bastante atractivo. Su mirada parecía poseer el doble de preocupación que el de la chica.

—No te alarmes—le dijo—No te haremos daño. Estás segura aquí.

Quiso reír histérica pero se contuvo. Lo último que pensaría era que allí se encontraba segura.

—¿Dónde estoy?—exigió saber, necesitando una confirmación.

—En el reino de Camelot. Soy el príncipe Arturo. Te encontré en el bosque. ¿No lo recuerdas? Te desmayaste y te traje inmediatamente aquí para que nuestro médico te viera.

Hermione negó consecutivamente. ¡No recordaba nada más allá de que había muerto! ¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había ido a parar a Camelot? ¡Precisamente a una época donde el famoso Arturo aún no era Rey sino un príncipe! No tenía giratiempos a su disposición (y si lo tuviera no sería tan imprudente como para acabar en un pasado tan lejano) y tampoco poseía una gran cantidad de magia en su cuerpo. Después de todo, había sido justamente por eso que había muerto. Porque había muerto, ¿Verdad? Ahora todo le parecía tan confuso.

—¿Cómo llegué aquí?—preguntó en voz alta, más para sí misma que para los demás.

Arturo la miró significativamente.

—Eso es lo que pensaba preguntarte—indicó—¿Cuál es tu nombre?

Ella dudó unos segundos. Si realmente estaba en el pasado, su estadía allí podría ocasionar muchos inconvenientes. Pero todo el mundo la creía muerta en su verdadero tiempo así que no podía hacer mucho daño ser sincera.

—Hermione Granger, mi Lord—dijo, recordando que se estaba dirigiendo a un príncipe—Y no sé cómo llegué a Camelot. No lo recuerdo.

El ceño fruncido que tenía Arturo se profundizó aún más al oírla decir aquello. Hermione intentó idear una rápida historia en su mente para justificar su presencia allí porque no podía simplemente decir que no recordaba absolutamente nada de nada. Estaba segura que tanto Arturo como su padre, el Rey, querrían una explicación.

Justo en ese instante, las puertas de aquel lugar en donde se encontraban, se abrieron de repente, sobresaltando a todos los que estaban allí. Arturo se sorprendió al descubrir que su propio padre se encontraba allí, tras Gaius. Gwen rápidamente hizo una reverencia ante la presencia del Rey de Camelot.

—Retírate—le ordenó Uther—Arturo, tú también.

—Pero, padre…

—He dicho que te retires—le repitió, alzando un poco más el tono de voz.

El joven apretó los labios con disgusto pero, tras asentir de mala gana, se retiró seguido por Gwen. Una vez a solas con los dos hombres, Hermione se sintió terriblemente nerviosa. El rey tenía una profunda expresión de seriedad y concentración y la contemplaba casi sin pestañar, como si estuviera queriendo comprobar algo. Cualquiera podía notar que se trataba de un rey o alguna persona rica, no sólo por la corona y algunas otras joyas que usaba, sino también por sus prendas. La calidad de la tela era alta, muy diferente a la simple túnica de algodón marrón que usaba el hombre que tenía a su lado. Ambos eran mayores, aunque éste último tenía muchas más arrugas en su rostro.

—Es bueno ver que se ha despertado—dijo el hombre mayor—Soy Gaius. Médico de la Corte del reino de Camelot.

Dándose cuenta que aún permanecía tendida sobre la cama en la que la habían colocado, intentó sentarse, ayudándose con sus brazos pero éstos parecían estar demasiado débiles y le temblaron por el esfuerzo. Gaius, dándose cuenta, se adelantó rápidamente para ayudarla.

—No es necesario que se levante—le dijo—Su cuerpo aún no se recupera. Sólo siéntese unos momentos, luego vuelva a tenderse.

Ella asintió, sabiendo que tenía toda la razón. Esa pequeña acción le había acelerado el corazón y le había bañado en sudor la frente.

—¿Cómo te llamas?—preguntó el Rey hablando por primera vez.

—Hermione Granger, excelencia—respondió tras recuperar el aliento.

—¿Y cómo has llegado a Camelot? ¿Por qué has venido?

Ella pudo notar cierta hostilidad en sus palabras aunque no entendía muy bien porqué. ¿Había hecho algo malo?

—Yo no lo recuerdo—contestó—El príncipe Arturo asegura que me encontró en los bosques pero lo último que sé es que me encontraba en mi casa.

—¿Estás casada? ¿O aún vives con tus padres?

Si le llegaba a decir que vivía con su mejor amigo y que no estaba casada, se vería en una posición muy comprometedora. Después de todo, no debía olvidar que se encontraba en plena Edad Media y que las condiciones de lo que era correcto o incorrecto con respecto a las acciones de una mujer eran muy diferentes a la de su época. Seguro se escandalizarían de oír que ya nadie permanecía virgen hasta el matrimonio.

—Vivía con mis padres—contestó—Pero enfermaron. Y yo también.

—¿Qué sucedió con ellos?

—Murieron—dijo haciendo una mueca por tal mentira, aunque era preferible a decirles que ella les había borrado los recuerdos.

No sabía si en esa época ya se había formado algún concilio que prohibiera el uso de magia delante de muggles pero no pensaba a arriesgarse a decirle a alguien que ella era una bruja.

El rey siguió contemplándola fijamente durante unos momentos antes de bajar la mirada a sus pies, como si estuviera avergonzado por algo.

—Lo siento—murmuró.

Todos guardaron silencio por un largo rato. Gaius lanzaba miradas al Rey que Hermione no lograba entender y Uther sólo miraba el suelo donde parecía sentirse muy a gusto.

—Hermione—dijo de repente el médico—No he podido evitar notar mientras te revisaba que tienes una marca de nacimiento detrás de tu hombro. Parece una luna. ¿Te importaría mostrárnosla?

Aquello se estaba volviendo cada vez más raro, pensó; pero aún así se giró un poco y, con la ayuda de Gaius, deslizó la manga que tenía sobre su hombro y dejó al descubierto su marca. Recordaba perfectamente que, aunque no era común, le gustaba aquel aspecto de ella. Tenía forma de Luna Nueva y su madre siempre le decía que se trataba de La Sonrisa de la Luna, recordando una vieja leyenda que una vez le contó. Bromeaba diciendo que quizás ella era hija de algún Rey cuya alma fue sacrificada para que las noches no fueran tan oscuras pero que un día se debelaría su verdadera identidad. Ella siempre reía al oírla, sabiendo de lo fanática que era su madre de esas historias míticas y fantasiosas.

Se oyó un largo suspiró detrás de ella, seguida por un gemido ahogado. Extrañada, se giró para comprobar de qué se trataba y descubrió que el sonido había venido del mismo Rey. Sus ojos seguían clavados en ella pero ahora estaban brillosos por las lágrimas que intentaba no derramar. Se había llevado una mano a la boca para amortiguar los sonidos pero aún así se le escapaban algunos de vez en cuando. Su rostro era el vivo reflejo de la congoja.

Hermione no supo qué sucedía ni qué hacer para consolar al hombre. Gaius se le acercó nuevamente y con calma, volvió a cubrir su hombro.

—Los dejaré a solas—dijo después de unos instantes y tras una reverencia, se marchó.

Ella intentó ponerse de pie para, al menos, dar pequeñas palmadas suaves en el hombro del Rey, aunque no estaba segura si estaba permitido o bien visto tocarlo, pero sus piernas aún no podían sostener el peso de su cuerpo. Hacía mucho tiempo que no caminaba por la maldición que llevaba dentro.

—¡No, no te levantes!—exclamó el Rey, acercándose y sentándose a su lado mientras intentaba controlarse—Gaius dijo que no debes realizar ese esfuerzo hasta que te recuperes por completo.

Primero le hablaba con brusquedad y ahora se preocupaba por ella. Definitivamente ahí estaba sucediendo algo muy raro.

—Excelencia…

—Espera, tengo que hacerte otra pregunta… ¿Tus padres eran… tus verdaderos padres?

No pudo evitar jadear ante aquello.

—N…no… ellos… ellos me encontraron abandonada—tartamudeó—Me enteré hace poco.

—¿Sabes quiénes son tus verdaderos padres?

Hermione negó.

—Pero no me importa—aseguró—Si no me quisieron o no pudieron tenerme consigo, cualquiera sea la razón, carece de importancia. Mis padres son los que me criaron y me cuidaron todos estos años.

Uther apretó los labios como si aquella respuesta no le gustase.

—¿Y si te digo quién es tu madre?—preguntó de repente.

—Perdóneme, pero no le creería.

El rey se puso de pie y asintió con formalidad.

—Te daré una habitación para que te recuperes. Estarás en mejores condiciones que aquí. Luego, cuando puedas ponerte de pie, hablaremos—le aseguró y antes de que ella pudiera replicar, se alejó.

—Le ayudaré a vestirse—dijo Gwen—El príncipe Arturo dijo que hoy vendría a verla.

Arturo venía todos los días pero suponía que eso de anunciarse era una cuestión protocolar que a ella le parecía un tanto exagerada. Después de todo, él era un príncipe y ella sólo utilizaba una lujosa habitación que le había dado el Rey. Si antes había tenido dudas con respecto a la actitud del monarca, ahora esas se habían multiplicado por mil. Estaba completamente segura que a desconocidos no le daba el privilegio de quedarse en el castillo y utilizar una amplia habitación con la impresionante vista de toda la ciudadela y del resto de Camelot y usar una cama con dosel y sábanas de seda.

—Gracias, Gwen. Quizás podría sentarme un rato. He estado acostada dos semanas y ya me muero de aburrimiento. Además, mis piernas nunca se acostumbrarán a andar de nuevo si estoy todo el día tirada en la cama.

La muchacha asintió.

—Le preguntaré a Gaius al respecto.

Hermione rodó los ojos. Gwen era muy servicial pero no hacía nada que no le hubiesen ordenado. Quería tomar un baño, debía de preguntarle a Gaius; quería comer manzabas, debía preguntarle a Gaius; quería tener la ventana abierta, debía preguntarle a Gaius. Cualquier minúsculo cambio debía ser consultado antes al médico de la corte.

—No me sucederá nada por estar unos momentos sentada—le aseguró.

—No puedo permitir que algo suceda. Uther me asesinaría—comentó distraídamente mientras acomodaba las ropas que el rey le había obsequiado.

—¿Por qué?—preguntó sorprendida, haciendo una de las preguntas que más rondaban por su cabeza en voz alta—No entiendo porqué el Rey se preocupa tanto por mí. Estoy agradecida, no me mal interpretes, pero es extraño.

La chica pareció darse cuenta que quizás había hablado de más y tardó unos momentos en hilar sus palabras.

—El… el Rey… se preocupa mucho por… las personas—dijo y volteó rápidamente para volver a doblar algunas prendas que hace instantes había doblado.

—Eso pude ver, pero para mí carece de explicación. Puedo apostar que Uther no otorga a todos estos beneficios—dijo y como la joven siguió haciéndose la desentendida, añadió—Por favor, Gwen, no me trates como si fuera una tonta porque te aseguro que no lo soy.

—No pretendía…

La puerta se abrió suavemente y el rostro de una mujer joven y hermosa apareció. Hermione notó que sonreía con amabilidad y en sus ojos había compasión y simpatía. Su cabello negro y largo caía en delicados risos que ocasionaron un latigazo de envidia en ella pero rápidamente lo dejó de lado y le sonrió a su voz.

—¿Puedo pasar?—preguntó.

—Adelante, mi Lady—dijo rápidamente Gwen devolviéndole a sonrisa—Hermione, te presento a Lady Morgana.

La expresión de Hermione se volvió seria de repente al reconocer aquel nombre. ¡Por Circe, esa era Morgana, la bruja y media hermana de Arturo! Pero no era nada a lo que se esperaba. No había imaginado jamás en su vida poder conocerla y tampoco descubrir que podía parecer una joven simpática. Aunque recordaba haber leído en algún lado que la hechicera había sido muy buena en el acto del engaño.

—Perdona mi curiosidad, pero quería conocer a la joven que causó tanto efecto en la vida de Uther y de Arturo.

—No creo que tenga tanto efecto en sus vidas. Apenas me conocen—dijo Hermione, intentando dilucidar si estaba siendo sincera o no.

—Puede que hayas aparecido en sus vidas hace poco tiempo pero, créeme, nunca he visto a Uther tan… feliz. Es extraño, pero ha estado de muy buen humor. Igual que Arturo.

Esas palabras sólo hicieron que se preocupase más por los extraños acontecimientos que se estaban llevando a cabo.

—Yo sigo preguntándome qué impulsa tanta amabilidad de su parte—indicó.

—Puedo preguntárselo, si lo deseas—dijo Morgana—Dudo que me lo cuente ya que ambos suelen ser muy reservados, pero aún así, puedo hacerlo.

—Gracias—murmuró Hermione, mirándola con dudas.

—¿Estás lista, Hermione?—preguntó Arturo mirando a la chica.

Ella sólo suspiró. Había pasado un mes. Treinta días exactamente desde que había aparecido misteriosamente en Camelot y aún no tenía una explicación alguna de por qué había sucedido. Aquel lugar, por lo que había podido ver a través de la ventana después de que Gaius le autorizó a ponerse de pie, era asombroso. Había leído siempre de Castillos, de reyes y de torneos pero nada se comparaba con saber que podía ser testigo de todo eso. Era un mundo completamente diferente a lo que ella conocía, pero un mundo maravilloso que no dejaba de sorprenderla.

Uther había sido amable con ella todo el tiempo. Había ido, incluso, a visitarla al menos dos veces a la semana para preguntarle cómo se estaba recuperando y si se sentía cómoda en aquella habitación. Como siempre, se lo agradecía pero cuando quería entrar en el tema de porqué tanta amabilidad, él encontraba el modo de escabullirse sin responder.

Arturo tampoco pudo darle una respuesta aunque sus visitas fueron más seguidas y siempre conversaba con ella de muchas más cosas que su salud y su comodidad. Gracias a él se había enterado de cómo funcionaba la vida de un castillo, de los sirvientes y sus deberes, de las responsabilidades que tenía él como príncipe y su padre como Rey. También le habló de Gaius y le informó que llevaba años siendo el médico de la corte y que su padre confiaba plenamente en el anciano. Era tanta la facilidad con la que se podía hablar con él que incluso un día se atrevió a preguntarle sobre Morgana y, como extra, se enteró de algunas otras cosas que desconocía por completo.

—Es la protegida de mi padre—le había explicado—El padre de Morgana era un caballero que falleció en batalla. Desde pequeña se crió prácticamente a mi par.

—Pensé que era tu hermana…

—¡No!—exclamó como si la idea lo horrorizara—Morgana fue criada como si lo fuera pero definitivamente no lo es. Mi hermana…—dudó unos momentos—desapareció hace muchos años. Cuando éramos bebés.

—Lo siento.

—Fue hace muchos años, pero mi padre nunca lo superó—siguió diciendo—Cada vez que festejamos mi cumpleaños, él está dividido entre la felicidad y la tristeza.

—¿Eran gemelos?—preguntó sorprendida.

—Mellizos, según Gaius… Ella… fue raptada. Una bruja la capturó. Los guardias la siguieron hasta el bosque pero no lograron detenerla.

—¿Una bruja?

—Sí. Una infamia—dijo con desprecio—Desde ese entonces mi padre prohibió la magia en Camelot y todo lo que está relacionado con ella. Cualquier persona que sea vista realizando algún tipo de hechizo será juzgada. Si se la encuentra culpable será ejecutada inmediatamente. Mi padre siempre quiere ver los rostros de los brujos con los que se topa, no sólo para juzgarlos sino también para comprobar si es el responsable de la desaparición de mi hermana.

Hermione había palidecido. Aquello definitivamente no se lo había esperado. Haber ocultado su condición de bruja había sido una excelente idea. Lo último que deseaba era ser ejecutada sólo porque Uther creía que toda persona que utilizaba su magia era una abominación de la naturaleza.

Pero lo peor de todo era que podía sentir la magia rezumbando en su cuerpo, impulsándola a utilizarla. Sin embargo, no tenía su varita y eso era lo que más ansiaba conseguir. Quería poder hacer algún hechizo, uno pequeño y simple aunque fuera, para así comprobar que ese cosquilleo en sus dedos no la engañaba. Recordaba perfectamente que había muerto porque su cuerpo y su fuerza vital se escapaban junto con su magia. ¿Qué había producido el cambio? ¿Había sido ese viaje imprevisto al pasado por el que tampoco encontraba una explicación el que le había devuelto sus poderes y su salud? Porque ese mes que había estado allí le había ayudado más que todos los meses juntos que había ido a ver a medimagos en San Mungo. Sus músculos ya volvían a tener fuerza y se levantaba y andaba por toda la habitación, tenía apetito y comía con normalidad, había subido un poco de peso y su piel ya no se veía tan enfermiza. También había dormido maravillosamente, aunque presentía que eso se debía a la exquisita comodidad de la cama.

—¿Hermione, me estás escuchando?—preguntó Arturo con cierto disgusto—¡Hermione!

La chica se sobresaltó y miró al príncipe sorprendida.

—¿Qué?—preguntó sin entender porqué había gritado su nombre.

—Te he estado hablando pero no me estabas prestando atención—se quejó.

Claro, él podía ser una persona con la que se sintiera a gusto y con la que pudiera charlar sin problemas, pero Hermione no olvidaba nunca que él era un príncipe. Un muy orgulloso y algo malcriado. Una de las principales características que tenía era que no le gustaba, en absoluto, que no se le hiciera caso cuando él decía u ordenaba algo. Tampoco le gustaba ser humillado. Eso bien lo había comprobado una vez que la invitó a jugar al ajedrez, después de que ella dijera que se aburría allí encerrada. Hermione, quién nunca había podido ganar en su vida al ajedrez mágico contra Ronald Weasley, había masacrado las piezas blancas de Arturo. El chico se había enfurecido y dicho que aquel juego era tonto y que no se comparaba en absoluto con otros más vigorizantes y entretenidos.

—¡Hermione, lo estás haciendo de nuevo! ¿Quieres poner un poco de atención?—la reprendió—Mi padre nos espera en el comedor y si no estás lista aún, llegaremos tarde.

Era la primera vez que bajaría y andaría por el castillo. A pedido del Rey, almorzaría con él, Arturo y Morgana.

—Ya estoy lista—le aseguró.

Gwen había modificado uno de los vestidos de Morgana para que le quedasen bien a Hermione, que era más baja que la protegida del Rey.

La curiosidad era algo innato en ella por lo que no perdió detalles de su alrededor mientras bajaban por interminables escaleras y andaban por largos pasillos. Se encontraron con varios caballeros que saludaron formalmente a Arturo y le dieron una mirada curiosa a ella. Pero como el muchacho no les hacía caso ni daba explicaciones, ella lo imitó; o al menos lo intentó porque a medida que se acercaban a los sitios más concurridos, muchos se quedaban parados y murmuraban entre sí.

—Sólo mantén la vista en alto—le dijo Arturo en voz baja para que nadie más que ella lo escuchase—No apartes la mirada de nadie y la cabeza bien arriba, como si no te importara lo que tienen que decir.

Era fácil decirlo. Él parecía bastante acostumbrado a eso pero ella no. Cuando estaba en Hogwarts era Harry quién se llevaba toda la atención y, luego de la guerra, cuando su nombre se hizo conocido por ser parte del "trío dorado", su enfermedad había avanzado lo suficiente como para confinarla en su casa. Las únicas apariciones que hacía en público eran las estrictamente necesarias y, en esos casos, había odiado ser el centro de atención.

Cuando finalmente llegaron al comedor, Uther y Morgana ya estaban en sus puestos. Arturo ayudó a Hermione a sentarse a la izquierda del Rey mientras que él, luego, ocupaba su derecha.

—Gracias por invitarme, excelencia—dijo Hermione cuando comenzaron a servirles la comida—Ha sido muy amable conmigo.

Uther la miró por unos momentos antes de asentir finalmente sin decir nada. Pero Hermione insistió. Necesitaba respuestas.

—Siempre he oído de la bondad de la gente de Camelot, en especial la de su Rey, pero jamás imaginé que fuera tanta.

—Muchas son habladurías—dijo seriamente—Hay que saber ser firmes cuando la situación lo amerita pero también ser compasivos.

Gwen se acercó por detrás de Hermione y le llenó la copa con vino.

—Jamás pensé tener la oportunidad de estar en este castillo, excelencia. Aunque supongo que no da a todos este mismo trato—comenzó a decir, algo agobiada por utilizar sutilezas que Uther se encargaba de no entender—Sin querer sonar malagradecida, ¿Puedo preguntar por qué tanta bondad hacia mí? No soy hija de ningún Rey, ni nadie importante.

Uther suspiró sonoramente, ganándose una mirada confusa tanto de su hijo como de su protegida.

—Por el contrario—indicó Uther—Eres hija de uno de los reyes más importantes.

Hermione lo miró asombrada.

—Debe estar confundido, mi lord.

—No, no lo estoy—aseguró contemplándola fijamente—Pero esa será una charla que tendremos luego. Ahora quiero disfrutar de la comida en tranquilidad.

Después de aquella última oración, nadie dijo nada más porque el tono que había utilizado indicaba que no había lugar para discusión. Arturo miró a Hermione fijamente, al igual que lo estaba haciendo Morgana, intentando pensar de quién se podía tratar. No recordaba haber oído su nombre antes ni haber visto jamás su cara. Pero su padre tenía buena memoria para los rostros y nunca se confundía con la identidad de las personas, así que si decía saber quién era aquella chica, él le creería. Sólo quedaba esperar a que se decidiera a hablar.