Ninguno de los personajes me pertenecen.


SALVAR A MERLÍN

—¿Qué sentido tiene tener gente que pruebe todas las comidas por ti si de todos modos van a hacer que te maten?—preguntó molesto Uther a su hijo.

—No voy a fallar, padre, aunque no lo creas—le aseguró.

—Arturo, eres mi hijo. El heredero de este reino.

—¿Qué hay de Hermione?

—Naciste primero. Si algo te sucediera ella sería la heredera pero eso no pasará. ¿Crees que te permitiré arriesgar tu vida por la de un simple sirviente?—inquirió.

—¿Por qué su vida no vale nada?—preguntó enfadado con el hombre que lo había criado.

—No, porque vale menos que la tuya—le informó sin ponerse a pensarlo.

—¡Pero puedo salvarlo! Déjame que lleve algunos hombres. Encontraremos el antídoto y lo traeremos—vio que Uther negaba con la cabeza—¡¿Por qué no?!

—¡Porque un día moriré y Camelot necesita un rey! No dejaré que arruines el futuro del reino por un caso perdido.

—Tú mismo lo dijiste. Si me sucediese algo, aquí estaría Hermione…

—¡Ella jamás será reina!—dijo con rotundidad—No ha sido preparada para reinar como tú. Con mucha suerte podré desposarla con algún príncipe heredero o algún duque…

—¿No la crees capaz?

—No—dijo con sinceridad—Amo a mi hija pero ella jamás se sentará en el trono de Camelot.

Arturo no podía creer lo que escuchaba. Miró a su padre como si no lo reconociera. El rey no mudó su expresión de seriedad. Pero ese no era el momento adecuado para hablar sobre su hermana.

—Por favor, padre—dijo con más calma, intentando hacerlo entrar en razón—Él salvó mi vida. No puedo quedarme y mirar como muere.

—Entonces no mires—le espetó—Este no será el último chico que morirá por ti. Vas a ser rey. Es algo a lo que tendrás que acostumbrarte.

—No puedo aceptarlo.

—¡No irás!—le gritó.

—No puedes detenerme—dijo desafiante.

—¡Oh, ya es suficiente!—le volvió a gritar con furia—No saldrás del castillo esta noche. ¡Te lo prohíbo como tu rey! Si lo haces, quebrarás las leyes de Camelot y te deberás abstener a las consecuencias.

Hermione ingresó al cuarto de Arturo y lo vio frente a la chimenea, contemplando el fuego con una expresión abatida.

—No te dejó ir, ¿Verdad?—le preguntó adivinando a dónde había salido corriendo tan rápidamente.

Arturo suspiró y se volteó hacia ella.

—Lo siento. Debería de haber ido a buscarte para quedarme contigo. O al menos preguntarte cómo te encontrabas… y debería de haber hecho lo mismo con Morgana. Ella estará…

—Morgana está bien—le informó ella caminando hasta pararse a su lado—Le dio libertad a Gwen para que se quede con Merlín el tiempo necesario.

—¿Y tú? ¿Cómo te encuentras?

—Bien—mintió.

Arturo le lanzó una mirada que le decía que claramente no le creía.

—Preocupada—confesó—¿Qué te dijo Uther?

Él prefería no contarle lo que había dicho de ella así que eligió cuidadosamente sus palabras.

—Me reprendió. Dijo que es un caso perdido por el cual no vale la pena vivir. Incluso llegó a amenazarme, advirtiéndome de cuáles iban a ser las consecuencias.

Ella asintió con seriedad.

—A veces lo mejor es hacer lo que uno cree justo—dijo—y al diablo con las consecuencias.

Arturo la miró sorprendido por el uso de ese lenguaje de taberna. Aunque sabía que tenía razón.

—Crees que debo ir—le dijo.

—No importa lo que yo crea—le aseguró antes de salir.

No le importaba lo que decidiera hacer Arturo, ella le salvaría la vida a Merlín así muriera en el intento. Durante la guerra había visto demasiadas muertes y había vivido con constante miedo ya que no sabía nunca si ese día podría haber sido el último de su vida. No quería que eso volviese a ocurrir.

Cuando la noche cayó, horas después de terminada la cena y después de mandar a Ingrid a su hogar, tomó una capa y salió de su habitación. Sabía que Uther estaría furioso cuando se diese cuenta que no estaba allí y que seguramente recibiría algo más que una reprimenda, pero estaba dispuesta a aceptar las consecuencias.

Con pasos decididos, logró salir del castillo sin que nadie se diese cuenta de su presencia. Varios guardias cruzaron cerca de ella pero ninguno la vio. Se dirigió a la caballeriza para conseguir un caballo que la llevara hasta las cuevas que había mencionado Gaius. Se acercó al que siempre usaba y le palmeó suavemente el cuello para ayudar a que la reconociera. Buscó con la mirada la silla y se apresuró a colocar la montura tal como le habían enseñado. Ese era el trabajo de los sirvientes pero ella había insistido en aprender a hacerlo por su cuenta.

Sin embargo, cuando estaba por ajustar la correa que iba debajo de la panza del animal, oyó unos pasos acercándose. Asustada, corrió a un rincón y se ocultó en las sombras.

—Sal—dijo Arturo casi con cansancio—Sé que estás aquí. Te vi corriendo desde la ventana de mi habitación.

Hermione dio un paso hacia adelante y lo contempló con decisión.

—No dejaré que Merlín muera.

—Yo tampoco.

—¿Irás?

—Como dijiste—sonrió de lado—Al diablo con las consecuencias.

Hermione no tardó en estar a su lado ni un segundo y le dio un gran abrazo que él devolvió gustoso.

—Pero tú te quedas—le dijo cuando se separaron.

—¡Por un demonio, Arturo, no pienso quedarme aquí!

—¿Tienes que usar ese lenguaje? Eres una princesa.

—Pues seré una princesa mal hablada, me importa un comino—le respondió rápidamente—Si te atreves a dejarme aquí, no pasará ni media hora antes de que esté subida a mi caballo, cabalgando detrás de ti.

—¿A caso no escuchaste a Gaius? Es peligroso.

—¿Temes lastimarte?

—¡Claro que no!

—Pues yo tampoco. Problema resuelto—terminó de ajustar la correa—Ahora andando…

—¡Hermione, no!

—Arturo, sí. Podemos pasar toda la noche discutiendo sobre mi capacidad de montar, sobre el uso de la espada o mis técnicas de defensa pero iré de todos modos. No hay nada que puedas hacer para que yo me quede aquí.

El príncipe maldijo en voz baja, olvidándose de que debía dar el ejemplo a su hermana.

Cinco minutos después ambos salían galopando a través de los muros de Camelot. Un par de guardias los vieron y le ordenaron a gritos que se detuvieran pero no le hicieron caso. Su padre no tardaría en enterarse que lo habían desobedecido.

Gwen seguía al lado de Merlín a la mañana siguiente.

—Tiene mucha fiebre—dijo a Gaius—Y está hablando… ¿Qué lengua es esa?

El anciano rápidamente descubrió de qué se trataba pero simuló desentendimiento.

—Ninguna—le respondió—Es por la fiebre. No es él quién habla.

Tomó su muñeca y buscó.

—Su pulso es débil… ¿Qué…?—apartó la tela del brazo y vio una marca oscura.

—¿Qué es eso?—quiso saber Gwen.

—Nada bueno—dijo con temor—El sarpullido no debe aparecer sino hasta las últimas etapas.

Gwen abrió los ojos enormemente.

—¿Qué significa eso?—inquirió con voz estrangulada.

El médico corrió hacia su libro y leyó.

—Aquí dice que luego de que aparece el sarpullido la muerte llega en dos días.

—¿Dos? Pero dijiste que tendría cuatro.

—Algo incrementó la potencia de la flor—volvió a leer, orando internamente para que la cura pudiera llegar rápidamente—"El efecto de la flor será más rápido si se usa un encantamiento durante su preparación".

—¿Encantamiento? Bayard no es ningún hechicero. Pero entonces… ¿Quién hizo esto?

Gaius se quedó mirando la nada durante unos instantes hasta que finalmente su boca se abrió en una expresión horrorizada.

—¡No puede ser!—exclamó mientras negaba la cabeza intentando convencerse a sí mismo—Ella no se atrevería a venir aquí. A menos…

—¿Qué?—preguntó la doncella sin entender lo que cruzaba por la mente del anciano.

—¿Qué ocurrió con aquella chica?

—¿Qué chica?

—Antes de que Merlín interrumpiera en la celebración, una sirvienta de Bayard lo llevó afuera…

Gwen la recordaba.

—Tenía el cabello oscuro y era muy bonita.

—¡Encuéntrala, rápido!

Gwen no preguntó y se apresuró a salir corriendo hacia los calabozos donde mantenían encerrados a todos los del reino de Mercia. Contempló dentro de cada una de las celdas, buscándola, pero no la encontró por ningún lado.

—Déjame adivinar, no estaba allí—le dijo Gaius apenas la vio entrar nuevamente.

—Nadie la ha visto desde el banquete—le informó—¿Quién es ella?

—No es quien dice ser—respondió en forma misteriosa.

—Pero lo sabes—insistió.

—Claro. Aunque no su nombre. No el verdadero, al menos. Es una poderosa hechicera.

—Debemos contárselo a Uther—dijo rápidamente Gwen—Puede enviar jinetes detrás de ella para capturarla.

—Hace tiempo que se habrá ido. Además, es imposible saber a dónde.

Después de todo, Uther había pasado casi veinte años buscándola para poder recuperar a su hija sin obtener resultados.

—¡Oh, no!—exclamó de pronto, dándose cuenta de algo—Ella sabe que el único lugar donde se puede hallar el antídoto es en el bosque de Balor. Arturo y Hermione pueden estar yendo directo a una trampa.

—¡Ordené a Arturo que no fuera! ¿Y arrastró a su hermana consigo?

Uther caminaba por la habitación como un león enjaulado bajo la vigilante mirada de su protegida.

—Dudo, excelencia, que Hermione haya sido arrastrada—le respondió Morgana con frialdad.

—¡Ni una palabra más!—le gritó furioso apuntándola con el dedo.

—Mis labios están sellados—murmuró con sarcasmo.

—Pues deberías cerrarlos bajo llave…

—¡No puedes encadenar a tus hijos cada vez que están en desacuerdo contigo!—le informó.

—Sólo mira y comprenderás que sí puedo—le respondió—¡Nadie me desobedecerá! Menos mis propios hijos.

Se dio vuelta para salir de allí.

—No, claro que no—comentó Morgana con claro desprecio por lo bajo.

Pero Uther alcanzó a oírla. Giró lentamente sobre sus pies y se acercó a ella. Se inclinó sobre su delgado cuerpo amenazadoramente.

—Lo sabías, ¿Verdad?—la chica no lo miraba—Morgana, no me mientas.

Ella no pensaba decirle que incluso había ayudado a Hermione a conseguir un mapa para que la ayudase a llegar al lugar correcto.

—Arturo es mayorcito para tomar sus propias decisiones, y Hermione también.

—¡Sólo sólo unos niños!

—¿A caso te has fijado en ellos últimamente?—le preguntó pero cuando se dio cuenta que volvía alzar la voz intentó calmarse—Tienes que dejarles tomar sus propias decisiones.

—¿Aunque eso signifique encontrar su propia muerte?—le espetó.

Hermione se sentía agotada. Llevaban toda la noche y todo el día cabalgando sin detenerse. Sus piernas estaban adoloridas y su trasero ya entumecido. Pero no iba a quejarse ni demostrar debilidad. Sabía que Arturo no lo pensaría dos veces y se detendrían a descansar si ella se lo pedía pero no iba a permitir que perdiesen un tiempo valioso.

Casi dos horas después, su hermano disminuyó la velocidad cuando se toparon con un bosque.

—Balor—le informó mientras desmontaba.

Hermione apoyó el peso de su cuerpo sobre uno de sus pies mientras que elevaba el otro por encima del cuerpo del caballo. Era una suerte tener ropa para montar porque sería realmente incómodo andar con vestidos largos. Sus piernas se estremecieron cuando tocaron el suelo y casi le hicieron perder el equilibrio pero ella logró sostenerse justo a tiempo.

El bosque era un lugar tétrico. Había niebla casi al ras del suelo y no se podía ver más allá de unos metros porque la densidad de las copas de los árboles no impedía que entrase demasiada luz. Lo peor de todo era el ensordecedor silencio que los rodeaba. Anduvieron a pie, arrastrando a los animales por las riendas detrás de ellos.

—¿Qué es eso?—preguntó de repente Arturo.—¿Lo oyes?

Hermione tardó unos segundos en darse cuenta de que aquello parecía ser el llanto de una mujer.

—Por aquí—le indicó su hermano.

Corrieron hacia un claro del bosque y encontraron a una joven muchacha inclinada sobre sus rodillas, con el vestido rasgado, que lloraba desconsoladamente.

Arturo y ella ataron los caballos con prisa y se le acercaron. Gaius le había advertido sobre los peligros de aquel lugar. Quizás necesitaba ayuda.

—¿Estás bien?—le preguntó el príncipe, inclinándose a su lado.

Hermione notó que tenía un feo golpe en su brazo derecho y se apresuró a ver que no se hubiese lastimado la piel y tuviera una herida infectada. La chica alzó la mirada hacia ella y se alejó de su toque.

—No te lastimaré. Sólo quiero ayudarte—le dijo con calma.

Pero la joven sólo siguió contemplándola con desconfianza. Había algo en ella que le resultaba terriblemente familiar aunque no podía asegurar de qué se trataba. Algo en sus ojos. Tenía la sensación de haberla visto antes. Iba a preguntárselo pero cuando abrió la boca un gruñido gutural sonó frente a ellos y la muchacha gritó aterrada, contemplando más allá. Jamás en su vida había visto algo así.

Arturo se puso de pie y se adelantó.

—Quédense atrás—les ordenó.

—¡Ten cuidado!—le pidió Hermione con el corazón latiéndole velozmente.

Él sacó su espada y la aferró con fuerza en sus manos. La blandió amenazadoramente en el aire antes de volver a acercarse. La bestia abrió la boca y gruñó, sin temor. Intentó golpearlo varias veces sin conseguirlo hasta que se paró sobre sus patas traseras y se impulsó hacia Arturo. Pero el príncipe fue veloz y se movió de allí, rodando sobre el suelo para terminar de rodillas pero con la espada en alto. La alzó sobre su cabeza y cuando descubrió el momento adecuando, la lanzó con todas sus fuerzas contra el monstruo, logrando que el filo diera en el pecho del animal y terminara aniquilándolo.

Había visto muchas veces luchar a Arturo pero nunca se acostumbraría a ello. El peligro era algo constantemente presente, al igual que el temor de perderla. No le había costado mucho querer a aquel chico que la creía su hermana.

Arturo se puso de pie y se sacudió las hojas secas que se habían pegado a su armadura. La chica que había encontrado llorando se puso de pie inmediatamente, llena de temor, y retrocedió cuando el príncipe se le acercó.

—Está bien—le dijo—No voy a hacerte daño—señaló la herida de su brazo—¿Quién te hizo eso?

—Mi maestro—musitó con timidez—Me escapé pero luego me perdí… ¡Por favor, no me dejen aquí!

—No vamos a dejarte—le aseguró Hermione pero la muchacha se apartó de su lado y miró a Arturo, colocando en su expresión una mirada de puro temor.

—¿Me puedes llevar lejos de aquí?

—Aún no—respondió el príncipe—Hay algo que debo hacer primero.

No se habían dado cuenta hasta ese instante pero la entrada a la cueva estaba a solo unos metros de ellos.

—¿Por qué van a la cueva?—preguntó con timidez la chica.

—Hay algo que necesitamos. Y sólo podemos encontrarlo allí.

Arturo buscó su espada.

—¿Qué es? Conozco muy bien esas cuevas. Quizás pueda ayudarlos.

—Es una flor muy rara—explicó ella, sintiéndose cada vez más incómoda con aquella joven mujer que parecía querer evadirla a toda costa.

—¿La flor de morteaus? Sé donde hay. Puedo guiarlos.

Hermione se tensó. No le gustó saber que ella conocía aquella planta. Quizás fuera alguna simple casualidad… o quizás no. Quería decirle a Arturo que no podían confiar en ella pero lo conocía y sabía que no permitiría que alguien insultase a una mujer indefensa, como parecía serlo aquella extraña. Pero había algo raro en todo eso: Justo una chica que aseguraba saber dónde se halaba la la flor se había topado con ellos frente a la cuevas que decía conocer muy bien, pero que aún así se había perdido.

—Te lo agradecerías—dijo Arturo antes de que ella pudiera protestar.

En menos de lo que esperaban, se encontraron dentro de la fría caverna. Habían encendido un par de antorchas y con ellas se ayudaban para ver el camino. Lejos de la luz, la oscuridad era abrumadora. Hermione miraba fijamente a esa mujer. No confiaba en ella. Sabía que la había visto en algún sitio antes pero no podía reconocer dónde.

—¿Crees que es prudente dejar que nos guíe?—le susurró a Arturo.

Su hermano la contempló fijamente, permitiéndose quedar un poco atrás para que la mujer no los escuchara.

—No tenemos muchas opciones. ¿Ya viste lo que es esto? Parece un laberinto. Podríamos estar todo el día y toda la noche buscando sin encontrar.

Sabía que tenía razón pero no le gustaba. La dama en cuestión volvió el rostro hacia atrás y ellos se apresuraron a seguirla.

A medida de que se iban adentrando en aquellos túneles la temperatura iba descendiendo. Hermione se estremeció en varias ocasiones hasta que Arturo se dio cuenta y le ofreció gentilmente su capa. Ella lo miró agradecida.

El final del túnel llegó finalmente, terminando en un enorme precipicio que parecía agrandarse si se miraba hacia abajo. Hermione, que jamás había sido amante de las altura, cerró los ojos con fuerza por unos instantes intentando controlar los latidos de su corazón. De la misma roca se desprendía un pequeño trecho que se asemejaba a un puente, uno poco confiable, permitía llegar hasta el otro lado donde, en la pared, crecía la flor que necesitaban.

Arturo observó atentamente e intentó dar un paso tentativo. La piedra bajo sus pies dio un crujido pero no se movió.

—Aléjense del borde—les ordenó a ambas.

—Arturo…

—No te preocupes, Hermione, pronto estaremos lejos de aquí.

Comenzó a acercarse nuevamente, cada vez más al medio de aquel abismo cuyo fondo no se vislumbraba. Cuando la piedra comenzó a desprenderse bajo los pies del príncipe, Hermione ahogó un grito, horrorizada. Sus ojos se fijaron sólo en aquel hombre al que había aprendido a querer como un hermano, temiendo por su vida, por perderlo. No sólo era el príncipe, el heredero al trono, era Arturo. Su Arturo, al que defendería con su vida si era necesario.

Se acercó hacia él con lentitud, preparada para aferrar su mano con fuerza y tirarlo hacia el interior si era necesario.

—¿Qué haces?—le preguntó la muchacha con los ojos abiertos enormemente, asustada—¡Es peligroso!

Arturo giró el rostro para verla.

—Hermione…

Pero antes de que pudiera añadir más la misteriosa joven que los había guiado hasta allí comenzó a recitar un hechizo que Hermione desconocía pero en ese momento terminó por comprenderlo. Fue algo en su expresión que le hizo volver a rememorar a la sirvienta por la cual Merlín se había quedado prendado. ¡Era la misma! Había algo diferente en su rostro, definitivamente, pero se trataba de la misma persona. ¿Cómo no lo había visto antes?

—¡Maldita bruja!—gritó enfadada.

Arturo se sorprendió.

—¿Qué estás haciendo?

Pero Nimueh no se detuvo. Siguió pronunciando aquel hechizo que lograría que finalmente la roca se terminara de desprender de debajo de sus pies. Hermione sintió que caía pero Arturo fue veloz y la tomó del brazo con fuerza antes de saltar hacia la pared del frente y aferrarse con su mano libre al borde.

Hermione no pudo evitar gritar, aterrada. Arturo apretó los labios e intentó hacerse con todas las fuerzas que tenía para no soltarla ni soltarse. Cualquier flaqueza de su parte terminaría con ambos muertos.

—Debo confesar que esperaba mucho más—dijo la hechicera con desdén.

—¡¿Quién eres?!—gritó Arturo resoplando, sintiendo que el peso de Hermione tiraba de su brazo hasta causarle dolor.

—Creo que Hermione ya lo ha descubierto, ¿no es así?—preguntó con molestia, mirándola fijamente—No se suponía que debería ser así. Deberías de vivir. No tenía nada en contra de ti. Pero te metiste en mi camino.

Se oyó una especie de siseo escalofriante y, de pronto, muy cerca de ellos, vieron aparecer una enorme araña de patas delgadas y largas.

—Parece que tenemos visitas—comentó la bruja con diversión.

—¡Hermione, toma mi espada!—le ordenó.

Intentando no dejarse llevar por el miedo de estar colgando a quién sabe cuántos miles de pies de altura, hizo lo que su hermano le pedía. Sabía que la intención de aquello era intentar acabar con el ser horripilante pero ella se encontraba muy lejos. Vio un saliente de la roca bajo ella e intentó apoyar sus pies.

—¡Quédate quieta, Hermione, o no podré sostenernos a ambos!

Pero no le hizo caso. Logró apoyar uno de sus pies precariamente e impulsarse hacia arriba justo antes de soltar la mano de Arturo.

—¡NO!—gritó su hermano pensando que ella caería.

Sin embargo, había logrado aferrarse del mismo modo que él y sostener por su cuenta su propio peso, aunque a duras penas. Le pasó la espada y dejó que se hiciera cargo. Cuando la criatura intentó atacarlos, alzó la espada hacia adelante y la partió en dos. Hermione se pegó a la roca cuando la araña cayó hacia el vacío, justo al lado de ella. Estaba completamente segura de que Ron agradecería enormemente no tener que estar jamás en una situación similar.

—¡Muy bien!—los felicitó Nimueh—Pero no será la única. Dejaré que sus amigas acaben con ustedes dos. ¡No es mi destino que mueran en mis manos!

Dio media vuelta y se alejó, llevándose la luz consigo. La oscuridad pronto invadió el lugar por completo.

Merlín gimió inconsciente y Gaius se dio cuenta que el veneno había comenzado a actuar con más prisa.

—Arturo… Demasiado oscuro…

Llevaba hablando de aquel modo hacía unos cuantos minutos. Para que Gwen no sospechara absolutamente nada la había mandado a hacer unos recados que había catalogado como urgente. Y de hecho, había sido una suerte porque las palabras siguientes de Merlín fueron un hechizo que pudo reconocer. Pronto, la habitación se llenó de una luz blanquecina que había creado sobre una de sus manos.

—¡Merlín!—le habló en un intento de que lo escuchase—¿Qué estás haciendo?

Obviamente no obtuvo respuesta.

Arturo seguía luchando por intentar trepar por la roca. Había lanzado su espada hacia una pequeña superficie, facilitándole el agarre, pero aún así sus manos y brazos comenzaban a adormecerse del esfuerzo. Miró a su hermana y notó que apenas se movía.

—¿Hermione?—la llamó—¿Estás bien?

—Eg… Creo que… este es un buen momento para decirte que tengo miedo a las alturas—tartamudeó la chica—Estoy paralizada.

—¡Genial!—dijo con profundo sarcasmo.

Ella iba a protestar pero de repente una esfera de luz blanca comenzó a ascender desde el fondo hacia donde se encontraban ellos. Arturo contempló aquello con profundo odio.

—¡Adelante! ¿Qué estás esperando?—gritó furioso—¡Acaba conmigo!

Aquella no era magia maligna. Después de la guerra, a Hermione le resultaba fácil reconocerla.

—Arturo, no nos hará daño—aseguró sin dejar de verla.

Por más que sus ojos se posaban en aquella luminosidad con fijeza no se sentía encandilada. De hecho, sus músculos adoloridos parecían recobrar fuerzas y ya no temblaban por el esfuerzo que representaba estar colgada sosteniendo su propio peso.

—¿Cómo lo sabes?—cuestionó.

—¿No lo sientes?

Arturo no dijo nada pero luego de unos momentos logró mover sus pies de manera horizontal contra la pared y lograr el impulso necesario para conseguir apoyar sus brazos sobre el delgado borde que, a pesar de que tenía menos de medio metro de profundidad, le sirvió para poder tirarse encima y, finalmente, ponerse a salvo. Inmediatamente se puso de pie y fue a ayudar a su hermana. Tomó sus brazos y, con la fuerza renovada misteriosamente, pudo impulsarla hacia arriba hasta mantenerla aferrada a él. Hermione envolvió sus brazos alrededor del cuerpo del chico y suspiró con una mezcla de alivio y terror. Se tomaron un minuto para recuperarse.

Hermione alzó la vista, aún aferrada a él, y vio las flores. Sin mirar hacia abajo, se desprendió y caminó lentamente hacia ellas.

—¡Deja, lo haré yo!—exclamó Arturo pero él se encontraba más lejos.

La luz comenzó a ascender por encima de sus cabezas, indicándoles el camino de salida, pero Hermione no pensaba marcharse sin antes tomar una de esas flores. No iba a dejar pasar esa oportunidad después de todo lo que habían tenido que padecer. Estiró sus brazos todo lo que pudo, pero aún así no las alcanzó. Tuvo que escalar unos centímetros de la roca para poder llegar a ella, justo a tiempo antes de que una de esas arañas gigantes hiciera su presencia, acompañada de sus amigas. Sacó la mano rápidamente y Arturo la empujó hacia abajo.

—Rápido, salgamos—le ordenó.

La luz los condujo hasta la salida y, una vez allí, se desvaneció en el aire.

Arturo y Hermione galoparon a toda velocidad, de regreso a Camelot. La vida de Merlín dependía de la flor que ellos llevaban consigo. Cuando atravesaron las murallas un grupo numeroso de guardias salió a recibirlos, impidiéndole el paso. Ambos intercambiaron una mirada llena de confusión.

—¿Qué están haciendo?—les preguntó indignado el príncipe—¡Déjenme pasar!

—Lo siento, señor. Ambos están bajo arresto—le dijo uno de ellos con seriedad—Por orden del rey.

—¡Me desobedecieron!—gritó Uther con furia.

Ambos estaban en celdas contiguas pero el rey había decidido ir a la de ella. Se había colocado justo enfrente de la puerta, impidiéndole el paso.

—Por supuesto que sí. La vida de un hombre estaba en juego—dijo Hermione con rotundidad—No dejaré morir a Merlín.

—¿Por qué te importa tanto la vida de ese sirviente?

Si tan sólo él supiera, pensó. Pero no podía explicarle que se convertiría en uno de los magos más poderosos de todos los tiempos.

—¡Él sabía que se estaba poniendo en peligro, pero aún así lo hizo! Sabía lo que pasaría si bebía de ese cáliz. ¡Dio su vida por mi!—respondió Arturo por ella—Merece ser salvado. Y hay más…

—¿Qué?

—Había una mujer en el bosque. Sabía de la flor. No creo que fuera Bayard quien intentó envenenarme.

—Por supuesto que fue él—dijo con terquedad el rey.

Arturo buscó dentro del bolsito de cuero que colgaba de su cinturón y sacó la flor.

—Gaius sabe lo que hay que hacer con esto—le dijo mientras se la daba a través de las rejas y él la tomaba—Enciérrame un mes si quiere, pero dásela y deja en libertad a Hermione, ella no tuvo nada que ver en esto. Te lo suplico…

Uther miró a su hijo con seriedad y luego contempló la delicada flor de tonos amarillos. Finalmente, estrujó entre sus manos con fuerza y la arrojó al suelo.

Hermione no tuvo voz para gritar. Miró al hombre que creía ser su padre con el más puro desprecio mientras su corazón se destrozaba.

—Tienen que aprender que hay un modo correcto de hacer las cosas—les dijo Uther—y uno incorrecto.

—¿Y crees que el tuyo es el correcto?—le espetó furiosa—No eres nada más que un cobarde que se oculta detrás de este castillo, queriendo conseguir un poder que jamás te pertenecerá. ¡Me das lástima, Uther Pendragon! Tuviste en tus manos el poder de salvar la vida de uno de los hombres más importantes de este castillo, pero sin embargo sólo demostraste ser un simple ignorante que fue cegado por las ansias de poder y el miedo a…

La bofetada no la esperó nunca. El dolor vino inmediatamente, fuerte y ardiente, sacándole lágrimas de los ojos.

—¡NO, PADRE!—gritó Arturo viendo cómo pegaba a su propia hija con tal fuerza que le volteaba el rostro y le hacía sangrar el labio inferior.

—¡Aquí soy tu padre!—exclamó Uther sin oír a su hijo—Y deberás respetarme. Pero si no quieres hacerlo, recuerda que sigo siendo tu rey. ¡Así que cállate!

—¡NO!

Las llamaradas de las antorchas doblaron su intensidad cuando ella gritó y durante tres largos segundos iluminaron completamente la zona de celdas, caldeando el ambiente. Uther miró asustado a su alrededor y luego a su hija. Sus ojos se habían abierto inmensamente y miraban asustado a la joven. Hermione retrocedió, también espantada de sí misma. Hacía muchos años que no hacía magia accidental y ese no era precisamente el mejor momento.

Sin decir nada, el Rey salió de allí rápidamente.

—¿Qué fue eso?—preguntó Arturo.

—No lo sé—mintió mientras se dejaba caer al suelo y se abrazaba a sus rodillas.

Le dolía el golpe que le había dado Uther pero más le dolía el corazón al saber que la flor había sido destruida y que no podrían salvar a Merlín.

El cuerpo de Merlín estaba cubierto en sudor. Gwen intentó bajarle la temperatura con agua pero no funcionó.

—No le queda mucho tiempo—dijo Gaius—¿Sabes si Arturo y Hermione consiguieron la flor?

—No. Uther prohibió que cualquiera vaya a verlos—miró a Merlín gimiendo de dolor—¿No hay nada más que podamos hacer?

—Sólo la flor lo salvará.

—Entonces me colaré en los calabozos.—dijo con decisión.

—Gwen, eso es muy peligroso.

—No me importa, Merlín morirá si no lo hago.

Gaius tardó un momento en responder, hasta que finalmente asintió.

—Te cuidado.

Los guardias estaban apostados en cada esquina. Gwen intentó aparentar normalidad y disimular su nerviosismo a medida que se acercaba a ellos.

—Comida para los prisioneros—anunció, mostrándoles la bandeja que tenía en sus manos con queso y un poco de pan.

El guardia le hizo una señal para que avanzara. Estaba apurada pero no apresuró sus pasos porque podía resultar sospechoso. Se acercó a las celdas y vio que ambos estaban sentados uno cerca del otro, aunque separados por una reja de barrotes. Hermione tenía su rostro oculto entre sus brazos.

El que la había acompañado le abrió la puerta de la celda de Arturo primero. El príncipe sólo la contempló en silencio mientras ella dejaba el plato a su lado. Se puso de pie y se acercó a contemplar qué había traído. Ella se alejó y comenzó a retirarse. Había esperado tener la oportunidad de decirle algo pero el guardia vigilaba de cerca.

—Espera un momento—la detuvo él—No podría comerme esto. Es asqueroso. Por cómo está no creo que le siente bien a nadie. No le daré de probar eso a mi hermana.

Gwen volvió a tomar la bandeja, notando que Hermione no alzaba la vista en ningún momento. Cuando bajó la mirada a la comida tuvo que ocultar la sonrisa al ver que en medio de los trozos de pan se encontraba la flor. Algo aplastada y marchita pero entera.

La poción había sido un éxito. Por unos momentos el corazón de Merlín se había detenido y Gaius y Gwen habían pensado lo peor pero en medio de los auto reproches el muchacho había abierto los ojos y al verlos abrazados había lanzado uno de sus usuales comentarios burlescos.

—¡Qué vergüenza, Gaius! Tienes la edad para ser su abuelo.

El alivio que en ese instante sintió fue una de las sensaciones más reconfortantes que tuvo la desdicha de vivir. Desdicha porque antes había tenido que padecer con la idea de haberlo perdido para siempre.

Sin embargo, ahora que se encontraba bien, debía hacer lo que correspondía.

—Majestad, ¿Podemos hablar?

Había caminado hacia la sala de reuniones del castillo sabiendo que el Rey se encontraría rodeado de sus consejeros y caballeros.

—Ahora no. Estoy ocupado.

—Por favor, es importante.

—Las noticias del arresto de Bayart han llegado a Mercia. Están a punto de atacarnos—le informó para que entendiera la gravedad de la situación.

—Temo que lo que tengo que contar puede influenciar los planes—le aseguró—Por favor, sólo será un momento.

Suspirando con resignación, hizo una señal para que el anciano lo siguiera lejos de los oídos curiosos de los demás.

—Sé quién trató de envenenar a Arturo—dijo Gaius.

—Yo también—indicó—Está encerrado en las mazmorras.

—No fue Bayard. El veneno era mágico. Reconocería la mano del que lo hizo en cualquier lado—miró a su alrededor para comprobar que nadie escuchaba—Nimueh.

El rey dejó mostrar su nerviosismo.

—Debes estar equivocado.

—Ojalá lo estuviera.

—¡No puede ser! La hubiéramos reconocido. Su rostro de bruja es difícil de olvidar.

—Es una poderosa hechicera—le recordó el anciano—Puede hechizar los ojos del que la mira.

—¿Tienes alguna prueba?

—El veneno que ingirió Merlín se potenció con el uso de magia.

—¿Intentas decir que conspiró con Bayard para matar a Arturo?

—No, Bayard es inocente—le aseguró y señaló la mesa donde los demás consejeros planeaban métodos de defensa y de ataque—Mira lo que ha ocurrido. Esto es lo que ella quería desde el principio. Una guerra traería miseria a Camelot.

Uther asintió rápidamente.

—¿Cuánto falta para que el ejército de Bayard alcance nuestras murallas?—pregunto a uno de sus caballeros.

—Un día, quizás menos—le respondió.

—Deberíamos mandar la caballería a su encuentro…—lo meditó—Ordena a los hombres que no salgan de Camelot hasta que dé la orden.

Todos asintieron y se retiraron rápidamente.

—Has tomado la decisión correcta—le aseguró Gaius, miró a el rey guardar silencio—¿Crees que es necesario informar a Arturo y a Hermione sobre Nimueh?

—Jamás—respondió sin siquiera pensarlo.

La guerra había sido evitada. Al menos, por el momento. Morgana miraba como el Rey de Mercia se marchaba junto a Arturo. Él y Hermione sólo habían permanecido encerrados un día y una noche antes de que Uther les permitiera salir en libertad.

—Ya puedes empezar a alardear—le dijo al príncipe—¿Cómo lo hiciste?

—No lo sé—confesó con seriedad—Hermione ayudó pero había alguien más.

Morgana lo miró extrañada.

—¿Quién?

—No lo sé. Alguien que sabía que estábamos en peligro y envió una luz para mostrarnos el camino. Le debo mi vida.

Ella tomó su brazo y le dio un suave apretón.

—Me alegra que estés de regreso—le confesó con sinceridad antes de marcharse.

Uther, que se encontraba unos metros más allá, se le acercó cuando vio que su protegida se alejaba.

—Arturo…

Todavía estaba enfadado con su padre. Había golpeado a Hermione y eso sería algo que jamás le perdonaría.

—La mujer que encontraste en el bosque…—comenzó a decir el rey—¿Qué te dijo?

—No mucho. Estaba demasiado ocupada intentando matarme—dijo y Uther se relajó notablemente—Aunque era raro.

—¿Por qué lo dices?

—Estaba completamente a su merced. Hermione me advirtió sobre no confiar en ella pero no la escuché… Podría habernos matado, padre, en ese mismo instante. Pero no lo hizo. Dijo que nuestro destino no era morir en sus manos.

—Aquellos que practican la magia sólo conocen el mal. Desprecian y buscan destruir la bondad donde sean que la encuentran y por eso es que te quería muerto. Ella es el mal.

—Suena como si la conocieras.

—La conozco—Arturo lo contempló sorprendido—Conocer el corazón de un hechicero es conocerlos a todos. Hiciste lo correcto. Incluso aunque me desobedecieras. Estoy orgulloso de ti, Arturo. Nunca lo olvides.

El príncipe comenzó a sonreír pero se detuvo inmediatamente. Se volvió hacia su padre y lo miró con seriedad.

—Siempre que pensé que tus decisiones eran las correctas dejé que se cumpliera lo que dijeras. Pero no fue así en este caso porque sabía que Merlín merecía vivir tanto como yo. Hermione también comprendía eso, por eso fue conmigo a pesar de mis intentos de hacerla cambiar de parecer.

Uther se estremeció al oír el nombre de su hija.

—Hermione es…—comenzó a decir pero Arturo lo interrumpió.

—Es mi hermana y es mi deber defenderla de cualquiera que intente hacerle daño. Y eso te incluye—lo miró fijamente—así que jamás vuelvas a ponerle una mano encima porque lo lamentarás.

Alguien golpeó la puerta con timidez y Arturo fue a abrir y vio a Merlín parado allí, cubierto con una manta.

—¿Así que estás vivo?—le dijo con una sonrisa.

—Bueno… sí, más o menos… —le contestó—Fui a buscarte a tus habitaciones pero no estabas. Pensé que quizás te encontrabas aquí.

Arturo miró hacia atrás, cerrando un poco la puerta para que no viera el interior.

—Mmm… bueno, sí. Estoy acompañando a Hermione.

—Gaius me dijo que ustedes fueron a buscar la flor que salvó mi vida. Debo darles las gracias.

—Sí… un sirviente medio decente es difícil de encontrar—comentó con burla.

—¿Puedo ver a Hermione? Quiero agradecérselo también…

—Eh… ella no…

—Deja que entre, Arturo—dijo una voz desde el interior.

El príncipe suspiró fastidiado pero se hizo a un lado para permitirle ingresar. Al principio no la vio hasta que observó en el fondo, cerca de la ventana. Estaba sentada en una amplia silla, luciendo un vestido simple celeste. Su cabello estaba suelto y sus risos caían sobre sus hombros. Se veía hermosa.

—¿Qué te pasó?—preguntó inmediatamente cuando vio que tenía el labio roto y parte de la mejilla roja y amoratada.

—Sólo un golpe—aseguró sin darle importancia—He tenido peores.

—¿Peores?

Ella sólo sonrió.

—¿Cómo te encuentras?

—Bien… Gaius asegura que dentro de unas horas terminaré de recuperarme completamente.

Él no era tonto, sabía que intentaba distraerlo pero a pesar de que la curiosidad lo carcomía dejaría pasar esta oportunidad. Además, ese golpe no podía ser algo "sin importancia". Cualquiera que tuviera dos dedos de frente notaría que dedos parecían haberse marcado sobre la piel de la muchacha.

—¿Fue Uther?—preguntó sin poder evitarlo.

—Merlín—advirtió Arturo.

—¡Fue mi culpa!—exclamó angustiado—Lo siento. Si no hubiera…

—Merlín, no fue tu culpa. El rey y yo tenemos nuestras diferencias. Hice algo que no debía y dije cosas que hubiera sido preferible callar. Enfureció y sí, fue él quien me golpeó, pero quiero hacer todo lo posible por olvidarlo. Así que te agradecería que no vuelvas a mencionar nada más sobre esto…

Él asintió, totalmente furioso con el rey.

—Será mejor que te marches—dijo Arturo tomándolo del brazo y arrastrándolo hacia fuera.

Cuando supo que su hermana no lo vería, golpeó la parte de atrás de su cabeza.

—¿No sabes mantener tu bocota cerrada?

—¡Tu padre no tiene ningún derecho a golpearla!—exclamó.

—Es el rey, lo tiene, pero eso no significa que sea correcto. No soy idiota. ¿Crees que permitiré que esto vuelva a suceder?—miró a Merlín y adoptó una actitud más seria—Mañana te espero temprano. Hay muchas cosas que hacer…

Se dio vuelta para marcharse.

—Arturo… Gracias.

El príncipe sin darse cuenta suavizó su mirada.

—A ti también.


¡Buenas tardes! Estoy actualizando antes de ir a clases así que me disculpo si encuentran algún error. Siempre trato de leer todo el capítulo antes de subirlo pero hoy no pude hacerlo.

Como leyeron, Arturo aprecia a Merlín, a su modo, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Sin embargo, lo que realmente preocupa es que Hermione ha hecho magia accidenta. Aunque parece que Uther está en negación y no quiere aceptarlo... Ya veremos cómo se desarrolla esto.

Saludos.