¡Nuevamente yo! ¿Cómo les va, queridos lectores? Hoy es el día del gran examen y, a pesar de que debería estar estudiando decidí pasarme unos segundos por aquí y subir un nuevo capítulo. Espero que les guste.


Ninguno de los personajes me pertenecen.


LA MELODÍA ENCANTADA

—¡Lady Hermione!—llamó Merlín al ver que la muchacha caminaba en la misma dirección que él.

Ella se volteó y lo esperó aunque no parecía muy a gusto con eso. Merlín no entendía qué podía sucederle o si sólo era él quién resultaba despreciable para cualquier miembro de la realeza.

—Merlín, veo que has recuperado tu libertad.

—Eh… sí, de eso precisamente quería hablar. Gaius me dijo que usted fue quién consiguió que me liberaran.

—Sólo hablé con mi… hermano—le contestó tensándose al llamarlo así.

—Gaius asegura que si no hubiera sido por eso, no habría salido jamás. Lo que vino después fue sólo un pequeño precio que pagar.

Hermione frunció el ceño, desconcertada.

—¿Qué vino después?—preguntó extrañada.

—El cepo… la fruta…—dijo sonriendo—¿No lo sabía? Casi todo el pueblo se acercó a lanzarme tomates podridos.

—¿Qué?—gruñó.

Merlín dio un paso hacia atrás inconscientemente pero Hermione captó rápidamente el movimiento con sus ojos y se relajó lo más que pudo. Que no era mucho dado que se encontraba frente a mago más poderoso de todos los tiempos. Aunque algo le decía que eso él no lo sabía aún.

—Lo lamento. No estoy enojada contigo. Mi hermano dijo que te liberaría pero no dijo nada más… ¡Pero me va a escuchar!

—Eh…—rió algo nervioso—Si no le importa, mi lady, prefiero que no le diga nada. Quizás piense que la busqué nuevamente y quiera tomar algún tipo de represarías.

—Si no quiere enfrentarse a mí, no lo hará—dijo con seguridad.

—Gracias pero…. No gracias… Tampoco fue tan malo—dijo sonriéndole—Según mi madre, el puré de tomate puede ser bueno para la piel.

Hermione no pudo evitarlo, rió ante tal ocurrencia.

—Pero aún así no se lo recomiendo, princesa…

—Hermione. Puedes llamarme Hermione…—le dijo.

—Y usted puede llamarme Merlín—le tendió la mano como había hecho con Gwen y Hermione se la estrechó con firmeza, sintiéndose emocionada por todo lo que estaba sucediéndole.

Si se lo llegara a contar a Harry él no lo creería. ¡Conocer al grandioso Merlín! Se sentía un poco tonta. Casi parecía una adolescente frente a su cantante famoso favorito.

—Bien, Merlín, me disculparás pero voy a buscar a Lady Helen. Uther quiere que la entretenga y sea la perfecta anfitriona.

Le extrañó que llamara al rey por su nombre y no le dijera "padre" o algo similar pero no mencionó nada al respecto.

—Yo también iba hacia allí—le dijo y le mostró un pequeño frasco—Gaius me dijo que Lady Helen necesita esta preparación para su voz.

—Entonces, ¿Me acompañas?

Merlín asintió sonriendo aunque estaba sorprendido por tanta cordialidad. Quizás él no era el problema después de todo. Arturo lo había tratado mal pero obviamente no era al único. Hermione, a pesar de haber actuado de un modo extraño al comienzo, estaba siendo amable.

—Sí.

Comenzaron a caminar por el castillo hasta las habitaciones de la cantante.

—¿Cuándo has llegado, Merlín? Porque no recuerdo haberte visto antes.

—Este es mi tercer día en Camelot. Me quedaré con Gaius.

—¿Y ya te has metido en problemas nada más llegar? Te doy un consejo, mantente alejado de momento de Arturo. Si vuelve a verte, se enfurecerá.

—Lo tendré en cuenta… Aunque sé que fui un tonto, sólo le pedí amablemente que dejara tranquilo al chico—Hermione lo miró con sospecha—¡Es verdad! No lo insulté… bueno, no al principio.

—Mi hermano tiende a ser un poco…—pensó en una palabra adecuada.

—¿Idiota?—preguntó riendo suavemente pero al ver la mirada que le lanzó Hermione la borró inmediatamente.

—Orgulloso—dijo ella conteniendo una sonrisa—No le gusta que nadie lo contradiga o lo enfrente. Pero aún así tiene buen corazón. No es malo.

Por fortuna, habían llegado a su destino porque sino Merlín habría resoplado ante tanta ridiculez y eso hubiese sido un grave error. No quería enfadar a la princesa y ganarse otra noche encerrado.

Merlín tocó la puerta pero nadie respondió.

—Quizás fue con Morgana—aventuró Hermione.

Él abrió la puerta y se ganó otra de esas miradas molestas de Hermione.

—¿Qué haces? ¡Son sus habitaciones privadas! No puedes entrar ahí sin su permiso.

—Sólo dejaré esto allí—dijo señalando una mesa de tocador.

Ella no se movió de su lugar mientras que él ingresó al interior. Hermione vio como apoyaba el pequeño frasquito sobre la mesa y que se distrajo con una de sus cosas.

—No andes fisgoneando donde no te llaman, Merlín—lo reprendió.

Pero el muchacho no hizo caso. Se giró con algo en la mano y Hermione contempló con horror que se trataba de una especie de muñeca hecha de paja. Le recordó a esas películas de terror donde se practicaba vudú y nuevamente tuvo un mal presentimiento. Entró sin pensarlo y se acercó al chico.

—¿Qué es esto?—lo oyó preguntar en voz alta.

Hermione no estaba dispuesta a hacer deducciones antes de tiempo aunque algo le decía que aquello era algo similar a esas cosas. ¿Pero qué hacia Lady Helen con algo así? Merlín miró hacia atrás para comprobar que nadie entraba y siguió observando lo que había sobre la mesa. Tomó un libro que se encontraba cerca. Ella, por su parte, miró a su alrededor y notó que había una tela cubriendo cada uno de los espejos. Incluso el que tenía en frente aunque la tela parecía haber resbalado y había una franja descubierta que aún reflejaba su alrededor.

Se oyeron unos pasos aproximándose y Merlín dejó rápidamente el libro donde lo había encontrado. Intentaron salir de la habitación pero Lady Helen ya se encontraba parada frente a la puerta y los contemplaba a ambos con desconfianza.

—¿Qué están haciendo aquí?—preguntó.

—Eh… yo… Me dijeron que le traiga esto—dijo Merlín tendiéndole el frasquito.

—Y yo he venido a invitarla a caminar por Camelot. Estoy segura que le gustará disfrutar un poco del Castillo.

La mujer miró primero a Merín y luego a Hermione antes de hablar.

—Gracias, pero prefiero quedarme aquí. Debo practicar.

—Entiendo… Vamos, Merlín…

Ambos salieron rápidamente de allí, aunque Merlín volteó a observar atrás varias veces, como si tuviera muchas dudas en su cabeza. Él no era el único. Hermione no confiaba en Lady Helen. Tenía el presentimiento de que allí había algo oscuro, algo que ella intentaba ocultar pero no sabía qué. Tampoco podía acusarla. Sabía que la magia estaba prohibida. Cualquier cosa que dijera podía enviarla a la muerte.

Sin darse cuenta, habían caminado juntos hacia la ciudadela y andaban a la par sin tener un rumbo fijo. Cada uno permanecía perdido en sus pensamientos.

—¿Crees que…?—comenzó a decir Merlín pero se silenció antes de terminar el comentario.

—No lo sé—murmuró respondiéndole.

Merlín no quería creer que la invitada del rey poseía magia. Era una idea muy peligrosa.

—¡Hermione!

Ella se volteó, alejando los pensamientos de aquella mujer para concentrarse en Arturo.

—¿Qué?

—¡¿Qué?!—Exclamó horrorizado—¿Qué estás haciendo con ese?

Merlín suspiró y, recordando el consejo de Hermione, siguió su camino. Pero Arturo no pensaba dejarlo ir así como así.

—¡Ey, tú, no escapes!—le gritó.

Merlín se detuvo y Hermione quiso pegar a su supuesto hermano por ser tan idiota y a Merlín por dejarse provocar de aquel modo.

—¿De ti?—preguntó con burla el mago volteando.

—¡Vaya!—exclamó el príncipe—Pensé que eras tan sordo como tonto.

—Arturo… no…

—Ya te escuché una vez, Hermione, pero no dejaré que alguien como él vuelva a salirse con la suya.

Merlín bufó.

—En aquel momento dije que eras un cerdo pero no sabía que eras un Real… ¿Qué vas a hacer? ¿Tienes a los hombres de tu papá para protegerte?—preguntó mirando al grupo de caballeros que estaba detrás de Arturo.

Hermione nunca había imaginado que Merlín fuera así y que se llevara tan mal con Arturo. La historia y las leyendas siempre decían que ambos eran buenos amigos y confiaban plenamente el uno en el otro.

Arturo rió, divertido por atrevimiento de aquel inútil.

—Podría derribarte de un soplido—dijo viendo lo debilucho que era.

—Yo podría derribarte con menos.

¡Hombres!, pensó Hermione fastidiada. Durante todas las épocas temporales debía mostrar quién era más fuerte.

—¿Seguro?—inquirió Arturo.

—Vamos—insistió Merlín y comenzó a quitarse la campera marrón gastada que usaba.

Arturo volvió a reír.

—Esto es innecesario—dijo Hermione en voz alta—¿Realmente van a pelear?

Decir que ninguno le hizo caso fue poco. Nadie la oyó. Arturo le tiró un mangual y él casi lo dejó caer, haciendo que Hermione pensase que tendría que presenciar una terrible e injusta batalla. Sabía que Arturo era un excelente luchador y parecía que Merlín apenas podía sostener aquella arma en sus manos.

—Te prevengo—dijo Arturo con toda altanería—que me han entrenado para matar.

—¿Y cuánto te has entrenado para convertirte en un inútil?—preguntó Merlín a su vez.

—No puedes dirigirte así hacia mí—le recordó.

—Lo siento. ¿Cuánto tiempo entrenaste para convertirte en un inútil… mi señor?

Arturo volvió a reír como si no le preocupase que lo acabaran de insultar, pero cuando menos lo esperaba Merlín, revoleó la masa del mangual sobre la cabeza. Por fortuna, pudo inclinarse justo a tiempo antes de que le rompieran el cráneo.

Hermione jadeó sorprendida del atrevimiento de su hermano. Volvió a girar la masa con puntas que colgaba de la cadena y estuvo a pocos centímetros de golpearlo. Merlín retrocedía y se apartaba con velocidad mientras que Arturo arremetía sin miramientos.

—¡Vamos, Merlín!—exclamó incentivándolo a atacar—¡Vamos!

Merlín volvió a retroceder hasta que chocó con un puesto. Intentó girar el mangual pero éste se le trabó en una jaula rústica. Arturo volvió a atacar y no le quedó más opción que olvidarse del arma y correr. Chocó contra un puesto de frutas y se tiró detrás de él justo a tiempo porque la masa pegó donde minutos antes había estado su mano.

Hermione corrió tras ellos, buscando en su mente alguna idea que le permitiese terminar con aquella locura. El mago volvió a retroceder hasta que terminó tropezando con unas bolsas que había en el suelo y perdió el equilibrio.

—Ahora te metiste en un lío—le dijo Arturo viendo ya su victoria.

—¡Dios!

Desesperado, vio como el príncipe giraba la cadena del mangual con velocidad, preparándose para lanzarla contra él. Detrás notó que había un par de guadañas. No lo pensó demasiado. Su vida dependía de eso. Lo más disimuladamente que pudo hizo que con magia éstas se enredasen en la cadena del mangual. Aprovechó esos instantes que el pomposo príncipe tardó en desenredarla para ponerse de pie, dispuesto a seguir luchando y no rendirse. Arturo arremetió nuevamente pero no vio como una caja de madera se movía justo en su camino, causando que el impacto le causara dolor y soltara un alarido.

Merlín sonrió orgulloso de no haber sido descubierto. Pero debía de haber supuesto que el príncipe no tardaría en recuperarse. Tuvo que esconderse detrás de otro puesto para no recibir un nuevo golpe. Se acuclilló justo a tiempo y vio una cuerda a poca distancia. Con ayuda de su magia hizo que ésta se tensara y cuando Arturo dio un paso hacia adelante, sin verla, cayó al suelo de frente y soltó el mangual. Rápidamente él lo tomó y, cuando el príncipe volvió a ponerse de pie arremetió contra él.

—¿Quieres rendirte?—le preguntó mientras lo amenazaba con pegarle con la masa.

Hermione no sabía si realmente Merlín era tan tonto como creía Arturo o sólo se hacía. Arturo jamás se rendía ante ninguna dificultad. Nunca.

—¿Lo quieres?—inquirió a su vez.

Merlín volvió a caminar hacia adelante con la masa girando en el aire.

—¿Lo quieres?—insistió—¿Quieres rendirte?

Arturo dio un paso hacia atrás y chocó contra una pila de paja, cayendo sobre ella sin ningún tipo de cuidado. Miró con los ojos abiertos como platos a aquel loco que se atrevía a amenazarlo. A él. ¡El príncipe! Se veía en un dilema puesto que en se momento no tenía ninguna ventaja. Pero justo en ese instante, Merlín miró hacia arriba, sonriendo orgulloso de estar ganando, y vio a Hermione y a Gaius contemplándolo con desaprobación. Fue ese momento cuando Arturo divisó una vieja escoba. La tomó, se puso de pie y golpeó con fuerza la parte de atrás de las piernas de Merlín. Él volteó y recibió otro golpe en el estómago y otro en la cabeza, dejándolo casi inconsciente. Perdió el equilibrio y dos guardias lo sostuvieron, uno por cada brazo, listo para apresarlo.

—Esperen—dijo Arturo—Déjenlo ir. Quizás sea un idiota pero es uno valiente—lo miró fijamente como si intentara investigar todos sus secretos—Hay algo en ti, Merlín, que no puedo descubrir.

Después de eso comenzó a alejarse de allí.

Merlín miró nuevamente a la multitud y notó que Hermione se marchaba con su hermano. Gaius se le acercó y con la mirada letal le indicó que lo siguiera. Suspiró resignado. Ya vendría una nueva reprimenda.

Hermione llegó justo cuando estaban discutiendo pero se callaron inmediatamente cuando la vieron. Sintió que sobraba pero había venido a ver si Merlín se encontraba bien y no se marcharía hasta haberlo hecho.

—Lady Hermione—saludó Gaius.

Merlín, molesto, caminó hasta el fondo donde había un par de escalones que conducían a su nueva habitación y se encerró sin decir absolutamente nada.

—No deberías ser tan duro con él—le dijo al anciano—Hizo una gran estupidez, no lo voy a negar, pero Arturo tiene razón. Fue muy valiente. Nadie se enfrenta al príncipe. Aunque esté equivocado todos asienten con la cabeza y siguen sus órdenes.

—Fue un error que debe aprender a no volver a cometer—dijo lo suficientemente alto como para que el muchacho lo escuchara.

Sabía que Hermione tenía razón pero no había sido por eso que lo había reprendido. Él lo había visto, ¡Había hecho magia! ¿A caso no comprendía el peligro al que se enfrentaba? ¿A caso no entendía que su madre estaría destrozada si lo ejecutaban acusado de brujería? Pero recordó las palabras que él le había dicho: "Puedo mover objetos desde antes que aprendiese a hablar. Si no puedo hacer magia, ¿Qué me queda? Soy un don nadie y siempre lo seré. Si no puedo usar magia, quizás sea mejor morir."

—¿Está herido?—preguntó ella.

—Lo revisaré y curaré si es así—le aseguró.

—Gracias, Gaius. Cuídalo mucho, es más valioso de lo que puedes imaginar—comentó antes de marcharse, dejando al anciano sorprendido por aquel misterioso comentario.

Tomó su bolsa de remedios y fue a la habitación del chico para descubrirlo tirado en la cama.

—Merlín, siéntate y quítate la camisa.

Hizo lo que le pidió y Gaius vio un feo golpe en su espalda. Había sangrado un poco pero no era una herida profunda. La limpió con cuidado.

—¿Sabes por qué nací así?—preguntó Merlín con apenas un susurro.

—No.

—No soy un monstruo, ¿o sí?

Gaius miró fijamente a su nuevo protegido.

—No se te ocurra pensar una cosa así—le dijo serio y con firmeza.

—¿Entonces, por qué soy así? Por favor, necesito saber el por qué—imploró.

Gaius suspiró. Había prometido guardar el secreto y, por más que deseaba decírselo, no podía. Lo hacía por su bien.

—Quizás haya alguien con más conocimientos que yo.

—Si tú no puedes decírmelo, nadie puede—dijo Merlín con resignación.

Gaius lo contempló fijamente, viendo la tristeza y la confusión en su rostro. Le gustaría decirle pero no podía. Se giró y cargó en un vaso una medida de una poción.

—Toma esto—le dijo—Te ayudará con el dolor.

Merlín tomó el recipiente y se lo bebió de un solo trago. Gaius se puso de pie, dispuesto a marcharse.

—¿Gaius?—lo llamó antes de que se fuera.

—¿Si?

Merlín dudó unos instantes antes de volver hablar.

—Lady Hermione…—comenzó sin saber cómo expresar sus pensamientos.

—¡Ah, sí! Supuse que en algún momento me lo preguntarías. Todo el mundo tiene curiosidad por ella y no es una sorpresa dado su situación.

—¿A qué te refieres?—preguntó con curiosidad.

Gaius se dedicó a relatarle la historia abreviada del secuestro y de cómo había sido recuperada. Le dijo lo que todo el mundo sabía, lo que todos podían oír, nada más.

—Entonces… ¿Ella lleva aquí sólo unos cuantos meses?—preguntó sorprendido.

—Así es.

—¿Es por eso que es tan diferente a su hermano?

—Puede ser—indicó—Fueron criados de modo diferente. Arturo tuvo todo lo que quiso, todas las oportunidades se le presentaron. En cambio, Hermione no supo que pertenecía a la realeza sino hasta que la encontraron…

—¿Y cómo llegó al bosque?

—No lo sé. Ella no lo recuerda.

—¿Y no parece un poco sospechoso?

—Estaba gravemente enferma cuando la encontraron. Hecha piel y huesos y muriendo de frío—le explicó—Es normal que en esas situaciones la mente se pierda y olvide algunos hechos.

Merlín asintió, dándole la razón. Pero aún así, no podía dejar de pensar que había algo que no encajaba en aquella historia.

—¿Qué opinas de este?—Morgana le mostró un vestido de color bermellón a Hermione—Es bonito, ¿No?

—Te verás muy bien. Estoy segura que les darás una noche inolvidable.

Morgana le sonrió con amabilidad.

—Eso espero—comentó—Aún no entiendo por qué se supone que debo ir con Arturo. Al menos hubiera tenido la decencia de invitarme…

—No sabía que querías eso—dijo Hermione con una mirada significativa.

La chica de cabello oscuro hizo una mueca de asco.

—No me malentiendas, Hermione, es sólo una cuestión de cortesía—le dijo—A Arturo no quiero ni tocarlo con la punta de una lanza.

—No lo pienses de ese modo—intentó consolarla—Yo también estaré allí al igual que otra decena de personas. Si no quieres ir con él, no lo hagas…

—Es fácil decirlo, pero después tendré que soportar a Uther. Si fuera por mí, ni siquiera aparecería.

—Comparto el sentimiento.

Morgana la miró y le sonrió. Su expresión estaba llena de alivio al saber que alguien la entendía. Hermione jamás se imaginaría cuán agradecida estaba de tenerla en el castillo. En ese tiempo se había vuelto una buena amiga y compañera.

—Iré a buscar a Gwen para que te ayude a prepararte—le dijo.

Ella salió de allí para hacer lo que había dicho sumida en sus pensamientos. Morgana era, sin duda alguna, una contradicción a todo lo que había oído alguna vez de ella. Le gustaría pensar que eso duraría, que sería siempre así, pero lo dudaba. El destino decía que ella se convertiría en una de las grandes enemigas de Arturo. Ahora no le agradaba el príncipe, obviamente, pero no se podía decir que lo odiaba y deseaba verlo muerto.

—¡Oh, Gwen!—exclamó al ver a la doncella—¿Estás ocupada? A Morgana le gustaría comenzar a alistarse.

—No, mi Lady. Vamos.

Caminaron de regreso hasta la habitación sólo para encontrarse a un Merlín nervioso que contemplaba a Morgana desnudarse detrás del biombo. Claramente no veía nada pero se veía en un aprieto.

—¿Gwen?—preguntó Morgana al escuchar unos pasos.

—Aquí estoy—dijo la criada antes de mirar inquisitivamente a Merlín.

El muchacho se ruborizó y le obsequió una sonrisa de disculpa. Le dejó un frasco en la mano y le señaló a Morgana antes de salir de allí rápidamente. Hermione distinguió el frasco de la poción que le preparaba Gaius a la protegida del rey todos los días, algo parecido a la pócima para dormir sin sueños que preparaban en el mundo mágico. Se había enterado que la chica sufría terribles pesadillas que la aquejaban y le causaban un terrible dolor de cabeza.

Se había preguntado muchas veces si esto tenía algo que ver con su magia aún no develada.

La fiesta estaba en pleno apogeo. Todos los Sires y Ladys del reino habían asistido para celebrar la captura del único dragón y el fin de esos seres. Hermione saludó a todos los que la saludaban e intentó sonreírles con amabilidad a pesar de que lo único que quería hacer era salir de allí. Morgana estaba en lo correcto. Festejar la muerte de todos los dragones no era algo digno, mucho menos el fin de la magia.

—¿No te diviertes?—preguntó Arturo cuando se acercó.

—Se ha puesto mucho esfuerzo en esto. Todos esperan ansiosos que Lady Helen cante.

—Eso no responde mi pregunta—le dijo él.

—No me gustan mucho las fiestas—confesó—Sé que hemos estado en otras antes pero tampoco han sido de mi agrado. Prefiero quedarme sentada frente al fuego con un buen libro…

Arturo bufó.

—¡Ay, hermanita…! Los primeros meses vivías en la biblioteca estudiando y ahora vas casi todos los días… ¿No crees que lees demasiado?

—¿No crees que lees muy poco?

Él frunció el ceño.

—Estás siendo impertinente—la acusó.

—No más de lo usual—le recordó con una sonrisa amable.

Arturo rió y la rodeó con un brazo afectuosamente. Justo en ese momento, Morgana entró y, como ella esperaba, robó todas las miradas de los hombres y causó envidia en todas las mujeres. Le hubiera gustado decir que ella era la excepción pero no sería verdad. Nunca se había considerado una persona atractiva a pesar de que sabía que tampoco estaba tan mal. Ahora su cabello era largo hasta sus caderas y sus risos, gracias a la ayuda de su sirvienta y de una esencia de rosas que Uther compraba en otro reino para ella, eran manejables y tenían una forma definida. Los vestidos también le sentaban bien porque estilizaban su figura y alargaban su cuello. Pero aún así, no se comparaba con Morgana. Era una mujer sumamente hermosa.

—Dios es misericordioso—murmuró Arturo.

Hermione apretó los labios, algo celosa. No es que estaba interesada en él, nada más lejos de la realidad. Pero nunca nadie había dicho algo así de ella, nunca nadie se la había quedado observado por largo rato tan anonado. Incluso notó que Merlín se quedaba viéndola embobado y que Gaius tuvo que reprenderlo.

—Hermione… Arturo—saludó Morgana cuando llegó a su lado.

—Te ves preciosa—le dijo Hermione sin maldad alguna.

Las trompetas no se hicieron esperar, anunciando que el rey haría su entrada. Arturo le ofreció un brazo a ella y el otro a Morgana y ambas aceptaron aunque la joven de cabello oscuro con más orgullo del que debería. Se acomodaron en sus asientos correspondientes.

Uther sonreía a medida que caminaba por el pasillo que se había dejado en el medio y cuando estuvo frente a su puesto comenzó a hablar.

—Hemos disfrutado de veinte años de paz y de prosperidad—dijo—que han traído a mi reino y a mi muchas alegrías, especialmente, el retorno de mi querida hija, Hermione—se volteó hacia ella y le dedicó una sonrisa llena de felicidad—Por eso, quiero compartir con todos ustedes la voz de una de las mujeres más hermosas del reino. Con mucho honor, presento a Lady Helen de Mora.

Todos aplaudieron entusiasmados y esperaron ansioso para oírla cantar.

Ella estaba de pie en sobre una pequeña tarima y miraba a todos con una sonrisa en el rostro. Hizo una leve inclinación y comenzó a cantar.

Sin duda era una de las voces más hermosas que alguna vez había escuchado Hermione. Era dulce y tenía una melodía calmada que la hacía sentir en las nubes. Suspiró sin poder evitarlo, llenando sus pulmones por completo de aire para luego soltarlo con lentitud y relajarse así en la silla. Todos le prestaban absoluta atención a ella y la escuchaban embelesados. Lanzó una mirada a su derecha y vio que Uther y Arturo también se dejaban arrullar por ese canto.

Comenzó a sentirse tan cansada. Sus párpados pesaban y lo único que deseaba era cerrar los ojos y dormir. Dejó que su cabeza cayera contra el respaldar de la silla y volvió a suspirar. Todos los músculos de su cuerpo estaban relajados. Tal vez descansar unos momentos no fuera tan mala idea después de todo, pensó su mente adormilada.

Merlín fue el único que pudo darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Miró horrorizado como todos lentamente caían dormidos y supo que eso no debía ser otra cosa más que algún tipo de hechizo. Rápidamente se cubrió los oídos y quiso avisarles a los demás pero incluso Hermione ya dormía sobre su silla.

Las luces de las velas comenzaron a apagar lentamente. Se cubrió los oídos con más fuerza para no oír aquella canción. Pero sus tonos iban en aumento y su mirada fija sólo se posaba en Arturo y en Hermione.

¿Qué pretendía?, se preguntó temeroso de conocer la respuesta.

Lady Helen anduvo por el pasillo sin detener su canto y cuando estaba a mitad de camino sacó del interior de su manga un par de dagas. Los ojos de Merlín se abrieron horrorizados, entendiendo lo que quería hacer. Miró a su alrededor con desesperación en busca de algo que pudiera utilizar para evitarlo hasta que notó vio que justo encima de ella se encontraba un inmenso candelabro.

Hizo lo primero que se le vino a la mente. Utilizó magia nuevamente a pesar de las recomendaciones de Gaius y dejó caer aquel pesado artefacto sobre ella antes de que pudiera lanzar las dagas contra los príncipes herederos. Su canto se detuvo de inmediato, las velas volvieron a encenderse y todos comenzaron a despertar.

Uther se puso rápidamente de pie y observó que la que una vez fue Lady Helen ahora era una mujer anciana y había dos dagas en el suelo, una más alejada que la otra de su mano.

Hermione jadeó al reconocerla. ¡Era la bruja que había amenazado a Uther por haber ejecutado a su hijo! El candelabro le había caído encima pero no estaba muerta ni inconsciente. Levantó su pecho, que era la parte de su cuerpo que no estaba aprisionado y miró fijamente a Arturo. Todos pudieron ver lo que sucedería aunque ninguno logró llegar a ella antes de que lanzara la daga más cercana.

El cuchillo voló por los aires directamente al pecho de Arturo. Hermione contempló horrorizada sin poder reaccionar cómo todo sucedía, casi en cámara lenta. Su corazón lloró de terror ante la idea de perder para siempre a su hermano.

Pero el destino parecía no querer que fuera así porque antes de que el filo diera en él, Merlín corrió y lo empujó hacia el suelo, logrando que la daga se clavara en el respaldar de madera de la silla. Todos fueron testigos de que, tras esta última acción infructuosa, la anciana agotaba sus fuerzas y perdía la vida.

Uther rápidamente se puso de pie y ayudó a Arturo. Merlín lo hizo al sentir que el Rey lo observaba asombrado.

—Salvaste la vida de mi hijo—le dijo—Y es una deuda que ha de pagarse.

—Oh… bueno—murmuró algo cohibido.

—Serás recomenzado.

—No tiene que hacerlo.

—No, claro que sí. Esto merece algo muy especial. Tendrás un puesto en la casa real… ¡Serás el criado del príncipe Arturo!—exclamó con orgullo.

—¡¿Padre?!—protestó Arturo.

Hermione no supo si reír por la expresión de consternación de ambos o sentirse ofendida por aquella extraña recompensa. El rey parecía haber sido el único de todo Camelot que no se había enterado que ese par era como perro y gato. Todos empezaron a aplaudir por la decisión del rey y Hermione se preguntó si sólo lo hacían por cordialidad o realmente creían que aquello era algo bueno. Pero ya lo diría el tiempo.

Se acercó a Arturo y sin pensarlo dos veces lo abrazó.

—Me alegra tanto que estés bien—dijo emocionada.

Él la rodeó con sus brazos suavemente.

—Nadie acabará conmigo tan fácilmente—indicó medio en broma.

Cuando se soltaron, giró hacia Merlín que aún no podía creer su suerte. O su desgracia.

—Muchas gracias, Merlín—le dijo y le dio un pequeño beso en su mejilla, logrando que el muchacho se pusiera todo colorado y que su hermano protestara horrorizado por su acción.


Si hay algo que no entienden sobre la historia o si uso palabras que desconocen o utilizo el nombre de objetos que no saben qué son, me avisan, intentaré explicarme mejor.