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EL SUEÑO DE MORGANA
El cuerpo inconsciente de Arturo se sumergía en las aguas turbias del lago. Parecía uno de esos juncos que se mecían sin voluntad por el viento a las orillas, pero en vez de permanecer allí, se iba adentrando más y más en aquel líquido prisionero. La luz se filtraba desde la superficie y hacía brillar su armadura. El cielo no se podía ver completamente, porque una figura ocupaba la mayor parte del campo de visión. Era una mujer que sonreía orgullosa. Nadie podía negar que su hermosura encandilara a cualquier hombre, que la dulzura de su rostro no inspirara a poetas y héroes, pero el brillo poderoso de sus ojos no dejaba lugar a dudas: había maldad en su interior. Era ella la que había conseguido que el príncipe de Camelot fuera atraído hacia las profundidades de lago, hundiéndose para hacer de aquel sitio su tumba.
Morgana se despertó sobresaltada, con el nombre de Arturo en sus labios. El corazón le latía rápidamente y el miedo y la adrenalina se mezclaban en su cuerpo. Intentó llevarse una mano a su pecho, en un intento de calmar la velocidad de sus latidos, y se dio cuenta que ésta temblaba notablemente. La cerró en forma de puño con fuerza.
Sólo había sido un sueño, se dijo. Nada más que una pesadilla.
…
Arturo se acuclilló en el suelo del bosque y contempló a su presa. Estaba a una distancia bastante larga, por lo que, teniendo sumo cuidado, dio unos cuantos pasos hacia adelante, procurando que sus pies no hicieran ningún tipo de ruido. No quería que advirtiera su presencia y huyera. Casi conteniendo el aliento, colocó una rodilla en el suelo y alzó la ballesta, teniendo el dedo justo encima de la palanca que dispararía la flecha. Todo era cuestión de ser paciente y de saber cuál era el momento oportuno. Fijó su mirada y…
—¿Qué es?
Alguien golpeó con fuerza su costado, haciéndole perder el equilibrio. Tuvo que sostenerse contra un árbol, armando un alboroto tremendo, para no caer al suelo.
—¡Eres un completo bufón, Merlín!—gritó furioso Arturo.
—Sólo preguntaba…—dijo el muchacho intentando excusar su torpeza.
—¡¿A quién?! ¿A mí o al ciervo? Se supone que estamos cazando, se requiere rapidez, sigilo y una mente rápida—le pegó detrás de la cabeza con fuerza.
Había veces en que no podía creer que alguien fuera tan torpe e idiota como su sirviente.
—Entonces, tú serás capaz de arreglártelas solo con…
Un grito aterrorizado interrumpió sus palabras.
—¿Qué ha sido eso?—preguntó.
—¡Cállate!—le ordenó Arturo.
Prestaron atención para ver si podían advertir de dónde provenían los gritos.
—¡AYUDA!
Arturo tomó su espada que traía Merlín y corrió. Su sirviente no tardó en seguirlo. Los gritos continuaron, guiándolos hacia el lugar correcto. Llegaron a uno de los caminos que atravesaba el bosque y que se utilizaba como ruta de comercio con otros reinos y vieron a un grupo de asaltantes atacando a un hombre y a una joven mujer.
—¡No, no, no! Se los suplico. ¡Piedad!—gritaba el hombre que era amenazado a punta de espada mientras que a la joven la rodeaban e intentaban arrebatarle su bolso.
Arturo alzó su ballesta y disparó contra uno de los bandidos. Los demás giraron para comprobar qué había sucedido y, al verlo, corrieron hacia él. Tomó su espada y comenzó a defenderse, incapacitando uno a uno a los asaltantes. Uno de ellos cayó hacia atrás, adolorido, pero en seguida se puso de pie. Merlín vio que el príncipe estaba demasiado distraído como para darse cuenta que aquel volvía al ataque. Miró hacia arriba y vio una rama justo encima de la cabeza del hombre.
—¡Forbearnan firgenholt!—exclamó sin alza demasiado la voz.
La magia se apoderó de su cuerpo, sus ojos brillaron con un tono dorado, y lo que había ordenado se cumplió. La gran rama se quebró del tronco y cayó hacia el suelo, atraída por la gravedad, justo encima de la cabeza del asaltante.
Arturo logró desarmar a uno de ellos y, de un golpe certero, enterró el filo de su espada dentro de su pecho. El cuerpo cayó si vida en el suelo. Se giró, aún sosteniendo el arma en sus manos y miró al último. El hombre palideció y antes de que cualquiera pudiera hacer cosa alguna, corrió asustado.
Arturo miró hacia arriba, viendo que la rama se había caído encima del bandido.
—Un golpe de suerte—murmuró sin darle demasiada importancia.
—¡Espero que eso te sirva de lección!—gritó Merlín con fuerza, viendo como el último asaltante corría por el bosque esquivando los árboles. Arturo le lanzó una mirada llena de incredulidad—¿Qué?—inquirió sin comprender—Te estaba cubriendo la espalda.
Arturo puso los ojos en blanco y se volvió hacia el hombre y la joven. Ella se abrazaba a él con desesperación.
—¿Están bien?—les preguntó—¿No los han lastimado?
La chica se giró y se quitó la capucha de su capa, permitiéndoles ver su hermoso rostro. Arturo se congeló al verla. ¡Era la criatura más preciosa que había visto en toda su vida! Una mirada suave y afectuosa, un rostro con forma de corazón, una piel cremosa y un cabello largo de color castaño claro.
—No—le contestó la chica—Gracias a ti. Soy Sophia y éste es mi padre—señaló al hombre que estaba detrás suyo.
—Arturo Pendragon, a su servicio—dijo el príncipe con una reverencia profunda para besar el dorso de sus dedos con suavidad.
Sophia siguió la mirada de aquel gesto con atención y una pequeña sonrisa tiró de sus labios.
…
—¡Hermione!
El grito de Arturo la sobresaltó. Rápidamente dejó el libro y corrió hacia él con preocupación. Arturo parecía algo desesperado.
—¿Qué sucede?
—¡Tenemos visitas! ¡Rápido, ven!—le dijo tomándola de la mano para comenzar a arrastrarla por los corredores del castillo hasta la sala de reuniones del rey.
Uther estaba sentado en su trono y escuchaba con atención a un hombre algo mayor. Podía llegar a tener unos veinte años menos que Gaius pero aún así se notaba el cansancio y los años en su mirada. Se ayudaba de un báculo para sostenerse. A su lado había una joven de lindo rostro que guardaba silencio pero que, al verlos entrar, dirigió su mirada directamente a Arturo antes de bajar la vista con aparente vergüenza. Ella también tenía un báculo, aunque de menor tamaño que el del hombre. Quizás, pensó Hermione, no los utilizaban precisamente para ayudarse a moverse sino que éstos indicaban rango y poder.
Ellos se posicionaron al lado del rey y prestaron atención.
—Mi nombre es Aulfric, heredero de Tirmawr—dijo el anciano antes de señalar a la chica—Y esta es mi hija, Sophia.
La muchacha hizo una respetuosa reverencia.
—Están muy lejos de su hogar—dijo Uther—¿Qué los ha traído a Camelot?
—Nuestro hogar fue saqueado por asaltantes,—explicó Aulfric—apenas pudimos escapar con las pocas posesiones que podíamos llevar.
Hermione notó que Arturo contemplaba a Sophia.
—Corren tiempos peligrosos—dijo el rey—¿Qué piensan hacer?
—Viajamos al oeste hacia Caerleon, donde tenemos familia y espero, podamos empezar una nueva vida.
—Deben quedarse aquí por un tiempo—pidió Uther—Interrumpan su viaje. Una noble familia como la suya es siempre bienvenida en Camelot.
Ambos dieron una amplia reverencia de agradecimiento y respeto al Rey y giraron para marchar tras uno de los sirvientes que le indicaron en camino. Hermione notó que ahora era Sophia quien contemplaba a Arturo y le dedicaba una sonrisa sólo para él. No se consideraba celosa, al menos no con él, pero no le gustó esa conexión que parecían tener.
Arturo comenzó a alejarse de la sala rumbo a sus habitaciones y ella lo siguió, al igual que Merlín.
—¿Los viste llegar?—le preguntó a su hermano.
—No. Los rescaté—le contestó—Un grupo de asaltantes estaba atacándolos en el bosque.
—¿En el bosque?—frunció el ceño—Eso es extraño.
—Huían, Hermione—le recordó.
—Sí, pero pudieron haber tomado el camino de comercialización—refutó—¿Por qué habrían de venir por el bosque que es doblemente peligroso?
Arturo intentó darle una razón lo suficientemente convincente pero no la halló.
—No lo sé, pero no importa de todos modos—le aseguró.
Llegaron al cuarto del príncipe.
—Asegúrate de alojarla en una habitación decente—le dijo a Merlín mientras se quitaba los guantes y los arrojaba con descuido sobre la mesa.
—La de la puerta de al lado están libre—dijo el sirviente con cierta picardía.
—Esos estarán bien—murmuró y puso una sonrisa—¡Excelentes, de hecho!
Se quitó el saco y miró hacia un lado para encontrar a Merlín sonriendo tontamente y a Hermione con el ceño fruncido y los labios apretados.
—¡Cállense los dos!—les gruñó.
—No he dicho nada—dijeron ambos al unísono.
—Ni hace falta—les espetó mientras seleccionaba otra campera nueva y limpia.
—¡Quiero que les quede claro que mis intenciones hacia Sophie son completamente honrosas!—les espetó.
Merlín comenzó a guardar las cosas que el príncipe iba desacomodando. Arturo miró a Hermione y notó que ella seguía enfadada. Suspiró.
—Alójala en una habitación al otro lado del castillo—ordenó pero enseguida se excusó—Es más cálido, más cómodo…
—De acuerdo—dijo Merlín—Ella es… eh… muy hermosa…—comentó con liviandad.
—Sí, lo es—estuvo de acuerdo el príncipe.
—Y tus intenciones son honorables—le recordó.
—¡Por supuesto que sí!
—¿Entonces qué problema hay que se quede en la puerta de al lado?—inquirió Merlín.
Hermione no pudo contenerse y le pegó en el brazo. El muchacho la miró sorprendido, incapaz de entender qué había hecho para ganarse ese golpe.
—Ninguno—dijo Arturo pensándolo bien—Me has convencido. Alójala en la habitación de al lado. ¿Qué esperas? ¡Ve!
—Arturo, no puedes…
—Hermione, por favor. No pienso entrar a hurtadillas por la noche en su habitación.
—Espero que así sea porque si no te juro que te arrepentirás—lo amenazó antes de seguir a Merlín que se había apresurado a salir cuando vio que la princesa arremetía contra su hermano.
—¡Espero que estés contento!—le espetó molesta y cruzó de largo sin detenerse a hablarle.
…
Hermione se refugiaba con Gaius siempre que estaba demasiado enfadada. El anciano era buena compañía y solía dar buenos consejos.
—¿Quieres decirme sobre qué se trata ahora?—le preguntó sin mirarla—Puedo sentirte dar pisotones en el suelo.
Ella detuvo su caminata furiosa de repente, dándose cuenta de su actitud.
—Lo siento—dijo avergonzada—Es Sophia Tirmawr. Hay algo en ella que no me gusta. Ha puesto demasiada atención en Arturo, Gaius, y él le corresponde. Eso no puede ser bueno.
El anciano se volteó y la contempló con calma.
—Arturo algún día se casará, Hermione.
—¡Eso lo sé! No me importa que se case con… la persona correcta—aseguró corrigiéndose a último momento ya que iba a decir el nombre de Gwen—Pero Sophia no lo es.
—Es de la nobleza, según tengo entendido. Puede que su reino haya sido destruido pero sigue teniendo sangre noble y, seguramente, una importante dote. Si Uther lo considera apropiado, no dudará en proponer un acuerdo matrimonial.
—¡Eso es absurdo!—le espetó—Arturo debe casarme por amor…
—Son ideas muy románticas y poco adecuadas para la situación. Incluso la tuya.
—¿La mía?—preguntó extrañada.
—Algún día Uther encontrará un príncipe o un rey con el que acordará tu matrimonio.
—Pues esperará sentado a que le obedezca.
Las puertas de las habitaciones del galeno se abrieron de repente. Morgana entró pero al ver a Hermione allí se disculpó rápidamente.
—Lo siento, no quiero molestar.
—No, adelante, Morgana—le pidió Hermione—Si quieres hablar a solas con Gaius, me iré.
La chica dudó unos momentos hasta que al final negó con la cabeza y cerró la puerta detrás de ella. Caminó hasta Gaius y lo saludó. El anciano dejó un beso en su frente lleno de afecto.
—Lamento el desastre—se disculpó mirando alrededor—La mayoría es de Merlín.
Ella le restó importancia al asunto. Miró primero al médico y luego a Hermione.
—He tenido otro sueño—murmuró.
A Hermione ya no le resultaba extraño oír aquello. Con el paso de los días, Morgana había aprendido a confiar en ella lo suficiente como para contarle sobre sus raras pesadillas y sueños que le impedían dormir con tranquilidad.
—Ya veo.
—Vi a Arturo—murmuró con la voz entrecortada y los ojos demasiado brillosos—tendido en el agua, ahogándose. Había una mujer observándolo desde la superficie, observándolo morir—sus ojos se posaron sobre Hermione—Y ahora ella está aquí, en Camelot.
Gaius le sonrió con amabilidad.
—La mente nos puede jugar malas pasadas. Toma elementos de la vida diaria y crea su propia fantasía.
Hermione dudaba seriamente que este fuera el caso. Muchas veces, cuando Morgana le relataba sus sueños, ella terminaba descubriendo que alguno de ellos se volvían realidad, como si la protegida del rey pudiera ver el futuro. ¿A caso este era una demostración de sus poderes? Ella jamás había creído en la adivinación puesto que era una ciencia muy inexacta, pero aquel poder que tenía Morgana parecía ser muy real.
—¡Pero tuve este sueño antes de que ella llegara a Camelot!—le espetó a Gaius.
—Debes estar equivocada.
—¡Sé lo que vi!—aseguró con enfado—¡Era tan real, tan intenso! Lo vi morir, Gaius. Ella lo va a matar.
Sin embargo, el anciano siguió negándose a creerle.
—Son sólo sueños, Morgana—le aseguró colocando sus manos suavemente en los hombros de la muchacha—¿Te estás tomando el somnífero que te preparé?
—No sirve de nada—contestó con un dejo de desesperación.
—Ten—fue a buscar a su repisa un frasquito—Prueba con este. Te inducirá un sueño profundo.
Morgana lo tomó, no muy convencida.
—No tienes nada que temer—le dijo el galeno.
Ella forzó una pequeña sonrisa.
—Gracias, Gaius.
La chica comenzó a alejarse pero Hermione se puso de pie rápidamente.
—Morgana—la llamó y esperó a que se volteara—No le digas nada de esto a Uther—le pidió—No debes preocuparlo. Ya tiene demasiados problemas.
La joven sonrió y asintió antes de salir.
Gaius le lanzó una mirada recelosa.
—Debemos tener cuidado con esa tal Sophie—dijo con firmeza Hermione—No confío en ella y obviamente Morgana tampoco.
…
Morgana gritó con todas sus fuerzas cuando despertó del mismo sueño. La habitación de Hermione no se encontraba lejos de la suya por lo que, al oírla, se levantó y corrió hacia allí. Los guardias que siempre vigilaban su puerta ya habían entrado y buscaban a algún atacante o algún tipo de monstruo. Hermione les ordenó que se marcharan inmediatamente y eso hicieron.
—¿Morgana?—preguntó.
Sólo se escuchó un sollozo. Se apresuró a ir hacia su cama y descubrió a la chica temblando incontrolablemente, con los ojos bañados en lágrimas. Sin pensarlo dos veces, se subió a su lado y la abrazó.
—¡Lo veo morir!—exclamó entre lágrimas—Una y otra vez… ¿Por qué? ¿Por qué me sucede esto a mí?
No podía decirle nada que pudiera cambiar el futuro. No quería adelantar ningún suceso. Morgana se enteraría de que poseía magia en algún momento de su vida pero no sería ella la que se lo diría. Los brazos de la protegida del rey la rodearon. Le permitió llorar y le susurró que todo iría bien. Por más que sabía que la joven que tenía en sus brazos un día intentaría matar a Arturo con sus propias manos, en ese instante, no podía más que compadecerla y sentir mucho afecto. Morgana no era mala persona y no se merecía transformarse en una.
Se quedó con ella el resto de la noche y volvió a su habitación a la mañana siguiente sólo para vestirse antes de regresar a desayunar a su lado. Ambas fueron testigos del momento en que Arturo y Sophie salían en caballo a trote veloz.
—¿Estás segura que es ella?—le preguntó Hermione.
—Absolutamente. Nunca podría olvidar esa cara.
Gwen, que también se había enterado de los últimos sucesos, se mostró muy preocupada.
—Deberías hablar con el rey—dijo.
—¿Y qué le digo?—preguntó Morgana—¿Qué veo el futuro?
—Si crees que la vida de Arturo corre peligro…—continuó su doncella.
—Ya sabes cómo reaccionaría—la interrumpió.
—Pero eres su protegida—le recordó—No te haría daño.
Hermione estaba segura que ese no sería impedimento alguno para el hombre.
—Odia la magia más de lo que se preocupa por mi—le espetó Morgana.
—Eso no es verdad—la contradijo Gwen.
La mirada de Morgana se volvió fría y llena de rencor.
—¿Quieres ponerlo a prueba?—inquirió.
—¿Qué otra cosa se puede hacer?
Hermione se puso de pie y se acercó a Morgana para demostrarle que ella creía en sus palabras y que no la juzgaba por sus sueños.
—Haremos lo que se supone que debemos hacer—le dijo a Gwen—Intentar detenerla nosotras mismas.
…
Hermione había buscado a Merlín por todos lados sin resultados. Incluso había preguntado a la cocinera, quién sólo agradeció al Cielo que el muchacho no estuviera hurgando entre sus cosas para robar un trozo de pastel de manzana o una pata de pollo. Como último recurso, se dirigió al Rey.
—Padre, ¿Has visto a Merlín?—preguntó con suavidad, sabiendo lo tensa que era su relación.
Uther alzó la vista de los pergaminos que estaba leyendo y contempló unos segundos a su hija.
—En el cepo—dijo— Arturo y yo debíamos salir a patrullar con la guardia pero el inepto de su sirviente olvidó avisarle.
—Mmm…
Hizo una reverencia y se dispuso a ir hacia la ciudadela donde se encontraba el cepo. Seguramente Merlín tendría la cara llena de tomates podridos.
—Hermione, espera—la detuvo.
Ella se volteó y contempló al rey con cierta impaciencia.
—¿Si?
—Hace un tiempo he querido hablar contigo—comenzó a decir—para disculparme.
Eso la tomó por sorpresa.
—¿Padre?
—No debí golpearte—siguió diciendo—Sólo estabas defendiendo lo que creías justo. Sé que ha pasado mucho tiempo desde aquel momento y que has estado enfadada conmigo. No quiero que las cosas sigan así, Hermione. Eres mi hija. He pasado años sin poder tenerte como para tener que perderte ahora por un conflicto tan insignificante.
¿Insignificante?, se preguntó ella. ¡Aquello no había sido insignificante!
—Me rompiste el labio—le recordó con enojo—-y tuve la marca de tu mano en mi mejilla por semanas.
La expresión del rey se volvió agónica.
—¡Lo lamento! Me dejé llevar por la ira que sentí en ese momento—intentó justificarse—Sé que no tengo perdón pero quiero tenerlo. Te quiero mucho más de lo que crees, Hermione. Muchísimo. Daría mi vida por ti y por Arturo sin dudarlo dos veces. Si no te hubiera amado desde el primer día, ¿crees que hubiese pasado tantos años buscándote?
Quizás Uther amara a su hija perdida, pero Hermione no era ella. Y para probarlo necesitaba que él confiara y le contara la verdad de lo que había sucedido cuando Arturo y su hermana nacieron.
—Creo que el mejor modo de proceder—dijo cuidadosamente—será olvidarlo. Tampoco quiero vivir enojada.
Uther le sonrió afectuosamente. Se puso de pie y se acercó para abrazarla y besarle las mejillas. Hermione lo dejó hacer, aunque en ningún momento pudo sentirse cómoda con esos gestos de afectos. No eran suyos completamente.
…
Merlín vio aproximarse a Hermione con paso decidido y temió que ella tomara uno de los tomates que seguían arrojándole los ciudadanos de Camelot. No sabía si todavía estaba enfadada con él o no. Aunque aún no había averiguado el porqué de su enojo.
Cuando la princesa se acercó a su lado, los tomatazos de detuvieron y todos se apresuraron a simular estar ocupado en otras cosas más interesante.
—¿Dónde está Arturo?—cuestionó.
—Buenos días para ti, Alteza—la saludó moviendo suavemente las manos, todo lo que podía dado que estaba en el cepo.
—No te hagas el tonto conmigo, Merlín—lo reprendió—Sé que encubriste a Arturo para que él saliera con esa tal Sophia.
Merlín notó que ella hacía una mueca de disgusto cuando pronunciaba el nombre de la princesa invitada.
—Ella no te agrada, ¿verdad?—le preguntó.
—Obviamente, no—espetó—Ella oculta algo.
—A mi me pareció alguien normal—dudó unos momentos—Normal para alguien de la realeza. Cuando he hablado con ella para colocarla en la habitación y llevarle mantas, ha sido amable.
—¡Eres un hombre, claro que te parecerá "amable"! Tú mismo dijiste que era hermosa. Pero sólo es una cara bonita. No deberías dejarte encandilar tan fácilmente por una sonrisa… Ahora dime dónde fue mi hermano.
—Sólo sé que salió con Sophie a pasear por el bosque. Nada más. ¡Y no me dejo encandilar por nada!
Pero Hermione no oyó porque ya regresaba corriendo hacia el castillo. Merlín frunció el ceño y volteó el rostro cuando un olor terrible llegó a su nariz. Al frente suyo estaban preparados nuevamente algunos niños y mujeres con más fruta podrida.
—Había olvidado lo divertido que es esto—comentó con sarcasmo.
…
—¡Esto es un error!—gruñó Hermione a Morgana—Cuando pensé que iríamos a espiarlos no pensé que tendríamos que salir con la excusa de cazar.
—No vamos a cazar nada—le recordó—Sólo vamos a vigilar que Arturo no se meta en problemas. ¿Lo has visto? Actúa como un tonto enamorado.
—Lo sé—aseguró—Casi parece amor a primera vista.
—Casi.
Hablaban en susurros para que los guardias que las acompañaban no las oyeran. El rey les había otorgado autorización para salir a "cazar" con la condición que no fueran solas porque consideraba que los bosques eran sitios muy peligrosos para dos damas como ella. ¿Cómo decirles que no? Si llegaban a marcharse solas sin su autorización tendrían que soportar una buena reprimenda que no querían oír.
Hermione hubiera preferido venir sola, pero Morgana no se lo hubiese perdonado. Ahora que tenía una varita en su poder, gracias a Sir Godric, ya no se sentía tan inútil ni indefensa. El único inconveniente que había era que no pudo practicar. En ningún momento del día se quedaba sola. Cuando iba a sus habitaciones Ingrid estaba detrás de ella. Cuando andaba por el castillo era Arturo o Morgana quienes la acompañaban. Y si iba al bosque a buscar cosas para Gaius, Merlín la seguía. Sabía que no había ningún motivo aparente para creer que su magia no funcionaba pero no quería cometer la imprudencia de querer lanzar un hechizo y que este no funcione. Hacer aquel viaje de espionaje habría sido una buena oportunidad.
Caminaron por un largo trayecto en el interior del bosque. Morgana sostenía en sus manos una ballesta como si fuera un abanico, con naturalidad, como si no le costara en absoluto aferrar el arma. Había veces en que Hermione se sorprendía y se asustaba un poco con la fiereza que aparecía en la mirada de la protegida del Rey. Pero en esta ocasión, sólo la admiraba, porque demostraba que, por más que pudiera considerar a Arturo un presuntuoso, lo quería y se preocupaba por él. Le gustaría que fuera así por siempre, pero sabía que no.
—Allí están—dijo de repente, deteniéndose.
Hermione miró hacia donde Morgana señalaba. Aunque con cierta dificultad por la distancia que los separaba, pudo ver a la pareja de pie cerca del río. Sophia sonreía encantadoramente y se acercaba lentamente a Arturo como si estuviera a punto de besarlo. Pero claramente estaba diciendo algo que no alcanzaban a oír. El príncipe no hacía nada, simplemente la observaba fijamente, como si estuviera bajo un hechizo.
Antes de que se pudiera dar cuenta de cuál eran las intenciones de Morgana e impedirlo, la protegida del rey alzó la ballesta y disparó en dirección a ellos.
—¡¿Te has vuelto loca?!—le espetó, arrebatándole la ballesta de las manos para tirarla lejos, como si fuera algo hecho de mal puro.
—No le di a ninguno—se excusó.
No lo había hecho, era verdad, pero estuvo a punto de perforar con la flecha la cabeza de Sophie.
—No planeamos matar a ninguno—le gruñó frenética—¡Pudiste dar a Arturo!
—He practicado con la ballesta desde que tenía seis años, Hermione, mi puntería es excelente—le aseguró—Sólo quería separarlos.
Vieron que Arturo se aproximaba a los guardias con pasos largos y firmes. Estaba bramando de furia. Morgana tomó del brazo de Hermione y la arrastró hacia un grupo de árboles más frondosos y bajos, llenos de arbustos en su base, lo que impedía que cualquiera las viera.
—Había otras formas de separarlos.
—Podríamos haber tardado el doble o incluso llegar demasiado tarde con los mismos resultados—le aseguró—¿A caso no la viste? Parecía estar recitando un hechizo. ¿Y si lo quiere embrujar?
—Vi que hablaba pero no sé si recitaba un hechizo o un poema—le espetó—Fue demasiado riesgoso, Morgana. ¡Prométeme que no volverás a hacer una locura como esa!
De mala gana, la chica se lo prometió.
…
Merlín entró a las habitaciones que compartía con Gaius soltando un aroma que hacía fruncir la nariz de cualquiera.
—¿Has estado jugando con comida, Merlín?—se burló el médico al verlo.
—El rey me puso en el cepo—contestó cruzando delante de él hacia una de las mesas del fondo donde llenó un cuenco con agua.
—¿Qué has hecho esta vez?—le preguntó con molestia.
—Nada—aseguró y al ver la mirada de incredulidad que le lanzaba el anciano, añadió—No he hecho nada. Esta vez no fue mi culpa. Arturo quería escaparse de ir con Uther en una patrulla con los guardias. Así que lo cubrí y me eché la culpa.
—¿Y Arturo estaba dispuesto a que hicieses eso?
—Fue su idea.
Se inclinó sobre el cuenco y comenzó a lavar los trozos de tomate y otras frutas podridas de su cabello.
—¿Qué le habrá hecho abandonar sus deberes? Debe de haber sido algo terriblemente importante.
Merlín alzó la cabeza y sonrió con picardía.
—Sophia.
—¿La chica del bosque?—inquirió con sospechas.
Merlín asintió y sin dejar de sonreír volvió a su trabajo de limpiar su cabello.
—Quería salir todo el día con ella. Está atontado—explicó.
—Pero ellos se acaban de conocer—argumentó.
—Lo sé. Supongo que habrá sido amor a primera vista.
—Sí—murmuró—Supongo que habrá sido eso.
Todo era demasiado raro. Por muy hermosa que fuera una joven, Gaius dudaba seriamente que Arturo se cegara completamente y dejara de lado sus deberes. Decidido, salió dejando a Merlín con su cabello y se encaminó hacia las habitaciones privadas de los invitados del rey. Aún no había tenido la oportunidad de conocerlos. En el pasillo esperó a que una sirvienta se alejara lo suficiente como para entrar sin que se diera cuenta.
La habitación estaba vacía y eso le permitió contemplar todo con detalle. Era lujosa, una de las mejores del castillo. Sin embargo, algo rápidamente captó su atención. Allí, recostado en la pared, había un báculo. Era alto como él mismo y en su superficie estaba tallada. Un cristal celeste coronaba la punta. Ramas se enredaban sobre él, dándole un toque único.
—¿Le puedo ayudar?
Gaius soltó rápidamente el báculo, dejándolo donde lo había encontrado, y giró. Un hombre mayor lo contemplaba con seriedad.
—Discúlpeme—se apresuró a decir—La puerta estaba abierta y pensé que alguien podría de haber entrado.
—Eso ha sido lo que sucedió—indicó mirándolo significativamente.
Gaius se apresuró a dar una reverencia llena de respeto.
—Discúlpeme por haberle sorprendido—pidió—No volverá a pasar.
—Asegúrese que así sea.
…
Hermione vio que Sophia y Arturo regresaban al castillo y se apresuró a correr para alcanzar a la chica luego de que se despidiera. Aun estaba enfadada con Morgana por disparar aquella flecha y por eso había decidido realizar un poco de investigación sola, al mejor estilo Harry Potter: oyendo a escondidas.
Vio a la chica subir las escaleras al segundo piso del castillo pero cuando se detuvo de repente, se vio obligada a esconderse detrás de un muro. Oyó que se disculpaba con Morgana.
—Lo siento. Lady Morgana, ¿verdad? Soy Sophia.
—¿Qué estás haciendo aquí?—oyó que la protegida del rey preguntaba sin ocultar su hostilidad.
—Mi padre y yo somos invitados.
—Estás mintiendo—la acusó—Sé lo que estás haciendo aquí y no dejaré que ocurra.
Durante unos momentos se hizo silencio.
—¿Arturo sabe lo que sientes por él?—cuestionó Sophia sin la misma voz llena de calma. Morgana no respondió—Por supuesto que sí, pero supongo que él te ha rechazado.
—No pienses que puedes engañarme.
—No es necesario. Tú ya lo estás haciendo suficientemente bien.
—¡Aléjate de él!
—¿O qué?—quiso saber—Los celos son un rasgo poco agradables en una mujer.
—Si le pasa algo a Arturo… Te encontraré. Cueste lo que cueste—la amenazó.
Morgana terminó de bajar las escaleras con pasos fuertes. Estaba furiosa, tanto, que no vio a Hermione semioculta. Ella la miró caminar hacia el exterior y se preguntó si realmente había sido rechazada por el príncipe. Debería preguntárselo. Pero eso quedaría para otra ocasión porque en ese momento oyó que Sophia subía las escaleras y la siguió hasta su habitación. Las puertas no estaban cerradas, por lo que pudo oír sin mucha dificultad. Sólo esperaba no toparse con ningún criado que delatara su presencia.
—No has estado tanto tiempo afuera como esperaba—oyó que le decía el padre.
—Nos interrumpieron—explicó la chica con brusquedad.
—¿Qué ocurrió?
—Casi me matan… Por unos momentos sentí cómo sería ser un mortal—confesó como si le doliera la idea—¡Él me salvó!—escupió las palabras con rabia—¡Alguien tan débil me salvó a mí! No puedo soportar seguir así ni un minuto más.
—No tendrás que hacerlo—aseguró el hombre—Una vez que te ganes su corazón las puertas de Avalon se abrirán de nuevo para nosotros y podremos recuperar nuestra verdadera forma.
—Necesito más tiempo.
—Debes apresurarte. El médico puede ver quién somos en realidad…
¿Gaius lo había averiguado?, pensó sorprendida. ¿Por qué no se lo dijo?
—Y él no es el único—añadió Sophia—Morgana también. Teme sus poderes pero eso no la detendrá por mucho tiempo.
—Mañana debes terminar el encantamiento o perderemos para siempre la oportunidad de deshacernos de estos cuerpos mortales.
Hermione ya no tenía duda alguna. Sophia quería matar a Arturo, aunque aún no comprendía bien por qué. Había oído aquel nombre, Avalon, antes, pero no lograba recordar con precisión qué era. Decidida, se encaminó hacia las habitaciones de Arturo. Haría todo lo posible para convencerlo de que no debería salir con ella de nuevo. No tocó la puerta, simplemente la abrió y entró.
Arturo la miró sorprendido.
—Estás contagiándote del mal hábito de Merlín—la acusó—Debes golpear para que te den permiso…
—¿A ti te gusta Sophia?
Los ojos del príncipe se abrieron inmensamente al escuchar la pregunta hecha de lleno.
—¿Por qué preguntas?
—Pareces tenerle cariño.
—Lo haces sonar como si fuera algo malo.
—No necesariamente. Sólo… jamás te vi sucumbir tan rápidamente ante los encantos de una mujer.
Arturo le sonrió.
—¿Tú también?
—¿Cómo que yo también?
—Morgana ya vino a darme un discurso parecido… Le dije que no tiene por qué estar celosa.
Hermione frunció el ceño, incrédula. A veces él podía ser un verdadero narcisista.
—¿No crees que te halagas demasiado?—inquirió—Estamos preocupadas por ti. ¡Ella no es lo que dice ser!
—¿Qué te hace suponer eso? Y no me vengas con cosas ridículas como presentimientos. Morgana ya lo intentó y no funcionó. Habló de sueños, pesadillas… todas mentiras por no querer decirme la verdad.
Hermione se cruzó de brazos y contempló a aquel joven príncipe que cada vez le parecía menos inteligente.
—¿Y cuál es esa verdad?—quiso saber.
—Que le gusto, obviamente…—rodó los ojos—Morgana es encantadora y hermosa, es verdad, pero no es la clase de mujer que a mí me gusta.
—¿Y Sophia si?
—Sophia es… mejor. Es la mujer más hermosa que tuve el privilegio de conocer. Es delicada, sutil… como una flor.—miró a su hermana sin borrar la sonrisa.
—¡Por todos los Cielos, Arturo!—lo interrumpió asqueada por la dulzura de sus palabras hacia esa mujer que no lo merecía—¡Abre los ojos!
—No debes preocuparte, Hermione. Siempre serás la primera mujer de mi vida. La más importante… y Sophia, la segunda.
…
Hermione se levantó muy temprano aquella mañana, dispuesta a impedir que Arturo saliera con Sophia, pero cuando fue a buscarlo, descubrió que ya había partido.
—¡¿Dónde demonios se han metido hoy?!—le gritó a Merlín cuando lo descubrió en el cepo, por segunda día consecutivo—¡Idiota!
Tomó un tomate que encontraba en el suelo que no se había deshecho por completo y se lo arrojó a la cabeza.
—¡Ey! ¡Eso duele!—protestó el mago, incapaz de defenderse—¡Las personas lo arrojan desde mayor distancia!
—¡Pues debería tirarte papas para haber si así te das cuenta de lo que has hecho!—le espetó.
Merlín hizo una mueca.
—Ya lo han hecho—confesó.
Ella no había hablado en serio sobre eso pero al ver el feo moretón que tenía sobre su frente, no pudo evitar suavizar su enojo. Se acercó y comenzó a quitarle los trozos de tomate y otras frutas podridas del cabello con cuidado. El chico enrojeció inmediatamente.
—Eres un tonto, Merlín—le dijo sin verdadera maldad—Mi hermano está en peligro… ¿Qué se supone que haré ahora para impedirlo?
Los ojos azules de él se abrieron inmensamente.
—¿En peligro?—preguntó—¿Por qué?
Antes de explicárselo, ella corrió hacia los guardias y les ordenó que lo liberaran. No quería comenzar a hablar en medio de toda aquella gente y que oídos indiscretos escuchasen lo que no debía. Si alguien podía hacer algo, ese era Merlín.
—Vamos a ver a Gaius—dijo.
Él iba detrás de ella con prisa.
—¿Qué está sucediendo?
—Aquí no, Merlín…
Entraron a las habitaciones del galeno y cerraron las puertas tras ellos. Gaius miró a Merlín con desaprobación.
—No otra vez, Merlín…
—Cualquiera pensaría que se aburrirían de arrojarle fruta a la misma persona, pero no.
—Merlín…—lo interrumpió Hermione—Tú te lo buscaste. No deberías de haber encubierto a mi hermano. No con Sophia…
—¿Por qué no?—quiso saber—Es sólo una chica…
—Me temo que no, Merlín—indicó el galeno.
Gaius y Hermione intercambiaron una mirada cómplice. Ambos sabían que tenían que explicarle algunas cosas al chico antes de llegar al centro de la cuestión.
—¿Qué sabes sobre los videntes?—quiso saber Hermione.
Ella confiaba lo suficiente en él como para decirle lo de Morgana.
—No mucho—confesó algo confundido por la pregunta—Se supone que son capaces de ver el futuro… como los profetas.
—Se dice que es una habilidad innata—comentó el médico de la corte—Aquellos que la tienen, nacen de ese modo. Algunos ni siquiera son conscientes de que lo que ven, es el futuro. Viene a ellos en forma de sueños.
—¿Qué tiene que ver con Sophia?—preguntó.
—La noche anterior a la que ella y su padre llegaran a Camelot—respondió Hermione—Morgana tuvo un sueño. Sophia estaba en él…
—¡¿Antes de que llegara a Camelot?!—dijo sorprendido.
Hermione asintió y miró a Gaius para que continuara con sus propias explicaciones.
—Desde que era pequeña, he estado vigilando los sueños de Lady Morgana.—expuso—Aunque he intentado auto convencerme de lo contrario, me he dado cuenta de que algunas cosas que ella dice que ha soñado, terminan sucediendo.
Merlín lo oía con atención, casi incapaz de creer aquello.
—He guardado el secreto ante Uther—siguió diciendo el anciano—El don de la profecía se acerca demasiado al de la magia.
—¿Crees que Morgana es una vidente?
—No, no lo creo—hizo una pausa—Lo temo.
—Merlín, Morgana soñó que Arturo moría a manos de Sophia—le explicó Hermione.
—¿No pudo haber sido sólo un sueño?—cuestionó el muchacho—Tal vez la mujer que vio Morgana era una parecida a Sophia.
—Eso espero—confesó Gaius—Pero… fui a sus habitaciones. Necesitaba corroborar que todo era un error.
—¿Qué descubriste?—preguntó Hermione.
—Aulfric me descubrió y, en su momento de ira, sus ojos cambiaron de color.
Merlín pareció entenderlo pero Hermione no.
—¿Qué quiere decir eso?
Gaius giró el rostro para contemplarla fijamente.
—La magia hace que los ojos se tornen de un color diferente. Hay magos y brujas cuyos ojos, al realizar un conjuro, cambian un tono dorado… Es el poder mágico corriendo dentro de ellos lo que produce ese cambio.
—¿Quiénes son?
—No me preocupa quiénes son—aseguró Gaius—Sino qué quieren con Arturo.
…
Hermione y Merlín estaban ocultos detrás de una pared, cerca de las habitaciones de Arturo. Oyeron que la puerta se abría de repente y del interior salía Sophia para encontrarse con su padre.
—Está preparado. Mañana hará lo que esperamos que haga—murmuró la chica.
—Bien. Lo has hecho bien… Yo iré a ver a los ancianos…
Merlín le hizo una seña que indicaba que cuidara a Arturo.
—¿A dónde vas?—lo detuvo ella cuando vio que comenzaba alejarse.
—A descubrir quiénes son los ancianos…
Ella asintió. Quería ir con él pero sabía que debía quedarse a descubrir si Arturo se encontraba bien o no.
—Ten cuidado.
—Lo tendré—le aseguró.
Una vez que no vio a nadie, corrió en al interior de la habitación de su hermano. Lo vio sentado sobre la cama, con la mirada perdida en la nada.
—¿Arturo?—lo llamó.
El príncipe parpadeó varias veces, como saliendo de un sueño, y le sonrió al verla.
—Hermione… ¿Qué haces aquí?
—Vine a ver cómo te encontrabas.
Él se puso de pie y le dedicó una sonrisa inmensa.
—Mejor que nunca—confesó.
—¿Puedo preguntar por qué tanta alegría?
Arturo asintió sin pensárselo un segundo.
—Sophia—dijo—Ella es el amor de mi vida.
Hermione lo miró con seriedad.
—No es así—lo contradijo—Te ha hechizado—intentó hacerlo entrar en razón— Ella no es quién dice ser.
Arturo rió de buena gana.
—¿Dije algo gracioso?—cuestionó Hermione con enojo.
—Sí, de hecho… —sonrió pero rápidamente sus labios se curvaron hacia abajo—porque prefiero creer que es algún tipo de broma. No quiero pensar que estás acusando a la mujer que amo de ser una bruja.
—¿Amarla? ¿Qué demonios sabes del amor? No puedes amar a nadie que acabas de conocer, que…
—¡Suficiente!—le gritó interrumpiéndola—¡He oído suficiente, Hermione! No me importan tus celos idiotas. Tus intentos de separarnos serán inútiles… Me casaré con ella y nadie lo impedirá.
…
Merlín siguió al padre de Sophia por un largo trayecto por medio del bosque hasta un lago. Se ocultó detrás de una rama para observar sin ser detectado. Que fuera de noche, también ayudaba. Lo observó pararse en la orilla, con aquel báculo en su mano.
—¡Solicito audiencia con los ancianos de Sidhe!—gritó y comenzó a recitar un complejo hechizo que él jamás había oído en su vida.
El hombre alzó el báculo con su brazo en alto, por encima de su cabeza y la piedra que tenía en la punta se iluminó, al igual que toda la superficie del lago. El agua parecía haber comenzado a encenderse gracias a una extraña magia y del interior surgía una luz celeste que se elevaba hacia el cielo. Unas pequeñas bolas de luz salieron del agua y volaron cerca del anciano antes de apartarse. Eran rápidas y brillaban con intensidad por lo que iban dejando una especie de estela tras de sí. Merlín intentó comprender qué era aquello pero no podía verlo bien. Iban y venían de un lado hacia el otro. Enfocó su mirada en una, sus ojos brillaron momentáneamente y la magia hizo su trabajo. Toda la escena perdió velocidad. El viento que soplaba y que hacía que las hojas de los árboles se movieran se volvió una lenta brisa y los juncos se movieron casi imperceptiblemente.
Le gustaba usar su magia de este modo, sin necesidad de hechizos de por medio. Le resultaba tan fácil, tan natural… Sonrió sin poder evitarlo.
Eran seres mágicos, como nunca los había visto. Eran pequeños, luminosos y tenían alas como las libéluas y cuando se agitaban hacían un sonido suave. Su cuerpo era como la de los humanos, salvo por su piel que tenía un tono azulado.
—¡He acudido ante tu súplica de una oportunidad para ganar el viaje de regreso hacia Avalón y una vida de inmortalidad!—gritó el hombre.
Uno de aquellos seres se le aproximó y lo señaló con la punta de su dedo.
—Tu castigo por matar a otro Sidhe es un cuerpo mortal y una vida mortal—le recordó—Nunca te será posible regresar a Avalón.
—El crimen fue mío, no de mi hija—imploró.
—Las puertas también permanecerán cerradas para tu hija... salvo que el alma de un príncipe heredero sea ofrecida…
—¡Gracias! Una vida inmortal para mi hija es todo lo que deseo… Así que les prometo traer al mayor príncipe, ¡Arturo Pendragon!
Los ojos de Sidhe se llenaron de codicia. Sin decir absolutamente nada, se alejó y entró al agua. Los demás seres lo imitaron y pronto todo volvió a la normalidad. La luz desapareció y el anciano rió feliz por la oportunidad que se le otorgaba.
