Ninguno de los personajes me pertenece.


LA CORONACIÓN DE ARTURO

Nimueh sabía que se acercaba el momento de cobrar venganza. Lo había intentado antes pero había fracaso. Sin embargo, esta vez sería diferente. Uther tenía demasiados enemigos, vivos o muertos, y ellos siempre estaban dispuestos a ayudar si el fin era matar el rey.

Miró a su alrededor, buscando la tumba del hombre que había jurado acabar con él, incluso si la Muerte le quitaba el alma. No tardó mucho en hallarla y sonrió, satisfecha consigo misma. Extendió su mano y recorrió la piedra tallada con delicadeza, disfrutando de la frialdad, antes de comenzar a recitar las palabras de un viejo hechizo que había aprendido hacía décadas. Sólo ella, una sacerdotisa de la antigua religión, podía hacer algo así.

Gehyre me, wan cniht, awac. Beo strangra ond steacra, forbrec…

Cerró los ojos, tomó aire, y pronunció el nombre del hombre con el que debía acabar.

Uparis; awrwd ¡Uther Pendragon!

La piedra tallada de la tumba comenzó a rasgarse y romperse, hasta que una mano enfundada en un guante negro de caballero, salió.

Una oscura sonrisa apareció en el rostro Nimueh.

Hermione se había prometido a sí misma acercarse a Uther para buscar las respuestas que necesitaba. Debía ser amable con él, ganarse su confianza, para así lograr que le dijera qué era lo que realmente había sucedido en aquella época, cuando su mujer había fallecido. Quizás, con algo de suerte, podría averiguar sobre el dragón. Desde que había hablado con Sir Godric había estado meditando si hacerlo; era la opción más lógica pero no podía decir que le entusiasmaba. Uther no era precisamente una de sus personas favoritas y sólo pensar en tener que pasar tiempo a su lado le parecía una tarea desagradable. Sin embargo, aquel momento era perfecto. Iba a aprovechar su buen humor. Era la coronación de Arturo como futuro heredero del reino lo que lo tenía tan feliz. Y a ella también. Este era un gran momento histórico que estaba agradecida de poder presenciar.

Aquel día lo había pasado ayudando a Morgana a organizar la celebración que se realizaría después de la coronación y durante la tarde Ingrid la había tenido encerrada en su habitación para dejarla medianamente presentable. Un baño largo, el cabello limpio, con aroma a flores, y con un recogido que hacía ver su cuello largo. El vestido que usaría había sido traído del norte y había sido elaborado con seda blanca y bordado con hilos de oro.

—¡Se ve preciosa!—aseguró su doncella con una enorme sonrisa—Cuando entre a la sala, todos se quedarán observándola.

—No sé si eso es lo que quiera—murmuró—Odio ser el centro de atención.

—¿A caso no debería de estar acostumbrada? Es la princesa de Camelot.

—Jamás me acostumbraré…—suspiró— ¿Terminamos? Tengo que ir con Uther. El rey pidió verme antes de que comenzara la ceremonia…

Su doncella asintió.

Las habitaciones privadas de Uther quedaban en otra sección del castillo por lo que apresuró sus pasos para no llegar tarde. Se topó con muy pocos sirvientes ya que la mayoría se encontraba en la cocina o en la sala ceremonial preparando todo lo necesario. Tocó la puerta con suavidad, sin pensarlo mucho. Había pensado ir a hablar con él de todos modos.

—Adelante—se oyó su voz.

Hermione abrió y entró, cerrando la puerta detrás de sí. El rey de Camelot estaba sentado frente a una pequeña mesa redonda ubicada frente a una ventana. Ya vestí sus ropas ceremoniales y tenía una expresión pensativa en su rostro. Al verla ingresar, tan bellamente arreglada, sonrió con orgullo y extendió sus manos para que ella fuera a su lado y las tomara. Así lo hizo aunque no se sintió cómoda tocándolo.

—Te ves hermosa—le dijo—Serás la dama más bella esta noche.

—Morgana también estará—le recordó.

Uther negó con la cabeza mientras acariciaba los dorsos de las manos de Hermione con afecto.

—Ella puede tener una belleza obvia, que es fácil de admirar, pero tú tienes una más profunda, que sale a relucir en los mejores momentos y deja a los hombres pensando dónde la escondiste todo este tiempo… Te pareces demasiado a tu madre…

Hermione se sintió ruborizar. Nunca había creído ser hermosa. Su cabello era un nido y, a pesar de haber hecho que sus dientes se encogiesen un poco más de lo que realmente fueron, seguían siendo grandes. Toda su niñez había sido algo delgaducha y eso se acentuó por la guerra y luego por la maldición. Sólo cuando pasó unos cuantos meses en Camelot logró ganar más peso y que su cuerpo pudiera tener algo de esas curvas femeninas que toda mujer quiere.

—No creo…—comenzó a decir, pero el rey la interrumpió.

—Tienes una forma de mirar, a veces tímida y otras firme y decidida… Me recuerdas a ella cada vez que abres la boca y dices cosas inteligentes. Tu madre también disfrutaba de leer un buen libro y siempre estaba dispuesta a ayudar a quién lo necesitaba…

Algo dentro de su pecho comenzó a oprimirle el corazón. Era una sensación extraña, una mezcla de tristeza y añoranza. Pero ella jamás había podido conocer a esa mujer de la que hablaba Uther.

—Me hubiera gustado poder conocerla.

El rey sonrió con tristeza.

—Sé que nunca hablo de ella, pero es porque el recuerdo es demasiado doloroso—confesó hablando con lentitud, como si pensara bien en las palabras que iba a pronunciar—Arturo quizá piense que no valoré a la mujer que les dio la vida…

—Arturo no piensa eso—le aseguró—Él te quiere y te respeta. Siempre está buscando el modo de complacerte y de buscar tu aprobación—hizo una pausa, pensando las palabras con cuidado—Me gustaría que me contaras más sobre ella, padre. Quiero recordarla gracias a tus recuerdos.

El rey la contempló en silencio por unos momentos antes de asentir suavemente, aunque sin demasiado convencimiento.

—Quizás en otro momento—dijo esquivo—No quiero que nos atrasemos.

Hermione asintió, decidida a hacer que Uther cumpliese con su palabra.

—Te he mandado a llamar por una razón—siguió diciendo mientras se ponía de pie—Dame un momento.

Él se encaminó hasta el grupo de llaves que tenía, tomó una y fue hasta un armario. Lo abrió y con sumo cuidado sacó algo del interior. Era una caja de madera cuadrada, bastante grande.

—Esto es algo que deseo que tengas… y que uses esta noche, en la coronación de tu hermano.

Lo apoyó en la mesa y, con una nueva llave que sacó de dentro del bolsillo de sus prendas, logró hacer que la cerradura cediera. Los ojos de Hermione se abrieron enormemente al ver su contenido.

—No—negó con la cabeza—No puedo hacerlo… No me corresponde…

—Hermione, te corresponde por completo. Tu hermano será coronado hoy como legítimo heredero del trono de Camelot pero tú también debes utilizar corona. Es una ocasión especial.

—No, no podría…

—Era de tu madre. A ella le hubiera gustado que la usases.

Hermione quiso volver a protestar pero no pudo hacerlo. Una fuerza desconocida y mayor a ella la obligó a mantener la boca cerrada. Bajó la vista y contempló aquella exquisita joya que demostraba el poder y riqueza que poseía la persona que lo utilizaba. De oro sólido, delgada y con pequeños rubíes incrustados alrededor. Era demasiado lujosa para su gusto pero no iba a decir que no era la corona más exquisita que alguna vez pudo ver.

—Es preciosa.

—Es toda tuya.

Uther la tomó y se acercó a ella para colocársela sobre su cabeza. Hermione se quedó quieta, casi sin respirar mientras sentía el peso de la corona. Tenía un irracional miedo de moverse incorrectamente y dejarla caer.

—Sólo camina con naturalidad—le dijo.

Y ella sabía que con naturalidad, para la realeza, era andar con la cabeza en alto, con la espalda recta y con los hombros hacia atrás. Siempre mostrando superioridad.

—Lo haré—aseguró—Muchas gracias, padre.

Él extendió su mano y ella le dio la suya. El rey se inclinó y dejó un suave beso en el dorso, encima de sus dedos, antes de soltarla.

—¿Puedes ir a ver que todo esté preparado?—le preguntó—Yo bajaré en un momento.

Hermione asintió y, tras una reverencia, se alejó. Uther soltó un profundo suspiro, dejándose caer en la silla. Esa clase de conversaciones siempre lo dejaban exhausto. Siempre midiendo sus palabras para no decir lo indebido. Mucho más cuidadoso debía ser con ella que tenía una mente rápida y demasiado sagaz.

Arturo se arrodilló delante de Uther tal como lo había ensayado aquella misma tarde. Su rostro sólo reflejaba seriedad y no el nerviosismo que sentía. Todos los ojos estaban puestos en él y en su padre.

—¿Juras solemnemente gobernar a la gente de este reino y sus dominios, de acuerdo a los estatutos, costumbres y leyes establecidas por tus antepasados?—preguntó Uther.

Arturo asintió formalmente.

—Lo juro, Sire.

—¿Prometes proceder con clemencia y justicias en tus acciones y juicios?

—Lo juro, Sire.

—¿Y juras lealtad a Camelot, ahora, y el tiempo que vivas?

—Yo, Arturo Pendragon, entrego mi vida y mi cuerpo a su servicio, a la protección de este reino y a su gente—dijo con voz potente y segura.

El rey asintió antes de voltearse y tomar la corona que tenía puesta sobre un almohadón ornamentado. Era parecida a la de Hermione, salvo que en vez de rubíes contenía diamantes. Con cuidado, la colocó sobre la cabeza de Arturo. Alzó los ojos y contempló a la multitud silenciosa.

—Ahora, siendo mayor de edad y legítimo heredero, serás el príncipe coronado de Camelot.

En ese instante todos estallaron en aplausos. Hermione no contuvo su felicidad y sonrió enormemente mientras aguardaba el momento de felicitar a Arturo. El príncipe se volteó hacia la multitud y saludó con formalidad.

Merlín sostenía entre sus manos una jarra con vino, listo para servir a quien se lo pidiese y a su lado se encontraba Gwen, sosteniendo una bandeja con alimentos.

—Así que… ¿Qué se siente ser el sirviente del príncipe coronado de Camelot?—le preguntó la muchacha en voz baja.

—Lavar sus calcetines reales será todo un honor—dijo con sarcasmo.

Su mirada pasó del príncipe a la princesa. Desde que la había visto entrar había tenido que hacer un enorme esfuerzo para no quedarse embobado mirándola. Esa noche se veía especialmente hermosa. Casi había dejado caer la jarra cuando entró por primera vez al salón. No había esperado verla transformada en aquella belleza ni tampoco había esperado su propia reacción ante ella. Desde aquella vez en que habían hablando con tanta tensión sobre el asunto de Mordred, no habían vuelto a coincidir. Sabía que no se estaban evitando, al menos él no lo hacía, simplemente no tuvieron otra oportunidad de charlar. Ella había estado muy ocupada con la organización de aquella coronación.

Gwen lo golpeó suavemente en el brazo, sacándolo de sus pensamientos.

—Estás orgulloso de él ¿verdad?

—Claro que no.

—¡Lo estás! Puedo verlo en tu cara.

—Que los calcetines reales estén limpios es motivo de orgullo—aseguró sonriéndole a la muchacha.

La chica miró de nuevo al príncipe, que se encontraba bastante cómodo con las felicitaciones y las adulaciones que estaba recibiendo de los presentes. Pero el momento de felicidad fue destruido cuando un sonido estridente capturó la atención de todos. El sonido de cristal rompiéndose en miles de pequeños pedazos y éstos cayendo sobre el suelo y los invitados. Se había roto una de las ventanas que se encontraban cerca del techo ya que por ella, en un movimiento casi imposible, había ingresado un caballero completamente cubierto por su armadura, montando un caballo de igual color. Su rostro estaba completamente cubierto, impidiendo que cualquiera lo identificara.

Hermione había gritado, asustada como la mayoría de los presentes.

El caballero logró aterrizar en el piso y avanzó directamente hacia el rey y el príncipe. Todos los guardias no tardaron ni medio segundo en reaccionar y sacaron sus espadas, incluyendo el monarca y su hijo.

Aquel hombre vestido completamente de negro portaba una capa larga que se dejaba caer detrás y portaba un escudo en el que se podía ver un águila con alas extendidas en plateado. Cuando llegó a donde se encontraban ellos, se quitó un guante de metal y lo arrojó delante, logrando que cayera justo frente a Arturo. Se hizo un silencio profundo después de aquello que fue roto solamente por el resoplido del caballo. Todos sabían que significaba eso. Hermione también. Había estudiado historia en la escuela primaria pero, además, recordaba de viejas historias de caballería. Un guante arrojado significaba que era retado a duelo. Un duelo a muerte.

Arturo enfundó su espada y, decidido, se inclinó para aceptar, pero alguien se le adelantó.

—Yo, Sir Owain—dijo uno de los guardias de Camelot—acepto su reto.

El caballero negro contempló a aquel hombre joven por unos instantes en absoluto silencio.

—Combate individual. Mañana al mediodía. A muerte—dijo una voz profunda detrás de aquella máscara.

Tras decir esto, volteó el caballo y se alejó. Todos los presentes tenían su mirada puesto en aquel hombre. Sólo Hermione notó el modo extraño en que Gaius contemplaba a aquel caballero negro. ¿A caso era reconocimiento lo que había en sus ojos?

Merlín contempló al médico de la corte remover un recipiente que tenía sobre el fuego con lentitud. Parecía demasiado concentrado en su actividad. Él, por el contrario, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Era todo muy misterioso y eso lo inquietaba.

—¿Has visto antes a este caballero negro?—le preguntó Merlín a Gaius, finalmente.

El galeno detuvo unos momentos sus movimientos pero no lo miró.

—No lo creo.

—¿No reconociste su emblema?

Gaius volvió a remover el líquido del recipiente con la misma velocidad anterior.

—¿Emblema?

—¿El emblema de su escudo? ¿Sabes a qué linaje pertenece?

—No puedo estar seguro. No lo vi bien—murmuró.

—No era algo común. ¿Tan pronto lo olvidaste?

El médico se detuvo y fue a buscar un ingrediente a sus estantes, murmurando algo que no parecía ser siquiera una palabra.

—¿Usted piensa que no es de aquí?—insistió el muchacho.

—No lo creo.

¿Era sólo su parecer o Gaius estaba siendo muy esquivo?

—¿Entonces qué puede estar haciendo en este reino?

El anciano suspiró.

—Merlín, tu fe en mis conocimientos es, a la vez, conmovedora e inapropiada. Quizás, si terminaste tus trabajos, puedas ir a la cama y así dejarme terminar el mío.

—Bien—gruñó y se encaminó hacia sus dormitorios pero antes de que pudiera llegar, se volteó—¿Gaius?

—¿Qué Merlín?—preguntó con cansancio en la voz.

El joven mago dudó unos momentos.

—¿Crees que Sir Owain pueda derrotarlo?

—Supongo que lo sabremos pronto.

Hermione y Arturo estaban situados frente a la ventana, observando a aquel misterioso caballero de armadura negra de pie fuera del castillo. Su postura era firme y decidida y, claramente amenazante. Había algo allí que claramente no estaba bien, algo que iba mucho más allá de que alguien retara a duelo a otra persona sin motivo aparente.

—No deberías dejar a Owain luchar—dijo con suavidad—Es incluso más joven que nosotros. Casi un niño.

Arturo apretó los labios con fuerza, claramente disgustado.

—¡¿Crees que no lo sé?!—le preguntó, apartándose de la ventana—¡Pero él se lo buscó! Fue muy tonto de su parte recoger el guante.

—¿No hay nada que podamos hacer para impedirlo?

—El desafío ya ha sido aceptado. No puede echarse hacia atrás…

—¿Por qué no?

—¡Porque lo considerarían una cobardía de su parte!

—¿Cobardía? ¡Levantó el guante! El reto ni siquiera era para él, era para ti. Tampoco me gusta la idea que luches… ¿Con qué motivos vino este caballero negro? ¿A caso se siente insultado de algún modo y cree que el mejor modo de resolverlo o de vengarse es matando a una persona? ¡Eso no es razonable! Por favor, Arturo… Debes detenerlo.

El príncipe negó con gran pesar.

—No puedo, Hermione. El código de caballería lo establece así. Owain fue el que recogió el guante, él debe luchar.

—¡Pero es una lucha a muerte! Y él es apenas más que un niño…

Arturo cerró los ojos.

—Lo sé…—murmuró—Pero no hay nada que pueda yo hacer.

Quizás él no, pero ella sí. E iba a comenzar averiguando quién demonios era aquel hombre.

El emblema del escudo le había resultado muy familiar aunque no podía deducir a qué linaje pertenecía. Había estudiado tantos que su mente llegaba a fallar y los confundía. Siempre había considerado tener muy buena memoria pero había tantas familias relacionadas, tantos escudos de armas y nombres que en vez de tener una especie de árbol genealógico, tenía un arbusto con diminutas y milenarias ramas.

Con pasos veloces se dirigió al único lugar donde sabía que podía obtener la respuesta: la biblioteca de Camelot. Sabía que era tarde pero Geoffrey de Monmouth ya la conocía lo suficientemente bien como para no asombrarse al encontrarla allí ni siquiera a las horas más impropias. Sin embargo, antes de que pudiera llamar al anciano para anunciar su presencia, lo oyó hablar.

—El caballero negro—decía Geoffrey.

—¿Has visto su emblema?—preguntó una segunda voz—¿Lo has confirmado? ¿Era él?

Hermione reconoció a Gaius. ¡Lo sabía! Había visto la mirada de reconocimiento que había dado al ver a aquel hombre. Se acercó cuidadosamente, sin hacer ruido para poder observar sin ser descubierta. Algunos estantes podían cubrirla de momento y ocultar su presencia.

—Es el emblema de Tristán de Bois—asegura Geoffrey.

—¿Él es el único que lo ha llevado? ¿No hay nadie más que tenga un emblema así?

—Según los registros, el único.

Ellos estaban viendo un grueso libro de heráldica. Gaius se inclinó para comprobarlo y luego de unos minutos suspiró y se alejó de allí con pasos rápidos. Hermione se ocultó entre las sombras hasta que el anciano se marchó.

¿De Bois? Se repitió el apellido en su mente. Ella lo conocía muy bien. Era el mismo que el de la madre de Arturo… ¡Pero eso era imposible! Hasta donde sabía, Tristán, el hermano de aquella mujer, había muerto hace veinte años a manos de Uther. Desconocía los verdaderos acontecimientos que llevaron a la tragedia pero si de una cosa estaba segura era de que los muertos no regresaban… ¿O sí?

La mañana amaneció resplandeciente. El sol parecía brillar con más fuerza que nunca y a Hermione sólo le molestaba. A penas había podido dormir un par de horas la noche anterior. Su mente no se había apartado de aquellos sucesos y del último descubrimiento. Y ahora estaba allí, en la arena de combate, ocupando el lugar que le correspondía al lado de rey. Lo odiaba. No quería ver como asesinaban a un hombre. Morgana, que se encontraba unos centímetros más allá, fuera del atrio del rey y de los príncipes, también se encontraba inquieta y no dejaba de ver a aquel extraño que estaba parado fieramente con la espada desenvainada.

Cuando Arturo apareció junto a Sir Owain, la multitud expectante comenzó a impacientarse. Los nervios y la tención del ambiente eran claras. El príncipe caminó hasta el centro, dejando que los dos contrincantes quedasen frente a frente.

—La lucha será bajo la norma de los caballeros—les recordó—hasta la muerte.

Sin nada más que añadir, caminó hasta su lugar, al lado de su padre y de su hermana. Los dos caballeros se prepararon para comenzar a luchar. Levantaron sus espadas casi al mismo tiempo. Hermione no quería mirar pero sus ojos no dejaron de notar la increíble diferencia entre los dos. El caballero negro superaba claramente en tamaño a Sir Owain y su postura era mucho más firme y segura.

—Que la batalla comience—dijo Arturo con firmeza.

Inmediatamente el caballero negro atacó y Owain apenas tuvo tiempo de moverse y escapar del letal golpe que seguramente le habría roto la cabeza en dos. Sin embargo, logró recuperarse y esta vez es él quien se adelantó. Pero el caballero logró bloquear el golpe colocando su espada en medio y apartándolo con agilidad.

Arturo miró con preocupación a su caballero. Aquel extraño realmente era un buen espadachín y esa era una terrible novedad. Todos los golpes que daban eran certeros y firmes pero carentes de cualquier emoción. No había rabia en él, al menos no dirigida a Owain, quién sólo podía bloquearlos y retroceder hasta que terminó cayendo en el suelo de modo ridículo.

—¡Vamos, ponte de pie!—gritó Hermione sin poder evitarlo, sintiendo su corazón lleno de temor.

El joven caballero de Camelot logró girar sobre sí mismo en el suelo y, con agilidad, se paró y quedó detrás del extraño luchador. Con un movimiento rápido, clavó su espada en la parte de atrás de su cuerpo.

—¡Sí!—gritó Merlín lleno de emoción.

Él estaba muy seguro de lo que había visto pero Hermione no. Todo había sucedido tan deprisa que no estaba segura de si la espada había sido empuñada verdaderamente en el cuerpo del caballero negro o no. Uther, a su lado, entrecerró los ojos y se puso de pie, igual de confundido que ella.

Pero el caballero negro no se mostró afectado. Se giró y, blandiendo su espada por el aire, siguió atacando a Owain como si no estuviese lesionado. Sus golpes siguieron siendo certeros y firmes pero más consecutivos, más fieros. Ahora la rabia parecía haber salido a la luz, dejando ningún lugar para la compasión. El filo de la espada chocó contra el casco de Owain, derrumbándolo en el suelo y antes de que cualquiera pudiera reaccionar, el caballero la clavó en el pecho, perforando su armadura y su corazón.

Hermione bajó la mirada rápidamente, incapaz de concebir la barbaridad que acababa de presenciar. Sentía sus ojos arder en lágrimas mientras oía los gemidos de angustia y de sorpresa de la multitud que la rodeaba. Morgana sollozaba a su lado. Ella se apresuró a acercarse a la muchacha y tomó una de sus manos, dándole apoyo pero a la vez buscando su consuelo.

La protegida del rey le apretó la mano con fuerza mientras se secaba las lágrimas con la otra.

A aquel despiadado ser no le importó haber acabado con una vida de aquel modo tan vacío. Se giró hacia Uther y, tras sacarse un guante, lo tiró al suelo.

—¿Quién aceptará mi reto?—preguntó.

Arturo no tardó ni medio segundo en reaccionar, haciendo que el corazón de Hermione se cubriese de terror, pero por fortuna, Uther fue más rápido y lo detuvo antes de que saltara a la arena de batalla. El príncipe lanzó a su padre una mirada ofendida pero el rey no se inmutó.

Otro de los caballeros saltó en su lugar y tomó el guante antes de que él pudiera volver a intentarlo.

—Yo, Sir Pellinor, acepto el desafío—dijo con seguridad.

—Que así sea. Combate individual. Mañana al amanecer.

Arturo, furioso, tiró de su brazo para desprenderse de agarre de su padre. Esa batalla debería de haber sido suya. Lo último que quería era tener que ver como otro de sus caballeros perdía la vida.

Tras lanzar una última mirada a Uther, el caballero negro giró y comenzó a alejarse hasta las puertas, cruzando al lado de Merlín y Gaius.

—¿No habría que curar su herida?—le preguntó el mago al galeno.

Gaius contempló al joven con confusión.

—Le dieron…—explicó.

—Owain nunca acertó ningún golpe—lo contradijo.

—Pero… yo lo vi—aseguró—Le atravesó el pecho con la espada.

—¿Estás seguro?

Merlín asintió, completamente seguro. La magia le permitía observar todo lo sucedido con más lentitud y detalle del que podría hacerlo cualquier otra persona normal.

—Mis ojos son más rápidos que el tuyo—dijo mientras ambos giraban y contemplaban al caballero hasta que se marchaba—Debería estar muerto.

—Sin embargo, aún está vivo…

La cámara donde se reunía el consejo estaba en completo silencio cuando las puertas se abrieron de par en par, azotándose contra la pared.

—¿Por qué no me dejaste aceptar?—exigió saber Arturo, siguiendo furioso a su padre.

—Nuestros caballeros deben tener la oportunidad de probarse—dijo caminando con prisa hasta el final de la larga mesa donde se encontraba la silla del monarca.

—¡¿Has visto como ese extraño pelea?!—inquirió el príncipe, pisándole los talones.

—Estoy seguro que Sir Pellinor será un buen partido… sabrá defenderse.

—Él aún no se ha recuperado de las heridas que sufrió en Ethandun—le recordó Arturo, intentando que su padre viera el problema de aquella situación.

—No hay nada que yo pueda hacer…

Arturo se detuvo, contemplando consternado a su padre.

—¿Entonces lo envías a la muerte?

Uther se giró de repente y contempló furioso a su hijo.

—¡Fue él quien recogió el guante!—le recordó—Yo no lo envío a ninguna parte.

La oscuridad se vio cortada cuando las puertas fueron abiertas y la luz del exterior ingresó en aquel largo túnel. Merlín podía sentir que sus pasos y los de Gaius retumbaban contra las frías paredes.

—¿Estás seguro que debemos hacer esto?—preguntó Merlín al anciano.

—No estarás asustado, ¿Verdad?—inquirió con cierta burla Gaius.

—¡No, me encantan las criptas!—respondió con algo de sarcasmo—No debería de haber muertos en ningún otro lugar…

De repente, la puerta por la que ellos habían ingresado se cerró con fuerza, llevándose toda la luz. Ambos se detuvieron de repente y giraron el rostro hacia atrás, prestando atención. El sonido del golpe retumbó por aquel túnel descendiente por unos instantes hasta que finalmente cesó.

—¿Qué fue eso?—preguntó Merlín estático en su lugar, con el corazón latiéndole demasiado velozmente.

—Seguramente una ráfaga de viento—indicó con demasiada despreocupación—Aunque deberíamos de haber traído una antorcha—dijo al voltear y no ver nada más que la profunda oscuridad.

Merlín contempló a su alrededor y logró distinguir una vieja antorcha apagada en la pared. Extendió su mano sobre ella y murmuró.

Leohtbora.

Una llamarada encendió rápidamente. Merlín la tomó y se la mostró al anciano.

—¡Práctico!—felicitó Gaius.

—Sí—dijo con orgullo sonriendo.

—Eso significa que, como tienes la luz, debes ir primero…

La sonrisa del muchacho se borró y a regañadientes se adelantó y siguió su camino hasta la bóveda. Era un túnel bastante largo, frío y húmedo. Parecía que nadie había bajado allí en mucho tiempo, lo que lo hacía más tétrico. Merlín no se sintió más feliz cuando llegaron al final. La entrada estaba abierta y pasaron rápidamente a través de ella. La luz de la antorcha formó sombras tétricas que se formaban gracias a la cantidad de tumbas que se extendían por aquel lugar.

—¿Qué estamos buscando?—preguntó.

—Vamos por allí—le indicó el anciano, señalando a la izquierda.

—¿Estamos por irrumpir en la tumba de alguien?—quiso saber.

Gaius no le respondió. Merlín suspiró, yendo hacia donde el anciano le había indicando, sabiendo que obtendría la respuesta en algún momento. Pero cuando la luz fue acercándose una silueta se formó frente a ellos, justo al lado de la tumba que tanto le interesaba al galeno.

—¿Lady Hermione?

Hermione giró rápidamente, contemplándolos con calma. Hacía unos instantes, cuando había oído el sonido fuerte de la puerta cerrándose rápidamente, no lo había estado. Por el contrario, temió haber ido directamente a una trapa o encontrarse con el caballero oscuro frente a ella. Pero al oír la tan reconocible voz de Gaius y Merlín, se tranquilizó. Debería de haber supuesto que el galeno, al igual que ella, querría averiguar si sus sospechas eran ciertas o no.

—Hola…

—¿Hola?—preguntó Gaius con cierta molestia—¿Qué es lo que haces aquí? No solemos encontrarnos usualmente en las criptas y saludarnos como si estuviéramos de paseo.

Ella agradeció que la penumbra ocultara el rubor de vergüenza que inundó sus mejillas.

—Podría preguntarte lo mismo. Busqué el escudo de armas y di von él —indicó ella con valor, sabiendo que estaba mintiendo—Mira por ti mismo…

Se apartó y dejó a la vista la tumba de piedra negra. Estaba rota, con escombros esparcidos a su alrededor. Merlín y Gaius se inclinaron y contemplaron que allí no había ningún cadáver. Estaba vacía.

—Alguien ha estado aquí antes de nosotros—dijo Hermione al contemplar la expresión de sorpresa de Merlín y la de preocupación de Gaius.

Después de eso, no tenía mucho sentido quedarse allí, por lo que juntos subieron hacia las habitaciones del Galeno en silencio. Merlín abrió la boca para preguntar algo pero Hermione le hizo una seña para que guardara silencio. Lo mejor era hablar sobre aquel tema en algún lugar donde oídos indiscretos no pudieran oírlos. Pero apenas entraron, dejó caer la pregunta que empujaba por salir de su boca.

—¿De quién era esa tumba?

—Tristán de Bois—dijo Gaius—hermano de Ygraine, esposa de Uther.

Merlín se volteó hacia Hermione sorprendido.

—¿Tu madre y la de Arturo?

Ella asintió, guardando silencio.

—Ygraine murió en el parto—siguió explicando el anciano con cuidado, temiendo causar un revuelo en los sentimientos de Hermione—y su hermano culpó a Uther por su muerte. Así que un día vino a las puertas de Camelot y lo desafió.

Los ojos de Merlín se llenaron de comprensión.

—¿Lo desafió a un combate individual?—inquirió.

—Sí. Uther ganó pero con su último aliento, Tristán maldijo a Camelot y juró que regresaría para lograr vengarse.

Hermione escuchó atenta la historia y todo le sonó demasiado melodramático.

—Pensé que eran las divagaciones de un moribundo—añadió Gaius.

—Pero los hombres no se levantan simplemente de la tumba—indicó Hermione—no importa cuán enojados están.

—Por eso estoy seguro que este no es simplemente un hombre—dijo el galeno—al menos, ya no.

—¿Qué quieres decir?—inquirió Merlín con preocupación.

El médico de la corte caminó hasta uno de los estantes y sacó de él un grueso libro forrado en cuerno ennegrecido. Lo abrió y buscó entre las páginas amarillentas.

—Aquí—dijo señalando una imagen. Colocó el libro sobre la mesa para que los tres pudieran verla—Apuesto que estamos tratando con un espectro.

La imagen del libro mostraba un esqueleto que se alzaba por encima de tumbas, en una de sus manos aferraba con fuerza un escudo y en la otra una larga lanza que era coronada con una calavera. Detrás de él, nubes tétricas y oscuras llenaban el cielo.

—¿Un espectro?

Conocía aquel término muggle para dar título a seres fantasmales pero dentro del mundo de la magia este título podría atribuirse a cientos de seres, desde Inferis a Dementores.

—El espíritu de un hombre muerto que es conjurado desde la tumba—explicó el anciano.

—¿Así que este es el trabajo de un brujo?—inquirió Merlín.

—Una magia poderosa puede lograr que un alma atormentada por el dolor y la rabia vuelva a la vida.

—Magia oscura—murmuró Hermione.

Gaius asintió.

—¿Cómo lo detenemos?—preguntó Merlín, dispuesto a hacer lo que fuera para liberar a Camelot de aquella pesadilla.

—No podemos—dijo con pesadumbres el anciano—Debido a que no está vivo ningún arma mortal puede dañarlo.

—Pero seguramente tiene que haber algo…

—No. No se detendrá hasta logre conseguir lo que vino a buscar.

—¿Y qué es eso?

Hermione tragó saliva, aterrada por la comprensión.

—Venganza.

—¿Qué significa eso para Sir Pellinor?—quiso saber Merlín.

—Me temo que nada bueno.

Hermione no creía en cosas que no podían ser destruidas. No después de haber visto a Voldemort y a sus horrocruxs. Objetos que a simple vista parecían normales pero que en cuyo interior se ocultaba un trozo de alma oscura. ¿A caso en esta ocasión la idea esencial no era parecida? Había que acabar con el espectro que era el alma de Tristán de Bois. Ya no estaba vivo pero su espíritu había resurgido gracias a la magia.

¿Cómo matar a alguien que ya estaba muerto? Ese era el inconveniente principal. Y, como cada vez que tenía dudas, el sitio al que se dirigió fue la biblioteca. Le había pedido a Ingrid que dijera, si alguien preguntaba por ella, que ese día no asistiría al duelo porque se sentía indispuesta. Prefería sentirse útil y buscar una solución a tener que ver cómo aquel ser acababa con la vida de otro inocente hombre.

Geoffrey sólo la observó con curiosidad cuando la vio llegar y, tras saludarla con una leve inclinación de su cabeza, volvió a posar la vista en los papeles que tenía delante de sí. Ella agradeció la discreción del hombre. Era muy cuidadoso con sus preciados libros y pergaminos y no permitía que cualquiera estuviese demasiado tiempo allí. Pero había aprendido, con el tiempo, que Hermione sentía el mismo respeto y aprecio que él por lo que siempre era bienvenida allí.

No tenía mucha idea de dónde comenzar pero no quería pedirle ayuda a Geoffrey. Él ya sospechaba de la identidad del misterioso caballero negro y no quería que se involucrara más. Si le llegase a contar al rey sobre el motivo de su visita se vería envuelta en un montón de problemas. Así que comenzó a revisar estantes por su cuenta, leyendo los títulos de cientos de ejemplares, abriendo los que podrían serle de ayuda y buscando en ellos. Pasó horas allí hasta que vio a Morgana ingresar corriendo, con los ojos anegados en lágrimas. Se puso de pie de repente, olvidando que había tenido un libro sobre sus piernas, y éste cayó al suelo haciendo un sonido pesado que se amplificó en aquellas cámaras. Geoffrey alzó el rostro inmediatamente, dispuesto a reprenderla, pero al ver el estado en el que estaba la protegida del rey sus ojos se abrieron inmensamente.

—¿Qué ha sucedido?—preguntaron ambos a la vez.

Hermione terminó de acortar el espacio que había entre ellas y la tomó de las manos.

—¡Arturo…!—sollozó.

El corazón de Hermione se detuvo. Morgana la vio empalidecer y tuvo que sostenerla con fuerza porque la sintió tambalearse, como si sus piernas no pudieran soportar el peso de la noticia.

—¿Qué…? ¿Está…?—no podía encontrar las palabras para expresar en voz alta su miedo.

—Sir Pellinor no logró triunfar… pero yo… ¡Yo lo vi!

—¿Qué viste? ¿Qué sucedió con Arturo?

—Vi cómo Sir Pellinor lograba acertar un golpe en su pecho… ¡Debería de haber muerto, Hermione, pero no fue así!

—Te creo—dijo con prisa, casi sin prestar atención a este hecho—Pero… ¿Qué sucedió con Arturo?

—Después de la batalla y de ver cómo asesinaban a su caballero estaba furioso…—se limpió las lágrimas de su mejilla con el dorso de una mano mientras intentaba controlar sus emociones— él fue quien retó a duelo a ese hombre.

—¿Qué?... Pero… No… ¡No haría una estupidez como esa!

—Uther está furioso—dijo Morgana—Sólo espero que lo persuada de no cometer esa locura…

...

—Tenías razón.

Merlín se pasaba de un lado al otro de la habitación sin saber qué hacer. Sentía que debía mantenerse de pie y moverse porque quedarse quieto no era una opción.

—Ojalá no hubiera sido así—indicó Gaius.

—Entonces ¿qué? ¿Arturo morirá?

El anciano intentó no parecer demasiado negativo en cuanto al futuro del príncipe.

—Arturo es el mejor guerrero que tiene Camelot. Si alguien puede derrotarlo, es él.

—¡Pero tú mismo dijiste que no puede morir a manos de ningún arma mortal! Pero debe de haber otra manera… debemos hallar otro modo de destruirlo nosotros.

—¿Cómo?

Merlín corrió hacia las escaleras de su habitación.

—Si ningún arma mortal puede acabar con él….—dejó la frase inconclusa y desapareció en el interior pero tras unos momentos volvió a aparecer con un libro grueso en sus manos—quizás la magia mortal lo logre… lo haré yo.

Colocó el libro de magia que le había obsequiado Gaius tiempo atrás sobre la mesa y lo abrió.

—No, Merlín, es demasiado peligroso.

—No tenemos otra opción.

Gaius observó como Merlín siguió buscando las opciones en su libro, sintiendo que la tristeza inundaba su pecho. Estaba preocupado como todos por el príncipe pero también por Merlín. Resignado, suspiró y se alejó de la habitación, encaminándose hacia las cámaras donde se reunía el consejo. Sabía que allí encontraría a Uther. Dos guardas le abrieron la puerta y le permitieron la entrada cuando llegó. El rey se encontraba pensativo, paseándose por la sala con obvia preocupación. Cuando lo vio, se detuvo inmediatamente y su mirada se llenó de angustia. Casi parecía adivinar que las noticias que traían eran malas noticias.

—Buenas tardes, señor.

—Gaius…

—Hay un asunto de suma urgencia que debo hablar con usted—dijo sin dar demasiadas vueltas al asunto.

—Dímelo—ordenó.

—La tumba de Tristán está vacía—la expresión de Uther se volvió fría—Creo que ha sido conjurado desde el mundo de los muertos.

El rey se dejó caer en una silla cercana, sintiéndose impotente e inútil.

—¿Cómo eso es posible?—preguntó después de un momento, cuando pudo recobrar el habla.

—Creo que es un espectro.

—¿Un espectro?

El médico asintió con formalidad, sabiendo que estas noticias sólo destrozarían el corazón del rey.

—Él ha venido a tomar venganza por la muerte de Ygraine.

—Pero…pero fue la magia lo que la mató—musitó sintiendo como en su pecho comenzaba a formarse un nudo de culpa—Yo… no…

—Sin embargo, fue a usted a quién siempre culpó—dijo con cuidado, sabiendo lo imprescindible que era ser prudente—No puede dejar que Arturo compita. Ningún arma forjada por un mortal puede acabar con un espectro. Sólo se detendrá cuando consiga lo que vino a buscar… Arturo no puede ganar. ¡Él morirá!

—¡Pero no me escuchará!—gritó desesperado.

—¡Entonces debe decirle quién es este caballero!

—No.

—No puede ocultarle la verdad para siempre… Tiene derecho a conocer lo que realmente sucedió en aquel entonces. Tanto él como Hermione…

—¡Yo soy el rey!—le recordó con firmeza—No puedes decirme que puedo o no puedo hacer.

Gaius tomó aire profundamente, intentando hablar con calma.

—Nadie le está diciendo qué debe hacer. Es su decisión decirles a ellos la verdad o dejar que Arturo vaya hacia la muerte.

—¡Nadie más que nosotros dos sabrá el secreto del nacimiento de mis hijos!—dijo con seria amenaza.

—Son mayores, entenderán… tienen el derecho de saberlo…

—¡Nunca!—gritó—Hiciste un juramento. Te advierto que no lo rompas porque no querrás sufrir las consecuencias.

Gaius lo contempló con una mezcla de sorpresa y enfado, sabiendo que el rey de Camelot nunca decía cosas en vano. Si lo amenazaba estaba seguro que no dudaría en cumplirlo. No le temía pero, en cierta forma, compadecía a ese hombre tan cegado por el dolor y el odio. Así que apartó la mirada y fingió ser sumiso.

—Muy bien, señor.

La oscuridad de la noche parecía enmascarar a aquel caballero. Sólo la luz de la luna ayudaba a distinguir su imponente presencia cerca de una de las torres de castillo. Se mantenía de pie, estático, con una lanza que portaba una bandera negra raída. Merlín se acercó sigilosamente, intentando no llamar la atención de aquel espectro, intentando hacer el menor ruido posible. A unos metros de él, se detuvo y extendió su mano delante suyo mientras intentaba recordar el hechizo que había leído en el libro.

—¡Come her fyrbryne!

Sus ojos se volvieron de un color dorado e inmediatamente una llamarada brillante y caliente nació cerca de pies e hizo un camino ardiente hasta aquel caballero oscuro, rodándolo. Pronto, las llamas lograron alcanzar sus prendas y todo su cuerpo, quemándolo.

Merlín sonrió con mucho orgullo. Cada vez los hechizos le salían mejor. Podía ver el fruto de su esfuerzo delante de él. No por nada había pasado horas leyendo y leyendo… pero cuando menos se lo esperó, las llamas desaparecieron misteriosamente, dejando al caballero de pie, impasible, como si nada hubiera sucedido. Su sonrisa se borró lentamente y contempló asombrado, sin poder creer lo que acababa de presenciar. La magia que había utilizado había sido poderosa y podría hacer calcinado en instantes cualquier cosa. Pero no fue así con aquel ser salido de las tumbas.

El caballero negro giró el rostro hacia donde él se encontraba y Merlín supo que era el momento de partir. Con el corazón acelerado corrió hacia las cámaras de Arturo. Si él mismo no podía acabar con aquel espectro, menos posibilidades tenía el príncipe de salir victorioso.

Abrió las puertas de la habitación sin pensarlo dos veces, decidido a hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitar que él combatiera. Arturo estaba con la espada en la mano, haciendo movimientos lentos, intentando ver el mejor ángulo para bloquear o encertar un golpe.

—Merlín, ¿recuerdas aquella conversación que tuvimos acerca de golpear…?—comenzó a decir el príncipe.

—¡Tienes que retirarte!

—¿Por qué haría eso?

—¡Porque te matará!

—¡¿Por qué todo el mundo piensa eso?!—preguntó con frustración—Mi padre, Morgana, Hermione…

—¿Hermione intentó convencerte para que no te presentes?

—¡Todo el bendito día!—dijo con cansancio.

—¿Y no le hiciste caso?

—Obviamente…

—¡Oh, Cielos! ¡Estás perdido!

—¡Ya deja de decir eso!

—¡Pero es la verdad! Mira… Eres el príncipe. Nadie quiere verte morir en un estúpido desafío.

—No soy un cobarde—dijo mientras volvía a observar su espada, como si la conversación lo aburriera.

—Lo sé. Te he visto superar a todos los miedos a los que te has enfrentado.

—Eso es lo que se requiere de mi, Merlín.

—Eres más que un simple guerrero—insistió—Eres un príncipe. Tienes que demostrar tu valor, es cierto, pero también tu sabiduría.

Arturo giró su rostro volviendo a posar su mirada en él. Lo contemplaba con curiosidad.

—¿Has estado hablando con Hermione?

—No… ¿Por qué?

—Ella me dijo lo mismo aunque usó algunos insultos… De cualquier modo, no pienso retirarme.

—¡Pero, escúchame! No es un guerrero corriente. No come, no duerme… simplemente está ahí, de pie, en completo silencio…—se acercó hacia la ventana y pudo contemplar al espectro bajo la luz de la luna—¡Míralo! ¿A caso eso no te dice nada?

Arturo, que había vuelto a sus ejercicios con la espada, le respondió con distracción.

—Nadie es indestructible.

—¡Si peleas con él morirás!

El príncipe se detuvo, dándole la espalda, con la mano firmemente aferrada al mango de la espada.

—No pienso seguir escuchando eso…

—¡Sólo estoy tratando de advertirte, Arturo!

—¡Y yo estoy tratando de advertirte a ti, Merlín!—gritó a todo pulmón, girando de repente y colocando el filo de su espada debajo del cuello de joven mago.

Los ojos de Merlín se abrieron aterrorizados.

—¡ARTURO!

La espada cayó inmediatamente al suelo cuando se oyó el grito y una rabiosa Hermione ingresó a la habitación personificando a la furia misma.

—¡Si te atreves nuevamente a hacer una estupidez como esa te arrepentirás toda tu vida!—le gritó apuntándolo con su dedo índice y pegándole en el pecho—¡Jamás! ¡Escúchame bien! ¡Jamás vuelvas a amenazar a Merlín!

Arturo se encogió sobre sí mismo, asustado por la imagen que presentaba su hermana. Su cabello parecía haber cobrado vida propia porque sus rizos apuntaban a todas direcciones y su mirada… ¡Oh, su mirada era lo peor! Ardiente de una rabia casi ciega. Sus ojos castaños usualmente calmos ahora eran una oscura tempestad que amenazaba con desatarse sobre él y dejarlo malherido.

Cuando ella pareció entender que el mensaje había quedado claro, tomó del brazo a Merlín y lo arrastró consigo fuera de las habitaciones del príncipe. El mago, después de verla tan enfadada, se dejó llevar. No iba a arriesgarse a que se enojara con él.

Las cámaras del consejo se encontraban sumidas en completo silencio. Sólo la luz de unas cuantas velas sobre un candelabro iluminaban tenuemente la sala. El rostro usualmente serio del rey estaba cubierto de sombras lo que le daba un aspecto más aterrador. Solo. Sentado en una de las sillas con una copa a medio beber de vino en la mano. Había querido relajarse pero todo lo que había acontecido sólo ocupaba su mente y lo preocupaba. Las palabras de Gaius resonaban en su mente con insistencia… Ygraine… su querida… su esposa… Cerró los ojos y rememoró su rostro por unos segundos antes de volver a abrirlos al recordar que ya no se encontraba con él. No había sido su culpa, se repitió una y otra vez. No había sido su culpa. Él no había sabido que para crear vida había que entregar otra a cambio… ¿Cómo habría podido saberlo?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando una ventana se abrió de repente, azotándose contra la pared. Giró el rostro de prisa, asustado, temiendo que el caballero hubiese ingresado al interior para terminar su venganza de una buena vez. Pero no había nadie allí. Sólo notó el viento colándose desde el exterior. Suspirando, volvió la vista al frente para encontrarse con una joven mujer de pie frente a él. Nimueh. El rostro del rey palideció notablemente hasta que se dio cuenta de lo que significaba su presencia allí.

—Debí de haberlo sospechado—murmuró.

Nimueh le sonrió casi pareciendo adorable. Su rostro no parecía haberse dado cuenta del paso de los años y se mostraba igual de terso, femenino y casi juvenil que siempre.

—Esto es mucho más de lo que había esperado, Uther—le dijo con calma—Pronto Arturo será asesinado. Lo habrás enviando a su muerte.

—¿No estás saciada de venganza?

La mirada de la suma sacerdotisa se volvió fría.

—¿Y tú?—le preguntó a su vez—Tú empezaste esta guerra cuando me echaste de aquí y mataste a todos los de mi especie…

—¡Tú trajiste el mal que practicabas!

—¡Era tu amiga, Uther!—le recordó irritada—Me diste la bienvenida.

—¡Y traicionaste esa amistad!

—¡Utilicé la magia que tanto desprecias para darle hijos a tu esposa estéril! Sólo hice lo que me pediste que hiciera.

—¡Jamás hables de ella de ese modo! Ella era mi corazón. Mi alma… y tú me lo arrebataste—dijo con un nudo en la garganta.

—¡Ella murió dando a luz a tus hijos!—exclamó dando un paso adelante, consiguiendo que Uther retrocediera—No fue mi elección. Esa es la ley de la magia. Para crear una nueva vida tenía que haber una muerte. El equilibrio debía de ser restaurado.

—¡Tú sabías que ella moriría!—la acusó.

—¡No, te equivocas!—lo miró fijamente—Si yo hubiera previsto su muerte y las terrible venganza que buscarías… nunca hubiera concedido tu deseo.

Uther dudó por unos segundos. Ella parecía completamente convencida de sus palabras. ¿Sería posible que estuviera diciendo la verdad?

—Ojalá no lo hubieras hecho—dijo con un hilo de voz.

Nimueh lo contempló sorprendida.

—¿Desearías que tus hijos no hubiesen nacido?—le preguntó, observando fijamente como Uther bajaba el rostro hacia sus manos, como si estuviese avergonzado de sus propias palabras y pensamientos. Nimueh sonrió con frialdad—Bueno, tu deseo se hará realidad mañana… Arturo morirá y podré llevarme a Hermione conmigo. Estoy segura que ella estará ansiosa de oír cómo su padre estuvo dispuesto a darla con tal de alejarla de su vida.

El rey alzó la mirada rápidamente, encontrando nuevo valor en el nombre de sus hijos.

—No dejaré que me los arrebates—indicó con firmeza.

—He visto morir a tanta gente que amaba a tus manos, Uther Pendragon—dijo sin borrar su sonrisa—Ahora es tu turno.

El viento sopló con fuerza, azotando las ventanas nuevamente. Uther miró hacia atrás nuevamente para comprobar que no había nadie más allí y cuando giró el rostro hacia donde se encontraba la hechicera descubrió que ella ya se había marchado dejando en el aire un silencio profundo que sonaba a amenaza.


¡Hola de nuevo! ¿Cómo están? Mis días han sido una completa locura pero he podido mantenerme al tanto con la escritura... hasta hoy, cuando intenté volver a ver los capítulos de Merlín en Internet para seguir avanzando con la historia pero descubrí que no podía. Eso me pone un poco nerviosa pero los buscaré en otros sitios. ¡Deseénme suerte!


Adelantos del siguiente capítulo:

En este momento no sentía deseos de bendecir a nadie, mucho menos a Uther. Sus labios estaban apretados con firmeza, formando una delgada línea. ¡Estaba furiosa! Se sentía traicionada, ultrajada. Sus ojos ardían en lágrimas que no iba a derramar y sus manos estaban apretadas en puños. Si tan sólo pudiera hacer magia… Uther le había ocultado muchas cosas a ella sobre el nacimiento de sus hijos. Cosas que tenía el derecho de saber ya que la creía su hija perdida. ¡Qué atrevido de su parte! Odiar la magia cuando la había utilizado tan libremente para su bien.

...

—Pero puedo sentirlo. Puedo sentir tu magia y la mía conviviendo.

Su mano derecha viajó inconscientemente al cinturón blanco de seda que marcaba la cintura del vestido. Ese había sido el único lugar en el que había sido capaz de esconder la varita que le había hecho Slytherin.

—¿Cómo puedes sentir mi magia?—preguntó, casi con miedo de revelar demasiado.

—Los dragones siempre hemos sido seres sabios porque estamos estrechamente relacionados con la esencia primitiva del mundo. La magia nos protege, nos brinda conocimientos. Forma parte de nosotros y nos permite reconocerla cuando se presenta delante de nosotros. Por eso pude saber el mismo instante en que ingresaste a Camelot, al igual que sucedió cuando vino por primera vez Merlín.

Ella se ruborizó levemente ante la mención del muchacho.

—¿Le dirás que lo seguí?—le preguntó.

Para su alivio, el enorme dragón movió la cabeza de un lado al otro, negando.

—¿Y sobre mi magia?

—Esa será tu decisión, no la mía.