¡Hola de nuevo! Como el jueves de la semana que viene tengo que rendir un examen que debo aprobar si o sí y eso implica que pasaré mucho tiempo estudiando, subiré dos capítulos seguidos.
Éste será el último capítulo tampoco aparecerá nuestro (o más bien "mi") querido mago, pero en el próximo ya hará su entrada.
Ninguno de los personajes me pertenecen.
HERMIONE PENDRAGON
Hermione probó apenas unos bocados porque la incertidumbre invadía su estómago. Obviamente Uther estaba en un error. No podía saber quién era en realidad ella y definitivamente no era hija de ningún Rey. Aunque quizás, lo que él supiera, pudiera estar relacionado directamente con su estadía en aquel tiempo.
Luego de que terminaron, Uther ordenó a Arturo que acompañara a Hermione de regreso a su habitación.
—Creo que tenemos una conversación pendiente—le recordó ella intentando no sonar impertinente.
—Así es—indicó el Rey—Pero primero ve y ponte cómoda. No quiero que te agobies. Debes recordar que has estado muy enferma.
—Pero me encuentro bien…
—Haz lo que te digo—insistió con mayor dureza—Yo iré a verte dentro de unos momentos para charlar.
¿Qué otra opción le quedaba? Estaba segura que insistir no sería una buena idea. Se levantó de la silla intentando contener su molestia y caminó de regreso al cuarto que le habían dado casi sin la necesidad de que Arturo le recordase el camino. Cuando llegaron, el muchacho ingresó con ella y cerró la puerta.
—¿Quién eres?
—Hermione Granger—respondió sin titubeos—y mis padres no eran reyes. Así que estoy segura que Uther está confundido.
—No, si mi padre dice conocerte debe ser así.
¿Por qué Arturo veía tan ciegamente las acciones de su progenitor?
—El rey, a pesar de ser rey, es un ser humano. Y es de humanos cometer errores—le dijo.
Aquellas palabras parecieron descolocar un poco al joven príncipe.
—Sé que mi padre no es perfecto, Hermione—dijo ofendido—Sólo decía porque él jamás olvida un rostro. Además, recuerdo que en una conversación que tuvo con Morgana, le dijo que había charlado contigo el primer día y que había averiguado algo. Cuando ella le preguntó qué no le quiso responder. Ha estado actuando de un modo muy peculiar desde que has aparecido.
—¿Peculiar en el buen o mal sentido?—quiso saber.
—Sólo peculiar. Todo el reino comenta sobre una nueva protegida. Hay algunos que dicen que eres una princesa perdida, otros la hija de un caballero fiel al reino…
—¡Genial!—exclamó con sarcasmo—Más atención sobre mí.
La experiencia que había tenido con el giratiempos en su tercer año le había enseñado que mientras más desapercibido se pasa en esos "viajes temporales" menos peligro se corre de levantar sospechas. ¡Y ahora todo el bendito reino de Cámelot sabía sobre ella!
—No es tan malo.
—Lo dices porque eres príncipe, Arturo. Ha sido así desde que naciste. Yo, por otro lado, sólo existía para mis familiares y amigos. Y estaba feliz con eso… Ahora sólo quiero regresar y que todo sea como antes.
—¿Eras feliz en tu hogar?
Ella no estaba hablando precisamente de eso, sino más bien de su tiempo, pero eso era algo que él no tenía porqué saber.
—Sí—contestó—Mis padres fallecieron pero tenía amigos que cuidaron de mí.
Arturo bufó.
—¿Qué fue eso?
—Quizás no cuidaron tan bien de ti—dijo el príncipe—o no hubieras aparecido misteriosamente en Camelot.
—¿Estás insinuando que me abandonaron a mi suerte?
—No te aflijas si fue así. Muchos son amigos falsos.
¿Amigos falsos? Podía decirlo de algunos pero no de Harry. Él la había cuidado hasta el final de su vida. Se preguntó qué estaría haciendo, si lloraba por ella. Esperaba que no. Le gustaría poder mandarle algún tipo de mensaje o señal que le hiciera comprender que ella se encontraba bien.
Las puertas de la habitación se abrieron en ese instante dejando entrar al Rey. Uther miró a su hijo con sorpresa puesto que había esperado que ya no se encontrara allí. Aquella conversación era de por sí difícil como para tener que tenerlo a él también presente.
—Arturo, vete, quiero hablar con Hermione a solas.
Aunque, a lo mejor, esto era bueno. Ambos descubrirían la verdad al mismo tiempo, meditó.
—No, quédate—dijo rápidamente, cambiando de opinión—Esto es algo que deberías escuchar.
Arturo no se había movido en ningún momento pero aún así asintió, ansioso por saber de qué iba todo esto.
—Hace muchos años—comenzó a decir Uther—mi esposa y yo ansiábamos poder dar un heredero a este reino, alguien que siguiera la línea de los Pendragon—hizo una pausa para meditar las siguientes palabras que iba a pronunciar, evitando gran parte de la historia—Fuimos afortunados al poder conseguir dos hijos preciosos y saludables; pero la desgracia quiso que mi esposa no pudiera verlos. Murió en el parto.
Arturo escuchaba más atento ahora. Las ocasiones que pudo oír de su madre o de aquellos tiempos de boca de Uther eran contadas. Su padre siempre se había resistido a contarle más de lo necesario y detestaba que él le hiciera preguntas sobre ella.
—Y esa misma noche, ingresaron a la habitación y se llevaron a mi hija…
Hermione ya había oído aquella historia de Arturo pero aún así no pudo evitar seguir indagando. Había algo allí, en ese relato, que no cerraba. Aunque no podía estar segura aún de qué era.
—¿Quién fue?
—¡Una maldita bruja!—exclamó con rabia—Con un hechizo durmió a la sirvienta que cuidaba de los niños y escapó. Cuando los guardias que custodiaban la puerta se dieron cuenta y se dio la alarma, ella ya estaba en el bosque. Aún así la siguieron y la rodearon… Yo… yo no sé qué sucedió después. Ellos aseguraron que dijo alguna clase de hechizo y que entonces mi hija simplemente desapareció. Y ella luego escapó.
—¿Cuál era el nombre de la bruja?
Los ojos de Uther se entrecerraron y miraron a Hermione con sospecha.
—¿Por qué quieres saber?
—¡No creerá que estoy de su lado!—exclamó ofendida.
El rey pareció darse cuenta cómo había sonado y rápidamente se relajó.
—No, no es eso—murmuró esquivo—No tiene caso decir su nombre.
—Hay algo que no entiendo—siguió diciendo ella pensando en voz alta—¿Por qué a la niña? ¿No hubiera sido mejor a varón? Después de todo, sería él el heredero. ¿O por qué no ambos para mayor seguridad? ¿Qué tenía de especial la pequeña que hizo que la llevara?
Uther parecía casi enfermo después de oír aquellas preguntas.
—¡No lo sé!—dijo con tono ofendido, como si Hermione lo hubiera acusado de algo—Las mentes de las brujas son mentes enfermas y consumidas por la maldad. Quizás vio allí la oportunidad de hacer más daño.
—O quizás Hermione tiene razón y había algo en especial en ella—meditó Arturo.
—Lo único especial era ser princesa de Camelot—gruñó el Rey.
No le gustaba el rumbo que estaba tomando esa conversación. No había esperado que Hermione hiciera tantas preguntas aún sin saber la verdad y menos que su hijo se le sumara a sacar conclusiones.
—La busqué por mucho tiempo—siguió con su historia—y seguí pistas falsas. Nadie supo decirme con certeza qué había sido de ella ni de la asquerosa bruja que la secuestró. Casi perdía las esperanzas hasta que Gaius, hace un mes, las renovó.
—¿Alguien la encontró?—preguntó Arturo con los ojos abiertos.
—Así fue—dijo mirando a su hijo con significación.
El príncipe entendió rápidamente lo que su padre quería decirle pero era demasiado imposible como para ser verdad. ¿O no? Volteó a mirar a Hermione, contemplándola bajo una nueva luz. ¿Sería posible? No tenía el mismo tono de cabello ni el mismo color de ojos pero había algo allí, en la forma de su rostro, que le recordaba al retrato que vio una vez de su madre.
—¿Cómo lo sabes?—le preguntó a su padre—¿Cómo estás tan seguro?
—Se parece más a tu madre de lo que puedes imaginar. La misma forma de mirar, su nariz…
Hermione rió nerviosa bajo la atenta mirada de los dos hombres.
—Un momento… No creerán que yo soy la princesa perdida de Camelot, ¿Verdad? ¡Es ridículo!
—Mi hija tenía una marca igual a la tuya en tu hombro, que había heredado de su madre—explicó Uther— y tus ojos. Recuerdo perfectamente ese color marrón mezclado con dorado de la primera vez que te vi. Tenías horas de nacida pero aún así me miraste y pude verlo. Ese color no cambió. Sigue ahí. Además, me dijiste que tus padres te encontraron, que no eran los verdaderos… Así que ahí está la respuesta, Hermione Pendragon. Te trato de un modo especial porque eres hija de un rey: mi hija.
…
Quizás no había sido buena idea salir a correr como si la persiguiera el mismísimo Voldemort, pensó Hermione cuando se vio rodeada de árboles. La necesidad de huir había sido demasiado abrumadora y asfixiante y ahora que se encontraba bajo un techo de ramas y hojas verdes sentía que podía volver a pensar con claridad. Cuando había oído decir a Uther que ella era su hija había querido reír. ¡Era imposible! ¡Una tontería! Ella venía del futuro, no pertenecía allí, no podía ser esa princesa raptada que todos ansiaban encontrar. ¿Pero cómo demonios explicarle al rey eso sin debelarle la verdad? Había visto la esperanza en sus ojos, las ansias en su tono de voz. Hermione no tenía idea qué se sentía perder a un hijo pero estaba segura que era una de las cosas más complicadas y dolorosas que un padre puede sentir.
Soltó un suspiro y se dejó caer sobre el tronco de un árbol caído.
Cobarde, se dijo a sí misma. Sólo la cobardía la había hecho huir de ese modo. No había sabido qué rayos hacer con ese par de hombres. Les había dicho que ella no era la princesa pero ambos no dejaban de insistir y el pánico la había llenado, especialmente cuando sintió que sus manos comenzaban a hormiguear. Una sensación que le recordaba a sus años de niñez cuando sin saber que era una bruja hacía magia accidental.
Quizás si hacía algún tipo de magia delante del Rey alcanzaría para convencerlo de que ella no era su hija. Aunque eso sería igual que firmar su condena de muerte.
—¿Hermione?
Ella alzó los ojos rápidamente al escuchar su nombre y vio que Gaius, el médico de la corte, se le acercaba lentamente.
—¿Qué estás haciendo aquí?—cuestionó el anciano—¿Ya te sientes bien como para salir fuera?
Hermione se ruborizó levemente.
—Creo que si Uther sigue con la misma idea en su cabeza, pronto vendrá toda la guardia real a buscarme—dijo—No vendrás en su lugar, ¿verdad?
Gaius se sentó a su lado.
—En absoluto. Juntaba algunas hierbas que necesito para realizar algunas pociones.
—¿Pociones?—preguntó con interés—Pensé que no estaba permitida la magia.
—¿Quién dijo que esto es magia? Las pociones son parte de la naturaleza. Una mezcla y cocción de ciertas hierbas que hacen un brebaje que ayuda a curar ciertos males.
Hermione sonrió, recordando que en su primer año en Hogwarts, Severus Snape les había dado uno de los discursos más sorprendentes sobre pociones.
—¿Puedo ver qué has recogido?—preguntó.
El hombre asintió y le tendió la bolsa de cuero donde las guardaba.
—Tienes una buena colección—dijo reconociéndolas—Belladona, hierbabuena, lilas salvajes… ¿Cornejo?—miró a Gaius sorprendida—¿Todo esto se puede hallar aquí?
—Si prestas atención, sí. La mayoría de las personas no ven nada, ni distinguen nada, por eso me sorprende que tú lo hagas. Pudiste reconocerlas fácilmente.
—He aprendido algo de pociones—murmuró, pensando que quizás había hablado de más.
—¿En serio? ¿Quién te enseñó?
—Mmm… Mi… padre—mintió—Él preparaba algunas pocas cosas y me las enseñó. Pero nada importante. Sé reconocer algunos ingredientes y preparar algo para el dolor de cabeza.
Gaius se quedó en silencio por un largo momento hasta que se volvió a poner de pie.
—¿Regresas conmigo al castillo?
Hermione lo contempló dudosa. No tenía dinero, ni su varita, y desconocía por completo el lugar. ¿Cuál sería su oportunidad de huir de allí sin poner en peligro su vida?
—Uther cree que soy su hija—dijo sin moverse—Dijo que tú le dijiste algo cuando me encontraste que le hizo recobrar las esperanzas.
—Sólo le informé sobre la marca que tienes en tu hombro. Él mismo fue a comprobarlo después y decidió creer que eres ella.
—¡Pero no lo soy!—exclamó.
—¿Estás completamente segura?
—Sí. Que tenga esa condenada marca, el mismo color de ojos y que mis padres me hayan adoptado son meras coincidencias con las que el Rey quiere hacerse para llenar el vacío que le causa la ausencia de su hija.
—¿No te has puesto a pensar que son muchas coincidencias?
—¿Qué quieres decir?
—El Destino debe tener un retorcido sentido del humor si le presenta a Uther una muchacha de la misma edad que debería tener su hija, con peculiaridades que sólo ella tendría, pero que no resulta ser ella. Un sentido del humor terrible o un odio feroz hacia el Rey—dijo—¿Sabías que esa la marca de nacimiento con forma de luna nueva es sólo heredada por las mujeres de la familia de Ygraine de Bois?
—¿Ygraine?
—La madre de Arturo—aclaró Gaius—A Uther no le gusta recordarla. Le causa demasiado dolor incluso decir su nombre.
—Quizás podríamos tener un antepasado muy lejano en común—aventuró.
—Provenía de una familia rica y antigua pero las mujeres escasearon siempre y eran ellas las que pasaban la marca a sus hijas, no los hombres. La última mujer de la familia fue Ygraine… y su hija, claro. Las probabilidades de que tengan un antepasado en común son las mismas que tú seas su hija.
—O sea, ninguna…
—Las probabilidades son igual de altas, Hermione—la contradijo con calma—Es entendible que te cueste aceptar esto, pero, ¿Qué daño harías en creértelo?
—Más del que imaginas, Gaius. No sé por qué regresé aquí pero definitivamente no es donde pertenezco. En algún momento tendré que marcharme y si Uther cree que soy su hija, le romperé el corazón. Además, ¿Qué sucederá si la verdadera princesa aparece? Creerán que me aproveché de la bondad del rey.
—¿Le has dichos tus dudas a Uther?
—¡Lo intenté! Pero no quiere escucharme. Arturo está igual de cegado con la idea de que soy su hermana que no ve la realidad…
Gaius la observó largamente.
—Aunque te cueste creerlo, tienes ciertos rasgos faciales idénticos a los de la difunta reina. No quiero insinuar nada—añadió rápidamente al ver que ella iba a protestar—Sólo es un comentario. Puede ser otra casualidad o no. No te pediré que creas que eres la hija del rey, sólo que no lo deseches tan rápidamente. Piensa en ello y luego, cuando quieras, habla con Uther sobre todo esto con calma.
Hermione asintió, sabiendo que ese era el mejor modo de actuar de momento. Había que ser fría y pensar con claridad las cosas. Uther le había contado que, según el relato de los hombres que perseguían a la bruja, ella había lanzado un hechizo que había hecho desaparecer a la niña. Quizás, si encontraba a la bruja, podía preguntarle sobre esto. Podría indagar al respecto y encontrar a la verdadera princesa. Pero tampoco debía olvidarse de investigar cómo era que había llegado a aquel tiempo y qué debía hacer para volver. Y para poder hacer todo esto, la mejor opción que tenía en ese instante era hacerse pasar por una Pendragon.
—Bien—dijo levantándose—Volvamos a Camelot. Pensaré en todo esto y hablaré con Uther al respecto.
Gaius asintió conforme.
Caminaron con tranquilidad por un tramo del bosque hasta que se encontraron con Arturo y grupo de caballeros. Iban cabalgando rápidamente pero cuando los vieron aminoraron la marcha. La expresión del príncipe era de puro alivio pero al verla pronto se transformó.
—¡Jamás vuelvas a hacer una cosa tan tonta, Hermione!—exclamó furioso—¿Tienes idea de lo difícil que fue para nosotros no saber dónde te habías metido? ¡Nuestro padre está angustiado!
Hermione hizo una mueca al escuchar las palabras "nuestro padre".
—Lo siento. Es que toda la situación fue demasiado…
Arturo pareció querer lanzar una sarta de palabrotas pero se lo pensó mejor.
—Lo importante es que estás bien. De ahora en adelante no saldrás sin escolta. Es peligroso que andes sola.
—Sólo me encontré con Gaius.
—Y fuiste muy afortunada. Pudiste toparte con algún traficante o asesino.
…
Después de aquello, la vida de Hermione se vio envuelta en un frenesí de acontecimientos inesperados. Su "padre" le compró los vestidos más hermosos de seda o gaza, le obsequió joyas costosísimas y le dio una sirvienta que se encargaba de despertarla todos los días y de ayudarla a cambiarse y peinarse (¡Como si yo no supiera hacerlo!, se quejaba Hermione).
Los cuentos maravillosos siempre habían dibujado a las princesas como mujeres indefensas que tras encontrar su príncipe azul viven una vida completamente feliz sin hacer absolutamente nada. Pero nada más lejos de la realidad. Ella, a pesar de que aún no había sido presentada al pueblo, pasaba la mayor parte del día estudiando y aprendiendo cosas nuevas. Uther le había dicho que le daría un lapso de tiempo para adaptarse a la nueva vida en el castillo. Nunca habría imaginado que eso incluiría mucho más que leer toda la historia de Camelot. Al parecer, tenía modales muy "campesinos", según el propio Rey. Quiso protestar, sintiéndose ofendida, pero Morgana le había explicado que, ahora que sería vista como Princesa, debía saber comportarse como tal.
Era extraño, pero había encontrado en la protegida del Rey una compañera para pasar el tiempo y una maestra firme pero amable. Aún no confiaba en ella porque sabía en lo que se convertiría pero no quería juzgarla antes de tiempo.
—Lo primordial es saber guardar silencio—le dijo un día Morgana en una de sus "clases"
Hermione había titulado aquellas horas: "Cómo convertirse en princesa y no morir en el intento". Aunque, después de las primeras lecciones, lo había cambiado a "Lo que hombres-idiotas-machistas quieren de una mujer".
—Creo que tendré problemas con eso—comentó.
Morgana rió suavemente.
—Puedes dar tu opinión, Hermione, cuando es requerida. Hablarás cuando quieras pero no digas nada inapropiado. Especialmente si estás delante del Rey o algún invitado importante. Es bueno que sepas llevar una charla interesante y que sepas bailar por si alguien te invita.
—No sé bailar.
—No te preocupes, te enseñaré. Ahora, continuemos con un nuevo tema: sirvientes.
—¿Qué se supone que debo saber?
—Hay algunos reyes que no los tratan bien pero aquí en Camelot siempre hemos sido amables con ellos—le explicó.
—¿Amables?—quiso reír por la ironía—El otro día vi a Arturo gritarle a un joven que era un inútil por no saber usar bien un escudo. Era su sirviente pero lo usaba como muñeco de práctica en el patio de armas.
—Arturo es un imbécil—indicó Morgana con una mueca de disgusto—Uther siempre lo rodeó de lujos y jamás le enseñó lo que es la humildad.
—Él no te agrada, ¿Verdad?
Morgana la miró algo avergonzada.
—Sé que es tu hermano, Hermione, y que estarás feliz de tenerlo a tu lado, pero puede ser muy exasperante cuando se lo propone. Bien, sigamos ahora con lo nuestro…
Hermione se abstuvo de señalar que eso no respondía su pregunta.
Arturo también la ayudó con algunas reglas básicas de protocolo, le explicó los tratados que tenía Camelot con otros reinos y le enseñó a montar. La tarde siguiente a la que se reunió con Morgana, él la llamó para avisarle que iba a mostrarle cómo usar una espada.
—¿Esto es realmente necesario?—preguntó sintiéndose extraña con aquella arma en la mano.
Era demasiado pesada. Jamás había sido fanática de ningún tipo de arma, ni las de fuego ni las consideradas armas blancas, por lo que los nervios le jugaban una mala pasada y le hacían sudar las manos. La empuñadura se deslizaba de sus dedos sin importar cuán fuerte ella apretase.
—Absolutamente—le dijo—Si algún día necesitas defenderte, tendrás que hacerlo como corresponde. Veremos tus técnicas de defensa.
—¿Qué técni…?
Arturo alzó su espada con una facilidad asombrosa y la bajó contra ella. Si Hermione no hubiera gritado y colocado su propia espada para contrarrestar el golpe, seguramente habría terminado con la cabeza partida en dos.
—¡¿Estás demente?!—le gritó furiosa—¡Pudiste matarme!
Arturo rodó los ojos.
—No exageres, Hermione. No iba a hacerte daño. Estamos practicando con espadas sin filo.
Ella constató que verdaderamente se trataba de eso pero aún así eso no calmó su enojo.
—¿Ahora quieres ver como ataco?—preguntó y antes de que él pidiera reaccionar utilizó la suya como bate y le dio un golpe al presuntuoso príncipe en el brazo.
Algunos caballeros que se habían reunido a su alrededor para observarlos se rieron.
—¡Ey!—protestó frotándose la zona golpeada y mirando a Hermione con enojo—¡Ahora verás!
Atacó nuevamente y Hermione pudo esquivar el golpe por pura suerte. Arturo, sin rendirse, volvió a blandir su espada por el aire para dejarla caer. Ella intentó detenerlo como la primera vez pero el impacto fue mucho más fuerte y terminó tirada en el suelo algo aturdida. Con la punta de su pie, Arturo empujó el arma de su mano y puso la punta de la suya en el cuello de la joven.
—Si fuera un asesino ya estarías muerta. Eres demasiado lenta al reaccionar y tienes poca fuerza en tus bracitos. Tu posición es vergonzosa. Debes poner el pie derecho delante del izquierdo al defenderte.—le tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie—Vamos…—insistió.
Hermione no lo aceptó. Con el orgullo que le quedaba, se levantó por su cuenta.
—Tienes que apoyar con fuerza tus pies en el suelo. Muévete sólo cuando sea necesario para atacar o esquivar pero no pierdas el equilibrio.
Buscó la espada y se la tendió. Ella lo miró con disgusto.
—¡Intento enseñarte a protegerte!—argumentó
De mala gana, volvió a tomarla.
—Ahí vamos a empezar—dijo señalando sus manos—Tómala justo debajo de la guardia con tu mano derecha y lo que resta con la izquierda. Usarás ambas manos para dar mayor fuerza a tus golpes. Cuando alguien viene a atacarte, mantenla a esta altura—le mostró cómo hacerlo—ligeramente inclinada hacia la frente y el esternón de tu atacante.
Esta vez le hizo una seña antes de golpear. Hermione apretó su mandíbula y esperó el impacto pero no fue tan difícil de bloquear como la primera vez.
—Muy bien—dijo Arturo con orgullo—Ahora, cuando ataques, apuñala el cielo levantando tu mano izquierda más allá de la altura de tus ojos y luego atácalos con tu espada, usando tu mano derecha para guiar la hoja y tu mano izquierda para proporcionarle potencia.
Para desgracia de Hermione, los caballeros siguieron reuniéndose a su alrededor pero sus siguientes ataques y defensas no fueron tan desastrosos como los primeros. Claramente no pudo derribar ni una sola vez a Arturo pero no fue porque no lo intentó. Él tenía la desfachatez de sonreírle burlonamente cada vez que se deslizaba con facilidad por el terreno desviando sus golpes.
Idiota narcisista, gruñó en su mente.
…
—Excelencia…—llamó al rey quién cruzaba andando por el pasillo camino a la entrada del castillo.
—Hermione, ¿Cuántas veces te he dicho que me llames padre?
Ella lo alcanzó rápidamente. Se suponía que debían encontrarse allí para ir montando hasta la ciudadela donde habían armado una especie de atrio. Era el día de su presentación al pueblo y ella aún no había podido hablar con Uther. Él siempre encontraba una excusa para evitar el tema. Tampoco había logrado averiguar gran cosas puesto que sus lecciones ocupaban la mayor parte de su tiempo.
—De eso precisamente quería hablarle.
—¿Cómo quieres llamarme, entonces?—preguntó sin dejar de andar.
—No, no de eso… Bueno, sí, porque está relacionado…
—Hermione, estás balbuceando—-Uther se detuvo de repente y ella lo imitó.
—Lo siento… eh… padre… Yo quería hablarle sobre eso de que soy su hija. Aún me resulta difícil de creer. Quiero hacerlo, pero ¿Y si no es así? ¿Qué sucederá cuando venga la verdadera princesa?
Uther suspiró con exasperación.
—Hermione, nadie vendrá—le dijo con firmeza—Eres mi hija. Lo sé. Arturo también sabe que eres su hermana. Según Gaius, los niños que se crían en el mismo vientre comparten un lazo especial que los une. Y mi hijo se ha preocupado por ti desde el primer momento en que te vio. Pensé que incluso a ti te resultaba fácil estar a su lado.
—Así es, pero…
—¡Suficiente!—le ordenó enfadado—Ya hemos hablado de este tema, Hermione, no volveré a hacerlo. Ahora vamos, subirás al caballo y partiremos. Arturo nos está esperando.
Quiso tener una rabieta y empezar a pisotear el suelo como una niña malcriada. ¡Cabezotas! Uther se negaba a escucharla. Quería hablar con él antes de que se hiciera la fastidiosa presentación pero parecía que no iba a tener la oportunidad.
Una hora después estaba de pie delante de una multitud que la contemplaba con curiosidad, oyendo a Uther dar un discurso.
—Había tenido miedo de que este momento nunca llegase, que quedase sólo como un sueño que jamás se cumpliría. Pero hace un mes, mi suerte cambió. ¡La suerte de todos! Mi hija, la princesa de Camelot, ha regresado—se oyeron jadeos y gritos de sorpresa—Así es. Una sorpresa para todos, pero una grata. Con ustedes, les presento a mi niña, Hermione Pendragon.
Ella sabía que tenía que dar un paso adelante, como le habían explicado, y saludar a todos pero estaba petrificada. Arturo la empujó suavemente y casi trastabilló.
Uther miró al pueblo y sonrió.
—Es algo tímida y está nerviosa—la excusó—Pero es la princesa de este reino y espero que todos la acepten como tal.
Si hubiera sabido en aquel entonces todas las aventuras que tendría que vivir, quizás hubiese vuelto a considerar la idea de huir, sin importarle que no tuviera ni su varita ni una sola moneda encima para pagar una posada o algo de comida. Hermione Granger tenía un destino mucho más grande del que podía comprender y pronto iría averiguándolo.
He estado investigando sobre el uso de espadas y lo que describí en el momento en que Arturo le enseña a Hermione salió de mis "clases aceleradas virtuales" ; así que si algún día tienen que enfrentarse a un duelo con espadas con algún maligno caballero o derrotar a un ser mitológico, no les aconsejo que sigan lo que escribí.
:)
