Ninguno de los personajes me pertenece.
Lotus-one: ¡Hola! Usualmente no tardo mucho en subir los capítulos, incluso puede que a veces suba dos a la semana ya que tengo bastante avanzada esta historia.
¡Sí! Merlín está empezando a mirar con otros ojos a Hermione pero no deja de tener presente que él es un sirviente y ella una princesa. Es imposible que algo suceda entre ellos porque, si los descubren, Merlín perderá la cabeza. Al menos, eso es lo que él piensa.
DRUIDA
El niño aferraba la mano del hombre con fuerza. Todo en aquella ciudad le resultaba desconocido y lo asustaba un poco. No importaba cuántas veces intentaban convencerlo de que todo saldría bien. Él tenía el terrible presentimiento de que no sería así. Un presentimiento tan fuerte y certero que casi podía asegurar que sería verdad.
Se acercaron a la tienda de especias. Varios cuencos llenos de polvos y hierbas desprendían todo tipo de aromas irreconocibles. El vendedor, miró al hombre que acompañaba al niño e inmediatamente lo reconoció.
—¿Tienes mis suministros?—preguntó—Debemos abandonar la ciudad inmediatamente.
El vendedor le tendió una bolsa de cuero bien cerrada.
—Aquí está… todo lo que pidió—los miró a ambos con pesadumbres, casi con arrepentimiento—Lo siento.
El hombre no entendió por qué se disculpaba hasta que vio que comenzaban a aparecer guardias de la caballería de Camelot armados con lanzas y espadas. En una acción involuntaria y fugaz bajó la mirada hasta el pequeño y notó sus grandes ojos azules llenos de temor. Tenía que hacer algo. Tenía que conseguir escapar de allí. Ese no era su hogar. Hizo que se inclinara por debajo de la mesa del vendedor y él lo siguió. Luego, comenzó la persecución. Corrieron lo más velozmente que pudieron, esquivando personas y objetos. El hombre tumbó una mesa para obstaculizarles el camino a sus perseguidores pero no los detuvo por mucho tiempo.
Aferrando la mano del pequeño, intentaron salir al bosque pero por el camino vieron más guardias, así que tuvieron que regresar hacia el castillo. Todos lo contemplaban con curiosidad. Uno de los caballeros, que pareció salir de la nada, saltó sobre ellos con la espada aferrada en sus manos. La blandió con agilidad y, antes de que se pudiera hacer algo, logró dar en el brazo del niño que gritó lleno de miedo y de dolor. El hombre sabía que era grave, que debía atenderlo, pero no tenía tiempo. Lo protegió con sus brazos. El guardia quiso atacar de nuevo pero esta vez no se contuvo. Extendió su mano y con su magia hizo que una fuerza invisible lo empujara hacia atrás, contra el muro.
Miró a su alrededor, pero los ciudadanos estaban lejos de ellos y no lo habían notado. Aliviado, siguió corriendo pero no tardó mucho en darse cuenta que no saldrían vivos de allí. No los dos. Los guardias habían comenzado a llegar casi en todas direcciones, menos desde las murallas. Derrotado ante la inevitable fatalidad del momento, tomó al niño y lo obligó a que lo mirale. Quiso decirle tantas cosas, despedirse, aconsejarle, pero no había tiempo.
—¡Corre! ¡Corre!—le ordenó—¡Corre!
Le indicó el camino hacia el castillo y con ayuda de su magia hizo que las grandes puertas de la muralla se comenzasen a cerrar, dejando sólo paso para el pequeño. Miró como se alejaba y, tras cruzar, sus miradas se volvieron a encontrar por última vez antes de que las puertas finalmente se sellaran.
Él se giró a enfrentar a su destino.
…
Merlín no había esperado sentir el grito, pero lo sintió. Vino de repente a su cabeza y dejó en su pecho una sensación de pánico y desespero. Había detenido su andar de repente, en medio del pasillo, con el corazón acelerado. No había sabido de donde venía pero le había parecido reconocer la voz de un niño. Luego, lo sintió otra vez. Fuerte y claro. Lo llamaba por un nombre que él jamás había oído pero en el interior de su ser sabía que lo llamaba a él.
Sin duda era un niño.
—Ayuda—decía la voz—por favor.
Salió al exterior del castillo y volvió a oírla. Fuerte y clara, triste y llena de sufrimiento. Se llevó la mano a la cabeza, dudando de si estaba oyendo realmente aquello o si comenzaba a volverse loco.
Miró alrededor del patio, buscando. Hombres y mujeres de la ciudad vendiendo algunas cosas. Sirvientes acarreando ropas o agua. Guardias recorriendo el lugar como lo hacían habitualmente… hasta que lo vio. Estaba semioculto detrás de una carreta, sentado sobre el suelo, con una capa verdosa cubriéndolo de la cabeza a los pies. El niño alzó la mirada y posó sus inmensos ojos azules directamente en él. No debía de tener más que nueve o diez años.
—Tienes que ayudarme—dijo la voz infantil en su mente—Por favor. Ayúdame.
Tenía magia y, por alguna inexplicable razón, sabía que él también.
El niño desvió la mirada cuando un grupo de guardias entraron corriendo a la plaza.
—Busquen por allí—ordenó.
—¡Por favor!—en su mente se oyó un grito desesperado—Están buscándome.
Merlín no sabía cómo funcionaba pero hizo lo que le resultó normal. Pensó en la frase como si estuviera a punto de pronunciarla pero ésta nunca llegó a sus labios.
—¿Por qué te están persiguiendo?
El pequeño tardó unos momentos en volver a comunicarse con él.
—Van a matarme.
Merlín entendió perfectamente. Las tontas reglas de Uther de acabar con todas las personas que tuvieran magia también aplicaban para los niños.
Aprovechando que los guardias miraban hacia otro lado, se ocultó en una de las entradas del castillo. Miró al pequeño cuyo nombre aún desconocía y le hizo una señal para que fuera hacia allí.
—¡Ven, corre!—le ordenó sin pronunciar ninguna palabra en voz alta.
El niño miró primero a su alrededor para confirmar que nadie observaba antes de correr hacia Merlín. Sujetaba su brazo herido con su mano con fuerza, intentando que no sangrara más. Pero cuando estaba a mitad de camino, uno de los caballeros giró el rostro y lo vio.
—¡Allí está!—gritó—¡Alerten a los guardias!
Merlín se metió en el interior, para que no lo descubrieran, esperándolo para salir a correr inmediatamente. Cuando llegó, lo tomó de la mano y lo arrastró por el pasillo. Subió las escaleras hasta el segundo piso, agradeciendo que no hubiera nadie que los viera. Debía llevarlo a un lugar seguro. No con Gaius, definitivamente. Estaba seguro que el médico lo reprenderá y lo obligaría a dejar al niño a manos de Uther. Tenía que ir con Hermione. Ella era la única persona que podría llegar a entender la situación. No tenía las mismas ideas que su padre y no era tan dura como su hermano. Pero justo cuando estaba encaminándose hacia su habitación, oyó las voces de los guardias gritando.
—¡Rápido! Casi lo tenemos… ¡Por allí!
Tuvo que tomar una decisión precipitada. Abrió la primera puerta que encontró y que resultó ser la de Lady Morgana. Ella y Gwen estaban riendo y charlando pero cuando la puerta se abrió de repente y ellos entraron, se quedaron estáticas, contemplándolos casi sin entender qué era lo que estaba sucediendo.
—¿Se te ha olvidado lo que es llamar a la puerta, Merlín?—cuestionó Morgana.
—Lo están persiguiendo—explicó señalando al niño—No sé qué hacer.
Contempló a las dos jóvenes mujeres que se encontraban allí, suplicante. Morgana bajó la mirada al chico y lo contempló fijamente por unos eternos momentos.
Unos golpes en la puerta los hicieron saltar sobresaltados.
—¿Mi Lady?—preguntó el guardia al otro lado.
—Allí—dijo señalando un pequeño espacio, al lado de una pequeña ventana, que tenía una cortina.
Merlín corrió y arrastró al chico consigo. Corrió la cortina para ocultarlos y contuvo el aliento.
Morgana abrió la puerta cuando comprobó que no se los veía.
—¿Si?
—Siento molestarla, mi señora, pero estamos buscando a un niño. Creemos que tomó este camino.
—No he visto a nadie. Aquí sólo estamos mi doncella y yo—dijo señalando a Gwen.
La puerta estaba lo suficientemente abierta como para permitirle ver parte de la habitación. Morgana sabía que si le impedía mirar, podría levantar sospechas.
—Será mejor mantener las puertas cerradas.
—Por supuesto—le sonrió con amabilidad—Gracias.
Detrás de la cortina, Merlín soltó un suspiro de alivio, pero justo en ese instante sintió que el niño se desmoronaba contra él. Lo tomó rápidamente, sin saber qué hacer.
Morgana y Gwen aparecieron de inmediato.
—¿Qué le sucede?—preguntó la protegida del rey, inclinándose sobre el pequeño con preocupación.
Merlín apartó su mano del brazo y comprobó que había sangre en ella. La herida era profunda y no se veía nada bien. Los tres intercambiaron miradas llenas de preocupación.
…
—El druida sólo vino a Camelot para buscar suministros—dijo Arturo a su padre—No quería hacer daño a nadie. ¿Es realmente necesario ejecutarlo?
—Absolutamente—contestó el rey sin mirarlo porque estaba concentrado leyendo y firmando unos papeles—Aquellos que usan magia no pueden ser tolerados.
—Pero los druidas son gente pacífica—dijo Hermione.
El rey apartó la vista de sus cosas para mirar a su hija.
—Si les damos la oportunidad, traerán nuevamente la magia a Camelot—le contestó tajantemente—Predican la paz como una táctica de engaño. Sólo quieren complotar contra mí. No debemos mostrarnos débiles.
Hermione resopló pero una mirada de advertencia de parte de Uther le recordó que no debía contradecirlo. Pero resultaba tan difícil. ¡Cada vez estaba más paranoico!
—Mostrar misericordia también es signo de fortaleza—dijo Arturo.
—Nuestros enemigos no lo verán así—lo contradijo el rey—Tenemos el deber de proteger este reino. La ejecución del druida dará ese claro mensaje.
Se puso de pie, dejando los papeles a un lado. Tomó una copa y bebió antes de retirarse.
Sin mirar atrás, dio su última orden.
—Busca al niño en cada parte del castillo. No puede estar lejos.
Arturo y Hermione permanecieron en silencio unos momentos después de que el rey se marchó.
—No pienso ver tal atrocidad—dijo rotundamente ella.
—No necesitas ir. Nuestro padre ya no te obliga.
—Y aunque lo hiciera, preferiría antes huir—escupió las palabras con rabia—¡Es increíble que esté tan ciego! No toda la magia es mala.
Arturo la miró sorprendido. Era la primera vez que hablaba tan abiertamente sobre ese tema delante de él.
—Las personas no son malas—la contradijo su hermano—pero la magia sí. ¿No has visto en todo este tiempo cómo la han usado para manipular o asesinar?
—Eso es sólo lo que tú has visto—indicó—Arturo, hay mucho más allá de las paredes que rodean este castillo. Mucha más magia de la que conoces…
—¿Y debo suponer que tú sí lo haces?—preguntó serio.
Hermione se dio cuenta de su error inmediatamente. ¡Siempre hablaba de más!
—No—mintió y bajó la mirada.
—Entonces no puedes decir nada más, Hermione. Estás en igual situación que yo.
Hermione apretó los labios con molestia, conteniendo las palabras. Le hubiera gustado decirle lo equivocado que estaba al compararlos pero, obviamente no lo hizo. Su hermanos comenzó a alejarse de allí, rumbo a la ejecución del druida que había atrapado.
—Si yo tuviera magia… ¿Ordenarías que me mataran?
Arturo se detuvo inmediatamente. Ella había murmurado la pregunta lo suficientemente alto para que él la oyese. Se volteó y la miró algo confundido.
—¿Por qué preguntas eso? Tú no tienes magia.
…
Había llegado el momento. Ella estaba completamente sola.
Arturo y Uther estaban ocupados en la ejecución injusta del pobre hombre. Morgana quién sabe dónde se había metido. A Merlín no lo había visto en todo el día. E Ingrid estaba ocupada haciendo mandados. Muchos ciudadanos se habían quedado a mirar el "espectáculo" que había preparado el rey para demostrar que él era el que mandaba allí y los guardias estaban atentos para controlarlos. Imaginó que nadie notaría a una persona salieron por el castillo, con una capa cubriéndola de pies a cabeza. No esperaba que Merlín, observando desde la ventana de Morgana, la viera y, peor, la reconociera. El joven mago sintió curiosidad pero, tras mirar atrás y ver al niño que intentaba recuperarse de una grave herida, dejó esos pensamientos para otro momento.
Los guardias de la puerta de entrada de los muros no le prestaron demasiada atención ya que escuchaban las palabras que había comenzado a pronunciar el Rey para anunciar los delitos por los que sería ejecutado aquel hombre. Apresuró sus pasos, cruzó la parte baja de la ciudad, y salió hacia el bosque. En varias ocasiones contempló hacia atrás para comprobar que nadie la seguía o notaba su escapada. No tardó mucho en ingresar y dejar que la maleza y los árboles la rodearan.
Le gustaba aquel lugar, no sólo porque la soledad le permitía pensar con claridad sino también porque le recordaba mucho al Bosque Prohibido. Había días en que simplemente se levantaba totalmente melancólica, extrañando enormemente todo lo que había conocido una vez en su tiempo. Recordar que todos la creían muerta no ayudaba a mejorar su humor y tenía que hacer enormes esfuerzos para levantarse de la cama y simular estar feliz para no llamar la atención de nadie. Pero esos días eran los pocos. La mayor parte del tiempo se sentía extrañamente a gusto allí, se sentía cómoda a pesar de las grandes desventajas que tenía la época. Nunca antes se había detenido a pensar lo fácil que había sido sólo abrir el grifo y tomar una ducha. En aquel tiempo, el agua era un bien muy valorado y costaba demasiado llevarla desde el poso hasta la cocina, donde era calentada a la temperatura justa para luego ser trasladada a sus habitaciones. Todo ese esfuerzo para que ella, la hija del Rey, se diera un baño.
Sintió una brisa fría chocando contra su rostro y se estremeció levemente, pero no se detuvo. No estaba segura de a dónde iba. Sólo necesitaba estar lo suficientemente lejos de toda persona para poder practicar. Hizo unos cuantos metros más hasta que casualmente dio con un claro. Intentó contemplar hacia atrás y ver el Castillo pero todos los árboles eran tan espesos y crecían cerca el uno del otro, que no lograba divisarlo. Eso era precisamente lo que quería. Estaba segura que allí nadie la vería.
Sacó su varita y la estudió nuevamente. En muchas ocasiones ya la había observado fijamente, percatándose de algunos detalles. Era de Sauce, de un color marrón claro. A sus ojos era simple pero elegante. Aproximadamente treinta centímetros y tenía un único nudo a unos diez centímetros de la parte inferior. Lo que más llamaba su atención era que en él había elegante letra S tallada. Tenía curiosidad por saber qué significaba pero atinó a imaginar que se trataba de una especie de firma de su creador. La sentía ligera y liviana entre sus manos y un poco diferente a la que había tenido en su tiempo. No tenía idea qué clase de centro poseía pero iba a preguntárselo la próxima vez que viera Sir Godric.
Recordaba que la primera vez que había ido a comprar una con sus padres a lo de Ollivander, el anciano le había advertido que éstas eran las que elegían al mago, y no al revés. Sólo rogaba que la elección que había hecho Gryffindor, fuera la correcta.
Cuando se la había pedido a Sir Godric, él había permanecido por tanto tiempo en silencio, meditándolo, que pensó que se negaría. Pero no había sido así. Simplemente le aseguro que no eran fáciles de conseguir y que tardaría en hacérsela llegar. Estuvo dispuesta a pagar cualquier precio pero él le había pedido que lo considerara un obsequio.
Fue dos semanas después de aquel día que, al despertar y abrir los ojos, la vio apoyada sobre su almohada. Su corazón saltó dentro de su pecho y su cuerpo se llenó de una ansiedad abrumadora, pero no tuvo tiempo a hacer nada porque Ingrid ingresó a la habitación, deseándole un buen día. La había escondido rápidamente para que la muchacha no la viera e hiciera preguntas que no estaba dispuesta a responder.
Pero ahora, allí estaba, lista para usarla. A su mente vinieron cientos de hechizos que había aprendido a lo largo de sus años de estudio, algunos más complejos que otros. Intentó decidirse por uno, pero le resultó complicado. Finalmente, quizás por una cuestión de nostalgia, se decidió por uno de los más significativos de su primer año de colegio. Miró a su alrededor, buscando, hasta que finalmente encontró una piedra del tamaño de su puño. Aferró su varita con firmeza y apuntó a ella.
—¡Wingardium leviosa!—dijo, recordando hacer el movimiento correcto con su muñeca y repitiendo la palabra como era debido.
Sin embargo, a pesar de todos sus cuidados, la piedra se elevó por el aire a demasiada velocidad, como si hubiera sido arrojada por alguien extremadamente fuerte. Lanzó un pequeño grito, algo asustada, y perdió la concentración, haciendo que el hechizo se rompiera. La roca llegó hasta un determinado punto de elevación, por encima de las copas de los árboles y bajó nuevamente, atraída a la tierra por la fuerza de gravedad y chocó contra el suelo con fuerza, hundiendo la tierra bajo su peso.
¡¿Qué demonios había sucedido?! ¿Había hecho algo mal? Aquello nunca antes le había pasado. O los hechizos no salían a la primera o salían a la perfección. Jamás le había ocurrido algo así. Parecía como si la magia que había empleado fuera demasiada para un hechizo tan simple. ¿Era eso posible? ¿O era un problema con su varita? Quizás no fuera la adecuada.
Decidió probar de nuevo, con otro hechizo, pero trató de evitar cualquiera con el que pudiera salir dañada. No quería ni imaginar lo que sucedería si lanzaba un Confringo. Tomó aire profundamente, procurando calmarse, cerró los ojos y dejó por unos segundos su mente en blanco. Siempre le había resultado muy difícil no pensar en nada pero durante unas vacaciones de verano había asistido a clases de yoga y éstas le ayudaron a conseguirlo. Cuando elevó los párpados para enfocarse en un punto preciso, el hechizo salió de su boca con naturalidad.
—Aguamenti.
¡No fue un delicado chorro de agua, sino más bien una especie de tsunami! El agua salió con fuerza y rudeza, mojando enseguida todo a su alrededor y salpicándola a ella en el camino. Inmediatamente cortó el hechizo.
—¡Maldita sea!—gruñó, furiosa, y tiró la varita al barrial que se había formado a sus pies.
—¿Esa es forma de tratar a una varita?
Hermione volteó rápidamente para encontrar a un divertido Salazar Slytherin contemplándola. Estaba con sus vestimentas de anciano pero había dejado caer el encantamiento envejecedor, mostrando su rostro atractivo y joven.
—¿Qué haces aquí?—cuestionó sin dejar de observarlo—¿Cómo supiste dónde estaba? ¿A caso me estabas siguiendo?
No confiaba en él. Ni un poco.
—Los cortesanos siempre exigiendo—dijo haciendo caso omiso a sus preguntas—¿A caso nadie te enseñó un poco de respeto? Es lo mínimo que puedes darme después de lo mucho que he hecho por ti.
—¿Lo mucho que has hecho por mí? ¡Por favor, Slytherin!—puso los ojos en blanco—Ni siquiera quisiste llevarme con Sir Godric.
—No hablo de eso—aseguró con altanería—Veo que no te lo han informado así que lo haré yo.
—¿De qué estás hablando?
—¿Quién crees que hizo esa varita? ¿Godric? Él ni siquiera podría distinguir entre una de Abeto de otra de Roble.
Hermione no podía creer aquello. Era simplemente imposible. En todos los libros que leyó jamás se mencionaba que el fundador de la casa de las serpientes elaborara varitas. Durante siglos había sido la familia Ollivander quien había tenido ese honor.
—¿Crees que miento?—le preguntó el hombre leyendo en su expresión el desconcierto—Puedes buscar una S en el nudo.
Hermione sabía que estaba allí, la había visto.
—¿Cuándo aprendiste a hacer varitas?—ahora la curiosidad podía más que su desconfianza.
—Hace unos años, cuando necesité una… No es común que un mago tenga varita. Usualmente se entrena y aprende durante años a simplemente guiar la magia con sus manos y hechizos.
—Eso suena demasiado complicado.
—Lo es. Los pocos que poseemos varita somos una… nueva generación, por así decirlo.
Era demasiado interesante todo aquello. Siempre había creído que Merlín había sido el guía que puso los cimientos para que la magia evolucionara y se transformara en lo que ella conocía pero no había esperado enterarse que los fundadores también formaran parte de esa misma historia.
—Muchas gracias por la varita—dijo con sinceridad.
Salazar sólo asintió, reconociendo su gratitud.
—Pero me temo que no funciona conmigo—añadió.
El mago no ocultó su sorpresa al oírla.
—¿Disculpa? Todas mis varitas funcionan a la perfección.
—No discuto su funcionamiento en sí, sino su función siendo yo su dueña.
—¿Qué se supone que quiere decir eso?
—La varita elige al mago, Slytherin, no al revés.
Él soltó un bufido.
—Eso es lo más tonto que he oído.
—Piénsalo. Las varitas son elementos creados para canalizar la magia de su portador pero, en sí mismas, también poseen magia por el centro que las componen. Si la magia de su interior no es compatible con la del mago o bruja que la posee, los hechizos no salen como deben.
Él lo meditó unos instantes hasta que alzó sus ojos estrechos a su rostro.
—¿Dónde has aprendido eso?—preguntó con cuidado.
Hermione empalideció levemente pero intentó que su metedura de pata no fuera tan notable.
—Es una cuestión lógica, ¿no? Al igual que cuando una persona no te cae bien. Simplemente no hay compatibilidad entre ellos.
—Eres rápida para inventar excusas…
—¡Yo no he inventado nada!
—Déjalo pasar—indicó—Ni siquiera voy a preguntarte cómo hiciste para saber sobre la existencia de las varitas mágicas cuando hemos hecho todo lo posible para que permanezcan en secreto—sus ojos centellaron—Pero lo averiguaré algún día.
—No hay nada que averiguar.
Una de las comisuras de sus labios se elevó, formando una sonrisa burlona.
—Lo que usted diga, Alteza real—dijo y volvió a ponerse serio—Puede tiene cierta lógica lo que me has dicho, pero quizás, en tu caso, no sea así.
—¿Y entonces, cuál sería mi caso?—quiso saber.
—Debes ganarte su respeto. Si, como dices, la magia que posee corresponde al centro que tiene, puedo entender que te costará conseguirlo.
Hermine giró para contemplarla. Aún seguía allí tirada en medio del barro acuoso. Se inclinó y la tomó. La limpió con su propia capa.
—¿Cuál es su centro?—inquirió.
—Fibra de corazón de Dragón.
Eso no era extraño. Su anterior varita también tenía el mismo centro.
—¿Y eso es importante?—preguntó.
La sonrisa presuntuosa del hombre volvió a posarse en sus labios.
—Demasiado si se tiene en cuenta que el dragón en cuestión sigue vivo. Esta fue una de las primeras varitas que hice. Había probado con pelos de unicornios y raíces de mandrágora pero no me convencieron. Fue entonces cuando lo conocí…
—¿A quién?
—Al dragón que tiene tu padre escondido debajo del castillo.
Los ojos de Hermione se abrieron enormemente.
—¿Eso es verdad?—inquirió—Siempre he oído sobre el supuesto dragón e incluso lo leí en los libros de historia de Camelot pero nunca lo creí. ¿Por qué dejarlo vivo si acabó con todos los demás?
—No lo sé. Quizás deberías preguntárselo.
—¿A mi padre? Él es muy reservado con sus palabras, especialmente con aquellas que se relacionan con el pasado.
—Qué conveniente—dijo con sarcasmo—En fin, es parte del corazón de Kilgharrah lo que contiene tu varita. Él, voluntariamente, lo donó.
—¿Por qué haría algo así? Los dragones no son conocidos precisamente por su bondad hacia los hombres. Son independientes e indomables…
—En eso te equivocas. Los señores dragones pueden. Ellos dan una orden y esos seres deben cumplirla, aún en contra de su voluntad.
—¿Conociste alguna vez a alguno?
—Jamás. Uther terminó asesinando a todos—dijo con desprecio.
La miró y de repente se puso tenso, como si recordara que ella era hija de aquel maldito rey.
—Para dominar tu varita debes saber demostrarle tu valor—le informó con seriedad—Los dragones son seres orgullosos y resentidos, poco dispuestos a confiar. Tu varita es igual.
—¿Y cómo se supone que haré eso?
Salazar sacó un pequeño frasquito del interior de su túnica y lo bebió. Delante de los ojos de la chica, fue transformándose en un anciano cuyo rostro estaba plagado de arrugas.
—Has un hechizo que valga la pena realizar—le dijo antes de voltear y marcharse con pasos ágiles.
…
Merlín tenía muchas cosas en su mente, pero en ese instante el pensamiento principal estaba relacionado con el chico que se escondía dentro de las habitaciones de Morgana. Miró el plato que tenía delante de sí y removió la comida con cierta distracción. Alzó la vista y contempló a Gaius que se encontraba a unos metros, sobre su mesa de trabajo.
—¿Sabes algo sobre los druidas?—le preguntó intentando sonar casual
—No mucho—contestó sin prestarle demasiada atención ya que estaba demasiado abstraído en sus tareas—Son gente muy reservada. Especialmente ahora que están siendo perseguidos por Uther.
Tomó una pluma y comenzó a escribir unas cuantas notas hasta que una terrible idea se le ocurrió. Se puso derecho de repente.
—Merlín—lo señaló con la punta de su pluma—Dime que no estás metido en esto, por favor.
—¿Yo?—dijo haciéndose el desentendido—¿Metido en qué?
—Para alguien que oculta un secreto tan grande—dijo mientras se acercaba a él—eres un pésimo mentiroso.
—No he hecho nada—intentó insistir.
—Merlín…
El joven mago suspiró y apartó la mirada del anciano.
—He escuchado al chico llamándome—confesó—No estaba por ningún lado, sólo en mi mente.
—Sí, he oído de esa habilidad—comentó Gaius.
Merlín rápidamente lo contempló.
—Los druidas buscan niños con semejantes dones para hacerlos sus aprendices—siguió diciendo pero volvió a mirarlo con un deje de advertencia—Mientras estén buscando al niño debes tener mucho cuidado si no quieres perder la cabeza.
—Siempre soy cuidadoso, tú lo sabes—le dijo sonriendo, intentando parecer inocente.
—Así es, Merlín, desafortunadamente, lo sé—aseguró.
…
La cena de aquella noche fue terriblemente silenciosa. Arturo aún estaba guiando la búsqueda del niño. Hermione y Morgana no tuvieron ninguna excusa que darle al rey y así evitar su compañía. Ambas estaban perdidas en sus propios pensamientos, ajenas a las miradas que le lanzaba el hombre.
La protegida del rey no dejaba de pensar en el niño. Estaba pálido y herido. A penas había probado unos pocos bocados y eso no ayudaba a su pronta recuperación. Sabía que si Uther se enteraba de lo que estaba haciendo, no tendría consideración con su persona. ¿Por qué era incapaz de entender la inocencia del niño? ¿Cómo culparlo por algo que él no eligió? ¿A caso no podía ser posible que la magia eligiera a la persona?
—¿Debo preocuparme?—preguntó Uther rompiendo el silencio—Ambas están muy silenciosas hoy.
—Estoy bien—dijo Hermione distraídamente, llevándose un trozo de carne a la boca para masticarlo con desgana.
—¿Morgana?—la llamó el rey—¿Algo va mal?
—No, mi señor. Sólo estoy algo cansada. Quizás no soy la mejor compañía esta noche.
Hermione alzó la mirada hacia la chica, notando que, efectivamente, se encontraba algo desganada. Inmediatamente se sintió algo culpable por estar tan distraída en sus propios asuntos como para no darse cuenta de que algo no andaba bien. Tendría que hablar con Morgana más tarde.
—Sólo me preocupo por ustedes—aseguró.
Las puertas del comedor se abrieron y dejaron entrar a un Arturo claramente agotado. No las miró en ningún momento y se dirigió directamente hacia el Rey.
—¿Alguna nueva noticia?—preguntó el hombre.
—Hemos llevado una búsqueda exhaustiva pero no hemos hallado nada—respondió con un suspiro—El chico no aparece.
Hermione notó que Morgana prestaba demasiada atención a la conversación de los dos hombres.
—¿Eso quiere decir que has fallado en tu búsqueda?—dijo su padre recostándose en su silla.
—Quizás abandonó la ciudad—comentó Hermione, enfadada porque Uther siempre encontraba el modo de culpar a Arturo de cada fracaso.
—¿Me estás diciendo que un niño herido fue capaz de huir de la ciudad? ¡Tonterías! Alguien lo está ocultando y debemos descubrir quién.
—Es un niño—intentó hacerlo razonar—¿Qué daño podría hacer?
—Es un druida—dijo con más fuerza Uther.
—Los druidas quieren destruir el reino de tu padre—le dijo Morgana a Hermione con enfado.
¿Qué rayos le sucedía?, se preguntó, incapaz de creer que estuviera diciéndole una cosa así.
—Y supongo que tú eres una experta en druidas—dijo Arturo saliendo en defensa de su hermana.
—Morgana, Arturo… está bien. Hay que redoblar esfuerzos—miró a su hijo—Sigue buscando hasta encontrarlo.
El príncipe contuvo un suspiro de cansancio y asintió antes de salir. El resto de la cena transcurrió en el mismo tenso silencio. Cuando finalmente se despidieron de Rey, ambas comenzaron a caminar hacia sus habitaciones.
—¿Qué sucede, Morgana?
La chica la miró extrañada por un momento pero finalmente le dedicó una sonrisa, pero a Hermione le pareció algo ensayada.
—Nada, Hermione, ya lo dije. Sólo es cansancio.
—¿Has tenido nuevamente pesadillas?
—Siempre las tengo—dijo dejando que la sonrisa cayera—Sólo es cansancio, Hermione… Te pido que me perdones por hablarte de ese modo durante la cena. No fue mi intención sonar tan dura.
—No te preocupes—le aseguró.
Siguieron andando en silencio y no tardaron en llegar frente a las habitaciones de Morgana.
—¿Quieres que vaya a pedirle una pócima más fuerte a Gaius?
—No, no es necesario. Iré a dormir inmediatamente—no le dio tiempo a decir nada más porque abrió la puerta y entró rápidamente.
Definitivamente, allí estaba sucediendo algo. A pesar de que sabía que la joven no terminaría por buen camino, Hermione siempre había recibido amabilidad y buenos tratos de su parte. Nunca le había contestado como lo había hecho aquella noche ni había actuado de un modo tan cortante.
La iba a dejar tranquila esa noche pero regresaría a la mañana siguiente para comprobar cómo se encontraba. Quizás una noche de sueño fuera lo que necesitaba. Hermione, definitivamente sí lo necesitaba. Había estado durante horas buscando el hechizo adecuado para realizar pero todos los que habían intentado realizar habían salido igual de desastrosos que el primero y el segundo.
Caminó hasta su cuarto, esperando poder conciliar el sueño inmediatamente. Tenía demasiadas cosas en su mente. A parte de su incapacidad para realizar un hechizo correctamente, tenía mucha curiosidad por saber si realmente había un dragón bajo sus pies. Quería preguntárselo a alguien que no fuera su padre. Él seguramente encontraría demasiado sospechoso aquel interrogatorio y sería capaz de pensar que ella pensaba liberar a aquella bestia. No creía que Morgana supiera y Arturo estaba demasiado ocupado en ese momento. Tal vez, la mejor opción fuera Gaius. Pero para eso también debería de esperar al día siguiente porque ya era demasiado tarde.
Para su fortuna, dormir no le costó. Su cuerpo pareció agotarse por todo el esfuerzo que había hecho aquel día y cuando se recostó en la cama la encontró demasiado irresistible. Durmió toda la noche y se despertó sólo cuando Ingrid fue a abrir las cortinas de las ventanas para dejar entrar la luz del sol.
—Buenos días, excelencia—la saludó como cada mañana—Espero que haya dormido a gusto.
Hermione se estiró mientras se sentaba en la cama y asintió.
—Hay un sol resplandeciente fuera. Quizás pueda aprovechar a salir un rato. Su piel está volviéndose demasiado clara. No querrá que sus futuros pretendientes piensen que usted tiene un aspecto enfermizo…
—No hay pretendientes, Ingrid—le aseguró.
—Pero los habrá y…
Lo que estuviera por decir se vio interrumpido por unos golpes firmes en la puerta. Ambas intercambiaron miradas llenas de curiosidad, preguntándose quién era a esas horas.
—Un momento—dijo Hermione mientras se ponía de pie y se colocaba una bata gruesa sobre su camisón, que, a pesar de ser largo, era de una tela fina y delicada, casi traslúcida—Adelante.
Arturo y un grupo de guardias ingresaron a la habitación.
—¿De nuevo?—inquirió ella—¿A caso crees que sería tan tonta como para ocultar al niño aquí?
Su hermano le lanzó una mirada cansada.
—Sólo hago mi trabajo, Hermione—le recordó.
Tenía unas feas ojeras bajo sus ojos, lo que indicaba que él no había tenido el placer de disfrutar de una noche de sueño. Seguramente había estado organizando guaridas para buscar al niño, temiendo que intentara salir aprovechando la oscuridad.
—De acuerdo.
El príncipe la miró sorprendido.
—¿No harás un berrinche como la otra vez?
—Yo no hago berrinches—respondió—Intento ser comprensiva, Arturo. Busca donde quieras y luego márchate. Aún tengo que vestirme.
Él pareció darse cuenta recién que aún estaba con sus ropas de cama. Sus mejillas se volvieron rojas y apartó rápidamente la mirada para ordenar a los hombres que se apresurasen. No quería que ninguno de ellos se fijara demasiado en su hermana.
…
Merlín tocó la frente del niño y notó inmediatamente como su piel ardía.
—Tiene fiebre—le dijo a Morgana, que se encontraba a su lado contemplando con preocupación—¿Durante cuánto tiempo ha estado así?
—Desde esta mañana temprano.
—Creo que su herida puede estar infectada.
—Necesita un médico—lo miró implorante.
—Ni podemos involucrar a Gaius—aseguró Merlín, aterrado ante la simple idea—Es demasiado peligroso. Además, si se entera de que estoy metido en esto, me ejecutará él mismo.
—Pero tenemos que sacarlo de Camelot y no podemos hacerlo estando enfermo. Necesitamos un médico—repitió.
Merlín lo sabía pero involucrar a Gaius era algo que no estaba dispuesto a hacer.
—Voy a tratarlo—dijo con seguridad.
—¿Sabes tratar una herida infectada?—preguntó Morgana con muchas dudas.
Merlín tardó unos momentos en responder.
—No, no precisamente—dijo—Pero aprendo muy rápido.
Ella le dedicó una mirada que claramente decía que aquello no era ningún consuelo para sus dudas.
Alguien tocó las puertas de la habitación. Intercambiaron una mirada llena de preocupación. Si cualquiera los descubría ya podían considerarse muertos. Merlín se colocó rápidamente al lado del niño y cerró las cortinas. Morgana se puso de pie y se acercó a la puerta para abrirla, intentando que su expresión no pareciera tan alarmada.
—Arturo—dijo al ver al príncipe—¿A qué debo este placer?
El príncipe entró sin ser invitado y contempló la habitación con impaciencia.
—No te emociones—le dijo—No es una visita social. Estoy buscando al chico druida. Me temo que tendré que buscar en tus habitaciones.
Morgana tuvo que resistir el impulso de mirar hacia donde Merlín y el niño estaban ocultos.
—No buscarás en mis habitaciones—le dijo con seguridad.
—No te lo tomes personal—le pidió con cansancio—Ya demasiado tuve con Hermione.
La joven sonrió burlonamente.
—Estoy segura que ella estuvo encantada—comentó con ironía.
Arturo no respondió. Sólo siguió observando todo.
—¡No dejaré que te metas con mis cosas!—dijo, sintiendo cada vez más pánico.
—No me interesan tus cosas. Sólo me interesa encontrar evidencia de que el niño todavía está en el castillo…
Merlín espiaba a través de las cortinas y vio, con horror, como los zapatos que le habían sacado al joven druida estaban detrás de una columna. ¿Pero cómo alcanzarlos sin que nadie lo notara?
—Tal vez está escondido en tus habitaciones—le dijo Morgana sin perder el tono de molestia—Con el desorden que tienes no sabes qué se puede encontrar allí.
—No es mi culpa tener un sirviente tan perezoso. Ni siquiera sé donde se metió.
—¡Vaya! Ni siquiera puedes encontrar a tu propio criado y quieres encontrar al niño.
—Me conmueve la confianza que tienes en mis capacidades—dijo Arturo con sarcasmo.
Siguió mirando a su alrededor, acercándose a los zapatos.
—¿Aquí también, Arturo? ¿Realmente crees que Morgana ocultaría al niño?
Todos alzaron la vista para ver a Hermione parada en la entrada. Aprovechando esa distracción, Merlín murmuró un hechizo e hizo que los zapatos comenzaran a andar solos, de puntillas, hasta donde él se encontraba. Se apresuró a tomarlos y ocultarlos con ellos.
—Hermione, ¿Qué haces aquí?—preguntó su hermano.
—¿A caso no puedo venir a ver a Morgana?—inquirió con vos tensa—No sabía que lo tenía prohibido.
Arturo notó que quizás se había propasado con ella al usar ese tono tan brusco. Suspirando, se disculpó.
—Lo siento… y sólo hago lo que me corresponde. Debo buscar en cada habitación del castillo.
—Pues apresúrate. Morgana y yo tenemos cosas importantes de las cuales hablar.
—Créeme, Hermione. Lo último que deseo es quedarme a charlar con ustedes…
—Entonces te ahorraré tiempo—dijo Morgana—El niño druida está escondido ahí—dijo señalando el sitio donde se ocultaba.
Merlín sintió que su corazón dejaba de latir. ¡Se suponía que ella los estaba ayudando!
Arturo miró hacia el lugar donde las cortinas estaban cerradas. Era, sin duda alguna, un buen sitio para ocultarse.
—Estoy segura que tu padre estará encantado de saber cómo has perdido el tiempo en saquear mis cosas… ¡Continúa!—lo incentivó la chica.
—¿Para que puedas tener la satisfacción de hacerme ver como un tonto?—preguntó el príncipe.
—Arturo—dijo con falsa dulzura, Morgana—No necesitas mi ayuda para verte como un tonto… Vamos, echa un vistazo.
El príncipe enfureció.
—Porqué no sigues peinándote o haciendo lo que sea que haces—le dijo con molestia antes de salir de allí, cerrando la puerta con fuerza.
Morgana sonrió con orgullo pero cuando volvió y se dio cuenta que Hermione estaba allí, contemplándola con una expresión poco amigable, no pudo evitar preocuparse.
—Hermione… qué…
Pero ella sólo se encaminó hacia las cortinas y las abrió de un tiró a pesar de las protestas de la protegida del rey.
—¿Por qué no me extraña que estés involucrado en esto?—le preguntó observando a Merlín.
El muchacho rió con nerviosismo.
—Hermione, por favor—comenzó a decir Morgana, contemplándola suplicante.
—No diré nada—aseguró—Pero eso no quita que esto es una estupidez de su parte. ¿A caso no se dan cuenta de lo peligroso que es esto?
Ambos se mostraron muy poco arrepentidos.
—¿Qué se supone que debíamos hacer, Hermione?—dijo Morgana—Es sólo un niño.
Ella suspiró, sabiendo que ya no le quedaba otra opción más que verse involucrada también. No podía hacer como si no se hubiese enterado de nada. Mucho menos viendo cómo estaba el niño. Se inclinó hacia él y lo tomó.
—¡Está ardiendo!—dijo—¿Por qué no le piden a Gaius que lo vea?
Merlín se llevó la mano a la cabeza y removió su cabello con nerviosismo.
—Eh… Bueno… él precisamente me advirtió no verme involucrado en esto.
—Pero asumo que fue demasiado tarde, ¿no?—miró la herida que estaba vendada—Está infectada… Necesitaré algunas cosas…
Le dijo a Merlín todos los ingredientes y él salió corriendo inmediatamente a las habitaciones de Gaius para robarlos. Afortunadamente, estaba vacía. Comenzó a recorrer los estantes y las mesas en busca de lo que le había pedido, intentando no olvidarse de nada. Tomó una pequeña bolsa de tela y comenzó a colocar lo que encontraba.
Debía de haber pensado en Hermione, se dijo. Gaius le había enseñado a tratar heridas y sabía que era muy buena en ello.
Las puertas se abrieron de repente y dejaron entrar al anciano. Merlín ocultó rápidamente la bolsa detrás de su espalda.
—¡Ahí estás!—le dijo al verlo—Necesito que me consigas algo de brezo.
—¿Puedo ir más tarde? Estaba saliendo.
El anciano comenzó a asentir pero se dio cuenta de la bolsa que tenía en sus manos.
—¿Qué es eso?—preguntó con sospecha.
—¿Esto? En realidad… no es nada… sólo… suministros.
Gaius no entendía porqué el chico se esmeraba tanto en mentir si lo hacía tan mal.
—Muéstrame—ordenó.
Merlín dudó unos momentos antes de, resignadamente, abrir la bolsa y mostrarle lo que contenía. Gaius no tardó demasiado en darse cuenta de que lo que contenía servía para curar heridas. Alzó la mirada hacia el muchacho pero él había apartado la vista y parecía encontrar sumamente interesante sus propios zapatos.
—¿A dónde llevabas todo esto, Merlín?—le preguntó.
—Yo… Hermione me los pidió—murmuró.
¿Era su impresión o se había ruborizado levemente ante la mención de la joven princesa?
—¿Y para qué lo quería Hermione?
Merlín suspiró y finalmente lo miró.
—Encontró un animal herido y quería curarlo—mintió—Intenté decirle que te enfadarías por gastar estos elementos en una ave pero insistió y yo no pude decirle que no…
Intentó poner una expresión de arrepentimiento o algo lo suficientemente bueno como para que el anciano le creyese y creyó haberlo conseguido al verlo reír suavemente.
—Jamás pensé que te encariñarías con una muchacha en tan poco tiempo—dijo soltando una risita.
Merlín abrió los ojos con horror.
—¿Qué? ¡No!—negó con la cabeza intensamente, quizás con demasiada prisa—Es la princesa, Gaius, no podía negarme.
El anciano lo contempló con cierta picardía y Merlín sintió como su rostro ardía de la vergüenza. Era cierto que había admirado su belleza y había veces en que simplemente le resultaba imposible no observarla cuando ella no se daba cuenta, pero él no era un tonto enamorado que accedería a hacer cualquier cosa por su amada. Gaius no podía estar más equivocado en esta ocasión.
—La princesa… sí, claro…—volvió a reír—Pero recuerda que deberás buscarme todos esos ingredientes que te estás llevando.
El muchacho asintió rápidamente y se apresuró a salir de allí casi corriendo, queriendo huir de la vergüenza que Gaius le hacía padecer. Tuvo la fortuna de no toparse con Arturo en ningún momento y apenas llegó a la habitación de Morgana tocó apresuradamente antes de entrar.
—¿Por qué tardaste tanto?—le preguntó Hermione arrebatándole la bolsa de las manos.
—Gaius me descubrió—dijo incapaz de mirarla, sin dar más detalles de lo ocurrido.
Ella tomó un recipiente y lo llenó de algunas hierbas que cortó con sus manos.
—¿Tienes agua?—le preguntó a Morgana—También necesito un trozo de tela.
La chica asintió y corrió a buscar la jarra para traérsela inmediatamente. Y mientras Hermione llenaba con agua el recipiente, iba a tomar el resto de las vendas que le habían sobrado.
—Merlín, tendrás que limpiar la herida—le dijo y le lanzó una mirada rápida al niño antes de bajar la voz—Será muy doloroso para él pero es algo que debe hacerse. Necesita estar limpia antes de que unte lo que ahora voy a prepararle.
El mago asintió y tomó el recipiente con agua y hierbas. Se acercó al niño y se inclinó sobre él. Dejó el cuenco en el suelo para poder mojar la tela y escurrirla para que no chorrease. Comenzó con cuidado, recordando la advertencia de Hermione.
—Gracias, Emrys—dijo la voz del niño nuevamente dentro de su cabeza.
Según Morgana, desde que había llegado, no había pronunciado ni una sola palabra en voz alta.
—¿Emrys? ¿Por qué me llamas así?—le contestó, utilizando nuevamente ese método inusual de conversar sin necesidad de pronunciar las palabras en voz alta.
Los ojos del niño apenas se abrían, como si estuviera realizando un enorme esfuerzo.
—Es tu nombre entre mi gente—le contestó.
Merlín se quedó paralizado a causa del asombro.
—¿Saben quién soy? ¿Cómo?
Pero él ya había bajado sus párpados y se había dormido producto de la grave herida que tenía.
—¡Háblame!—le rogó.
—No sé si no puede hablar o está demasiado asustado para hacerlo—contestó Morgana a su lado, haciéndole dar cuenta que había pronunciado aquella palabra en voz alta.
Unos momentos después, Hermione les pidió que le hicieran lugar y comenzó a cubrir el corte con una especie de pasta que había armado antes de volver a vendarlo.
—Es un corte muy profundo—les dijo—y no sé cuán bien funcionará esto. Dentro de una hora le daré una pócima para bajarle la fiebre…—contempló a Morgana—¿Puedo quedarme contigo esta noche?
—Por supuesto.
—Merlín, puedes irte a descansar.
Él no quería hacerlo pero tenía demasiadas dudas. Asintió y se despidió de ellas mientras corría por el castillo rumbo a las antiguas cuevas que había debajo del castillo. Ya lo había hecho en ocasiones anteriores pero no cuando tantos guardias corrían de un lado al otro en busca del niño. Recordaba perfectamente la primera vez que había ido a aquel lugar, después de sentir que alguien lo llamaba por su nombre. Pero, al igual que con el joven druida, sólo la voz resonaba dentro de su cabeza. Había sido uno de esos acontecimientos que ninguna persona jamás espera vivir.
Un dragón. Era el dragón que Uther había mantenido prisionero durante años el que lo había llamado, sintiendo su presencia, para avisarle que él, un simple muchacho, era el que iba a ayudar a Arturo a unir las tierras en Albion.
Seguía repitiéndose aquellas palabras en la mente desde aquel momento pero nunca podía terminar de creérselas. Arturo seguía siendo un príncipe presuntuoso que, a pesar de ser un poco mejor que su padre, aún no tenía madera de rey. Y él, definitivamente, no se creía el poderoso mago que Kilgharrah aseguraba que era. Sabía que tenía magia, que su magia era algo natural en él, pero no se sentía poderoso ni sabio. La mayor parte del tiempo vivía con dudas o con miedo a ser asesinado.
Sin embargo, desde la primera vez que supo de su existencia, no había podido dejar de concurrir al Gran Dragón cuando se sentía perdido. No siempre obtenía respuestas o no las que deseaba oír, pero le ayudaba más que cualquier otra persona en Camelot.
Cuando llegó hasta la inmensa cueva, que era lo suficientemente grande como para ocultar a una bestia de ese tamaño, con una antorcha en su mano, lo llamó con un grito.
—¿Hola?
El dragón salió desde atrás, lanzando un grito aterrador que lo sobresaltó.
—¿Tienes que hacer eso? Me has dado un susto de muerte.
Kilgharrah rió estruendosamente mientras volaba hasta una roca frente a Merlín. Una gruesa y enorme cadena sostenía una de sus patas a la base de la cueva rocosa.
—Joven brujo—dijo el enorme dragón—No hay duda de que estás aquí por el chico druida.
—¿Cómo lo supiste?—preguntó extrañado.
—Como tú, le oí hablar—indicó.
—¿Por qué me llama Emrys?
—Porque ese es tu nombre—aseguró.
—Estoy seguro que mi nombre es Merlín, siempre lo ha sido…
—Tienes muchos nombres—lo contradijo el dragón.
Merlín no entendía por qué siempre tenía que dar respuestas que dejaban demasiadas dudas. Nunca eran lo suficientemente completas como para aclarar cualquier cuestión.
—¿Los tengo?—Kilgharrah sólo asintió con su desmesurada cabeza—¿Cómo es posible que sepa quién soy? Nunca antes conocí a ningún otro druida.
—Hay demasiado escrito sobre ti de lo que todavía se ha escrito.
¿Y qué rayos quería decir eso?, se preguntó Merlín.
—No deberías proteger tanto al chico—siguió diciendo el dragón.
—¿Por qué? Él tiene magia. Es igual que yo.
—Tú y el chico tienen tanto en común como el día y la noche.
—¿Por qué dices eso?
El dragón extendió sus alas y comenzó a agitarlas para elevar lentamente su cuerpo.
—¡Espera!—le pidió el mago—¿Por qué no debo protegerlo?
Pero no consiguió una respuesta. La bestia sólo se alejó de él, perdiéndose en la oscuridad y los recovecos de la gigantesca caverna
¡Hola! ¿Cómo están? ¿Qué les pareció este capítulo? Como leyeron, Hermione ya tiene una varita pero cuando intenta realizar un hechizo éstos no salen bien y es muy frustrante para ella. Pero el consejo de Slytherin es muy importante en este caso: Hace un hechizo que valga la pena... Está muy relacionado con el Gran Dragón que está prisionero bajo Camelot y con cierto mago de ojos azules.
Adelantos del capítulo siguiente:
—Lady Hermione oculta muchos secretos. Ella es mucho más de lo que aparenta.
—¿A qué te refieres?
—Sabe mucho más de lo que dice aunque también desconoce gran parte de la verdad. Pero es inteligente y lo averiguará. Cuando descubra la verdad, será demasiado tarde…
Merlín no entendía nada. Hermione siempre le había parecido diferente pero había supuesto que era por no haberse criado con el resto de la monarquía. Aunque, ahora que recordaba, jamás le había preguntado absolutamente nada sobre su familia anterior ni sobre su vida antes de descubrir que era la hija de Uther.
...
El niño se aferró a los barrotes y contempló la oscuridad del exterior. Su rostro infantil giró hacia Hermione, mirándola con miedo.
—No te preocupes—intentó tranquilizarlo—Él vendrá.
Quiso creer en sus palabras pero en lo único que podía pensar fue en que el mago los había abandonado. Su corazón se llenó de un vacío terrible.
Merlín no vendría.
